Un padre de familia (I)

Leo, el mejor amigo de mi novio, y su familia se instalan en nuestra casa recién llegados de Uruguay. Mi novio les ofrece nuestra casa para devolverle un favor pendiente. El problema llegará cuando yo encuentro otra forma mejor de recompensar a Leo.

Un padre de familia (I)

Los favores se pagan, si uno es agradecido, los favores hay que saber devolverlos. Precisamente esta historia empieza en el momento en que mi novio debe devolverle un gran favor a unos de sus mejores amigos. El problema es que yo, a mí manera, acabo contribuyendo también a devolverle ese favor.

Me llamo Álvaro y vivo en un pueblo al este de España. Tengo 29 años y soy un tío de lo más normal, de 1,78 m y unos 70 kg, castaño, sin vello, con buen cuerpo definidillo de ir al gym siempre que puedo. Curro como diseñador gráfico en una empresa de la zona y vivo con mi novio Hernán. Él es uruguayo, un morenito de 1,80 m y buena percha. Llevamos siete años juntos, siete años con los altibajos típicos de una pareja. Desde hace un tiempo nuestra vida sexual se ha resentido bastante. La verdad es que ambos sospechamos que el otro tiene algún escarceo sexual fuera de casa, pero sencillamente no hemos querido afrontar ese tema. Es como una realidad en un segundo plano. Yo atribuyo esa búsqueda de algo más a la falta de pasión, a la falta de novedad en nuestra relación después de tantos años. Y es precisamente la necesidad de arriesgarme a probar algo nuevo lo que me ha llevado hasta aquí.

Hernán vino a España desde Uruguay hace unos diez años para encontrar trabajo y mejorar un poco sus expectativas. Para llegar aquí su familia y sus amigos, en especial uno, Leo, le ayudaron económicamente para instalarse en España. Pero como decía, si uno es agradecido, los favores se pagan. Diez años después de que mi novio decidiera venirse a España, su gran amigo Leo decidió hace unos meses intentarlo también. A pesar de lo mala que es la situación económica en nuestro país, Leo llegó en noviembre a España para establecerse con su familia. El hecho de tener un padre italiano, y por lo tanto tener la doble nacionalidad, le ha puesto las cosas un poco más fáciles. Después de que Leo hubiera ayudado a Hernán en aquel momento, a mi novio me pareció de recibo dejarles vivir un tiempo en nuestra casa hasta que pudieran establecerse.

Cuando fuimos a recogerlos al aeropuerto empecé a tener... ¿cómo lo diría? Algo así como sensaciones encontradas. Cuando vi a esa familia con padre, madre, un hijo muy pequeño, otro en camino y unas 14 maletas en las que debían haber cabido dos vidas y media, empecé a pensar que mi casa se iba a convertir en un campo de batalla. Pero dejando a un lado aquella previsible invasión, empecé a fijarme detalladamente en ellos. Había visto fotos de Leo, pero cuando le vi por primera vez en el aeropuerto flipé con su tamaño. El amigo de mi novio, de unos 34 años, debe medir casi 1,90 m y es corpulento, uno de esos tíos que encajan en el perfil de guardia de seguridad o policía. A primera vista no parecía estar muy musculado, pero sí fuerte... robusto, con unas buenas piernas, brazos y un pecho fuerte y ancho. La verdad es que sin parecerme guapísimo, me impresionó su porte, su presencia... y sin ser demasiado consciente en ese momento, me empezó a dar morbo. Su mujer, más bien menuda y delgadita, a excepción de su enorme barriga, contrastaba al lado de aquel tiazo de pelo castaño y cara de cabroncete simpático.

Las primeras horas en mi casa, yo sólo veía maletas, ropa, juguetes tirados por medio de casa. A pesar de que soy bastante maniático, hice un esfuerzo por ser hospitalario y le presentamos a Leo y a los suyos a mi familia. Leo les cayó muy bien. Y fue allí cuando me empecé a dar cuenta de que era un galán conquistador por naturaleza, el típico tío supereducado con las chicas, que siempre sabe como terminar una frase para sacarle una sonrisilla a una mujer. Mi hermana, que tiene 19 años y aún vive con mis padres, fue la primera de sus “víctimas”. Leo fue de lo más amable con ella, especialmente cada vez que su mandona mujer se perdía por la cocina preparando la comida de su hijo.

