Un Poco de Ayuda Humanitaria Cap. 1

El negro se encontraba sin camisa, y con la luz que proviniendo desde la ventana del baño en que se duchaba su esposa también alumbraba el juvenil cuerpo del intrigante muchacho. Así Ernesto pudo distinguir el musculoso y por demás sudoroso vientre marcado de René

Después de una voluntaria ‑ aunque por distintas causas ‑,  en cierta medida , forzada  ausencia , por fin el día de hoy  reúno el tiempo  y paciencia necesarios para  reacomodar ideas  e intentar publicar un nuevo título en el que he trabajado durante algún tiempo.,  Espero sea de su agrado y  no se abstengan de comentar.

Pero antes dejarlos leer, quisiera  agradecer a la gente que aun pese a tan prolongado compás de espera ha estado en contacto conmigo, ya sea por correo messenger o buscado en  mi blog., ludomentisdsoyarte.blogspot.com .,  y a aquellos que aun no lo hayan hecho, sepan que con gusto los espero allá con otros trabajos e ideas que he tenido en el ínterin de esta ausencia.

Allá tengo publicados los borradores pre eliminares de la continuación  Monica y el Director , que dada la prolongada espera, ahora se llama  Monica y el Nuevo Suplente ( De Director ).

A los demás que sin comprender que lamentablemente la vida no es nada mas  consagrarnos a nuestros antojos., y con cierta falta de conocimiento y desmesura criticaron que no concluyera la saga, cuestionando incluso mi honorabilidad al sugerir que dicho trabajo pudiera ser plagiado o  “ tomado  prestado” argumentando que prueba de ello era que no  publicara los capítulos perdidos.,   únicamente les comento que considerando que a estas alturas de mi vida y mi circunstancia me resulta ocioso entrar en debates estériles ,  tan sólo les deseo que tengan largas y felices vidas...

( De preferencia –  por el bien de ellos‑ , sin encontrarse con personas tan inicuas como ellas mismas )

Cordialmente

LUDO MENTIS

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Un poco de ayuda humanitaria ©

G.O. Tigers , Ludo Mentis ®

Parte 1 Capítulo 1

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… “¡¿Aquí en la privada?!”.  “¿Con los Méndez?”.   “No, tú sabes que no es eso Jan., no es que sea racista ni nada pero no es algo que me esperara”.  “¿Cuántos años dices que tiene y que o como hicieron para que lo dejaran entrar al país?”‑  Recordaba  como apenas dos meses después de la tragedia que cimbrara hasta lo mas profundo de aquella isla Ernesto le había soltado aquel rosario de preguntas a su esposa Hana al enterarse que sus vecinos habían acogido en su hogar al joven muchacho de color.

Hana ‑ o Jan como más habitualmente la gente la conocía‑ ,a sus 35,  esposa de Ernesto de la Riba, madre de un pequeño ya próximo a celebrar con cuatro velitas en el pastel un nuevo cumpleaños que atestiguaba las bendiciones y felicidad de sus siete años de matrimonio, era toda una revelación por si misma.    A pesar de la imagen que en tierras occidentales se tiene de la insulsa mujer japonesa, delgada sin gran cuerpo y actitudes pueriles o extrañas para nuestras idiosincrasias, era la antítesis de aquellas representaciones a donde quiera que iba y hacía girar las cabezas de todos cuantos la miraban y se embelesaban con ella.

Con su cabelló oscuro, escasamente ondulado que como una corta cascada llegaba poco debajo de los hombros y aquel rostro angelical que apenas rememoraba algunos cuantos vestigios de la herencia nipona de sus padres que aún habían regado en su cuerpo digno de ocupar la página central de cualquier magazine, o como también algunos que la conocían, a veces a espaldas de ella o de su marido, se referían a ella como “El sueño oriental húmedo”., en verdad era una visión digna de atesorar en la mente.

Gentiles los finos rasgos de su rostro y fina anatomía femenina de la que resultaba imposible no distraerse a mirar los generosos pechos de copa C que enseñoreaban su tentadora presencia tanto como las amplias caderas y el llamativo trasero que contrastando con la increíblemente breve cintura de ella, que pese a haber concebido a un pequeño aun se mantenía como la de una quinceañera en edad de colegio e incluso era la envidia de algunas de sus vecinas, amigas y compañeras, quienes cuando en la  oficina notaban como la miraban sus jefes o por algún inocente descuido se agachaba ella a recoger algo del piso únicamente doblándose por la cintura en vez de doblar las rodillas como se suponía que eran las castas costumbres del tradicionalista país de sus padres habían llegado a comentarle:   ‑ ¿Y tú olvidaste tus buenos modales en Japón Jan?...   Pobre de tu marido…  ¿Que será peor para él?., ¿verte agacharte por delante o cuando te doblas así y te ve por detras?...   Si el pobre viera como se le salen los ojos al jefe cuando vienes con esas falditas y el no puede dejar de mirarte el cabus…

Aparte de todo aquello y los casi 95 centímetros en la parte mas ancha de su anatomía, el resto de ella, especialmente el cerebro era otro de sus mejores atributos. Graduada como primera en su clase de economía, y ahora ejerciendo el puesto de supervisora de procesos de calidad para la empresa, en si misma toda ella era el mejor patrimonio tangible de la empresa en la que trabajaba, y un codiciado bocado siempre en disputa por los tiburones empresariales, que sin importarles que estando casada ella los rechazara una y mil veces.    No obstante Hana no diera otro motivo más que su misteriosa y encantadora belleza, los hombres simplemente no podían resistir insinuársele cada vez que podían aunque ella continuara negándoseles para seguir siéndoles fiel a su esposo y su hijo.

