Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 6
Ana y Cayetana se enteran de que la mulata se ha acostado con el enano, pero en vez de alegrarse sienten celos al darse cuenta de la tontería que han hecho al contratar a una extraña, cuando deseaban ser ellas quienes lo estrenaran. Por ello, ambas se lanzan a reconquistar lo que creen suyo.
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Ana y Cayetana se enteran de que la mulata se ha acostado con el enano, pero en vez de alegrarse sienten celos al darse cuenta de la tontería que han hecho al contratar a una extraña, cuando deseaban ser ellas quienes lo estrenaran. Por ello, ambas se lanzan a reconquistar lo que creen suyo.
Eran cerca de las once de la mañana, cuando el sonido de un móvil nos despertó. Altagracia reconoció que era el suyo y levantándose de la cama, fue a contestar. Pero al cogerlo y ver quien la llamaba, me miró angustiada diciendo:
―Es Cayetana… seguro que quiere saber si me he acostado contigo… ¿qué le digo?
Ni siquiera lo pensé y pidiéndola que se pusiera a mi lado, le dije que fuera sincera y que le contara la verdad.
Tal y como se esperaba nada más contestar, la rubia le pidió detalles de lo que había sucedido, lo que Altagracia nunca previó fue que en ese instante y con ganas de jugar, yo metiera mi cara entre sus piernas. La mulata tardó en reaccionar al no esperarse que tener que hablar con mi amiga mientras le devoraba el chumino, pero tras unos segundos de confusión contestó la pregunta diciendo:
―Ni te imaginas lo que disfruté con ese pervertido, solo decirte que mientras hablamos el puto enano tiene su lengua dentro de mi coño.
Cayetana soltó una carcajada y asumiendo que era broma insistió en que le hiciera un resumen de lo que había pasado porque la había visto salir conmigo y sabían que había llamado a Manuel para que me hiciera el quite con mis padres.
―¿Quieres la versión rápida o la corta?― preguntó divertida al sentir que mientras ella hablaba, estaba dedicándome a mordisquearle ahí abajo.
―Primero la corta y si hay algo interesante la larga― contestó la rubia.
―La corta es que me lo traje a casa con la intención de follármelo rápidamente y ganar cien euros, pero el cabrito demostró ser un diablo de patas cortas, pero pene grande. Y tras mamarme el coño, follarme en todas las posturas, esta mañana me dio por culo y todavía sigue en pelotas en mi cama pidiendo más.
Si ya era suficientemente fuerte lo que le había soltado, Altagracia puso la guinda diciendo:
―Te lo pasaría, pero me temo que está muy ocupado. En este momento, tiene en la boca llena con mis chichis.
Asustada porque fuera verdad, Cayetana prefirió colgar y esperar a que esa tarde yo le contara la realidad y por ello se despidió sin pedir a la mulata que profundizara más.
―Tus amigas no saben aceptar una broma― sonriendo, comentó y mientras se agachaba para acoger mi polla entre sus labios, me preguntó que hacía con el dinero, si lo cogía o lo rechazaba.
―Tu cumpliste con tu parte― contesté, descojonado: ―¡Te lo has ganado!
―Lo sé, pero había pensado en darte la mitad.
―Cariño, me ofendes. Puedes haberte comportado como una puta, pero eres mi puta, no tengo nada más que decir…―pero tras pensármelo mejor, añadí: ―Otra cosa, durante estas dos semanas en las que ellas te van a pagar las copas, quiero que las desplumes para que no les quede ganas de volver a meterse en mi vida.
―Así lo haré― murmuró mientras valoraba si la tenía suficientemente erecta.
Al decidir que sí, alzándose sobre mí, se dejó caer empalándose:
―Mira que eres bruta― chillé: ―¡No te das cuenta de que pesas el doble que yo!
―Calla y fóllate a tu negra― replicó con su alegría innata y obviando mis protestas, comenzó a mover sus caderas como si no hubiese un mañana.
―Prefiero tu lado sumiso a cuando te pones así― le dije molestó con ella.
Mi mulata hizo oídos sordos y luciendo nuevamente una sonrisa de oreja a oreja, con desfachatez, me contestó:
―Después de ser tu esclava, es justo que me permitas un poco de libertad. Además, no te quejes. Soy una mujer preciosa y tú un enano.
