Un regalo inesperado en Navidad (cap. 1: La cena)

A veces cuando crecemos, perdemos la ilusión e inocencia con la que esperamos fechas como la Navidad. Pero en contadas ocasiones descubrimos que esa ilusión puede aparecer de formas muy diversas. Soy Nerea y a continuación os presento mi historia..

Había llegado diciembre y con él todo el ajetreo de las compras de los regalos navideños; este año sería distinto porque mi abuela, la matriarca de la casa, había decidido que esta vez toda la familia se reuniría con ella a celebrar el nacimiento de Jesús ¿La razón? Ésta era para ella una fecha para estar en familia y mientras viviese deseaba compartirla con todos sus hijos, nietos y hasta bisnietos. Siempre fue la autoridad en la familia, quizás por enviudar tan pronto y tener que cuidar de sus seis hijos todos varones, lo cual fue toda una proeza pero con mucho esfuerzo y compromiso salieron adelante como “hombres de bien” como solía decir cuando le preguntaban..

Sin embargo, con el tiempo alguno de mis tíos se habían mudado a otras provincias debido al trabajo y se había ido perdiendo la costumbre de reunirse toda la familia para celebrar juntos las navidades, pero este año todo sería distinto.

Allí me encontraba yo Nerea, lista para la cena navideña a la espera de mis tíos que no veía desde que era una cría. Ahora con 26 años, llevaba un vestido negro por encima de las rodillas, que resaltaba el blanco de mi piel;  estaba segura que mi indumentaria provocaría algunas palabras de mi abuela por ser  “demasiado corto”, pero luego probablemente saldría con mis amigos y no daría tiempo de cambiarme.

Miraba por la ventana de esa vieja casa que tantos recuerdos me traía. De momentos en los que no vivíamos en los ruidosos barrios de asfixiante trafico y ruidoso ambiente. De cuando éramos niñas  y las visitas a mi abuela eran algo más que un acontecimiento; esos días de juegos entre mis primos y los demás amigos, donde lo más importante era quien corría más rápido, quien saltaba más alto… Seguía perdida en el paisaje que me llevaba a aquellos momentos de infancia, mientras pensaba en lo rápido en que había pasado el año y todo el trajín que había traído con él. Puede que, a pesar de estar muy feliz de cómo era se había desarrollado mi vida, sintiera algo de vértigo ante los recuerdos. Una leve caricia en mi espalda me hizo salir de mi ensimismamiento

-          Nerea… ¿Va todo bien? – preguntó mi hermana, te veo distraída esta noche.

-          Sí, sí. Ya sabes que siempre me ha gustado esta vista. Se ve casi toda la ciudad.

-          ¿Toda la ciudad? ¿Vivimos en el mismo mundo?- comentó mi hermana, ganándose una de mis famosas miradas asesinas.

-          Vale, pero vamos dentro que ya te echan en falta.

Apenas entramos en la sala donde ya había comenzado a reunirse la familia, corrió hacia a mí un pequeño terremoto de nueve años, mi primo Christian. Un manojo de nervios encerrado en un cuerpo tan pequeño que parecía hacer temblar los cimientos de la casa. Quizás por eso me gustaba tanto, siempre me divertían sus travesuras y se las celebraba; motivo por el cual me había ganado más de una bronca que, en su mayoría terminaban en “Nerea por Dios ¿Quién es el niño de los dos? ” Pero aun así seguía siendo mi pequeño favorito.

Transcurría la velada e iban llegando mis tíos con su familia. Todo eran abrazos, sonrisas y alguna que otra pregunta indiscreta sobre la ausencia de un novio; la verdad, prefería las recurrentes bromas de época navideña sobre el color pálido de mi piel y un posible trabajo temporal con Santa Claus.

Me senté junto a mi abuela que miraba por la ventana desde su confortable sillón, como si esperara algo. Sabía por lo que mi padre me había dicho que la razón de la espera era mi tío Eduardo. Él era mi tío desconocido, el que siempre tuvo fama de aventurero y atrevido y a  quién no conocía por vivir en Inglaterra desde que nací. Tuvo un problema con su vuelo y no sabría si llegaría a tiempo a la cena.

  • No te preocupes, abuela. Ya verás como pronto lo tenemos aquí.-dije sentada sobre el brazo del sillón mientras besaba su mejilla.

  • La distancia es muy mala cosa, hija mía. Algún día lo entenderás.- contestó con esa sonrisa llena de ternura y sabiduría.- ¡Vamos a cenar! Con este tiempo puede que no llegue hasta la mañana.