Conmigo la cosa fue bastante distinta, el muy cabroncete cogió confianzas con mucha rapidez y empezó a hacer coñas con mi acento español y con las diferencias en nuestro vocabulario. A mí la verdad es que ese rollo me divertía. Si el me decía que yo lo decía todo con “z”, yo me burlaba de que él lo dijese todo con la “essshe”.

Pero nuestro buen rollo inicial empezó a cambiar a los pocos días de estar en nuestra casa. Un día, mientras mi madre acompañaba a la mujer de Leo y al niño al pediatra, yo le acompañé a él a hacer la compra. Y otra vez, casi de forma compulsiva, Leo volvió a tontear con mujeres. Esta vez sus presas fueron una cajera del supermercado e incluso una clienta con la que pareció chocar casi intencionadamente.

  • Eres un seductor, tío, un galán… jeje –le dije al salir del súper.

  • ¿Yo? Qué va, son ellas…

  • A ti te pierde el tonteo con las mujeres.

  • ¿Qué tiene de malo ser amable? –me dijo mientras me giñaba un ojo.

  • Nada, nada…

  • Tengo mucho amor acumulado –soltó con una sonrisa mientras se acomodaba sin disimular el paquete con la mano.

  • Jajaja… qué cabrón. ¿Tú mujer no está muy receptiva?

  • ¿Con esa panza? Qué va, ni loca. No se deja ni tocar. Debe tener miedo a que le haga otro niño –sonrió con suficiencia.

  • Jajaja… eso es imposible.

  • No estoy seguro, con ésta llego muy adentro –volvió a apretarse el paquete mientras entrábamos en el portal-. Si no, pregúntale a Hernán, cuando estuvimos viviendo juntos en Piriápolis se hartó de verme la pija…

  • ¡Espero que sólo de verla!

  • Por supuesto, Hernán es como mi hermano.

  • Pero le enseñabas la polla… -me sorprendí a mi mismo utilizando esa palabra delante de un tío que era casi un desconocido. Él sonrió.

  • Yo no me hago problema con eso, no me importa que me vea la pija otro tío.

  • Ni otra tía… jejeje. –bromeé.

  • Eso estaría de más, pero mi mujer me corta las pelotas si se entera. Es muy controladora.

  • Jejeje… tiene mucho genio.

  • Tiene un humor de mierda. Pero me pilló por los huevos, primero con un hijo y luego con el otro-. Su mirada se volvió un poco triste al decir aquello.

  • Bueno, bueno… prefiero hablar de sexo y no de amor… jejeje.

  • Sos muy vivo, vos. Yo que te tenía por un santito por lo que me decía Hernán.

  • Yo soy un santito…

  • Ya, ya… como todos los putos… jajaja –estalló en una carcajada mientras entrábamos en casa.

  • Qué topicazo, a ver si te crees que todos los tíos gays somos unos putones… no sé en qué te basas para decirlo.

  • Sois hombres y los hombres siempre pensamos en lo mismo y con lo mismo –me dijo mientras me pasaba el brazo por los hombros-. En sexo y con la pija.

En ese momento no hubo tiempo para mucho más. Katty, su mujer, y el niño llegaron y nuestra conversación cambió radicalmente de tercio. Y lo cierto es que aquella extraña confesión quedó en un segundo plano hasta que un par de semanas después, mi novio Hernán volvió al trabajo. A mí todavía me quedaban unos días de vacaciones y aproveché para ayudar a Leo y a Katty a conocer la zona, a buscar un colegio para el niño, a buscar un piso, etc.

Una vez estuvo resuelto el tema del colegio, empecé a ayudar a Leo a hacer un currículum para buscar trabajo. Mi padre, responsable en una empresa de mantenimiento de la zona, nos había comentado que había posibilidades de que contratasen a Leo por su formación y experiencia.

