Un ojete la mar de sensible

Doce hombres con los que follaría sin piedad (5 de 8)

Nunca antes me he encontrado sumido en una situación tan excitante como la de ahora, noto como del agujero de mi culo emana un calor bestial pues lo tengo  dilatado a más no poder. Me he arrodillado en el suelo y he sacado el pompis fuera,  como si implorara  con ello que me enculen casi a la desesperada. Estoy tan caliente que, como si rogara que calmaran mis ansias de placer,  mi ano se abre y se cierra en pequeños espasmos. En el momento que  percibo como el tranco de Alain se va internado paulatinamente en mis entrañas, una sensación de satisfacción desmedida me invade.

Si la follada que me está propinando el vasco  me tiene con los sentidos a flor de piel, el acto sexual que se desarrolla a un escaso metro de mí no me puede poner más tremendamente cachondo. Nikolás, el más corpulento de los camioneros vascos, y Bernard, el más atractivo de los polacos, juegan a meter su polla, y al mismo tiempo, en el agujero de JJ. El primero se ha sentado en el suelo, mi colega se ha montado sobre él, dejando que el otro lo cabalgue desde atrás. Desde donde estoy puedo apreciar claramente como los dos hermosos embutidos parecen pelearse por entrar en un orificio demasiado estrecho en un principio, pero, como todos los presentes comprobamos, capaz de agrandarse lo suficiente para albergar a ambos por completo en su interior.

Como mi amigo y el polaco  se encuentran de espaldas a mí, centro toda mi atención en el rostro de Nikolás, quien pone cara de no creerse lo que está ocurriéndole y de estar experimentando sensaciones de lo más novedosas. Aunque soporta impasible los envites que Bernard da contra la retaguardia de Jota, no hay pasividad alguna en su semblante, del cual emana un aura de vigorosidad fuera de lo común. Es un calentorro y un impaciente de cojones, pero es un machote como la copa de un pino y con una gruesa polla morena tremendamente apetecible. Pollón que, por culpa de que el señorito ignora  lo que significa la palabra paciencia, es el único que no he podido catar aún (Pero todo se andará, pues  tengo claro que de aquí no me voy sin probarla).

Relajo mi cuerpo al máximo,  y como si con ello pudiera dejar entrar mayor parte del cipote de Alaín, me inclino hacia delante y, sin perder detalle de la asombrosa doble penetración, comienzo a gemir compulsivamente. Nunca antes me habían  follado tan bien, nunca antes ser atravesado por un carajo tan enorme me había producido tan poco dolor. El poderoso misil atraviesa mis esfínteres y, en el momento que sus huevos hacen tope con mi perineo, mis sentidos quieren estallar de gozo.

—¿Te lo estás pasando bien, Chiqui ?

Respondo  con un “sí” entre jadeos. Su vigorosa broca me taladra de un modo tan brutal que casi se me hace imposible hablar. Una sensación de desencanto me embarga al notar como aquel enorme trozo de carne sale de mi interior y no vuelve a entrar. Sorprendido vuelvo la cabeza y me encuentro con el atractivo vasco erguido, con su nabo cimbreante como el mástil de un barco y  cediéndole amablemente su puesto a Dominik, uno de los sementales polacos. La sensación de desasosiego se transforma en un lujurioso deseo, vuelvo a adoptar la postura que tenía y, una vez el fornido treintañero  se acomoda en mi grupa, dejo que su rosada lanza me ensarte hasta el fondo.

El poderío con el  que Alain le pide a Bernard que le deje ocupar su lugar, hace que un sentimiento de envidia surja en mí y automáticamente  se transforme en frustración pues, por mucho que yo lo deseara, mi ano es tan estrecho que nunca podría albergar dos nabos a la misma vez como lo hace el de JJ. Es como escuchar tu canción favorita,  querer bailarla y descubrir que no puedes hacerlo porque  tienes dos pies izquierdos.

Una vez el polaco se levanta, el vasco ocupa su puesto sin dilación, se coloca a horcajadas tras mi amigo y dirige su tieso sable hacia el ocupado recto. En el primer intento, no parece haber hueco para otra polla más y no la deja pasar. Sin embargo, en la segunda ocasión, encaja perfectamente y empieza a mecer con su cuerpo el de mi colega y el de Nikolás que, sentado en el suelo, sigue gozando como un enano y no para de lanzar bufidos entre dientes. ¡El muy cabrón se lo debe de estar pasando de guinda!

