Un paseo por el pueblo 6

Todo es confusión, miedo y ... deseo insatisfecho

Me dirigí a su casa, sorteando torpemente el barro en que la lluvia de la mañana había convertido la nieve. Cuando llegué y él me vio desde el cobertizo donde estaba, toda mi determinación se vino abajo.

-          ¡Hombre, hola! ¿Dando un paseo?

-          Sí…, en realidad, no… quería ver si necesitaba algo… si estaba bien…

-          Sí, bastante bien. Me duele todo, pero mucho menos… Pase. Hoy prometo no emborracharle…

Sonreí y me devolvió la sonrisa con gesto amable.

-          ¿No le molesto?

-          No estaba haciendo nada y… viene bien charlar un poco… y, si me ayuda con la leña… No quiero forzar la mano.

Metí una buena cantidad de troncos en la casa y los deposité junto a la estufa. Alimenté el fuego y me senté en la misma silla de hacía dos noches. Esta vez fue él el que sacó la frasca de vino y las viandas de la alacena.

-          ¡Sólo un par de vasos! ¿eh?

Igual que la primera vez, la acidez del vino me irritó la garganta en el primer trago. Se hizo un silencio algo incómodo. Al fin, empezó a hablar del tiempo tan raro que hacía para la época del año y a recordar inviernos semejantes de años atrás.

Como yo no articulaba más que monosílabos, creyó entender el significado de mi azoramiento.

-          Mira…

El cambio al tú predecía un cambio sustancial en la conversación.

-          Hay cosas… de las que es mejor no hablar. Lo siento mucho si no estás bien… ¡Lo siento de verdad! Pero hablar de ello no va a hacer que te sientas mejor… Créeme.

-          No, no es eso… Estoy bien… Sólo que… no entiendo… Me gustaría… buscar una explicación… no sé… Es una tontería, lo sé… pero necesito saber…

Me miraba expectante, mientras intentaba encontrar un hilo a mi discurso.

-          Ayer… lo que pasó… Me dijiste que no era nuevo para ti…, pero yo… nunca… y, ahora…

-          No, no… Hacer una paja a otro… no es lo mismo…, sobre todo cuando eres un crío… No, no… para mí… lo de ayer… no me lo esperaba… Yo nunca…

-          Perdona, no quise decir…

-          No importa, pero pa qué pensar… Pasó lo que pasó…

-          ¿Alguna vez has sentido deseo por otro hombre? ¿O curiosidad?

Hizo un gesto de resignación y se acomodó en el asiento…

-          Yo nunca he pensao en esas cosas… Había una chica, más bien una señora en el pueblo… Fue mi primera vez de verdad, con una mujer… Era guapa. Casi todos los tíos del pueblo pasamos por su casa… Tendría dieciséis o diecisiete años yo. Una sola vez… Después se echó de novio a un obrero que vino a trabajar y se marchó con él. Un par de veces fui de putas con los amigos… Y, lo demás, siempre mi mujer… y poco. Cuando vio que no quedaba embarazada, perdió interés… De vez en cuando me dejaba desahogarme… Esa ha sido mi vida… Con otros hombres… ni se me pasó por la cabeza nunca…

Se sentaba apoyado con las dos manos en la cacha… no me miraba… Parecía triste.

-          Es que… no quiero ponerte triste o de mal humor… Pero es que… estoy obsesionado con esto… Yo, ayer… no entendía…, pero hoy… ¿Cómo te sentiste cuando yo marché?

-          Mal… por ti, no por mí… Yo, en realidad… bien. Hacía mucho que… Me sentí hombre otra vez… Fue muy bueno para mí…Pero tú… Me imaginaba que estabas mal…

-          Lo estaba… ese día…, pero hoy… ¿sabes por qué he venido?…

Acerqué mi silla a la suya y comencé a tocarle a través del pantalón. Me miró estupefacto. Yo le miraba ansioso por ver su reacción. Apartó la mirada y se sirvió otro vaso de vino que bebió de un trago. Se notaba que no sabía qué decir. Yo me sentía peor a cada segundo. Aparté la mano.

-          Creo que será mejor que me marche… Es tarde…

Me levanté sin atreverme a mirarle, cogí mi zamarra.

-          Espera…

Me detuve y le miré. Él eludía mi mirada.

-          La otra noche estabas borracho… y yo más… Y las cosas pasaron así… Como sin pensarlo… Pero hoy…

-          Pero ¿tú que opinas? ¿Qué quieres?

Me miró unos segundos y se sirvió otro vino.

