Un regalo para Sara (PARTE 2)

Sara toma una decisión en el cuarto de baño del hotel que abrirá una puerta difícil de cerrar para siempre.

Hola a tod@s de nuevo! Este relato es la continuación de la primera parte de " Un regalo para Sara " https://www.todorelatos.com/relato/139607/. Recomiendo su lectura previa a leer esta segunda parte. Agradezco enormemente a las lectoras que se han puesto en contacto conmigo para exponer sus comentarios. Sigo encantado de recibir más comentarios y críticas que tanto me están animando a volver a escribir después de tantos años. Espero que esta segunda parte también sea de su agrado.

Contacto: unenoirceur@gmail.com


UN REGALO PARA SARA (PARTE 2)

La puerta del armario se abrió del todo y entonces Sara pudo ver lo que había en su interior, lo que Q tenía preparado para ella. Sobre la repisa de este había un bonito collar de cuero negro con una argolla, el interior era aterciopelado. Un tanga semi transparente del mismo color que el collar se situaba justo al lado de unas preciosas medias también negras con adornos de encaje en su parte superior. La luz del baño se reflejaba en unos zapatos de tacón que parecían espejos. Un corsé de cuero sin copas con hebillas en su parte delantera completaba el conjunto que Q había dispuesto. Sara también encontró en el armario un copioso muestrario de maquillaje variado en diversos tonos.

Sara en principio lo tuvo claro. Q iba listo si pensaba que ella se iba a vestir así e iba a acceder a salir de ese baño como “su perra”. Usaría el maquillaje del armario de la izquierda, porque se lo había ganado después de lo que había pasado antes y además le apetecía salir de allí con mejor cara, se pondría sus botas, su abrigo, y la ropa del armario de la derecha, y se iría a su casa. Sara puso sobre el lavabo todo el maquillaje que encontró en el armario, eligió los colores que le gustaron junto a una sombra de ojos oscura y un pintalabios rojo intenso. Aún con la toalla alrededor de su cuerpo se puso a la labor mientras repasaba todo lo que había vivido hacía unos escasos momentos. No esperaba que el recordar las sensaciones que había experimentado en la habitación de al lado le volvieran a excitar, pero así estaba pasando. Sentirse en manos de Q, tan expuesta, sin poder evitarlo y a su disposición. Su tacto, su olor, sus babas, su semen… iba embelleciendo aún más su rostro mientras escalofríos recorrían su interior.

Cuando terminó de maquillarse, Sara se miró al espejo. Se veía muy guapa. Su cara no reflejaba ya ni el miedo ni el enfado pasado. Fue entonces cuando decidió aprovechar la oportunidad de probarse la ropa del famoso armario izquierdo. Quería ver cómo le quedaba antes de ponerse la otra ropa e irse de allí. Se quitó la toalla quedando de nuevo desnuda. Primero se puso el tanga, luego las medias, eran muy bonitas pensó. Nunca usaba corsés, y mucho menos de este estilo que además dejaban sus pechos a la vista, pero tras unos minutos peleando para colocárselo al final consiguió que todo estuviera en su sitio. Cerró las hebillas del corsé, se calzó los zapatos de tacón que le habían encantado, y vistió su cuello con el collar de cuero. El interior era muy suave. Sara volvió a ponerse frente al espejo. Se veía muy sexy. Los zapatos estilizaban sus piernas y las medias hacían que parecieran más largas. La transparencia del tanga producía que su pubis se intuyera sin llegar a verse del todo. La acción del corsé bajo sus pechos provocaba que se elevaran y les diera una firmeza hipnótica. Se miraba y recordaba a la protagonista de “La Atadura” de Duries, siempre imaginó que tendría este aspecto. Verse así le hizo darse cuenta de lo excitada que volvía a estar.

