Un pastor en el camino de Santiago
Soy un viejo pastor de verdad, de los que cuidan ovejas, no tengo ninguna descarriada, bueno alguna sí. Pero una tormenta me devolvió a la vida.
Desde que era niño no he hecho otra cosa, madrugar mucho, salir todos los días del año, sin fiestas ni vacaciones ni horarios, de sol a sol, con frio o calor, siempre con el mismo atuendo, mi zamarra de pana, mi zurrón, mi garrote y mi perro, claro, ahora ya debía estar jubilado pero sigo en la brecha hasta que pueda moverme.
En mi casa he parado poco tiempo, siempre por esos prados o por el monte, no valía la pena volver cada día, con la ayuda de mi perro encerraba el ganado en los corrales que me encontraba y dormía lo justo en cualquier resguardo o caseta.
Por aquella zona del norte no era frecuente ver a nadie, yo había oído que más allá había una ruta por la que gente de varios países pasaban de camino a Santiago, por allí en algunas apocas del año iban hasta en grupos, todo estaba bien organizado, señalizado, con albergues y servicios para cualquier necesidad, pero todo eso quedaba lejos de mis prados.
Lo había oído en el bar cuando bajaba el pueblo a esquilar a las ovejas, aprovechaba para cortarme el pelo en casa de Mariano, me afeitaba, me bañaba en la charca y luego iba a jugar una partida a las cartas, esa ha sido mi vida, a veces me doy cuenta que siempre he estado solo, no he tenido oportunidad de casarme y eso que he pretendido a alguna moza, pero ellas cuando presentían la vida que les ofrecía terminaban dejándome, con alguna llegué bastante lejos, recuerdo a Jenara, era una chica guapa, de piel muy blanca tenía algunos kilos de más, a decir verdad muchos kilos de más, a mi no me importaba pero a la mayoría de mozos si, el caso es que teníamos hasta la idea de casarnos, a mí sus kilos me daban igual y en más de una ocasión se lo demostré cuando me acompañaba con las ovejas a algún prado cercano, mientras mi perro Viriato cuidaba de ellas Jenara y yo retozábamos sobre la hierba, sus carnes se desparramaban libres y yo me hundía a ella, con su calidez y su blandura era feliz, a ella le gustaba mi piel bronceada por el sol y mi dureza sobre todo la de mi polla, más de una vez me corría dentro de ella, unas queriendo ella y otras no, pero por suerte no se quedó nunca preñada, aunque algún susto sí que llevamos con algún retraso en su regla, luego se marchó a la ciudad, se casó y no tuvieron familia, oí que no podía por sus kilos, de haberlo sabido hubiéramos follado más.
Ahora estoy solo en una choza abandonada, solo tiene una cocina con una gran chimenea y un cuarto pequeño con un jergón de paja, para mí me sobra, cuando me acuesto caigo rendido, ya no soy el que era, a mis años las cuestas y los barrancos me pesan en las piernas y eso que mi perro me ayuda mucho.
Hoy he tenido que volver pronto, el tiempo ha cambiado de momento y el cielo amenazaba lluvia, yo ya lo conozco, cuando viene de poniente no tarda en caer agua, pero hoy se ha pasado, llegué justo a tiempo de encerrar a mis ovejas cuando una manta de agua cayó del cielo, pero yo con la hoguera encendida, mi bota de vino, mi pedazo de pan y mi trozo de tocino soy feliz, hasta he cogido unas manzanas para postre.
A mi ganado tampoco le falta nada, a cubierto y con hierba seca para comer no necesita más.
La cabaña solo tiene la puerta y un hueco con un cristal sucio que hace de ventana, fuera el rumor de la lluvia, que hace de cortina en la ventana, por suerte no hay goteras y se está caliente y seco.
Estaba recostado en la pared cuando mi perro levantó las orejas en alerta, lo tranquilicé porque no había nada que temer, pero él se levanto y empezó a gruñir, al momento una cara se asomó por la ventana y luego otra, me sobresalté porque por allí no se iba a ninguna parte y yo no tenía nada de valor más que mis ovejas, metí la mano en el bolsillo apretando mi navaja por si acaso, pero cuando llamaron con los nudillos en la puerta pensé que sería gente de bien.