La geta de esa hembra me tenía cautivado, pero no por ello iba a dejar que se envalentonara y cogiendo uno de sus pezones entre mis dedos, se lo pellizqué diciendo:
―Me parece bien pero luego mi zorra me va a preparar un buen desayuno.
―No te preocupes… en cuanto terminé de ordeñarte, llamaré a tu sumisa para que te trate como a un rey― muerta de risa y sin dejar de follarme, respondió.
Dando por sentada la suerte que tenía con ella, decidí que no había nada malo en ser el objeto sexual de una diosa de piel oscura y tirando de uno de sus pechos, me puse a mamar de su pezón mientras pensaba en que, si se quedaba embarazada, tendría leche de sobra para compartir .
Muerto de risa, le comunique mi idea y que, si la preñaba, a buen seguro sería, además de puta, negra y sumisa, una vaca lechera.
―Me encantaría sentir un enanito tuyo en la panza― gimiendo alborozada me espetó.
Su respuesta erizó hasta el último vello de mi cuerpo y sin ganas de seguir hablando, exigí a mi amante que terminara cuanto antes, ya que me moría de hambre.
La muy zorra comprendió mis miedos y mientras incrementaba su galope, murmuró en mi oído:
―No voy a parar hasta que derrames tu simiente dentro del fértil útero de tu negra.
A nadie le puede extrañar que, por segunda vez con esa belleza, mi pene se arrugara al escuchar esa amenaza…
9
Tras desayunar me despedí de Altagracia y nuevamente la bella mulata demostró hasta donde le había impactado al echarse a llorar. Reconozco que me preocupó la hipersensibilidad de esa muchacha y su insistencia en que no me fuera. Con el ánimo encogido, soporté estoicamente que me implorara que no la abandonase.
A pesar de explicarle que, si no volvía a casa, mi madre se preocuparía, ella quiso que buscara una excusa para quedarme. Conociendo a mi sobre protectora progenitora decidí no tentar la suerte y quedé con ella que volvería sobre las siete.
―Voy a estar casi seis horas sin verte― sollozó mirando el reloj de su móvil.
Asumiendo que, si le decía algo, nuestro adiós se prolongaría otro cuarto de hora, le lancé un beso y salí de su apartamento sin mirar atrás mientras trataba de asimilar que una mujer tan bella se hubiese quedado colgada de mí en tan poco tiempo. Supe que tenía un problema cuando antes de encender mi coche recibí un mensaje en el que me decía lo mucho que me echaba de menos, pero pensando en que tendría tiempo de solucionar la enfermiza dependencia que esa diosa sentía, respondí que yo también la extrañaba.
Esa preocupación se incrementó cuando al llegar a casa, vi que otro WhatsApp suyo donde me enviaba una foto desnuda para que recordara lo que me perdía al no estar con ella.
«Qué buena está», pensé mandando al olvido su fijación por mí mientras recorría con la mirada su exuberantes curvas.
Ya en casa, comprendí que mi vieja se había tragado que había dormido con Manuel cuando me saludó como si nada y gracias a ello, pude encerrarme en mi cuarto hasta la hora de comer. En la soledad de mi refugio, recapacité sobre la extraña noche en la que dejé mi virginidad atrás y mientras decidía como devolver a Ana y a Cayetana el “favor” que me habían hecho, rescaté la foto de mi mulata y me pajeé en su honor.
Como hora y media hora más tarde, llegó mi padre y lo primero que hizo entrar a mi habitación para quejarse de que había tenido que salir con la bici solo esa mañana.
―¿Dónde te has metido?― me preguntó.
Pensando que mi mentira no iba a tener consecuencias, le repetí la misma excusa. Supe que algo iba mal al observar que levantaba su ceja izquierda.
―¿Por qué mientes? ¿Acaso no confías en mí?
Comprendí que me había caído con todo el equipo, pero fingiendo amnesia, le pedí que se aclarara. Entonces y solo entonces, me contó que un amigo suyo me había visto besando a una mulata y entrando a su edificio.
Para mi sorpresa su tono no era de enfado.
―¿Quién es la chavala?― insistió.
Su interés me dejó descolocado, ya que jamás había preguntado por mis relaciones. Desde que había dejado atrás la adolescencia, lo más que había hecho fue reírse por mi cercanía con Ana y Cayetana.
