Un regalo inesperado en Navidad (cap 2: el bosque)

Toda la vida escuché decir a la gente decir que cuando conoces a la persona indicada simplemente lo sabes, no necesitas conocerla miles de días para descubrir que te estás enamorando.. ¿Pero que hacer cuando es una persona prohibida?

A la mañana siguiente desperté al sentir un almohadazo en la espalda propinado por mi pequeño Christian. Eran ya cotidianas las delicadas formas de aquel enano de sacarme de la cama.

-          ¡Despierta,  dormilona!  ¿no ves que ya es de día? – decía mientras saltaba como un mono sobre mi cama.

-          Buff, enano ¿Qué hora es? ¿Ya tienes las baterías recargadas?- protesté mientras me tapaba la cabeza con la manta.

La cabeza me daba vueltas y me dolía horrores, siempre me pasa lo mismo en estas fiestas familiares con tanto brindis con champagne y copas de licores variados.

-          ¡Son las 11.30, floja!- seguía insistiendo aquel torbellino.- Abajo están mamá, papá y un señor raro. Quiero ir al parque a jugar y ya sabes que solo no me dejan…

-          ¡Ah vale! O sea que me despiertas por puro interés- reí para incorporarme haciéndole cosquillas

-          ¡Jajajajaja! ¡Para, por favor, para! Ya sabes que no; eres mi única chica las demás, ¡puagh!- dijo haciendo un gesto que simulaba un vómito

Me hizo gracia el comentario y me sentí orgullosa de que mi pequeño dijera eso; se encontraba en esa etapa en que los niños solo juegan con niños y las niñas con las niñas… O sea que quedaba demostraba la sinceridad de sus palabras. Triste pero cierto, ¿Cuántas veces habrían usado conmigo el viejo truco de “eres mi única chica”?

-          Vale enano, tú ganas.- dije levantándome de la cama.- Espérame abajo mientras me ducho y me visto para salir.

-          No tardes tanto como siempre, Nerea. Empezarán el partido fútbol sin mí.

-          ¡Que noooo, pesado! ¡Anda ya!- le dije mientras le lanzaba la almohada que esquivó cerrando la puerta.

Con toda la flojera del mundo y el acuciante dolor de cabeza, me duché con agua templada y desentumecer mis cansados músculos. Me paré frente al armario  y me decidí por unos vaqueros ceñidos, una camiseta rosa ajustada y las converses negras, que me servían tanto para ir de cervezas con amigas como para pasear con mi pequeño “novio” Christian;  bajé las escaleras para encontrarme en la sala a mis tíos junto con mi padre, que charlaban mientras tomaban un café.

-          Buenos días a todos.- dije repartiendo besos a diestra y siniestra.- Voy a comer algo rápido para llevar al enano al parque; ya me ha amenazado con una muerte espantosa si empiezan a jugar sin él.

-          ¡¿Te fue a despertar?! - se enfadó Tomás, su padre.

-          Sí, pero no importa, tito. Ya sabes que me encanta pasar tiempo con él, no pasa nada.

-          Así que tiene un chico mi querida sobrina…- decía, entre risas, mi tío Eduardo quien llegaba del baño.

-          Algo así, nunca te imaginarias como me cuida. No sabía que estabas aquí, tito - dije acercándome para darle dos besos.

Nada más terminar de decir eso, Christian entró en la sala agarrando mi mano y tirando con fuerza. Pasé por al lado de mi padre y le arrebaté el sándwich que tenía en las manos a punto de morder.

-          ¡Hey!- protestó de forma airada.

-          No querrás que tu hija muera de hambre, ¿verdad?- dije mientras huía provocando la risa de los demás.