Poco importaba que aunque en condición general Ernesto no estuviese tampoco del todo mal, aquejado recientemente por los efectos del alopurinol que para contrarrestar los ataques de gota que se habían sucedido de manera frecuente reduciendo notoriamente su libido, causando que el sexo hubiera disminuido drásticamente entre ellos durante los pasados seis meses.   Situación que sumándose a una vida sexual que aunque no podría considerarse como insatisfactoria para ninguno de ambos tampoco hubiera podido decirse que durante los años posteriores al nacimiento de su pequeño fuera la más candente.   Al punto que luego de que iniciasen los repetidos ataques de gota, las relaciones sexuales entre el joven matrimonio eran tan esporádicas en grado tal que pese a la condición siempre latente de insatisfacción que Hana había comenzado a mostrar, cada vez que Ernesto conseguía sostener una erección como las de antes de que se casaran, estando ella siempre dispuesta a recibirlo dentro de su receptivo cuerpo, sin importar cuán húmeda y excitada ella pudiera encontrarse, experimentaba problemas para acomodarlo placenteramente entre sus piernas aunque no se lo reclamaba de ninguna manera, sino que por el contrario, al sentir como su cuerpo batallaba para recibirlo, gustaba de hacerlo sentir como todo un campeón y encomiarlo a que la poseyera utilizando todo lenguaje que conociera para decirle lo bien que se sentía ser penetrada por él,  y entre lloriqueos y gemidos hacerle saber lo mucho que disfrutaba experimentar aquella sensación que surgía desde  lo más íntimo de su pequeña persona al ir avanzando él con su miembro distendiendo de paso a pasito las empapadas paredes de su amoroso canal vaginal.

Para Ernesto sin importar que ahora cada vez que lo hacían, él tuviera que usar condón para protegerla de la posibilidad de un nuevo embarazo aquellos estremecimientos que con sus poco mas de 13 o 13 centímetros de masculinidad causaba en su esposa al avanzar dentro de ella mientras la veía abrir los labios para resoplar  entre gimoteos que lo amaba y la hacía sentir toda una reina al empujar la cabeza de su pene pasando los delicados labios de la feminidad de Hana lo volvían loco de felicidad cada vez que conseguía penetrarla como antes lo hacía aunque fuera con aquella capa de latex que los separaba y se lo hacía más difícil.

Habían intentado ya otros medios como pastillas de diversas marcas que siempre causaban efectos secundarios como repentinos cambios de ánimo y nauseas que, siendo el caso que su vida sexual había disminuido al nivel que ahora tenía, simplemente no resultaba correcto o necesario que ella también padeciera de estos si aunque a él le hubiera gustado poder sentir siempre la tibia humedad del cuerpo de ella plenamente en contacto contra su pene excitado,  pese a que fueran marido y mujer con el uso de un simple condón de vez en cuando todo se solucionaba.

Así, queriéndose y adaptando la vida a sus circunstancias habían continuado viviendo el momento hasta que poco después de mediados de marzo a la casa de los vecinos llegó el muchacho que estos habían acogido para darle refugio en su hogar.

Aparentemente escasos tres meses después de que, cómo parte de aquella ayuda humanitaria René llegara a vivir a la privada lo que realmente era y había sido su vida en la afectada isla comenzó a revelarse cuando a sus dieciocho años empezó a faltar a clases en el colegio que lo tenían inscrito los Méndez, atemorizar a los compañeros menores y pelear con los hijos de algunos de los vecinos, o si se daba la oportunidad de no haber ido a la escuela convivir con coterráneos que con sus mismos problemas, en vez de aprovechar la oportunidad que se les estaba dando para rehacer sus vidas, romper el cristal de algún auto para hacerse de dinero fácil con el que costearse sus vicios.

E incluso peor que todo lo anterior resultó que, quizás debido a lo extraño que una belleza tan misteriosa y ajena a las que pudiera haber conocido el muchacho en su isla natal, sin poder evitarlo o siquiera mostrar disimulo en la atracción que le producía la frecuente cercanía con la menuda y grácil figura de Hana, empezó a insinuarle constantemente lo mucho que le gustaba, aun en presencia de sus mentores y el propio Ernesto que no tardó en darse cuenta del modo en que siempre lo sorprendía intentando mirar dentro del escote de su esposa o lo mucho que a veces ella sin percatarse de nada dejaba ver de sus piernas con las faldas que se ponía.  Hasta que un buen día suponiendo que nadie aparte de ella lo oiría con su acento entre africano y francés que aparentemente sólo medio digería el español, la llamó ‑su “chinita nalgona con pechos de vaca”.‑   Y al notar que ella en vez de amonestarlo, siquiera alzarle la voz para regañarlo o mucho menos decírselo a  nadie para que lo reprendiera o se aprestara a ponerlo en su sitio para que no volviese a pasar de la raya, simplemente se sonrojó apenada de la comparación a la que creía que había dado lugar.