Sara siempre había fantaseado con tener experiencias de sumisión, aunque nunca se había atrevido a ello. Lo había comentado en varias ocasiones con Q, y por eso había vivido lo de antes en esa habitación, y a pesar de lo que había sufrido sin duda le había gustado. Sara también era muy curiosa y su enfado ya había desaparecido del todo después de lo experimentado. Empezó a darle vueltas al asunto sin dejar de mirarse en el espejo. “¿Y si me estoy perdiendo algo? ¿Y si no vuelvo a tener otra oportunidad como esta para experimentar? Al fin y al cabo, con Q tengo mucha confianza. ¿Y si me arrepiento de no vivir esto?”. De nuevo las voces interiores hacían que Sara estuviera confusa. “Pero si acepto esto Q se va a salir con la suya. ¿Y si lo que tiene pensado para mí ahora no me gusta? Siempre puedo cortarle el rollo si algo no me gusta e irme”. La lucha interna en Sara era constante, la cobardía y el rencor enfrentados a la excitación y el atrevimiento. “Joder, si es que en el fondo me he quedado con ganas de más” pensaba Sara mientras se relamía inconscientemente recordando el sabor de Q en su boca. “¿Cómo puedo ser tan guarra?” se preguntaba.

Mientras tanto, Q seguía sentado tranquilamente en el sillón de la habitación contigua. Disfrutaba de una copa de vino. Había aprovechado la estancia de Sara en el baño para poner música tranquila y encender más incienso. El humo de su cigarro jugaba entrelazándose con el del incienso creando un obsceno baile que servía de prólogo a lo que pudiera suceder más tarde. Sentía curiosidad por lo que iba a decidir hacer al final Sara, pero si ella elegía irse él ya tenía otros planes. No le quitaba el sueño.

Pasó bastante rato hasta que la puerta del baño se abrió. Q observaba atento. Esperaba ver con qué ropa salía Sara, qué había decidido. Entonces apareció Sara a través de la puerta del baño. A pesar de la distancia hasta el sillón, Q podía apreciar perfectamente los pechos desnudos de Sara. Q sonrió repasando con la mirada el vestuario de su nueva “aprendiz”, mientras Sara se encaminaba hacia la puerta de la habitación y se acercaba hacia él con un rostro serio, pero con sus pezones duros señalándole altivos y delatando su excitación. Al llegar al marco de la puerta que separaba la habitación del pasillo que comunicaba con el baño Q le espetó:

-          Dije que si volvía lo hiciese de rodillas.

Sara paró en seco, dudó un instante y se arrodilló sonriendo. Sin dejar de mirar a la cara de Q comenzó a gatear obediente acercándose lentamente hasta el sillón en el que él se encontraba, metro a metro, pausadamente. La situación en ese momento le pareció cómica y no pudo evitar empezar a reírse. Sara se detuvo cuando llegó a las piernas de Q. Él acercó su mano a la cara de ella y sujetó su rostro acercándose a él para hablarle, apenas les separaban unos centímetros. Por primera vez hasta ese momento la tuteó.

-          No te rías.

-          Te voy a explicar lo que debes y no debes hacer, pero es muy fácil.

-          Te dirigirás a mí de usted y como “Señor”. Obedecerás todas mis órdenes sin rechistar. Si no lo haces serás castigada. Nadie te ha dicho que te rías, o dejas de hacerlo o serás castigada.

-          Si tienes alguna duda puedes preguntarla con respeto. Si no es así, no quiero escuchar tu voz a no ser que te lo ordene, o las circunstancias te impidan controlar tus gritos. Fuera de esa circunstancia si desobedeces serás castigada.

-          No me mirarás a la cara ni mis movimientos a no ser que te lo ordene, mantendrás la mirada baja en todo momento, si no lo haces serás castigada.

-          ¿Lo has entendido?

-          Lo he entendido, Señor. - Contestó Sara mientras retiraba la mirada y dejaba de sonreír.

Entonces, Q apagó el cigarrillo que se estaba fumando y se puso en pie. Se dirigió lentamente hacia el mueble que tenía a escasos metros de él mientras Sara permanecía arrodillada delante del sillón. Sara escuchó una vez más un cajón abrirse y cerrarse, pero fue obediente y no dirigió su mirada hacia Q. Después sintió como Q se acercaba a ella por la espalda y enganchaba en la argolla de su collar una cadena.

-          Levántate y siéntate en el sillón. - Dijo Q tirando suavemente de la cadena.