Mientras Dominik sigue golpeando repetidamente con sus caderas mis glúteos, penetrándome con ese modo suyo tan particular y semejante  a la cópula de los conejos, mi obnubilada mente retrocede en el tiempo y analiza los sucesos que han confluido para  que, de la manera más insólita del mundo,  mi amigo y yo estemos follando como dos descosidos con un grupo de machos de los que quitan el hipo.

Todo comenzó cuando esta mañana de camino a Villa Combarro, un pueblo de la costa de Pontevedra, a mi amigo del alma se le ocurrió entrar a desayunar en el bar de la susodicha zona de descanso.

Fue entrar en el local, ver que tanto la clientela como el personal de la barra eran del sexo masculino y los ojos de mi colega comenzaron a hacer chiribitas.  No había transcurrido ni un minuto y JJ se sintió como en  el parque temático de los “Village People”. Se puso tan calentón y tan fuera de sí que, hasta cometió la osadía de irse detrás de uno de ellos cuando fue al servicio. Minutos después Alain, el camionero vasco al que mi amigo había pretendido ligarse mientras meaba, tras insultarlo delante de los diez tipos restantes, pidió al camarero y al cocinero que cerraran el local y “obligó” a mi colega a comerle el nabo delante de todos. Una penitencia que Jota  asumió con pasividad, disfrutando  de aquel erecto paloduz todo lo que pudo y más.

Lo que en principio yo intuí que concluiría con una paliza homofóbica, terminó con mi amigo sacando la leche de los diez tipos restantes y, como aquello no pareció dejar saciados a los corpulentos individuos,  uno tras otros se lo terminaron follando. La cosa se desmadró tanto que hasta le terminaron haciendo una doble penetración, cortesía de Alain y Pepiño, el camarero.

Tras aquello lo tendieron sobre dos mesas y le dieron una ducha de caliente esperma. Si aquello me pareció la guinda perfecta para el fin de fiesta de  la inesperada bacanal, la cosa no terminó ahí, pues Alain vino hacia mí y, tras seducirme de un modo subyugante, me hizo comerle el rabo delante de todos. Nunca había estado tan avergonzado, nunca había estado tan excitado. Una parte de mí quería reprimir la sensación de bienestar que aquello que ocasionaba, mi lado oscuro quería exhibirse y convertirse en la mayor de las putas.

Confundido por el olor a rico nabo, he terminado mamando o siendo penetrado por diez de los once tipos. No había disfrutado nunca tanto y mi cuerpo, embriagado de placer, seguía pidiendo más de aquel desenfreno sexual.

En el momento que yo ya me había confiado que no había lugar para una bronca, que aquello sería follar y contar. Nikolás se puso  a discutir con Alaín. El motivo no era otro que se le había antojado  experimentar lo que se sentía con una doble penetración. Menos mal que Jota supo tomar el toro por los cuernos y se prestó a darle el gusto al muchacho. Mientras observaban como sus dos compañeros se follaban a la vez a JJ, los nueve tipos restantes no han perdido el tiempo y han formado una cola tras de mí. El primero en follarme ha sido Alain, que ha cedido su puesto a Dominik, mi conejito de Duracell particular, que no para de empujar su cuerpo contra el mío de un modo tan peculiar, como satisfactorio.

Tengo los sentidos tan brutalmente empapados de sensaciones, que me hundo impasiblemente en un mar onírico. La continuada punzada del ariete sexual que penetra en mis entrañas me pone exultante, la doble penetración que Alain y Nikolás le están realizando a JJ hace que mi hambre de sexo se reanude, mi cuerpo y mi mente siguen anhelando más. Comprobar que los machos que me rodean siguen dispuestos a seguir calmando mis necesidades me pone pletórico y no puedo evitar portarme como una perra en celo.

De nuevo mi ojete se vacía durante unos segundos, intento girar la cabeza para saber quién me va a follar, pero unas rudas manos agarran mi cabeza y me lo impiden. Levanto la vista levemente y veo a Albert, quien se ha arrodillado ante mí y  reclama  de forma arrogante los servicios de mi boca, tapándome por completo la visión. En un primer momento estoy tentado de decirle que se quite de en medio que quiero seguir disfrutando del espectáculo de la doble penetración, pero es percibir como un ancho tallo inunda mi agujero trasero y olvido cualquier reticencia. Dejo que mi voluntad se haga pequeña, cojo el grueso pollón del catalán y me lo voy tragando poco a poco.

Deduzco, por el tamaño de su miembro y por la forma de entrar y salir de mi orificio anal, que es Pedro quien me está enculando. Incapaz de seguir con la intriga alargo la mano hacia mis glúteos y toco sus testículos, cerciorándome,  por lo pequeño de su tamaño,  que se trata de  quien yo pensaba. ¡Qué  pocos huevos tiene este hombre!

