Un paso adelante

Una forma verosímil de introducir a la pareja en los placeres del BDSM Es mi único relato original. Todo lo demás es traducido.

Un paso adelante

Me desperté decidido a intentarlo. Lo que al acostarme esa noche era una idea, un proyecto, una vaga posibilidad, lo veía claramente ahora como el camino a seguir, la acción que podría abrirnos un horizonte fascinante de nuevas formas de placer.

Antes de levantarme acaricié sus nalgas, murmuró algo y le dije: "Son las nueve, voy a prepararte el desayuno".

Me levanté. Hasta aquí todo seguía la rutina normal de un sábado. Pero en lugar de ir directamente a la cocina me encaminé a mi pequeño despacho. Tomé papel y pluma y escribí:

Instrucciones para una mañana especial:

1.- Desayunar despacio y tranquilamente.

2.- Ducharse minuciosamente.

3.- Ir al comedor completamente desnuda.

4.- Subirse a la mesa.

5.- Pasar los tobillos por los ojales de las correas y tensarlas para que los ojales se ciñan sobre los tobillos. Apretar lo suficiente como para que no se salgan.

6.- Situar visualmente los dos ojales restantes y luego ponerse la venda.

7.- Pasar una mano por uno de los ojales y tensar para que se ciña a la muñeca.

8.- Repetir con la otra mano.

9.- Esperar "tranquilamente" lo que venga con voluntad de seguir hasta el final.

Un cálido beso,

Abel

Guardé la nota en un sobre y escribí en su parte delantera: "Leer ahora".

En el comedor retiré el mantel de la mesa y extendí una de sus alas (era una mesa antigua y robusta, con patas torneadas y extensible por los dos lados; para su estatura bastaba con extender uno de ellos).

Del armario ropero retiré cinturones de colores que marcaban mi corto recorrido en la práctica del judo (dos blancos y dos amarillos), los até firmemente a las cuatro patas de la mesa dejando en los otros extremos ojales corredizos, que se ceñían al tirar de ellos. El tejido de los cinturones impedía que se aflojaran una vez ceñidos si bien la tensión de la ligadura descendía un poco cuanto más se ciñera. Hice algunos cálculos y retoques para adaptarlos a su tamaño. Una vez apretados todos los ojales sus movimientos quedaban suficientemente limitados para impedir que se soltara por sí sola.

Fui a la cocina, preparé el café, el zumo y las tostadas como todos los sábados.

Luego entré al dormitorio. Seguía dormida. Su cuerpo desnudo estaba tapado parcialmente por la sábana pero podía verse su pecho derecho y el vello de su pubis. Observé su tranquila belleza y aparté lentamente la sábana.

Abrió los ojos y se estiró.

"Arriba perezosa, ya es hora de desayunar".

Para animarla le besé y mordisqueé ligeramente sus pezones, que se endurecieron al instante.

"Se me ha hecho un poco tarde así que me voy ya al mercado, ya sabes que los sábados si me retraso se pone terrible de gente y tardo una eternidad. No te quedes dormida otra vez que se enfría el desayuno."

Cuando salía de casa oi que se levantaba y entraba al baño.

Camino del mercado el corazón no me cabía en el pecho. Latía tan fuerte que me daba la impresión de que todo el mundo lo notaba y temía que me preguntaran algo. Llegué a la hora habitual a la pescadería. Mi pescadero me saludó y habló del calor que estaba haciendo este mes de junio. Me mostré de acuerdo pero le dije que el calor me gustaba siempre que no sobrepasara ciertos límites y, de momento, no lo había hecho. Pensaba, para mí, que era la temperatura ideal para hacer el amor, dormir desnudo y destapado y poder planear, sin temor a un resfriado, lo que ojalá ocurriría esa mañana.

En la frutería compré el suministro normal de fruta y verdura para la semana pero me costaba concentrarme en lo que ya había pedido y lo que no. Mi corazón seguía dando botes ante la posibilidad de que ella aceptara mi propuesta.

Una vez terminadas las compras emprendí el camino de regreso a casa luchando entre mi deseo de correr y el de prolongar en lo posible la excitación de la incertidumbre. La suerte estaba echada. Si había aceptado el reto ahora empezaba lo más interesante, pero lo más difícil. Estaba claro que si la encontraba en la situación que había diseñado y deseado habría creado en ella expectativas que no podía defraudar. Era el primer paso de un prometedor camino y debía darlo con el mayor cuidado, para no comprometer el recorrido.

Si no había aceptado habría que disculparlo, en todo caso le obligaría a plantearse la posibilidad que le había sugerido y quizás facilitara el camino para otra posible intentona. No tenía ni idea de mis posibilidades reales. Antes de esto solo había sugerido algo de mis "oscuros" deseos de forma tan velada que la respuesta positiva no podía interpretarse muy ampliamente.