Y es que no obstante los dos sean islas  Japón y Haití son dos mundos casi paralelos en los que para los de raza oscura lo mismo da amarillo que blanco, si chinos y japoneses tienen los ojos rasgados…


| Aquí incluía yo una ilustracion hecha por su servidor, pero que dado el formato de envio que se emplea en TodoRelatos actualmente , no sé como poder hacerles llegar...

( La vez anterior que intente comentar una cuestión, si no era ya posible con Alex, al menos con alguien de los ayudantes que entiendo que ahora le asisten, pero  habiendo enviado correo a la cuenta que tenía,  nadie me contestó. )      Espero se pueda hacer algho al respecto ...

( Si gustan ver o darse una idea de la ilustración  , supongo pueden checarla en el Blog ¿? ) |


A partir de esa tarde en que la joven madre del hijo de sus vecinos no reaccionó de otra manera, cada que podía el amañado muchacho buscaba la manera de intimidarla con toda clase de humillantes comentarios referentes a la corta estatura y por demás evidentes atributos de la mujer que escasamente con los cabellos de la corona alcanzaba la altura del cuello del maleducado hombretón. Y comenzó a decir y mascullarle cosas cada vez mas perturbadoras.

‑“¡Ya verás tú un día putona japonesita!…    ¡Cuando pruebes tú la cabezota del garrote de negro de René, ya no querrás más nunca que tu marido te coja con ese lapicito que tienen para darte en tu cosita cuando te coge en la cama de ustedes!”‑  En un retorcido español le soltó el depravado comentario que la hizo enrojecer por completo y a punto estuvo también de ocasionar que contrario a la habitual discreción aprendida de sus ancestros, la aturdida esposa de su vecino fuera a decírselo para que de una buena vez y por todas lo pusiera en su sitio o hablándolo con sus tutores tal vez vieran la posibilidad de enviarlo a vivir a otro lugar.


…Pues por mí que lo echen de aquí y del país.   ¿Tú crees que no he visto como te mira cada puede el negro ese?‑     Irritado le preguntaba Ernesto a Hana un sábado por la noche, después de que los Méndez afligidos por el muchacho les pidieron que  los ayudaran para que no lo deportaran, luego de que la visitadora del departamento de inmigración les dijera que en caso de que tuvieran cualquier nuevo reporte de mala conducta o posibles actos delictivos en los que el muchacho estuviese involucrado.

‑¿En verdad que creen que van a solucionar con el negro ese?...   ¿Cómo vamos a ir tú o yo a pedirle al Señor Corcuera que le de empleo temporal en tu oficina o la mía?...   Ya bastante es que consiguiera que nadie de la compañía se entere de que estamos casados y trabajando en la empresa…‑     Externaba molesto Ernesto a su esposa sin poder comprender como era posible que dentro de aquella pequeña persona existiera tanta bondad como para pasar por alto la molestia que le producía el muchacho y abogara por él.

‑Bueno, no es la misma compañía, recuerda que son sólo filiales…  Y aunque mi jefe sea todo un payaso, el Señor Corcuera es una buena persona…   Démosle una oportunidad.    Nada nos quita intentar ayudarlo antes de echarlo de vuelta a la vida que siempre ha tenido‑    Le pidió ella apiadándose del muchacho y de sus vecinos que no querían dejar que se lo llevaran.

…De acuerdo., pero, ¿ y que ganamos con esto?‑   Sin salir  de su asombro Ernesto quiso saber.

‑No, Neto, ya sé…  No ganamos nada con esto‑  Admitió Hana  antes de  acotar:   ‑  Pero tampoco perdemos.  Recuerda lo que nos han contado que sufrieron mis abuelos en aquellas barracas de detención en las que tuvieron sólo por ser japoneses aunque en realidad ya vivían en Estados Unidos desde antes que iniciara la guerra…

Dejó en el aire la consideración que la movía a pedir ayuda para el muchacho sin importar las inconfesables obscenidades que le había dicho al oído en mas de una ocasión sin que ella se atreviese siquiera a comentarlas con  sus más cercanas amigas.

Consideración que por su parte Ernesto sin conocer la clase de humillaciones que su esposa había recibido por parte del vago aquel, sopesó tanto como el hecho de que en realidad dentro de su cabeza no veía una clara posibilidad de que alguien empleara a un muchacho con la chocante pinta que el desadaptado, no sólo por su color tenía, sino también por el tipo de ropas que usaba, forma de hablar  y de conducirse de manera tan primitiva y poco considerada hacia los demás.

De cualquier forma, y muy a regañadientes de sui mismo, al lunes siguiente el perturbado Ernesto entro a ver al plenipotenciario jefe de su compañía y consiguió que al alebrestado mozalbete le fuera concedida una entrevista por éste.

