Un recuerdo hecho de estrellas (II)

Padre e hija se rasgan los sentimientos para desnudar la carne

—Nerea, ya basta, por favor.

—¿No te gusta?

Palpa con descaro el enorme bulto que ha crecido en los pantalones de su padre. Las manos que la sujetan están casi en las axilas, y los pulgares extendidos presionan los pechos por encima del sostén.

—Esto no está bien… —masculla su padre con la respiración acelerada.

Pero ella ya lo sabe, eso es lo que más la excita. Sin pensarlo dos veces se pone de rodillas sobre sus zapatos y con dedos hábiles abre la cremallera de la bragueta.

—Por favor, no podemos hacer esto.

—Será nuestro secreto, papá.

—¡En serio, ya basta!

La agarra por los hombros con decisión, apartándola. Esa forma de sujetarla solo provoca que se ponga más cachonda.

—Has dicho que me parezco a mamá —le recuerda Nerea con la voz encendida por el deseo—. Quiero chupártela, aunque solo sea un poquito. Si quieres cierra los ojos, ¿vale? Imagina que soy ella, me da igual.

—¿Pero por qué…?

—¿Cuánto hace que nadie te la chupa, papá? —Con una mano vuelve a tentar la erección por encima de los pantalones—. ¿Mamá te la chupaba aquí? —La polla responde palpitando.

Nerea tarda unos segundos en sacársela. Es enorme, más de lo que jamás hubiera imaginado. Y la tiene tan dura que apunta hacia arriba. La acaricia, es suave. Está caliente, parece que arde al contacto con sus manos frías. Dios, se la está agarrando. Poco a poco, con suavidad, retira la piel hasta dejarla detrás del glande. Lo tiene hinchado, enrojecido, y en la punta hay suspendida una gota de un blanco semitransparente.

Usa la lengua para probarla. Su padre le ha puesto la mano encima de la cabeza, se la acaricia.

—Dios…

Y esa mano enorme la hace sentir como una niña. Es una mano que la recompensa, que le recuerda que no se la está chupando a cualquiera.

Intenta metérsela entera en la boca. No entra, pero lo intenta. Y cuando va a toser se la saca. Vuelve a intentarlo, aunque sin mucho éxito, y tose con una risa nerviosa. De pronto él la atrapa por la cabeza y presiona. Empuja, asfixiándola. Le falta el aire pero no afloja.

Sin soltarle el cabello empieza a mover las caderas. La polla entra y sale, le está follando la boca. Es demasiado gruesa para que pueda caber en su garganta, pero se va haciendo espacio embestida tras embestida, segundo a segundo. Y por algún motivo le encanta cuando le dan arcadas.

Pone las manos en los muslos de su padre. Por favor, ya basta. Si no se detiene puede que vomite. Empieza a marearse. ¿Hace cuánto que no respira? No logra sacársela de la garganta.

De pronto, siente un tirón en el pelo. Solo ahora, al tomar una bocanada de vida, es consciente de que está mojada. Y mucho. Nota las bragas húmedas, como si se le hubieran escapado unas gotas.

Un hilo de saliva espesa cuelga desde su labio hasta la polla que tiene delante. Roja, húmeda, con venas marcadas. Es preciosa, y la quiere dentro.

—Fóllame, papá —le suplica.

—No, ya basta. ¿Qué estamos haciendo? —Trata de subirse los pantalones, pero ella se los agarra—. Habías dicho que solo eso. Y joder, ni eso debimos. Nerea, suéltame.

—Pero no te has corrido, ¿no? —Con una mano hambrienta rodea la polla—. Venga, papá, por favor…

—Nerea, te he dicho que me sueltes.

Pone la enorme palma de la mano sobre la frente de ella, que intenta acercar la cara para seguir chupándosela. Que se muestre dominante solo hace que ella tenga más ganas. Y la bofetada que recibe a continuación solo lo empeora. Dios, es como si el calor de su mejilla se extendiera hasta el interior de sus muslos. Nerea es la niña de papá, su putita. Lo mira a los ojos, todavía de rodillas.

