Un Polvo al Final de Cada Camino
Ana y Pedro se van a dar un paseo por el campo y se enzarzan en una competición muy caliente que solo puede acabar de una forma.
Nota del autor: los protagonistas de este relato Ana y Pedro, se turnan para contarnos su punto de vista de lo sucedido en la historia. Cuando aparecen unos cuantos asterístcos como por ejemplo ****, significa que uno le cede la palabra al otro.
A mi pareja Ana y a mi nos encanta el monte, y solemos hacer escapadas de fin de semana a alguna casa u hotel rural perdido en mitad de la naturaleza. Buena comida, paseos al aire libre, y retozar entre las sábanas son una rutina a la que uno se acostumbra rápidamente. Esta vez nos hemos ido de puente a un apartamento, y la verdad es que ayer no salimos mucho del piso. Digamos que nos entretuvimos comprobando la resistencia de la cama, de la mesa, del sofá y en realidad de casi cualquier superficie que viniera bien para hacer el amor. Pero hoy toca salir a pasear un poco y disfrutar del tiempo veraniego.
Ha sido un primer día de vacaciones cojonudo con Pedro. No me preguntéis por qué, pero hay algo especial en follar en una casa que no es la tuya. Y Pedro, a pesar de ser un poco repipi, es un vicioso en la cama, o en el baño, o en el escobero; ya me entendéis. Hoy vamos a tomar un poco el aire; pero no tengo muchas ganas de dejar nuestra dinámica de polvo va, polvo viene. Así que voy a añadir un poco de picante a nuestro paseo.
Mientras él se está duchando, he preparado la ropa con la que me gustaría verlo: unos vaqueros elásticos ajustados para que se le marque ese culito que me trae loca; unos mocasines que sean fáciles de quitar y una camisa de seda blanca con cuello de pico pronunciado para que resalte la piel morena de sus pectorales.
«¡Joder! Solo de imaginármelo me estoy poniendo cachonda», pienso mientras abro un poco la puerta del baño para espiar por una rendija. La mampara de la ducha, cubierta de gotas, deja ver sus formas; el agua cae por los surcos de los músculos de la espalda, bajando en torrentes que se juntan en el trasero para encajarse entre esas nalgas que podrían partir una nuez. Sin darme cuenta, deslizo mi mano dentro de mis bragas y jugueteo con mi coño. «Si, eso, sube los brazos para darte el champú y que se te marquen los dorsales» me recreo y le ataco al clítoris con ganas, buscando un orgasmo rápido. La descarga de placer llega, breve e intensa, mientras grabo a fuego esas formas angulosas en mi mente. «Como aperitivo está bien, pero solo me ha dejado con ganas de más —pienso un poco frustrada —, ahora me toca a mi vestirme con algo para la ocasión».
Al salir de la ducha, me ha quedado claro que no va a ser una caminata muy dura, al menos en cuanto a andar. Ana se ha puesto unas botas altas de cuero marrón; una minifalda vaquera que termina justo por debajo del trasero; y una camisa roja entallada que deja ver el borde de un sujetador negro de encaje. Pero vamos, que si no me había enterado, las miradas con las que me ha estado devorando mientras me vestía me lo han terminado de decir todo. Es un milagro que hayamos conseguido salir de la habitación.
Hemos escogido una ruta facilita junto a un río, y tras un corto trayecto en coche nos hemos echado a andar. El camino es estrecho y nos obliga a ir en fila. Quien vaya en cabeza tendrá que ir mirando hacia atrás para contemplar las vistas que ofrece el otro. Esto va a ser bastante incómodo, así que seguro que nos pelearemos por la posición de retaguardia, para contemplar el meneo del culo del otro. Conociendo a Ana, esto acabará siendo un concurso por quedarse detrás.
