Un pedazo de mástil. Tía Rosita 2.

En el cumpleaños de su hija, Rosa se siente un poco putita y le gusta.

Un pedazo de mástil .

Tía Rosita 2.

Cuando una es mala pero le gusta, se siente mejor si paga un poquito por su maldad. Eso creía,Rosa, la noche del cumpleaños de su hija mayor, sabe que debe pagar a su marido lo puta que había sido, no lo había preparado, pero la tarde noche se dio así. Había sido una putita cachonda y todavía seguía caliente cuando llegó al dormitorio.

Todo comenzó con el vestido para el cumple de la mayor de las niñas, un asado familiar sencillo, en casa de sus suegros donde pasaban el verano. La fiesta, con sus amiguitas de vacaciones, la habían hecho en el balneario, quedaba la familia, sus abuelos, sus tíos y el primo mayor, y para ello su marido había organizado un asado, una manera de estar todos juntos en casa, sin los líos de los niñas en un restaurante.

Estaba en corpiño y braguita, Rafael se puso tras ella y la besó el cuello, sabía que eso le hacía temblar, le gustaba y la ponía cachonda. Sus manos fueron al vientre, una subió hacia los pechos, la otra bajó hacia el triángulo púbico.

  • Cariño...Para que ya está llegando tu hermana . Esta noche... jugamos … si vos querés. Ahora, no seas malo y decime que me pongo.

  • Cielo, es que me vuelves loco.

Las caricias fueron rápidas , pero suficientes para que a Rosa se le erizaran los pezones y se le esponjase su concha.

  • Bobo...¿ qué me pongo?- lo dijo mimosa, contenta del deseo que levantaba en su marido.

  • Ponte el vestido de flores, hace calor y con él pareces una princesa.

Lo sacó del armario y se lo enseñó a su marido.

  • ¿Este?

Al subir los brazos para mostrarlo, sus pechos se habían levantado orgullosos, el verla en ropa interior excitó a Rafael. La polla levantó el calzoncillo, Rosa miró el reloj, con voz insinuante le susurró:

¿ Querés que te haga una mamadita rápida?

  • Sí nena.

Y se bajó los pantalones y el slip. La verga estaba erguida. Rosa la agarró y comenzó a menear la mientras se arrodillaba y se la llevaba a la boca. La lamió y la besó sin dejar de masturbar a su marido, sabía que iba a tardar poco en oír:

  • Ya.

Se la metió entera chupando hasta que la leche manó, la tragó golosa. Le dio un piquito al levantarse.

  • ¿ Te ha gustado?

  • Sí, mi adorada esposa.- le dijo Rafael con una sonrisa de hombre realizado y feliz.

  • Pues vamos a vestirnos rápido que hay que poner todo lo que falta.

Rosa se puso el vestido mirándose en el espejo. Azul cielo con flores rosas y negras le ceñía el talle, realzando la turgencia de su tetas y caía hasta apenas unos centímetros por encima de las rodillas. Rafael se calzó un vaquero azul oscuro.

Era una noche cálida, cargada de estrellas y el fuego de la parrilla todavía daba más calor al jardín. Las niñas jugaban bastante discretas, sin exceso de gritos ni de carreras, pasando de vez en cuando junto a los abuelos para darles y recibir algún mimo. Los mayores estaban a veces parados, otras sentados en sillas y silloncitos que habían colocado en la hierba y en el cemento del patio.

Rosa y Julieta, la novia de Leonardo, que ayudaba a su tío, montaban la ensalada, Alejandra y Pedro preparaban unos camparis con naranja. Todo estaba en paz pero Rosa notaba las miradas cargadas de lujuria de los hombres y no podía evitar calentarse. Se daba cuenta que su cuñado y su sobrino no perdían ojo del rincón donde las dos secaban la lechuga, cortaban el tomate y la cebolla. Al principio pensó que el objeto de los deseos de los hombres era la novia de su sobrino, era una chica preciosa, pero un latido de su sexo le hizo comprender que la ola de lascivia que surgía en los ojos de los dos hombres era por ella, y comenzó, como sin querer, a adoptar posturas lo más sexys posibles.