Siento como los dos potentes machos hacen una coalición con mi cuerpo. No sé quién empuja más si Pedro por la izquierda o Albert por la derecha. Sea como sean ambos se han metido en el centro, uno en el de mi ano y el otro en el de mi boca. Los dos oprimen mi cuerpo contra sus pelvis, como si lo que yo pensara o deseara no importara. Amigo de dejar que las cosas se resuelvan (o se pudran) por si solas, me dejo hacer, convirtiéndome  en un pelele de lo más manejable.

Cuando más subyugado estoy por la lujuria, una brusca exclamación me saca de mi ensimismamiento. Es Borja quien, fiel a su carácter grosero-dominante, me lanza unas palabritas que aunque sospecho no llevan una intención ofensiva ni denigrante por su parte, no suenan precisamente como  un piropo.

—La puta esta, después de haberlas catado todas, seguro que no tiene ni pajolera idea de  qué polla se lo está follando. ¿A que no eres capaz de decirnos quién te la está metiendo ahora?

La aseveración me coge un poco de sorpresa y permanezco durante unos segundos incapaz de reaccionar. Me zafo como puedo del agarre de Albert, una vez saco su polla de mi boca, levanto la mirada desafiante y respondo:

—Es  muy fácil,  Pedro.

Mi respuesta deja un poco descolocado a Borja. Sin pensárselo, se pone   ante mí, en una posición  en la que nuestros ojos se puedan encontrar.  Clava su mirada en la mía  y me dice:

—¡Pero qué listo y chulo nos ha salido! —Intenta ser simpático, pero hay tanta altivez y tan poca gracia natural en su semblante que no llega a conseguirlo del todo — ¿Quién me  dice a mí que no hayas mirado por el rabillo del ojo? ¡Qué quieres que te diga! Tampoco te he estado observando y no me trago que tengas un culo tan sensible como para poder  diferenciar una polla de otra.

Se queda pensativo durante un instante. Instante que yo aprovecho para saborearlo visualmente. El muy cabrón no solo es guapo a rabiar,  sino que tiene un físico esplendoroso que me entran unas ganas  horrorosa de  devorarlo con pequeñas mordiditas. Aunque lo más me llama la atención en este momento de él, no es su belleza, ni su atlético cuerpo. En este instante lo que más valoro de él es su venosa y ancha verga, que se irgue orgullosa en su entrepierna y a unos escasos centímetros de mi boca.

Rompe su segundo de reflexión  con un chasqueo de dientes y una pequeña palmada que, dicho sea de paso, me desconcierta un poco, pues actúa del mismo modo que un sabio que hubiera encontrado la piedra filosofal.

No dice nada, simplemente se limita a caminar hacia la silla donde colocó su ropa. Por la cara que ponen los tipos que me rodean, no soy el único que no tiene ni puta idea de lo que se le ha pasado por la cabeza al muchacho. Máxime cuando simplemente se limita a coger su corbata y regresar con paso acelerado.

A todo esto, en la cuestión sexual no he tenido ni un pequeño paréntesis, Pedro ha seguido follándome como si tal cosa y Albert, aunque no se decide a meterme el nabo en la boca, me lo está restregado sin pudor por los morros y golpeándome una vez que otra los cachetes con él.

Al llegar a mi lado,  y de un modo impersonal, me coloca la corbata sobre los ojos, comprueba que no veo nada y me la ata a la nuca. No sé qué carajo pretende, estoy a punto de decir algo cuando noto que taponan mi boca. Por su forma y sabor, intuyo que Albert ha vuelto a meterme el cipote entre los labios. Seducido por lo que parece va a ser un crucero de placer a ciegas e  incapaz de escaparme del vaivén de los dos cuerpos que me aplastan tanto por proa como por la popa, me dejo llevar sea cual sea el destino que haya marcado este navío de  la concupiscencia.

—Bueno, ya que eres tan chulo y tan listo que dices que eres capaz de reconocer quien te folla —La voz de Borja suena condescendiente —Vamos a comprobar  si con los ojos tapados, eres capaz de saber quién te peta el ojal.  Al no ser que seas capaz de ver por el ojo del culo, no creo que puedas. Porque no me creo que lo tengas tan sensible para distinguir el calibre de cada uno.

Obvio el tono prepotente que imprime a sus palabras y, salvando las distancias, me siento  como en un concurso de la tele. No me voy a convertir en millonario pues  no existe un gran premio en metálico, ni siquiera coches, ni apartamentos en Torrevieja (Alicante),  así que mi amor propio se tendrá que dar por pagado con demostrarle al chulo playa de Borja que soy  más listo de lo que él piensa. Sin dejar de chupar la polla de Albert, abrazo frágilmente el  morbo de lo prohibido y asiento con la cabeza.