«¿Un concurso? Yo más bien diría una puta lucha a muerte. Y yo voy a jugar sucio». Empiezo suave, parándome a atarme una bota para dejar pasar a Pedro. Pero él también quiere jugar y me la devuelve frenando para comentar qué bonito es esto o aquello. «Por mi coño que no voy a quedarme sin las vistas de ese culo perfectamente marcado en la tela elástica —me digo un poco mosqueada —. Porque mira, echarles un ojo a sus pectorales por el escote de la camisa me pone mucho, pero al final voy a acabar jodida del cuello».
Y sin avisar …
…. de repente y sin avisar, Ana se detiene en mitad del camino y se da la vuelta para hacerme un flasheo de tetas. Con un rápido movimiento, tira de su camisa hacia arriba, dejando al descubierto el sujetador negro de encaje que aprieta su generoso busto. Para darle un poco más de efecto, da un saltito y mueve un poco los hombros. Me quedo hipnotizado por el vaivén de esa carne suave que invita a estrujarla, por el bamboleo de sus pechos de lado a lado, por cómo se comprimen un poco más, acentuando la raja y amenazando con salirse de su sitio.
Ya estoy levantando la mano cuando, demasiado tarde, me doy cuenta de la trampa. Le he adelantado y, tan pronto como gana la posición de retaguardia, Ana se vuelve a bajar la camisa y me saca la lengua en una mueca burlona. «Bueno, a lo mejor saco algo de esa lengua», pienso y me lanzo hacia ella.
Pedro intenta comerme la boca aprovechando que está cerca. «Chaval, soy la más rápida del lugar haciendo la cobra. Pero si quieres jugar duro nene, te vas a enterar —pienso mientras le agarro el paquete —. ¡Joder! Su polla ha empezado a crecer. Guay, con el pantalón apretándole el paquete a cada paso, se le pondrá dura como una estaca. Va a estar un poco puteado, pero ya lo tendré empalmado cuando llegue el momento. Pero casi mejor me aseguro».
—¡Qué mal perdedor eres! Pero como soy buena, te voy a dar un premio de consolación. —Le digo mientras me desabrocho la camisa un poco y hago un nudo con los extremos para tensar la tela en torno a mis tetas. Saco el botellín de agua y lo vacío sobre mis domingas. —¿Te pone el rollo camiseta mojada? —digo con una sonrisa pícara, bajando la mirada hasta el bulto de su entrepierna. Finalmente, con un azote en el culo le ordeno —Ahora deja de protestar y tira pa’lante que me toca a mi disfrutar un rato.
¡Y vaya si lo disfruto! El pantalón no le puede quedar mejor. Además, la ruta, aunque fácil, tiene algo de pendiente y me deja ese culo a una altura mucho más cómoda para observar y pellizcar de vez en cuando. Cada vez que lo hago Pedro se mosquea y me suelta: —Ya te pillaré, ya. — Y yo no dudo que lo hará, pero cuento con que, mas que pillarme, quiera empollarme. De momento me lo estoy pasando demasiado bien. Entre la cuesta y el calor la camisa se le pega a la piel marcándole cada músculo de la espalda. Me estoy poniendo muy burra y mi coño empieza a reclamar atención de verdad. Cuando el camino me lo permite bajo la mano hasta mi entrepierna y me pego tres o cuatro masajes.
Voy perdida masturbándome en mis fantasías de cómo le voy a quitar la ropa en cuanto pueda, en cómo voy a recorrer esa piel morena con mis manos sintiendo la solidez de esos músculos cuando, el muy cabrón, casi como si me leyera la mente, se hace a un lado del camino y empieza a quitarse la camisa. Yo sigo andando para poder contemplar el espectáculo de ver destaparse primero los abdominales, ahora brillantes de sudor, luego los costados y cómo estos se tensan según va subiendo los brazos, descubriendo la piel centímetro a centímetro. Al sacar la camisa por la cabeza sus pectorales se definen un poco más y finalmente esos hombros cuadrados quedan al descubierto. Seguramente el movimiento fue un segundo, pero yo lo viví a cámara lenta, con mi mano bajando al coño para darme otra ración de fiesta. Y claro, con tanta distracción no me doy cuenta de que le adelanto. Cuando saca la cabeza de la camisa me dedica una sonrisa de listillo y ahora soy yo quien va en cabeza. ¡Mierda!