Abrí con recelo, mi perro estaba atento a mi orden de atacar, pero cuando vi a una figura con capucha empapada hasta los huesos con una mochila a la espalda abrí la puerta para dejarla pasar, ya iba a cerrar cuando otra figura igual apareció desde la lluvia.
Hasta que estuvieron dentro y se descubrieron la cabeza no me di cuenta de quienes eran, un pareja de mediana edad con el pelo chorreando agua, la mujer casi no se distinguía porque su pelo le cubría la cara, el hombre medio calvo pero de una edad parecida, tenía un semblante de agotamiento mayor que la mujer.
Les hice pasar y mi perro ya se calmó, después les ayudé a descargarse la mochila, parece que llevaban una casa entera a cuestas, pero les faltaba lo principal en aquellas tierras, calor y ropas secas.
El hombre se sentó pesadamente en el banco de madera que había contra la pared, estaba agotado, no tenía fuerzas ni para quitarse la ropa.
Su mujer le ayudó pero tiritaba de frío, lo acercamos al fuego y luego se quitó las botas, me dio frío a mí cuando le vi los pies, se le habían roto los calcetines y los levaba manchados de sangre, su mujer se los quitó con cuidado y unas llagas tremendas los cubrían.
Yo no tenía nada para curarlo, me apañaba siempre con un chorro de vino si me cortaba en alguna rama, pero aquello necesitaba muchos cuidados, la mujer le lavó con agua oxigenada y le puso una crema, se los vendó con cuidado, tenía un botiquín que muchos pueblos habrían envidiado.
Cuando el marido se quedó más tranquilo se fue dejando caer hasta tumbarse en el banco.
Le dije a la mujer que dentro de la otra habitación había un jergón de paja, siempre estaría más cómodo que en el banco, ella se negó, sabía que era la única cama que tenía y no me la iba a quitar.
Le insistí tanto y con tantas razones que al final consintió, entre los dos llevamos a su marido a la cama, creo que él ni se enteró, se quedó arropándolo cuando volví al fuego.
Cuando ella salió ya parecía otra persona, se había cambiado de ropa, y peinado, calculé que tendría unos cuarenta años, llevaba un chándal grueso y una toalla en la cabeza, se sentó en el banco y me dio las gracias por haberlos acogido.
Me contó que iban de peregrinos a Santiago, pero en un cruce se despistaron, cada uno creía que iba por el sitio correcto y cuando se dieron cuenta ya no veían a nadie y confiaron en su olfato para encontrar la ruta, pero cada vez iban alejándose más hasta perderse.
Le dije que estaban bastante lejos y que su marido con esos pies no llegaría muy lejos, me contó que se había empeñado en ir, ella se había juntado con unas amigas para hacer el camino, se habían entrenado haciendo caminatas y con botas adecuadas, pero él a última hora quiso venir y además solos, la fatiga y el calzado pasaron factura y ahora estaba tirado sobre la paja con los pies sangrando y roncando de agotamiento.
Estuvimos hablando de todo, sin proponérmelo le fui contando mi vida, la monotonía de mi trabajo y lo aislado de la sociedad, ella en cambio trabajaba en un banco, era una persona importante, que tomaba decisiones que afectaban a mucha gente, su marido trabajaba de camarero en un bar, había perdido un empleo muy bueno anterior pero ahora no había encontrado ninguna cosa mejor.
Se quitó las botas y los calcetines, los acercó al fuego y movió los dedos como si tocara el piano, me gustó ver unos pies de mujer, tan diferentes a los míos llenos de callos y escuálidos, cuando se subió los camales hasta las rodillas vi que tenía unas piernas bonitas, sin pensarlo se lo dije, aunque me quedé cortado al darme cuenta de lo indiscreto que había sido.
Ella comprendió que no estaba acostumbrado a tratar con gente y en parte lo agradeció, mi sinceridad contrastaba con la falsedad en la que estaba moviéndose continuamente y me dijo que era el único piropo sincero que había recibido en mucho tiempo.
Le dije que yo no sabía hacer piropos, simplemente decía lo que veía, que era muy guapa y que tenía muy buen tipo aun con el chándal holgado que llevaba.
Ella se rió, tenía una risa sincera, se sentía de alguna forma feliz, liberada de dejar atrás las argucias del banco y el estrés a que estaba sometida, allí solo le importaba el fuego, el agua que caía fuera y el silencio que reinaba en la cabaña.
