Un presente

Sogda, la esposa de Ocos, el mercader persa, le sorprende una tarde con un regalo: una joven esclava europea asustada.

El hombre se había quedado dormido en el calor soporífero del mediodía y, cuando la esposa volvió continuaba en la cama. Ella abrió la puerta cautelosamente para no despertarle.

  • Deja todo ese sigilo, Sogda. Estoy despierto. – abrió los ojos y extendió una mano. – Ven. He soñado contigo.
  • Espera. – ella asió su mano y le besó cada dedo, mirándole a los ojos – Tengo un presente que será mejor que cualquier sueño. Por lo que parece… lo estabas esperando. – le agarró la polla, que se endureció entre sus manos. – Volveré enseguida. No dejes que decaiga mucho, la vas a necesitar.

Salió de la estancia meneando el culo, haciendo oscilar la falda, que dejaba al descubierto los muslos, a sabiendas de que él la seguía con la mirada. La esposa era una mujer buena y fuerte, que le había dado tres hijos sanos en dos rápidos partos. Desde el principio había estado a su lado, compartiendo con él el peso de los negocios y sus riesgos. Había derramado en su nombre la sangre de los enemigos y en su nombre, había derramado mieles en los oídos de los patrocinadores. Tenía un carácter de zorra acorralada y sus ojos le advertían sutilmente de las cosas que merecían su atención.

La cortina volvió a abrirse y Sogda apareció, sonriente y cómplice, llevando en su mano un largo cordón. El otro extremo ceñía las manos de una muchacha que mantenía baja la vista. La chica sólo llevaba una sencilla túnica de lino tan fino que se le transparentaban los pezones sobre el cinto azul. Parecía europea, con el pelo castaño muy corto, como si se lo hubiesen rapado hacía tan sólo un mes o dos. Un poco delicada, pero serviría. La esposa sonreía esperando su juicio, aunque ya sabía cuál iba a ser el veredicto.

Él se levantó de la cama y besó a su mujer en los labios fragantes y en la frente de piel aceitunada, justo debajo del nacimiento del pelo negro y brillante. El hombre dio un fuerte tirón del cordón y la esclava se vio atraída con tal rapidez que necesitó apoyarse en su pecho para no caer de bruces al suelo enlosado. Al tener las manos atadas juntas, no habría podido amortiguar la caída.

  • Mira, Ocos, los ojos que tiene. – Sogda giró la cabeza de la esclava hacia arriba, para mostrarle unos ojos redondos y dorados, con una expresión marcada por el miedo. La vestimenta sencilla y la ausencia de joyas ponían en evidencia su belleza natural además de su condición de propiedad. – Y los labios. Es muy bonita, ¿verdad?

Lo era. Los labios eran rosados y más finos de lo que estaba acostumbrado, pero en su rostro de ciervo asustado ocupaban un buen lugar. Ocos cogió la cabeza con ambas manos, analizando sus facciones. La frente amplia, cejas curvas, unas pecas ligeras sobre la palidez levemente dorada por el sol, en sus anchos pómulos y la nariz recta. La delicada mandíbula estaba tensa. Tal vez era macedonia, lo mismo daba. El pecho se movía arriba y abajo con su agitada respiración, haciendo hacer y desaparecer los músculos del cuello, que se tensaban como cables desde la clavícula hasta las orejas.

La esposa, detrás de la esclava, soltó las fíbulas de sus hombros y la parte superior de la túnica cayó sobre el cinto azul, dejando a la vista los ruborizados pechos. Tenía unos pezones pequeños, rosados y duros. Con un dedo, Sogda acarició la parte exterior de un pecho, haciendo que la chica se sobresaltara. Mirándola a los ojos, Ocos puso sus manos sobre su pecho, sintiendo los pezones clavarse en sus palmas la esposa colocó sus atezadas manos encima y le hizo apretar. Con sus manos abarcaba las pequeñas tetas firmes por completo. Adelantándose a sus deseos, Sogda soltó el cinto azul con un solo movimiento (él no habría podido, el nudo era demasiado fino) y la túnica de lino, el cinto azul y las fíbulas cayeron al suelo sin hacer ruido.

Su figura era más bien delgada. Cintura estrecha. Las crestas de la pelvis se marcaban un poco en sus caderas. Aunque joven, era una mujer, no una cría. Ocos caminó a su alrededor, mientras su mujer pasaba el cordón por encima de la barra del dosel, obligando a la chica a alzar los brazos, con lo que sus tetas se juntaron, redondeadas, en su pecho. Conociéndole, Sogda le había hecho afeitar el coño, que aun estando de pie y con las piernas cerradas lucía como una promesa. El trasero de la esclava era redondo y suave. Las piernas delgadas se unían en las rodillas, dejando un pequeño espacio entre los muslos, donde él metió tres dedos para notar el calor de su coño.

