Un nuevo sumiso para los empotradores
Doce hombres con los que follaría sin piedad (4 de 8)
El aliento de Alain me envuelve de una manera abrumadora. Su presencia me tiene, literalmente, acorralado entre su cuerpo y la pared. Al acariciar su verga con la punta de mis dedos, no puedo evitar que el pulso se me acelere de una forma bestial. Sobrepasado completamente por los acontecimientos, me pregunto de qué manera se han tenido que alinear los astros para que se den todas las insólitas circunstancias que han propiciado el momento actual.
JJ, mi amigo del alma, y yo íbamos en dirección a Villa del Comborro, un pueblecito pesquero de Pontevedra, donde había quedado con unos conocidos suyos para pasar un par de días en su casa (Lo que vulgarmente se llama turismo de pescuezo). Por culpa de una discusión que tuvimos, paramos en un área de descanso. Tras solucionar nuestras pequeñas diferencias decidimos entrar a tomar un café.
El restaurante rebozaba de testosterona por los cuatro costados, once machos etiqueta negra deambulaban por su interior. A la clientela: tres camioneros vascos, tres polacos, uno madrileño, otro catalán, un tío pijo con traje, había que sumarle el personal del local: el camarero y el cocinero. En cada uno de ellos coincidían mis dos mayores debilidades: uniformes y masculinidad por los cuatro costados.
Con una sutileza envidiable, mi acompañante se puso a flirtear con todos ellos nada más verlos y empezó a comportarse como si aquello fuera una especie de parque temático gay. Aunque le rogué que se cortara un poco, que no diera la nota. Fiel a su lema de “por un oído me entra y por otro me sale”, le faltó tiempo para irse detrás de uno de los camioneros cuando fue al servicio (concretamente del que ahora está aplastando sensualmente su cuerpo contra el mío). Poco rato después, unas alborotosas voces me descubrieron que, como temía, había intentado ligar con Alain en los urinarios y le había salido el tiro por la culata.
Lo que en principio se preveía como un momento de violencia con tintes homofóbicos, concluyó con mi amigo chupando delante de todos la polla del atractivo camionero. Los diez hombres restantes, como si se hubiera abierto la veda de romper con los perjuicios sociales y hacer lo que le mandara el cuerpo, se apuntaron también a las ricas mamadas de Jota. Quien una por una fue ordeñándolas, hasta terminar sacándoles a todos hasta la última gota de rica leche calentita.
Tras aquella explosiva e inesperada eclosión de su lado homosexual, aquellos tipos dieron un paso más y se fueron follando uno por uno a mi colega. La cosa se fue tan de madre que el camarero y Alain terminaron practicándole una doble penetración. No sé quién estaba más sorprendido por ver con la facilidad que aquellos dos gruesos falos atravesaban un orificio tan pequeño, si yo o los demás participantes de aquella espontanea bacanal.
Para terminar lo tendieron sobre una mesa para regarlo con su semen. Un fin de fiesta de lo más espectacular o eso al menos creí yo, pues cuando le tocaba a Alain el turno de correrse sobre JJ, dejo de tocar la zambomba, se dirigió hacia donde yo estaba y empezó a acosarme de una manera tan agobiante como seductora.
El tiempo parece haberse detenido mientras acaricio su pene y no puedo evitar ponerme como una moto al notar como palpita su virilidad entre mis dedos. Mis ojos buscan los suyos y me encuentro con destellos de una lujuria desmedida. Su cara se aproxima tanto a la mía que estoy tentado de darle un pequeño muerdo, pero no me arriesgo pues me temo que es un puente que no querrá cruzar con tanto público y me da a mí que la utilidad que el varonil cuarentón espera que yo le dé a mi boca es otra bien distinta.
Lanzo una pequeña visual al resto de individuos desnudos que están frente a mí y puedo ver como en sus rostros asoma una morbosa expectación, ignoró que ha cambiado en mi interior de unos momentos antes al de ahora, pero todo ese pánico que me embargaba ante la posibilidad de que esto se pudiera desmadrar, ha desaparecido. Interrogo con un gesto a mi colega de viaje, sobre si debo ser partícipe de aquella locura o no y me incita con un asentimiento de cabeza. Sin dudarlo, y sin comprobar siquiera si el agua me cubre o no, me lanzo de cabeza a la piscina del sexo.