El primero que se acercó a tocar fue Pedro, su cuñado, que dio un besito a la novia de su hijo con un poco de restriegue y luego se centró en ella. El darle el vaso largo con el campari con naranja fue un aprovechar para sobar su espalda y hacer que el muslo femenino chocara contra la polla dura. Rosa se dejó hacer con una sonrisa, le ponía caliente aquel hombre de pija enorme.

  • ¡ Que bebidas más ricas hacen! Aunque son de las que se suben a la cabeza y una hace tonterías - soltó sin darse cuenta y sin separarse del macho .

  • Cuñadita, vos sos una incitación a las tonterías, como le digo siempre a Rafael.

  • Bobo... sos un adulador... ¿ verdad Julieta?

  • Siempre ha sido muy galante- añadió la más joven de las mujeres.

-Chicas...chicas … ustedes le hacen a uno galante.

Y las abrazó como un oso, parecía algo inocente , pero Rosa notaba como el ansia del macho se le pegaba a la concha, mojándola.

Empezó la cena, se movían de un lado a otro, a veces se sentaban, el malbec entraba alegre acompañando las achuras y la ensalada. Las niñas picaban un poco de chorizo y fue la cumpleañera la que sin querer manchó el vestido al correr mimosa a dar un beso a su madre. La grasa comenzó a extenderse por la tela.

  • Si intento sacar la mancha ahora, quizá no tenga que llevar el vestido al tinte... voy a cambiarme.

Rosa besó a su marido en la mejilla y entró en la casa. Llegó a su cuarto y se quitó el vestido, se dio cuenta que debía ir al baño pegado a su dormitorio, fue y buscó el polvo de talco, lo estaba echando sobre la mancha cuando notó una presencia a su espalda, miró al espejo y un terrible calor le llegó a la concha.

Ella desnuda, apenas cubierta por el corpiño calado de aros y la escueta braguita, detrás Pedro, su cuñado que se acercaba, se había abierto la bragueta y un enorme mástil le salía del pantalón. Debía decir algo pero estaba hipnotizada por la verga del macho. Grande, larga, gorda, tiesa, enorme. Solo respiraba hondo, tomaba aire asombrada, y se daba cuenta que estaba totalmente empapada, que el coño rezumaba de flujos vaginales.

Pedro se pegó a ella, Rosa como una autómata le agarró la pija, él la miraba como un lobo a su presa, apoyó la mano en el vientre femenino y la deslizó bajo la bombachita. La mujer dio un respingo cuando los dedos surcaron durante unos breves segundos la entrada de su sexo para posarse mojados en el clítoris endurecido.

  • Estás mojada. Sos una yegua caliente.

  • Sí- musitó la mujer, gimiendo cuando los dedos de su cuñado comenzaron a acariciar su botón rosado.

Fueron apenas unos segundos los que tardó en volverse loca de lujuria y empezar a pajear al hombre como una posesa. Con el puño envolviendo la polla y moviéndola adelante y atrás más rápido a medida de se daba cuenta que los dedos de Pedro la llevaban al punto de no retorno. No podía quitar los ojos del rabo enorme que descapullaba una y otra vez dejando ver el ciruelo morado que brillaba bajo la luz del baño.

  • ¡ Yegua! ...¿ Te gusta? -

La voz susurrante de su cuñado pegada a su oído, la ponía más cachonda. Estaba en la cima del placer, esa que conocía tan bien, de masturbarse, ese punto en el que sabes que va a comenzar la explosión. Un orgasmo que le iba a desbordar.

  • Putita... recoge mi leche en este pañuelo.

No supo como Pedro le puso en la mano, que tenía libre, un pañuelo blanco de tela. Lo pegó al cipote y no aguantó más, se vino en un torrente de placer potente y callado. No había acabado cuando el cañón de su cuñado escupió su carga de semen.

  • Así tendrás un recuerdo mío.- le dijo bajando las copas del corpiño y dando un chupetón a los pezones erectos.

Rosa seguía temblando cuando su cuñado, tras meterse la verga en los pantalones, cerraba la bragueta y se marchaba del baño.

