Un padre de familia (II)

Después de comérsela a Leo por primera vez, la tensión sexual entre los dos aumenta. Ni siquiera el hecho de tener cerca a su mujer evita que las cosas entre nosotros se compliquen todavía más.

Un padre de familia (II)

Es curioso. La primera vez que eres infiel, los remordimientos te vuelven loco. Pero si la tentación te arrastra y vuelves a caer en ella, la segunda vez que eres infiel es mucho más fácil y así, progresivamente. Supongo que forma parte de un mecanismo interno que nos hace evitar la culpabilidad. Es como si dentro de ti, empezases a convencerte de que lo que has hecho no es tan grave.

Superada la rallada inicial por haberle comido la polla al mejor amigo de mi novio, volvió el calentón. Una semana después de la mamada en el sofá, volvía a estar obsesionado por volver a comerle la polla a aquel padre cachondo. Pero de repente, llegaron las malas noticias, Leo y Katty habían decidido que antes de que acabase el mes tenían que encontrar un piso y mudarse, necesitaban estar establecidos cuando llegase el bebé. La posibilidad de perder la oportunidad de volver a disfrutar de aquel machazo, me hizo jugar mucho más fuerte.

Una tarde, al llegar a casa, Leo y Katty estaban en el sofá haciendo la siesta. Él estaba sentado y ella estaba estirada en el sofá, con los pies sobre las piernas de Leo. Entré sin hacer ruido y Leo me saludó haciendo un gesto con la cabeza. Iba vestido con una camiseta de tirantes gris bastante ancha que hacía resaltar sus grandes brazos y sus potentes hombros. Estaba descalzo, con los pies apoyados en la mesilla auxiliar. Me acerqué al sofá y me senté a su lado. Descaradamente miré a su regazo y bajo aquel chándal negro, de tela bastante floja de tantos lavados, se adivinaba la forma de su polla flácida. Miré a katty, dormía tan profundamente que incluso roncaba ligeramente. No dudé, alargué mi brazo y agarré su polla por encima de la tela, Leo dio un pequeño respingo y me miró con los ojos muy abiertos y un gesto de desaprobación.

  • Por favor –susurré.

El muy cabrón no llevaba ropa interior, bajo la fina tela del chándal noté cómo crecía aquel enorme pollón ancho y pesado. Yo sencillamente había perdido la razón, nunca me había sentido tan arrastrado por un instinto tan básico. Pero cualquier tío gay que se haya cruzado con un macho así a lo largo de su vida, sabrá el efecto que provocan.

Tanto Leo como yo mirábamos continuamente la cara de su mujer observando cualquier gesto que nos diera la señal de que estaba despertando y que debíamos detener aquella burrada, pero ella seguía respirando profundamente. Leo me sonrío y sin prácticamente moverse, me apartó la manó de su polla y tirando suavemente de la cintura del chándal sacó a pasear aquel pollazo que ya estaba totalmente empalmado. Intenté cogerle la polla desde el primer segundo que la vi asomar por la cintura del pantalón, pero Leo me apartó la mano y sólo me dejó ver cómo, muy lentamente, se descubría la piel del capullo y deslizaba su manaza por aquel pollón empalmadísimo.

  • Suficiente… -dijo en un susurro casi inaudible.

Y, muy a mi pesar, tuve que levantarme del sofá mientras él volvía a guardarse la polla dentro del chándal. Su erección era tan evidente, que me costó horrores salir del comedor y meterme en el baño para cascarme una buena paja.

Tuvieron que pasar bastantes días de miradas muy disimuladas hasta que, por fin, hubo otro momento de tensión entre ambos. Cuando volví a casa aquella tarde, escuché voces en la cocina. Mi novio estaba trabajando, así que supuse que eran Katty y Leo. En casa hacía un calor insoportable, Katty tenía la manía de poner la calefacción altísima porque decía que tenía frío y yo sólo pensaba en la enculada que me iba a meter Endesa en la próxima factura. Me acerqué sin hacer ruido a la puerta de la cocina y les escuché hablando.

  • Haceme el favor, Katty. Ando con la pija durísima todo el día. Dale solo un besito y ya…

  • ¿Estás loco, Leo? ¿A vos te parece que yo tengo ganas de mamarte la pija? Me pesa tanto la panza que creo que me va a estallar… dejame tranquila, por favor.

  • Mirá, tocala… ¿y si me hacés solo una paja?

  • ¡Soltame, Leo!

  • ¡Katty! El gurí está en la escuela… estamos solos…

  • ¡Basta Leo! Voy a ir a tumbarme en la cama, no puedo más…

Volví sobre mis pasos y abrí y cerré de un portazo la puerta de casa. Caminé hacia la cocina y entré. La estampa me descolocó, Katty estaba enfundada en un ancho camisón, pero Leo solo llevaba un desgastado slip blanco. Mi vista se fue directamente a aquel bulto exagerado. Ahora entendía su insistencia con Katty, su pollazo apuntaba bastante duro hacia la derecha, era imposible disimular aquello.

