Un oso musculoso le rompe el culo a Caro
Un chico que se viste de chica y un forzudo peludo que no tienen nada en común, terminan echando el mejor polvo de su vida.
Caro, desde que tiene uso de razón, había odiado que la llamaran Iñigo, era un nombre que no es que fuera feo como él solo, sino que nada tenía que ver con su realidad. Ella desde muy pequeña se había sentido mujer, si hubiera nacido en la época actual y con unos padres más comprensivos que los suyos, seguramente habría descubierto su verdadero potencial, su verdadera identidad sexual.
Sin embargo, criado en un hogar donde el hombre era quien traía el dinero a casa, el cuidado de la familia era una obligación intransferible de la mujer y dónde la mayor preocupación era llegar a fin de mes. Poco tiempo o ninguno había para darse cuenta que el menor de sus tres hijos era alguien con unas necesidades afectivas singulares.
Un crío apocado, afeminado y débil, poco dado a los juegos masculinos y que, en su inocencia infantil, veía un modelo a seguir en la forma de comportarse de sus compañeras del colegio.
Desde muy pequeño se sintió fascinado por el glamour de las estrellas de la música: Madonna, Witney Houston, Samantha Fox, Tina Turner y tantas otras se convirtieron en su referente a la hora de expresar sus inquietudes artísticas. Su padre le pegó una soberana paliza imitando a una de sus divas delante del espejo. En su familia nunca había habido maricones y un hijo suyo no iba ser el primero.
En su pequeña cabecita comprendió que aquello que hacía estaba mal y, como era con lo que más disfrutaba del mundo, siguió imitándolas, pero desde aquel momento, aguardaba a que su papá no estuviera en casa y procuraba que nadie de su familia lo descubriera.
Aquel secreto mermó la confianza que demostraba hacia sus seres queridos y lo que tanto le divertía, terminaba proporcionándole remordimientos por ser un niño malo. Cantar, bailar e imitar a sus divas, se convirtió en un pecado inconfesable.
Con el tiempo, la realidad paralela que se había inventado para escapar de la vida que le había tocado en suerte, terminó por convertirlo en alguien que escondía quien realmente era. Se encontraba tan mal consigo mismo, que se sentía menos que nada. Un escombro del edificio de una sociedad a la que se le caían sus valores morales, como a una vieja casa los ladrillos.
Durante su niñez tuvo que luchar con el sambenito de ser el mariquita del barrio, en su adolescencia soportó las violaciones de aquellos que lo despreciaban y entre los que, para su estupor, se encontraba algún miembro de su familia. Pues la hijoputez es a veces un cromosoma tan fuerte en el ADN de algunos individuos, que es capaz de ignorar los lazos familiares.
Con dieciséis años se tomó su primera copa y se fumó su primer porro, aquello le hizo olvidar durante unos instantes lo jodida que era su amarga existencia. Tras aquel día, en cada ocasión que las vicisitudes de la vida la abofeteaban, recurrió al alcohol y al cannabis como si fueran la solución de sus problemas. Unos problemas que no habían hecho más que empezar.
Aunque todos la conocían por su nombre masculino, ella se sentía mujer y, siempre que tenía ocasión, en ese género se expresaba. Fan como era de la realeza y de todos sus lujos desmedidos, adoptó el nombre de una de sus divas, la princesa de Mónaco. En poco tiempo toda la gente que la trataba a diario dejó de llamarla Iñigo y la llamaba Caro, aunque el apodo por el que todos terminaron conociéndola fue por la Carolina de San Pablo, en referencia al barrio sevillano donde nació y se crio.
Los dieciocho años fueron una excusa como otra cualquiera para escapar de la casa de locos que para ella era el hogar familiar. Estaba hasta las narices de soportar las broncas de su padre, unas riñas que casi siempre terminaban en palizas; cansada de las constantes lágrimas de su madre que nunca movió un dedo para que los golpes de su progenitor cesaran y harta del desprecio de su hermano mayor, alguien que solo se mostraba simpático con ella cuando iba demasiado caliente y no se había podido desahogar con las niñatas con las que se relacionaba.
