Un paseo por el pueblo 7

La mañana trae la luz y la verdad...

El viejo no parecía haberse enterado de nada. Me acosté vuelto hacia él y, si no propiamente deseo, me invadió una grata sensación de sensualidad, que unida al frío y a la ligera modorra de la duermevela, me empujaron a arrimarme a su cuerpo. Apoyé mi pene, ahora semierecto, en su pierna. El contacto suave de su piel hizo que la erección volviera a su estado inicial. El deseo fue acrecentándose poco a poco. Busqué con mis manos su entrepierna, acaricié suavemente sus testículos y jugué con su pene, ahora ya engrosado; disfrutaba con la extrema suavidad de la piel que lo recubría. Sólo su pene reaccionaba lentamente a mis caricias: el resto de él permanecía inmutable. Seguía estimulándole y su polla empezó a ponerse dura. Se movió ligeramente. Yo detuve mis movimientos.

Habló en un susurro:

-          ¡Sigue, sigue!

Me coloqué encima de él, de modo que nuestras entrepiernas entraron en contacto; frotaba con mi polla la suya… y le besé en el rostro, primero en los ojos, después en las mejillas y, por último, en los labios. Él apartó ligeramente su rostro.

-          ¡Oye! Esto es un poco de maricones ¿no?

No le hice caso y volví sobre sus labios.

-          Bésame como besabas a las mujeres.

Abrió ligeramente los labios y me permitió meter mi lengua. Sus besos eran torpes, como si nunca hubiera aprendido a besar propiamente. Bajé mi boca hasta su barbilla: la barba, sin afeitar por un par de días, era dura y, como las cerdas de un cepillo, herían levemente mis labios. Bajé hasta su cuello, lo que hizo que se estremeciera; sentí en mi polla una convulsión de la suya. Después me concentré en su pecho, cubierto por una espesa mata de pelo encanecido. Me encantaba disfrutar de la suavidad de su vello en mi cara. Le lamí los pezones y un nuevo cabeceo de su pene golpeó en mis huevos. Con alguna dificultad agarré los cuatro testículos con mi mano y los acariciaba como si fueran parte de un mismo cuerpo. Bajé mi boca a la punta de su polla y mordisqueé la piel sobrante de su prepucio. Intenté meter la lengua por el agujero, pero era demasiado estrecho y me concentré en seguir lamiendo y mordisqueando su piel. Ahora era mi polla la que cabeceaba contra su pierna.

-          Sube. Hoy me toca a mí .

Su voz era un susurro, pero entendí lo que quería. Me incorporé, me senté a bocajarro en su pecho con cuidado de no dejar caer todo mi peso y arrimé mi pene a su boca. El viejo empezó a chupar la punta con torpeza, pero con una fuerte succión como si fuera una manga de la que quisiera extraer gasolina. Poco a poco conseguí introducirla más en su boca. Sus labios se pegaban como una ventosa, sin usar la lengua ni los dientes. La metí más adentro, pero le dio una arcada. La saqué unos segundos.

-          ¡Coño, me ahogo!

Cogió aire como si fuera a sumergirse en el agua y volvió a succionar la punta. Una oleada de placer me sacudió. Saqué la boca para no correrme ya. Volví a ponerme sobre él. Cogí su brazo libre y lo llevé su mano hasta mis nalgas. Su brazo era fuerte y duro para su edad y las venas se marcaban a través de la piel. Me acariciaba con torpeza las nalgas, pero el roce de su palma callosa y fuerte me excitaba sobremanera. Su mano era muy grande y abarcaba casi toda la nalga. Apretaba con toda la fuerza que sus heridas le permitían. Quise sentir esa manaza sobre mi polla y me di la vuelta sobre su cuerpo.

