Un regalo para papá

Hola mi nombre es Paola y no sé muy bien porque escribo. Supongo que es por desahogarme y contar por fin una historia que me perturba y a la que he relatado más de una vez, pero siempre cambiando las circunstancias reales. Es la historia de amor con mi padre.

Hola mi nombre es Paola y no sé muy bien porque escribo. Supongo que es por desahogarme y contar por fin una historia que me perturba y a la que he relatado más de una vez, pero siempre cambiando las circunstancias reales. Es la historia de amor con mi padre.

Tengo 30 años y esto ocurrió cuando recién había cumplido los 17. Mi familia está compuesta por mis padres y mis 2 hermanas. Somos todas mujeres lo que para mi padre nunca fue un problema, más bien un premio... o al menos eso nos dijo siempre y por lo demás fue lo que demostró con todas nosotras. Preocupado en extremo, incluso más que nuestra madre. Aunque con mis hermanas mayores tuvo algunos problemas típicos de la edad, conmigo todo fue siempre distinto, yo por lejos era su regalona: la que siempre lo hacía reir, a la que le perdonaba todo, la que nunca molestaba cuando me acostaba con ellos para verla tv... incluso me bañó por muchos años, cosa que nunca hizo mi madre. De más está decir que yo lo amaba sin complejos ni restricciones. El pudor entre nosotros llegó con mi desarrollo, cuando me crecieron las tetas y aparecieron mis primeros pelitos púbicos. Entonces se acabaron los baños de tina y ese contacto infantil.

Debo decir que sin ser una "hermosura" me siento bastante atractiva y sé que mi mejor arma para seducir son mis grandes pechos. Esto lo supe gracias a mi padre. En una de nuestras vacaciones familiares ví que no dejaba de mirármelos y cada vez que lo sorprendía él se ruborizaba sin decir ninguna palabra. A mi me parecía divertido y sin quererlo abiertamente, se transformó en la manera de alargar nuestra relación especial, era una cuestión sólo de nosotros, como cuando era niña. Cada vez que sentí que la relación se enfriaba, es decir, me ponía al mismo nivel que mis hermanas, me las arreglaba para "sorprenderlo": me paseaba distraídamente con pantalones y sujetador o usaba mi pijama sin sostén para hacer que se traslucieran mis voluminosas tetas. Su turbación era inmediata.

Yo gracias a los consejos de mis hermanas, comencé a masturbarme pasados los 15 años, lo hacía como ellas: me encerraba en el baño y durante la ducha cerraba los ojos par invocar alguna fantasía. Tenía por lo menos 3 a las que recurría normalmente y todas tenían que ver con chicos que me gustaban en situaciones idílicas.

Una vez, después de mis paseos con pijama y sin sostén con mi padre como espectador, entré a ducharme y pensé lo graciosa que era su cara de "niño sorprendido". De a poco el recuerdo se hizo más tangible y sin darme cuenta terminé masturbándome desesperada para terminar en un orgasmo tan intenso que se me doblaron las piernas. La imagen era patética: yo desnuda, con las piernas abiertas y los dedos metidos en el chocho y más encima ¡pensando en mi padre!!!!.

Cuando se me pasó la vergüenza la idea se transformó en una obsesión: tenía que lograr que él me viese como una mujer, y mejor aún, como una mujer que lo deseaba.

Comencé de a poco. Los domingos cuando era habitual que nos acostáramos todos juntos en la mañana a ver tv, me masturbaba antes y me las arreglaba para que el sintiera el olor de mis jugos impregnado en mis dedos. Otras veces trataba de rozarlo casualmente con mis tetas, haciendo como que dormía. Si entraba al baño a hacer pis, dejaba la puerta abierta o a veces me sentaba descuidadamente en el sillón con las piernas abiertas para mostrarle mis bragas...

Mi plan dio resultado porque a las pocas semanas de haberlo iniciado, ya notaba cómo mi padre me seguía disimuladamente, los abrazos para despedirnos antes de ir al cole eran cada vez más apretados; ya nadie me discutía las preferencias frente a él: se hacía lo que yo decía y todas eran culpables cuando peleaban conmigo (incluida mamá).

Misión cumplida, era la reina de la casa y hasta aquí llegaba todo... o eso pensaba.

Una vez a fines de noviembre cuando el cole ya terminaba, tuve un día de esos fatales. Llegué a mi casa sin ganas de nada, odiando al que se me cruzara por delante. Cómo antecedente debo agregar que mis notas eran fatales y a esas alturas ya era un hecho que repetía el curso. Para relajarme un poco antes de cometer una tontería de proporciones, decidí meterme urgente a la ducha. En el camino al baño ví que mi padre estaba solo viendo tele en su pieza.

-¿cómo llegó mi niñita?- fue lo que alcanzó a decir. Yo no contesté

El portazo que dí en el baño debe haberlo terminado de preocupar, porque a los pocos segundo me hablaba detrás de la puerta.

-¿Paola te sientes bien, tienes algún problema?

-Nada papá y por favor déjame que no quiero hablar con nadie

-¿Te pasó algo?

-Nadaa!!! No insistas por favor

-Paola déjame entrar, sé que algo pasa

-Nooo

-Mijita por favor, yo tampoco he tenido un buen día... no agregues otra preocupación.

El tono de su voz me enterneció y aplacó mi rabia. Abrí la puerta y fue verlo para abrazarlo y llorar como una loca. Al principio no dijo nada, pero cuando vio que mis lágrimas no paraban, comenzó el interrogatorio:

-¿qué pasó?, te peleaste con tus amigas

-no

-¿con tú novio?

-no... papá voy a quedar repitiendo-me confesé entre lágrimas-.

Su tranquila reacción me sorprendió. Mientras yo seguía llorando, me contó que él también había repetido en su juventud y que con esfuerzo lo había superado y que bla bla bla

Su voz serena me tranquilizó poco a poco. Seguíamos abrazados y lo apreté con fuerza para secar mi vendaval de lágrimas en su pecho. De la desesperación pasé a una sorpresiva calma... y de la calma a una sensación de lujuria que nunca había experimentado, sólo entonces reparé que estaba con polera y bragas. La humedad de mi chocho me hizo reaccionar. Entonces todos los recuerdos se me vinieron a la cabeza: sus miradas lujuriosas, mis paseos matinales y las pajas que me había hecho pensando en él.

Lo solté bruscamente y le pedí que saliera que ya estaba mejor. Había llegado el momento de ver hasta donde era capaz de llegar...

Cuando salió del baño y sentí que se marchaba a su dormitorio, no cerré la puerta. Abrí el espejo del banitorio y lo ubiqué estratégicamente mirando hacia la rendija de la puerta.

Me senté y tiritando de emoción y calentura, me saqué las bragas y abría lo que más pude mis piernas. Comencé poco a poco a acariciar mis labios vaginales que a esas alturas estaba empapados de mis jugos. Busqué casi con desesperación mi clítoris para iniciar un sobajeo feroz que me puso a mil. Por primera vez encontré que el placer de mi mano no era suficiente, tomé un cepillo de pelo y con mucho cuidado comencé a metérmelo en mi chocho aún virgen. La sensación nueva me tenía absorta, tanto que casi había olvidado la puerta entreabierta... cuando reaccioné miré fugazmente al espejo y casi me morí de la impresión cuando ví a mi padre mirándome. La visión me estremeció y estallé en un orgasmo que me hizo gemir como nunca...

ESTA HISTORIA CONTINUARÁ