  • Hola –dije con suavidad viendo sus caras serias.

  • Hola, Álvaro.

  • Hola.

  • ¿Qué hacéis?

  • Yo iba a prepararme un refuerzo… y Katty no tiene hambre, se iba a la cama.

  • Ahora iré, me estoy tomando una infusión –replicó ella.

  • Yo también comeré algo, estoy muerto de hambre –respondí.

Leo me miró divertido. Fui hasta la nevera, cogí embutido y tomate y me coloqué en la encimera junto a él. Su olor me volvió loco. Katty estaba sentada detrás de nosotros tomándose la infusión. Miré hacia abajo y, disimuladamente, Leo se apartó de la encimera para que pudiese ver su paquete, aquel rabo estaba todavía más duro. La punta de su pollazo estaba a punto de asomar por la cintura elástica bastante desgastada. Leo terminó de hacerse su bocadillo o “refuerzo” como lo llamaban ellos y se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, frente a Katty. El muy cabrón abrió bien las piernas. El elástico del calzoncillo cedió un poco más y casi alcancé a verle esos cojonazos. Yo, sencillamente me estaba poniendo malo, ni siquiera atinaba con el tomate para untar en el bocadillo que me estaba preparando.

  • ¿Si que tenés hambre? –soltó Leo con una sonrisa mientras miraba como yo empezaba a devorar un bocadillo de salchichón con pechuga de pavo.

  • Mucha…

  • Leo, no estás en tu casa, haceme el favor de vestirte… Álvaro, lo siento, Leo enseguida se siente como en casa…

  • No seas exagerada, me gusta andar cómodo… ¿a que no te importa, Álvaro?

  • No, no… -casi me atraganté al decir aquello-. Estáis en vuestra casa, chicos. Además, estoy acostumbrado, en mi casa mi padre y mi hermano siempre han ido igual. No me voy a asustar… -dije excusándome.

Mientras yo acababa la frase, Leo dio un bueno bocado a su bocadillo y, mientras masticaba, se llevó la mano libre a su paquete, la metió por la cintura de los calzoncillos y empezó a rascarse los huevos y la polla. Hubiera dado lo que fuera por ser su mano en aquel momento.

  • Sos una exagerada, Katty… ¿ves?

Katty le miró con un gesto serio y, dando la batalla por perdida, se levantó, se despidió y se fue a la habitación a descansar.

Esperé unos segundos hasta que escuché la puerta de la habitación y, en un impulso incontrolable, caminé hasta Leo, me planté frente a él y le miré fijamente el paquete, seguía mostrando un tamaño considerable.

  • Ni loco… -me dijo con una sonrisa-. Katty está despierta…

  • Por favor…

  • No… además, voy a darme una ducha. Pero te voy a hacer un regalo… -dame tu refuerzo –le miré arqueando las cejas sorprendido-. Dámelo…

Estiré mi mano y le alcancé la mitad que aún me quedaba del bocadillo. Sentado en la silla, Leo tiró del elástico de los calzoncillos hasta liberar a aquel rabo tan gordo que ya estaba casi a tope, en la punta asomaba una gota de precum. Cogió mi bocadillo, lo abrió y empezó a pasar su pollazo duro por las lonchas de fiambre que había en su interior. No fue algo sutil, el muy cabrón restregó su pollazo por mi bocadillo a conciencia. Lo volvió a cerrar y me lo devolvió.

  • Voy a darme una ducha. Vos podés acabar tu merienda…

Lo hubiera matado. El muy cabrón salió de la cocina dejándome con la polla tan dura que me dolía encerrada en los vaqueros. No dudé, me lancé al bocadillo y me lo comí con tanta avidez, que casi ni lo masticaba. Pero no me bastaba, necesitaba volver a comerme aquel pollazo.

Tuvieron que pasar más de 20 minutos hasta que me atreví a dar el siguiente paso. A esas alturas yo estaba desatado y el tiempo corría de mi contra. Hernán no tardaría más de una hora en llegar y Katty y Leo iban a ir al colegio a por Giuseppe en breve. Leo seguía en el baño, la puerta estaba cerrada. Me dio igual lo que estuviese haciendo, golpeé suavemente la puerta y, sin esperar su respuesta, la abrí. Estaba afeitándose delante del espejo, con la toalla anudada a la cintura.

  • Perdona, me estoy meando… -dije fingiendo urgencia-. ¿Puedo pasar?

  • Claro…

Mientras él seguía afeitándose, me saqué la polla del vaquero y apunté a la taza. Saber que le tenía ahí al lado, casi desnudo, hizo que me empalmase sin remedio. Así era imposible mear.

  • ¿No terminás? Yo también tengo que descargar.

  • Ya voy, ya voy…

Leo me miró de reojo, sujetando mi polla empalmada y esbozó una sonrisa de lo más chula.

