Un pervertido con poderes (1: El accidente)
De manera accidental, Juan, un hombre casado de 35 años recibe el poder de conseguir que cualquiera haga lo que a él se le ocurra y lo utiliza con fines sexuales
Me llamo Juan, tengo 35 años, pero podría decirse que he vuelto a nacer. Tuve un grave accidente que por poco pone fin a todo y sin embargo se convirtió en un maravilloso principio, pues a pesar del peligro al que estuve expuesto la única secuela que me quedó, en lugar de alguna tara, fue un gran don.
Hará cosa de un mes, después de un estresante día de trabajo salí a correr a pesar del mal tiempo y ser ya casi de noche, fui además por caminos solitarios. La verdad es que suelo hacer eso porque soy bastante voyeur y no sería la primera vez que aprovecho esos arrebatos de hacer ejercicio a deshoras para de paso acercarme a ver a alguna pareja en su coche. No tardó en organizarse una buena tormenta. Iba a volver a la civilización cuando la tentación se cruzó en mi camino y como me suele pasar no supe o más bien no quise evitarla. Cerca de un árbol solitario había un no menos solitario coche aparcado, el leve movimiento del coche no dejaba lugar a interpretaciones inocentes sobre qué lo provocaba. En esos momentos ni me acordé de los más elementales riesgos a evitar durante una tormenta y me puse junto al árbol para cubrirme más que de la lluvia de la vista de los del coche. Desde ahí los podía ver perfectamente, estaban en el asiento del copiloto totalmente reclinado, eran una pareja joven, llegué en buen momento, en pleno polvo, él debajo y la chica encima completamente desnuda, era una visión maravillosa. Morena de pelo corto con unas tetas no muy grandes pero puntiagudas y firmes, cabalgaba como una loca y gritaba a pleno pulmón. Me saqué el miembro del pantalón, estaba a punto de reventar y empecé a masturbarme. Creo que los tres estábamos alcanzando el éxtasis cuando un rayo me alcanzó de lleno, no podría expresar lo que sentí, un golpe brutal, un fuego que me quemaba... y luego nada, fundido a negro.
Abrí los ojos dos días después, muy asustado pues no sabía dónde me hallaba ni lo que pasaba, vino a calmarme una mujer que no conocía. A pesar de la confusión en la que me hallaba no pude evitar el pensamiento de que estaba de buen ver a pesar de tener ya sus cuarenta y tantos o quizá incluso cincuenta, enseguida mi mujer se acercó y me tranquilizó, me dijo que estaba en un hospital, que me había alcanzado un rayo y que tuve suerte que unos chicos que pasaban con el coche vieron todo y me llevaron ahí. Incluso antes de pensar en el alcance de mis lesiones, la verdad es que lo primero que sentí al escuchar la historia de lo ocurrido fue alivio, no sólo por haberme salvado de algo que podía haberme matado: al parecer los chavales no se dieron cuenta de lo que hacía o más bien no me delataron, porque dudo que no lo supieran.
Los médicos me aseguraron que había tenido mucha suerte, viendo que sólo tuve el shock que me mantuvo ese tiempo inconsciente y alguna ligerísima quemadura en la cabeza dieron por hecho que el rayo apenas me habría rozado, pero ni ellos ni yo sabíamos que sí me impactó de lleno (en realidad yo creía recordar que sí que fue como en realidad sucedió, pero no podía por puro sentido común creer otra cosa que lo que me decían). Pensar, como ahora mismo me planteo, que de alguna misteriosa manera mi cerebro había absorbido la descarga nunca se me habría ocurrido si no tuviera desde entonces las facultades que tengo. Me dijeron que ahora que había despertado me quedaría unas horas más por seguridad pero en un principio me darían el alta la mañana siguiente.
Mi compañero de cuarto era un cincuentón muy simpático que se quemó con aceite ardiendo al pretender impresionar a su mujer (la que primero me vino a calmar cuando desperté) haciendo por primera vez en su dilatada vida conyugal él la comida.