La situación me sobrepasa tanto, que he pasado de estar confundido a estar más caliente que a una piedra al sol, a esto último ayuda mucho la subyugante presencia del fornido camionero, quien completamente desnudo pega incesantemente su cuerpo al mío. Dejando la prudencia en la sala de los objetos perdidos, sucumbo a los deseos de mi cuerpo y a la petición silenciosa de los que me rodean, que por su actitud me figuro están ansiosos por verme en acción.
Me zafo como puedo del opresivo abrazo de Alain y me arrodillo ante él. Una vez tengo su polla ante mi cara, agarro el caliente cirio de carne, levanto la mirada e imploro su aprobación. El corpulento vasco, a modo de absolución, me sonríe chulescamente y me invita con un guiño a que se la chupe.
— Chiqui, es toda tuya —Añade al ver que sigo con dudas y no me decido.
Un sudor frio recorre mi espalda, el pulso se me acelera como si me dispusiera a hacer el mayor de los pecados. Intento calmarme y dejar la mente en blanco, trasladarme a un lugar donde solo sea importante el placer terrenal.
Respiro hondo unos segundos, cuando la calma viene a mí, aspiro el viril aroma que emana el sexo de Alain. Con mis papilas olfativas impregnadas de un fuerte olor, me meto el enorme mástil entre los labios. Al principio, jugueteo con la lengua sobre su capullo, sobre los pliegues de su prepucio. Siento como a cada lametada que le propino, el enorme cipote parece endurecerse y crecer. Poco a poco, voy introduciendo más porción de la masculinidad del madurito en mi boca, hasta que mi garganta hace de tope y no puedo evitar emitir una leve arcada. Tengo la sensación que al muy cabrón, eso de que me atragante con su enorme tranca le pone un montón, pues empuja mi cabeza con una apabullante rudeza y hace todo lo posible para que la engulla hasta la base.
Para mi sorpresa, este sometimiento por su parte me desagrada tanto como me excita. Sentir como la hinchada verga se introduce hasta tropezar con mi campanilla, me tiene tan conmocionado como exaltado. El pollón del vasco es ancho, grande y con un enorme glande. Al principio, me cuesta un poco hacerle hueco en mi cavidad bucal, pero, como si se tratara de una especie de reto que debiera de superar, agarro sus huevos para que me sirvan de resorte y consigo que se unan mis labios con su pelvis.
En una de estas, con los ojos llorosos y la comisura de mis labios rezumando baba, abro los ojos y lo que veo me desconcierta de un mudo brutal: el grupo de hombres se han posicionado justamente a nuestro lado y se deleitan contemplando cómo me trago el carajo del cuarentón. Noto como un rubor no deseado viene a visitar mis mejillas, el sentirme diana de tantas miradas me supera y estoy a punto de desistir en aquella dantesca exhibición, algo tiene que notar Alain, porque clava suavemente sus dedazos en mis pómulos y, dejando que su seductora mirada juegue con la mía, me dice.
—¿Ahora vas a parar pues? ¡Con lo bien que lo estabas haciendo, chiqui! Anda sigue dándole caña al cipote, que si eres bueno te vamos a terminar dando unos buenos bibis.
En lugar de enojarme al oír la tremenda grosería, me siento halagado. Giro la cabeza a la derecha, después a la izquierda, la posibilidad de poder disfrutar de todas y cada una de las vergas que me rodean me cohíbe un poco, sin embargo, no puedo reprimir excitarme una barbaridad.
Intento demostrar que estoy por encima del momento, que los cachondos individuos que me rodean, mordiéndose el labio y sobándose los genitales en un intento de revivir su potencia, no significan nada, que lo más importante es el gozo que me puede proporcionar saborear el hermoso falo que tengo ante mí. Colocó mi cara ante ella, agarro sus glúteos fuertemente y los empujo con la intención de darlo todo. Mi boca, como si fuera el pecho de un vampiro, deja pasar la estaca de carne hasta el final. Sin dejar de mamar el exquisito manjar, miro de reojo a los tipos que se aglutinan alrededor de mí. Insospechadamente el deseo que veo en su talante, me hace sentirme alagado, pues todos parecen estar deseosos de probar el sabor de mis labios. La probabilidad de paladear los diez erectos falos que se arremolinan en torno en mí, me acelera endiabladamente el pulso.
