Un polvo después de comer
Una siesta muy movida
1 **JJ****
La bienvenida que me ha dado el oso gallego no ha podido ser más cachonda. Nada más hemos llegado a Villa del Combarro y el tío me ha llevado a su garaje, con la única intención de pegarse un buen meneo. Obviamente, no me he cortado ni una pizca y le he terminado chupando hasta “las rabadillas”. El muy cabrón está bastante bien despachado de polla y todavía tengo entumecidos los pómulos de la buena mamada que le he metido. Hoy he superado mi record personal, no hace ni media hora que nos hemos conocido y ya hemos echado un soberano polvo. Deprisa y corriendo, pero buen sexo al fin y al cabo.
Aunque tengo claro que mi caché de maricón facilón no se va a rebajar y voy a seguir cotizando en el mercado como la buena puta que soy, he de decir en mi favor que con este tío no tengo la sensación de que el sexo con él haya sido un “aquí te pillo, aquí te cepillo”. No en vano, llevamos tres o cuatro meses chateando en una página de contactos gay de “Ositos tiernos con la polla dura”. Esto no quiere decir que hayamos llegado a conocernos mucho en el plano personal, pero unas cuantas pajas virtuales si que han caído.
Todo comenzó porque viendo el catálogo de caras, pollas y culos que los usuarios ponen en esa página como avatar, me encontré con la foto del osito, eché un vistazo a lo que tenía colgado en su perfil y le mandé un mensaje. Parece que a él también le gustó lo que yo había subido y terminamos chateando en privado. Conversaciones que la inmensa mayoría de las veces terminaban con una buena paja, ya fuera por las fotos provocativas que nos intercambiábamos o por las guarrerias que decíamos nos íbamos hacer si estuviéramos el uno delante del otro.
Con el tiempo, me fue contado cositas de su vida personal, que era pescador, que tenía pareja (esto último mentira cochina porque ha resultado ser su hermano). Dado que lo de dos por el precio de uno, me resultó de lo más suculento, por lo que decidí quedar con ellos este verano en esta tournée en busca del buen nabo gallego que me he montado.
Y es que nada más tuve claro que vendría para Galicia, quedé con todos los contactos que me había cultivado en las “redes sexuales” por la zona y así rentabilizar los buenos euros que me va a costar el viaje. ¡Qué sabe Dios cuando me veo en otra como esta!
Por lo que he podido ir comprobando con todo macho que me ido tirando, hay muy buen material en estas tierras y, no sé será consecuencia de tanto comer marisco o esa lluvia tontona que no cesa, pero todavía no he dado con un ningún gallego pichi corto, ni que sea malo en la cama. Lo mismo es que he tenido mucha suerte, pues seguro que, como pasa en todos lados, habrá un poco de cada cosa, como en botica.
Los ositos de Villa Combarro no han sido los primeros de esta loca quedada mía con amigos de las páginas de chico busca chico de la red. Con quien he inaugurado mi tournée sexual, ha sido Paco un vigués con cuyo rabo había fantaseado, y no sé cuántas veces, en la soledad de mi habitación y quien me ha dejado claro que la realidad puede superar a veces a la imaginación. Ha demostrado ser todo un campeón en el arte de follar, que aunque no soy de poner nota a toda polla que me voy comiendo por ahí, a la del Paquiño le pondría un ocho (con un positivo arriba).
De todo este mamoneo mío, Mariano no sabe ni mu. Al pobre me lo he traído de señorito de compañía y más engañado que un cerdo cuando lo llevan de excursión al matadero.
Le he contado que todo esto es un viaje para conocer las tierras de Santiago y, sorprendentemente, él se lo ha tragado. No sé si porque peca de ingenuo o porque no se para a conocer a las personas. ¿Todavía no sabe que para mí la palabra vacaciones va ligada al desenfreno sexual? No sé, cuando lo compré parecía más espabilado. Esperemos que estos días en Galicia sirva para que se espabile un poco y coja más cochura, porque el pobrecito con treinta y cinco años que tiene todavía está más crudo que un sushi.
Seguramente no me vayan a dar el Diploma de mejor persona del año por mentirle, pero es que con mi amigo del alma no sabes bien por donde te puede salir. Lo mismo no te dice nada, que le sale la vena de beato aguafiestas y se pone como un energúmeno a repetirte hasta la saciedad que vas acabar en el infierno. Es lo que tiene criarse entre cruces, velas y alcanfores, que terminas viendo la sombra del pecado a todas horas. Un día de esto, lo cojo con los cables cambiados y me termina haciendo un exorcismo.
Sí, mucho catecismo y mucha comunión, pero le ha faltado tiempo para tirarse en Vigo a todo tío bueno que se le ha puesto por delante. No sé dónde carajo dejara los preceptos de su santa iglesia cuando se mete una polla en la boca, pues lo que dice y parece pensar, no tiene nada que ver con lo que hace. ¿Será que lleva a raja tabla el axioma aquel de que “No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”? (Aunque, incluso yo en mi desconocimiento religioso, me temo que el significado de esas palabras es otro bien distinto).
Al llegar al caserón de Roxelio, me extraña no ver ni a German, ni a Mariano esperándonos en la parte principal de la casa.