Mi pensamiento volvió a lo que podía encontrarme al volver, mi corazón se  aceleró y sentí que mi polla se endurecía con violencia. Aceleré el paso, reforcé mi autocontrol y volví a caminar con calma.

Subí las escaleras de los tres pisos en un estado que nunca antes había experimentado. La excitación se mezclaba con otros sentimientos que no podía identificar y me hacían jadear.

Al llegar a nuestro piso anduve sin ruido hacia la puerta. Agucé el oído. No se oía nada tras la puerta y lo interpreté como una buena señal ¿o seguiría durmiendo? No, cuando me fui se había levantado.

Abrí la puerta intentando no hacer el menor ruido y lo conseguí de forma aceptable, más si se tiene en cuenta mi estado de nervios. Me encaminé con sigilo hacia la cocina y dejé las bolsas en el suelo.

Conteniendo el aliento y el sonido de mis propios latidos me dirigí, o más bien me deslicé, hacia el comedor.

La puerta estaba abierta pero no permitía ver nada desde fuera.

¡Allí estaba! Sobre la mesa, totalmente desnuda, tal como le había pedido. Se me escapó una exclamación.

"¿Estás ahí, cariño?"

Sin contestar me lancé hacia la mesa, ya despreocupado del ruido. Le tapé la boca con un profundo beso mientras sentía los latidos de su corazón casi desbocado mezclándose con los de mi propio corazón.

"Tranquila. Recuerda que debes estar dispuesta a lo que venga."

"Pero..."

"Sin peros. Te aseguro que no haré nada que piense que no te va a gustar. Pero como algunas cosas pueden parecerte inesperadas o extrañas y no quiero que esa sensación te impida disfrutar de lo que viene te voy a amordazar y así no tendrás tentaciones de debilidad."

"¡NO! Ya no quiero seguir. Suéltame o me enfadaré."

"Tranquilízate. Sé que te ha costado dar este paso, que tienes muchas dudas y temores, pero debes confiar en mí. Me propongo que recorramos juntos un camino nuevo cuyo arranque puede parecer duro, pero que nos va a llevar a disfrutar de placeres nuevos y mucho más intensos. El que te hayas decidido, a pesar de todo, me indica que sospechabas de la existencia de ese camino. Sabes, por tanto, que de alguna forma va asociado a limitaciones físicas y a algún dolor, que abren la puerta a nuevas sensaciones. Te aseguro que nada de lo que te haga te dejará señales ni secuelas, que he tomado precauciones y me he documentado y, en la medida de lo posible, lo he probado en mi propio cuerpo."

"Pero no quiero que me amordaces. Quiero poder decirte que no sigas si no lo soporto"

"La mordaza es una de las limitaciones de que te hablaba. Al ser la primera vez puede parecerte que no vas a soportarlo por inexperiencia y sería una lástima echar por tierra una decisión tan difícil. Sabes que puedes confiar en mí y de alguna forma esa confianza es lo que te he pedido al proponerte este juego."

Se quedó pensativa un rato. Finalmente, tras un hondo suspiro, asintió.

"Vale. Espero no tener que arrepentirme de esto."

Le di otro profundo beso mientras cubría sus tetas con las manos y se las manoseaba ligeramente. Sus pezones se endurecieron.

La amordacé con un pañuelo que había preparado previamente. No impedía demasiado que pudiera hablar pero era más un símbolo de su confianza, de su entrega a mis designios. Era una mordaza psicológica lo que tenía que conseguir.

A continuación me dediqué a tensar sus ligaduras para conseguir una menor movilidad. Me aparté un poco y la observé detenidamente. Su maravilloso cuerpo (no sé que le parecería a un observador objetivo, pero para mí era maravilloso, especialmente ahora) desnudo y ligeramente moreno, formaba una equis sobre la mesa. Las piernas abiertas sensiblemente permitían una vista completa de su coño, con abundante vello negro rizado y los labios entreabiertos. Me incliné y le besé ligeramente un pezón mientras jugueteaba levemente con su clítoris. Suspiró nuevamente.

"Voy a buscar algunas cosas. No tardaré."