Ahora Ana es la que va en cabeza, me toca a mí disfrutar del panorama. Hace un rato me di cuenta de que viene un tramo de escaleras bastante empinado, y por nada del mundo me voy a perder esa minifalda subiendo las escaleras. Mirar ese escote mojado desde arriba no es un mal plan, pero esto es casi insuperable.
Empezamos a subir las escaleras y desde aquí abajo puedo ver perfectamente las bragas, el culo, todo. Ha estado tocándose la mitad del camino y tiene las bragas mojadas. Con el juego que nos traemos no me extraña, yo mismo tengo el bulto a punto de reventar la cremallera del pantalón.
En una de estas Ana mira para atrás para echar un vistazo a mi torso y cuando sus ojos bajan hasta mis abdominales, mira mi erección y sonríe. —Ten cuidado, si sigues acumulando sangre en la polla te vas a desmayar con la subida.
—Tu si que te vas a desmayar cuando termine contigo en el piso.
—¿En el piso? —responde ella alzando una ceja mientras levanta una pierna y la apoya en la barandilla para dejar una vista más amplia. Con una mano aparta la braguita, dejando ver su coño rosado y húmedo, y pasa un dedo por la raja —Yo esperaba que me follaras como una bestia ahí arriba. —Y con esto, Ana sale a toda velocidad escaleras arriba. Dejándome con cara de tonto y sin saber qué decir.
Sin dar tiempo a que Pedro reaccione, bajo la pierna y aprieto el paso hacia el final de la escalera, obligándole a seguirme a toda velocidad. Lo he dejado tan descolocado que tropieza un par de veces en un intento de no perder la pista de mi culo. Espero que no se haga daño, lo necesito entero ahí arriba. El último tramo de escaleras lo hacemos casi a la carrera y llegamos a un llano con unos pocos árboles. Calientes y con la respiración acelerada por el último esfuerzo, nos lanzamos a comernos la boca sin decir ni pío.
Pedro me desabrocha ansioso los pocos botones de la camisa que me quedan y se dedica a mordisquear y lamer mi canalillo. —No sabes las ganas que tenía de hundir la cara aquí. —dice, su voz ahogada por la carne. Me rodea con sus musculosos brazos para soltarme el sujetador y yo aprovecho para acariciar esos hombros y espalda que tanto me ponen. El sujetador no dura ni un segundo en su sitio, y al instante ya está atacando mis pezones con mordiscos y lametones. Un pensamiento un poco aleatorio hace que me fije en cómo contrastan el moreno de su espalda y el blanco de mi piel a la luz del sol.
Quiero sentir mis tetas, mi abdomen, todo mi cuerpo contra esa piel ardiente, así que tomo su mandíbula para atraer sus labios a mi boca y le obligo a levantarse. Automáticamente me abraza y yo me abandono a envolverme en músculo. Sus manos bajan hasta mi culo y levantan la minifalda para agarrar y masajear con fuerza mi trasero. Me pierdo en sus besos, mordisqueando ese labio inferior carnoso y sensual, a la vez que mis manos bajan recorriendo su espalda hasta llegar al culo. El pantalón no me deja sentir la piel de esos glúteos trabajados, me fastidia. —No es justo, tu puedes tocar ahí abajo y yo no. —le digo mientras le desabrocho el pantalón con un falso puchero. Lo bajo un poco y vuelvo a arrimarme, ahora ya con las manos metidas en su boxer, disfrutando del tacto de ese culito firme, recorriendo con mis dedos los hoyuelos de sus cachas.
