Un parking, un porro y un polvo

No hay seres indomables, solo malos domadores.

Qué puedo decir: me encanta dominar.

No hablo de látigos y gritos. Hablo de controlar las sensaciones de la otra persona, que se convierta en un mero títere presa de las sensaciones que le recorren y que tú controlas. Hablo de provocar, de tener en tu mano los límites del placer, de esbozar sonrisas diabólicamente sensuales y miradas ardientes dignas de la mejor meretriz del Barrio Rojo. Hablo de ser provocativa con una broma de doble sentido interpretable, de una caricia casual en la pierna, de una mirada que propone perversiones en una cara de inocente que nada tiene que ver con la lujuria.

Era una noche cualquiera en un banco cualquiera del barrio. Estaba sentada al lado de Él, fumando unos porros y hablando de Dios sabe qué. Recuerdo con cariño esas conversaciones, pues siempre que vamos fumados acabamos hablando de las cosas más dispares, en general profundas. Estar bajo los efectos de la marihuana dispara mi sensibilidad física y emocional, por lo que acabamos siempre en acaloradas discusiones de la cosa más dispar y aquella era una de esas noches. Estábamos con más gente, cruzábamos conversaciones. Y entonces decidí bajar al baño de un párquing subterráneo con un porro entre los dedos, a rellenar la botella de agua.

Estaba esperando a que se llenase la botella fumándome el porro mientras tarareaba cualquier estupidez cuando entró Él. Me giré sorprendida, y al ver quien era esbocé una sonrisa.

  • ¡ Qué mierda haces chiquillo ! ¡ Qué susto cooño !

No me respondió. Tenía la mirada distinta. Brillaba y tenía esa sonrisa gatuna estúpidamente irresistible. Le miré esperando una respuesta con cara de mala hostia mientras seguía fumando y me iban subiendo los efectos.

  • ¿Estás sordo de cojones o qué? Joder qué rarito eres a veces hijo. - le espeté con fingido enfado mientras mi sonrisa empezaba a desaparecer dando lugar a un pensamiento: ' Éste está gilipollas '. Me apoyé en la pared del baño (no son cubículos, es una amplia estancia con una gran puerta con pestillo en la cual están el váter y los lavabos por lo que nadie puede entrar y debe esperar fuera.) mientras seguía fumando mirándole a los ojos. Seguía con esa sonrisa estúpida a la par que tentadora y yo empezaba a perder la paciencia cuando dejó su puesto apoyado en el marco de la puerta para cerrarla y andar hacia mí. Alargó la mano buscando el porro y se lo dí con cara de pocos amigos mientras se dirigía hacia el lavabo y se apoyaba contra él. Me encaminé hacia él por inercia de no estr estúpidamente lejanos estando en la misma estancia y cuando estuve a su altura, sin más preámbulos, me besó.

Me dejé llevar, sorprendida. Me gustaba. Deslizó silenciosamente sus manos hasta mi culo, me atrajo hacia sí. Seguía besándome suave pero intensamente y empecé a dejarme llevar por el fuego que empezaba a crecer en mi interior. Fui intensificando los besos según me iba poniendo cachonda pero se apartó y poniendo su boca en mi oído dijo:

  • Shhhhhhhhhh... tranquila

Le miré confundida pero no pude seguir porque volvió a atrapar mis labios con su boca. Deslizó una de sus manos por debajo de mi camiseta, acariciándome la espalda mientras yo me separaba de su boca para ir a lamerle lentamente el cuello. Se dejó hacer mientras le daba una calada al porro y cerraba los ojos, desplazando su mano de mi espalda hacia uno de mis pezones y empezando a pellizcarlo suavemente. Jadeé y empecé a notar en la tripa lo dura tenía la polla, apretado como estaba contra mí, ligeramente recostado contra el lavabo. Seguía haciendo de las suyas por debajo de mi camiseta y yo seguía empapándome cada vez más, jadeando cada vez un poco más fuerte. Me puso un dedo en la boca, se lo mordí mientras me comía el cuello y me erizaba la piel. No pude más.

Le desabroché el botón de los vaqueros, que cayeron al suelo. Empecé a rozarle suavemente la erección por encima de los calzoncillos:blancos con rayas verticales azules. Cada vez más intensamente, mientras seguía mordiendo el dedo que tenía en mi boca y él continuaba besándome el cuello y la clavícula y haciendo de las suyas bajo mi camiseta. Se la saqué y no dudé en ponerme de rodillas, movida por la excitación que me corroía por dentro. En sus ojos verdes leí la sorpresa, pero también la satisfacción. La empecé a lamer, jugaba con ella mientras le pajeaba y él, nuevamente, cerraba los ojos y le daba una honda calada al porro. Me la metí en la boca, empecé a deslizar la lengua por toda su envergadura con la polla aún en la boca, me la sacaba y la chupaba como un polo, le miraba a los ojos. Se retorcía de placer, se mordía el labio: seguía sin soltar el porro que ya estaba por la mitad. Me dedicó una sonrisa maligna mientras tiraba suavemente de mi pelo y decía:

  • Ven

Obedecí sin decir nada, sin intentar imponerme por una vez. Me puse de pie, a su altura, cuando me atrapó entre sus brazos y con un rápido giro me subió al lavabo. Me mordió el labio mientras se deshacía de mis pantalones cortos y haciendo mi tanga negro a un lado, me penetró en un desquiciante balance de delante hacia atrás. La metía un poco, se apartaba, la metía un poco más, se apartaba. Intentaba rodearle con las piernas para acercarle a mí, en un mudo ruego de que me la metiese hasta los huevos pero negaba con la cabeza con la sonrisa ladeada y los ojos clavados en mi semicerrados. Yo gemía lo más suave que podía para que no me oyeran y le miraba con la boca entreabierta y los ojos fijos en los suyos. Finalmente se decidió y empezó a follarme con fuerza, mientras mi culo golpeaba contra el lavabo y clavaba las uñas con fuerza en sus hombros.

-Joder...-es lo único que acertaba a jadear.

Me elevó en brazos y empezó a andar hacia atrás, hasta que su espalda golpeó la pared y resbalando por ella fuera bajando conmigo en brazos hasta el suelo, donde quedé en cuclillas. Yo estaba demasiado cachonda como para parar ahora, seguí follándomelo pero esta vez salvaje, como si lo necesitase: y es que en realidad, lo necesitaba. Seguí subiendo y bajando, me la metía todo lo que podía y más, pegándome a su cuerpo, gimiendo, lamiéndole el cuello, mordiéndole los labios, buscando más y más placer. Él jadeaba también, no iba a poder mucho más. Me corrí entre jadeos ahogados a duras penas en su hombro, mientras le empapaba la polla y me sentía morir. Me aparté y se la cogí, comencé a chupársela, a golpearla contra mi lengua sin dejar de mirarle a los ojos cuando cerró los ojos con fuerza y en un jadeo final, se corrió en mi boca.

Y una vez más, miré a la puerta, donde él seguía apoyado. Con toda la ropa puesta. Me miré a mi misma extrañada. También tenía ropa. Esbozó su sonrisa gatuna una última vez antes de darse la vuelta.

  • Joder, vaya empanada te has pegado. ¿Cómo que qué mierda hago? Venir a avisarte, que está la poli arriba para que achantases el porro. Anda que vaya tela, fumar no te hace bien eh.

Miré el porro de mi mano una última vez, culpable de que mi imaginación hubiese volado de aquella manera. Fui tras él confusa, y mientras subíamos las escaleras pude verle por primera vez los calzoncillos al llevar el pantalón tan bajo.

Blancos.

De rayas verticales azules.