La única de la que lamentó separarse fue de su hermana, Rocío, unos años mayor que ella y que, desde el momento cero, le brindó su apoyo pues supo entender el infierno por el que estaba pasando, un día sí y otro también.
Sin preparación ni formación alguna, terminó ejerciendo las labores más denigrantes. Unos trabajos que apenas daban para comer y pagar una habitación que le había alquilado un conocido. La falta de dinero propició que, con el beneplácito de su casero, quien se convirtió para ella en una especie de proxeneta, a cambio de unos cuantos billetes, terminara chupándosela a tipos que no es que le resultaran poco atractivo, sino que le daban un poco de asco.
Prostituirse le parecía lo más repugnante del mundo, la hacía de lo más infeliz y trataba de encontrar esa alegría que le faltaba en el alcohol y los porros. Aunque nunca pasó a sustancias prohibidas de mayor envergadura, lo mal que comía y dormía, unido a sus pequeñas adicciones, consiguieron que su aspecto juvenil se fuera degradando a pasos agigantados.
Nadie le puso una alfombra roja hacia la fama, pues los escalones hacia su Hades particular los fue bajando ella pasito a pasito. Acurrucada en su propia desgracia, lamentándose constantemente de su existencia y sin plantarle cara a la vida, caminó por los senderos que solo se atrevían a adentrarse os indeseables. Se relacionó con gente de la más baja estofa y dejó que su ética personal se fuera marchitando con el paso de los días.
Comenzó a trabajar de camarera en los bares del ambiente gay de la Alameda, al principio unas horas los fines de semana y poco a poco fue ampliando el horario. Aun así, prosiguió con el negocio sexual que mantenía con su casero, aunque conforme iba dejando atrás su adolescencia, el número de clientes iba disminuyendo y las exigencias de estos fueron mayores. Raro era el día que un baboso pervertido, no se conformaba únicamente con que se la chupara y le exigía que se pusiera en pompas.
Entre que no la gustaba que le dieran por detrás, lo estrecho que era su culo y la poca delicadeza que algunos individuos ponían al penetrarlo, el sexo anal se convirtió en una especie de tortura para ella. Si alguna vez se ligaba un tío que le gustaba, lo evitaba por todos los medios, pues era algo que no le producía el más mínimo placer.
Las casualidades de la vida quisieron que, en uno de los bares en los que trabajaba, conociera a la abuela, Manuela Lapena, una travesti sexagenaria que promovía actuaciones de performances en los bares y discotecas del ambiente gay sevillano. Quizás porque la anciana vio reflejado en Caro un dolor muy parecido al que le tocó a ella vivir durante la Dictadura Franquista, le abrió las puertas de su corazón y le brindó su amistad.
Un día, como quien no quiere la cosa, le confesó su pasión secreta, lo mucho que le gustaba cantar e imitar a las divas femeninas. Esta le propuso actuar de vez en cuando con sus promocionadas las Másqueperras y ella, con los ojos llenos de alegría, aceptó.
La primera vez, sin ninguna experiencia y con el miedo escénico chisporroteando en su estómago, pasó mucha vergüenza. Se había maquillado, peinado y vestido como su diva Amy Winehouse y aunque solo tenía que mover la boca al compás de una grabación que se conocía al dedillo, no pudo evitar que mil mariposas revolotearan en su pecho.
Era consciente de que la gran mayoría del público allí presente, no iba a admirar su arte, sino que iba buscando pasar un rato divertido y echarse unas risas. Aun así ella se metió en el papel de su diva y dio lo mejor de sí, sin importarle lo más mínimos que la gente la mirara como un bufón, ella se sentía dichosa por hacer, y a cara descubierta, lo que tanto le hacía disfrutar.
Al principio compatibilizaba perfectamente los ensayos y las actuaciones con sus otros dos trabajos: servir copas y vender su cuerpo a cambio de unos billetes. Sin embargo, a raíz de que su hermana tuvo un bebe y, al no tener con quien dejar al crio, tuvo que dejar de trabajar en los bares nocturnos.