Apenas habían pasado unos minutos, segundos en su interior y había hecho algo que no había hecho nunca, estar con otro hombre que no fuera su esposo. Respiró hondo, recapituló. Ninguno de los dos iba a decir nada. Era un secreto entre su cuñado y ella. Eso la dejó tranquila. Y volvió a pensar en lo que habían hecho mientras buscaba en el armario qué ponerse. Pedro era un artista tocando la concha, le había llevado al orgasmo en un tris tras. Como era médico debía conocer bien como son las mujeres. Sacó un carefree para cambiarlo, el que llevaba rezumaba de sus flujos. ¡Que pedazo de pija tenía su cuñado! Solo había visto alguna así en un par de pelis porno. Enorme, gorda. Olió el semen, no pudo evitar posar la punta de la lengua para notar su sabor. Decidió guardar el pañuelo en un cajón donde nadie miraba. Se puso un jean elastizado azul cielo y una remera rosa. Se gustó al mirarse, parecía una jovencita. Y volvió donde estaba su familia.

Y siguió el asado, comió, bebió, Rosa quería sentirse culpable , pero no le salía, se notaba gozosa, viva, caliente, poderosa. Su cuñado sabía disimular, parecía que no habían hecho nada. Su sobrino le mimaba ofreciendo trozos de carne y devorándola con la mirada. Su marido le hacía algún mimo cuando le rellenaba el vaso de vino. En un momento le susurró al oído:

  • Estás preciosa... con lo de antes me has dejado con ganas de más.

La cena fue acabando, las niñas cansados, los abuelos se despidieron para irse a la cama, comenzaron a recoger. Entre los seis iban rápido, basura en una bolsa, platos y vasos a la máquina y enseguida acabaron. Fue Pedro el que propuso una ultima copa antes de irse cada uno a su casa. Buscó copas de champan del mueble del salón, sacó de la heladera una botella de Barón B, lo abrió dejando que la bebida gaseosa hiciera su estallido y lo sirvió con un brindis:

  • Por mis maravillosos cuñados que nos han regalado una noche inolvidable.

Todos chocaron las copas y bebieron. Rosa pensó en el regalo que le había hecho a su cuñado, y se calentó, se puso cachonda, los pezones se endurecieron y se marcaron en la remera.

Fue Julieta, la novia de Leonardo, la que pidió un aplauso para el parrillero, sirviendo en las mismas copas un jugo de naranja y campari, y aprovechó para dar un beso en la mejilla a Rafael, a Rosa, Pedro y Alejandra y luego uno en la boca a su novio.

  • ¡ Qué familia más encantadora tenés!

Rosa hizo de anfitriona para la despedida, Leonardo ayudó a sus padres a llevar a los pequeños al coche. Se despidió de su tía con un beso muy cercano a la comisura de los labios, al abrazarla la mujer sintió la erección del joven, se dio cuenta que era por ella, que era ella el objeto de su deseo, aunque la que iba a disfrutar de aquel pedazo de rabo era la jovencita que le dio un piquito después.

  • Sos muy linda... ¿ puedo llamarte Rosita? … pareces una chica de mi edad.

  • Llamame con quieras, vos también sos muy linda. Pasalo bien y no canses a mi sobrino que mañana tiene que hacer surf con mis hijas.

-Tu sobrino es incansable- dijo con una sonrisa cómplice, cargada de picardía, mientras iba para la moto en la que esperaba su novio.

Cuando Rosa volvió al salón, su marido estaba acostado a las niñas, se notaba con ganas de sexo, de ser cogida y sentir una pija que la rompiera. Volvió a preparar campari con naranja para ella y para Rafael, que volvió apenas acaba de servir la combinación en las copas.

-¿ Querés la última?.

Sí, pero lo que quiero es a vos.- le dijo tomando la bebida y pasando la mano por la cintura para pegar a la mujer su cuerpo.

  • Chin...chin- brindó Rosa mirando con ojos de hembra en celo a su marido- Y yo a vos... maridito, que se merece un premio por ser tan buen asador.

Se buscaron la boca y los labios , las lenguas entraron en juego, el beso se hizo largo, Rosa se empotraba en su marido, pegando sus tetas al pecho del hombre, metiendo un muslo ente los de él para tener acceso con el muslo la verga endurecida. Las manos de Rafael recorrieron la espalda de ella hasta las redondas nalgas enfundadas en el vaquero, las acarició mientras la apretaba contra él.