Él me levanta la falda por delante para arrimar el bulto de su polla a mi coño, la dureza aumenta y con ello la presión sobre mi clítoris. Agarro firmemente su culo y lo aprieto contra mi, usándolo para guiar el punto de presión. Me planteo comérsela para terminar de ponérsela dura, pero me apetece una mierda arrodillarme en este suelo de piedra. Hay otras formas. Empiezo mover la cadera arriba y abajo para restregarme, y como extra le acaricio el ano suavemente. Vale, surte el efecto deseado. Ahora está dura como el acero y me empieza a apetecer mucho que me la meta…
… me muero de ganas de metérsela, pero no aquí, estamos demasiado expuestos. La llevo de la mano hacia la línea de árboles y nos internamos un poco para quedar fuera de la vista. Sé que aún nos pueden pillar, y ese riesgo solo consigue calentarme más; pero al menos no nos va a interrumpir una excursión de Boy Scouts que pase por aquí de casualidad.
Me termino de quitar el pantalón y lo cuelgo de una rama. Me acerco a ella y la giro para ponerla de espaldas a mi. Le abrazo apasionadamente, mi pene encajado en la raja de sus impresionantes nalgas, mi torso apretado contra su espalda. Mientras hago movimientos con mi pelvis para mantener el mástil contento voy repasando su anatomía de arriba a abajo. Mordisqueo desde la oreja hasta el hombro subiendo y bajando. Mis manos envuelven sus pechos con una caricia para encajarlos en mis palmas y empiezo a masajear. Con mi índice y pulgar jugueteo con sus pezones ya erectos por el fresco del aire libre. Me encantaría tener un espejo delante para disfrutar de las expresiones de gusto que acompañan a sus gemidos. Por suerte los árboles amortiguan el sonido y podemos ponernos todo lo escandalosos que queramos.
Libero uno de sus pechos para bajar con una caricia por el vientre hasta la vulva. Jugueteo con ella, primero con un suave masaje por fuera, en círculos. El roce de los labios suena a húmedo. Los separo para pasar un dedo arriba y abajo por la raja varias veces, sintiendo el calor que irradia. Ana hace movimientos de pelvis para acompañar a los de mi mano y con ellos masturba mi polla encajada en su culo. Ya con el dedo bien mojado en sus flujos, lo subo a la altura del clítoris y con suma delicadeza busco el capuchón a la vez que sigo jugando con sus labios. Trazo unos pequeños círculos encima y aprieto un poquito para ver cómo vamos; aun está poco hinchado como para atacarlo directamente, pero la incursión le ha acelerado la respiración y los gemidos han subido de tono.
Todo este magreo está muy bien, pero necesito que Pedro haga algo más fuerte. Busco a mi alrededor un sitio que parezca mínimamente mullido. Nada, todo piedras y cosas con pinchos. Me gusta el BDSM ligero, pero hacerlo con una zarza pinchándome el culo me parece demasiado pro. De repente un tronco musgoso y algo inclinado me parece el lugar más cómodo del mundo, seguro que molesta, pero con lo cachonda que estoy me va a dar igual. Me doy la vuelta y le meto la lengua hasta la garganta en un beso largo y húmedo. Aprieto el coño contra su polla para restregarla a lo largo de toda la longitud de mi raja. Me separo de él y por un instante me recreo en su expresión de duda, luego le agarro el mango para llevarle conmigo. Me recuesto sobre el árbol dejando caer mis piernas a ambos lados, exponiendo mi coño rosado y húmedo. Pedro pilla la idea al momento, lo escogí listo. Mira al duro suelo y estoy segura de que está pensando lo mismo que yo sobre sus rodillas. Que se joda y se acomode en una sentadilla, así le saca partido a todas esas horas de gimnasio. Parece que me lee el pensamiento y con una expresión de fingido fastidio mezclada con una mirada traviesa se acuclilla y se pone lengua a la obra. Esta postura es cojonuda, desde donde estoy puedo contemplar perfectamente la espalda y el culo, que el muy jodido ha puesto un poco en pompa para darme una mejor panorámica. Pero en cuanto se pone a trabajar, me olvido de todo, cierro los ojos y me recuesto contra el tronco.