Era tanto era el tiempo que le ocupaba su sobrino que, en ciertas ocasiones, no tenía más remedio que llevarlo con ella a los ensayos. Algo que todo el mundo le criticaba, pues no sabía que pintaba un crio pequeño en los antros en los que después tenía que actuar. Ante los ataques y reproches de los demás, ella terminaba haciendo lo que había hecho siempre, poner cara de no que se enteraba de nada, guardarse la rabia en su interior y hacer lo que le viniera en ganas.
En el momento que los dueños del Ítaca, por meter la mano en la caja, echaron a Rita, una de las Másqueperras de más pedigrí, ella pasó a ser miembro fijo del cuarteto. De hacer una única actuación en la noche, llegó a tener el mismo número de apariciones que sus demás compañeras. Al repertorio de Amy Winehouse, añadió imitaciones de Whiney Houston, Edith Piaf, Janis Joplin, Billy Holiday… Como se colocaba delante del micrófono, no se preparaba ninguna coreografía y, en un intento de imitar a sus divas, se limitaba a contorsionar su rostro de forma exagerada, en el mundillo del ambiente gay sevillano se la terminó conociendo como Caro la descansa, por lo poco que se movía en el escenario.
Aunque gracias a su hermana no le faltaba un plato de comida y tenía vivienda mientras dejara desfogarse a su casero las veces que este quisiera. Para sus vicios y el vestuario de las actuaciones debía seguir prostituyéndose. Algo que sucedía en un ámbito tan cerrado, tan reservado y envuelto en tanto secretismo, que ninguna de las otras Másqueperras llegó siquiera a sospechar que mercadeaba con su cuerpo.
Nunca, aparte de su hermana Rocío, había tenido nadie con quien compartir lo que verdaderamente sentía, el infierno que era verse atrapada en un cuerpo que no era el suyo… Sin embargo, conforme fue conociendo a sus hermanas de faranduleo, fue descubriendo que no era como ellas. Las Másqueperras no tenían problemas de identidad sexual como Caro. Todas ellas disfrutaban vistiéndose como sus divas, se lo pasaban de miedo intentando parecer femeninas, pero nunca manifestaban deseos de ser una mujer completa.
Acostumbrada como estaba a no expresar sus sentimientos y guardarse sus angustias para sí, simulo ser igual que ellas. Alguien que le gustaba vestirse de mujer, pero que no soñaba con ser una. No obstante, eran de las pocas personas que no la miraban como una apestada y, pese a que una vez que otra le reprochaba que fuera una enchufada de la Abuela, fue lo más parecido que había tenido nunca a unas amigas. Por primera vez en su vida no se sentía como una isla a la deriva.
Aquel mes de julio Sevilla estaba más vacía de lo normal. Pese a que seguía con sus galas los miércoles en la discoteca Ítaca, el café Egoísta había prescindido de sus actuaciones hasta septiembre. Por eso, cuando Sorippegy llegó diciendo que Ramón, el ganador del premio a Mr Oso del orgullo gay de aquel año, le había ofrecido hacer un bolo en la inauguración de un chalet en una urbanización privada en Gelves, no le importó y optó por hacer lo que decidió la mayoría.
Sorippegy que era quien lo había organizado todo, no paraba de decir que aquello estaría lleno de tíos buenos y aunque simplemente le iban a pagar la gasolina, lo interesante de la actuación era el “after”. Pensaba que se pondrían hasta el culo de beber y, para no tener que coger el coche bebida, lo más probable es que el anfitrión les dejara dormir allí, con lo que, por lo que insinuaba ella, aumentaría las posibilidades de ligarse a un maromo musculoso.
Caro, a diferencia de sus compañeras, no tenía la más mínima ilusión en llevarse a ninguno de los tíos buenos que se suponía habría en la fiesta. A ella, por su aspecto y demás, le era muy difícil montárselo con tíos normales, cuanto más con gente que seguramente estarían encantado de conocerse y la mirarían de manera despectiva por no tener un físico acorde a los gustos estándar.