—¡Carallo!, estos dos todavía están en el dormitorio de German.
—¿Cuál es? Voy a ir a llamarlos porque este seguro que Mariano está ordenando el equipaje en plan exposición. Así que le voy a decir que se deje de tantas pijotadas y aligere, pues si no vamos a comer muy tarde —Le digo haciendo ademán de dirigirme a donde sea que este el cuarto.
El robusto gallego antes de que pueda dar un paso, me atrapa fortuitamente el brazo y me dice en un tono casi condescendiente:
—¡ “Ainda”, no hace falta que vayas al cuarto de German , ya los llamo yo —Me mira buscando en mí cierta complicidad que no encuentra y tras aclararse la garganta, pega una voz contundente —¡German, ya estamos Juan José y yo en casa!
Si tenía alguna duda sobre lo que Mariano pudiera estar haciendo, mi acompañante me la aclara, guiñándome un ojo y pegándome un pequeño pescozón en el trasero. Si es que a veces, de tanto relacionarme con el curita, me vuelvo casi tan cándido como él.
Mientras escucho a mi recién estrenado amante decirme sensualmente las cosas que me va hacer durante la siesta, dedico un pensamiento a mi amigo: « ¿Cómo se puede ser tan mojigato y tan promiscuo al mismo tiempo?».
2 **Mariano****
Salimos de la habitación de German con cierta premura, como si nuestra rapidez pudiera ocultar la realidad del acto sexual que acabamos de realizar. Todavía resuenan en mi cabeza las últimas palabras del atractivo barbudo: «Te voy a pegar una follada de campeonato». Aunque no me coge de sorpresa y tampoco me quejo, todavía estoy asimilando en el jaleo que me acaba de meter JJ. Pues cada vez tengo más claro que me ha traído un poco a ciegas a un encuentro sexual cien por cien.
Sé que a veces peco de ingenuo, pero toda la historia que me ha contado sobre estos dos me suena a música celestial. Me molesta que me mienta, sobre todo porque se engaña es él mismo, pues más pronto se coge a un embustero que a un cojo.
Me contó que veníamos a este pueblecito pesquero a pasar un par de días con una gente que conocía del trabajo. Cosa que no me termina de cuadrar del todo, pues el oficio de estos dos poco o nada tiene que ver con una empresa de suministros industriales en la que él trabaja. Luego está el tema del parentesco, a mi amigo del alma se le puso la misma cara de imbécil que a mí cuando se enteró, por lo que pude deducir que no tenía ni la más mínima idea. Lo que me hace dudar más de su palabra. “¿Por qué me mentirá? ¿Acaso no me tiene confianza?”
Luego está que el tal German me ha puesto cachondo nada más verlo, por lo que, aprovechando que su hermano y JJ han ido a soltar el coche, no hemos tardado nada en pegarnos un buen polvo. Algo que, dado el ajetreo de los últimos días, no me ha parecido nada extraño, pero no por ello hace que me sienta menos culpable por lo sucedido. “¿Qué van a pensar esta gente de mí? ¡Qué yo no soy así!”
No sé qué demonios me pasa en estos días, me siento como si no fuera dueño de mis actos, como si mi yo oscuro hubiera tomado el mando. Lo bueno de todo esto es que, por muy mal concepto que se lleven de mí, ninguno con los que he sacado mi lado libidinoso a relucir, me va volver a ver en su vida. Con lo que por lo menos ese consuelo me queda.
Entramos en el salón y por la forma picarona en que se miran los dos supuestos hermanos, no hay que ser un Sherlock Holmes para darse cuenta que lo que ha sucedido con mi amigo y yo, era algo que tenían más que pactado y que les ha salido según lo planeado. JJ me lanza una mirada cómplice, pero yo la rehúyo. No tengo ganas de juzgar a nadie, ni de que me juzguen. El silencio que dejo crecer entre los dos, sirve de tupido velo para silenciar lo ocurrido. Conociéndome como me conoce, sabe que si no quiere cabrearme, más le vale callarse, pues mi vida sexual no es precisamente un tema del que me apetezca ponerme a hablar delante de dos desconocidos.
German me pide que le ayude a poner la mesa y Roxelio se lleva a JJ para la cocina. Mientras colocamos el mantel, las manos del noble barbudo se rozan con las mías y no puedo evitar estremecerme. Mis ojos buscan los suyos y la generosidad que emana su rostro cuando me sonríe tímidamente no puede ser mayor. Estoy tentado de besarlo, pero mi miedo a ser descubierto es mayor y me prohíbo hacerlo.
En ocasiones como esta me gustaría ser tan lanzado y seguro de sí mismo como Jota, pero la realidad es que soy un verdadero cobarde con un montón de miedos y complejos por superar.
No deja de sorprenderme como el acto sexual consigue derrumbar las barreras de la desconfianza que las personas nos ponemos. Hoy he visto por primera vez a German y, por la forma de comportarnos, parece que hiciera años que nos conocemos. Percibo en él una especie de alma gemela, alguien que, al igual que yo, se debate entre lo que le dicta la sociedad y lo que le ordenan sus instintos. No todo el mundo puede ser tan lanzado y tan frívolo como mi querido JJ. Existimos también los que pensamos que el mundo es algo más que el ambiente gay y las relaciones sexuales. Un entorno amplio que no siempre es tan benévolo y respetuoso con los demás como debiera.