Viendo que tras el primer momento de confusión me desenvolvía sin problemas yo solo, mi mujer me pidió permiso para ir a casa a dormir, que llevaba un par de días muy tensos y necesitaba descansar. Yo me encontraba bien, así que le dije que por supuesto. Además, si precisaba de algo, ahí siempre hay enfermeras y también se ofreció a llamar si pasaba algo la mujer de mi compañero de habitación. Tuve algún pensamiento obsceno de en qué podría ayudarme, la verdad, me daba morbo esa madurita, me la quedé mirando, a pesar de estar rellenita tenía unas tetas grandes que me atraían, la visualicé sobándoselos y de repente lo hizo. Si, lo hizo. En ese momento me chocó tanto que no estaba seguro si mi mente me jugaba una mala pasada pero lo hizo durante un momento. Por suerte ni su marido ni mi mujer se dieron cuenta, y ella no actuó aparentemente con lujuria, estaba leyendo distraídamente una revista y no la dejó de mirar, simplemente cuando yo imaginé y deseé que hiciera algo así ella se llevó las manos a las tetas, las estrujó un par de veces y siguió a lo suyo.
Esa noche yo me sentía bien pero el recuerdo de lo que no sabía bien si pasó o imaginé me mantenía despierto y cachondo, el que no se sentía bien era el pobre vecino de cama, decía que el brazo le quemaba y no podía soportarlo, llamaron a una enfermera que le puso un calmante. Era una chica de unos 30 años alta, rubia con el pelo largo y con demoledoras curvas. Se puso entre las dos camas para hacer su trabajo y yo no paraba de mirar su culo, esos pantaloncitos blancos tan finitos dejaban adivinar perfectamente un tanguita de color rosa. Pensé en lo que me gustaría que lo pusiera más en pompa y... ella lo hizo. Luego pensé en cómo me excitaría que me lo acercara más a la cara y... también lo hizo. La idea que cruzaba mi mente ya no parecía tan descabellada, era como si pudiera dar órdenes a los demás con sólo pensarlo, así que seguí probando. Imaginé que se palpaba el culo y al instante vi que lo hacía realmente, esto era un sueño hecho realidad. Le dije mentalmente que me pusiera el culo aún más cerca de mí y que no reaccionara pasara lo que pasara, entonces se lo toqué primero con miedo y enseguida con confianza, ella se dejaba hacer. Entonces me sobresaltó una voz femenina que no era la de la enfermera escandalizada por lo que estaba haciendo: era la mujer de mi compañero de cama que nos insultaba por nuestro comportamiento, así que le dije, esta vez con la voz, que se callara, lo que hizo en el acto, luego mentalmente le dije que se desabrochara la camisa y me enseñara las tetas, y cuando empezó a hacerlo fue su marido el que protestó. También le ordené que se quedara callado y conforme pese a lo que veía.
Era increíble, tenía a tres personas obedeciéndome de forma ciega, la enfermera quieta con su culo en pompa junto a mi cara, mi compañero de cuarto al lado sin decir nada mientras su mujer sacaba sus grandes pechos del sujetador. Le dije a la enfermera que se bajara los pantalones y ante mis golosos ojos apareció un precioso culo que empecé a chupar mientras mis manos jugaban bajo su tanguita, acariciando su depilado conejito. Los otros dos estaban parados, él parecía ya calmado del dolor, así que me despreocupé y a su mujer le dije que jugara con sus tetas y se las lamiera si es que llegaba, y desde luego que sí. A la rubia enfermera le dije que se tumbara junto a mí y yo mismo terminé de desnudarla, sus tetas eran fantásticas, un poco más pequeñas que las de la madurita que se las estaba comiendo cerca de nosotros pero definitivamente más firmes, las chupé con fuerza y me dieron ganas de hacerlo también con las otras más grandes aunque un poco caídas, le dije a su dueña que me las acercara y me las metí también en la boca, estaban fresquitas por su propia saliva. Me fijé en su marido y vi que me miraba con evidente enfado, comprendí que le había ordenado que se callara y no actuara, pero estaba plenamente consciente de lo que ocurría y no lo estaba pasando nada bien. Decidí ordenarle que se durmiera y olvidara todo lo que había visto esa noche. Si, como parecía, tenía un poder mental que sin duda iba a usar con ese tipo de fines todo el tiempo que lo poseyera, tenía que acostumbrarme a borrar el recuerdo de todos los afectados y a no hacer sufrir a los cornudos que fuera dejando a mi paso, al menos si no tenía nada contra ellos como me pasaba con ese pobre hombre.