…Mira, no es mala la idea.   Está de moda ayudar y al negrito este le podemos conseguir un trabajo temporal.    Los del consejo se pueden para el cuello, tú le ayudas y me ayudas a mí con ellos, siempre y cuando lo tengamos bien checado y lejos de donde se pueda o nos pueda meter en problemas…   Digo, no vamos a ponerlo como cajero o mensajero que vaya al banco con millones para depositar…‑  Concluyó Corcuera de la Madrid, satisfecho de sus soluciones.

‑Sí., ya sé.    Pero es que lo que no sé y,  si más me molesta del negro es que para mí es un pasado de listo que se aprovecha de la compasión que la circunstancia de su país genera en la gente… Ya varias veces lo he visto queriendo tirarle la línea a Jan como si yo ni existiera.‑  Por fin , sin pensarlo mucho Ernesto externó ante su jefe la cuestión que más le perturbaba de la presencia del jovencito y la cercanía con su esposa.

‑Ah no Ernesto…  No seas así…   Que si lo pones de esa manera muchos, no sólo el negrito ese sino hasta conmigo incluido ya nos tendrías que haber mandado a la isla…  ¿Qué no has visto bien a tu esposa?...   O ¿esperas que todos los otros que  la conocemos estemos ciegos y no digamos lo… ‑  No alcanzó a terminar el desenmascarado admirador  de la belleza de Hana, antes de recomponer y sin dar la mala nota de lo que iba a decir terminar  corrigiendo entre risas:    ‑¨Vamos tú sabes…   Lo antojable que siempre ha parecido con su discreta belleza que la hace lucir tan atractiva y deseable…

Por algunos instantes luego de que se sucedieran los desmedidos e indiscretos comentarios ante los cuales Ernesto reaccionó quedando con la sonrisa dibujada en el rostro sin saber que otra cosa decir cuando escuchó a su jefe decirlos entre risas, como si quisiera tantear algún posible terreno que pensara pisar.  Y ambos hombres permanecieron en un incomodo impase hasta que fue el jefe quien notando la incomodidad producida en su subalterno buscó suavizar la situación al decirle:

‑Ya hombre quita esa cara…    tú no te apures de nada y  ya lárgate de mi oficina.,  que esto no nos hace compadres y aquí te lo anoto como uno de los favores que sólo me debes., y que ya son muchos…      O sea., aquí te lo anoto para cuando se me ofrezca acordarme que te salvé tu trasero., que eso acá y en china siendo tu jefe y viniendo esto del origen de la palabra “ayudar” que en su raíz del latín estudié en la escuela, quiere decir que de aquí en adelante o hasta que se me olvide o me consiga otro a quien restregárselo., yo soy tu papi y tú eres mi “bitch” …‑  Soltando ambos una carcajada genuina ante la política ocurrencia del avezado hombre de empresa.


Sorprendentemente incluso para el propio que después de ver que el renuente muchacho aceptara asistir  al día siguiente para entrevistarse con el gerente de recursos humanos,  René  consiguió una oferta para realizar trabajos eventuales para la empresa, mismos que aun con su aspecto desaliñado y sin alejarlo de la escuela podía ejecutar por las tardes y alguno que otro fin de semana,  y para no terminar las sorpresas aun el jovencito luego de un par de semanas le agradeció la oportunidad que le había conseguido de reformarse, asegurándole que no lo defraudaría.  Y así una quincena después la tensión en el exclusivo vecindario comenzó a disminuir cuando un día por la tarde el protegido de sus vecinos le comentó que el supervisor le había dicho que el Señor Corcuera en persona le había solicitado que le dijera que esperaba verlo en su oficina para comentar algunos aspectos del proyecto en el que trabajaban, y sin querer molestarlo con una llamada su celular no le quedó más remedio que ponerse a revisar algunos reportes atrasados mientras esperaba para ver de que se trataba lo que quería comentarle su jefe.

Pasaron los minutos, luego la hora, y finalmente cuando ya a eso de las siete treinta de la noche Ernesto por fin se dio cuenta que ni el Señor Corcuera volvía ni, a nadie aparte del guardia de seguridad  se encontraba ya en la oficina, supuso que seguramente el chico debía de haber malentendido la instrucción que le había dado, pasó a dejar una nota pegada en el monitor de la recepcionista para dejar constancia de que lo había estado esperando hasta casi las ocho.

Atravesando el trafico de aquellas horas recorrió el camino de vuelta molesto con el jovencito por todo el tiempo que lo había hecho perder lejos de casa, habiendo podido estar con su esposa y su hijo en vez de en su oficina esperando una reunión que nunca ocurrió.

…¿Qué pasa papi?.,  ¿Por qué no has llegado?.  ‑  Escuchó la voz de Hana que le contestaba cuando llamó para informarle que llegaría más tarde de lo que normalmente lo hacía.

‑Ay Jan… ¿Ya que cosa te digo?...     Éste menso me tuvo esperando a que el Señor Corcuera llegara‑   Comenzó a quejarse con su esposa antes de comentarle el motivo de su retraso y hacer un poco de plática y  acordar que ella se metería a la regadera para bañarse después de acostar al niño a dormirse.

‑Bueno sí,  yo creo que debo llegar más o menos dentro de media hora o poco más de cuarenta minutos…    Te veo más tarde cosita.    ‑  Se despidió para concentrarse en el camino y evitar mayores congestionamientos que lo entretuvieran.

