Un padre de familia (III)

Desde aquel encuentro en el baño, no había vuelto a saborear aquel pollazo. Yo estaba que me subía por las paredes. Pero una tarde, poco antes de Leo y Katty se mudasen, empezó a cambiar mi suerte.

Un padre de familia (III)

Desde esa tarde en el baño, la idea de que Leo me preñase el culo se convirtió en casi una obsesión. En mi relación con mi novio soy yo el que suele hacer de activo, muy pocas veces he dejado que otro tío me folle porque la idea no me suele motivar mucho, pero con Leo era distinto. Su masculinidad y el mismo hecho de que estuviese casado me hacían sentirme prácticamente sometido cuando estaba junto a él.

El tiempo para que Leo y Katty se mudasen se estaba terminando. Mi padre finalmente había conseguido que en su empresa contratasen a Leo. Mientras, Katty estaba cada vez más concentrada en encontrar una nueva casa para su familia.

Desde que había empezado a trabajar, Leo y yo nos quedábamos a solas muy pocas veces. Así que, por desgracia, desde aquel encuentro en el baño, no había vuelto a saborear aquel pollazo. Yo estaba que me subía por las paredes y ni siquiera me bajaba el calentón empotrándome a mi novio Hernán casi cada noche. Pero una tarde, poco antes de Leo y Katty se mudasen, empezó a cambiar mi suerte.

  • Cariño, ¿podrás ir a buscar a Leo al polígono cuando salga de trabajar? –me dijo Hernán por teléfono mientras yo estaba en el trabajo.

  • ¿Y eso?

  • El compañero con el que va siempre no ha ido a currar hoy. Le dije que yo le recogería, pero al final saldré más tarde… a ti te viene de paso al volver del trabajo ¿no?

  • Tranquilo, iré a por él.

Ya había caído la tarde y estaba muy oscuro cuando recogí a Leo en la puerta de aquella nave industrial en la que estaba su nueva empresa. Llevaba unos pantalones cargo azules, típicos de los trabajadores de mantenimiento, y un grueso jersey azul oscuro.

  • Gracias por venir, bo.

  • No hay de qué. Me venía de paso al volver del trabajo…

  • Ya…

  • ¿Ya qué?

  • Que te morías de ganas por volver a estar a solas conmigo… jajaja.

  • Eres un chulo –le respondí divertido.

  • Qué pena que Katty y el gurí estén ya en casa…

  • ¿Por?

  • Por que ando muy caliente… -Leo se apretó el paquete por encima de los pantalones.

  • Tendrás que hacerte una paja –respondí yo intentando parecer indiferente. Sus vaciles me hacían sentirme muy expuesto.

  • Cierto… -respondió él con calma. Y acto seguido, empezó a desabrocharse el pantalón, levantó el culo del asiento y se lo fue bajando hasta dejárselo en los tobillos.

  • ¿¡Qué haces tío!? –grité sorprendido-. Estamos en mitad de la carretera…

  • Me dijiste que me cascase una paja ¿no? Pues eso voy a hacer…

  • Joder… -solté mientras veía como Leo se apretaba el paquete por encima de aquel gayumbo granate y gris-. Me refería que te la hicieses luego, cuando estuvieses en casa…

  • ¿Te molesta?

  • No, joder… ufff, pero estoy nervioso…

  • Vos también necesitás relajarte, loco…

Y el muy cabrón me cogió la mano derecha y la llevó a su paquete. Instintivamente empecé a sobarle el pollazo por encima del calzoncillo. Su polla terminó de hincharse con mis caricias. Sin decir nada, tiró de su calzoncillo y se lo bajó hasta los tobillos. Su pollazo saltó como un resorte y le golpeó en el abdomen. Yo lo miraba intermitentemente, intentando no desviar demasiado la vista de la carretera. Estando apoyado sobre su barriga, aquel pollazo le llegaba mucho más arriba de su ombligo. No pude contenerme, volví a estirar mi mano y agarré su rabo y empecé a pajearlo suavemente.

  • Andate con cuidado, santito. No vayamos a tener un accidente…

  • Me encanta tu pollazo… -le dije ignorando sus palabras.

  • Jajajaja… sos adicto a mi pija.

  • Déjame que te la chupe, por favor…

  • Sos un loco… ya casi estamos llegando al pueblo, esta vez te vas a quedar sin tu lechita.

  • Joder… ¿cuándo me vas a dar lo que me prometiste?

