Un objeto para ser usado

Clara se despierta en una habitación extraña sin recuerdos de cómo o cuándo llegó ahí, pero lo que va encontrando poco a poco le augura que no le espera nada bueno.

Clara abrió los ojos, confundida. Se vio a sí misma acostada en una cama, pero aparte de estar desnuda, se vio en el lugar que por lo general estaba reservado para las almohadas, en posición de firmes.

Se levantó y pasó la mirada por la habitación, no siendo este nada más que un cuadrado de paredes negras con nada más que la cama en la que estaba, una lámpara en el techo que iluminaba el lugar, un closet y un espejo desde donde podía verse a sí misma, su cabello negro hasta los hombros, sus ojos marrones y la cara pálida llena de pecas.

Se pasó la mano por la frente, forzando su memoria, pero no podía recordar cómo diablos había llegado ahí.

—Tengo que salir de aquí —concluyó y saltó de la cama yendo al closet, pues no se animaba a salir de la habitación así como estaba, desnuda.

Abrió la puerta del closet y lo que vio hizo que casi se le detuviera el corazón del susto, así que retrocedió unos pasos y se llevó las manos a la boca para contener un grito.

En la zona donde deberían ir las camisas, metidas en bolsas de plástico transparente, estaban dos muchachas, una chica negra y otra rubia, con los ojos totalmente en blanco y con una sonrisa en los labios.

—¿E-e-estarán muertas? —se preguntó.

Pero pronto comprobó que no era así, pues las bolsas en el área del pecho subían y bajaban, denotando una respiración.

—¿H-hola? —llamó Clara tomando del brazo a la chica negra, sacudiéndola, pero no hubo respuesta.

Bajó la mirada hasta los coños perfectamente depilados de las dos muchachas y pudo notar algo ahí: códigos de barra.

Un escalofrío le recorrió la espalda, se llevó la mano al vientre tapando algo que no sabía si estaba ahí pero que presentía que sí, quitó la mano, miró… y vio un código de barras.

—Tengo que salir de aquí —resolvió una vez más.

Hizo de lado a las dos ¿muñecas? y buscó en el closet, encontrando un conjunto muy diminuto de ropa interior femenina de color negro, no era lo óptimo pero era mejor que ir con el coño al aire.

Se puso las pequeñas prendas y salió al pasillo donde el horror no hizo más que aumentar:

En el pasillo había más mujeres, igual que las dos del closet, tenían los ojos en blanco y tenían esa sonrisa en los labios, pero no estaban metidas en bolsas así como sus compañeras en la habitación. Una estaba recargada a la pared, con las rodillas y codos doblados, como si estuviera haciendo sentadillas de pared, una más estaba en cuatro, pero con varios ornamentos sobre su espalda y al final, estaba una acostada en el suelo, pero sostenía sus piernas para que sus rodillas llegaran hasta el pecho y además, en el ojete alguien le había puesto un ramo de flores. Era obvio que algún enfermo les había hecho alguna especie de control mental a esas chicas para convertirlas en muebles, en una silla, una mesa y un florero respectivamente.

Clara decidió no concentrarse en esos cuerpos desnudos de ojos blancos y continuó avanzando hasta llegar al final de ese pasillo, donde encontró unas escaleras que subían hasta una puerta.

Subió, atravesó la puerta y se encontró ya en un departamento normal, con sus muebles y adornos en las paredes que no indicaban que algo jodidamente aterrador ocurría allá abajo.

En la mesa del comedor vio a un hombre que revisaba unas cosas en una tablet. Al parecer la vio de reojo porque sin mirarla dijo:

—¡Almohada, ya despertaste! Justo a tiempo. Prepárame el desayuno.

Parecía que el hombre estaba distraído, esa era una gran oportunidad, seguirle el juego un rato hasta encontrar una oportunidad de escapar de esa pesadilla… pero como dice el dicho: la curiosidad mató al gato.

—¡¿Quién eres tú?! —preguntó Clara alterada—. ¡¿Qué carajos está pasando aquí?!

El hombre levantó la vista de la tablet y vio a Clara, rodó los ojos exasperado y dijo:

—Ay no, otra vez no. En fin, fue bueno mientras duró.

Era obvio que Clara no entendía nada.

—¡¿De qué estás hablando?! —exigió saber, pero sin ceder a sus demandas, el hombre sólo dijo:

—Activar protocolo X-X-I.