Casi llegando a las nueve, las estilizadas manecillas iluminadas del reloj de su auto, por fin entró al residencial para dirigirse sobre los adoquines hacia la privada donde vivían, y tras apagar el motor del vehículo, en vez de meterlo hacia la cochera lo dejó aparcado a la entrada de la rampa para bajarse., pero cuando  se hallaba por entrar a la casa un ruido proviniendo del jardín trasero llamó su atención y lo movió a investigar de que se trataba.   Le parecía haber escuchado algo semejante a un resoplido.

Al acercarse hacia el punto del que suponía que provenían los sonidos y ver la luz del baño de su propio baño encendida pronto descubrió que se trataba del ruido que hacía el agua al caer dentro de la regadera y estaba por regresar hacia el área del frente cuando se dio cuenta que a través de los pequeños cristales traslucidos de la ventana se alcanzaba a apreciar la evocadora silueta del cuerpo de su mujer bañándose y se quedó a observar un poco más la encantadora escena que sin duda alguna su Jan, no suponía que estaba protagonizando en momento tan íntimo.    Y allí se mantuvo mirando hasta que de repente aquel sonido que lo había hecho ir a allá atrás volvió a escucharse del otro lado de la cerca de setos que delimitaba la casa de sus vecinos  por lo que alertado puso una rodilla en el pasto para investigar que o quien los causaba.

Tras buscar entre las sombras sin ningún resultado dirigió su vista hacia la ventana del cuarto que ocupaba el oscuro muchacho.   No más encontrarlo parado allí cerca del borde ésta, de inmediato entendió lo que había sucedido.   El muy taimado jovenzuelo, sin asomo de duda le había tendido una trampa que con la intención de poder espiar a su esposa lo mantuviera alejado de su domicilio por algún tiempo.

El negro se encontraba sin camisa, y con la luz que proviniendo desde la ventana del baño en que se duchaba su esposa también alumbraba el juvenil cuerpo del intrigante muchacho. Aí Ernesto pudo distinguir el musculoso y por demás sudoroso vientre marcado de René, quien con los pantalones bajados seguramente hasta las rodillas y lo que parecía un pequeño rebujo de tela traslucido se masturbaba mientras la observaba bañarse.

‑Oh Dios., ¡No!...   ¿Qué crees  haces estúpido negro?‑      Dominó el impulso de gritarle o ir a buscar a los putativos padres de la sabandija esa para que cargaran en contra de él y lo pusieran de patitas en la oficina de la embajada o migración, cuando algo que lo dejó por completo petrificado lo detuvo a la vez que casi lo hace exhalar pesadamente el aire contenido dentro de sus pulmones.

‑¡Madre de Dios!., ¿Qué es eso pinche negro?...   pareces un chango pero esa cosa es la de un burro…  ¡animal!‑    Quedó atónito al observar el descomunal falo que el muchacho empuñaba en la mano.

Aquello que Ernesto observaba no parecía de naturaleza humana en manera ninguna.   El tamaño de aquella lanza debía de exceder, y con mucho,  los veinte y tantos o treinta centímetros de carne y era tan ancho como el más grueso salchichón de pepperoni que hubiera visto en su vida.  Bajo la tenue luz que bañaba al muchacho lucía tan reluciente y oscuro como el dueño de este.,  solo que a diferencia de aquellas delicatesen  que vendían en las salchichonerías éste aparecía húmedo y cubierto de amenazantes venas que aun a la distancia atestiguaban que se trataba de carne llena de vida  pulsante.  Y en verdad era tan grande que lejos de comparaciones que podían ser imprecisas, al menos el muchacho  aun usando ambas manos para frotar con ellas su concupiscente pasión dejaba escapar fuera del alcance de los puños  la enorme cabeza con forma de hongo que coronaba su miembro.

…  ¡Aaghh!.    Aeerrgghaghh…  Ouddghhhh…   ¡Si Puta!...   Tómalos…    ¡Tómalos todos!  toma mis moocos  oooghhh…‑     De repente  lo escuchó gruñir al momento que el impetuoso muchacho de color explotaba por todas partes  ante la visión de su esposa.  Parecía estar vaciándose por completo en oleadas de semen que no cesaban hasta que súbitamente un ruido proviniendo del interior de la propia casa en que habitaba lo hizo retirarse de la ventana y desaparecer de la sorprendida vista del confundido marido.


Cuando luego de presenciar el deleznable acto y ver que así como el indecente muchacho se había ido a atender otros asuntos que no delataran la ilícita naturaleza del acto que había cometido, de la traslucida pantalla de vidrios y plomo sobre la que durante el insospechado espectáculo había estado proyectándose y regalándole a éste la sombra del obsequioso cuerpo de su querida esposa, después de unos instantes más que permaneció siendo visible la oscura silueta de Hana se desvanecía por completo, y convenciéndose de que nada mas ocurriría Ernesto  finalmente se decidió a entrar a la casa.

Aparte de contrariado por la reprobable conducta del que ahora ante  los ojos del Señor Corcuera era su joven pupilo., repasando en la cabeza lo que acababa de presenciar y las probables palaras con las que el muy estúpido se excusaría si llegaba a enfrentarlo.