  • Querés que te preñe, ¿no? – yo asentí con sumisión-. Jajaja…

  • Me muero de ganas.

  • Todo llega, loco, tenés que ser paciente.

Y mientras pensaba cómo sería tener aquel rabo metido dentro de mí, seguía pajeándole. Su pollazo estaba completamente duro. Le solté la polla y pasé mi dedo índice por su capullo, estaba húmedo. Recogí todo lo que pude con el dedo y me lo llevé a la boca.

  • Ufff… lo hacés tan bien, se nota que disfrutás con las pijas. Ojalá todas las minas se entregasen tanto…

  • Si yo fuera Katty, viviría amorrado a ese pollazo, no podrías separarme ni para mear.

  • Jajajaja… no te hagas problema, yo mearía igual…

  • Jejeje… eres un puto cabronazo, me encantas.

  • Pará, pará… estamos llegando al pueblo, nos van a ver.

A regañadientes tuve que soltar aquella maravillosa polla y Leo se la guardó como pudo en los pantalones.

Tras aparcar el coche en el garaje, los dos nos metimos en el ascensor. Mientras pulsaba el número de mi planta, Leo me cogió de la cintura y me dio ligeramente la vuelta para mirarme el culo.

  • Tenés una buena cola, nunca pensé que me excitaría la cola de un puto…

  • Ufff… -solo pude suspirar mientras Leo posaba su manaza sobre mi culo y lo tocaba comprobando su firmeza.

  • Pinta bien, pero no me acabo de hacer una idea…

Me rodeó la cintura con sus brazos y sus manos se posaron en el botón de mi vaquero, lo aflojó y me bajó la cremallera sin rozarme el paquete que, a esas alturas, ya estaba durísimo. Sin ninguna delicadeza, tiró de mis pantalones y mis bóxers y dejó la mitad de mi culo a la vista.

  • Ufff… la concha de tu madre, tenés una cola para cogérsela bien profundo…

  • Joder, Leo, no puedo más… quiero que me preñes…

  • Acá no… -dijo mientras me acariciaba el culo con las manos rozando con sus dedos la raja-. Vestite, estamos llegando.

Como pude, me subí los pantalones y me acomodé la ropa. Mi vista se perdió en el bulto que se marcaba en su pantalón. Estiré mi mano y empecé a recorrer la forma de su pollazo. Leo estaba empalmadísimo.

  • Sos adicto, santito… -dijo con una sonrisa.

  • Me encantas todo tú –y giré mi cabeza para ver el culazo que marcaban aquellos pantalones azules-. Y encima tienes un culazo de macho que me encanta…

  • Mi orto es sagrado –dijo él con una sonrisa.

  • Pues a mí me encantaría comerte ese culazo…

  • ¿También sos un lameortos?

  • Depende. Pero tú tienes un culazo de macho…

  • Nunca me lamieron el orto, loco…

  • Haremos lo que tú digas.

Me sentí poco más que como una ninfómana comerrabos cuando el ascensor llegó a nuestro rellano. Me moría de ganas de complacer, de todas las formas posibles, a aquel tiazo.

En los días sucesivos, no volvimos a quedarnos a solas. Mi única alegría fue cascarme varios pajotes mientras olía los calzoncillos usados de Leo que rescataba del cesto de la ropa para lavar. Cuando Katty me pidió que acompañase a Leo a ver el piso que más le había gustado a ella para alquilarlo, el mundo se abrió bajo mis pies. A corto plazo, la posibilidad de que aquel macho alfa descargase dentro de mí cada vez parecía más remota.

  • Al final me vas a dejar con las ganas.

  • Jajaja… te morís de ganas de tener un hijo mío, santito.

  • En serio, si este piso te gusta, os iréis… y nos veremos mucho menos –le dije muy serio mientras llegábamos al portal. Allí nos esperaba la agente de la inmobiliaria.

  • Y luego Katty parirá y yo volveré a tener una concha para mí… ¿te estás enamorando, santito? –me preguntó Leo con sorna.

  • Nada de eso, sólo me interesa tu cuerpo…

  • Te interesa mi pija…

  • Exacto… y la quiero en mi culo… me tienes loco.

Leo solo sonrió. No hubo tiempo para más. La agente nos saludó cuando llegamos al portal y nos hizo pasar. Era una mujer muy peculiar, bastante mayor para seguir en activo en un trabajo como ese, debía pasar de los sesenta.