Por la forma en que nos agasajan, los hermanos aguardaban nuestra visita con bastante ilusión. Siempre había oído que los gallegos eran algo exagerados poniendo de comer y en este momento lo estoy comprobando por mí mismo. En unos instantes la mesa se llena de unas inmensas bandejas de mariscos que parecen estar gritándote cómeme.
A modo de entrante, nos han puesto ostras, percebes, vieiras y zamburiñas. Unos manjares tan escasos y con un precio tan prohibitivo por nuestra tierra que JJ y yo damos buena cuenta de ello sin dejar de alabar a nuestros anfitriones por su buena elección. El vino que nos sirven para acompañar es un blanco seco que recuerda al albariño. Aunque no soy de beber alcohol, fiel a mi lema de un día es un día, me tomo una buena copa del afrutado néctar. Olvidándome, por unos momentos, de lo fácil que se me sube a la cabeza y la de tonterías que soy capaz de hacer con una copita de más.
Aunque a mí para que deje ser dueño por completo de mis actos, no hace falta que intervenga el alcohol, que solo es necesario que aparezca el aroma del sexo, para que me termine confundiendo la noche.
Es obvio que los dos machos gallegos me ponen, tanto quien me ha tocado en suerte, como su hermano. Sin embargo, no puedo reprimir el pensamiento de culpar a las propiedades afrodisiacas del cinc, tan presente en el marisco, de ser el estímulo que hacen que mis hormonas estén en sensación de constante euforia.
Como sé que después del almuerzo me espera un buen revolcón con German, contengo mi imaginación y mis deseos más impúdicos, concentrándome en mi segundo vicio después del sexo: el buen comer.
Pulpo a la gallega es lo que ellos llaman un primer plato, pero que, por los gestos que hace JJ, a él lo dejan saciado ya por completo. Tanto es así, que pide que de merluza al horno le sirvan muy poco pues la va a probar por hacer un esfuerzo. Yo también estoy tentado de hacer lo mismo, pues los atracones que me estoy pegando de comer en estos días no tienen nombre y después todo se me va donde mismo: a la puta barriga.
« La verdad es que todo está riquísimo y lo único que tengo que hacer para perder estos kilos de más que voy a coger es, cuando vuelva a Sevilla, correr unos kilómetros más diarios», me digo a mi mismo para auto convencerme, rindiéndome por completo a la gula.
Los dos hermanos hacen alarde de una simpatía y amabilidad fuera de lo común durante todo el almuerzo, de un modo tal que la pequeña tirantez que ha surgido entre JJ y yo pasa a un segundo plano. Los dos machotes saben bien cómo tratar a la gente y al poco surge entre los cuatros una especie de confianza de lo más cómoda. A pesar de que, como me sucede a mí, viven una gran mentira de cara a la galería, sus ojos emanan una nobleza poco común en los seres humanos del siglo XXI.
La mezcla entre el vino y los entrantes está haciendo sus efectos, además esta gente me parece de lo más salada. Ya no me siento tan mal por haber sucumbido a mis impulsos tan rápidamente, es más, estoy deseando terminar de almorzar para poder pegarme la “siesta”. German tiene cara de buena gente y me da la sensación que es de los que cumplen sus promesas. Solo de pensarlo siento como la polla se me llena de sangre.
3 ** JJ****
La cocina al igual que toda la casa es una mezcla entre moderno y antiguo que me gusta bastante. Mientras ayudo a Roxelio a meter los platos en el lavavajillas, este aprovecha para rozar su paquete contra mis nalgas. Por la dureza que he podido notar, me atrevería a aventurar que el muy cabrón se ha vuelto a empalmar otra vez. ¡Esto es un macho en condiciones y lo demás son tonterías!
Nada más terminamos de recoger todo. German nos ofrece unas toallas por si nos queremos duchar, pues ello también lo van a hacer antes de la siesta. Mariano no se lo piensa y se va al baño corriendo. El pobre está ansioso por meterse en la cama con el menor de los ositos y, a pesar de que lo intenta, le es imposible disimularlo. Seguro que después le echa la culpa a la copita de vino que se ha tomado, ¡si lo sabré yo!
Mientras esperamos a que mi amigo se duche, nos sentamos en el sofá del salón. Sin filtro de ningún tipo, los dos hermanos se ponen a hablar entre ellos. Al principio cuchichean un poco, pero como me quedo mirándolos con total descaro, se dan cuenta de su “falta de educación” y optan por usar un tono de voz que yo pueda oír también.
—¿Entonces bien con el “galopin”?
—“Ben”, bastante “ben” —Responde German dejando ver en su rostro una sonrisa nerviosa.
Hasta este momento no me he percatado de lo mucho que se parecen los dos hermanos y del carácter tan distinto que tienen. Allí donde Roxelio es osadía, German es cautela y toda esa seguridad en sí mismo de la que hace alarde el mayor, en su hermano se convierte en humildad. No sé porque, pero mis prejuicios me llevan a pensar que el activo en la cama de los dos es el tío a quien le he comido la polla, que, aunque no le pegue mucho por su aspecto, quien termina poniendo el culo en esta relación es el más pequeño.