Nunca le había importado demasiado llevarse alguien a la cama , el sexo no era para ella una necesidad acuciante y lo que más le satisfacía de ligarse a alguien, era sentirse aceptada, aunque fuera por unos simples míseros minutos. Por lo que al Mr Oso y sus amigos, los veía como algo inalcanzable.
El nuevo hogar de Ramón era una vivienda en la que su dueño no había escatimado a la hora de gastar y su resultado era digno de cualquier revista de interiores de las que ella tanto le gustaba hojear. Si fascinada quedó con el buen gusto y el lujo con el que estaba decorado todo, más fascinada quedó con lo educado, simpático y el don de gentes de su anfitrión. Le pareció el hombre más guapo del mundo y si Caro hubiera tenido alguna fe en los flechazos, habría creído que en aquel momento había tenido uno.
Era un moreno muy atractivo, con unos maxilares muy marcados, una achatada nariz, una frente y una barbilla plana. Una barba corta y oscura cubría la parte baja de un rostro cuadriforme. Bajo su bigote asomaban unos labios carnosos y sensuales.
Lo que más le agradó de él, fue la forma tan agradable de tratarla. No lo hacía como la gran mayoría de la gente, sonriéndole con los labios y escondiendo la repulsión que le ocasionaba tras una falsa mirada. Los enormes ojos verdes de Ramón la observaban con delicadeza, como si quisiera levantar el velo bajo el que escondía su verdadera forma de sentir la vida.
Más tarde, cuando vio que trataba a todo el mundo igual, se dio cuenta de que era una persona así de noble. Sin embargo, eso no quitó que lo viera como uno de los hombres más hermosos del mundo. Por primera vez en su vida, sintió deseos de entregarse por completo a un hombre, de ser penetrada analmente.
Mientras se maquillaba, peinaba y preparaba para la actuación sintió como si un montón de mariposas revolotearan en su barriga. Sus amigas la notaron extraña y más despistada de lo normal, pero estaban tan eufóricas por enfrentarse a un público tan selecto que tampoco le prestaron demasiada atención a sus alteraciones y siguieron a lo suyo.
El espectáculo transcurriría durante la cena y el lugar elegido de para ello había sido la parte del patio que quedaba delante de la casa de invitados, así podrían usar sus dependencias como vestuario. Las mesas habían sido colocadas entre el escenario y la piscina. Actuarían sobre una enorme tarima de unos quince centímetros de alto, recubierta por una lona de terciopelo negro y en cuyo fondo habían desplegado una especie de cortinas con los colores de la bandera gay.
Tal como habían anticipado sus amigas, aquello estaba atestado de tíos esculturales, adictos a las pesas y con un aspecto de lo más viril. El ambiente era una mezcla bastante extraña entre moderno y pijo, una competición de “fashion victims” para demostrar quien lucía las tendencias más exclusivas, a quien le sentaba mejor y quien había invertido mayor cantidad de dinero en su atuendo para aquel evento.
La primera en actuar fue Soryppegy, caracterizada como una Mónica Naranjo que más que “Desátame” parecía que estuviera pidiendo que la amordazaran y le pusiera un bozal, pues su apariencia no podía ser más patética. Aun así, el número consiguió su objetivo, que los invitados de Ramón no pararan de reír durante toda la canción.
Tras Susana, que intentó parodiar a Adele sin ninguna gracia, le tocó el turno a Espe que, fiel a su estilo, cantó en directo un cuplé. La picante letra fue acompañada por unos soliloquios y salidas de tono que hicieron carcajear a todos los presentes.
Cuando sonaron los primeros acordes de “Ne me quite pas”, Caro subió al escenario. Caminó como un androide hacia el lugar donde se encontraba el trípode del micrófono, tenía la boca seca y sobre sus hombros parecía que descansara el peso del mundo. Sabía que por mucho que se empeñara en imitar a la perfección la forma de actuar de su diva, aquellos hombres atractivos y bien vestidos, lo verían como una actuación cómica. Un desecho más que el mundo del arte no quiso aceptar. Aun así, se metió en el papel de la cantante francesa e intentó que todos dejaran de ver a Caro la descansa y en su lugar contemplaran a Edith Piaf.