Al llegar al parque, por supuesto, fui abandonada por el futbol, así que me recosté de un tronco a leer un libro mientras mordía una manzana. Como decía mi amiga Josefa, siempre había sido una chica precavida. Sin embargo, era imposible concentrarme, tengo que confesar seguía demasiado impresionada con la llegada de “mi desconocido primo” ¿Qué tenía de especial ese chico que me pone la piel de gallina? Recordaba charlas y miradas de la noche anterior mientras no dejábamos de bromear. ¡Dios mío! ¡No podía dejar de pensar en él! Como decía mi amiga Josefa, también siempre había sido una chica tremendamente proclive a formar líos en mi cabeza.

Preocupante para mi historial, pues siempre había tendido a fijarme en la persona equivocada; mis amigas no se cansaban de empujarme a conocer chicos cuando hace años había cerrado esa puerta. ¿La razón? Tenía nombre italiano, Alessandro. Empezamos cuando yo estaba en la secundaria y, tras un par de años de noviazgo, me enteré de la peor manera de sus miles de infidelidades cuando dejó embarazada a una chica. ¡Como para no dar un portazo!

-          ¡Vaya! ¿Y es así como la gran Nerea cuida de su primo? Creo que deberías estudiar para ejercer de niñera o de vigilante de seguridad, ¿no crees? – me sacó mi flamante primo de mi ensimismamiento.

Baje el libro, dedicándole una de mis famosas miradas asesinas pero, como siempre, solo conseguí esa sonrisa de autosuficiencia que me desarmaba por completo.

-          Oye, es fácil hacerte enfadar, primita.- bromeó sentándose a mi lado.- ¿Sabes? Están planeando un viaje a la montaña, para pasar el Fin de Año y unos días en la vieja casa de campo del abuelo. ¿Qué tal se está allí?

-          ¡Buff!  Es morirse del aburrimiento si vas solo.- expresé porque no sabía nada del plan.- Yo, en lo personal, me conecto conmigo misma; conozco un lugar muy especial allí,  un lago con una vista preciosa.  Junto al acantilado tiene una cascada que, si te colocas debajo, te da un masaje inolvidable. Creo que te gustará, apuesto que los ingleses no tienen ese paraíso.

-          Bueno, esta vez  te prometo que no te aburrirás. Estaré yo y será distinto - me dijo muy cerca del oído mirándome fijamente a los ojos, lo que provocó una sensación extraña en el estómago.

Nos quedamos en silencio mirándonos muy cerca, como si el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor; creo que si en ese momento me hubieran pinchado con una aguja, en lugar de sangre saldría horchata.

-          ¡Eh tú! ¿Otra vez? ¿Qué haces molestándola?- gritó Christian que se acercó a nosotros, dejando por un momento su partido de lado.

-          Tranquilo campeón - dijo Edu con las manos en alto en señal de rendición, mientras estallaba en un sonora carcajada.- Solo acompañaba a la chica, no deberías dejar a una chica tan guapa aquí sola.

-          Pues no hace falta, está conmigo ¿no ves?

-          ¡¡Christian!! Que modales son esos…- protesté para tenderle la mano.- ¡A ver! Ven aquí. Así no me gustas, tú no eres así de antipático. ¿Por qué le hablas mal a tu primo.

-          ¡¿A mi primo?! - dijo confundido el pequeño, que parecía que no había estado muy atento a las presentaciones oficiales de la noche anterior.

-          ¿No lo sabias? Es tu primo Eduardo. Su padre es el hermano mayor de nuestros padres. ¿Entiendes?

Christian miró a Edu como si no le convencieran mucho mis palabras y, con un gesto de cortesía digno de una persona de mayor edad, ofreció su mano a mi acompañante.

-          Que sepas que sigue conmigo, así que búscate otra prima a quien molestar porque su favorito sigo siendo yo.- dijo dándome un beso en la mejilla y corriendo para seguir jugando.

-          Todo un personaje ¿no?- sonrió Edu simulando tragar saliva.

-          Sin duda alguna, pero en algo tiene razón. Es mi debilidad y mi primo favorito.

-          Cuestión de tiempo.- me guiñó un ojo para llevarse un librazo en la cabeza.

-          ¡Augh!

-          Eso por creído.