Sara obedeció de inmediato y se sentó en el sillón. Pudo percibir en su espalda el tacto aterciopelado y el calor que su acompañante había dejado en su asiento. Q acercó su mano al hombro desnudo de Sara y lentamente acarició su brazo haciendo que ella lo estirara. Con delicadeza Q rodeó la muñeca de Sara con una suave abrazadera negra con velcro que le permitía adaptarla a su muñeca. La abrazadera disponía de un enganche metálico que se podía abrir y cerrar fácilmente. Tras ajustarla bien hizo lo mismo con la otra muñeca de Sara. Ella pensó sorprendida como algo pensado para inmovilizarla podía tener un tacto tan suave.

-          Estira la pierna derecha. - Ordenó Q.

Q sujetó la pierna estirada de Sara con una mano, mientras con la otra acarició lentamente el interior de su muslo descendiendo por él rozando lentamente hasta el tobillo la delicada media negra que ella vestía. Entonces ajustó en él otra abrazadera con enganche metálico similar a las que había colocado en cada muñeca de Sara. Ella observaba curiosa cómo, con delicadeza, Q tomaba su otra pierna y repetía la misma mecánica en su otro tobillo. Ya ajustados los accesorios de Q en las cuatro extremidades de Sara, sintió un tirón en su collar que hizo que entendiera rápidamente que debía volver a arrodillarse en el suelo.

Una vez que Q volvió a ver arrodillada en el suelo a Sara comenzó a caminar por la habitación, sujetando con una mano la cadena que le unía a Sara, y haciendo que ella comenzara a gatear siguiéndole hacia un rincón de la estancia que ella no había visto antes. Sara volvió a reírse y entonces Q paro en seco, estiró súbitamente con su mano la cadena lo que provocó un fuerte tirón en el cuello de Sara que le produjo cierto dolor.

-          He dicho que no te rías, es mi último aviso. - Volvió a decir Q mirándola con furia.

Q volvió a tirar de la cadena y Sara volvió a gatear con un rictus de seriedad en su cara. En ese momento Sara pudo observar mientras gateaba como de una argolla del techo colgaba una cuerda en cuyo extremo se vislumbraba una pieza de metal. Sara, nerviosa, se cuestionó si dejarlo todo en ese momento y hacer parar a Q. Aún estaba a tiempo de dar marcha atrás y volver a su casa, pero la curiosidad, y sobre todo la excitación que había ido en aumento, fueron más fuertes que su miedo.

-          Ponte en pie.

Sara obedeció y se incorporó. Q se situó justo delante de ella y cogió sus manos uniendo entre sí los enganches metálicos que adornaban las abrazaderas que había colocado en las muñecas de Sara. Ahora sus muñecas estaban juntas, como si unos suaves grilletes hubieran aparecido de la nada. Ella miraba la situación intrigada, sin entender muy bien aún qué pretendía Q.

En ese momento se olvidó de las órdenes de Q y sus ojos se cruzaron con los suyos. Ella retiró la mirada rápidamente esperando que él lo dejara pasar. Fue entonces cuando él estiro su brazo hasta la pieza de metal que brillaba al final de la cuerda de la argolla del techo. Era parecida a un mosquetón pequeño, lo abrió y lo cerro apresando los enganches que unían las muñecas de Sara. Después Q comenzó a tirar del otro extremo de la cuerda. Esta comenzó a tensarse tirando de las muñecas de Sara hacia el techo, lo que hizo que sus brazos se elevaran hacia arriba y ella permaneciera totalmente estirada. Justo cuando Sara iba a comenzar a tener que ponerse de puntillas, Q paró de tirar de la cuerda, la ató a un aplique que había en la pared, y se situó a su espalda disfrutando inmóvil observando su creación. Así quedó ella, con los brazos hacia arriba totalmente estirados al igual que el resto de su cuerpo. La punta del tacón de los zapatos que ella vestía para él rozaban la moqueta de esa lujosa habitación. Sus piernas permanecían estiradas y un poco abiertas mientras intentaba mantener el equilibrio. Sus pechos se veían suaves y generosos por encima del corsé y sus pezones apuntaban indolentes a la pared de enfrente, no podían estar más duros. El humo del incienso acariciaba el cuerpo tenso de Sara que se sentía aún más excitada que antes por toda esta situación extraña para ella.