La situación me pone cachondo a más no poder y, por el runrún continuado de los hombres que pululan en torno a mí,  deduzco que en ellos  el efecto es el mismo. Incapaz de ver una mierda, afino el oído para saber lo que sucede a mi alrededor. De buenas a primera siento como los quejidos de JJ, Nikolás y Dominik se detienen. La proposición del pijo trajeado ha logrado  llamar su atención, e incluso hasta el cansino de Nikolás ha decidido dejar de doblepenetrar y unirse al singular juego “¿De quién es esta polla cascabelera?”, al que yo me estoy prestando, para mi sorpresa, y  con una facilidad más que pasmosa.

De buenas a primera se hace el silencio, cuando me he creído que el pijo rubio iba a ser quien iba a hacer las funciones de director de orquesta del cotarro, la voz firme de Alain me recuerda quien manda allí:

—¡ Aibalaostia ! Si queréis que esto salga bien, no seáis sinsorgos y dejadme que sea yo quien organice esto. Montándonoslo bien el tío este  no va a  poder acertar ni una. Vosotros dos —supongo que se dirige a Pedro y a Albert —¡dejad de darle polla y poneros con los demás! ¡Nos lo vamos a pasar de requeté putísima madre! ¡Aúpa pues!

Deduzco por el silencio reinante que el petulante vasco está dirigiéndose a ellos con gestos. No sé por qué, pero me lo imagino haciéndoles señas con las manos,  tal como las que hacen los oficiales  a las  tropas de asalto en las películas americanas.

Sobrepasado por lo que me sucede, y  con miles de hormigas recorriendo  mi espalda, me limito a mantener la sumisa postura en la que me encuentro. Durante unos instantes solo puedo escuchar las respiraciones de los hombres que me rodean, alguna que otra pisada y muchos, muchos cuchicheos ininteligibles. Tan nervioso como un niño cuando desgarra el papel de un regalo, espero ansioso que la primera polla traspase mi recto. Agudizo  al máximo mis sentidos al percibir cómo  la primera verga se sitúa entre mis nalgas e intento averiguar de quien se trata.

Noto que está  a punto de metérmela, cuando se detiene en seco. Siento un tirón de los pelos de mi nuca, al tiempo que oigo la voz de Alain repiqueteando en mis oídos.

—Presta atención pues, cada cipote que te pete el culo y no averigües  de quién es, tendrás que mamarla hasta el final y tragarte  toda la leche.

Mientras una vocecita grita en mi cabeza: “¡No ves te lo dije, esto iba a acabar mal!”, mi cuerpo se rinde a los grotescos deseos del vasco. Obnubilado por las ganas de polla, no sopeso el riesgo que supone tragarse la corrida de un desconocido, simplemente me dejo llevar y no recapacito sobre que me encuentro en un largo  tramo de aguas torrenciales,  tras el que siempre suele haber una gran cascada donde descalabrarse.

Con la temeraria apuesta tintineando  amenazantemente en mi cabeza. Me dejo penetrar, estoy tan nervioso como excitado. No me aterra tragarme la leche de ninguno de estos, lo que me aterra es quedar como un pusilánime imbécil delante de JJ quien, aunque no lo puedo ver, seguro que  está observa minuciosamente  todo lo que sucede para recordármelo después al detalle. ¡Sí lo conoceré yo!

La verga que me comienza a ensartar no es demasiado ancha. Por lo que quedan descartados Albert, Pedro e Iñaki. Por su forma de follar no es ni Bernard, ni Dominik, ni Borja. Aunque tengo mis dudas de que pueda ser Nikolás, lo descarto porque aunque me folla a un buen ritmo, su proceder no es nada bestia. Sin pensármelo dos veces doy la respuesta:

—Es Adam.

La seguridad en mi voz y la rapidez con la que adivino de quien se trata, consigue que algunos de mis acompañantes suelte algún que otro “¡Hijo puta!” o “¡Vaya con el cabrón!” que alimentan  mi ego de forma descomunal.

Desconozco que indicaciones mudas le puede estar haciendo Alain, lo único que sé es Adam sale de mi interior, seguramente para ceder su puesto a otro. Ruego encarecidamente por dos cosas: que no sea  demasiado brusco y poder adivinar de quien se trata.  Los segundos que transcurre desde que mi agujero queda vacío hasta que siento como un nuevo cipote se coloca a la entrada de mi ano, se me hacen eternos.