La tarde transcurrió entre risas y bromas por las ocurrencias de Edu, que parecía saber como divertirme sin caer en las típicas gracias con las que solían impresionar los chicos. Aquellas horas sentados junto a ese árbol me sirvió para conocerlo mucho mejor. Resulta que ya había terminado de estudiar medicina, y empezaría el postgrado en cardiología; tenía anécdotas buenísimas sobre las guardias del hospital donde hacían autenticas barbaridades para pasar el rato si no había urgencias. Debo admitir que el chico, cada vez que abría la boca, me gustaba más; eso me hacía que me sintiera culpable. Cuando por fin conocía a un tío lo suficientemente interesante para mostrar un mínimo interés por él… ¡Sorpresa es tu primo! ¡Vaya vida más injusta!


Tras un largo día, llegamos a mi casa bien entrada la tarde; moríamos de hambre pero no había nada preparado. Era muy normal que cuando se juntaban los hermanos de mi padre, salieran a tomar algo por los bares del barrio.

-          Enano, no hay comida ¿Qué te parece si pedimos una pizza?- dijo frotando el cabello de Christian.

-          La mía de atún.- dijo con una sonrisa de felicidad.- Voy a ver tele en tu cuarto, ¿puedo?

-          ¡Primero a la ducha que hueles a tigre!- le dije dándole un cariñoso azote en el trasero.- Ahora subo a buscarte un pijama,  por lo visto llegaran tarde y dormirás aquí.

-          ¡Que sepas que no voy a dormir contigo! ¡Me despiertas siempre al moverte tanto - protesto el pequeño, haciendo que Edu se partiera de risa.

-          ¡A la ducha! - conteste avergonzada mientras cogía el teléfono para pedir la pizza.

Como siempre el repartidor se perdió por las calles cercanas y el pedido tardó una eternidad; cuando subí a buscar al enano ya estaba profundamente dormido. Bajé a cenar con Edu quien ya había puesto la mesa. Comenzamos a comer mientras veíamos un programa absurdo en televisión

-          Oye Nerea... ¿De verdad irás el año que viene a Inglaterra a visitarnos?

-          No lo sé ¿Por qué? ¿Quieres que vaya?- pregunté mientras Edu no dejaba de devorar.

-          Puede.- dijo pensativo.- pero no pienso sacarte a conocer la ciudad cuando ni al parque me has invitado.

-          ¿Cómo que “sacarme”? ¡No soy un perro!

-          Ladras como uno.- sonrió Edu que esquivó uno de mis golpes.

-          Oye… Siento no haberte avisado, pero es que el enano me despertó para que lo llevara al parque esta mañana; sus padres son muy protectores y no hay manera de que lo dejen solo y yo… Bueno, debo confesar que lo paso genial con él y sus travesuras, así que no me molesta.

-          Ya lo sé. Es tu primo favorito, empezaré a estar celoso- soltó provocando que yo abriera los ojos como platos.

-          ¿Sabes algo? Eres un idiota, jaja.

-          Bueno, más bien  creo que te empiezo a gustar…

-          Si bueno, no eres desagradable del todo- le guiñé un ojo mientras me levantaba para llevar la caja de la pizza a la cocina.

Juro que puede ver por el reflejo de un espejo como sus ojos se clavaban en mi trasero, lo que me hizo sonreír porque nunca ha sido la parte de mi cuerpo de la que me he sentido más orgullosa. Volví al salón con la seguridad de que ese chico estaba dispuesto a dar los pasos que yo no me atrevía a dar.

-          Oye por cierto, ya que tardan en venir todos ¿Puedo quedarme yo también aquí hoy? Si no hay mucho espacio, duermo contigo. A mí no me importaría que me despertaras moviéndote mucho.- sonrió arqueando las cejas

-          ¡Vaya! Parece que no eres muy vergonzoso que digamos ¿A todas les dices lo mismo?

-          ¿Celosa? – preguntó con picardía.

-          Ya quisieras, chaval.- dije empujando con mi dedo en su nariz.

