Un regalo para mi jefe.
La boca se me hizo agua. Mis pezones marcaban mi camisa de seda, libre de sujetador. Mi entrepierna sentía las punzadas del deseo mientras me clavaba contra el pico de la mesa como sin querer.
Allí quieta, parada, alelada bajo la atenta mirada de mi jefe, que recostado en su sillón, me miraba descarado de arriba abajo mientras me pedía que cogiera lápiz y papel. Con manos temblorosas acerque una silla y, La boca se me hizo agua. Mis pezones marcaban mi camisa de seda, libre de sujetador. Mi entrepierna sentía las punzadas del deseo mientras me clavaba contra el pico de la mesa como sin querer. con una postura estudiada cruce mis piernas ante él dándole la oportunidad de ver mis braguitas rojas solo por un momento.
Carraspeó la garganta mientras dictaba como un autómata. Su voz varonil, grave, aterciopelada, me llegaba como abrazándome y, aunque no levante la vista del papel, sabia que me estaba mirando el escote generoso.
Apenas puse punto final a la carta me pidió que la pasara a limpio y se la pasase para firma. Obediente, me levante de la silla dándole la espalda el tiempo justo para que le echara un buen vistazo a mi culo.
Me aleje contoneándome, como invitándolo a algo más, pero nada me dijo.
Volví a mi mesa y trate de recomponerme, aquel hombre me aturdía y sacaba de mí la puta que llevo dentro. Disimuladamente apreté el bolígrafo bajo mi falda y un latigazo recorrió mi cuerpo cuando roce el clítoris que ya se levantaba duro pidiendo guerra. Alejé de mi el pensamiento que me estaba calentando, respire hondo y me dispuse a transcribir la dichosa carta mientras mi mente volaba muy lejos de aquella oficina agobiante. Apenas si habían transcurrido unos minutos y el interfono estridente me saco de mis pensamientos.
-Marta, salgo a comer. Volveré en una hora y media más o menos. Cuando acabe, por favor, cierre la oficina y puede marcharse a casa, esta tarde no la necesito-
Joder, pensé, no me necesita, si el supiera lo que yo necesito. Pero no lo dije claro está. Me limite a desearle un buen apetito y que no se preocupara que yo cerrara. Escuché sus pasos acercarse a la puerta de salida trasera que su despacho tenia y el portazo que me indicaba que ya estaba sola.
Como pude termine la dichosa carta y me levante para dejarla sobre su escritorio. Entre y en la habitación aun podía sentir el perfume de mi jefe. Puse la carta en la cesta de su mesa y mire curiosa su sillón. Amplio, de piel negra, me senté para ver cómo me sentía y un estremecimiento recorrió mi columna vertebral. Su mesa era muy ancha de gruesa, cosa que me llamo desde siempre la atención, ¿por qué tan ancha?. Nunca me había sentado y ahora, desde esa perceptiva supe el porqué. El frontal de su cajón, justo el que esta frente a mí, tenía una pantalla del tamaño de una tablet, estaba encendida y veía claramente la silla donde yo me había sentado un rato antes.
De pronto lo entendí, por eso siempre insistía en que me sentara para dictarme, desde su posición podía ver perfectamente bajo mi falda sin que yo lo notara. Ni yo ni nadie que allí se sentara, siendo como era un gran abogado eran muchas las visitas femeninas que acudían a aquel despacho. Lejos de enfadarme me excite aun más de lo que ya estaba.
Abrí uno a uno los cajones hasta que di con mi objetivo. Una grabadora. Manipulándola un poco logre ponerla en marcha y allí lo tenía. Era yo, bueno, mejor dicho, eran mis piernas y mis braguitas rojas las que aparecían en la pantalla. Lejos de indignarme me pare a pensar cuantas pajas se habría hecho a mi salud. Pensé un momento y decidí vengarme. Coloque todo en su sitio, le di al botón de grabar y me senté en la silla de enfrente pero retirándola un poco de la mesa para que pudiera enfocarme entera.
. Poco a poco, abrí mi camisa y fui dejando mis pechos al descubierto, no son muy grandes pero si apetecibles para los hombres, acaricié mis pezones que se pusieron aun mas erguidos si cabe bajo mis caricias mientras no dejaba de apretar mis piernas una contra otra. Poco a poco levante mi falda, y deje al descubierto unas braguitas empapadas. Me acaricie por encima mientras mi boca se abría empezando a buscar aire. Las hice a un lado y deje al descubierto mi pubis, afeitadito y húmedo. Pasé mis dedos por los labios y estos se abrieron pidiendo más, mi clítoris, sobresalía ansioso entre ellos anhelante de caricias. Lo apreté suavemente después de mojar mis dedos en mi propia saliva y una descarga eléctrica me recorrió de arriba a abajo. Mi otra mano apretaba un pezón entre los dedos y mis ojos permanecían cerrados mientras sentía mi propia humedad resbalar hasta mi culo. Poco a poco aumente el ritmo de mis dedos, tan pronto introducía uno en mi vagina como lo hacía girar como loco sobre mi clítoris. Mi respiración aumentaba al mismo ritmo que mi mano. Mis piernas separadas se apoyaban en las esquinas de la mesa de mi jefe dejando así un buen plano para la cámara de mi intimidad.
Pequeños gemidos escapaban de mi garganta y note llegar la oleada devastadora del orgasmo. Al principio lejano, acercándose imparable e inexorablemente. Mi cuerpo saltaba en la silla y mi mano apretaba aun más mis pezones algo doloridos. Y me corrí entre estertores y estremecimientos, ahogando como pude mis gemidos hasta que la calma absoluta me dejo derrengada en la silla.
Pase un rato allí, quieta, inerme, retomando la normalidad de la respiración. Cuando tuve fuerzas recompuse mi ropa y me levante de la silla. Pulse el play de la tablet y me vi a mi misma unos minutos antes.
Una sonrisa picara se me escapo entre los labios y me marche dejando todo como estaba, Ésa noche volví a masturbarme pensando en que habría hecho mi jefe después de ver "mi regalito" y así me dormí. Relajada y pensando que pasaría al día siguiente. Pero eso lo contare otra vez.