Curiosamente, cuanto más repetía el verso que daba título a la canción, más se centraban los ojos de los comensales en ella. Estaba tan entregada a plasmar con su rostro el drama que encerraba aquella canción que, por primera vez, nadie sonrió, ni se burló ante su forma grotesca de moverse en el escenario.
Durante el estribillo los ojos de Ramón se encontraron con los suyos y, como si fuera una especie de desafío, le mantuvo el pulso con la mirada. Cuando no hay nada que ganar, no hay lugar a perder nada.
En el momento que dijo aquello de “Moi je t'offrirai des perles de pluie, Venues de pays où il ne pleut pas,Je creuserai la terre jusqu'après ma mort”, toda las demás personas de su público habían dejado de existir y su mente había creado un mundo particular donde únicamente existían el guapo barbudo y ella.
Aunque fue algo muy sutil y, salvo el anfitrión, nadie se dio cuenta del tierno flirteo. Caro volvió a dejarse la piel en el escenario, convirtiendo cada una de las estrofas en francés en toda una declaración de amor.
Ramón, acostumbrado al sexo de usar y tirar, donde primero se folla y después se preguntan los nombres, aquel gesto tan romántico por parte de la travesti le llegó muy hondo y aunque en un principio no se sintió atraído por ella, comenzó a mirarla de un modo bastante bien distinto.
El físico de aquel chico que estaba subido al escenario vestido de mujer, distaba mucho de los cuerpos esculturales con los que solía desahogar su lujuria. Sin embargo la forma en que estaba interpretando el tema le estaba tocando tanto la fibra sensible que, a pesar de su delgadez y sus facciones alargadas, hasta le comenzó a resultar atractivo.
Cuando el desgarrador tema concluyó, todos y cada uno de los asistentes se levantaron y empezaron a aplaudir, pero quien con más ganas lo hacía fue el dueño del chalet.
Si sorprendida estaban sus tres amigas por la reacción tan clamorosa que había tenido su actuación, más lo estaba Caro que se sentía como una nube. Por unos instantes su mente la transportó a otro lugar, más multitudinario y con más glamour. Imaginó estar en el Ópera Garnier y que su público era la creme de la creme de la sociedad parisina. Durante un brevísimo espacio de tiempo se dejó llevar por su fantasía y se metió aún más en la piel de Edith Piaf.
Tras saludar, como si de una gran celebridad se tratara bajo del escenari, cedió su puesto a Sorippegy que caracterizada como Paulina Rubia hizo reír a los invitados con su puesta en escena de “Una sola mirada”.
Mientras caminaba hacia las habitaciones de la casa de invitados para cambiarse pare el próximo número, su mirada y los del su reciente admirador se volvieron a cruzar, fue todo tan intenso, que por primera vez Caro fue consciente de que el deseo era mutuo
Su segunda actuación fue el “Rehab” de Amy Winehouse, de nuevo la gente se levantó a aplaudirle por el modo en que se metió en la piel de la salvaje cantante británica. Caro estaba tan pletórica que no pudo evitar echar unas lágrimas de alegria e incluso llegó a pensar que quizás su suerte estuviera cambiando.
Tras la divertida actuación final en la que Susana era acompañada por sus tres compañeras en su imitación de Beyonce con su “Single ladies”. Ramón hizo pasar a la gente al otro lado de la terraza, justamente donde se encontraba la barra y una especie de pista de baile.
Estaba tan contenta por cómo había ido la noche que no le importó, a diferencia de sus compañeras, que no hubiera alcohol en la fiesta y se tomó su primera Coca-cola con las mismas ganas que si fuera una copa de un whisky de doce años.
No transcurrió mucho tiempo antes de que se le acercara el anfitrión de la fiesta y, con la excusa de felicitarla por su buena actuación, se puso a charlar con ella.