Se levantó y descalza se fue a la habitación, pensé que estaba tan agotada como su marido y que se iba a acostar junto con él aunque lo dudaba pues la cama no daba para mucho.
Me equivoqué, cuando volvió traía una botella de orujo, el aguardiente lo habían comprado en un albergue que habían dejado el día anterior, su marido lo había reconocido por su calidad y se había empeñado en comprar dos botellas.
Cuando se sentó en el banco lo hizo a mi lado, se había puesto unos calcetines gruesos de lana, me miró y sonriendo se los quitó enseguida moviendo los dedos como antes lo había hecho, destapó la botella y miró a su alrededor buscando algún vaso, le señale mi bota de vino, no tenía otra cosa, ella me ofreció la botella pero le dije que bebiera primero ella.
Esperaba un traguito de cata, pero dio un trago que dejó la botella con dos dedos menos de liquido, cuando la separó de sus labios tenía los ojos rojos y llorosos, la garganta le ardía pero aguantó sin decir nada.
Yo ya conocía el orujo, un amigo lo destilaba en el pueblo y me daba alguna botella en invierno, pero lo que más me atraía era beber en la misma botella que había tocado los labios de la chica.
Pasé la lengua alrededor del cuello de la botella antes de beber, ella lo interpretó como si la hubiera besado, no era tonta la chica, acertó de pleno.
Cuando le devolví la botella, en sus mejillas tenía unos círculos de rubor, posiblemente del calor del fuego o del calor del orujo, mirándome a los ojos lamió la botella igual que lo había hecho yo, luego se hizo un trago largo.
Me pasó la botella otra vez, en el estómago sentía el calor del alcohol e imaginé que si después de haber cenado me daba ese calor, ella también lo sentiría o más sin cenar, bebí pero antes metí el cuello de la botella dentro de mi boca.
La chica pareció que lo había tomado como un reto, estuvo lamiendo un momento el cuello de la botella y luego se metió toda la parte estrecha en la boca, subió la botella y tragó, cerró los ojos y me acercó su cara con la boca cerrada, cuando estaba a poca distancia, de sus labios salieron unos chorritos de orujo, me estaba invitando a beber de su boca.
Me acerqué a ella y pegó sus labios a los míos, maldije la barba de varios días que llevaba y mi olor a oveja, pero a ella no pareció importarle mucho, entre sus labios y los míos no se escapó ni una gota de orujo, pasó todo lo que llevaba en su boca a la mía, después me metió su lengua y reclamó su parte, le devolví parte del orujo que me había pasado y lo tragamos sin separarnos.
La chica puso sus piernas sobre las mías de lado a la vez que se arrimaba a mí la sostuve con mi brazo, mi perro levantó las orejas pero volvió a dormirse al lado del fuego.
Mi preocupación era la diferencia de edad, la educación, la higiene y el aseo que me faltaba a mí, todo esto se me olvidó cuando la chica me abrió la camisa y pasó su mano por mi pecho, noté como enredaba sus dedos en los abundantes pelos que tenía aunque canosos ya, recorrió todo mi pecho, mis telillas, mi estomago, mi vientre, se entretenía en cualquier sitio peinándome el vello, quizá estaría más acostumbrada a ver hombres depilados y untados de cremas.
Me besó en el cuello con un leve roce de sus labios que hizo que se me erizaran hasta los pelos de las piernas, lo notó y me cogió la mano que tenía libre, bajó la cremallera del chándal y metió mi mano, sacó la suya y desde fuera presionó la mía contra su teta.
No esperaba encontrar nada así, supuse que llevaría un suéter grueso o una camiseta de abrigo y por supuesto un sujetador de lo más adecuado para andar cómodamente, pero estaba claro que ese no era mi día de aciertos, me encontré con una teta desnuda, dura, caliente y puntiaguda que llenaba mi mano y más, que le nacía desde debajo de la axila hasta casi juntarse con la otra teta, pasé la mano por debajo de ella y no encontré ningún pliegue, lo que había estaba levantado y terso.
Al tacto de mi mano callosa se estremeció, su pezón se hizo tan áspero como mis dedos, noté como cogía volumen y se mezclaba entre mis dedos.
Se separó de mí lo suficiente para que llegara a la otra teta, esta ya me esperaba tan dura como la otra aunque su pezón no llegó a endurecerse hasta que lo acaricié.