—Nerea, lo siento… —masculla desde arriba.

—No pasa nada, papá.

—Ponte en pie de una vez.

Nerea obedece como si fuera una orden. Ya está de pie, pero se ha bajado los pantalones y las bragas mientras se levantaba. No le ha pasado por alto dónde la está mirando. Vuelve a besarlo, esta vez de forma más apasionada. La polla erecta está entre sus muslos y se curva hacia arriba acariciando la entrada, muy cerca.

Mueve las caderas como cuando era pequeña. Una vez estaba cabalgando la pierna de papá cuando empezó a frotarse. Curioso, ya no se acordaba. ¿Desde cuándo ha estado enamorada de él? Sigue moviéndose. Y lo besa, muerde los labios. Le está respirando en la boca cuando por fin nota las manos fuertes de una figura protectora, han ido bajando hasta alcanzar sus nalgas desnudas. Aprietan, estrujan. Y la punta sigue tentando al separar los pliegues húmedos.

—Métemela ya —jadea, abrazándolo.

Entonces se cuelga de su cuerpo. Él la aúpa sujetándola por el culo, igual que cuando la llevaba a la cama tras quedarse dormida. La polla entra con calma, abriéndose paso. Nota cómo palpita cuando solo tiene la mitad dentro. ¿O es su coño lo que está latiendo? No importa.

Ha entrelazado las piernas en la cintura de su padre, tiene los brazos rodeando su cuello, y ha enterrado la cara en su hombro. Ya no existe nada más que la noche, los jadeos, su perfume. Nunca han estado tan juntos. Casi parece como un sueño, apenas puede creer que de verdad es él quien la está llenando.

—Gracias, papá…

Hunde los dedos en su cabello mientras le da pequeños besos en el hombro, en el cuello.

—Estás muy apretada —le gruñe al oído.

—Fóllame.

Por un instante se siente vacía. ¿Tan grande era? Y un segundo más tarde se entierra hasta lo más profundo de sus entrañas. Clava las uñas con un gemido de dolor, de placer.

—Fóllame duro.

Su padre no tarda mucho en agarrar el ritmo. La polla entra y sale con furia, martilleando lugares que nadie más ha alcanzado. Nerea se enrosca a su cuerpo como pidiendo auxilio, como si le llorara con la esperanza de que la proteja de quien le hace daño.

—Más, más… —suplica entre jadeos, casi sin voz—. No pares, joder, fóllame…

Tiene la mente en blanco. No piensa en nada, solo en el placer que siente cuando la punta machaca el fondo. Ahora las manos de su padre separan las nalgas tensando su ya de por sí apretado coño. Corre aire, lo nota en el ano y en la humedad que le crece entre los muslos.

No tiene frío. Está ardiendo, una nube de calor que arrastra su mente lejos de allí. Flota en un sueño, vuela en los brazos del único hombre que la ama de verdad.

Sigue colgada de él cuando se da cuenta de que está bajando. Con su espalda encuentra el asiento de atrás del coche. Ahora la sujeta por los muslos, le mantiene las piernas en alto sin dejar de moverse. La inmoviliza hundiéndose más adentro, más rápido, más fuerte.

—No pares… fóllame más duro —gime con la voz entrecortada por las embestidas.

La mano ansiosa de su padre forcejea con la cremallera. Nerea disfruta, se muerde los labios sintiéndose deseada a los ojos del hombre que más le importa. La chaqueta está abierta, la camiseta subida hasta las axilas, y los pechos sobresalen por encima del sostén. Unos pellizcos castigan los pezones duros. Joder, cómo estira. Y no solo eso: los dobla, los retuerce hasta que se resienten.

En ningún momento ha dejado de moverse dentro de ella. A veces cambia el ritmo, solo eso. Va lento mientras le besa las tetas. Curioso, es como si estuvieran haciendo el amor. Aunque lo ama, no es eso lo que ahora quiere.