En un principio la conversación discurrió por los senderos de la prudencia, pero conforme más palabras fueron intercambiando, más difícil le fue negar que entre ellos dos estuviera surgiendo algo. Caro se sentía reconfortada por la forma tan amable y generosa que aquel hombre tenía de tratarla. Ramón acostumbrado al postureo y egocentrismo de la gente del mundo de la noche en la que se movía, la humildad y sencillez con la que aquel afeminado chico se comportaba con él, lo tenía fascinado.
Caro, realista como era, sabía que aquel sentimiento sería efímero y si no aprovechaba la oportunidad que se le presentaba, se arrepentiría toda su vida.
Con su mejor cara de inocente e insuflando a sus palabras de toda la picardía posible, le preguntó:
—¿Me podrías decir dónde está el servicio? De repente me han entrado unas ganas locas de hacer pipí.
Ramón sonrió complacido y le dijo:
—He instalado uno en los alrededores del patio, pero eso están muy concurridos. Mejor te acompaño al de la casa de invitados.
La travesti gótica no pudo evitar relamerse los labios, al comprobar que aquel individuo de cerca de metro ochenta, puro musculo y con un porte de macho de los que tiran de espalda, había picado el anzuelo que ella le había lanzado, con mayor facilidad de la que esperaba.
Si tenía alguna duda sobre sí aquello de acompañarla entrañaba algún acercamiento íntimo, se disiparon cuando le dijo que se fuera yendo para la casa que en un minuto él lo alcanzaba.
Que se dirigiera a él usando el género masculino le incomodó un poco, hacía tiempo que había conseguido que, salvo los funcionarios públicos, nadie la tratara como un hombre. Sin embargo, lo consideró un pequeño peaje que tenía que pagar para estar con un macho tan maravilloso como aquel.
Ramón seguía sin entender muy bien que le atraía tanto de aquel chico tan delgado y tan lejos de los prototipos de tíos con los que follaba. Lo único que sabía es que al verlo caminar en dirección a la vivienda principal, la lujuria enredó sus pensamientos, sintió como su polla se llenaba de sangre y como, poco a poco, se fue empalmando de un modo bestial. Su mente no había asimilado aun si se lo terminaría follando o no, pero su cuerpo ya tenía claro que lo haría.
Cuando consideró que había dejado transcurrir el tiempo prudencial para evitar que la gente cotilleara, tenía una erección tan tremenda que hasta le dolía el nabo de tenerlo contenido dentro de los ajustados vaqueros.
Con total disimulo entró en la vivienda. Nada más llegar a donde lo aguardaba Caro, invadió su espacio personal, la abrazó contra su pecho, buscó su boca y le metió la lengua hasta la campanilla. Durante el intenso minuto que sus labios estuvieron unidos, Ramón creyó tocar el cielo. No recordaba que hubiera disfrutado tanto simplemente besando a alguien.
Las muestras de cariño sobrepasaron las expectativas de la delgada travesti, que venía preparada para que el musculoso treintañero hiciera uso de su cuerpo del mismo modo impersonal que solían hacerlo. Creía estar soñando y sentirse aplastada entre los poderosos brazos del barbudo oso, lejos de parecérsele agobiante, la tenían en un galopante subidón. Lo más parecido a la felicidad que había vivido nunca.
—Vayamos al baño, hay mucha gente deambulando por los alrededores de la casa de invitados y no quiero que nadie nos corte el rollo —Le dijo apartándola suavemente de él, al mismo tiempo que le indicó con el dedo a que lo siguiera.
Cerraron la puerta tras de sí y reanudaron su interrumpida pasión con más frenesí si cabe. La lengua de Ramón volvió a jugar con la de Caro de un modo que nunca nadie lo había hecho, la excito tanto que, hasta llegó a tener una erección, algo que ella se había reprimido siempre, en un intento de parecer más femenina y de huir de su masculinidad innata que tanto aborrecía.