Se levantó y acabó de bajar la cremallera, se sentó a caballo sobre mis rodillas y volvió a coger la botella del orujo, la puso en su boca y levantó la botella, no abrió los labios y el liquido se escurrió por su garganta y su pecho hasta mojar sus tetas dejándolas brillantes, se levantó y entrando entre mis rodillas se me acercó poniendo sus dos tetas a la altura de mi boca.
Me las comí o mejor dicho me las bebí hasta dejarlas limpias de todo orujo, mi lengua me ardía del licor pero sus pezones también lo habían acusado, el alcohol de muchos grados había actuado en la areolas y las había enrojecido e hinchado.
Mientras le chupaba los últimos restos de orujo debajo de las tetas buscando cualquier gota perdida la chica se quitó la chaqueta del chándal.
A la tenue luz del fuego pude ver el par de hermosas tetas de la caminante, el color rojizo del fuego aún las hacían más deseables y las sombras que movían las llamas proyectaban unos movimientos que las hacían saltarinas.
La peregrina se sentó en el banco de madera, se fue tumbando sobre él y luego levantó las piernas al cielo y se sacó los pantalones por los pies, cuando bajó las piernas las dejó una a cada lado del banco, con los brazos colgando a los lados del banco, las tetas se separaban más aún con los pezones grandes y rojos de mis mordiscos y del orujo, entre sus piernas un triángulo de vello cuidadosamente recortado, perfilado como si fuera hecho con un cartabón.
Bajé la cabeza avergonzado, aquel manjar no era para mí, ya hacía tiempo que no se me ponía dura, solo cuando me acordaba de Jenara, de su coño mofletudo me hacía una paja y si había alguna oveja cerca se la metía y me corría en ella, esa era toda mi vida sexual.
La chica me comprendió, solo me dijo con voz suave, arrastrando cada una de sus palabras.
- Mientras hay lengua hay amor.
La miré y ella se metió sensualmente un dedo en su boca, lo estuvo chupando como Jenara me hizo una vez.
Me quité la zamarra de pana y me acerque a ella, con sus manos me guió la cabeza hasta su coño, separó las piernas y se abrió los labios dejando el clítoris indefenso ante mi boca.
Por los labios de la vagina supuraba un liquido espeso y blanco, lo lamí antes de meterle la lengua, sabía a mujer ardiente, absorbí lo que salía y lo que quedaba dentro hasta donde pude meter la lengua, ella me buscaba con las caderas, con los labios sujetos con los dedos, al chuparle el clítoris gimió, fue un gemido lánguido, le salía de dentro de su alma.
El banco no era muy ancho y la chica se cogió las piernas por debajo de las rodillas, me senté en lo que quedaba libre del banco y le estuve lamiendo y mordiendo hasta que de momento soltó sus manos y sus piernas cayeron a mi alrededor, mientras se corría me cogió de la cabeza y estiró lentamente, cuando pasé por sus tetas dejó un momento de estirar para gozar de mi lengua, guando ya volvía a tener los pezones tan duros como antes siguió tirando de mi, al llegar a su altura me estaba esperando con la boca entreabierta, me pegué a ella, me mordió el labio suavemente como nadie me lo había hecho hasta ese día.
Me abrió la camisa, los ojales desgastados por el tiempo no pusieron ninguna resistencia y cedieron de un tirón, me arrancó literalmente las mangas y me abrazó, mientras yo me sujetaba malamente para no aplastarla ella abrió mis pantalones y con sus pies me los bajaron, buscó mi polla y la encontró colgando fláccida.
- Lo siento, soy muy mayor y poco hombre para ti, te mereces un joven para que te folle como mereces.
- No me conoces aún, soy más cabezota que tu polla, déjame levantarme.
Me aparté y ella se levantó, se fue al dormitorio, creí que mi suerte se había acabado, seguramente buscaría a su marido, el se encargaría de recoger la cosecha que yo había dejado sin segar.
Pero volvió al momento, al verla llegar desnuda totalmente, pude apreciar el cuerpo tan bello que tenía, de cadera estrecha y con una caderas como un cántaro, en las manos traía dos rollos de colores, yo no sabía lo que era, pero apartando el banco extendió en el suelo los dos rollos, ella me miró ante mi incredulidad.