Esa lengua afilada sube por mi raja, despacio, anchándose después para apretar mis labios y volviendo a terminar en punta para presionar el clítoris. Traza círculos con la punta para jugar con mis labios, primero a un lado y luego a otro, y a la agradable sensación se añade un rayo de sol dándome en la cara. Un nudo de calor se forma en mi vientre cuando estira la lengua para jugar en círculos con la entrada de mi vagina, y me recuerda las muchas ganas que tengo de que me la meta. Pero cuando recoge mi clítoris entre sus labios y empieza a succionar delicadamente y masajeando con la lengua, haciéndome una mamada de clítoris, me olvido de eso también y me tengo que agarrar al tronco para no caerme.
Y es mejor que siga hablando él, porque yo me voy a abandonar en una nube de orgasmos y no voy a estar para andar contando nada.
Ana se deja llevar y empieza a gemir más fuerte mientras su cuerpo se tensa como preludio a un orgasmo. Su clítoris crece entre mis labios hasta llegar a un punto de turgencia que conozco muy bien. Es el momento de intensificar la mamada, haciendo vibrar la cabeza y dando un profundo y lento masaje al clítoris con la lengua. Me pajeo furiosamente, porque no hay nada que me ponga más que los gemidos de placer. Finalmente, con un espasmo, Ana se corre con un grito prolongado que termina en un gemido ahogado. Por supuesto, no voy a dejarlo ahí, con rápidos movimientos de la punta de la lengua sobre el clítoris le voy arrancando orgasmos, uno detrás del otro, cada uno de ellos anunciado por un grito de placer. Ana se retuerce de puro placer y por momentos parece que se va a caer de su precario equilibrio, hasta el punto que tengo que dejar de pajearme para atrapar sus caderas y así poder seguir con mi comida de coño. Con un último grito que hace despegar una bandada de pájaros, el cuerpo de Ana se relaja. Entreabre los ojos y con una sonrisa de satisfacción me dice en un susurro ronco —Ahora te toca a ti.
Con esas palabras mágicas se me va la cabeza y yo también me pierdo en una espiral de humedad, piel ardiente y gemidos. Os vais a tener que imaginar el resto porque yo tampoco estaba muy atento a los detalles, pero estoy seguro de que sabéis cómo acaba esto.
De alguna manera he acabado tumbada boca abajo sobre el árbol, despatarrada y con las tetas colgándome a ambos lados del tronco. «Debo parecer una de esas chicas manga del Hentai», pienso mientras me tomo unos segundos para recuperar el aliento y volver en mi. Pedro mueve su polla dentro de mi lentamente, disfrutando del gusto post-corrida, al tiempo que acaricia mi espalda cariñosamente. Es relajante, pero pasado el subidón de adrenalina el tronco se vuelve jodidamente incómodo y hago como que voy a levantarme. Las piernas me tiemblan y no me acaban de responder. Él me ayuda y me abraza tiernamente, recostándome contra su pecho mientras me da besos suaves en el cuello. Poco a poco me voy recuperando, pero el descanso no me dura mucho porque escuchamos ruido de gente por la zona.
—No vuelvo por el mismo sitio ni de coña —digo vistiéndome a toda prisa —. Imagínate la vergüenza si nos cruzamos con alguien que nos haya oído. Y con lo que me escuece la garganta, estoy segura de que he gritado como para que se nos escuche hasta en el apartamento.
—Mira, aquí hay un sendero, ¿vemos dónde nos lleva? —responde él dando saltitos mientras se pone los pantalones como puede.
—Vale, pero tú vas delante.
No tengo ni idea dónde acabaremos, pero me da igual porque estoy segura de que habrá un polvo al final de cada camino que tomemos en nuestra vida.
Espero que os haya gustado. Estaré encantado de leer vuestros comentarios tanto aquí como en mi correo andrialfo.relatos@gmail.com.
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