Otro de esos incómodos silencios en los que yo deseaba que Christian bajara esas escaleras para rasgar la tensión del momento. Mis ojos trataban de esquivar su mirada, pero iban directos a sus labios. ¡Dios santo! ¿Qué me pasaba?

-          Bueno peque, tengo que irme ya.- dijo él que creo que se dio cuenta de mi estado de nervios.- Realmente, estoy cansado. No dormí casi anoche, pero para mí fue muy especial lo que hiciste

-          ¿Muy especial?- pregunté sin entender muy bien a que se refería.

-          ¡Vaya! ¿No te acuerdas de nada? Me besaste.

-          ¿Quéeeeee?- dije anonadada al escuchar aquello; creo que la palidez de mi rostro cambió a un tono más cercano a la sangre.

-          ¡Es broma, relájate!- sonrió mientras se levantaba dejándome sin reaccionar.- Mañana nos toca preparar todo para el viaje a la casa de campo, pero prométeme algo.

Me limité a asentir con la cabeza porque la broma de Edu me había dejado sin habla y seguía sin poder articular una sola palabra.

-          Prométeme que irás, si la casa de campo es como me la describiste quiero que seas tú quien me enseñe ese “paraíso que no tienen los ingleses”

-          Vale iré, pero que sepas que nunca le he mostrado ese paisaje a nadie así que siéntete afortunado.  Mete calzado apropiados porque el viaje de excursión es largo.

-          ¡Como Ud. Ordene mi capitán!- dijo riendo, caminando hacia la puerta de salida.- ¡Ah otra cosa! Tranquila, el día que te bese te acordarás.

De nuevo mi boca abierta mientras aquel primo, que le había dado la vuelta a mi vida en tan solo dos días, cerraba la puerta de mi casa.


La verdad que siempre me había gustado esa casa de campo; dos plantas espaciosas con un tejado a dos aguas de bonitas tejas ocres y un porche que dejaba admirar la montaña. Recordaba tantas noches al calor de la chimenea escuchando las historias de mi abuela que me resultaba un lugar especialmente entrañable. Aunque le dije a Edu que me aburría allí, para mí era como una forma de aislarme de los problemas o de los agobios del trabajo. Allí me refugié tras la ruptura con Alessandro, cuando llegué a pensar en que no quería saber nada más del mundo. Arreglé la habitación de la buhardilla a mi gusto -tenía incluso mi propio baño- y se convirtió en un coto privado cuando la familia visitaba la casa.

Mi abuela estaba la mar de contenta con la visita de mi tío Eduardo y su familia.  Parecía haber recobrado la vitalidad de una jovencita para tratar de dar todas las atenciones posibles a su hijo pródigo en los dos días que llevábamos allí. Yo estaba en la ventana con la mirada perdida en algún punto de esa montaña; desde el fondo del camino, mi primo traía con la ayuda de mi padre un carro con leña para la chimenea. La torpeza con la que guiaba el carro me hizo reír, pero tuve que morderme el labio al fijarme en esa camiseta negra sin mangas que marcada sus bíceps esculpidos en algún gimnasio de Leicester, la ciudad donde vivía. Él me vio mirando y sonrió, mientras yo desviaba la miraba avergonzada.

-          Oye, primita. ¿Cuándo me vas a enseñar ese lugar secreto?- dijo Edu al entrar en la casa.

-          Primero date una ducha, ¡hueles a tigre!- le protesté tapándome la nariz en broma.

-          Vale, vale.- dijo con las manos en alto en señal de rendición y subiendo las escaleras.

-          Ponte calzado adecuado, el camino es largo y no quiero que te tuerzas un tobillo.

-          ¡Qué síiiiiiiiii, pesada!- reía él ya subiendo el primer tramo de escaleras.