“No, tú no entiendes Señor Ernesto”…     “No hacía nada malo., ustedes me han ayudado”...  “ Yo René lo respeto a ti y tu esposa Señora Jan”…‑    En su cabeza repasaba las torpes palabras que seguramente  usaría el primitivo e inculto inmigrante.

¡Vaya un estúpido!…‑  Concluyó para sí cuando decidió no decirle nada sobre lo sucedido a Hana para no ocasionar que se mortificara al saber lo que había visto hacer al muchacho mientras ella tomaba su baño o él mismo tener que justificarse al explicar el porque de la repentina e inusual erección que dentro de los ajustados pantaloncillos le incomodaba al andar.


…¿Tiene minuto Señor Neto?‑   Al día siguiente del bizarro incidente Ernesto se hallaba distraído en su escritorio intentando que dilucidar que hacer al respecto de lo ocurrido cuando de repente la curiosa manera de hablar del expatriado lo hizo volver a la realidad.

‑Bueno, ando algo ocupado en este momento‑   Mintió tratando de evadir al ya no sólo chocante muchacho.

…Es que quería yo pedir una disculpa.    Perdón por ayer…  Creo que equivoque el día.‑   Sonrisa dibujada en el oscuro rostro insistió en pedir que lo disculpara.

‑Si hombre.,  no te apures René…   Pero sólo te pido que no vuelva a ocurrir…   No fue nada gracioso.‑   Contestó Ernesto, concediendo el escaso asomo de duda que le quedaba para no pensar que el muchacho había planeado toda la confusión.

…Si, gracias Ernesto.  ‑   Ahora dejó de conducirse hacia él con la propiedad adecuada sin emplear apelativo ninguno antes de lanzarse a exponerle:

‑Pero bueno ya que yo estoy aquí, quiero decirle que quiero agradecer y hacer correcciones porque tú sabes., he sido malo…   En especial con tu esposa…   Tú sabes., cosas que le he yo dicho a ella o hablado o hecho con ella‑   Con la confusa gramática le resultaba difícil a Ernesto seguir el orden de las ideas del muchacho cuando lo interrumpió para que dejara de hablar de forma tan errática.

‑Bueno, si es ese el caso, creo que lo primero que deberías de hacer es sólo mostrar tu buen lado y aparte de no comportarte como lo has hecho., no ser tan falso e hipócrita mentiroso…  Que yo sé lo que has hecho…   ¿ O que?...  ¿Piensas que también soy un menos como los Méndez que te protegen sin importar las cochinadas que hagas?‑  Estalló Ernesto.

…¡Oh si!.  Está  bien si tú Ernesto quiere que se los diga, está bien…  No veo porque tú te enojas conmigo ‑   Con gesto de molestia le respondió el muchacho  antes de voltear a ver que nadie los estuviera escuchando y  surgir con el inesperado señalamiento:

‑ ¡Te dije que te quedaras porque sabía que la señora Jan iba a estar sola!...   Yo sólo quería ver los melones enormes que tiene y los pelitos negros que tiene allí en medio en su bollito…   ¿Pero que tiene de malo eso?...   A ella también le gusta que se lo vea cuando se baña., y a tú también te gustó que yo te la vea y sabes que te vi viéndome que la veía…   A ustedes los blancos todos les gusta que veamos a sus esposas y les hagamos cosas con ellas…   ¡Yo no soy malo por eso!….  ‑  Al terminar de decirle estaba sonriendo en actitud de confrontación que duró hasta que sin dar tiempo para que el sorprendido marido se repusiera del tremendo impacto que le había ocasionado el mentecato muchacho, éste le asestara otro golpe que lo dejó boquiabierto.

‑¡Te vi que me viste que me jalaba el camote mientras veía a Jan cuando llegaste!…   ¡Esta cosota que tengo para darle a las mamás , las niñas y las esposas de los esposos  que me lo pidan!…   Mi Palote negro  o camote duro enmielado como  aquí ustedes le dicen.

‑Ehr… ¿Tú?...   ¡Sí , yo te vi!...  Pero no… ‑    De pronto, Ernesto pareció quedarse sin palabras al ser confrontado con los hechos por el muchacho.

‑No, no te preocupes…   Es un secreto…   No voy a decirle yo a Jan que te gusta ver cuando la ven desvestirse y bañarse…  Mejor la dejaré que ella vea lo que tengo aquí para ella. ‑    Con risa sarcástica  siguió de largo con el inmoderado ataque hacia la consciencia del sobrecogido marido que como si las pupilas fueran a quemársele por los rayos del sol o un hierro más candente  que los celos e incomodidad angustiosa que le produjo voltear a ver hacia el pronunciado paquete que se formaba dentro de los pantalones del intemperante jovencito., lo mas pronto que pudo se obligó a apartar la vista de aquel sitio.   Pero el muchacho aun no terminaba de hablar:

‑ No te enojes Señor Neto…   René les agradece lo que me han ayudado usted y tu esposa, pero tú sabes que antes de que me la voy a coger con ésta.  ¿No es cierto Señor Ernesto?...