―La chica con la que salgo― fue mi escueta respuesta.
Muerto de risa, me comentó que según sus fuentes “mi novia” era todo un monumento.
―Es muy guapa― reconocí.
―Será mejor que por ahora tu madre no sepa nada. Se preocuparía― dijo con un deje de orgullo y antes de salir por la puerta, me informó que era hora de comer.
Que mi padre se convirtiera voluntariamente en mi confidente, fue algo nuevo para mí. Sin estar seguro de cómo acabaría todo ello, entré al baño a lavarme las manos. Durante la comida, me volvió a sorprender al echarme un capote cuando mamá me preguntó por la noche anterior.
―Deja al chaval en paz. Si tuviera algo importante que contarnos, nos lo diría.
No había asimilado todavía sus palabras cuando de pronto, giñándome un ojo, comentó que había pensado en pasar la noche en la casa del pueblo, dado que llevaban más de un mes sin ir.
Como eso le daba la oportunidad de ver a su hermana, mi vieja aceptó de inmediato y únicamente me preguntó si los acompañaba.
Viendo mi cara de susto, intervino tomando la mano de su esposa:
―Déjale que se quede en Madrid. Me apetece ir en parejita.
Esa pícara propuesta terminó con las reticencias de su amada y totalmente ruborizada, aceptó preguntando únicamente a qué hora se iban.
―Quiero llegar temprano. Lo mejor es que salgamos al terminar de comer― escuché que le decía dando por terminada la conversación.
Alucinado al saber que la razón última era dejarme el campo libre, me quedé callado mientras trataba de comprender por qué me ayudaba. No tuve que ser un genio para saber que consciente de mis limitaciones mi viejo había creído conveniente desaparecer para facilitarme las cosas. Por ello, tampoco me extrañó que antes de salir rumbo a su coche, pusiera cincuenta euros en mis manos mientras me decía que ese dinero era para que llevara a “mi chica” a cenar.
―Nos vemos mañana por la tarde. No creo que lleguemos antes de las ocho― fue lo último que dijo al cerrar la puerta de casa.
Que me avisaba hasta de la hora que iban a volver, confirmó mis sospechas y agradeciendo su ayuda, me tumbé a ver la televisión. Las pocas horas que Altagracia me había permitido dormir tuvieron sus consecuencias y a los pocos minutos, roncaba como un bendito en mitad del salón.
Cerca de las cinco, el timbre me despertó. Todavía medio adormilado, me encontré de frente con Ana al abrir la puerta.
―¿Me dejas entrar?
Aunque era la última persona que me hubiese gustado ver, ya que seguía enfadado con ella, le pedí que pasara.
―Coge una cerveza ― dije señalando la nevera.
Con la confianza que da la amistad, Ana no dijo nada y entrando en la cocina, abrió una Mahou mientras aprovechaba para lavarme la cara. Ya más espabilado, pensé que avergonzada por lo que habían hecho no sacaría a colación lo sucedido y confiado que iba a ser así, volví al salón.
Mi amiga se había quitado la chupa de cuero y me esperaba sentada en el sofá. Como tantas otras veces, antes de acomodarme a su lado, aproveché para echar una ojeada a su generosa delantera, pero en esta ocasión no pude evitar recordar el injusto comentario de Altagracia sobre su tamaño.
«Son al menos tan grandes como los de la mulata», sentencié en silencio.
Tan habituada estaba esa morena a mis miradas que, a pesar de advertir el riguroso examen del que acababa de ser objeto, no comentó nada al respecto. Tomando el mando de la tele, la apagó e inició el interrogatorio:
―Cuéntame, cabronazo. ¿Cómo te fue?
«Directa al grano», pensé y sin ganas de revelar nada de la noche anterior hice como si no la hubiese oído y pregunté por Manuel.
―Mi novio está bien, pero no he venido a hablar de él. ¿Qué tal con Altagracia?
―Muy bien, es una buena muchacha.
Riendo a carcajada limpia, me soltó:
―¿Es buena o está buena?
―Que es guapísima no tengo que decírtelo, ya lo sabes. Es quizás una de las más guapas de toda la universidad― contesté: ―Me refería a que es encantadora.
―Pero…¿te acostaste con ellas o no?― sin cortarse, me preguntó.