Fue una velada bastante amena. La verdad es que encontré a alguno de mis primos contemporáneos conmigo bastante agradables y muy ocurrentes. Sin embargo, notaba a los pequeños desesperarse debido a que aunque no era lo usual, para ellos Santa siempre llegaba antes. Era tradición en nuestra familia que se concentraran todos en el jardín de la casa, cantando villancicos para recibir a tan ilustre invitado vestido de rojo y esperar sus ansiados regalos. El problema es que, con tanto preparativo de la cena y de la llegada de los rezagados, no tuvimos en cuenta preparar la visita.

Estaban ya los regalos en el arbolito adornado con preciosos adornos – además de algún que otro muñeco con pistolas de dudoso gusto, seguramente idea de Christian- y toda la familia en el jardín cuando, de repente, sonó el timbre. Todos los chicos salieron disparados al salón donde se encontraba el árbol navideño para ver si Santa habría acudido a su ansiosa llamada. Lo cierto es que fue mi padre quién terminó abriendo la puerta para darle un fuerte abrazo a un recién llegado que yo no pude reconocer. Su hermano Eduardo quién, a pesar de todo, sí logro llegar. No se me olvidará jamás el intenso abrazo que acabó arrancándole unas cuantas lágrimas a mi adorada abuela.

Una nueva llamada al timbre y esta vez fue el pequeño Christian quien abrió y tras un breve instante de sorpresa, dio un gran alarido de alegría mientras entraba en el salón como un torbellino, casi chocando con mis piernas.

-     ¡¡ESTÁ AQUÍ, PRIMOS!! ¡¡SANTA CLAUS!!-gritaba como un poseso mientras saltaba junto a sus primos.

-          ¡Jojojo! ¡Feliz Navidad, niños! – dijo aquel desconocido disfrazado del entrañable personaje con esa peculiar entonación tan reconocible.

Los niños saltaban alrededor suya amenazando con tirarlo al suelo, mientras entregaba algunos obsequios de su bolsa, aunque miraba extrañado regalos abiertos en el árbol.

-     ¡Es la Wii!- gritaba Luisito, otro de mis primos, feliz con su nueva consola en las manos.

-          Me alegro que te guste, te has portado muy bien este año – decía sonriente, para despeinar el cabeza del niño con ternura.- Veo que os han gustado los regalos, pero había olvidado darles algunos; así que vine a entregárselos en persona pero ya me debo ir, hay mucho trabajo por hacer. ¡Portaos bien!

Los niños de despedían de ese visitante tan especial con un gesto de felicidad que me hacía recordar que la inocencia aún existe en esos enanos. Yo por mi parte miraba divertida la situación. He de admitir que como tantas veces me recriminaba mi hermana, seguía siendo una niña en cuerpo de mujer; todas estas tradiciones de fantasía me encantaban. Lo importante era que los peques estaban contentísimos con la llegada de ese simpático gordinflón que incluso tenía un extraño acento extranjero que le daba más credibilidad al personaje. Fue mi padre quién me sacó de mi diatriba al llamarme y con voz de orgullo decirme:

-     Nerea, quiero presentarte a mi hermano mayor, él es tu tío Eduardo.

-          Vaya, un placer conocerte tito, siempre he oído a papá hablar de ti.

-          Espero que cosas buenas, mi niña – me dijo mientras se reía y le daba una colleja a mi padre.- Siempre me hace quedar mal pero esta vez no ha mentido eres bellísima y se acercó para darme dos besos.

Ahora que lo tenía cerca me pude fijar bien en él. Se parecía muchísimo a mi abuela y se notaba que era el mayor de los hermanos por algunas canas y arrugas que cruzaban su rostro. Un poco sobrado de kilos pero con ese color de cara que denotaba una salud a prueba de bombas; no cuadraba mucho su físico con un gusto bastante moderno a la hora de vestir, con un abrigo cruzado de cuadros escoceses y un sweater de cuello alto que le daba un aspecto informal a la vez que elegante.

-          Bueno tito, la verdad es que papi suele hablar muy bien de ti. No tienes que preocuparte.- dijo justo cuando mi movil comenzó a sonar.-  Perdón, si me disculpas me hablan al teléfono y debo contestar.

-          Por supuesto, mi niña. Contesta, tenemos muchos días.

Así salí de la casa a contestar mientras me alejaba para sacar con urgencia un cigarrillo y fumarlo. Aunque mi padre sabía que lo hacía, mi abuela era capaz de matarme si me veía fumando. Demasiado que me había librado de su bronca por la escasa longitud de mi vestido; no había que tentar a la suerte.