Antes de que su hermano pueda preguntar algo, mi recién estrenado amante me echa el brazo por los hombros de un modo de lo más acosador y me larga un muerdo en la boca, dejando claro con ello que conmigo le ha ido de lujo.
Si German pensaba decir algo al respecto es algo que me quedaré sin saber, pues Mariano ha salido del baño y, con una toalla anudada a la cintura que la tapa mínimamente el culo y la picha, se pasea por delante de nosotros sin ningún pudor. Pasa tan deprisa que ni siquiera creo que se haya dado cuenta de que Roxelio me tiene echado afectuosamente el brazo por los hombros.
No sé si él estas cosas las hace para lucirse porque no tiene complejo ninguno o porque es más despistado que una cabra en un garaje, pero el caso es que el muchacho consigue que los ojos de los dos gallegos recorran su cuerpo de arriba abajo. Lo cierto y verdad es que mi amigo está un montón de bueno y al pobre el traje que mejor le sienta es el de Adán.
German cuando lo ve meterse en el pasillo que conduce a su habitación, se arranca como un toro en celo y se va en dirección a la ducha, dejándonos claro que no puede esperar para estar con él. Nada más quedarnos solo, su hermano, pega intimidadoramente su cuerpo al mío y me dice:
—¡Carallo!, tú amigo es muy “riquiño”. Parece que él y el German han hecho buenas migas. “Un longo tempo” hacía que no lo veía tan animado.
—Mariano es muy buena persona. Tiene sus cosillas como todo el mundo, pero es noble como él solo.
—Pues entonces ha dado con la horma de su zapato, German es “ben generoxo” también.
Libre del dedo acusador de mi compañero de viaje, dejo de reprimir el deseo de coger el barbudo rostro de Roxelio entre mis manos. Tras apretarlo suavemente, acerco mis labios a los suyos y le doy un leve piquito.
El piquito da paso a un apasionado beso que termina con mis manos paseándose por su pecho, hasta llegar a su paquete. Cuando toco la tiesa y enorme caña, un escalofrío me recorre por completo. En unos segundos, he pasado de calibrar mis movimientos de manera comedida a estar caliente como el pico de una plancha.
Nos dejamos llevar y cuando me quiero dar cuenta el gallego me ha tendido en el sofá, me mete la lengua hasta la campanilla y me magrea todo lo que puede. A pesar de que su voluminoso cuerpo me aplasta de un modo agobiante, el roce de su entrepierna con la mía es tan placentero que merece la pena soporta los cien kilos de gallego. Su aliento mezclándose con el mío, el calor de su cuerpo y su fuerte olor varonil consiguen que me hunda por completo en el placentero momento. “¡Qué ganas tengo de tener su pollón dentro de mi culo!”, pienso mientras me dejo llevar por la lujuria.
Nos saca de nuestro repentino calentón un leve carraspeo. Es German que nos dice que ya podemos entrar en el baño. Lleva puesto solo un pequeño pantaloncito, el bulto que se marca en su entrepierna evidencia que está tan cachondo como su hermano o más, por lo que deduzco que eso de empalmarse en un santiamén es algo que a mis nuevos amigos les viene, como dice mi madre, en la “masa de la sangre”.
Le lanzo una visual de arriba abajo y el galleguito no tiene desperdicio. Un ancho tórax, buenos hombros, buenos brazos y, por lo que puedo intuir, un buen rabo. Todo ello aderezado con un rizado vello negro que lo cubre casi por completo. Un oso como la copa de un pino. Si su hermano está rico, él no lo está menos.
Me gusta tanto lo que veo, que no puedo evitar quedarme mirándole el culo mientras se interna en el pasillo que conduce a su dormitorio. Debo ser un poco (bastante) descarado, pues Roxelio me dice en un tono jocoso:
—Te pone el German, ¿ein?
—Sí, está buenísimo —Digo saliendo de mi ensimismamiento.
—Pues malo será si en los dos días estos no te pegas una buena follada con él.
—Sí, pero de momento lo vamos a dejar en lista de espera que me gusta más lo que tengo a mi lado.
—Tonto no parece que seas.
La seguridad del gallego roza la prepotencia, pero es lo que te sueles encontrar cuando los tíos que buscas para tener sexo con ellos parecen salidos de una película de “Harry el sucio”. Aun así, Roxelio me parece un tío encantador y creo que todo eso de ir de malote es pura fachada, que en el fondo es un osito tierno. Este o no en lo cierto, no tengo ninguna duda de que esta tarde me voy a pegar un polvo inolvidable.
—¿Te duchas tú antes o lo hago yo? —Le pregunto, intentando ocultar que estoy ansioso por meterme con él en la cama.
—¿Y porque no nos duchamos los dos juntos? —Como buen gallego que es, responde a mi pregunta con otra, dejando que en su rostro se pinte una sonrisa de lo más cautivadora.
—Pues muy bien, así ahorramos tiempo y agua.