  • ¿La dejamos así?
  • Está tan asustada que da lo mismo. No podría correr ni aunque quisiera. También debe ser porque no entiende una mierda de lo que hablamos. Si quieres, Ocos, la suelto, aunque me gustaría tenerla así un poco más.

Y así se hizo. La esposa se quitó el chaleco. Ella tenía también los pezones duros, de un brillante color púrpura; el pecho más lleno, algo más grande. La cintura era una profunda y suave curva cóncava que marcaba la redondez de sus caderas. Besó a la esclava en los labios con sus labios oscuros; mirando los ojos verdes a los dorados, le pellizcó los pálidos pezones. Complacido, Ocos se sentó a mirar en un diván, notando cómo su polla se endurecía de nuevo y cada vez más. Sogda cogió con sus manos los pequeños pechos blancos y los lamió, dejándolos húmedos y brillantes. Succionó los pezones entre los acelerados jadeos de la muchacha, que se debatía con los brazos en alto, inútil y poco convincentemente, de lado a lado, haciendo quelas tetas golpeasen el rostro de la mujer, suavemente, al escapar de su boca y sus manos.

  • Bájale las manos, Sogda. Pero no se las sueltes.

Ella bajó el cordel de la barra y, sin soltarlo ni tirar de la chica, se acercó al marido. Se arrodilló ante Ocos, relamiéndose interiormente ante la vista de su verga orgullosa que se erguía apuntando al cielo, oscura y palpitante, afilada. Más digna de un emperador que de cualquier otro hombre. Se lamió la palma de la mano derecha y tomó la polla de piedra, humedeciéndola entera, arriba y abajo, presionando el glande con los dedos, apresándolo en el mojado hueco de su mano. Sacó la lengua rosa de entre los dientes blancos y la aplicó a los huevos, lamiendo hacia arriba, recorriéndola en toda su longitud hasta la punta. Beso cuidadosamente el tenso glande, mirándolo con los ojos verde oscuro y, sin dejar que entrase aire en su boca, se la tragó entera. Una vez, dos, tres

La esclava miraba la escena menos asustada que antes, pues ya debía saber lo que se esperaba de ella, le pareciese lo que le pareciese. Ocos le hizo una seña para que se acercase y la chica se arrodilló al lado de Sogda. Una por cada lado, lamieron a lo largo y ancho el vanidoso miembro que latía con fuerza, deliciosamente confundido por la plétora de estímulos.

  • Átala al cabecero de la cama. De espaldas. Vamos a poner rojo ese culo blanco.

Sogda se levantó y vio a la esclava succionar la polla del hombre, si no con mucha habilidad, sí cada vez con menos miedo y más entusiasmo. La pareja se lanzó una mirada de complicidad, mientras la muchacha subía y bajaba. La mujer la ayudó con la mano, retirándola piel y apretando en la base, en los huevos húmedos de combinación de sus salivas, moviendo la mano al compás de los labios de la chica. Cuando Ocos le dio una señal, la esposa tocó con cierta ternura a la esclava en un hombro.

Ella se dejó conducir a pesar de que no entendía su idioma y en cuanto entendió como debía colocarse. Sogda la azotó con la palma de la mano. La chica se sobresaltó, pero no se quejó: no le había hecho daño. Dejó escapar un gemido cuando Ocos la pellizcó. Los labios de su coño se veían deliciosos y aún cerrados entre sus piernas, suaves y lisos. El culo era un anillo rosado y expectante. La esposa, juguetona como un cachorro, pellizcaba los labios con las uñas, lo suficiente como para que lo notara, con mucho cuidado. Después, se lamió dos dedos y acarició el coño, abriéndolo poco a poco, dejando ver entre los labios un hilo de humedad. Ocos la azotó, fuerte esta vez. La piel blanca se sonrojó con cada azote. Sogda introdujo su índice entre los labios, sacándolo húmedo, y se lo dio a probar a Ocos. La esclava se balanceaba complacida entre jadeos cuando la esposa metió otro dedo y comenzó a mover rítmicamente la mano hacia dentro y hacia fuera, acariciando sus pechos con la otra. Ocos besó a su mujer antes de mojar su pulgar en el jugo de la esclava, para presionar el rosado anillo de su culo, lubricándolo antes de introducirlo en el apretado orificio. Sogda mordía con avidez la grupa de la joven mientras seguía masturbándola. Su marido le agarró el culo, subiendo la parte de atrás de la falda, y empapó su mano en la humedad de su coño, metiendo luego los dedos en la boca de la esclava, que había olvidado su miedo y gemía de placer.