En verdad que Ernesto no entendía los alcances que el muchacho podía llegar a tener.   Sintiendo como si dentro de un tubo en el que él se hallara sumergiéndose hacia un remolino que le impedía entender con claridad,  aquella conversación pudiera únicamente estarse dando por algún curioso desencuentro cultural e idiomático., pero shocekado intento salir a la defensiva.

‑No René…  Eso si te aseguro que no creo que pueda ocurrir… ¿Qué ya te estás metiendo con drogas?... ‑   Se forzó a decirle con voz que aunque pretendió sonar convencida y firme de lo que decía,  resultó temblorosa e insegura.

‑No, claro que no., tú sabes que no…     Pero de lo otro yo sé que sabes que sí.    Hasta yo creo que tú mismo me ayudaras a meterme en sus pequeños calzones de Jan y te gustara ver como se lo hago…  René te apuesta  que ayer en la te acostaste en tu cama pensando en tu esposa con mi cosa clavada adentro de ella…     Humm…  No más de pensar en ella y su pancita delgada….   Me muero por  clavarle la macana allí dentro y ver que caras hace cuando la sienta…‑  Como si estuviese leyendo un script profirió obscenidad una tras  otra.

‑ ¡¿E- estás lo-o-co?¡., ¡¿ o que cosa te p-asa?!‑    Tartamudeó Ernesto, incrédulo de la sarta de bajezas que acababa de escucharle decir a aquel jovenzuelo.

…!Vamos hombre!,  ¿Qué te espanta?...  ¡¿No has visto el cuerpecito pequeño que tiene el bombón ese?!...   No me digas que piensas tú que le es suficiente con lo que le puedas dar a su bollito…‑  El muchacho no se retractó de lo dicho y encima echó más leña hacia el fuego.    – Cuando René se la clave, se la va a clavar bien bonito…  Sólo que no sé cuando que ese gatito que tiene entre sus piernas sienta lo que es tener un camote negro y grandote y se estire hasta ya no poder…    Ya verás tú que yo aquí tengo lo que la chinita necesita., y la trataré tan rico con esto que pedirá más…‑ Lo atosigó al cada vez más sorprendido marido, antes de hacer un aspaviento con la mano, juntando sus negros dedos índice y pulgar, en señal del pequeño tamaño que calculaba que el atolondrado marido tendría en aquella área de su anatomía.

Ernesto quería pararse de su sillón para ir a reventarle la cara al muchacho y borrar de una vez y por todas aquel gesto de baboso engreído que tenía el muchacho, cuando de repente por el pasillo observó que se acercaba la grácil figura de Hana quien sin avisarle, y en el peor momento de todos había ido a visitarlo para comer.

‑ Hola René…  ¿Qué haces aquí?...  ¿Cómo va todo?...   – Le saludó al muchacho sin imaginar de lo que habían estado hablando antes de que llegara y también saludara con un beso al aturdido Ernesto que simplemente no podía recuperarse de la osadía que acababa de presenciar viniendo de los negros labios de aquel individuo.


De manera diametralmente opuesta a la que habitualmente se nos ha enseñado que debe ocurrir o se ve en las producciones cinematográficas, en las que el buen hombre sale al recate de la injuriada honra de la dama a la que se le ha insultado,  Ernesto, en vez de haberse parado a jalonear o echar de aquel sitio al temerario ofensor, pusilánimemente evito enfrentarlo delante de su amada esposa, y actuando como si nada hubiese ocurrido se limitó a irse con ella en cuanto pudo.

Así ya en el restaurante comenzó a volver la calma hacia él.   No obstante  sin atreverse a comentar con Hana absolutamente nada de lo sucedido, mientras comían de su cabeza no se apartaban todas aquellas palabras e imágenes de lo que el atrevido René le había dicho.   Hasta que sin querer o proponérselo  de repente al verla a ella comiendo a su mente llegó la angustiosa visión que sin remedio comenzó a agobiarlo.    En la misma, y aun teniendo plena confianza en los buenos principios y fidelidad que Hana siempre le había demostrado, de pronto la visualizo teniendo íntimo contacto con el cuerpo de aquel negro desagradecido.


Días mas tarde luego de aquel desatino, y sin que Ernesto de la Riba atinara a poner una solución a lo sucedido, como fuera pedirle a su jefe que lo echara fuera de la compañía, pretextando que quizás se había presentado a laboral bajo el influjo de alguna sustancia psicótica que lo hubiera hecho comportarse como lo había hecho, aparentemente todo había vuelto a la calma,  aunque para asegurarse que el alebrestado inmigrante fuera a buscar meterse en problemas o con su esposa, el apocado marido de la belleza oriental que tanto parecía haber inquietado al muchacho no dejaba de llamarla cada vez que podía y llegar a casa en cuanto le era posible.

¿Qué otra cosa puedo hacer?...  ¿Decirle a los Méndez lo que hizo y es mejor que pidan que lo cambien de residencia o saquen ya de este país?...  ‑    Pensaba sin poder concentrarse en su trabajo Ernesto cuando hasta su escritorio le fue llevada por un mensajero la invitación para celebrar un aniversario más de la compañía.