El musculoso osito se dio cuenta de su erección y, lejos de incomodarle, restregó sus genitales contra los de ella. Aquel detalle le pareció maravilloso y, por primera vez en su vida adulta, no lamentó tener una polla. Es más, fue tanta la pasión que aquel hombre estaba poniendo en sus caderas, que por momentos imaginó tener un coño y que estaba siendo penetrada.
Sentir la dura y enorme barra frotándose contra su pelvis la tenía en el séptimo cielo, un lugar del que no estaba dispuesta a bajar, pero que a su acompañante llegó a parecerle incómodo. Tras un intenso minuto de sobeo, de un modo impetuoso, se apartó de ella, se desabrochó el cinturón, se bajó la bragueta y no paró hasta dejar desnudó su miembro viril.
La verga de Ramón era sencillamente espectacular: ancha, bastante larga y con la piel cubriéndole por completo el prepucio. Caro atrapó con su mano aquel enorme apéndice y comenzó a masajearlo. En un principio muy suavemente, como si estuviera acariciando algo frágil y delicado, pero conforme aquel trozo de carne se fue endureciendo más, la contundencia con que lo hacía iba en aumento.
Ramón la volvió a besar de un modo tan salvaje que hasta le mordió los labios levemente. Ella, como si quisiera devolverle aquella muestra de cariño, decidió pagarle con una de las cosas que mejor se le daban: el sexo oral.
Se agachó ante lo que para ella parecía una estatua helénica hecha carne. Acercó su boca al vigoroso mástil, tiró para atrás de la piel de su glande y, una vez tuvo desnudo al violáceo capullo, se lo metió en la boca. Mientras probaba el sabor de su virilida, buscó la mirada del atractivo oso y lo que vio no le pudo reconfortar más.
Al contrario que hacia todo aquel a quién le chupaba la polla, que cerraba los ojos como si quisieran negar que era ella con la que practicaban sexo, su improvisado amante tenía clavada la mirada en su rostro, no solo estaba pendiente de cada cosa que le hacía, sino que la bondad y generosidad con que sus ojos la observaban rozaban la ternura.
Sin pensárselo ni un minuto, se tragó hasta la base aquel erecto mástil. Eran muchos años de práctica y quería que aquel hombre, recordara la mamada que le iba a practicar por mucho tiempo.
Una vez la engulló por completo, comenzó a succionarla como si quisiera sacarle la leche con ello. Escucharlo decir lo bien que lo hacía, le empujó a saborear con más ímpetu aquella maravilla de la naturaleza que tenía el peludo treintañero entre las piernas. No solo era grande y gorda, también estaba dura como ella sola.
Para tener más facilidad para devorar el enorme pollón, llevó tímidamente las manos a su trasero. Su reacción fue contraria a la de aquellos con los que iba normalmente, no consideró que aquello fuera una enfrenta a su masculinidad y no le puso ninguna pega. Comprobado que no había ningún problema, apretó fuertemente las duras nalgas y las uso como punto de apoyo para engullir mejor su colosal nabo.
Ramón estaba gozando como hacía mucho tiempo que no lo hacía, los tipos con los que iba normalmente estaban más pendientes de que le recordaran lo bueno que estaban y lo especial que eran, que de proporcionarle verdadero placer. Aquel chico delgado y poco atractivo mostraba un interés nulo porque le alimentaran su ego y simplemente parecía buscar disfrutar de su cuerpo, a la vez conseguía satisfacerlo.
Si aquella noche alguien le hubiera dicho que tener sexo con Caro hubiera sido tan estupendo, se habría reído en su cara. Le costaba entender que había visto en él en un primer momento, pero no podía encontrarse más dichoso por cómo se habían ido desarrollando los acontecimientos.
Caro sabía que de seguir así, su estatua griega particular se correría en su boca y, aunque era algo que evitaba normalmente, estaba loca porque la penetrara. Se sacó la polla de la boca y con total descaro le dijo:
—¿Tienes un condón?
—Por supuesto —Contestó Ramón al tiempo que daba un par de pasos torpes hacia el mueble con espejos que tenía a su espalda y abría uno de los cajones.