Agarré su mano y la llevé a mi entrepierna. Comenzó a acariciarme los huevos y la polla. El tacto rasposo de sus callos me puso más cachondo aún. Sentía una mezcla de placer y dolor cuando me agarraba con fuerza los huevos. Apreté su polla entre mis nalgas. Él agarró la mía con su puño y la exprimía como si la quisiera ordeñar, mientras yo seguía apretando y frotando la suya entre mis nalgas. Al poco, empezó a jadear y sentí su chorro de leche en mi raja. Aquello me puso como loco y apretaba mi culo con más fuerza. Mientras se corría, su mano detuvo los movimientos sobre mi tranca y comenzó a apretarla con tal fuerza que me hizo sentir unos pinchazos de dolor en el prepucio.

Cuando se relajó, yo seguía loco de excitación; entonces le separé las piernas y me arrodillé entre ellas, cogí la almohada y la coloqué cuidadosamente bajo sus riñones. Bajé mis dedos al culo, recogí de mi raja repetidamente los restos de su corrida y con ellos lubriqué mi propia polla, dura como un tronco. Él me miraba expectante.

-          ¿Qué estás haciendo?

-          Te voy a follar por el culo. Si te hago daño, me lo dices y lo dejo.

Su rostro denotaba cierta alarma, pero me dejaba hacer. Con mis manos le abrí las nalgas y metí mi lengua por su ano para lubricarlo con la saliva. Escupí sobre él varias veces. Coloqué sus piernas sobre mis hombros.

-          ¿Te molesta la postura?

Negó con la cabeza, algo asustado. Intenté metérsela, pero no podía. Me levanté y bajé corriendo las escaleras, mi pene erecto se balanceaba en la carrera. Cogí el aceite de la cocina y unté abundantemente mi polla con él. Subí de nuevo con la botella en la mano; recuperé nuestras anteriores posiciones y metí mi dedo mojado en el aceite en su ano. Esta vez la polla se deslizó con facilidad. Empujé hasta el fondo y comencé a embestir. Apretaba sus ojos y fruncía sus labios.

-          ¿Te duele?

-          Sí, un poco… bastante…

-          Solo un minuto, por favor…

Sentir la fuerte presión de sus esfínteres sobre mi polla, hizo que a los treinta segundos estuviera ya a punto de estallar. Entonces la saqué y la llevé a sus labios. Los apretó con fuerza sobre el glande y la succión que ejercía me hizo correrme enseguida. Esto le pilló desprevenido y relajó sus labios; aproveché para meterla más adentro en su boca y el resto de mi corrida se derramó en su interior. Él aguantó sin sacarla e, incluso, comenzó a chupar de nuevo. Yo no la saqué hasta que se desprendió la última gota; cuando lo hice, su boca intentaba expulsar el semen con la saliva; loco aún de excitación, no le permití que escupiera: puse mis labios sobre los suyos y comencé a besarle mezclando en nuestros labios y lenguas mi leche y la suya con nuestras salivas y con el aceite.

Por fin, me tumbé sobre la espalda, completamente exhausto. Él estaba limpiando los labios con el dorso de la mano.

-          Lo siento si te he hecho daño. O si todo esto te ha parecido un poco repugnante.

-          No…, no sé… No sabe a mucho la leche… Es la textura… es raro… Además la follada me ha dado ganas de cagar…

Me levanté y le acompañé al baño. Se sentó en la taza…

-          Pues parece que no, que no eran ganas de cagar…

-          Será mejor que nos duchemos.

-          Sí… mejor.

Nos metimos en la ducha. Le enjaboné cuidadosamente.

-          Tengo ganas de mear.

-          Pues mea…

Se cogió la polla y apuntó su chorro contra mi vientre.

-          Esto en venganza por haberme dao por el culo.

Nos reímos y yo también comencé a mear apuntando a su polla. Y, así, como niños, empezamos una lucha de chorros.

Después de aclararnos, salimos y le sequé con delicadeza, entreteniéndome en su entrepierna.

-          ¿Tienes que ir a trabajar?

-          Sí.

-          ¿Vas a volver esta noche?

Le miré sorprendido y le besé apasionadamente en los labios.

-          ¡Claro! Esta noche te toca a ti.