A pesar de lo prometido a Q, Sara había estado observando curiosa mientras él realizaba todas estas maniobras. Ella pensaba que él no se había percatado de eso, o si lo había hecho lo iba a dejar pasar, pero no era así.

En ese momento Q se situó delante de ella y la observó de arriba abajo unos instantes con cara de satisfacción. Luego se acercó a ella, la agarró suavemente de la cabeza, y comenzó a darle un intenso beso en la boca que ella agradeció. Su lengua jugaba con la de Q mientras intercambiaban sus babas. Él mordía sus labios levemente para volver a introducir la lengua en busca de la de ella. Sacaba la lengua de su boca y le lamía los labios. Esto incrementó la excitación de Sara que ya había aumentado de intensidad con toda la situación anterior y por encontrarse de nuevo a merced de lo que fue su captor. Notaba como el tanga que Q había preparado para que ella se pusiera comenzaba a estar húmedo. Así pasaron varios minutos, el pintalabios de Sara resistía a duras penas las embestidas de la boca de Q, hasta que él decidió detenerse. Ella le miraba fijamente mientras él volvía a colocarse a sus espaldas.

-          Has desobedecido mis órdenes, perra. Es momento de empezar a ajustar cuentas. - Escuchó Sara decir con voz suave a Q tras de sí, lo que hizo que ella se estremeciera.

Se volvió a escuchar en la habitación un cajón abrirse y cerrarse. Sara no podía ver a Q detrás de ella, pero sintió que se acercaba. Sara estaba nerviosa sin saber qué iba a pasar. Tras un silencio que a ella le pareció eterno, de repente, Sara sintió como algo impactaba en sus nalgas desnudas. Un sonido seco se expandió por toda la habitación y sintió un dolor inesperado en su trasero. Sara no pudo controlar el aullido de sorpresa que escapó de su boca en ese momento. De nuevo recibió otros dos impactos, y volvió a soltar dos gritos mientras sus muñecas se movían violentamente colgando de la cuerda, y entonces volvió el silencio.

Sara no sabía con qué le estaba azotando Q, sabía que con la mano no era, pero no identificaba el objeto que le había provocado ese repentino dolor que ahora se había transformado en un leve escozor, no muy intenso, pero podía sentir como su culo comenzaba a estar más caliente. Entonces Q caminó delante de ella. Sara pudo ver como él sostenía en su mano derecha un artilugio de cuero de cuyo mango de color negro asomaban nueve tiras de color rojo.

-          Como entenderás debo castigarte. No seré muy duro, ya que aún estás en “practicas”, pero todavía no hemos terminado. Además, me estás volviendo a mirar y yo no te he dado permiso. Eso te costará diez azotes más.

Sara bajó su mirada de inmediato mientras que Q se volvía a acercar a ella. Él dirigió su mano al tanga de Sara, y tiró de él haciendo que el ya húmedo tejido se clavara entre sus labios vaginales que lo rodearon quedando a la vista de la perversa mirada de Q. Después, él acercó uno de sus dedos pasándolo por encima de la tela que se clavaba ya en el coño de Sara llevándolo después directamente a su boca, y saboreando esos leves jugos de ella. Q se situó al lado de Sara y le dijo:

-          Quiero que cuentes en alto antes de cada azote que te doy y que me des las gracias con cada impacto que sientas. ¿Has entendido, perra? ¡Contesta!

-          Sí, Señor. - Contestó Sara con cierto temor.

-          Comienza ya.

Sara se sorprendió a si misma con lo excitada que le ponía esa situación, la misma por la que sólo unas horas antes habría salido corriendo, pero ahora ya no, ahora ya estaba empezando a gozar completamente al ser el juguete de Q, disfrutaba no sabiendo qué más iba a pasar, qué más tenía preparada para ella esa mente enfermiza, siendo manejada a su antojo.

-          Uno. - Dijo Sara con desasosiego.

Q sin dudarlo y con un giro de muñeca hizo que las nueve colas del flogger impactaran con violencia en las nalgas desnudas de Sara que de nuevo dejó escapar un pequeño grito.