—Más duro, joder —se queja.

Su padre la hace callar azotándole un pecho. El sostén no permite un buen golpe, duele. Por algún motivo a ella le gusta. Es raro, porque aunque le gusta no quiere que lo repita. Miedo, debe de ser eso.

Por suerte no vuelve a azotarla. En su lugar, la agarra por el cuello con una mano mientras con la otra le tapa la cara. La inmoviliza contra el sillón y la hace sentir como un objeto, como a una puta que no vale nada.

A ella no le importa mientras sea la suya.

No. Es más, le gusta. Sometida a manos de papá, humillada por el hombre que más la ama. Le basta con ser imprescindible aunque solo sea en eso. Realizada a través del sexo. Sí, es una puta. Y le encanta.

Casi no puede respirar. Nota que le pesan las mejillas, deben de estar rojas. En realidad, toda su cara debe de estarlo. Una sensación extraña, como si tuviera fiebre. La mente está en blanco, sobre el asiento del coche solo ha dejado un cuerpo. Y sin embargo nunca ha sido más consciente de todo cuanto la rodea.

—¿Te gusta mi coñito, papá?

Apenas entiende lo que responde, ni siquiera está segura de que ninguno de los dos haya dicho algo. Gruñe, jadea, empuja. Los amortiguadores del coche chirrían acompañando los sonidos del sexo.

Ahora ya no huele su perfume. La tapicería pegada a su cara apesta a cuero. Clava las uñas en sus muñecas. No sabe si le gusta, es como si la estuviera violando. Muchas veces se ha tocado fantaseando con aquello. Y ahora no sabe cómo sentirse al respecto.

Qué extraño, no está cómoda pero disfruta. Incluso empieza a pensar que lo que más le gusta es eso, el desprecio.

Los dedos han encontrado un hueco en la boca abierta. Muerde uno, lo chupa. La otra mano la agarra por el pelo. Lo tiene enredado encima de la cara para tapársela.

Nota que la polla se hincha muy adentro, palpita casi a la altura del ombligo. Aumenta el ritmo de caderas mientras jadea como un toro y en el último momento la saca, descargando un viscoso chorro caliente desde el pubis hasta los pechos.

Entonces la atrapa por el pelo, de un tirón la obliga a erguirse, y se la mete en la boca. Salada, con un sabor más fuerte que el de antes. En vez de moverse, es ella quien pone empeño en no dejar ni gota. La escurre con una mano mientras la limpia con la lengua.

Un coche a su espalda, en la carretera. El sonido del motor engulle el silencio, la gravilla cruje por los neumáticos. La luz de los focos entra por las ventanillas y desaparece. Ha frenado. Una puerta abriéndose.

—Eh, amigo, ¿todo bien? —La voz de un hombre.

Nerea está abrigada por la oscuridad. De repente, desea ser descubierta. Si la polla de un adulto le ha dado tanto placer, ¿cómo sería con dos a la vez? Encendida por este pensamiento, atrapa la polla de su padre y la introduce de nuevo en su boca.

—Perfectamente —responde él desde el otro lado del coche, de pie junto a la puerta trasera.

La voz le tiembla un poco. No demasiado, por desgracia. Nerea lo masturba con fuerza con la esperanza de que el otro lo oiga. Con ese silencio no debe de ser difícil escuchar los sonidos de una polla húmeda.

—¿Seguro? No tiene buena cara.

—Necesitaba estirar las piernas, solo eso. —Esta vez se le escapa un suspiro, casi un jadeo—. Ya sabe, es bueno descansar un poco.

—Claro, que tenga buen viaje.

Joder, ¿es que está sordo? La puerta se cierra, y el ruido del motor desaparece a lo lejos.

—¿Qué coño haces, Nerea? ¿Y si nos descubre, qué?

—Venga, papá, un poco más.