La apacibilidad con la que comienza a adentrarse en mi interior me recuerda a Bernard, pero su grosor es mayor. Tengo claro quién es nada más el ancho torpedo comienza a caminar por mis esfínteres, pero es tan agradable sentir esa prueba de  masculinidad en mi interior que  decido aguardar un poco antes de decir su nombre.

—Sin lugar a dudas: Iñaki.

Mis palabras provocan un murmullo de estupefacción en el grupo de  hombres que está junto a mí. Sé que todo esto que se le ha ocurrido al puto Borja es una gilipollez, que no hay ningún reconocimiento, ni merito en lo que estoy haciendo. Sin embargo, ignoro por qué me siento  eufórico, tal como si hubiera superado un nivel en un video juego.

Noto como unos rudos dedos me cogen por la barbilla y me acarician la cabeza de modo indulgente.

—¡La hostia, Chiqui, otra que has acertado pues! —A pesar de que sus palabras emanan una seguridad irritante que rozan la soberbia, el tono que emplea Alain llega a sonarme hasta amable —Te he dicho lo que te podía suceder si perdías, pero no lo que pasaría si eras capaz de ganar. Creo que aunque tú seas el que nos pongas el culito y la boca, estás hecho todo un campeón y  tienes derecho a tu premio.

Imagino que intenta buscar la complicidad de los demás, pues permanece durante unos segundos en silencio. No sé si hay una reacción positiva o negativa,  pues nadie dice nada al respecto. Más intuyo, por el modo de reanudar la conversación del vasco, que ninguno le ha mostrado su disconformidad explícitamente.

—Como el personal está kili-kolo y con las neuronas echándose una siesta, voy a proponer algo que se me ha ocurrido.  Sé que a los maricas os gusta mucho los besos en la boca, cosa que a los machotes, ¿qué quieres que te diga? No nos hace demasiada gracia. Si aquí el pichin pues tiene que tragarse la lefa de todos los que sea incapaz de averiguar quién son, yo creo que para darle más emoción al tema, y  si los acierta  a todos,  podría elegir a uno de nosotros para que se coma el piquito con él. ¿Va o no va?

—¿Tú estás de sorna? —La voz de Nikolás suena iracunda.

—No, estoy de verás.

—¿Pues?

—Que si no estás dispuesto a arriesgar que te coman la boca. No se la vas a poder meter al pichin , sin más Al decir esto me vuelve a acariciar la nuca .

A pesar de que no puedo  ver nada, percibo la tirantes dialéctica entre los dos vascos. No soy capaz de discernir si este modo violento de  hablar entre ellos es su modo habitual de hacerlo o es que se han vuelto a calentar los rescoldos de la anterior discusión. El caso es que estos dos, a pesar de ser paisanos, son como el agua y el aceite y  si alguien no interviene rápidamente, me parece que me va a ser imposible  llegar al “nivel once”.

Parece que la telepatía me sigue funcionando y es Iñaki, con su amabilidad natural,  quien  se pone el traje de ángel guardián y media entre sus dos colegas.

— ¡Aúpa, Nikolás, qué peste eres! ¿No te has enterado que el pichin, va a escoger a uno entre todos? ¿Te crees el más guapo de todo pues? Si yo fuera él, con el careto que tienes  no te daba un beso ni por todo el oro del mundo. ¡Estate tranquilo, hombre, que hoy no vas a tener que comerte la boca con ningún tío!

El desparpajo del calvete hace mella en Nikolás, quien le responde entre risotadas:

—No sé qué carajo te habrá visto a ti que a tu churra la ha conocido  a la primera ¡así que ándate con cuidado pues!

La grosera broma le hace gracia a los demás hombres, que comienzan a reírse a carcajadas. En unos segundos, donde parecía que iba a haber bronca, termina imperando la cordialidad.

Una vez superado el escollo  y tras intercambiar algunos chistes obscenos e insultos entre ellos, de nuevo vuelve a reinar el silencio. Estoy tentado de llevarme las manos a la cara y quitarme la corbata que cubre mis ojos, no obstante, el jodido juego me ha seducido por completo y si unos instantes antes deseaba ganarlo por orgullo, la posibilidad de besar a uno de aquellos machos enerva mis sentidos de un modo tal que hasta me sorprende. Me llevo la mano a la entrepierna y compruebo que, de solo pensarlo, tengo el ciruelo como una piedra. ¡Si es que no tengo perdón de Dios!