Volví con un plumero (de plumas auténticas) un vibrador y varias pinzas de la ropa. El vibrador había sido un regalo sorpresa en su último cumpleaños. La primera cosa, y la única, que había comprado a través de Internet (en la web de una conocida sexshop). Me costó muchísimo decidirme a dar ese paso pues nunca habíamos hablado de ellos y no tenía ni idea de cómo se lo tomaría. Para mi sorpresa le produjo un gran impacto, favorable y lo probamos la misma noche del cumpleaños con resultados prometedores. Pero desde entonces apenas lo habíamos usado y siempre como precalentamiento. Mi intención era llevar las cosas un poco más lejos pues tenía la sospecha de que existía alguna limitación inconsciente, algún resto de la educación religiosa que había recibido, que le impedía apurar las situaciones de placer sexual. De paso diré que éste era uno de los alicientes que presentaba para mí la situación actual. Poder controlar su placer incluso contra su voluntad, sentirme el causante de su goce supremo si llegaba a producirse. Pensaba que, aunque en su momento se sintiera vagamente arrepentida de haberme permitido hacerlo, la recompensa obtenida la haría olvidar ese reproche y facilitaría el camino para otras repeticiones. El plumero y las pinzas no las habíamos usado nunca. No tenía ni idea de su reacción a las cosquillas pero tampoco pensaba extenderme en ese sentido. Simplemente pensaba que sería un buen comienzo que podría tranquilizarla con respecto a mis intenciones. Lo de las pinzas ya era otra cosa. No estaba muy seguro de si me atrevería a utilizarlas (en los pezones, en principio) pero deseaba que así fuera. Si lo hacía y obtenía el resultado que esperaba, facilitaría el reconocimiento práctico del placer relacionado con el dolor y a partir de ahí el establecimiento de unos nuevos parámetros en nuestras relaciones (¿amorosas? ¿sexuales?).

Empecé con el plumero. Se lo pasé muy levemente por los hombros. Noté que se excitaba ligeramente y se revolvía un poco. Luego el vientre y el ombligo evitando cuidadosamente las zonas demasiado comprometedoras.  Luego desde un pie hasta el muslo y lo mismo en el otro. Al acercarme a sus muslos empezó a respirar muy hondo. Ataqué directamente sus pezones que se habían vuelto a endurecer. Gimió y se retorció con más violencia. Me entretuve un rato alternando con pausas cortas. Finalmente se lo pasé por los muslos para llegar a su coño. La respiración se aceleró y empezó a levantar las caderas. Nuevas pausas y otros dos pasadas algo más prolongadas.

A continuación le besé y mordisqueé ligeramente los pezones. Un ligero toque con la lengua en sus labios vaginales para acabar rozando el clítoris. Parecía bastante excitada. Le introduje un dedo en la vagina y comprobé que estaba adecuadamente lubrificada. Era el momento de utilizar el vibrador. Le pasé la punta por los labios externos y el clítoris antes de arrancar las vibraciones en velocidad moderada. Me entretuve un rato metiéndoselo en el coño, cada vez más profundamente (el calibre era más que regular) y alternando con paseos por los alrededores del clítoris. Luego lo dejé clavado en su vagina y empecé a acariciar, lamer y succionar ligeramente su clítoris. Debo advertir que habíamos practicado el sexo oral en otras ocasiones, aunque me había costado bastante convencerla las primeras veces, pero nunca me permitía dedicarle mucho tiempo porque siempre le entraba prisa porque la penetrara. En esta ocasión tendría que soportar el tiempo que a mí me pareciera. Enseguida empezó a agitarse, a levantar las caderas y a gemir cada vez más fuerte. Me detuve porque parecía que estaba a punto de estallar y yo quería sacar más "provecho" de esta ventajosa situación.

Dudaba si atreverme o no con las pinzas. Desde mi punto de vista era un riesgo, algo que podía superar sus límites en esta primera sesión, pero también la experiencia directa de la relación entre lo potencialmente doloroso y la sublimación del dolor para alcanzar un placer más elevado. Me decidí a probar.

Cogí una pinza en cada mano y le lamí primero el pezón derecho. A continuación se lo mordí incrementando la presión de mis dientes. Luego retiré la boca y la puse la pinza. Pego un brinco pero parecía soportarlo. Incluso su respiración se hizo más agitada.

Repetí la operación en el otro pezón con el mismo resultado.

Me sentía excitadísimo. Por otra parte me parecía que ya era bastante para esta primera sesión y además estaba como loco por escuchar sus sensaciones, por comprobar si la experiencia estaba resultando como yo había imaginado. De modo que volví a emplear mi boca en su clítoris a la vez que ponía al máximo el vibrador.

Sus movimientos se hicieron frenéticos. Era evidente que estaba teniendo un orgasmo como nunca lo había experimentado (al menos desde mi punto de vista de espectador). Le liberé los pezones del mordisco de las pinzas y se los apreté con los dedos para forzar la recuperación del riego (sabía por experiencia que esto producía un pico intenso de dolor). Los espasmos se multiplicaron, casi me daba un poco de miedo verla en ese estado pero finalmente remitieron y una profunda sonrisa recorrió su bello rostro.

Le sequé el sudor con una toalla, le quité la mordaza y, antes de que pudiera hablar, le di un profundo beso.

"¿Cómo te ha ido?" le pregunté.

"¡No tengo palabras! ¡Con diferencia el mejor de mi vida!" me contestó.

Mi corazón se puso a tope. ¡El paso adelante estaba dado!