Nada más escuchar esas palabras, todas las fuerzas abandonaron el cuerpo de Clara, por lo que cayó de rodillas con los brazos a un lado.

—¿Qué…? ¿Qué me…? ¿Hiciste? —preguntó Clara haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban para hablar, que era lo único que podía hacer.

—Una pena Clarita —dijo el hombre mientras se acercaba a la muchacha buscando algo en sus bolsillos—. Me agradaste más que el resto y por eso dejé que conservaras más de tu cerebro que el resto de ellas, pero que rompas el control se está volviendo muy molesto así que es hora de tomar una solución más… permanente. Voy a dejarte como las otras.

«¡¿Las otras?!», pensó aterrada mientras a su mente venían las imágenes de aquellas otras mujeres de ojos blancos y sonrisas aterradoras siendo usadas como objetos.

—No… —intentó rogar Clara— No quiero… ser un… objeto…

Pero sus suplicas cayeron en oídos sordos cuando aquel hombre sacó lo que buscaba: una especie de lápiz laser.

—Adiós Clara —dijo con una sonrisa burlona antes de apuntar aquel lápiz a la frente de la muchacha y encenderlo.

En cuanto aquel laser dio en la frente de Clara, el efecto fue inmediato. La muchacha sintió un terrible ardor en el cerebro, sintiendo cómo todo lo que era ella, sus pensamientos, sus recuerdos, todo, era quemado poco a poco hasta dejar sólo una pantalla en blanco.

Al final, el cuerpo de Clara sólo reaccionó con dos lágrimas escapando de sus ojos y una sacudida de sus caderas, lo que indica que Clara alcanzó a sentir un orgasmo mientras era borrada de la existencia.

El hombre entonces apagó el laser y lo guardó de vuelta en su bolsillo, mientras contemplaba su obra: frente a él y de rodillas, se encontraba Clara, con los ojos blancos y con la boca un poco abierta por la que ya empezaba a escapar un hilo de baba.

—Así es cómo debe ser una mujer: estúpida y obediente —dijo con placer mientras acariciaba la cabeza de esa muñeca—. Sígueme.

El hombre entonces comenzó a caminar hacia la sala del departamento mientras la orden entraba en la cabeza de Clara, esta entonces se levantó y como un dócil animal amaestrado, comenzó a seguir a su dueño hasta la sala.

El hombre se sentó en uno de los sillones con las piernas abiertas y ordenó:

—Oral.

La orden llegó una vez más al cerebro de Clara, la cual de inmediato comprendió qué es lo que debía hacer.

Se puso de rodillas frente a su dueño, le desabrochó el pantalón hasta sacar aquella polla gruesa llena de venas y sin ninguna clase de aviso o juego previo, se la introdujo en la boca para comenzar a chuparla con vigor.

El hombre mientras tanto dio un suspiro de placer mientras procedía a acariciar el cabello de ese objeto de su propiedad. Reconocía la humedad y la sensación de la lengua de Clara, pues no era la primera vez que le había hecho hacerle una felación, aunque sí detectaba una diferencia clave: ahora que había dejado a esa muñeca sin la totalidad de su voluntad, los movimientos de esta eran un tanto mecánicos, ya no tenían el ritmo que tenía “Clara”. Una de las pocas cosas que echaría de menos de esta.

Sin embargo, al tener movimientos más mecánicos provocó que el orgasmo de su dueño llegara rápido y este comenzó a venirse en toda la boca de Clara, la cual al no tener una orden para esa situación, simplemente sintió como aquel líquido espeso y caliente le golpeaba toda la garganta, sin que hubiera algo en su cerebro al que le importara.

El hombre tomó a Clara del cabello y la jaló hacia atrás para sacar su pene de la boca de su objeto y al mismo tiempo, que la mayor parte de su semen no se derramara.

—Trágatelo —ordenó.

La orden llegó al cerebro de Clara, quien sin siquiera saborear la sustancia blanca, cerró la boca y se la tragó sin protestar. La visión u lo bastante graciosa como para arrancarle una carcajada al hombre.

—Deberías verte ahora Clarita, ¡eres patética! ¡Vamos! ¡Quiero oírlo de ti! ¡Di que eres patética!

Como las veces anteriores, la orden llegó al cerebro de Clara y activa la respuesta de su cuerpo.

—Soy patética —dijo sin emoción.

—Ya no eres una persona —dijo el hombre.

—Ya no soy una persona —repitió Clara.