Sin darme tiempo a reaccionar, unas manazas se apoyan en mi zona lumbar, no hay que ser un Einstein para adivinar las intenciones con la que hace esto. No hace falta que me penetre, para que sepa de quien se trata.  Lo he averiguado por su forma de tocarme con tanta potencia, como si estuviera conteniendo unos azotes. Pero como no estoy dispuesto a equivocarme, prefiero cerciorarme. En el momento que el ancho proyectil atraviesa el cañón de mi recto, lo tengo clarísimo. Al igual que la vez anterior, dejo que me proporcione una potente dosis de  placer antes de pronunciar su nombre:

—Es Albert.

Esta vez se sorprenden menos, pues los murmullos no son tan numerosos. ¡Lo que daría por ver la cara del cabrón de Borja!

Quien me monta a continuación, me da un poquito de penita. Pues su torpeza y su capacidad para follarme lo delatan. Unas risotadas apagadas se escuchan a mi alrededor, el chaval lo debe estar pasando mal y los nervios le deben estar pasando una mala pasada. Intento no ser condesciende y le digo:

—¡Antoñino, ven para acá que te voy a comer tu rica polla!

No sé qué fibra tocan  mis palabras en aquellos cachos de  bestias, pero dejan de reírse y se ponen a animar al tímido chaval hasta tal punto que me mete la polla en la boca de golpe, como si me quisiera atragantar con ella. Cosa que, dado su tamaño, no consigue ni por asomo, aunque yo simulo que sí, dando unas arcadas tan exageradas como falsas.

El  joven gallego se emociona tanto que tiene que ser Alaín quien lo separe de mi boca diciendo:

—¡Oye chiqui, que ya  ha averiguado quien eres! ¡Así que no te hagas ilusiones de soltarle toda la lefa que eso no es lo  hemos acordado!

El siguiente en posicionarse en mi grupa demuestra ser excesivamente meticuloso, en un principio no tengo ni pajolera idea de quién se trata. Tengo la sensación de que el tío está haciendo todo lo posible por enmascarar su forma de actuar, en un principio, por el grosor de su polla, tengo dudas de si se trata de Bernard o de él, no obstante es sentir el modo infame con el que me taladra, como si buscara hacerme daño y no tengo dudas. Esta vez no tardo en decir su nombre, pues, a pesar de lo bueno que está, no me apetece darle el gusto de que me folle durante más tiempo.

—¡Sin duda e indiscutiblemente, es Borja!

Daria dinero por ver su cara, ¿quién carajo se ha creído que es este tío para hacerme a mí de menos? De fondo, al igual que sucediera con el cocinero, se oyen unas risotadas apagadas. En esta ocasión, las burlas no me molestan ni una pizca e incluso sonrío complacido.

Con la guasa flotando aun en el ambiente, el siguiente jugador se coloca en posición. Simplemente percibo sus dedos sobre mi zona lumbar y la sorpresa me invade. En un principio pienso que pueda ser Pepiño, el camarero, pero es comprobar con la maestría que su polla busca mi agujero y un sentimiento de desconcierto se apodera de mí. Incomodo ante lo que descubro, expulso el cuerpo extraño de mí y grito enfadado:

—¡JJ, eres un cabrón! ¿Cómo se te ocurre ponerte en cola?

—Tú ya sabes que yo me apunto a un bombardeo —El desparpajo de su respuesta arranca unas risas entre el grupo de trabajadores.

Me cabreo tanto que hasta estoy  tentado de quitarme la venda de los ojos, pero cuento hasta doscientos mil cuatrocientos millones (mentira solo hasta diez) y me lo tomo como lo que ha sido: una broma del desvergonzado de mi amigo.

El juego sigue y el nuevo “concursante” se posiciona tras de mí. Los callos de sus manos me dejan claro que es uno de los camioneros, con lo que Pepiño está descartado. No sé porque pero tontea con su polla en  la raja de mis glúteos, algo que me pone súper cachondo. Por el tamaño del salchichón, ancha y grande, me aventuro a pensar quien es, pero como no estoy seguro y estoy deseando que me vuelvan a follar, me hago querer un poquito.

La potencia con la que la ancha columna de carne entra y sale de mi interior me tiene atónito. Estoy enmudecido por  la inmensa satisfacción que me produce y  tiendo por reservarme revelar su identidad  más adelante. Tras una tremenda cabalgada, no me hago de rogar más y entre jadeos pronuncio su nombre:

—¡Es… ahhh… Alaiiin….!

—¡No sé cómo lo haces, Chiqui ! —Dice saliéndose de mi interior y dándome un cachete en las nalgas —¡ La hostia, ni que tuvieras un radar en el ojete!