Vamos al baño y nos desvestimos en un pispás. Por primera vez nos vemos desnudos al completo, él es todo lo que yo esperaba y más. Cien kilos de macho gallego en exclusiva esta tarde para mí. Un oso fornido con porte varonil cien por cien. Su cuerpo me parece de lo más apetecible, me gustan de él hasta los andares. Ignoro si yo soy lo que él había supuesto en nuestras incontables charlas, pero lo que si tengo claro es que su cipote, por lo duro y la forma que tiene de mirar al techo, está encantado de conocerme.
Antes de entrar en la ducha nos fundimos en un beso en el que nuestras lenguas juegan a enredarse la una con la otra. Yo anudo mis brazos alrededor de su cuello, él me envuelve entre sus robustos brazos. Es tan bestia apretándome, que hasta me llega a incomodar un pelín, pero no le digo nada pues me lo estoy pasando de requeté putísima madre.
Siento como su tiesa churra se clava en mi cintura, como si quisiera perforar mi pelvis con ella. Estoy tentado de agacharme y devorarla de nuevo, pero considero que estaremos mejor en la cama, por lo que me zafo de su agarre como buenamente puedo y le invito a que se meta conmigo bajo el agua.
No hay más sensual que enjabonar a alguien con el vas a compartir o has compartido sexo. La libido se pone a funcionar a mil por mil y al mismo tiempo que vas limpiando su cuerpo lo vas magreando cosa fina. El masaje de los dedos de uno sobre la piel del otro, se convierte en algo de lo más estimulante. La lujuria y el deseo se mezcla con lo rutinario de una forma espectacular, creando una antesala al sexo de lo más fogosa.
Estas cosas cuando la persona con la que estas te atrae de un modo tan salvaje y primario, no hay palabras para describirlo. Roxelio me pone un montón, no es solo que este bueno hasta decir basta, es que emana una masculinidad, tan poco común entre los homosexuales, que me tiene cachondo a más no poder. Es tan varonil que está a años luz de cualquier prototipo gay que hayamos asimilado.
Atrapo su herramienta sexual entre los dedos y el hace otro tanto con la mía. Nos miramos con complicidad y, dejando que una película de jabón envuelva copiosamente nuestros sexos, comenzamos a masturbarnos con contundencia. En unos segundos, el calor y la fricción mezclados con la espuma consiguen simular la mejor de las mamadas.
Sin darme cuenta comienzo a caminar derechito al orgasmo. Roxelio parece que se percata de ello, de buenas a primeras, deja de masturbarme y se abalanza sobre mí. Primero me pega un muerdo y después, como si estuviera poseído por el espíritu de Nacho Vidal, me da la vuelta y me empotra contra la pared. De un modo salvaje, comienza a empujar su polla para hacerla entrar en mi culo. Sentimientos contradictorios comienzan a visitarme, por un lado me seduce la idea de que me penetre brutalmente, bajo el chorro del agua, por otro lado pienso que no es sensato follar con un desconocido sin tomar precauciones. Este último pensamiento vence la partida y opto por no dejar pasar el descomunal ariete al interior de mi recto.
Mi no sumisión a sus pretensiones, lejos de soliviantar a mi acompañante, lo calienta aún más y comienza a restregar su apéndice sexual contra la raja de mis glúteos. Por unos segundos estoy tentado de pedirle que me folle sin trabas de ningún tipo, olvidándome de cualquier tipo de prudencia. Sin embargo, no da lugar, pues del mismo modo impetuoso que comenzó a someterme, deja de empotrarme contra la pared y me dice:
—¡Carallo!, como siga mucho rato así me corro y tengo muchos juegos preparados para ti. Así que no perdamos más el tiempo. ¡Sequémonos y vayamos a mi cuarto!
4 **Mariano****
¡Joder, con el puto albariño de los cojones! Ni con la ducha se me ha quitado la tenue cogorza que he cogido. Es lo que pasa cuando no estás acostumbrado a beber nada de alcohol, que dos copas de vino te hacen entrar en una especie de estado de embriaguez. Lo peor es que, entre el marisco y el pequeño puntito que he cogido, me siento la mar de desinhibido. Así que no voy a dejar salir mis complejos y mis traumas para que el polvo con German sea de los mejores.
Dejo la ropa sucia en el cesto de la ropa y ya la recogeré más tarde. Estoy deseando meterme en la cama, aunque no tengo ninguna queja al respecto, sé que no me van a dejar dormir. German tenía muy claro que durante la siesta íbamos a seguir con el aprendizaje sexual de nuestros cuerpos. El muy mamoncete estaba empecinado en follarme y mejor que esté muy, pero que muy despierto, porque como no sea amante de la necrofilia, el pobre no va a disfrutar lo más mínimo (Yo tampoco, supongo).
Me anudo la toalla a la cintura, la hija de puta no puede ser más pequeña, me tapa lo justo. Sé que no tengo confianza con esta gente para hacer estas cosas, pero es que he salido con tanta prisa para la ducha que ni siquiera he cogido ropa limpia. ¡Qué más da!, si tampoco van a ver nada que no hayan visto antes. Como dice JJ: “Lo que se vayan a comer los gusanos, que lo disfruten antes los humanos”.