Pone las manos sobre sus muslos, le sonríe aplastando la mejilla contra la polla, no tan dura pero todavía gruesa.

—Ya basta, nos vamos a casa. Ahora.

Guarda lo que le cuelga dentro de los pantalones. De un portazo cierra la puerta del conductor, ya al volante.

—Sube al coche, joder.

—¿Espera a que me vista al menos, no? —se queja.

Nerea está afuera, semidesnuda. Después de arreglarse lo mínimo, toma el asiento del copiloto y le regala una sonrisa.

—Preferiría que te sentaras detrás —le dice su padre.

—Antes estaba aquí y no te importaba.

—Es distinto.

—Anda ya, papá. —Se pone el cinturón de seguridad después de darle un codazo cómplice, sonríe como si se burlara de él—. ¿Vamos a casa? Ya hemos visto estrellas.

—Nerea, siéntate detrás, por favor.

—No me voy a cambiar de sitio, ¿vale? Arranca.

Su padre suspira mascullando alguna queja. Nerea tiene la cabeza en el cristal mientras observa la tierra que va apareciendo frente a los faros. De vez en cuando hay una curva, por lo demás debe de ser el viaje más aburrido de su vida. Entre los dos se instala un silencio reflexivo, de culpa. Nerea odia sentirse así.

—¿Te ha gustado? —pregunta al cabo de un rato.

Su padre mantiene la vista al frente, estrangula el volante. Por su mandíbula encajada se adivina que está enfadado. O preocupado, quizá.

—¿Papá? Di algo.

—¿Qué? —espeta.

—Di algo.

—¿De qué?

—De lo que ha pasado.

—¿Qué quieres que diga?

—Lo que sea.

Le tiemblan los nudillos, aferrados al volante como a una cuerda de la que pende su vida. En su sien izquierda palpita un músculo. No separa los ojos de la carretera.

—¿Es que no puedes mirar a tu propia hija a la cara? —le recrimina.

—Estoy conduciendo.

—Qué mierda de excusa.

No dice nada más. Nerea resopla, mira hacia las estrellas del cielo pensando en lo mucho que se ha equivocado. Hace unos instantes creía que al mirarlas vería algo más. Y no, no ve nada salvo solo la decepción y la vergüenza que se refleja en la actitud de su padre.

—¿Vas a hacer como si no existiera? —pregunta—. Al menos podrías decir si te ha gustado o no.

—Nerea, ¿podemos cambiar de tema?

—Pensaba que me querías.

—Y te quiero, pero no así.

—Ah, ¿no? —Lo mira alzando una ceja, sonríe pícaramente—. Pues yo diría que disfrutabas.

—No lo entiendes.

—Ni quiero —responde, alzando los hombros.

Su padre sacude la cabeza de forma casi imperceptible, desaprobador e incrédulo.

—A mí me ha gustado —le admite Nerea, posando una mano sobre su muslo—. No tienes por qué avergonzarte de esto, papá.

—Aun así, yo…

La voz le falla y las manos tiemblan al volante. Todo apunta a que va a llorar, y a Nerea le conmueve saber que hasta el hombre que la protege a veces necesita ser protegido. Agarra con más fuerza su pierna tratando de transmitir seguridad.

—No pasa nada —le dice—. Es lo que yo quería, no tienes la culpa de lo que ha pasado, ¿vale? Quería que pasara.

«Y puede que en el fondo tú también».

—¿Pero por qué…?

—Porque sí, porque es lo que siempre he querido. Eres la persona más importante del mundo para mí, papá.

Con estas palabras hace aflorar una sonrisa de orgullo en el perfil del rostro de su padre. Suelta su muslo, deja las manos en el regazo porque no sabe qué hacer con ellas. Qué difícil es abrirse. Y qué irónico, pensando que ya se ha abierto de piernas.