-          Agradécelo. - Le solicitó Q.

-          Gracias, Señor. - Contestó ella con voz temblorosa

Tras una pequeña pausa, Sara se atrevió a pronunciar aún con miedo un “dos”. De nuevo el cuero golpeó con más fuerza que antes su piel, cuyo color había empezado a tornarse del pálido habitual en un sonrosado mate. Esta vez Sara no esperó a que Q le exigiera su agradecimiento y un “Gracias, Señor” volvió a salir de su boca.

Así continuó el martirio de Sara, a cada número que ella pronunciaba el azote de castigo era más fuerte que el anterior. Cada vez tardaba más en recomponerse y agradecer a su torturador el impacto, cada vez el escozor era mayor, y cada vez la piel de su culo maltratado se tornaba más carmesí. El sudor empezó a desbordarse por los poros de la piel de Sara. El brillo húmedo que se vislumbraba entre sus pechos desnudos era el único testigo de los hechos que en esa habitación se estaban sucediendo. Ese escozor que sentía, aunque por un lado le incomodaba, por otro y sin ella entenderlo estaba haciendo que cada vez estuviera más cachonda y empapara aún más la tela de su tanga clavado en su coño rasurado. A falta de los tres últimos azotes, Sara se detuvo más tiempo de la cuenta. Esto hizo que Q acercara de nuevo su mano al tanga de Sara tirando de él y clavándoselo aún más entre sus labios ya abiertos. Su clítoris se rozaba con la tela empapada. El morbo que rebosaba en la mente de Sara se mezclaba con el dolor de su trasero torturado.

-          Más deprisa, estás siendo una perra obediente y recibirás tu premio por ello, pero aún te quedan tres.

Sara apretó los dientes, volvió a la cuenta, volvió a recibir su castigo, y volvió a agradecérselo. Cuando Q escuchó el décimo agradecimiento dejó de tensar el tanga de entre las piernas de Sara. Ella sintió gran alivio.

-          Muy bien, perra, aprendes rápido y has sido muy obediente.

Cada “perra” que pronunciaba Q retumbaba en los oídos de Sara. Al principio le molestaba, pero ahora lo agradecía. Sentía que era la demostración de que, a pesar de su situación, de ser manejada a su antojo por él, en el fondo el control lo tenía ella. Ese “perra” era la demostración de la excitación que ella provocaba en él, y a ella le producía una inmensa satisfacción.

Q volvió a desaparecer a espaldas de Sara. De nuevo el sonido del cajón. De nuevo el desasosiego de no saber qué va a pasar. Entonces Sara sintió el tacto de Q. Sus manos empezaban a acariciarle la espalda, de arriba abajo, lentamente, dibujando formas abstractas por su piel. El frío del metal de las tijeras rozaba otra vez su cadera durante los escasos segundos en los que Q tardó en cortar el tanga. Él lo retiró con suavidad liberando de una vez por todas la presión de la tela entre los labios de su coño húmedo y su clítoris. Ella sintió un gran alivio.

De repente, notó como una especie de gel frío humedecía su maltrecho trasero. Las grandes y suaves manos de Q se posaron en su piel. El escozor se apaciguó de golpe mientras extendía el ungüento por la zona de castigo. Sara no sabía si disfrutaba más por el fin del dolor, o con el manoseo de su torturador. Sus dedos se clavaban en su piel enrojecida con dulzura, extendiéndolo lentamente, con delicadeza, pero también con firmeza. Ella podía notar el tacto aceitoso de esa sustancia mientras Q frotaba sus manos por toda la superficie de sus nalgas. La piel de Sara brillaba con el reflejo de la luz de la habitación tanto en las zonas de su palidez habitual, como en las enrojecidas. Lo que ya se había convertido en un lujurioso baile de dedos se empezó a extender por toda su espalda desnuda. La cuerda de la que colgaba Sara se movía al compás del “vals” de los dedos de Q. Ella lo estaba disfrutando intensamente, y aunque no podía ver a Q, estaba convencida de que él también lo hacía. Cerró los ojos y se dejó llevar. De su boca se escapó un pequeño gemido que fue captado por Q mientras sonreía sin parar de sobar toda la piel de Sara.