Bueno, tampoco creo que se vayan a escandalizar mucho, que el mayor de los osos le ha echado el brazo por los hombros a JJ en plan novio delante de su hermano. Si ellos no se cortan un pelo, ¿ por qué coño voy a hacerlo yo? ¡Malditas las pajas mentales que me hago! Me da a mí que en el par de días que pasaremos en su casa, nos vamos a poner fino filipinos de follar. Seguramente a estos dos, no lo vamos a volver más. No sé porque me preocupa tanto la opinión que puedan tener de mí.
A todo eso, espero que me saquen a ver el pueblo que es espectacular, que lo de estar todo el día dale que te pego al manubrio tiene su morbo, pero llega un momento que cansa. Aunque tíos como German no se encuentra todos los días, Villa del Combarro tampoco puedo venir a visitarla cuando me dé la real gana.
Me quito la toalla y me tiendo desnudo sobre la cama y, mientras espero que mi osito preferido salga de la ducha, entro en un estado de soñolencia en el que Baco parece querer llevarme hasta los brazos de Morfeo. Estoy tremendamente agotado del trajín de los últimos días y el vino no ayuda para nada a mantenerme despierto. Cierro los ojos y mi mente se hunde en el mundo onírico durante lo que me parece un espacio de tiempo bastante corto.
Me despiertan unos labios y el roce de una barba en mis tetillas. Es una sensación tan maravillosa que los médicos deberían recetarla. Sin abrir los ojos, en el momento que la lengua de mi amante deja de jugar con la mía, digo:
—¡Qué bien besas, German!
—No soy German, soy Roxelio.
Salgo de mi soñolencia de inmediato, para descubrir que quien me acaba de besar y quien roza su cuerpo con el mío, es el mayor de los hermanos. Miro a mi rededor y me encuentro con German y JJ desnudos, mientras se acarician como si quisieran fundir sus cuerpos en uno solo.
Intento salir de allí…
Pero lo único que consigo es caerme de la cama.
—¿Qué te pasó, galopin ?
¡Joder, con la puta bebida! Si quería parecer un idiota patoso delante de German, lo he conseguido. Me tomo un par de copas de vino y me comporto como un imbécil.
El osito, al ver que no le contesta, me coge suavemente por los hombros y, como si fuera algo frágil que se pudiera romper, me deposita con cuidado sobre la cama.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —Digo sonriendo bobaliconamente—, he debido creerme que la cama es más grande y me he caído.
La situación, aunque está lejos de ser erótica, es de lo más tierna. Yo desnudo sobre la cama y un semental peludo prostrado ante mí, clavando sobre mí una mirada llena de generosidad.
Instintivamente llevo mi mano derecha a su nuca y lo acarició como si fuera un cachorrillo. Se abraza a mi cintura y deja resbalar su cabeza hasta mis tetillas, las cuales comienza a besar de manera delicada.
Su forma de actuar tan tierna y cariñosa, enerva mis sentidos hasta el punto que mi torpeza ha dejado de ser un problema para mí y me entrego por completo al hombre que recorre mi tórax con sus labios.
Su boca va subiendo desde mi pecho a mi cuello, hasta acabar posándose en mis labios. Su lengua se abre camino entre mis dientes y busca la mía, a pesar de que no estoy con mis sentidos a cien por cien, respondo a su reclamo y nos enredamos en un pasional muerdo. Antes de que me quiera dar cuenta, su cuerpo se frota con el mío estrepitosamente.
La primera parte de mi anatomía que se despierta por completo es mi polla, reacciona ante su roce poniéndose tiesa y dura al momento. German se da cuenta de ello y la agarra fuerte entre sus dedos de un modo que roza el dolor, pero que termina resultando ser de lo más placentero.
En un intento de hacerle sentir lo que yo, sin apartar mis labios de los suyos, una de mis manos busca su entrepierna. La única barrera que hay entre mi piel y su piel son unos finos slips que deslizo rápidamente hacia abajo. Una vez su churra está liberada, comienzo a acariciarla del mismo modo que él lo hace con la mía. Sentir como la enorme caña palpita bajo mi tacto, me reconforta de un modo tal que consigue que mis sentidos vayan abandonando paulatinamente el estado de soñolencia en el que me encuentro sumido y terminen funcionando al cien por cien.
En un repentino ataque libidinoso, el viril barbudo aparta sus labios de los míos, se separa de mí de un modo brusco y se coloca a mis pies. Una vez allí levanta mi culo colocando mis piernas contra mi pecho, hunde su boca en mis nalgas y comienza a besarme el culo.
Los primeros lametazos son un poco torpes y no despiertan en mí sensaciones importantes. Sin embargo, conforme va acomodándose, el paso de su húmeda lengua por mi orificio anal se vuelve más placentero, tanto que consigue arrancarme unos pequeños quejidos de placer.
No sé si son los efectos del vino o que German me pone un montón, pero en mi mente solo hay lugar para un pensamiento: el deseo de que la polla del gallego se ensarte en mi recto. El asombroso beso negro, en vez de apaciguar mis ganas de sexo, consigue que me ponga más eufórico y un deseo atroz se apodere por completo de mi voluntad.
Incapaz de controlar las emociones que me embargan, echo ligeramente la cabeza para atrás, me muerdo el labio inferior y hundo los dedos fuertemente entre las sabanas, reprimiendo con ello el grito de placer que clama por salir de mi garganta. Estoy desinhibido, pero no tanto como para olvidarme que no somos los únicos habitantes de la casa.