Iba tomando esas decisiones al tiempo que seguía jugando con esas dos mujeres a las que trataba como títeres en mis manos. Quizá debería haberme parado a pensar los pasos que podía dar según fuera comprendiendo los extraños poderes que de repente por lo visto tenía pero mi lujuria en muchas ocasiones no me había dejado actuar de manera racional y desde luego en ese momento no lo estaba haciendo. Quería pensar, al menos, que el poder era tan fuerte como parecía y que efectivamente conseguiría que todo lo que hiciera se lo podría borrar de la mente a los implicados, de todas formas, ya no había vuelta atrás, así que esa noche abusé sin contemplaciones de mis dos víctimas, tanto la enfermera maciza como la madurita resultona me hicieron todo lo que se me ocurrió, por supuesto hice que me chuparan la polla, me follé a las dos y las dos se arrodillaron ante mí para que me pudiera correr sobre sus bocas y luego las hice besarse con mi semen corriendo entre sus lenguas. No fue demasiado tiempo, oí en más de una ocasión que llamaban desde otras habitaciones y no quería levantar demasiadas sospechas, así que ordenando que se les olvidara todo les dije que se vistieran y que la enfermera siguiera trabajando como si nada, inventando alguna excusa si la regañaban por tardar y la mujer del quemado durmiera tranquilamente en el sofá de la habitación. Yo también me dormí pensando en las múltiples oportunidades que se me ofrecerían si ese poder no se iba como había venido.
A primera hora de la mañana, una pesadilla en la que era denunciado por las tres personas a las que había dado órdenes con mi mente ya que se acordaban de todo se interrumpió de pronto porque alguien me sacudió violentamente. Era el chico del coche que estaba acechando aquella noche de tormenta en que me cayó el rayo. Miré a mi izquierda, no había nadie.
-Estamos solos, no te preocupes, se han llevado a tu amiguito a hacer unas pruebas, o mejor dicho, preocúpate, porque venimos a exigirte una compensación por ser tan cerdo o nos chivamos a tu familia de lo que pasó realmente la otra noche.
Me incorporé aún adormilado, y de repente una sonrisa se me dibujó al ver que detrás estaba aquella jovencita morena a la que vi cabalgar desnuda en el coche, eso pareció irritar a su novio.
-Eres un asqueroso, tío, tienes demasiada suerte que nos dio pena y a la pobre puta de tu mujer no le dijimos cómo te habíamos encontrado, con la polla en la mano al lado de nuestro coche, deberíamos haberte dejado ahí, pero si quieres que sigan sin saberlo nos vas a untar de pasta o se lo decimos.
La verdad, no me asustó aquel mocoso, a lo mejor lo hubiera conseguido si mi don recién adquirido se hubiera esfumado, pero pensé en que se callara y se diera él mismo una bofetada y lo hizo, así que me reí, viendo que tenía controlada aquella situación. La cara de los dos chavales no tenía precio, pero no les di tiempo a hacer preguntas. Les informé de que estaban bajo mi poder mental y les pregunté nombre y edad, a Eduardo, un chaval alto y musculoso de 21 años le ordené que se sentara en la cama de al lado y no interviniera pasara lo que pasara, sería consciente de todo pero no podría elevar la voz. A Eva, de 19 deliciosos añitos, le dije que bailara como hace cuando quiere poner cachondo a un tío. Mientras el niñato de gimnasio me insultaba con voz suave que a mí me daba una mezcla de risa y morbo añadido a la situación, la morenita se contoneaba para mí, era más bien bajita pero tenía una magnífica figura, su culo parecía lo mejor, las tetas ya las conocí la otra noche, y aunque sigo pensando que me gustan algo más grandes no eran para nada desdeñables.