-          ¡Josefa!- grité feliz de escuchar a mi amiga.- Estaba esperando tu llamada ¿A que hora pasarás a buscarme? Ya estoy deseando marcharme, fue agradable un rato pero ya empiezo a agobiarme.

-          Lo siento Nerea, pero te llamo para decirte que no saldré hoy. Tuve un mal rollo con Juan y la verdad es que se me cortó el rollo.

-          Voy a matar a ese Juan ¿Qué hizo ahora?

-          Más de lo mismo la verdad, pero ahora no quiero hablar. Me voy a acostar y ya te buscaré mañana. Por favor, discúlpame por dejarte tirada.

-          Que sepas que me la debes, ahora estaré aquí hasta quien sabe que horas por tu culpa. ¡Y eso significa escuchar a mis padres cantar villancicos!

-          Lo sé, lo siento nena.- dijo mi amiga con la voz cortada.

-          Vaaale tonta, ya mañana me cuentas. descansa y Feliz Navidad.

-          Disfruta ese día, nena. Quizás Santa te lleve a algún chico que valga la pena.- dijo con uno de sus amagos de querer provocarme.

-          ¡Cállate ya! ¡Vete a dormir y mañana nos vemos!- reí sin entrar en su juego.

Colgué la comunicación pero no podía disimular una expresión de fastidio ante la perspectiva de pasar toda la Nochebuena allí. Le di una última colada a mi cigarrillo con la frente arrugada cuando me interrumpió un extraño diciéndome:

-     Vaya... ¿Siempre eres tan gruñona o sólo eres el Grinch?

-     ¿Y tú siempre eres tan maleducado o sólo no tienes nada mejor que hacer? – pregunté volteando hacia el extraño para quedarme boquiabierta.

-          A decir verdad, tú no eres verde y no creo que Jim Carrey tenga esas  bonitas piernas.- prosiguió el chico mirando con descaro mi vestido.

-          ¿Pero cómo te atreves?- gruñí haciendo un ademán de golpearlo

-          Vale, vale, lo siento... – rió el desconocido dando un paso atrás sonriendo.-Fui un descarado pero es que me lo has puesto en bandeja de plata. ¿Empezamos de nuevo? Soy Edu.

El chico extendió su mano, ofreciendo un saludo que sonaba a declaración de paz; lo observé aún con los ojos entornados. La verdad que el chico llamaba la atención allá por donde pasara, más por su desparpajo y peculiar personalidad que por un atractivo fuera de lo común. ¡Bah! ¿A quien quiero engañar? Estaba buenísimo el chico, con su abdomen muy marcado, sobre esa camiseta negra ajustada, su cabeza rapada y unos ojos marrones que hacían que me perdiera en ellos con cada sonrisa. ¡El chico se las traía!

-          Nerea – dije suavizando un poco el gesto.

-

-          ¿Oye sabías que fumar es malo? Te puede matar…

-

-          No me digas que me vas a dar el sermón, lo odio.

-

-          No, pero es muy fácil hacerte enfadar.-dijo riéndose con ganas- ¿Me das uno?

No tenía idea quién era el tal Edu pero no dejaba de sorprenderme su espontaneidad y su manera de hacerme enfadar rápidamente para luego suavizar el ambiente con una sonrisa me tenía anonadada.

-          ¿Nerea? Estás bien – dijo preocupado.

-          Sí, si… Lo siento, aquí tienes. – le dije mientras yo ponía otro cigarro en mis labios.- ¿De donde sales?

-  Te parecerá extraño, pero te contaré un secreto. Soy Santa Claus… - dijo el muchacho acercándose a mi oído para volver a alejarse con una sonrisa- Bueno a decir verdad me disfrazaron para sorprender a unos niños.

-          ¡¡¡Eras tú!!! Vaya, con razón no te reconocí.-reí emocionada de conocer a quien se escondía bajo el disfraz.- Los enanos casi se mueren de emoción.

-          Esa era la idea, aunque realmente fue algo improvisado. Fue un regalo que quiso hacer…- no llegó a terminar la frase pues en ese momento lo llamaron al móvil, haciendo un gesto de disculpa mientras contestaba.- Sí.. sí… Ya voy. Como usted diga, señor.

Colgó el teléfono sin perder esa sonrisa que me tenía enganchada y que había provocado que el cigarro se consumiera entre mis dedos sin darle más de tres caladas.

-  Bueno, Nerea. Debo irme, ya sabes que la noche de Santa Claus es muy larga.- sonrió extendiendo su mano para despedirse.- Ha sido todo un placer conocerte.

-          Igual Edu. Suerte con tu “señor” - dije riéndome, mientras apretaba su mano, pensando que era una llamada de su jefe.