‑ Es que no sé…  Dirán que eso lo debí de haber arreglado de un puñetazo  en vez de dejar pasar cuatro días para ir a quejarme… ‑  Intentaba concluir lo mal que había hecho en no actuar de manera inmediata y dejarlo que se saliera con la suya.

La fiesta de aniversario, como tofos los años se llevaría a cabo en el salón de un lujoso hotel de la zona sur de la ciudad, donde como parte de los beneficios que la empresa ofrecía a sus empleados, tanto los visitantes del interior  como todos aquellos que desearan quedarse después de la fiesta tenían disponible el uso de alguna de las habitaciones para que pernoctaran y no se expusieran a tener algún accidente de tráfico al regresar a sus casas o ser aprehendidos por la policía del alcohol, pues el mismo corría incluso en mayor abundancia que los bocadillos, risas e indiscreciones de los convidados al fastuoso banquete.


… ¿De veras tenemos que ir Jan?.,  tú sabes que a mi esas fiestas ya no me gustan…   Todos los años acaban con algún empleado borracho llorando porque lo dejó la esposa o el Señor Corcuera no lo valora como él se lo espera.‑   Alegaba Ernesto por la mañana de aquel sábado, intentando evadirse de la celebración.

‑ Ay Otto…  Ya sabes que sí tenemos que ir…  El Señor Corcuera me dijo que si acaso empezabas a querer inventarle que estabas enfermo con lo de la gota, te dijera que hasta en muletas te llevaría…  Hasta me dijo que si lo intentabas te recordara que le debías el favor de lo de René y que te lo cobraría sólo con que me llevaras y si querías luego te regresaras. ‑  Con una delicada sonrisa de sus labios rosados terminó de explicarle Hana que no había como pudieran evitar asistir a la fiesta, al tiempo en que se agachaba a darle un beso a su pequeño retoño al regresar de las tiendas que había visitado  durante la mañana  y en seguida checar su figura sobre el reflejo del enorme espejo de cuerpo completo que adornaba el elegante mueble del recibidor  de su casa.    Tras lo cual, más que cómo una promesa, un anticipo, tentó al renuente marido:

‑ Si no vamos, no verías lo que me compré Ottito, y creo que te gustará saber que nunca me había comprado algo tan así como tú dices…  Tan descarado, de “mírenme que ya llegué”…  ‑  Volvió a referirse de aquella manera cariñosa en la mezclando algo del japonés al español usaba para decirle esposo o esposito.

Bueno, pues ya que…  ‑  Aparte de la genuina curiosidad que le causó saber de que pudiera tratarse el atuendo que tan animada tenía a Hana porque la viera con el puesto, se dejó convencer que no tenía ya otra salida después de que el mismísimo jefe prácticamente había invocado la carta de obligatoriedad para que asistieran al evento y tomaría a mal que lo dejaran plantado.

Más tarde en casa de los De la Riba, Ernesto se hacía cargo del niño mientras Hana comenzaba a prepararse cuando ella le llamó a que subiera a la recamara para que viera un anticipo de cómo luciría con el vestido que planeaba usar para ir a la fiesta, pues aunque le gustaba como se le veía comenzaba a tener dudas al respecto de ponerse algo tan atrevido como lo que había comprado pero no sólo se le vería él puesto sino más gente de la oficina que le incomodaba lo que fueran a pensar cuando la vieran llegar a la fiesta.

…A ver Ernestín espérame aquí a que vaya a ver que se compró tu mamá. ‑   Dijo al pequeño movido por la inquietud de subir a verla.

‑¿Qué pasa?...   ¿Adónde está el vestido? – se sorprendió  de verla sin el puesto cuando entró al vestidor de la alcoba principal.

…Es que no sé si me atreva.  Está muy entallado y no sé si me sienta cómoda usando algo así en público o  que me lo vean los de la oficina.  ‑   Se excusó Hana antes de pedirle que también él se apurara a cambiarse.

‑Si Jan., yo me apuro, pero si  ya me lo cargaste a la tarjeta y me estás haciendo que vaya a la chocante fiesta ésa.,  ¡Tú te lo pones  lo que se a que te hayas comprado o no voy!...   – Movido por estresante morbo curioso la exhortó chantajeándola.

‑Pero es que está demasiado sexy Otto…  No sé si parezca shirigaruonna, yariman‑  Dijo sonrojándose al usar aquellas palabras tan temidas y poco honorables que en muy raras ocasiones había escuchado ser utilizadas por sus padres y abuelos para referirse hacia una mujer.

‑Bueno Jan, no sé exactamente que quieras decir con eso…  ¿Qué si te refieres a que enseñes de más o los compañeros tengan ideas de que se les va a hacer contigo., ése ya es problema de ellos porque el que va y regresara a la casa con mi señora soy yo aunque se les antoje como te veas…    Así que ya te dije.,  no sé que te hayas comprado pero si no te lo pones no voy aunque Corcuera me lo reclame el lunes.‑  Declaró contundente pasando hacia la regadera sin darle tiempo para que la apenada Hana no alegara ya más.

La suerte estaba echada y sellada aun antes de que la moneda cayera hasta el suelo…

Continúa en 2ª  Parte de Capítulo 1

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