- Son colchonetas para acampar, tiéndete en ellas.
Me tendí como me dijo, estaban frescas pero blandas, al lado del fuego pronto se caldearon, la chica tiró de mis calzoncillos hasta quitármelos, la polla desmayada caía de lado sobre mi muslo, la chica la cogió con mucho cuidado, la levantó y lentamente me fue descubriendo el glande, aun blanda como estaba parece que le gustó por la cara que puso, me acordé que a Jenara le gustaba mucho metérsela en su boca y esperar a que se pusiera dura dentro de ella, pero ahora no era posible.
- Me gusta mucho su polla, incluso blanda es una polla enorme créame, y no pienso rendirme.
Se arrodilló a mi lado con toda delicadeza, despejo de pelos todo el tronco dejando al descubierto hasta los huevos, lentamente fue besándome la punta, con la lengua me abría la boquita de pez que veía intentaba meterle un poco de lengua, con los labios aspiraba cuando rodeaba el frenillo, mi polla seguía mansa, pero de vez en cuando daba algún signo de sensibilidad, sin avisarme lamía todo el tronco hasta llegar a los huevos, con los puños cerrados a su alrededor la mantenía derecha.
Yo admiraba ensimismado a mi lado el cuerpo lozano de la chica, sus tetas colgando apenas se balanceaban rígidas, las caderas redondas y las nalgas partidas en dos, la piel se oscurecía entre ellas, quizá fue eso lo que me llevó acariciarle con la mano, al sentir mi mano separó las piernas, ahora ya podía recorrer sus labios hasta su pelambrera, estuve haciendo círculos en su clítoris hasta hincharlo, envidiaba la dureza que le conseguí para mi polla, le pasé mis dedos por los labios hasta meter dos en su vagina, ella echó el culo hacia detrás para que llegara mejor, pero no podía más de dos falanges.
No fue con intención pero un dedo llegó hasta el agujero rugoso de su culo, se encogió un momento pero me mojé el dedo con saliva y seguía rodeándolo, notaba como se iba relajando y ya era ella la que seguía mis movimientos, se volvió hacia mí.
- Por favor, métame el dedo en el culo.
Solo tuve que buscar el centro y presionar, nunca había tenido la curiosidad de meter un dedo en el culo a nadie, pero me gustó, la suavidad del recto contrastaba con la aspereza de mi dedo, la chica se puso más arrimada a mí para facilitar mi caricia hasta que pasó una pierna por encima de mi cabeza.
Ya le pude meter el dedo hasta el fondo, no pareció hacerle daño y probé con otro dedo, lo moje en la vagina que ahora estaba sobre mi cara, entró sin ninguna dificultad y salió completamente mojado, de flujo, junto con el otro dedo entro en el ano de la mujer, sentí como me apretaba la entrada pero al momento se distendía y solamente se resbalaron hacia dentro.
Si no hubiera estado tan pendiente de mis dedos en su culo habría notado los progresos que la chica conseguía en mi polla, ya se tenía sola de pié, no con la dureza necesaria para meterla empujándola dentro de su vagina pero ya era mucho.
La chica se dio la vuelta y se sentó sobre ella, rodeándola con sus labios estuvo moviéndose mientras rozaba su clítoris con mis venas ahora casi llenas, por lo menos consiguió que no se bajara, con sus movimientos y el balanceo de sus tetas sobre mi cara hizo que estuviera semi dura, el glande sí que estaba rojo de excitación aunque el tronco no estaba al 100%, la chica no descansaba y se deslizaba sobre mí, yo notaba como mi polla estaba cada vez más mojada por los jugos que salían de su vagina.
Cuando se tumbó totalmente sobre mi pecho sus tetas se aplastaron contra mí, mis pelos se enredaron en sus pezones, me besó y buscó mi lengua, arqueó un poco su cintura, cogió mi glande y se lo puso a la entrada de su vagina, besándome como estaba se hizo hacia detrás y mi tronco tumbado fue entrando en su coño, lo estuvo sosteniendo por si se me doblaba pero el efecto combinado de sus mordiscos en mis labios, sus pezones en mis tetillas y mi glande entrando como un tren él un túnel mantuvieron derecha la polla hasta que entró toda, se incorporó y me miró con cara triunfal.
- Ya está dentro, bien venido, me encanta recibirte, a propósito me llamo Olga.