La tarde que nos pusimos a preparar su currículum en mi ordenador, Katty se había ido a recoger a Giuseppe al colegio. Mientras buscaba una plantilla que nos sirviese de ejemplo, Leo se fijó que había varias carpetas con vídeos e imágenes de porno gay, eran visibles en las miniaturas que se muestran en las carpetas.

  • ¿Ves? Tienes la computadora llena de porno –dijo con una sonrisa-. Y si me fijo en tu celular, seguro que tenés fotos de vergas… jaja.

  • No te jode, seguro que tú también tienes porno en tu ordenador.

  • A ver, abre esa foto…

  • Qué va tío, que dices…

  • Dale, abre esa foto…

  • No.

Leo no dudó, de un manotazo apartó mi mano y cogió el ratón.

  • Te gustan las pijas grandes veo… -dijo mientras en el monitor se abría la foto de un tío fibradísimo con una buena polla colgando entre las piernas.

  • Lógico, ¿no? –dije ruborizado-. A ti seguro que te gustan las tetas grandes.

  • Obvio. Pero no te pongas nervioso, ¿vos sos un santito, no?

  • Pues sí.

  • ¿Nunca le fuiste infiel a Hernán?

  • ¿Y tú a Katty?

  • Como son los gallegos, siempre contestan con otra pregunta.

  • A ti te lo voy a contar.

  • A vos te gustan demasiado las pijas como para controlarte… jaja.

  • ¡Oye, tío! Córtate un poco, no me conoces de nada –dije empezando a sentirme agobiado por su exceso de confianza.

  • No te enojes… santito –dijo mientras me acariciaba la cabeza con fingida compasión-. Cada uno es como es, yo me muero por un buen par de tetas o por una buena cola y una concha bien húmeda, y vos te morís por chupar pijas… jejej, es nuestra naturaleza. Dale, decí la verdad…

  • ¿Qué quieres que diga? ¿Qué me gustan las pollas grandes? –Leo asintió-. Pues sí…

  • ¿Ves? No pasa nada. Será un secreto entre los dos. Pues si vieras mi pija, te encantaría… creo que ahora todavía se me puso más grande, tanto tiempo sin coger con Katty, yo creo que me creció…

  • Estás loco… jejeje. No me lo creo –le dije para retarle.

  • Claro, querés provocarme para que te enseñe la pija, pero no puede ser. Ya tendrás tiempo de verla… ahora vivimos juntos –dijo mientras me guiñaba el ojo.

  • ¿Yo ganas de ver tu polla? Qué va –dije fingiendo indiferencia.

  • Sos un putito, sé que querés verla, es tu naturaleza.

  • Todos no somos iguales. ¿O a caso Hernán quiere verte la polla?

  • Ya te dije que él es como mi hermano. Mi verga no tiene interés para él. Lo tuyo es distinto.

  • Crees que soy un salido, porque piensas que estoy tan salido como tú –le dije mirando su paquete apretado en unos pantalones vaqueros.

  • Y lo estás…

Fue esa conversación la que hizo que las cosas cambiasen. De un colegueo amable pasamos a una extraña tensión que sólo se manifestaba cuando nadie nos miraba. Aunque me rallaba pensar que, aunque involuntariamente, estaba tonteando con el mejor amigo de mi novio, no podía evitar seguirle el juego a aquel cabrón provocador. “Sólo es uno de esos heteros que van de boquilla, que les encanta provocar a un tío gay”, me repetí durante días. Pero el juego de Leo empezó a ser cada vez más extraño.

Leo, Katty y le niño se habían instalado en nuestra habitación, porque era la más grande, y Hernán y yo nos quedamos en la habitación pequeña del piso. El problema es que nuestra ropa se había quedado en el armario de nuestra habitación. Cuando fuí a buscar ropa limpia para darme una ducha, Leo estaba en la habitación, acababa de llegar de la calle.

  • ¿Puedo pasar?

  • Claro.

Al abrir la puerta, Leo estaba en pantalones, sin camiseta, se estaba quitando la ropa para ponerse cómodo. Al ver sus anchos hombros y su pecho bien formado tuve claro que ese tío había hecho deporte o un trabajo muy físico en el pasado. Sólo una ligera e incipiente barriguita asomaba en su abdomen. El vello oscuro cubría ligeramente su torso dándole un aspecto todavía más masculino.