Cuando considera que tengo suficientemente empapado mi orificio anal, comienza a tocarlo tímidamente, paseando la yema de sus dedos por él. Un suspiro largamente reprimido escapa de mis labios. Aquella aprobación implícita por mi parte, propicia que él siga hurgando con más persistencia.
Introduce la primera falange del dedo índice, a pesar de lo húmedo que está por la saliva no lo tiene demasiado fácil. Levanta la mirada y con un tono más de sorpresa que de fastidio me dice:
—¡Carallo!, pues sí que estás cerrado. ¿De verdad quieres que te folle?
—Por supuesto, tú trabájatelo un poco y verás cómo va dilatando sin problema — Digo en un tono que intenta ser picarón.
Me escucho y no doy crédito a mis palabras. El alcohol unido con el poder afrodisiaco del marisco me han terminado soltando la lengua una cosa mala, si a eso le sumamos que German me pone súper caliente por sí solo, la mezcla está resultando ser de lo más explosiva.
En circunstancias normales y, máxime con alguien con quien no tengo confianza alguna, no hubiera dicho nada parecido. Sin embargo, lejos de arrepentirme, sigo mirándolo fijamente, como si buscara incitarlo con la mirada.
Mis reclamos obtienen respuestas y el fornido barbudo se levanta de la cama. Abre el armario y saca una caja de su interior. La coloca en el suelo y saca lo que parece un bote de lubricante. Me llama la atención pues el líquido blanco de su interior, contrasta con lo negro de su envase. A simple vista su espesor y color me recuerda al semen. German, consciente de su parecido, juguetea con él un poco, con la única intención de seguir alimentando mi libido.
Cuando unta mi orificio anal con él, no puedo evitar estremecerme pues el gel está bastante frío. Conforme el gallego va esparciéndola adecuadamente voy sintiendo como el frio se va convirtiendo en un intenso calor que, conforme va impregnadno mi piel, me va poniendo cada vez más cachondo. He de reconocer que el osito se lo está trabajando de puta madre, tanto que a su primer dedo, le sigue un segundo y casi no lo noto.
Mi acompañante, en un alarde de esa amabilidad suya, busca mi rostro para saber si me está haciendo algún daño. Le guiño un ojo y me muerdo el labio levemente, dejándole claro que no es que solo lo esté haciendo muy bien, sino que estoy disfrutando como un puto enano.
Con la puerta que le abre mi aparente sumisión, mi entregado amante vuelve a embadurnar sus dedos con lo que parece semen artificial y en esta ocasión, tras el segundo dedo mete un tercero. Este último entra con dificultad, pero lo hace.
Animado ante mi capacidad de dilatar, se agacha para coger algo de la caja y saca un preservativo. Tras consultarme brevemente, abre el envase y se lo coloca sobre la polla. Si hasta ahora su ancho miembro me había parecido bastante descomunal, envuelto en el profiláctico me traen a la memoria las mortadelas caseras de mi pueblo.
Aprovechando la postura en la que estoy, intenta penetrarme, pero sin éxito alguno. Aunque ambos lo achacamos a lo grueso de su cipote, también tienen mucho que ver mis malditos nervios y su poca experiencia en ser activo, que queda más que patente por su torpeza a la hora de intentar atravesar con su polla mi recto.
Adopto la postura del perrito, me vuelve a poner un poco más de lubricante, pero lo de ser follado por el atractivo barbudo comienza a convertirse en una misión imposible.
Me vuelvo y, haciendo alarde de un descaro que no sé dónde carajo lo he aprendido, le digo:
—Es grande, pero me han entrado cosas mayores. Sigue trabajándotelo.
Aquello excita más aún al osito, que lejos de darse por vencido. Vuelve a buscar algo otra vez en la caja, que, al igual que el bolso de Hermione, parece no tener fondo y cabe de todo.
Lo que saca esta vez me deja absolutamente perplejo. En principio cuando me lo muestra no reconozco muy bien de qué cosa se trata, pues no es un objeto que haya tenido nunca cerca y siempre lo he visto en fotografías. No obstante, deduzco rápidamente que son unas bolas chinas. Unas bolas chinas de color negro, con cuatro pisos y con un tamaño adecuado, ni demasiado pequeñas que no se noten, ni demasiado grande que te destrocen el ano.
Tras obtener mi beneplácito, empieza a embadurnarla con el blanco gel. La primera de las bolas entra sin ocasionarme ninguna molestia, la segunda lo hace igual, la tercera cuesta un poco más de trabajo y la última consigue arrancarme un quejido de dolor. Estoy tentado de pedirle que me las saque, pero sensaciones ambivalentes me dominan; por un lado la posibilidad de que me pueda hacer daño de verdad me tiene bloqueado y por otro el placer que me embarga no tiene parangón. Vence la segunda y me callo como la gran puta que estoy resultando ser.
Sin sacar el artilugio de mi interior, el robusto barbudo, comienza a acariciar mis nalgas. Al principio lo hace con suavidad, para ir aumentando en crescendo la potencia con la que pasea sus manos por mi trasero y termina dándome una pequeña soba que, aunque me pica un poco, consigue ponerme a mil por mil.