- Mucho gusto, yo soy Pedro y estoy muy feliz de estar dentro de ti.
A partir de entonces ya fue todo mucho más rápido, hechas las debidas presentaciones, Olga fue deslizándose sobre mí hasta que ya consideró que tenía una erección aceptable se fue irguiendo hasta ponerse vertical, sus tetas saltaban con ella, mi polla alcanzó su máxima dureza y ella se corrió.
Yo no me acordaba de lo que era un orgasmo, desde que Jenara se corría no había visto ninguno por lo menos real, alguna vez alguno fingido de alguna chica en el puticlub del pueblo de al lado, pero nada comparado con el que estaba gozando Olga, literalmente se estaba derritiendo sobre mí, me marcaba las uñas en el pecho y saltaba sin consideración de mi edad, yo pude mantenerme duro hasta que se calmó, ella no quiso arriesgar y nada más relajarse se levantó y se metió mi capullo en su boca, con la mano me meneaba la polla a toda velocidad hasta que notó que la leche corría por mi polla.
Yo hubiera preferido correrme en su coño o sobre sus tetas, pero eso ya lo había hecho con la Jenara, el tragarse mi leche era una novedad para mí y lo agradecí.
Al calor de la hoguera Olga se abrazó a mí, a la otra parte de la fogata mi perro nos miraba de vez en cuando y seguía durmiendo, en la habitación de al lado el marido de Olga seguía durmiendo en la misma postura que lo habíamos dejado.
Para mí era como estar en el cielo, la visión de la chica plácidamente dormida, el rumor del agua que seguía cayendo, el olor a leña quemada, el sabor de la piel de Olga y el tacto de sus tetas era lo que más me acercaba a la gloria.
Al rato nos tuvimos que tapar, el fuego había bajado y la humedad nos ponía la carne de gallina, fuera seguía lloviendo intensamente.
Olga se había quedado dormida nada más correrse y tragarse mi leche, la abracé para darle calor y ella lo agradeció pegándose a mí,
Me desperté temprano, mi perro fue el encargado de devolverme a la vida normal, salí de debajo de la manta dejando a Olga sola, me vestí y comprobé como seguía el marido de la chica, estaba un poco destapado y lo abrigué, luego salí a ver al ganado.
Ya había dejado de llover, las ovejas estaban nerviosas, les abrí la puerta y salieron en manada, mi perro pronto puso orden y bajamos la cuesta, la niebla todavía baja hacía una luz triste.
El macho del rebaño llevaba un cencerro y guiaba al resto, dejé a las ovejas que comieran de la hierba fresca, mi perro se encargaba de que no se extraviara ninguna y lo hacía bien.
Me senté bajo de un árbol, la niebla se había levantado y lucía un sol radiante, la tormenta se había esfumado.
A lo lejos oí que me llamaban, era Olga, la había orientado el cencerro del cordero, cuando estuvo a mi altura me abrazó.
- Buenos días Pedro, cómo estás?
- Buenos días Olga, casi mejor que tú, ha sido una noche muy bonita, gracias.
- Nada de eso, la agradecida soy yo, me has follado como lo hace un hombre de verdad y has hecho correrme como hacía mucho.
- No seas modesta, has sido tú quien me has follado a mí y sin ti no se me habría puesto dura, nunca olvidaré esta noche.
- Y que vas a hacer con tu vida? Seguir igual que siempre?
- Qué remedio, me queda Blanca.
- Ah! Eso está mejor, vive en el pueblo, verdad?
- No, siempre está conmigo, y es muy complaciente.
- Me alegro mucho, me encantaría conocerla.
- De verdad? Te la puedo presentar.
- No has dicho que está en el pueblo?
- No, te he dicho que está conmigo, ves aquella oveja negra de allí, solo hay una.
- Si la veo entre las otras blancas, esa es Blanca? Si es negra!.
- Pero es única, veras…Blancaaaa
La oveja levantó la cabeza y vino trotando donde estábamos, de lejos se le oía balar, cuando estuvo a mi lado Blanca me acarició la pierna y me olió la bragueta, luego se volvió se puso de culo y levantó la cola.
Olga no podía dar crédito a lo que veía, yo seguí la rutina, me saque la polla, me la meneé hasta ponerla semi dura y me acerque a la oveja, ella se puso preparada para recibirme.