-Ahora vete quitando la ropa despacito, quiero que me pongas muy cachondo.
-"Cabrón, te voy a matar", me decía a media voz su novio mientras Eva se cogía la camiseta con las dos manos cruzando los brazos delante y levantando estos me dejaba a la vista buena parte de su precioso cuerpo, luego se puso de espaldas a mi y esas juguetonas manitas bajaron lentamente el pantalón, en verdad era uno de los mejores culos que había visto nunca, estaba salivando cual perro de Paulov. Tras sacarse por los pies la prenda, y sin dejar de darme la espalda ni de contonearse, esas manos que tantas alegrías me estaban dando se detuvieron entonces en el cierre del sujetador y con habilidad separó el enganche, sensualmente deslizó cada uno de los tirantes por los hombros y bajando por los brazos y finalmente me lanzó a la cara el sujetador y cubriéndose los pechos se dio la vuelta, mirándome y sonriendo. Le dije "vamos, gatita, no le des tanto misterio que tus tetitas ya las tengo vistas de la otra noche". Ella sonrió y se dejó de tapar, mientras su novio no paraba de cagarse en todo con su poca convincente media voz. La verdad, nunca había probado unas tetas así de puntiagudas y no pude esperar más, así que le ordené que me las acercara a la boca mientras se iba quitando el tanga.
Y ahí estaba yo, chupando como un desesperado las montañitas de esa chiquilla cuando por la puerta aparecieron mi mujer y su hermana, que al ver la escena abrieron los ojos de par en par, parecían dos lechuzas. Antes de darle tiempo a mi mujer de formar un escándalo le mandé silencio, tanto a ella como a mi cuñada, y que se quedaran al lado de la cama como si no estuviera pasando nada raro. A Eva, que ya se había desnudado del todo, le dije que se subiera a mi cama y me hiciera un 69, sus muslos rodearon mi cabeza, estaba disfrutando de la visión de ese culito pegado a mi nariz cuando noté mi verga entrando en su boca, ufffffff, aquello era genial. Entonces mi mujer y mi cuñada me preguntaron que qué tal me encontraba, efectivamente actuaban como si esa chica no estuviera haciéndome una felación y poniéndome su joven coñito en mi boca. Por sus comentarios, está claro que Eduardo no daba crédito a lo que estaba presenciando. Clara, mi mujer, se agachó a darme un beso en la boca y casi no podía, su barbilla rozó parte del culo y muslos de Eva, lo mismo que mi cuñada al darme los dos besos de rigor, luego siguieron preguntándome mientras yo daba un par de lengüetazos a ese sabroso chochito y les dije que se callaran, tenía su gracia que actuaran como si nada, pero quería añadir elementos al juego y le dije a mi cuñada que se dejara de besitos en la mejilla y se agachara a darme un beso de verdad, con lengua. Me gustó, quizás no tanto como el placer que me daba la otra lengua que recorría mi falo, pero igualmente era muy morboso. Se me pasó otra idea guarra por la cabeza y no tuve ni que decirle a mi cuñada que lo ejecutara, me bastó con pensarlo: según sacó su lengua de mi boca, se puso a lamer el culo que tenía sobre mí. Mis manos, que hasta ese momento se dedicaban a acariciar el suave cuerpo que yacía sobre mí, alternaban ahora palpando las deseadas tetas de mi cuñada, aprovechando que llevaba un buen escote pude meter la mano incluso bajo su sujetador y jugar con esos pezones que no eran desconocidos a mi vista (había sido víctima de mi voyeurismo en más de una ocasión) pero sí a mi tacto.