Fue entonces cuando los dedos de Q comenzaron a pasar curiosos entre las nalgas brillantes de ella, lentamente, desde su coxis a su perineo. De nuevo un gemido, ella se estremecía mientras un dedo juguetón rozaba su ano, sin hacer fuerza, simplemente acariciándolo. Los jugos de Sara ya inundaban totalmente sus labios vaginales. Dos dedos de Q dieron buena cuenta de ellos cuando dejaron de entretenerse en su culo, y comenzaron a introducirse en su vagina desde detrás. Ella empezó a jadear sin complejos, seguía con los ojos cerrados, concentrada en el placer que esa mano aceitosa le estaba proporcionando mientras permanecía ahí colgada. Q sacó los dedos y se situó delante de ella.

-          Mírame. - Le exigió.

Sara abrió los ojos y ahí estaban los de Q. Su mirada reflejaba la lujuria desbordada de mil infiernos. Su mano izquierda comenzó a sobar los pechos desnudos de su presa, mientras la mano derecha volvía a torturar su entrepierna. Q jugaba con sus pezones pellizcándolos a la par que frotaba su pubis accediendo levemente a su ya abultado clítoris. La mirada de ambos permanecía fija la una en la otra, mientras ella ya jadeaba y gemía descontrolada. Sus babas afloraban entre sus labios por la excitación que ya no podía controlar. En el preciso instante en el que Q acercó su boca a las tetas de Sara, alternando los leves mordiscos en sus pezones con su lengua recorriendo toda la suave piel de sus pechos, Q introdujo tres dedos en el coño hambriento de ella. Él succionaba, babeaba, mordía. Los dedos entraban y salían del interior de Sara aumentando el ritmo de manera exponencial, mientras la palma de la mano de Q frotaba su clítoris con suavidad. La música se mezclaba con los gritos de ella y un hermoso sonido de chapoteo provocado por la ya violenta acción de Q. Sara ya no pudo más y un explosivo orgasmo le invadió mientras su mirada seguía clavada en Q. Él al sentirlo, mantuvo el intenso ritmo de sus dedos, pero apretándolos con dureza y tirando hacia él mientras seguía con sus desbocados movimientos. Separó su boca de las tetas de Sara y contempló complacido como la cara de ella se descomponía entre estertores de placer y descontrolados jadeos. Su mano colapsó completamente empapada por el flujo con el que ella le premiaba en su orgasmo. El deseado líquido discurría sin freno por las piernas de Sara mojando el encaje de sus medias.

Cuando volvió a llegar la calma, Q saco sus dedos del interior de Sara, la miró fijamente, y degustó con su lengua de forma pausada todo el premio que vestía su mano. Uno a uno, cada dedo, saboreándolo con su mirada fija en ella. Ella observaba la escena intentando aún calmarse. Así pasaron unos breves segundos.

Q se dirigió a un lateral de la habitación, soltó la cuerda del aplique de la pared y tras un primer momento en el que Sara depositó del todo sus pies en el suelo, ella se dejó caer de rodillas mientras recuperaba el aliento. Él, mientras ella se recuperaba, se volvió a sentar en el sillón de la habitación y se encendía de nuevo un cigarrillo dando también un sorbo a su copa de vino.

-          Cuando estés recuperada, quiero que vengas hasta mí. - Dijo Q.

Tras unos instantes en los que Sara consiguió calmar su resuello, se incorporó como pudo al tener aún sus manos unidas entre sí, se puso de pie y caminó hacia Q con la mirada baja.

Sara permaneció inmóvil de pie frente a Q que terminaba con parsimonia su cigarro. Fue entonces cuando Q agarró con delicadeza las muñecas de Sara y las liberó de su unión. Con un gesto le indicó a ella que se diera la vuelta. Sin levantarse del sillón Q volvió a unir las muñecas de Sara, esta vez a su espalda, y la giró otra vez situándola de cara a él.

Fue entonces cuando Q se levantó del sillón y se puso de pie frente a ella. Con un firme tirón de la cadena que seguía sujeta al collar de Sara le indicó que volviera a arrodillarse.

-          Ahora sí me vas a mirar.