―Pasamos una noche maravillosa― no queriendo dar más detalles repliqué.
―Eso le dijo a Cayetana, pero quería confirmar que era verdad.
Temiendo que si no era más explícito ese par se acogiera a mi mutismo para no pagar los cien euros prometidos, decidí abrirme un poco y sin dar demasiados pormenores, lo reconocí diciendo:
―Si lo que preguntas es si sigo siendo virgen, la respuesta es no.
La morena abrió los ojos al oír de mis labios esa confirmación y tras unos segundos en los que dudó si seguir interrogando o dejarlo ahí, decidió no soltar la presa, y con tono divertido, dejó caer que ese pedazo de mujer me debía de haber dejado agotado.
―Ambos quedamos satisfechos.
―¿Mi enanito pudo con ese hembrón?
Advirtiendo el posesivo que usó al referirse a mí, comenté:
―Será mejor que Altagracia no te oiga decir que soy tu enano. Ahí donde la ves, lo que tiene de exuberante, lo tiene de celosa y para ella, soy ya su novio.
―¿Le has pedido salir?― preguntó impresionada.
Fanfarroneando ante mi amiga, contesté:
―Fue Altagracia quien me lo pidió mientras descansaba de lo que según ella había sido el mejor polvo de su vida.
Asombrada ante mi respuesta, la morena quiso saber que había contestado.
―Por favor, ¡qué quieres que dijera! Piensa que me lo preguntó la chavala con las mejores tetas que conozco.
Curiosamente mis palabras la indignaron y sacando pecho, me soltó que eso no era cierto y que ella las tenía al menos tan grandes y más duras que la mulata.
Riéndome de su reacción, me la quedé mirando y tras recorrer con mi mirada sus también portentosos senos, respondí con la intención de picarla:
―De tamaño, reconozco que estáis igualadas. Pero para opinar sobre quien las tiene más duras, debería tocártelas para así poder comparar.
Creyendo por experiencias previas que me iba a amilanar, Ana me retó a que comprobara cómo de firmes las tenía. Por un momento, fue así. Reconozco que dudé si hacerlo, pero gracias a la confianza que me daba saber que una preciosidad como Altagracia me esperaba, decidí aceptar su órdago y acercándome, comencé a magrear las tetas con las que llevaba soñando más de dos años.
La sorpresa de sentir que su amigo del alma la estaba sobando de esa manera la dejó paralizada y disfrutando de ese inesperado regalo, me permití pellizcar por encima de su camisa los pezones de la morena mientras le contestaba mirándola fijamente a los ojos:
―Los tienes cojonudos, pero para decidir con cuales me quedo debería verlos.
Juro que pensé que me iba a dar un bofetón, pero entonces y con la respiración entrecortada, susurró que su novio era mi amigo y que eso sería traicionarle. Que, en vez de castigar mi osadía, Ana me recordara a Manuel, me descolocó y separando mis manos de sus senos, preferí no seguir tentando la suerte.
Lo malo fue que, al alejarme de ella, quedó de manifiesto el tamaño que habían adquirido sus pezones e impresionado de que mi travesura hubiese tenido ese efecto, tomé mi cerveza y me la bebí de un trago.
Tan confundida como yo, cambiando de tema, me preguntó si había quedado con la mulata. Tras explicarle que la había prometido pasar a las siete por ella, Ana miró su reloj y cogiendo su chupa, se despidió de mí no sin antes rogarme que tuviese cuidado..
Cómo no podía ser de otra forma, la acompañé a la puerta y justo cuando estaba a punto de cerrarla, preguntó dónde estaban mis padres.
―Se han ido al pueblo y no vuelven hasta mañana― respondí.
He de confesar que no interpreté bien su sonrisa al enterarse de que esa noche iba a estar solo en casa…
10
Estaba vistiéndome para ir a ver a mi mulata cuando recordé la petición que me había hecho y cogiendo los cincuenta euros que mi padre me dio para llevarla a cenar, decidí darles otro uso. Con la idea de comprar el picardías que me había sugerido, cogí las llaves del coche.
Ya en el Ibiza me dirigí a la calle Orense, acordándome que una vez había acompañado a Cayetana a comprarse un sujetador allí, nada más aparcar, busqué la tienda de Oysho. Con tan mala suerte que nada más entrar me encontré de bruces con esa rubia.