Su broma consigue sacar unas carcajadas a algunos y yo no tengo más remedio que sonreírme por debajo del labio, intentando no  desconcentrarme demasiado. Me quedan cinco todavía, uno que no tengo ni puta idea  y dos que no sé si voy a saber distinguir. En el momento que noto la presión de  la yema de sus dedos sobre la zona lumbar sé que no es Pepiño. Son unas manos enormes y endurecidas por muchos años de trabajo.

Sin demora dirige la erecta estaca contra la mitad de mis glúteos, localiza hábilmente la entrada y empuja.  La brusquedad del envite, unido al grosor del misil que me atraviesa hace que suelte un quejido de dolor. Si no estuviera tan dilatado, el poco tacto que ha demostrado  mi “penetrador” me hubiera producido un leve desgarro anal. Sin embargo, la potencia con aquel dardo se clava en mis entrañas, me hacen disfrutar del momento y aunque conozco  ya su identidad me la callo durante un minuto más o menos.

—Es alguien que no se debe preocupar lo más mínimo porque se me antoje besarlo —Mis palabras están cargadas de cierto retintín, pues en el fondo estoy un poco dolido por su explicito rechazo anterior —, Nikolás.

—¡Mejor así! —Su voz suena agria, como si se hubiera enfadado por mi observación —. Mis besos los  reservo para las títis…

No deja de sorprenderme las reacciones tan variadas de las persons, hace unos momentos había estado a punto de formar una zapatiesta por  vislumbrar la posibilidad de que yo le pudiera dar un muerdo, ahora al ver que, en ese sentido,  paso de él  como de las mierdas, hasta se ha mosqueado un poquito. ¡Qué rarito somos los seres humanos!

Intento que el pequeño conflicto no me afecte, relajo mi cuerpo y me preparo a recibir la siguiente cornada en mi retaguardia.

Por la forma impersonal con la que me toca y  con la que se dispone a metérmela, me deja claro de quien se trata. El ancho trabuco y la forma de manejarse con él, me lo confirma. Al igual que las dos veces anteriores, me callo la respuesta un poquillo para seguir disfrutando de uno de los mayores placeres que conozco: un nabo saliendo y entrando de mis entrañas de forma desmedida.

—¡ Peedroo ! —No sé porque, pero me oigo y no puedo evitar acordarme de Penélope Cruz dándole el Oscar a Almodóvar.

El siguiente, y  por la forma de atrapar mis caderas entre sus enormes manazas, deduzco en un santiamén  de quién se trata. Una vez su masculinidad invade mis entrañas, lo tengo más que claro. Es la segunda ocasión en que me folla y estoy disfrutando tanto o más que la primera vez. Me olvido del puto “concurso” y me hundo en un satisfactorio  mar de impudicia, desinhibido como estoy comienzo a suspirar como un poseso. No sé si él estará disfrutando lo mismo que yo, pero por la manera de moverse y por cómo la polla se le pone más dura a cada segundo que pasa, me termino a aventurar que sí.

De pronto una voz me saca de mi ensimismamiento. Es Alain que viendo el rato que llevamos dale que te pego, me apura para que de un veredicto.

Chiqui, ¿lo sabes o no lo sabes?

La verdad es que  sé claramente que es Bernard, pero me lo estoy pasando tan bien con su tranca en mi interior que no quiero que termine. Una maldad cruza por mi cabeza. “¿Y si lo retardo un poco más y no digo de quien se trata?  ¿Qué me podría pasar? Que me tendría que tragar la corrida del guapo polaco, ¿qué más da? Total, lo de darle un beso a uno de estos brutos tampoco es algo que me vuelva loco”. Es solo vislumbrar devorar su semen y siento como la bestia de mi entrepierna se revela vibrando por la emoción.

—Un poquito más a ver si soy capaz de averiguarlo —Intento que mi voz suene suplicante, con la única pretensión de disimular mi mentira.

—Por última vez, ¿lo sabes o no? —La voz de Alain suena con firmeza, dejándome claro que mi tiempo se ha agotado.

Muevo la cabeza en señal de negación. Me apetece mejor saborear la leche de Adam que sus labios, lo primero sé que lo vamos a disfrutar los dos, lo segundo puede que a él no le haga  ninguna gracia y no me gusta forzar a nadie a nada.

Adivino los dos siguiente  enseguida, a Pepiño por la forma de su polla, pues la tiene ligeramente torcida hacia arriba. A Dominik por su singular forma de mover la pelvis cuando folla. Está claro que no he ganado, pero lo que ignoran es que el biberón que me voy a tomar ha sido decisión mía, lo que me hace sentirme más orgulloso.

Me quitan la corbata que cubre mis ojos y mientras mis ojos se adaptan de nuevo a la luz, escucho como Alain, que se ha proclamado a sí mismo como juez del estrambótico concurso, se pone a hablar como si dictaminara el resultado del modo que lo hacen los presentadores de los programas de la tele.