Sara levantó su mirada clara y temerosa cruzándose con los ojos fijos de Q en los que podía apreciar todo su apetito contenido. Con unos suaves movimientos de manos, Q desabrochó su cinturón y dejó caer su pantalón. La enorme y dura polla erecta de Q hacía que su bóxer pareciera que fuese a explotar. Sin apartar los ojos de su víctima, él liberaba por fin su erecto miembro que se extendía en su esplendor frente a la cara de Sara. Ella comenzó a observar con interés lo que se la ofrecía a escasos centímetros de su rostro. Antes ya había probado ese manjar, pero ahora era el primer momento en el que podía verlo. Cada pulgada de suave piel tirante, las venas hinchadas como si fueran a estallar, el imponente glande sonrosado que la amenazaba… no podía dejar de observar todo hipnotizada.

Sin salir ella de su ensueño, Q acerco directamente su pene a la boca de Sara que la abrió de manera automática. Sus labios volvieron a abrazar la punta del miembro de Q. De nuevo ese olor, de nuevo ese sabor, de nuevo poco a poco su boca se veía invadida por esa polla palpitante. Sara empezó a succionarla de inmediato, saboreándola, jugando con ella con su lengua mientras volvía a mantener fija su mirada en los ojos de Q que sonreía encantado. Cuando logró que tanto su boca como su garganta rebosaran de carne, Sara comenzó a mover su cabeza con movimientos rítmicos. El bonito color del pintalabios de Sara comenzaba a abandonarlos para decorar todo el tronco tenso y duro de la polla que ella estaba devorando.

Entonces Q agarró con sus dos manos la cabeza de Sara y la sujetó con firmeza apretándola hacia él. Su rabo se abría paso en la garganta de Sara mientras él retenía su cabeza. La nariz de ella se aplastaba contra el pubis de él. Le costaba respirar, pero él seguía ejerciendo fuerza. Cuando ella no podía más la liberó. Ella echó inmediatamente hacia atrás su cabeza sacando toda esa carne de su boca, intentando que el aire de nuevo llegara a sus pulmones. Un hilo de babas se descolgaba de su boca hasta su barbilla cayendo entre sus pechos. Q sonrió complacido mientras la observaba recobrando el aliento. Al instante, él volvía a repetir el proceso. La boca de par en par, la lengua abrazando el tronco de una ingente cantidad de carne que hacía colapsar la garganta de Sara. El pubis de él pegado a sus ojos, la falta de aire y la posterior liberación. Bocanadas de oxígeno llenando sus pulmones y saliva chorreando por la comisura de sus labios. Las lágrimas de esfuerzo se escapaban de los ojos de ella y caían por su rostro creando finas líneas de maquillaje oscuro que comenzaron a dibujarse por sus suaves mejillas. La tortura se prolongó hasta en cinco ocasiones, entonces él estuvo satisfecho.

Q empezó a rozar con la punta de su miembro los labios de Sara, como si de un pintalabios de la impudicia se tratara. Sonreía mientras jugaba.

-          Saca la lengua. Ordenó Q.

Ella obedeció de inmediato, abrió la boca y sacó su lengua en plenitud. Q comenzó a azotar la lengua de ella con su glande, la saliva de Sara salpicaba por todos lados, entre otros su propia cara. Q jugaba con las babas que generaban esa boca a su disposición, frotaba esa lengua dispuesta así para su disfrute. Apretaba su polla erecta con su mano exprimiendo pequeñas gotas de líquido pre seminal sobre la superficie que ella le ofrecía. Luego volvía a introducírsela entre los labios, forzando los laterales de su boca, deformando sus carrillos desde el interior, haciendo que su abultado glande se marcara en los laterales de la preciosa cara de su víctima. Golpeaba en ocasiones con su durísimo miembro su cara empapando su rostro con lo que ya era una mezcla de saliva y el fluido que había comenzado a extraer de su pene. Los pechos de Sara brillaban empapados en la saliva que caía libre desde su barbilla hasta ellos. Un río que discurría entre sus senos, por el interior de su corsé, hasta comenzar a acariciar su obligo camino de su pubis desnudo.