  • He venido a buscar ropa, voy a darme una ducha.

  • Ya.

  • ¿Ya qué? – dije mientras rebuscaba mi ropa en el armario.

  • Los dos sabemos a qué viniste… -dijo él mirándome con una sonrisa muy vacilona.

  • Ni lo sueñes…

  • Querés verme la pija, lo sé. Pero no te hagas problema, en momentos como éste es cuando te la puedo enseñar. Me estoy cambiando de ropa, somos dos tíos, es normal.

  • Jajaja… ¿pero tú qué te crees, que me muero por tu polla?

  • Todavía no, no la viste –dijo él divertido mientras se bajaba los pantalones y se quedaba en unos ajustados slips azules.

El bultazo que se apretaba bajo la tela prometía una buena polla dormida apoyada en un buen par de huevos. Creo que me bastó esa imagen para acabar de perder la cordura.

  • Ves, ya no decís nada. Te quedaste embobado y aún ni la viste.

  • Eres un sobrado…

  • ¿Querés verla?

  • Paso.

  • Mira –dijo él mientras se apretaba el paquete con la mano. La forma del tronco de su polla se marcaba bajo la tela.

  • Joder… -dije casi sin querer.

  • ¿Ves? Os pasa a todos…

  • ¿Le enseñas la polla a muchos tíos?

  • No a todos los que querrían verla. Tú vas a tener suerte… -dijo con una sonrisa.

  • Tu mujer está en la cocina…

  • Eso es lo bueno de que no seas una mina. No hay nada de malo en que me veas la pija. A katty no le sorprendería –sin dejar de mirarme, Leo se bajó los calzoncillos dejando a la vista una buena polla que, aun estando flácida, tenía un tamaño muy prometedor y reposaba descapullada sobre un par de grandes huevos que colgaban como si pesasen mucho-. ¿Ves? ¿Qué tiene de raro que me veas sin ropa?

  • Ufff… -murmuré sin poder apartar la vista de aquella polla.

  • Y eso que no la has visto cuando está grande –y mientras soltaba aquella frase con total naturalidad, Leo se acarició suavemente la polla, tirando de la piel del capullo de vez en cuando. Inevitablemente aquel rabo empezó a ganar tamaño. Sólo estando un poco morcillona ya era tan grande como mi polla.

Estando tan ensimismado, Leo me lanzó sus calzoncillos a la cara. Los cogí al vuelo, sorprendido.

  • Andate, bo. No te quedes ahí parado, andate a bañarte. Tengo que entrar a mear luego.

Cuando salí de la habitación, me temblaban las piernas. Su mujer estaba en la cocina con su hijo mientras aquel tío vacilaba de polla en mi habitación. Y lo peor de todo fue que, después de ponerme burrísimo enseñándome aquel pollón, el cabrón me había echado de la habitación. “No te fíes nunca de un tío hetero” me repetí.

Varios días después de aquel vacile, Hernán me pidió que, como yo salgo antes del curro, acompañase por la tarde a Leo a ver un piso de alquiler. Katty se sentía bastante cansada por lo avanzado del embarazo y se quedó en nuestro piso descansando. A esas alturas, yo estaba bastante saturado de tener mi casa totalmente invadida, pero el morbo exagerado que me despertaba aquel padre de familia hacía que lo demás pasase a un segundo plano. Al volver del piso que habíamos visitado, Leo no parecía entusiasmado. Mientras yo conducía, él tomaba mate. Le hubiera matado por beber en mi coche nuevo, pero él ignoraba totalmente mis manías.

  • ¿No te ha gustado?

  • No demasiado. Me gustan más grandes.

  • No estaba mal de tamaño.

  • No seas mentiroso, a ti también te gustan más grandes –dijo él divertido por el juego de palabras.

  • No me líes. Ese piso está muy bien, es más grande que el nuestro. ¿Pero os lo podéis permitir con los ahorros que tenéis? Lo del trabajo que te comentó mi padre aún no está confirmado.

  • No me preocupa demasiado lo del laburo. De momento tenemos dinero ahorrado. Y en vuestra casa estamos muy bien… espero que no os estemos molestando demasiado.