Hicimos un recorrido por todo el piso mientras aquella mujer iba contándole a Leo las virtudes del inmueble. Yo directamente, ni la escuchaba. No podía pensar en otra cosa, mis ojos observaban a Leo detenidamente mientras él recorría el piso.

  • ¿Qué te pasa? ¿No te gusta?

  • Ningún piso me gustaría ahora mismo… -dije en voz muy baja.

  • Te voy a tener que dar un regalo de despedida…

  • Ya, ¿pero cómo?

Leo sonrío y me guiñó un ojo. Siguió viendo el piso y haciéndole preguntas a aquella mujer que, en aquel momento, me cargaba la cabeza de una forma exagerada. De repente sonó el teléfono de la agente y se retiró al recibidor para atender la llamada.

  • Vení, Álvaro, mirá que cuarto de baño…

Casi sin ganas, fui hasta donde estaba Leo. Entré en el baño y él tiró de mi brazo arrastrándome hasta el centro del lavabo.

  • Vení… -murmuró mientras cerraba la puerta detrás de nosotros. Entonces, giró el pestillo que había en la manija de la puerta.

  • ¿Qué haces?

  • Darte un regalo de despedida… hasta que Katty y yo no vayamos a por el tercero, no creo que podamos volver a hacer esto… jajaja.

  • Estás loco, ¿aquí?

Leo no me respondió. Me agarró de la manó y la llevó a su paquete. Bajo el chándal aquel pollón ya había despertado. Me encantaba sobarle la polla y los huevos por encima de la ropa.

  • Dejame ver… bajátelos.

Me hizo darme la vuelta mientras yo empezaba a desabrocharme los pantalones. Tiró de ellos con fuerza y arrastró también mis bóxers. Leo me empujó contra la puerta y tuve que apoyarme en ella. Arqueé mi espalda y mi culo quedó expuesto ante él. Se agachó y empezó a acariciármelo con los dedos. Poco a poco, fue acercándose hasta mi raja y empezó a abrírmelo con aquellas manazas. Mi agujero depilado quedó frente a sus ojos.

  • Tenés una cola de mina, sin un solo pelito… ufff, la concha de tu madre.

  • ¿¿Hola?? ¿Estáis ahí? –dijo la voz de la mujer desde fuera.

  • Sí… ya sal… -Leo me puso la mano en la boca.

  • Sí, estamos acá, pero parece que se trancó la puerta, no podemos salir…

  • ¡Madre mía! –exclamó ella mientras forcejeaba con la manija de la puerta-. Pues no se abre…

Leo me dio la vuelta y me empujó de los hombros para que me pusiese de rodillas. Sin dudarlo, se bajó el chándal y los gayumbos de una vez, su pollazo saltó frente a mi cara. Olía de puta madre a rabo, limpio, pero a rabo. No pude evitarlo y le di un lametazo en todo el capullo.

  • Ufff… -suspiró Leo. Mmis labios se cerraron sobre la punta de su nabazo-. Señora, necesitamos herramientas para abrir esta puerta, se quedó… trancada…

  • ¡Tranquilos! No os pongáis nerviosos, voy a llamar al chico del mantenimiento de la inmobiliaria.

  • Andate, comé rápido… no tenemos mucho tiempo… -murmuró.

Sujetándole bien de aquellos huevazos, empecé a devorar aquel pollazo duro. Mi lengua recorría el tronco de arriba abajo, recreándome en la punta de aquel capullazo. El sabor de su piel, de su precum, me ponía cachondísimo. A veces la sacaba de la boca y se le pelaba bien con las dos manos mientras relamía su capullo.

  • ¡Chicos, no me contestan! Voy a tener que bajar a la inmobiliaria para avisarles, seguro que tienen algún destornillador para abriros.

  • Tranquila, señora. La esperamos aquí… qué remedio… -le respondió Leo divertido mientras miraba como yo me zapaba su rabo-. Vení… -murmuró.

Cogiéndome de las axilas me levantó y mi cara quedó muy cerca de la suya. Me hubiera muerto de placer si me hubiera besado, pero Leo tenía otros planes. Me dio la vuelta con brusquedad y volvió a acariciarme la raja del culo, esta vez sus dedos llegaron a mi agujero, el contacto de su piel áspera en mi esfínter hicieron que me temblaran las piernas.

  • Esto será mejor que una concha bien apretadita…

  • Dios, métemela… por favor…

  • Tranquilo… -me susurró al oído mientras empezaba a pasarme la polla húmeda por el agujero del culo.