Apoya la cabeza contra la ventanilla. La vibración la tranquiliza, la acerca a todo cuanto la rodea. Inspira los olores conocidos para recordarse a sí misma que allí debería sentirse a salvo. ¿Cuándo fue la última vez que habló de sentimientos con su padre? Mira hacia las estrellas que se extienden más allá del camino pedregoso.

—¿Sabes, papá? Nunca te lo he dicho, pero eres una especie de héroe para mí —confiesa con voz adormilada—. Siempre has estado conmigo cuando te necesitaba. Y no recuerdo cuándo fue que empecé a quererte como lo hago ahora, pero te quiero. Es raro, ¿no? —Pasa el pulgar para separar el cinturón de su cuerpo porque siente que le falta el aire, está nerviosa—. Christian me gustó porque me recordaba a ti. En el fondo, buscaba a alguien que pudiera suplantarte porque creía, que tú… que tú nunca me querrías de esa forma. En fin, puede que sea así, que para ti esto haya sido un error, y que me tenga que conformar con una sombra del hombre que necesito, pero quiero que sepas que no me arrepiento de lo que ha pasado —suspira mordiéndose el labio—. Para mí fue mucho más que sexo, papá. En el fondo, sé que me quieres aunque me hayas follado como si me odiaras.

Nerea se da cuenta de que por fin su padre le devuelve la mirada.

—Nerea… no te odio.

—Lo sé, papá. Yo tampoco te odio.

La tela de los vaqueros está levantada. Nerea también se da cuenta de esto. Qué incómodo, ¿se le ha puesto dura mientras le hablaba de sus sentimientos? Nunca podrá entender cómo funciona la mente humana. Todo es muy raro, porque ella también se pone cachonda en momentos de vulnerabilidad. Y ahora no es una excepción.

—¿Quieres que algún día repitamos? —le pregunta, acercándose un poco.

En vez de responder, su padre suspira sacudiendo la cabeza. De nuevo esa actitud de no poder creer lo que está pasando. A Nerea le molesta que no la tome en serio.

—¿Papá? —insiste—. ¿Cuándo volveremos a follar?

—Déjate de tonterías, por favor.

—No es una tontería.

—Nerea, sigo pensando que no está bien.

—Pero los dos queremos —constata, posando una mano encima de la abultada entrepierna—. Voy a seguir chupándotela.

—Aquí no.

—¿Por qué no?

—Es peligroso.

—Me gusta el peligro —susurra con una voz suave, casi un ronroneo, mientras acaricia la polla por encima de los pantalones—. Qué caliente, papá.

—Nerea, por dios…

—La quiero en mi boca.

—Pues haz lo que tengas que hacer.

Por la forma en que lo dice podría estar irritado, excitado, impaciente, frustrado, o puede que todo a un mismo tiempo. Nerea se inclina sobre su regazo para forcejear con la hebilla del cinturón.

—¿Tanto te cuesta? —se burla él con una risita agitada.

—La posición no ayuda.

—Espera, ya lo hago yo.

Con una mano termina de abrirlo. Entre los dos consiguen bajar un poco los pantalones. La polla salta como un resorte, increíblemente dura, y tan grande como la cara de ella. Reparte besos por toda la longitud del tronco, subiendo. Da el último en el glande, lo cubre con los labios, aprieta, succiona. Lo masturba lentamente, es tan gruesa que apenas puede rodearla con los dedos. Usa la punta de la lengua para estimular sus puntos débiles, en especial el frenillo. Y sabe que acierta cuando lo hace suspirar entre gruñidos.

Se está divirtiendo con el glande entre los dedos; al apretarlo se abre el orificio y asoma una gota semitransparente. Cada vez que pasa la lengua por ese sensible agujerito, consigue que su padre tiemble. Una tortura placentera. No está mal tener el poder de vez en cuando.

Entonces, como sacándola de esa ilusión, su padre la agarra de la nuca para obligarla a bajar la cabeza. Mierda, coches. ¿Han llegado a la ciudad?

—Quieta, o te verán. Estamos un semáforo.