La reacción de Olga me encantó, me cogió la polla antes de que se la metiera a la oveja y le dijo a Blanca.
- Lo siento Blanca pero ahora Pedro es mío y su polla también, entiendes?
La oveja baló, seguro que había entendido.
Olga no dejó que me guardara la polla, se quitó el pantalón del chándal, todavía iba sin bragas y se puso al lado de Blanca, la elección no tenía discusión la metí en el coño de Olga, a mitad de la vagina de la chica ya la tenía dura del todo, su coño era como un túnel de placer, según iba entrando se me ponía más dura, cuando le empujé el útero ya estaba como mi garrote.
Por debajo de la chaqueta del chándal le cogí las tetas, estaban duras y colgando parecían el doble de su tamaño.
La chica se apoyó en el tronco del árbol para no caer hacia adelante, se corrió apretándome la polla con su vagina, seguí hundido en ella hasta sentir que iba a eyacular, le solté las tetas para salirme pero ella me sujetó las manos y volvió a dejarlas donde estaban, no me dejó salirme y me corrí dentro de ella, a nuestro lado Blanca balaba otra vez, posiblemente de envidia.
No me dejó salirme hasta que mi polla bajó y se escurrió fuera, por el coño de Olga se escurría mi leche.
Nos tumbamos bajo el árbol, me contó que su marido se había despertado y la había llamado, le había bajado la inflamación de los pies pero no pudo levantarse, le preparó el desayuno con lo que llevaban en las mochilas y se había vuelto a acostar.
Blanca decepcionada había vuelto con sus compañeras, Olga se me acercó y al oído me dijo aunque no había nadie a la vista.
- Pedro me he quedado con ganas de follar otra vez contigo.
- Sabes lo que has dicho?, si todo esto ha sido un milagro.
- Yo puedo hacer milagros contigo Pedro, te lo mereces.
Me besó otra vez como la noche anterior, me pasó la mano por el pecho peludo como anoche pero ahora me buscó la polla, ya sabía dónde estaba y qué hacer con ella, la sacó abriendo mis pantalones y se sentó sobre ella.
Jamás lo hubiera creído, el roce del coño de Olga en mi polla y la visión de su chaqueta abierta con las tetas moviéndose dentro acabaron por resucitar lo que parecía imposible, al glande fue el primero que recibió la inyección de sangre y se puso duro, después de arriba abajo fue engordando y creciendo el resto, cuando llegó la hinchazón a los huevos Olga se sentó sobre ella, se dejó caer sobre mí, yo recostado sobre el árbol solo le sujetaba las tetas.
Se me ocurrió acariciarle el clítoris con una mano, ella cerró los ojos y se concentró, se notaba que quería más y se levantó un poco, me dijo.
- Méteme los dedos en el coño Pedro.
Le metí dos dedos como pedía mientras con el pulgar seguía masajeando el botón duro, Olga se movió apenas y se volvió a sentar, esta vez se había metido mi polla en el culo, debía estar lubricado con los jugos de su vagina porque no noté mucha resistencia, tenía buen control sobre su esfínter.
Con una mano en su coño y otra en su teta derecha se corrió, me inundó la polla de espuma blanca, pero siguió cabalgándome, cuando noté que me iba a correr me dio la vuelta y se tumbó debajo de mí.
- Córrete en mis tetas Pedro, creo que te han gustado.
- Me encantan, te las regaré de leche.
Le llene de goterones de semen que ella repartió sobre sus pezones, luego me cogió la polla y la relamió hasta dejarla brillante.
Descansamos hasta mediodía, de vuelta a la cabaña recogí unas hierba que conocía por su poder cicatrizante y las llevé para su marido.
- Gracias Pedro, has hecho muchas cosas por mí y ahora por mi marido, imagino que lo vas a curar pronto y tendremos que seguir hacia Santiago, me gustaría dejar mi vida en la ciudad y venirme contigo, te prometo que follaríamos todos los días en cualquier lugar.
- A mí también me gustaría pero no es posible, yo ya soy viejo y no te puedo ofrecer nada, debes seguir tu vida.
- Y hacer lo que no me gusta, follar cuando no me apetece y con quien no quiero? Esa será mi vida.
- Lo siento Olga.
- Y yo Pedro.
FIN.
Continuará
Agradezco mucho sus comentarios.
Gracias.