En ese punto entró un médico, obvia decir que la expresión anodina con la que entraba mudó en cuando vio la que había montada en mi habitación, pero al igual que hice con mi mujer y con su hermanita, le ordené actuar como si no pasara nada. Básicamente me dijo lo impresionado que estaba por mi caso y que podía irme a casa, tuvo que repetirme varias veces alguna cosa, los muslos de Eva en mis orejas dificultaban mi audición. Me di cuenta que aunque podría convencer a todo el que fuera entrando de que no estaba pasando nada allí no convenía dilatar aquello, así que decidí centrarme en la deliciosa Eva y luego irme, ya tendría tiempo de sobra para ocuparme de mi cuñada, aunque aún así, en lugar de dejarla de brazos cruzados decidí que mientras durara ese último polvo en mi cama del hospital me obsequiara con una de mis fantasías recurrentes desde que mi entonces novia me presentó a su hermana Sandra, y obedeciendo mis órdenes las dos hermanas empezaron a besarse y sobarse apasionadamente mientras le decía a la morenita que me cabalgara como vi hacer con su novio la otra noche. El susodicho, a mi izquierda, parecía a punto de reventar, quería partirme la boca, no tengo duda, pero estaba sentadito a su pesar, como atado por lazos invisibles a dos metros escasos de donde su chica, con movimientos felinos, se sentaba entre mis muslos, cogía mi polla hasta que la introducía en su coño y luego empezaba la sesión de gimnasia. A pesar de su juventud, ninguna mujer me había echado un polvo tan bueno hasta entonces, su movimiento de caderas que me hipnotizó hasta tal punto de poner en peligro mi vida siendo testigo me pareció aún más prodigioso siendo protagonista directo. También conocía sus jadeos parcialmente ahogados por los cristales del coche, ahora los oía sobre mí y aunque me encantaban me di cuenta de lo peligroso que podía ser aquello, así que le ordené que bajara el volumen. Le costaba verdadero esfuerzo ahogar sus gritos a esa maravillosa máquina de follar que trabajaba para mí. Era demasiado buena, sabía que no podría aguantarlo mucho tiempo y a pesar de que seguramente siempre lo recordaré como uno de mis mejores polvos no me importaba pues lo más seguro era salir pronto de allí. Miré a mi derecha y ver el ansia con el que Clara le metía la lengua en la boca a Sandra y como ésta estrujaba con ansia el culo de su hermana mayor no hizo sino acelerar el proceso. Ya no pude más. Afortunadamente no necesitaba hablar para hacer valer mi voluntad, me valía pensarlo y Eva con movimientos hábiles y rapidísimos me descabalgó, se puso en pie junto a la cama y casi no dio tiempo a metérsela en la boca, el semen comenzó a brotar con fuerza, incluso echó un poco la cabeza hacia atrás, supongo que sería presuntuoso pensar que por la presión, más bien sería del susto. El caso es que le descargué lo que me quedaba en la reserva tras la fiesta nocturna con la enfermera y la cincuentona tetona. Como tierna despedida quise que compartiera mi zumo y, deshaciendo el morreo incestuoso pasó parte de mi leche a mi cuñada, ordené que sus lenguas jugaran con mi viscoso líquido mientras yo iba vistiéndome. Le dije a Eva que también se vistiera ella pero dejándome como recuerdo su ropa interior, que dije a mi mujer que guardara en su bolso. El pesado de Eduardo seguía maldiciéndome, le chisté y se calló de inmediato, les ordené a ambos que olvidaran aquello del chantaje, que creyeran la versión que habían contado de cómo me encontraron bajo aquel árbol casualmente y olvidaran tanto la forma en que realmente sucedió como su humillante sumisión ante mí esa mañana. Les hice irse y lo hicieron alegremente, como si no hubiera pasado nada, oí que él le decía al irse "oye, ¿no te has puesto sujetador? Vas a taladrar la camiseta".
Salí de la habitación con mi mujer y mi cuñada que volvían a hablarme como si nada raro hubiera pasado y casi llegando al ascensor nos cruzamos con mi compañero de cuarto y su mujer, les pregunté qué tal y les deseé sinceramente que todo les fuera bien. Me caían bien ambos. La miré a ella, seguramente en una sesión de sexo organizada con muchas mujeres no hubiera sido una de las que más me hubieran atraído pero me seguía produciendo morbo y sabía que al ser una de las primeras víctimas de mi recién adquirido poder mental no la olvidaría fácilmente.
Al salir del hospital pensé que si aquello no era una secuela temporal del accidente iban a pasar cosas maravillosas, y por si acaso se esfumaba sería mejor no perder mucho el tiempo...