Una vez rasgó el envase del profiláctico y lo sacó de su interior envolvió su pene con él. La travesti gótica se había bajado los pantalones y, tras apoyarse con los codos en la pared, sacó el pompis para afuera en una clara señal de dejarle claro que quería que la taladrara con su erecto mástil
El robusto oso se fue hacia ella, apoyó una de sus manos en su zona lumbar y con la otra dirigió su ariete de carne hacia la entrada trasera de Caro. Empujó, empujó y empujó, pero aquello parecía una casa de ladrillos, no una de paja o de madera como había supuesto. Con cierto fastidio, exclamo:
—¡Tío, estás muy estrecho!
—Lo siento —Respondió la travesti con un pequeño hilo de voz que denotaba lo culpable que se sentía por ello.
—No importa, así me gusta más.
La malicia con la que el osito impregnó sus palabras, la sorprendió un poquito, pero no puso ninguna objeción y se limitó a poner cara de que no iba la cosa con ella.
Ramón cogió un bote de Body Milk de una repisa que había en el amplio cuarto de baño, embadurnó su pene con él y a continuación hizo lo mismo con el ojete de Caro.
—Lo intentamos así, que no puede ser, no pasa nada… Pero siempre me han vuelto loco los culitos estrechos y me gustaría hacerte disfrutar como tú lo has hecho conmigo.
De nuevo la amabilidad, empatía y consideración de aquel hombre volvió a ganarse la confianza de la chica atrapada en el cuerpo de un hombre y, más que nunca, deseo que su culo dejara de ser una puerta infranqueable para el erecto falo de su acompañante.
La lubricación y el empeño que ambos pusieron consiguieron que, poco a poco, el ano de Caro se fuera ensanchando y devorara el gordo nabo. Una vez las paredes de su recto se acomodaron al gigantesco invasor, Ramón comenzó a bombearlo de una manera que a Caro le pareció de lo más placentera.
Se podía decir que era la primera vez que disfrutaba con el sexo anal, era tal la maestría con la aquel hombre profanaba sus esfínteres que sintió como, sin tocarse siquiera, alcanzaba el orgasmo e, irreflexivamente, dejo caer unas gotas de semen sobre las relucientes baldosas del suelo.
El libidinoso treintañero siguió cabalgándola durante unos minutos más, transportando su mente a unos paraísos de placer que ni había soñado pisar. En el momento que sintió que iba correrse, agarró fuertemente sus caderas, clavando sus dedos en ellas con fuerza y lanzó un gutural quejido.
Durante unos segundos el tiempo pareció detenerse para los dos. Con la pasión adormecida ambos se miraron fijamente, se volvieron a besar, en esta ocasión con más ternura.
—Me lo he pasado muy bien —Le dijo Ramón mientras le acariciaba suavemente el cabello.
—Yo también.
Mientras se subían el pantalón y se recomponían un poco la ropa, ambos se dijeron en silencio que aunque aquel había sido el mejor polvo que habían echado en mucho tiempo, no se iba a volver a repetir. Los mundos al que cada uno pertenecía eran incompatibles y era un hándicap contra el que ninguna relación podía luchar. O por lo menos ellos se veían incapaz de hacerlo.
Todo hubiera quedado entre ellos dos, si la providencia no hubiera querido que, al salir del baño los pillara Espe.
De vuelta a Sevilla, con el culo dolorido y con la mente dichosa, no le costó ningún trabajo poner cara de que, las incesantes puyitas de sus amigas sobre su conquista de aquella noche, no iban con ella.
Si algo le molestó fue el concierto de eructos y flatulencias que sus amigas le hicieron soportar tras tomarse casi una caja de Coca-colas cada una.
Para algunas Ramón, tras aquella noche, recibiría el sobrenombre del cocacolas. Para ella subiría a su olimpo particular de los hombres con los que les gustaría pasar el resto de sus días.
Estimado lector, si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más que te pueden gustar, la gran mayoría de temática gay. Espero servir con mis creaciones para apaciguar el aburrimiento por esta cuarentena inédita que nos toca vivir.