Abrazados, dejando las copas en el lavadero fueron hacia el dormitorio, apenas entraron se desnudaron arrancándose la ropa.

  • ¡ Para!... mi vida– rogó Rosa separándose de su marido- quiero que me chupes las tetas mientras me toco... y luego te haré un regalo que te gustará.

Estaba parada solo con la braguita, mirándole y disfrutando de lo que veía. Rafael era hermoso. Alto, el cuerpo musculado, el pecho amplio con un vello negro que le hacía más viril. Y un rostro que sus amigas decían que las hacía pensar en Brad Pitt. Y era suyo, y la quería y la deseaba, a ella que había jugado con su cuñado apenas unas horas antes, y eso hacía que estuviera más caliente, más enamorada, con ganas de hacer que su hombre disfrutase de ella, que se había portado como una puta y como una putita quería recompensarle.

La boca de Rafael buscó las tetas de Rosa, las comenzó a besar, como picoteos de gorrión buscando migas, sin dejar un centímetro de piel sin la tierna humedad que se desprendía de sus labios. Con las manos bajó la braguita hasta ese punto de los muslos para que cayera al suela sola. Rosa llevó los dedos de la mano derecha a su concha, tras mojarlos en sus flujos vaginales, buscó el clítoris inflamado y lo comenzó a mimar. Con la izquierda acariciaba la cabeza de su marido.

Los labios dejaron paso a la lengua que lamió sus turgentes senos, endureciendo los pezones que fueron objetivo del ataque del macho, chupando, mordisqueando, llevándola a una nirvana de placer. Las manos sobaban sus nalgas.

Rosa se daba cuenta que su marido deseaba hacerla gozar de su sexualidad con esas caricias que le daban un placer lento, previo a un largo y poderoso orgasmo. Una manera de que ella supiera que era su dueño y su amo.

  • Deja que te chupe los dedos- le rogó- y luego bien mojaditos juega con mi puerta de atrás... quiero que me la pongas por el culito... mi rey... mi amor.

Rafael no se hizo rogar y el esfínter de su esposa se lleno de saliva . Mientras con una mano embadurnaba el oscuro orificio, con la otra bajó su silp quedando con la pija al aire en posición de ataque.

  • Deja que me ponga en cuatro, quiero sentirte dentro...por detrás.

Se separaron y Rosa se subió a la cama, colocó una almohada bajo el tronco, se puso como un perra dispuesta a recibir a su macho, por donde a él más le gustaba, sobre todo porque era por donde la ponía pocas veces. Rosa sabía que era un regalo, un regalo que quería hacerle por hacer lo que había hecho. La altura de Rafael hacía que el cipote quedara a la altura del ojete, apoyó el ciruelo en la estrecha apertura y fue metiendo la polla en la puerta oscura.

Rafael entraba y casi salía, la tenía bien agarrada por las caderas y la obligaba a llevar el ritmo de su mete y saca. Rosa oía los jadeos de placer de su marido y se sentía feliz de hacerle gozar y en ese goce volvió notar como le crecía el suyo. No había llegado al orgasmo cuando se masturbaba y él le chupaba las tetas, había quedado al borde y con la sodomización volvía a subir a la montaña de la lujuria para despeñarse cuando su esposo se corriera.

El hombre aceleró y Rosa se dejó caer para tener una mano libre y poder masturbarse mientras su marido la enculaba. Se daba cuenta que quedaba poco tiempo y quería llegar con él.

-¡Ya!- soltó Rafael mientras largaba su carga de leche.

Rosa aceleró las caricias y logró venirse con la polla de su marido todavía en su interior. Pensó que había sido agradable, la pija de su marido cabía en su ano. La de su cuñado la hubiera roto el esfinter, era demasiado grande, la concha no. Tenía que ser delicioso sentirse tan llena de macho, tener ese pedazo de mástil dentro de una. Estaba segura que aquello se iba a dar. Y además en secreto, sin hacer daño a su familia, sólo gozando.

  • Rosita, mi vida, te quiero...voy a lavarme.

  • Mi amor , voy con vos y deja que te lave yo. Soy tu esposa y me gusta hacerte feliz.

  • Te adoro. Eres maravillosa.