—Aquí el pichin se ha portado de puta madre y ha conseguido acertar sin lugar a dudas quien se lo estaba follando casi en todo momento, ha fallado en una y por eso no se podrá llevar su premio pues. Algo que alguno que otro  agradecemos —Al decir esto último lo dice con cierta sorna y soltando una pequeña risotada —. Sin embargo, él si deberá pagar prenda.

Hace un gesto con la mano para que Bernard se coloque delante de mi cabeza. Levanto la mirada y sin sutilezas de ningún tipo dejo que mis ojos lo devoren. El polaco es un tío de toma pan y moja chocolate, robusto a más no poder, con un cuerpo simétrico en el que la grasa brilla por su ausencia, es guapo a rabiar y, en el momento que nuestras miradas se cruzan, siento como sus enormes ojos grises se clavan en mí de un modo tan seductor que me hacen sentirme alguien especial.

El modo en que me mira me hace dudar si ha sido buena idea desistir de ganarme un beso de él, pues en esos breves segundos que nuestros ojos conversan entre ellos, tengo la seguridad de que, a pesar de la vergüenza que le pudiera ocasionar darse un muerdo conmigo delante de sus compañeros de trabajo, es algo que no le hubiera desagradado. Pero ya la cosa está hecha y no sirve de nada lamentarse.

Abandono las conjeturas y centro toda la atención en el mástil que se erige en su entrepierna. Acerco mi boca a él y comienza a cimbrear impaciente. Lo agarro suavemente, para bajarle la piel que cubre su prepucio y dejar al descubierto un brillante glande rosáceo. Sin meditarlo, lamo el hermoso capullo y masajeo el largo miembro. Aunque es ancho, no lo es tanto como lo de algunos de los allí presente. Ha sido una delicia tenerlo dentro, encajando perfectamente en las paredes de mis esfínteres, frotándose con ellas de un modo tan jodidamente morboso como satisfactorio.

Jugueteo un poco con mi lengua por los pliegues de la hermosa cabeza de flecha. La succiono  enérgicamente durante unos segundos, para tragarme el enorme sable hasta la base. Agarro sus huevos  con la intención de  que una mayor parte de aquel mástil palpitante profane mi cavidad bucal. Noto como su punta choca contra mi campanilla, ocasionándome unas leves arcadas. Me olvido de la pequeña sensación de malestar que me produce y prosigo engullendo  todo lo mejor que puedo aquella hermosa prueba de virilidad.

Si esta mañana al salir de Vigo me hubieran dicho que iba a comerle la polla a un desconocido delante de una pequeña multitud, hubiera contestado que ni de coña. No obstante, debo de admitir que no solo me produce placer mamar el hermoso y exquisito nabo de Bernard, sentirme observado por tantos ojos me pone una barbaridad, tanto que  procuro esmerarme al máximo en lo que estoy haciendo.

No tengo ninguna prisa en que el polaco me llene la boca de leche, así que me tomo mi tiempo en hacerlo llegar al orgasmo. Unas veces me la trago a un ritmo frenético, otras el ritmo es más pausado, cuando creo que va alcanzar el paroxismo, dedico mis mimos a sus testículos, los cuales lamo, chupeteo y me meto en la boca propiciando que jadee entrecortadamente.

Ignoro cuanto tiempo he pasado saboreando aquella vibrante barra de carne, pero me queda claro que ya no voy a poder contener más la erupción de semen que pugna por salir de su interior. Consciente de ello, me la trago hasta el fondo dejando que el pequeño geiser inunde mi garganta de un modo estrepitoso.

Me saco la caliente lanza de la boca y, durante unos intensos segundos,  contemplo su majestuosidad. Dejando la sensatez aparcada en la calle del olvido, limpio con la punta de la lengua  cualquier gota de esperma que se me hubiera escapado, al tiempo que paladeo la copiosa corrida antes de engullirla. Está caliente, con un  agradable sabor entre agrio y amargo. Estoy tan cachondo que hasta me llevo la mano a la polla y me comienzo a masturbar. La contundente voz de Alain me saca de golpe de mi momento onanista.

—¡ Pichin, no te pajees que todavía te  queda fiesta que bailar!

Tengo que poner cara de “¿Qué me estás contando?”, pues el vasco, que sigue presentando una erección bastante curiosa, se lleva la mano a la churra y me dice:

—¿No te gustaría que te la metiéramos dos a la vez como a tu amigo?

—¡Ni de coña!

Continuará dentro de dos viernes en: Mi primera doble penetración.

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