-          ¡Yo qué sé, joder! Ayer pasó sin pensar… pero ahora, así, a propósito… Sin pensar es normal, así no…

Parecía algo enfadado. Pero yo, una vez lanzado, estaba dispuesto a ir hasta el final. Me daba igual su humor. Era un viejo y veía su debilidad: tenía una deuda conmigo y él lo sabía. Me sentía con derecho a intentarlo.

-          Vamos arriba.

-          No, no… Hoy no te va a gustar… Seguro. Y yo no…

Llené los dos vasos y le puse el suyo en la mano. Los bebimos de un trago. Le ayudé a levantarse. Notaba su rechazo, pero me daba igual. A su pesar, le ayudé a subir las escaleras.

Cuando llegamos a la habitación se sentó en la cama. Había un cierto gesto de súplica en su mirada. Comencé a desnudarle. Él se dejaba hacer. Era como un peso muerto. Parecía más viejo y endeble que nunca. Cuando quedó en calzones, un gesto de abatimiento se dibujaba en su rostro… Yo me ablandé y le miré con pena. De repente, me empujo tan fuerte que caí hacia atrás.

-          ¿Qué estás haciendo, joder? No me trates como un niño… Si quieres esto, vale, pero no me trates como si fuera un puto crío.

Se quitó el calzón con dificultad y se tumbó desnudo sobre la cama mirando al techo. Yo seguía en el suelo medio incorporado. El empujón me había arrebatado toda mi fuerza y voluntad. Me miró.

-          ¿Qué haces ahí en el suelo como un imbécil?

Me levanté. No sabía qué hacer. Sentí deseos de marcharme, pero ahora no podía dejarle así, tan vulnerable. Bajé la cabeza.

-          Los siento. No sé qué me pasa. Me voy a ir.

Me miró.

-          No, te quedas.

Su voz había recuperado la fuerza habitual. Se incorporó, buscando algo con la mirada.

-          ¿Dónde has puesto mi cacha?

La busqué con mi mirada, pero no recordaba dónde la había dejado.

-          Ayúdame. Me voy a mear aquí si no voy al baño.

Le acompañé al baño y allí me pidió que le sujetara la “pilila”. A penas podía encontrarla entre la mata de pelo blanco. Estaba tan pequeña, que apenas la podía sujetar con dos dedos, que me mojó con las primeras gotas de su meada. Meó de forma intermitente y con un débil chorro. Habló sin mirarme:

-          ¿Qué? ¿Te gusta? Ya no es lo mismo que el otro día ¿verdad?

Hablaba con fiereza, con la fuerza habitual en él. Le acompañé de nuevo a la cama y volví al baño para mear yo. El deseo había desaparecido por completo.

Cuando regresé a la habitación, nos sabía qué hacer y me quedé parado a un lado de la cama.

-          Venga, acuéstate ya. Pero búscame antes la cacha…

Obedecí como cordero a punto de ser degollado. Encontré la cacha debajo de la cama y la dejé a su lado. Me desnudé y me metí en la cama.

-          Arrímate. Hace frío.

Me coloqué hombro con hombro. A pesar de la desaparición del deseo, mi cuerpo agradeció el contacto cálido de su piel.

-          ¡Apaga la luz! Si no vas a hacer nada, quiero dormir.

Obedecí. Él se durmió enseguida, pero pensar en mi completa estupidez me impedía conciliar el sueño. Finalmente la paz que se desprendía de su sueño me contagió. Al amanecer me desperté con unas ganas tremendas de mear. Estaba dando la espalda a mi compañero de lecho. Me levanté despacio. Apenas distinguía la silueta de su rostro que estaba boca arriba. Yo tenía una buena erección matutina. En ese estado, no conseguí mear todo lo que necesitaba, pero el frío intenso del alba me empujó a la cama de nuevo.

El viejo no parecía haberse enterado de nada. Me acosté vuelto hacia él y, si no propiamente deseo, me invadió una grata sensación de sensualidad, que unida al frío y a la ligera modorra de la duermevela, me empujaron a arrimarme a su cuerpo. Apoyé mi pene, ahora semierecto, en su pierna. El contacto suave de su piel hizo que la erección volviera a su estado inicial. El deseo fue acrecentándose poco a poco. Busqué con mis manos su entrepierna, acaricié suavemente sus testículos y jugué con su pene, ahora ya engrosado; disfrutaba con la extrema suavidad de la piel que lo recubría. Sólo su pene reaccionaba lentamente a mis caricias: el resto de él permanecía inmutable. Seguía estimulándole y su polla empezó a ponerse dura. Se movió ligeramente. Yo detuve mis movimientos.