En esos dos primeros días en la solitaria casa de campo, mi primo y yo cada vez compartíamos más tiempo; llegamos al punto de hablar de nuestros sueños, nuestras metas y temores. Creo que nunca me había abierto de ese modo con una persona, excepto con Josefa, quién más que una amiga era como mi hermana; pero era muy fácil hablar con él, no me cansaba de hacerlo y nunca se nos agotaban los temas de conversación. Por supuesto seguían los momentos tensos, al menos para mí, cuando me hablaba muy cerca o me abrazaba ¿Sabría que en el fondo sentía algo por él? ¡A veces pensaba que lo hacía solo para provocarme! Yo me reprochaba cada noche lo que empezaba a sentir por Edu. Aunque no podía hacer nada, la cabeza piensa una cosa pero en el corazón no se manda… El chico me gustaba y contra eso nada podía hacer.

Subí las escaleras tras descubrir que el primito se había molestado en preparar una canasta de comida para la excursión. Casi me da un infarto al pasar por la puerta del baño de la segunda planta. Allí estaba Edu, de espaldas a mí, secándose el cuerpo solo con una toalla. Repito, ¡sólo con una toalla! Mis ojos se clavaron en su espalda, sus hombros y por supuesto, su trasero. Tuve que salir de allí, antes de que se diera cuenta, y subí de forma atropellada las escaleras hacia mi buhardilla. Al llegar a la habitación tuve que lavarme la cara para recuperarme de la impresión y me mire en el espejo.

-          ¿Qué estás haciendo, Nerea? ¡Es tu primo, por el amor de dios! - me decía a mí misma, mediante el reflejo.

-          ¡Nereaaaa! ¿Estás lista?- escuché la voz de la causa de mis preocupaciones desde la segunda planta.

-          ¡Siiiiií, ya bajo!- dije sin dejar de mirar mi reflejo en el espejo. Creo que estaba aún más pálida que de costumbre.

Comenzamos esa excursión por el recóndito camino rocoso que llevaba al lago; todo el camino tuve que llevar la canasta porque Edu tropezaba continuamente.

-          Eres muy torpe, ¿sabes?- bromeé mientras lo veía levantarse por enésima vez del suelo.

-          ¡La culpa es tuya que me traes a sitios así para una cita!

-          ¿Una cita?- sonreí por la forma de llamarlo de Edu.

-          Bueno, ya me entiendes. Tú y yo, solos. No quería decir…

-          Jajajajaja ya quisieras inglesito – le dije sacándole la lengua.

Llegamos al sitio que servía como cura a todas mis crisis; desde aquella colina, a la que tanto trabajo le había costado subir a mi primito especial, se podía disfrutar de las magnifica vistas de aquel lago de agua cristalina proveniente de un manantial cercano. Me senté en una de las rocas mientras preparaba el mantel que usaríamos para sentarnos en el suelo.

-          ¡Woow! Tenías razón, este paisaje deja sin aliento a cualquiera.- dijo Edu que llegó unos minutos después que yo.- ¿Crees que el agua estará muy fría?

-          ¡Edu, por Dios! ¡Que estamos en diciembre!- reí ante su ocurrencia.

Pero mi querido primo ya no estaba a mi lado; estaba bajando por la ladera mientras se despojaba de la camiseta. ¿Este chico no era capaz de estar una hora siquiera sin mostrarme parte de su anatomía? Se inclinó en la orilla del lago para comprobar la temperatura del agua.

-          Venga, primita, vamos a nadar un rato. Está genial de temperatura. Prometo no ahogarte.

Yo sabía perfectamente que el agua no era fría, pero trataba de que me sirviera de excusa para no tener que acompañarlo. Sin embargo parecía que el chico se empeñaba en hacer todo lo contrario a lo que yo decía.

-          Tu lo que quieres es verme en bikini ¡guarro!- bromeé mientras lo veía desabrochar el botón de su pantalón y bajarlo sin pudor alguno.

-          No responderé a eso sin un abogado presente, que lo sepas.- sonrió mientras, con tan solo el bóxer negro puesto se metió en el agua de cabeza.

-          Idiota, no pienso desnudarme delante de tí – dije cruzada de brazos pero acercándome a la orilla.

-          Pues deberías, así estaríamos en paz.