  • Desátala. Quiero ver cómo te come el coño.

Sogda la desató y se reclinó sobre las almohadas. La chica, con el coño y el culo ocupados por las manos del hombre, acarició los pezones oscuros con los labios mientras la mujer guiaba su mano (ignoraba si experta o inexperta) hacia su chorreante coño. Sentía los dedos propios y ajenos maniobrar en torno a su clítoris, entre sus labios menores, dentro de ella, mientras la esclava lamía sus tetas, intentando concentrarse, lo que le era difícil siendo ella misma manipulada por las curtidas manos de Ocos. La joven fue bajando, sin dejar de masturbarla ni de ser masturbada, por su torso, hasta el pubis. Lamió sus dedos y abrió el coño de su nueva ama con ambas manos, tomándose un momento para contemplarlo antes de sumergir el hocico en él, moviendo su lengua en círculos alrededor del clítoris, mordiendo el coño mojado con alevosía. Este momento lo aprovechó Ocos para introducir su dura polla en el rojo y apretado coño de la chica. Ella gritó, sorprendida. Él, mientras se la follaba lentamente, mirando cómo sus labios se abrían para acogerle, metió el índice y el corazón en su culo, sabiamente lubricado antes por él. Mientras su esposa apretaba la cabeza de la esclava contra sí, corriéndose, el apoyó la punta morada de su polla en la deliciosa entrada de su culo y, agarrando el corto pelo con dificultad, se la hincó hasta la mitad, pues el comprimido orificio no admitió más de su miembro palpitante. Lo sacó para volver a ceñirlo entero en su coño, y así lubricarlo. Lo intentó de nuevo en su culo, que esta vez lo admitió casi entero. Sogda, satisfecha, se puso de pie en la cama, delante de Ocos, con la esclava entre las rodillas y atrajo la barbada cabeza de su marido hacia sí, haciéndole lamer toda parte de su cuerpo que tuviera al alcance. Después le empujó hacia atrás y entre ella y la esclava le torturaron con sus cálidas bocas, besándose con su polla en medio. El cuerpo fibroso de Ocos comenzó a tensarse y Sogda dio la señal de que abrieran la boca, para disfrutar entre las dos de la preciada leche, que se derramó sobre sus caras, su cuello y sus tetas. La mujer, que no quería ver nada desperdiciado, lamió a la esclava, ansiosa por recibir la libación derramada en vano. Una vez la hubo limpiado, continuó lamiendo. Jugó con sus pechos una vez más, y luego atrajo hacia su cara las caderas de la muchacha, clavando las uñas en sus nalgas, maltratando su coño con la boca, con la lengua, con los dientes

Pero Ocos no había terminado. Agarró a ambas y, frustrando a la chica que estaba a punto de correrse con las atenciones de Sogda, las azotó salvajemente, les metió su polla en la boca alternativamente para que volviera a endurecerse y terminó el trabajo hincándose en el agradecido y hambriento coño de la esclava, que cayó hacia delante con un alarido, despojada de voluntad, moviéndose sólo por las embestidas que le propinaba Ocos. Éste la dejó jadeante y se abalanzó sobre su esposa, mordiendo sus pechos con más ternura que la que había usado con la esclava. Lamió su coño, libando la miel, que corrió por su barba, hasta que ella le suplicó. Enterró la polla con premura, notando cómo su mujer le recibía, cerrándose en torno a él, succionando con su coño. Si hubiera querido sacarla, no hubiera podido. Ella alzó las piernas y agarró su culo, entre jadeos, permitiendo que se la metiera hasta los huevos, sintiendo en su coño todo el volumen del miembro, sintiendo su pulso en la entrada de su vagina. Cada embestida era un nuevo punto álgido del mismo orgasmo, hasta que él, mirándola con los ojos negros profundos como pozos, la besó, agarró su pelo y cayó sobre ella, que notó la explosión del deseo dentro de sí. Quedaron así un minuto o dos, hasta que sintieron que la esclava, a su lado en la cama, se volvió para mirarles una vez repuesta. Ocos se levantó y se echó por encima del cuerpo sudoroso toda el agua de la jofaina. Sogda sintió el semen escurrirse hacia fuera.

  • No tengo agua para lavarme ahora, Ocos.
  • Tendrás que enseñarla a ella a hacerlo. – dicho esto, la esposa se puso de pie y le indicó a la esclava cómo debía lamer el semen de sus piernas y su coño hasta que la dejase limpia de nuevo.
  • ¿Sabes qué, Ocos? – preguntó ella con la cabeza de la esclava vagando por su regazo – pensaba venderla de nuevo, pero creo que nos la podríamos quedar.