  • No, tranquilo… -dije yo.

  • Además, así Hernán disfruta de su compadre y vos te divertís…

  • ¿Me divierto?

  • Claro. Te encantó mi pija, seguro que te morís de ganas de mamármela…

  • Jajajaja… estás loco. Ni de broma. Estás casado y yo estoy con Hernán.

  • Ves, no niegas que quieras chuparme la pija, sólo dices que el problema es que soy el amigo de tu novio.

  • Yo no dije eso.

  • ¿No me chuparías la pija?

  • ¿Para qué quieres que te conteste eso? ¿Para aumentar tu ego y burlarte de mí?

  • No, santito, estoy haciendo un estudio. Dicen que los putos sois geniales para daros verga y que luego tenéis la boquita cerrada, sin dar problemas, sin celos, sin que se entere la mujer… jajaja.

  • ¿Me estás vacilando?

  • ¿Tú qué crees?

  • Que sí… eres un capullo, como decimos aquí. Pero no sigas por ahí, a ver si te vas a quemar con tanto jueguecito.

  • Que va, si sos un santito.

Aquel juego me desconcertaba. Cada vez estaba más seguro de que Leo era un provocador calientapollas. El problema viene que, como él decía, un gay es un hombre, y que cuando nos calientan, empezamos a perder el control y a pensar con la entrepierna. Pero Leo siguió insistiendo los días sucesivos. Cada vez que nos quedábamos a solas, bromeaba con que le comiese la polla para aliviarle por tanto tiempo sin sexo. Yo empezaba a cansarme de tanta coña, pensé que me tomaba el pelo por ser gay, así que decidí pararle los pies.

  • ¿Dónde está Katty? –dije al entrar en la cocina.

  • Está dando un baño a Giuseppe. Tenemos tiempo para que me saques la leche –dijo él apretándose aquel pollón por encima del chándal-. Hernán está laburando todavía –dijo entre risitas.

  • Eres muy pesado. ¿Quieres que te coma la polla?

  • Te morís de ganas, santito…

No le dejé terminar. Estiré la mano y le apreté la polla por encima del chándal. Estaba dormida pero su paquete no me cabía en la mano.

  • ¡Ey! Qué hacés… -dijo con un hilo de voz.

  • ¿No querías que te la mame? –Mi mano subió hasta el abdomen y estirando del elástico del chándal y del bóxer, empecé a meterla por debajo de su ropa hasta que rocé su polla con los dedos.

No respondió. Mi gesto le dejó tan descolocado que salió de la cocina y se fue al baño con su mujer y su hijo. Me sentí como un capullo ahí de pie en la cocina. La vergüenza me hizo sentir tanto calor que pensé que me iban a estallar las mejillas. Sólo crucé los dedos para que Leo no le dijese nada a Hernán.


Con el paso de los días, todo parecía normal. Mi novio parecía no saber nada de aquel extraño juego que había entre Leo y yo. Y el propio Leo, tras unos días bastante distante, recuperó la naturalidad. Yo no perdía oportunidad para mirarle el paquete o intentar verle en calzoncillos cuando se cambiaba. Había empezado a obsesionarme con aquel tío y aquel pollón.

Un sábado por la tarde, mientras yo me echaba la siesta, Hernán y Katty se fueron a dar un paseo. Cuando me levanté, Leo jugaba a la PlayStation en la TV del comedor.

  • ¿Dónde están todos?

  • Giuseppe duerme en tu cama y Katty se fue con Hernán a dar un paseo, por eso de la circulación… ya sabes.

  • ¿Qué haces? –pregunté mientras veía como Leo jugaba al GTA.

  • Juego. ¿Querés jugar vos?

  • No sé, eso de matar gente no me va mucho…

  • En el fondo es un juego de estrategia y agilidad mental…

  • Ya… jejeje –le tomé el pelo.

  • Si querés, te dejo otro mando y lo pruebas.

  • A ver…- dije sin estar convencido.

Leo se abrió bien de piernas en el sofá sin dejar de jugar, sin dejar de mirar a la televisión.