Tras golpear contundentemente mi retaguardia, noto como saca el juguete sexual de mi interior. Si cuando me ha entrado la sensación ha sido satisfactoria, es mortal lo que estoy notando cuando me lo va sacando poco a poco. Con los sentidos a flor de piel, no puedo evitar lanzar unos roncos quejidos que resuenan como truenos en la silenciosa la habitación.
—¿Te ha gustado? —Me pregunta con una voz tímida.
—Mucho, mucho —Le respondo entre gemidos.
—¿Me dejas seguir jugando con tu “agujeriño”?
—Sí, ¿qué me vas hacer ahora?
—No preguntes y déjame hacer —Me responde haciéndose el interesante.
Ansioso por saber que es lo próximo que saca de la “caja de Pandora”, me vuelvo levemente para atrás y le veo sacar un dildo negro con un cordón del que cuelga lo que me parece una bomba para inflarlo. Extrañado, no puedo reprimir preguntarle:
—¿Qué coño es eso?
—Un plug anal hinchable. Esto te lo meto primero con este tamaño y te le voy inflando. Si esto no te abre el “agujeriño”, no creo que haya nada que lo consiga.
La cosa me parece de lo más sugerente, sin decir esta boca es mía, me pongo de rodillas sobre la cama y adopto una postura sumisa, colocando el pompis de manera que le sea fácil introducirme el oscuro juguetito. German no se lo piensa y comienza a empujar el dildo contra las paredes de mi ano.
Lo cierto es que cuesta un pelín introducirlo, pero una vez la parte superior sobrepasa el anillo interior, el resto pasa sin problema alguno. Una vez comprueba que está bien encasquetado en mi recto, oigo como el gallego comienza a presionar la bomba de aire.
La sensación que me invade cuando el cipote artificial se comienza a llenar de aire es de lo más novedosa. Noto como mi esfínter se va dilatando poco a poco a su paso. Como si tratara de no ser demasiado brusco, el gallego empieza a alternar su vaciado y llenado, propiciando con ello que mi recto se vaya acomodando paulatinamente al cuerpo extraño que se ha introducido en él.
La satisfacción que me embarga es tan profunda que cierro los ojos y pierdo la constancia del tiempo. El mundo se convierte en un lugar muy pequeño en el que solo existimos mi amante y yo. Es tan diminuto que me olvido que JJ y Roxelio están cerca, poniéndome a gemir como una perra. El placer es tan intenso que noto como unas gotas de líquido pre seminal escapan de la punta de mi churra.
En el instante que más entregado estoy, el viril gallego vacía por completo de aire el juguete y, al poco, termina sacándolo de mi interior. Por un momento me siento como si me faltara un pedazo.
—¡”Galopin”, cómo se te ha abierto el “agujeriño”! —Dice la mar de complacido por su logro.
Sin darme tiempo a reaccionar, se pone otro preservativo, me coloca su miembro viril en la entrada de mi ano y, de un solo empujón, me la mete sin contemplaciones de ningún tipo.
Las paredes de mi recto no tardan en adaptarse al ancho cilindro de carne, que sale y entra de mi interior con una velocidad trepidante. Tener la gruesa verga adentrándose hasta lo más hondo de mis esfínteres, me tiene como una moto. Estoy tentado de tocarme y masturbarme, pero no hace falta porque me empiezo a eyacular de forma inesperada para mí. Manchando las sabanas cono inmensos goterones de esperma.
Llego el clímax un poco antes que mi acompañante. Completamente doblegado por la lujuria del momento, dejo que German siga disfrutando de mi cuerpo. Aunque he de reconocer con sus envites contra mi cuerpo ya no me proporcionan el mismo placer que antes de correrme. El fornido osito, consciente de que mi partida ha concluido, comienza a cabalgarme con más brío, como si le faltara tiempo para alcanzar una meta imaginaria.
Cuando nota que va a llegar al culmen. Saca bruscamente su polla de mi interior y, tras quitarse el preservativo, riega mi zona lumbar con su caliente esperma. Por lo que intuyo, por el esperma que resbala por mís nalgas, el muchacho se ha corrido copiosamente.
Tras buscar mis labios y darme un cariñoso beso, me da unas toallitas húmedas para que me limpie, mientras él hace otro tanto.
Una vez borramos los restos de semen y de lubricante de nuestro cuerpo, nos desprendemos de las pruebas de nuestros delitos en una papelera que está entre el ropero y la cama. German se tiende en su cama y con un gesto me invita a que lo haga junto a él. Me acomodo junto a su robusto cuerpo y él me abraza con una ternura fuera de lo común. Tras lanzarnos una mirada cómplice, nos damos un beso corto y hundo mi cabeza en su pecho. ¡Dios, cómo me gusta este hombre!
El viernes que viene publicaré un relato navideño que llevara por título ¡Qué buena suerte!, será en la categoría Microrelatos. ¡No me falten!
Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Sirvan mis relatos para apaciguar el aburrimiento en estos días que no podemos hacer todo lo que queremos. Un comentario, la Navidad como celebración estará ahí el año que viene, nuestros seres queridos no. Tomémonos esta fiesta con calma y evitemos una tercera ola para la que no sé si estaremos preparados.
Un abrazo a todos los que me seguís.