-          ¿Qué dices?- pregunté intrigada por saber hasta donde quería llegar.

-          Bueno, tú me has visto desnudo antes en el baño así que…- soltó con esa risa que daban unas inmensas ganas entre golpearlo o besarlo.

Os podéis imaginar como me quedé yo. Creo que todo el frío que pudiera tener se esfumó en ese instante. ¿Me había visto? ¡Me moría de la vergüenza!

  • Oye, lo siento… Yo no quería.- trataba de explicarme.

  • Nerea, no te preocupes. Te vi por el reflejo del espejo, pero fue culpa mía por      dejar abierta la puerta.- dijo el chico con el agua hasta el cuello.- Estaba bromeando, no quiero que te desnudes. Pero puedes bañarte en ropa interior, ¿no? A ver blanquita ven al agua ¿o me vas a dejar aquí solo?

Resoplé ante la insistencia de aquel aspirante a Santa Claus que había entraba en mi vida como un elefante en una tienda de porcelanas.

-          Primita, te daré un consejo que me dio una vez mi padre. La vida debe estar llena de impulsos; porque hay cosas que solo ocurrirán una vez en la vida y hay que asumir riesgos. Este lago, un primo de Inglaterra…

-          Ya voooy idiota, que impaciencia – dije mientras me iba desnudando hasta quedar en ropa interior.

Creo que no fui la única impresionada con el cuerpo del otro, porque mi primo no dijo una sola palabra mientras me desnudaba. No me atrevía a confrontar su mirada que sabía que estaba analizando cada parte de mi cuerpo. Y eso que mi ropa íntima no era nada sexy; una braguitas cómodas con unas ovejitas dibujadas y un sencillo bra de color blanco. Entré en el agua y me acerqué a él con lentitud pero manteniendo una distancia prudencial.

-           ¿Contento?- dije sonriendo mientras él no dejaba de observarme.

Su respuesta fue una ahogadilla por sorpresa que casi hace que me trague toda el agua del lago. Estuvimos jugando, nadando y bromeando durante mucho rato; jugando a los roces tontos y las caricias escondidas como si ninguno de los dos se atreviera a mostrar sus cartas. Lo agarré de la mano y lo llevé bajo aquella cascada de agua que le había comentado.

-          ¡Esta cascada da los mejores masajes de espalda del mundo!- dije disfrutando del contacto del agua en la zona más erógena de mi cuerpo.

-          No, los mejores masajes de espalda del mundo los doy yo.- dijo Edu dejándome de nuevo contra las cuerdas.- Puede que algún día te regale uno, si te portas bien.

-          ¡Idiota!- reí salpicándole agua y echando a nadar hacia el lago para evitar otra de sus ahogadillas.

Seguimos jugando hasta que el hambre nos venció y decidimos salir a comer algo; justo al salir del agua, Edu me rodeó con sus brazos para cubrirse con su abrigo. Por un momento noté su cuerpo pegado a mi espalda y tuve que morderme el labio para que un suspiro saliera de mi boca.

-          Veamos que trajo el inglés para comer- dije separándome de él y sentándome en la manta.

-          ¡Hey! No seas quejica hasta fruta traje – protestó ofendido.

-          Sí, y vino también por lo visto, borracho – sonreí mientras sacaba la botella de la cesta.

-          Primita, una pequeña copa de almuerzo no le viene mal a nadie. ¡No seas niñata y bébete una conmigo. ¡Hay que celebrar que es navidad!

-          Vaaaale, pero que conste que me quieres ver borracha, sólo quieres comprobar si canto villancicos tan mal como mi padre.

-          Tonta - dijo sacándome la lengua.

-          No me interesa que te emborraches, después no recuerdas si me has besado.

Quedé cortada con su respuesta; me pasaba por jugar a los dobles sentidos con un profesional. Creo que mi primo sería un estupendo jugador de póker.

-          Al menos trajiste sándwich.- dije cambiando de tema como si no hubiera escuchado su última provocación.- ¡Manteca de cacahuete!

