Un paseo por el pueblo 4
Pero ¿qué estoy haciendo?
Me deslicé debajo de las mantas y acerqué mi boca a su entrepierna. Empecé a besarle el pubis y, el sentir su vello blanco entre mis labios me excitaba aún más.
- ¡No, no…! ¡No tienes que hacer eso! Ni siquiera mi mujer me lo hizo nunca… Para, para, por favor…
Entonces aparté las mantas y me puse de rodillas a ambos lados de su vientre. Mi polla, completamente erecta, quedaba a la altura de su mirada, llena de estupor:
- Mira… yo no sé lo que está pasando aquí… Pero no lo hago solo por ti… Nunca, te lo juro, he estado con otro hombre, y nunca, te lo juro, me he sentido atraído por otro tío… Pero todo esto, como puedes ver, me ha puesto cachondo como pocas veces… No sé si es porque hace mucho que no estaba con nadie… No sé, pero quiero hacer que te corras otra vez, después de todos esos años… Y, si nunca te han hecho una mamada, mejor… te juro que lo voy a conseguir…
Bajé mi cara a sus huevos y quise meterlos en mi boca, pero eran tan grandes que apenas me cabían. Los iba comiendo con tanta ansia, uno después de otro, que algunos pelos de su canoso vello se pegaban a mis labios y mi lengua. Después le levanté el culo levemente y metí mi cara entre sus nalgas; arrimé mi lengua a su ano e intentaba meterla en la profundidad oscura, como había hecho tantas veces en las vaginas de las mujeres de las que había gozado. Pero él apretaba las piernas, todavía fuertes, contra mi cara como si quisiera expulsarme de allí. Aquello me excitaba aún más y la punta de mi polla latía con fuerza contra la sábana. Como no parecía gustarle, renuncié y me concentré otra vez en sus poderosos huevos, comiéndolos con avidez. Pasé a su polla que agarré con fuerza con mis mandíbulas. La chupaba con furor y empecé a notar como se hinchaba en mi boca. Poco a poco se fue endureciendo y empecé a oír sus gemidos. Sentí que empezaba a ahogarme y para darme un respiro, la saqué casi hasta el final, concentrándome entonces en la piel sobrante de su prepucio que chupé y mordisqueé con suavidad. Intenté introducir la lengua por la apertura, pero era demasiado estrecha. Volví a tragar la polla hasta el mismo pubis. Aunque corta, era muy gruesa y parecía llenar toda mi garganta. No estaba dura del todo, pero los gemidos, cada vez más sonoros, anunciaban un próximo final. La polla comenzó a latir, el líquido preseminal se deslizaba por mi garganta y, entonces, un pequeño grito precedió a la explosión de semen que me llenó la lengua con un sabor acre. Cada latido empujaba mi paladar y lo empapaba de líquido viscoso que después resbalaba sobre mi lengua; no parecía tener fin: eyaculó cinco, siete, once veces, acompañado de gemidos ininterrumpidos. Yo intentaba tragarlo para no ahogarme y una gran cantidad se deslizaba lentamente por la comisura de mis labios; sentía mi propia polla a punto de estallar. Al fin paró y su pene empezó a desinflarse sobre mi lengua. No lo solté hasta que noté mi propio líquido preseminal mojando la cama, era tanto que parecía una meada. Entonces me incorporé de rodillas y él intentó rodear mi polla con su mano dolorida. Apenas entró en contacto con su mano, explotó y expandió sus chorros por su mano, su vientre y su pecho. Su semen se escapaba todavía entre mis jadeos, colgando de mis labios y mi barbilla.
Después de relajarme, fui a por una toalla con la que, primero, limpié mi cara y, después, su cuerpo. Finalmente me metí en la cama y volví a poner las mantas sobre nuestros cuerpos desnudos. No sabía si debía hablar y, al final, lo hizo él, en un tono relajado y completamente desinhibido:
- Cuando éramos chavales, aquí en el pueblo, a veces nos hacíamos pajas unos a otros. Un chaval mayor me obligó a hacerle una cuando yo solo tenía siete u ocho. Y aquello que salió me tuvo en ansia mucho tiempo, porque no me imaginaba qué coño era aquello.
- Pues ya ves. Yo nunca había tocado antes la polla de otro hombre.
- Gracias. Nunca pensé que volvería a correrme… ¿No te ha dado asco mi leche en tu boca? ¿A qué sabe? Siempre he pensado que sabría como a pus o a meado. ¡Y la de un viejo peor!
- Yo ya había probado la mía propia. ¿Tú nunca lo hiciste?
- Cuando era un chaval lo pensaba, pero, en cuanto me corría, se me quitaban las ganas…
Poco a poco me quedé dormido.
Cuando me despertó la primera luz de la mañana, estaba de lado, pegado a él, con mi polla apoyada en su muslo y mi brazo sobre su pecho. Me separé lentamente para no despertarle de un sueño que parecía profundo. Al pensar en la noche pasada, sentí una especie de mareo y una ligera sensación de ansiedad: me costaba entender lo que había sucedido. Era verdad que nunca había sentido deseo por otro hombre y, menos aún, por un hombre viejo. Pensé que lo mejor sería vestirme y marcharme en silencio. Fui hasta el baño para comprobar el estado de mi ropa: estaba todavía algo húmeda y bastante fría, pero, así todo, me vestí y bajé sigilosamente.