Q entonces atrapó la melena de Sara con una mano juntando sus cabellos y creando una cola de caballo. Volvió a introducir en su totalidad su húmedo miembro en la boca de su presa golpeando así el fondo de su garganta. Con movimientos rítmicos comenzó a follarse esa boca que en ese momento era de su total propiedad. Una y otra vez entraba y salía, el martilleo del glande contra la garganta de Sara se repetía sin pausa. Ella ya se había acostumbrado a eso, no se atragantaba y simplemente se dejó hacer adaptando su boca al nuevo maltrato. Su lengua rozaba las venas dilatadas del tronco de esa polla dura. Sus labios protegían sus dientes evitando que el ritmo disminuyera. Q tiraba de su pelo moviendo su cabeza a su antojo. Así pasaban los minutos mientras los huevos de su Señor impactaban con su barbilla una y otra vez. Sus brazos se mantenían anclados a sus espaldas, pero ella ya había conseguido relajarlos, aunque estuvieran presos en dicha posición. Sus miradas seguían cruzadas durante todo ese intenso baile.

Sara no podía creer que ella estuviera disfrutando tanto con todo esto, siendo tratada así, observando fijamente el rostro de placer del sátiro que daba rienda suelta a sus bajos instintos mientras violaba su boca. Ese sabor salado a polla del que hacía tantos y tantos meses no había podido disfrutar. Y es que Sara, en ese instante, se mostraba impaciente por volver a sentir en su boca las mieles del semen de su Señor. Necesitaba volver a saborear su leche, como cuando todo esto empezó en el inicio de su “regalo”. Aunque albergaba con mucha más intensidad el deseo en lo más profundo de su ser del momento en el que su nuevo Amo decidiera que ya era la hora en la que su empapado coño fuera forzado en su totalidad, se moría de ganas de poder sentir esa polla en su interior. Desde el instante en el que Q le había dejado elegir qué camino tomar tras darse el baño, en lo más profundo de su mente ese deseo había ido aumentando y ahora se moría de ganas. Necesitaba ser follada con la misma dureza con la que había sido tratada hasta ahora. Nunca imaginó que fuera a sentirse así, pero Q había abierto una puerta que iba a costar ya que se cerrara.

Cuando Q decidió que ya se había entretenido lo suficiente con la boca de su perra paró en seco. Esperó unos segundos a que ella volviera a normalizar su respiración. Cogió la cadena del collar del cuello de Sara y tiró de ella haciendo que se incorporara. Sara se sintió triste al darse cuenta que su Señor había decidido que en esta ocasión no iba a premiarle llenando su boca con su caliente y apreciado esperma. Se sorprendía de sí misma, jamás pensó que iba a entristecerle algo así ni que iba a desear tanto degustar ese sabor que ahora mismo no llegaba.

Una vez que la tuvo en pie a su lado fue caminando con ella hasta una gran mesa de cristal que formaba parte de la decoración de la lujosa habitación. Q apoyó la palma de su mano contra la espalda de Sara haciendo que ella se inclinara sobre la mesa. Sara sintió el frío del vidrio en sus pechos empapados y desnudos. Las húmedas babas alojadas en la piel de Sara mancillaban la superficie del cristal. Sus piernas quedaban estiradas sobre sus tacones, y su trasero aún enrojecido lucía altivo y a disposición para el uso y disfrute. Las luces se reflejaban en la sustancia aceitosa que aún permanecía embadurnada en él. Por el interior de sus muslos el rastro de su flujo discurría hasta el encaje de sus medias. Entonces notó como Q soltaba sus muñecas de su artificial unión. Tras unos segundos después de liberarla volvió a sentir el tacto de las manos de su Señor de nuevo en sus brazos estirándolos hasta tener ambas muñecas una a cada lado de la lujosa mesa de cristal. Ahí había dispuestos dos especies de arandelas a las que Q unió cada una de las muñecas de su presa.

Sara no sabía qué más iba a pasar, pero su temor había desaparecido del todo sustituido por su enorme deseo, necesitaba ser follada, necesitaba sentirlo, no aguantaba más. Entonces se atrevió llevada por la excitación incontenible a pronunciar palabra:

-          Por favor Señor, fólleme, se lo suplico, FÓLLEME.


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