-          ¿No te gusta?

-          ¡Me encanta! ¡Es como si me conocieras de siempre!

-          Bueno, tengo que admitir que le pregunté a Christian.- sonrió Edu travieso.

-          ¿Entiendes por qué es mi primo favorito?- sonreí mientras daba un bocado al suculento sándwich.

-          Nerea te has manchado.- dijo mi primo riendo, mientras yo trataba de limpiarme.- Espera, déjame a mí.

Alargó su mano para coger mi barbilla con delicadeza y, sin que me lo esperara, me robó un beso. Esos labios se posaron en los míos de forma suave, pero yo seguía con los ojos abiertos como una tonta; sus dientes mordieron mi labio inferior y la punta de la lengua dio un ligero toquecito que fue como si un ariete golpeara en las puertas de mi corazón.

-          Lo siento, pero no podía soportarlo más. Ya sabes, impulsos que quizás no se repitan.- se disculpó Eduardo temiendo mi reacción

-          Mejor nos vamos, ¿vale?- dije levantándome mientras no dejaba de temblar.

-          Nerea, por favor. No hagas esto.- me suplicó mi primo mientras yo recogía la canasta de forma apresurada y me vestía.

-          Eduardo, te lo suplico. Necesito irme.

Él se limitó a vestirse sin decir una sola palabra más; el camino de vuelta fue una tortura sin cruzar una sola palabra entre nosotros y con el corazón desbocado en mi pecho. ¿Por qué tenía que alejarlo de mí? ¿Por qué, como decía Josefa, no me dejaba llevar en lugar de querer tenerlo todo planificado? Llegamos a la casa y traté de poner distancia con él, charlando con mi abuela y con mis tíos.

-          Christian, ¿quieres jugar al futbol conmigo?- escuché decir a Edu que salió fuera   con mi pequeño primo que por supuesto, estaba encantado de encontrar un compañero de juegos.

Pasamos todo el día sin hablarnos y esquivando sus miradas suplicantes de perdón. No podéis haceros una idea lo dañino que puede resultar ser tan cabezota como para tratar de negar los sentimientos; sobre todo cuando son correspondidos.

Por fin llegó la noche y la posibilidad de refugiarme en mi buhardilla, mi coto privado de intimidad. Me senté frente al espejo y miraba mi reflejo mientras con la punta de mis dedos tocaba los labios que Edu había besado. Un solo roce y había logrado lo que Alessandro no consiguió en años. ¡Pero era mi primo, por dios!

De repente como si una fuerza me poseyera para que dejara de lado todos mis miedos me levanté de la silla frente al espejo y me dirigí a la puerta con mi pequeño short puesto y una camiseta anchas que me cubría casi hasta las rodillas. Bajé las escaleras de la buhardilla, con sumo cuidado de no despertar a nadie, y me dirigí a la habitación de Edu. Tenía que pedirle disculpas por mi huída; sabía que tenía que mantener las distancias y explicarle, pero no podía alejar de mi vida al primer hombre que me había ilusionado en años. Abrí la puerta de la alcoba muy lentamente y allí estaba él… Edu dormía plácidamente en su cama, de lado y sin camiseta, alumbrado por la luz de la luna llena que entraba por la ventana. La sabana solo cubría de cintura para abajo Creo que ha sido una de las escenas más impactantes que he visto en mi vida.

Todas las explicaciones que quería darle desaparecieron de mi cabeza. Solo observaba y la misma fuerza que me impulsó a bajar, era la que me atraía hacia la cama.

-          ¿Nerea? – dijo bostezando ¿Te pasa algo?

-          Dijiste que no te importaría dormir conmigo a pesar de que me mueva mucho ¿Sigue en pie la oferta?

Edu me sonrió abrió las cobijas invitándome a que lo acompañara, me metí bajo las cobijas y lo abracé por la espalda. Su aroma, su tacto, su respiración… Me quedé dormida a los pocos minutos, sin poder evitarlo.

CONTINUARÁ