Estuve afuera un buen rato llamando a los pocos amigos que quedaban en la ciudad. Sin embargo, fue imposible volver a llamar a alguien ya que las líneas estaban colapsadas. Así que, resignada, entré a casa. Apenas lo hice fue mi madre quién me llamó:

  • Nerea, hija te presento a tu tía Julie, es la esposa de tu tío Eduardo, me dijo tu        padre que ya lo conociste.

  • Vaya, encantada - le dije muy impresionada, era una mujer bellísima rubia, de ojos grises y de cuerpo muy atractivo para su edad. El buen gusto que tenía vistiendo explicaba perfectamente la forma de vestir de mi tío Eduardo.

  • Deja esos formalismos linda. ¡Dale dos besos a tu tía!- expresó y se acercó a mí dándome dos sonoros besos en las mejillas.- Tu madre me contó que estás muy concentrada en tus estudios de inglés; quiero que sepas que estoy tratando de convencer a tu madre para que nos visiten a Inglaterra para el año que viene. Pero si este par de vejetes no van, nuestra casa es tu casa, y no aceptaré un “no” por respuesta. Seguro la pasarás bien con tu primo.

La verdad es que la velada transcurrió entre copas de licor y villancicos desentonados;  la única conversación que parecía haber disfrutado fueron aquellos 10 minutos con ese tal Edu, el hombre tras el disfraz de Santa Claus que estaría sorprendiendo a más niños. ¡Vaya! “Quizás Santa te traiga un hombre que valga la pena” recordé la frase de Josefa. Pues no sé si era ese chico, pero le encantaba provocarme para luego reírse y arreglar la situación con un “lo siento”. Buff... ¡Un idiota eso es lo que era! Pero un momento ¿Que hacía yo pensando en aquel idiota?

Ese momento de distracción lo pagué recibiendo un brinco de Christian quién casi logra que nos caigamos de la silla y, muerto de risa, me invitó a jugar Wii con él. Así que estuve gran parte de la noche mientras, entre risas, el enano se burlaba de lo mala que era a ese juego de bowling virtual. La verdad es que, entre la poca puntería con ese extraño mando y las más que bochornosas posturas que me hacían adoptar para los lanzamientos, todos los que pasaban por allí reían al ver la celebración y las risas que tenía. Fue entonces casi al final del juego cuando escuché una voz a mis espaldas que me resultó muy familiar e hizo que se me pusiera la piel de gallina.

  • El problema es que lo haces mal permíteme, debes estar más relajada.- me dijo  para sujetar mi mano derecha indicándome el movimiento.

Me hizo flexionar un poco las rodillas,  con una mano en la parte baja de mi espalda. Lancé muy decidida acompañada en todo momento por ese chico, que no dejaba que me desviara. ¡Logré hacer mi primer strike! Por supuesto el pequeño Christian se enfadó y, automáticamente, gritó:

  • ¡Eh tú, métete en tus asuntos! ¡Eso es trampa!

  • Tranquilo chaval, sólo le enseñaba a la chica. Debes aprender pronto que ellas siempre ganan de un modo u otro. – decía Edu riendo y revolviéndole el pelo al enano, que no entendía muy bien la explicación.

Yo, boquiabierta, miraba el TV para luego voltear tratando de disimular la cara de estúpida que sabía que tenía que haber puesto y dispuesta a dar las gracias, aunque muy sonrojada porque no lo esperaba en aquella casa. Sin embargo esa sensación fue opacada casi de inmediato cuando mi tía Julie llegó a la sala diciendo:

  • ¡Edu, amor! ¡Al fin te consigo! Quería presentarte a tu tía.- dijo la esposa de mi tío Eduardo junto a mi madre, cogiendo del brazo a quien todo parecía indicar que era su hijo.-Ya veo que conoces a tu prima Nerea. Que bien que se lleven bien, ya que las he invitado el año que viene a casa y tendrás que mostrarle la ciudad.

Al escuchar estas palabras puse los ojos como platos, tratando de recuperarme rápidamente para volver a ver a Edu que parecía tan abochornado como yo.

  • Va…Vale madre, seguro que le enseñaré a la prima la ciudad, pero ella tendrá que mostrarme la suya primero - dijo mirándome a los ojos y guiñándome uno, para luego volver a ver nuestras madres y sonreír.- Un placer, tita. Ahora entiendo que con una madre así es normal que mis primas sean tan guapas.

  • ¡Tan adulador como su padre!- sonrió mi madre dándole dos besos.

Edu no dejaba de observarme con una mirada que denotaba un mezcla de sorpresa y nerviosismo. No podía culparlo de su estado porque yo estaba igual que él.

CONTINUARÁ