  • Dios, ¡métemela! Como vuelva esa vieja arpía a abrirnos la puerta y no me la hayas metido, me da algo…

  • Shhhh…

Leo se llevó la manó a la boca, se la llenó de saliva y la llevó hasta mi culo. Entre lo babeada que estaba su polla y la saliva que él me untó con sus dedos, mi culo cada vez estaba más lubricado. Hacía tiempo que nadie me enculaba, pero cuando noté el capullo de aquel pollón apretándome el agujero del culo, sólo puede relajarme. Me apetecía tanto que me enculase que hubiera hecho lo imposible por satisfacer a aquel macho uruguayo.

  • Ufff… -suspiró él mientras notaba como su polla me iba abriendo el culo.

  • Diosss… me estás partiendo por la mitad, joder… -solté completamente extasiado.

  • Tu cola es todavía mejor que tu boca, putito…

  • Joder… ¿falta mucho? Creo que no puedo más… me duele, ¡joder!

  • Sí podés, relajate, ya queda muy poquita verga por entrar…

Hice un último esfuerzo por relajarme hasta que noté como los huevazos de aquel cabrón rozaron con mi culo.

  • Santito, la tenés toda dentro… ahora empieza la bueno…

  • Jooooderrrr….

Leo empezó a taladrarme el culo con aquel bazoca a un ritmo suficientemente duro como para hacer que mis piernas temblasen. Me estaba matando de gusto. Nunca había tenido la polla dura mientras me enculaban, pero aquel día, mi polla estaba como una roca. Leo me sujetaba de la cintura y de las caderas y me apretaba contra su polla, clavándomela con más intensidad. Estiré mi brazo hacia atrás buscando su culo para empujarle contra mí.

Llevaba varios minutos enculándome con fuerza, empujándome contra la puerta del lavabo de aquel piso, y yo hubiera dado un año entero de mi vida para que aquel momento durase horas, pero la suerte ya había sido bastante generosa conmigo. Cuando escuchamos pasos y voces le pedí a Leo que sacase de mi culo aquel pollazo…

  • Ni loco, me encanta tu cola y aún no he cumplido…

  • Leo… ufff, joder… me encanta… pero sácala, ¡ya han vuelto!

  • Shhhh… -Leo seguía bombeándome el culo como un loco mientras me cogía del cuello con fuerza.

  • ¡Ya estamos aquí, chicos! Ahora os abrirá mi compañero…

  • A ti que no te abra, ya estás muy abierto… -me susurró al oído, mientras me sacaba de golpe aquel pollazo de mi culo.

  • Estás loco… vistámonos, corre.

  • Shhhh… vení… - Leo se sentó en la taza del váter. Su pollazo apuntaba al techo totalmente duro.

  • Sentáte aquí… estoy a punto de darte un hijo –dijo con una sonrisa.

  • Joderrr… estás loco –susurré.

Pero no pude controlarme. Me di la vuelta, y mirando hacia la puerta, me senté en su pollazo lentamente. Entró con tanta suavidad que los dos dimos un fuerte suspiro.

  • Tranquilos, chicos, ya estamos desmontando la cerradura.

  • Cabrón, préñame joder…

  • Ahí va tu lechita santito… ufffffff….

Y el cabrón del mejor amigo de mi novio empezó a cumplir su promesa. Varios chorros de la mejor leche uruguaya empezaron a preñarme el culo mientras él iba disminuyendo el ritmo de sus embestidas.

  • Joder… -murmuré yo mientras su pollazo salía de mi culo y me dejaba inmensamente vacío.

Mientras nos vestíamos precipitadamente, no podía dejar de sonreír. Fuera, el chico de la agencia trasteaba la cerradura sin éxito. Nos mojamos un poco la cara y el cuello. Leo me miró, yo asentí, ya me había recompuesto. Se dirigió a la manija y giró le pestillo.

  • ¡Por fin! –dijo aquella mujer cuando la puerta se abrió. El chico de la inmobiliaria parecía sorprendido, la puerta se había abierto sin más.

  • Dios… qué calor hacía ahí dentro… -replicó Leo.

  • ¡Siento lo que ha pasado!

  • La verdad es que no sé si nos vamos a quedar este piso después de esto…

  • ¡Hombre, no digas eso! Si estáis interesados, podemos hablar del precio… no vas a dejar pasar un piso como éste por una cerradura…

  • Hablemos pues –dijo Leo con una sonrisa mientras le pasaba el brazo por los hombros a la señora de la inmobiliaria.

Yo solo deseé que no llegasen a ningún acuerdo.