  • Si vos no podés, yo ya no puedo aguantar más…

Y diciendo eso, se aflojó la toalla dejándola caer. Caminó totalmente desnudo, con su pollazo bamboleándose hasta colocarse a mi lado y, sin sujetarse el rabo, empezó a soltar un potente chorro en dirección a la taza.

  • Me estaba meando… ufff.

  • Joder –solté, extasiado al ver su rabazo descargando.

  • Sos un chancho… estás cachondo viéndome mear –mientras decía eso, interrumpía intermitentemente su meada. Cada vez que lo hacía, su rabazo se sacudía. Había ganado tamaño, pero no estaba duro del todo.

  • ¿Te gustó el refuerzo?

  • Mucho, pero hubiera preferido que no la sacases del bocadillo mientras me la comía…

  • ¿Ves? Sos un chancho… ¿te hubieras comido el refuerzo con mi pija metida adentro?

  • Claro.

  • ¿Te gustan los yogures?

  • Sí… -¿por? –pregunté sin dejar de mirar ese pollazo. Leo se acariciaba suavemente el tronco de la polla.

  • ¿Has probado alguna vez una cuchara como ésta para comerte un yogur?

  • Uffff… me encantaría.

  • Jajajaja… sos un chupapijas.

  • Ufff… me encanta tu polla –dije mientras mantenía mi mirada en aquel pollazo-. Normal que preñes a Katty con tanta facilidad… -estiré mi mano y empecé a acariciarle esos enormes huevos-. Los tienes llenos otra vez…

  • Jejejeje… ¿querés un hijo mío?

  • Jajajaja… no me importaría.

  • Nunca he preñado a ningún puto, pero creo que a ti podría preñarte… debes estar sano, Hernán es muy responsable.

  • ¿Quieres preñarme el culo? –Le dije totalmente entregado. Notando su pierna junto a la mía. Había dejado de mear y su polla estaba casi totalmente dura por el roce de mis dedos en sus cojones.

  • Estás reloco… Katty está en el cuarto. Lo del bebé tendrá que esperar. Agachate…

  • Jejeje… ¿por qué? –le pregunté divertido.

  • Limpiame la pija, ¿no la voy a guardar así después de haberme duchado? ¿no?

No necesité más indicaciones. Sin subirme los pantalones, me senté en el retrete y sujeté su pollazo duro con ambas manos, no podía dejar de mirar aquella maravilla. Pero Leo tenía más prisa que yo y pensó que no le bastaba con tenerme ahí sentado admirando su pollazo. Me sujetó con su manaza por el cuello y me empujó contra su pollazo inhiesto, sólo tuve que abrir la boca para que empezara a follarme la boca con intensidad.

Las embestidas tan brutas de aquel cabrón casi me ahogaban, pero yo estaba como ido, sólo quería sentirme lleno de aquel nabazo. Le puse las manos en su duro culo, cubierto de un suave vello que se hacía más cerrado hacia la raja, y le empujé contra mí. A cada embestida, notaba sus cojonazos cada vez más cerca de mis labios. Me estaba abriendo la boca exageradamente, nunca me había sentido tan lleno de polla como aquella tarde sentado en el váter de mi casa.

  • Soltala, chupapijas… -dijo él divertido-. Tenemos que acabar ya. ¿Querés leche?

  • Síii… -respondí totalmente fuera de control.

Con una sonrisa con mucho vicio, Leo empezó a pajearse aquel pollazo pegadito a mi cara. Lo hacía con tanta fuerza que su capullo golpeaba contra mis labios. Aceleró el ritmo, consciente del riesgo que estábamos corriendo, mientras yo le apretaba fuerte ese culazo. Cada vez me golpeaba con más fuerza contra la boca, pensé que acabaría por partirme el labio, pero me daba igual. De vez en cuando, me agachaba para lamerle aquellos huevazos tan imponentes mientras él lanzaba fuertes suspiros, parecía un toro embistiendo, el muy cabrón. Después, volvía a subir hasta la punta de su rabo y le relamía el capullo disfrutando del precum que aquel pollazo iba soltando.

Varios minutos después de pelársela mientras yo le babeaba el capullo y los huevos, aquel pollazo explotó como una fuente y empezó a lanzarme lefazos en la cara, yo hacía lo imposible para intentar que fueran cayendo en mi boca mientras tragaba como si aquel fuera el mejor manjar que hubiera probado nunca. Su leche, muy espesa y caliente, me quemaba garganta. Cuando él disminuyó el ritmo del pajote, me lancé a la punta de su pollazo buscando la lefa que todavía brotaba aunque ya con menos fuerza.

  • Qué hijo de puta… sos un chupapijas…

Y no le faltaba razón. Mi lengua recorrió el capullo de su pollón, para dejárselo totalmente limpio. Fue Leo el que tuvo que apartarme empujándome bruscamente de la cabeza para que dejase de lamerle la punta del rabo.