  • Ahí lo tienes. No es un mando como éste –dijo levantado el mando de la Play.- Es un joystick de los de antes, con el palo largo –dijo él muy serio.

  • Pensaba que te rallabas si jugaba con tu mando…

  • Hay que ser prácticos, tú quieres jugar y yo tengo un mando que ahora mismo no utiliza nadie…

  • A ver si funciona todavía… -dije mientras alargaba la mano y empezaba a masajear su polla por encima de la tela de los pantalones de chándal que llevaba. Bastaron pocos segundos para que aquel pollón mostrase un tamaño considerable.

  • Así no vas a poder jugar. Tenés que sacarlo de la funda.

  • Claro…

Sin que Leo dejase de jugar, tiré de la cintura de su chándal. En ese momento me daba todo igual, iba lanzado, sólo me apetecía volver a ver y a tocar el rabo de aquel tío. Con cuidado, mi mano sacó lentamente aquella polla por la cintura del chándal. No estaba dura aún pero debía rozar ya los 18-19 cm.

  • Joder… -murmuré. Leo tragó saliva.

Mi mano empezó a recorrer el tronco de aquel pollón con suavidad. Dos de mis dedos rozaron la punta de su capullo, totalmente descubierto. Una gota de precum empezaba a asomar, aquel tío estaba, por lo menos, tan cachondo como yo.

  • Necesito que me ayudes a sacarlo de la funda para poder jugar bien con él.

Leo no respondió, levantó el culo del sofá y me dejó a mí bajarle los pantalones y los calzoncillos. Sus huevazos aparecieron frente a mis ojos. Su pollón estaba totalmente empalmado. Unas piernas anchas y duras cubiertas de vello servían de base para aquel pollazo. Su capullo, casi tan ancho como el tronco de su polla, era espectacular. Sin poder abarcar ese rabo con una mano, decidí emplearme a fondo y empezar a pelarle la polla a dos manos. Leo suspiraba sin dejar de conducir aquel Mustang por las calles de no sé qué ciudad del vicio y el delito.

  • Este mando tiene otra funcionalidad…

  • ¿Ah sí?

  • Sí, también sirve para el SingStar, anda, probalo.

No me hizo falta ninguna otra indicación. Dentro de mí, egoístamente, sólo pedía que nadie estropease aquel momento, Leo había provocado que desease su pollazo con tanto juego cachondo. Me agaché sobre su regazo y su pollazo empezó a entrar en mi boca. Mis labios y mi lengua recorrieron su tronco mientras poco más de la mitad de aquel rabo entraba en mi boca camino de mi garganta. Pero a Leo no le bastó, sujetando el mando con una mano, liberó la otra para empujar mi cabeza contra sus cojones, hundiendo su rabo en mi boca. Empecé a toser, pero el muy cabrón no aflojó la presión y siguió taladrándome. Suavemente empezó a mover sus caderas empezando una follada de boca que poco a poco empezó a ganar ritmo. Yo tenía que hacer un esfuerzo tremendo para dejar que su capullazo cruzará mi garganta sin tener arcadas. Pero Leo no me soltaba la cabeza. Pasaban los minutos y el muy cabrón no aflojaba, entonces empecé a creer que efectivamente llevaba varios meses sin descargar su huevos en nadie.

  • Paaaa… -la voz de Giuseppe nos alertó desde la habitación.

Pero Leo no me soltó la cabeza. Mientras su hijo, acabado de despertar, le llamaba, Leo siguió follándome la garganta sin inmutarse. Es como si sólo le importase soltar la lefa, por encima del resto de cosas que había en el mundo.

Cansado de llamar, escuchamos los pasos del pequeñajo acercándose por el pasillo. Fue entonces cuando el pollazo de Leo empezó a soltar trallazos de lefa que fueron directos a mi garganta. No pude hacer otra cosa que tragar. Cuando me saqué aquel pollazo de la boca, sólo tuve unos segundos para relamer la leche de la punta y dejársela bien limpia, antes de que su hijo entrase en el comedor. Leo ya se había guardado la polla todavía dura en su pantalón. En aquel momento me acordé de porque me gustaban tan poco los niños.