―¿Qué haces aquí?― preguntó al pillarme.
Como no se me ocurrió nada para explicar mi presencia en ese lugar, preferí decirle la verdad. Ella al escucharme se quedó con la boca abierta y llevándome a una esquina, murmuró:
―¿Entonces es cierto? ¿Te la has tirado?
―Sí― respondí cabreado al sentir que dudaba de mi hombría.
Al percatarse de mi mala leche, Cayetana reculó y con una sonrisa, se ofreció a ayudarme a comprar algo mono, ya que según sus palabras dudaba que fuera capaz de comprar algo que no fuera unas bragas de esparto. Dando por sentado que no andaba desencaminada, acepté su sugerencia y por ello, me vi recorriendo con la más pija de mis amigas la sección de lencería de la tienda.
―¿En qué habías pensado?― dijo mientras revisaba a conciencia un perchero lleno de conjuntos a cuál más caro.
―En algo sexy, pero solo tengo cincuenta pavos― sonrojado hasta el tuétano confesé.
Acostumbrada a comprar esas prendas, me dijo que era suficiente. Como testigo mudo, observé que, tras otro minucioso examen a las existencias del local, cogía tres de su gusto y me los ponía en las manos.
―¿No son demasiado provocativos?― pregunté totalmente cortado al ver que en todos su tela era casi transparente.
―Nada es suficientemente sexy para una mujer― con voz segura respondió mientras me insistía en que eligiera uno ya que todos eran preciosos.
Avergonzado, reconocí que no me hacía una idea de cómo quedarían y que eligiera ella porque me fiaba de su experta opinión.
―¿Quiere que me los pruebe y así decides? – preguntó.
He de confesar que me quedé estupefacto con la propuesta y queriendo salir del paso, le dije que no porque Altagracia era más alta y con más pecho.
―¿No sabes que hay diferentes tallas?― se rio de mí y volviendo sobre sus pasos, cogió otro ejemplar de cada uno, pero esta vez acorde con su estatura y peso.
Seguía mudo cuando tomándome del brazo me llevó a los cambiadores y dejándome en la puerta de uno, me pidió que esperara mientras se cambiaba. Sabiendo que cuando saliera esa rubia del probador llevaría puesto un picardías, los dos minutos que tardó en hacerlo se me hicieron eternos.
―¿Qué tal me queda?― comentó luciendo uno de encaje verde.
Con mi corazón a punto del colapso, me quedé babeando al verla y es que sin importarle que nada de su anatomía quedara a mi imaginación, me dejó recrear mi mirada en ella mientras modelaba el conjunto.
―Estás preciosa― murmuré mientras mis ojos recorrían la belleza de sus nalgas desnudas.
Sonriendo, se volvió a encerrar dejándome en un estado de excitación brutal.
―¿Qué te parece este?― me dijo tras aparecer con uno rojo todavía más escandaloso.
Temblando como un crio ante un puesto de helados, me quedé observando que la parte de arriba de ese conjunto consistía en dos escuetos triángulos traslucidos que dejaban al descubierto los rosados y apetitosos pezones de mi amiga.
―No me extraña que Borja esté loco por ti. ¡Estás buenísima!
La rubia no se esperaba ese halago, pero tras unos segundos de indecisión, me dijo al oído que esperara a ver el último, porque si los dos anteriores me había parecido sexis, ese los ganaba por goleada.
Comprendí de lo que hablaba cuando salió por tercera vez del probador y es que del mismo no surgió mi amiga, sino una deidad nórdica tan excitante como bella. Cayetana se percató enseguida de mi embarazo y revelando su lado más coqueto, se acercó mientras me preguntaba que pensaba. Absorto con esa visión celestial, me pregunté cómo era posible que tras dos años tratándola no hubiese advertido su singular atractivo mientras acariciaba con la mirada sus pequeñas pero suculentas tetitas. Si ya con eso mi calentura había adquirido proporciones nada desdeñables, está se incrementó cuando, al ver que aparecía una señora, Cayetana me metió con ella en el probador.
―¿Qué haces?― pregunté al darme cuenta de que cerraba la puerta tras de sí.
Demostrando una falta completa de decoro, mi amiga me sentó en la silla que había en ese estrecho cubículo y se puso a menear el pandero mientras me preguntaba si Altagracia podía competir con su culo.