—¡Eres sólo un objeto para usar hasta que se rompa!

—Soy un objeto para usar hasta que se rompa.

La situación era lo bastante excitante como para motivar al hombre a darle una bofetada en el rostro a Clara tan fuerte, que esta cayó al suelo, pero al parecer algo más había provocado ese golpe, porque continuó repitiendo la última frase que le habían ordenado decir:

—Soy un objeto para usar hasta que se rompa… Soy un objeto para usar hasta que se rompa… Soy un objeto para usar hasta que se rompa…

El hombre contempló a la muñeca tirada en el suelo y una idea maquiavélica le pasó por la mente.

—Hasta que te rompas… ¿eh? —dijo sonriendo con crueldad.

Recordó que cuando estaba “cazando” a Clara, esta le había confesado que el sexo anal le daba mucho miedo y que por eso nunca lo consideraría, lo que la hacía virgen del ojete. Aun después de esclavizarla él había tenido la decencia de respetar sus deseos y nunca se la había cogido por ahí… ¿pero ahora? Después de todo, ¿Qué no estaba diciendo ella misma que era un objeto para ser roto? ¡Así que a romperle el culo!

Mientras esa muñeca continuaba repitiendo su letanía, el hombre la tomó de las axilas y la acomodó en el sillón, boca abajo y con el culo levantado hacia a él. Ahí contempló ese pequeño agujero que pronto sería dilatado. Introdujo sus dedos con la vagina de Clara y comenzó a masturbarla para que sus fluidos comenzaran a salir y mientras la letanía de esta no cambió en nada, su cuerpo sí respondió y pronto una cascada de jugos vaginales bajaba por las piernas de esta.

Con su dedo índice empapado por las babas de Clara, lo introdujo de golpe en el ano de esta sin que de nuevo, la letanía de esta se alterara en lo más mínimo y una vez que creyó que esa pequeña cueva ya estaba lo bastante resbalosa, dio por concluida su tarea.

Levantó más el culo de la muchacha, tomó su pene y apuntó su glande a ese ojete, comenzando a empujarlo lentamente hacia el interior de la muchacha.

Pese a que sí se podía sentir cierto grado de lubricidad, le costaba trabajo meterse porque después de todo, ese agujero seguía siendo virgen y estaba bastante estrecho, pero no se rindió: esa sensación de poder que tenía sobre sus esclavas siempre le daba la fuerza necesaria para continuar.

Siguió empujando hasta que al fin todo su miembro quedó en el interior de ella y se quedó así, un momento, disfrutando de la sensación, del calor de ese ano, de la fuerza como de puño con la le apretaba pero por sobre todas las cosas, el poder que ejercía sobre ese objeto.

Tomó a Clara de las caderas y comenzó a embestirla, primero despacio para que esa cavidad tan apretada no le lastimara a él y ya mientras iba agarrando confianza, comenzó a aumentar la velocidad hasta que con una fuerte oleada de placer que le recorrió todo el cuerpo, tuvo un orgasmo y sintió como su semen comenzaba a inundar las entrañas de ella.

Con su pene reduciendo su tamaño le fue fácil salir del interior de Clara y ver su obra: aquel culo roto, irritado por esa invasión y que ya comenzaba a escurrir el semen que le habían arrojado en el interior pero además, sumada a esa imagen estaba el hecho de que Clara continuaba con su letanía:

—Soy un objeto para usar hasta que se rompa… Soy un objeto para usar hasta que se rompa… Soy un objeto para usar hasta que se rompa…

Sonrió, ya sin sentirse mal por haber borrado a “Clara” de este mundo.


El hombre llegó tarde de su trabajo aquel día y sólo quería dormir. Cruzó la puerta que llevaba a su habitación privada, bajó por las escaleras y llegó a aquel pasillo donde aquellas mujeres-mueble le recibieron con una sonrisa y sus ojos blancos.

Él las ignoró y fue hasta su habitación. Ahí se quitó la ropa y se dispuso a dormir, pero le faltaba algo todavía: una almohada.

Fue al closet y lo abrió. Ahí donde deberían ir las camisas colgadas, había tres mujeres dentro de bolsas, una de ellas siendo Clara, quien con los ojos en blanco y una gran sonrisa en el rostro, esperaba que su dueño la escogiera para servirle esa noche, como el buen objeto para usar que era.

Nota del autor:

Dedicado a Clara, espero te haya gustado.