―Dios. ¡no sé!― exclamé acojonado al tener sus blanquísimos cachetes a escasos centímetros de mi cara mientras intentaba comprender lo que se proponía.
No tardé en saberlo y es que obviando que el hilo del tanga apenas tapaba su ojete, la que hasta entonces consideraba casi una monja, se sentó sobre mí y con una calentura tan evidente como brutal, empezó a restregarse contra mi entrepierna.
―Llevo deseando hacer esto desde que toqué tu polla― confesó entusiasmada al notar que gracias a ella la tenía erecta.
En ese instante recordé que me había amenazado con no quedarse contenta hasta habérmela visto. Debí presentir lo que iba a suceder, pero confieso que me cogió desprevenido que usando mi verga a modo de consolador la rubia empezara a masturbarse con ella.
―Lo tienes tan enorme como recordaba― sollozó acelerando el movimiento de su trasero.
La lujuria que destilaba su voz me alertó de que, si no hacía nada para remediarlo, Cayetana no tardaría en correrse. Desgraciadamente, la carne es débil y teniendo a mi alcance ese culo de revista, me vi urgido a acariciarlo.
―¡Cómo me tiene mi amado enano!― la escuché gemir mientras se pellizcaba los pechos.
Para entonces, mis hormonas ya se habían apoderado de mí y dejando para después el analizar la insistencia de mis dos amigas en decir que era de su propiedad, me permití el lujo de meter uno de mis dedos bajo el picardías.
Cayetana pegó un respingo al notar que mi yema buscaba el botón que escondía entre los pliegues y gimiendo como una loca, me rogó que continuara. Desgraciadamente, cuando me proponía a cumplir sus deseos y pajearla, una empleada de la tienda tocó la puerta, preguntando qué ocurría.
―Nada, ahora salimos― respondí y viendo que, comportándose como una guarra, seguía frotando su sexo contra el mío, le tuve que ordenar de muy mala leche que se vistiera.
―Júrame que uno de estos días, me enseñaras lo que ha vuelto loca a la mulata― musitó desolada.
Temiendo el escándalo que provocaríamos si no parábamos, se lo prometí. Al escuchar mi promesa, me dejó ir y mientras Cayetana terminaba de vestirse, con el modelo de la talla de Altagracia en mis manos fui a pagar.
La vendedora se sorprendió al ver que no levantaba dos palmos del suelo el tipo que había pillado en el probador y solo me preguntó si quería que lo envolviera de regalo.
―Por favor― respondí y sin aguardar a que mi amiga saliera, hui del local rumbo al apartamento donde vivía la mulata.
Después de años escribiendo en Todorelatos y haber recibido casi 25.000.000 de visitas, he publicado otra novela:
La mayoral del Fauno y sus dos bellas incondicionales
Sinopsis:
Huyendo de una fama indeseada y con dinero en el bolsillo, Manuel Castrejana llegó a República Dominicana. Allí se enamoró de sus gentes y de su exuberante naturaleza y por ello no dudó en comprar El Fauno cuando lo conoció, aunque no tenía experiencia en campo y menos en una finca tan grande y complicada como aquella. Tras dos años de pérdidas, el cura le aconseja contratar a Altagracia Olanla, la hija del antiguo mayoral.
Desesperado accede a dejar en su mano la hacienda sin saber que la presencia de esa mujer se extendería a su alrededor impregnando hasta el último aspecto de su vida.
Empieza a sospechar que no fue buena idea y que los antepasados de Altagracia habían sido los reyes inmemoriales de todo ese pueblo cuando descubre que la joven viuda intenta recuperar formas y normas de otra época y que todos los empleados la tratan con un respeto cercano a la idolatría. Sus dudas se intensifican cuando la mulata descubre a Dulce, una de sus criadas, ofreciéndosele sexualmente y en vez de regañarla, hace la vista gorda asumiendo que era lógico que la chavala viera en él a la reencarnación del Fauno.
Ya solos, Dulce le informa que Altagracia le ha pedido convertirse en una de sus dos incondicionales. Al preguntar que quería decir con ello, la muchacha le explica que las incondicionales son las mujeres que el pueblo yoruba regala a los dueños de la Hacienda en señal de respeto y que su función es mimar y cuidar al Fauno en todos los aspectos incluidos el sexual...
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