Alain me quita las manos de sus nalgas, a la vez que tira de los pelos de mi nuca para interrumpir la mamada. Con un gesto me pide que lo siga al centro de la sala. No sé si por el hecho de que todavía permanezco vestido o quizas por las culpas que me asaltan por no haber tenido voluntad para negarme a participar en esta descomunal locura… Sea lo que sea, el caso es que el pequeño trayecto que tengo que recorrer, y acosado por tanto semental desnudo, se me hace un calvario interminable.
Una vez llego allí, el madurito vasco me pide que me quite el polo y obedezco sumisamente. Me hace un gesto para que me agache ante él para seguir con lo que estaba haciendo, no pongo ninguna pega y me limito a obedecerlo como un autómata. Es simplemente imaginar que voy a volver devorar aquel mástil que mira orgulloso hacia el cielo y mi erección se vuelve a convertir en dolorosa.
Mientras le pego la mejor de las mamadas, el tío entre jadeo y jadeo, saca tiempo para organizar a los demás. Cuando me quiero dar cuenta ha colocado a sus compañeros y al personal del bar en fila india a mi derecha y le ha pedido a JJ que se agache a mi lado. Ignoro qué es lo que pretende y si me va a agradar o no, pero me temo que lo voy a averiguar más pronto que tarde.
De una forma que roza lo brusco, Alain saca su níspero de entre mis labios y me indica que prosiga con la polla del tipo que tengo al lado que no es otro que uno de los polacos: Adam. Mientras arrastro mis rodillas por el suelo para acercarme a él, observo que JJ, sin preámbulos de ningún tipo ha comenzado a tragarse la polla del vasco, por los bufidos que lanza este, tiendo a sospechar que todavía me queda mucho que aprender a la hora de mamar un buen nabo, pues tengo la sensación que no lo hago ni la mitad de bien que él.
Como si rogara su perdón me agacho antes el semental rubio. Primeramente dejo viajar mi mirada por su rostro, su pecho, su abdomen, hasta acabar en su polla que, como una saltarina pértiga, parece lanzarse al cielo. Repito el ritual de olisquear sus genitales, el aroma que expande es bien distinto al de Alain, sin dejar de ser áspero es un poco más suave. Contemplo durante unos segundos el falo de piel clara y lo introduzco sin demora en mi boca. Su sabor es delicioso, al amargor propio de su piel hay que sumarle las reminiscencias de una reciente eyaculación. Creo que porque me ha acomplejado un poco y no quiero ser menos que él, me pongo a observar como JJ se come el tranco del vasco por el rabillo del ojo y, como si fuera una especie de “haz lo que diga el líder, comienzo a imitarlo.
Mi amigo se está tragando la herramienta del vasco hasta la base, en un compulsivo mete saca que hace que del tronco del falo resbale unos brillantes goterones de baba que terminan explotando contra el suelo. Me ato los machos e intento imitar sus movimientos. Aunque engullir la rosada estaca en su totalidad presenta cierta dificultad al principio, una vez le cojo el tranquillo la devoro por completo sin problema alguno. Aunque mis ojos lagrimean y moqueo un poco, tengo la satisfacción de que no debo estar haciéndolo demasiado mal pues el polaco se ha puesto a jadear compulsivamente.
A todo esto, la pertinaz impaciencia de Nikolás hace su aparición. En vez de esperar su turno como todos los demás, se salta la cola, se pone detrás de mi colega y se comienza a pajear con total desparpajo. Una vez considera que tiene la verga a punto de caramelo, busca los condones, se coloca uno, echa un chorreón de lubricante sobre la caliente y enfundada pértiga , se va para mí amigo, se agacha tras de él y se la mete sin ningún recato.
Divido mi atención entre imitar la forma de mamar de Jota y observar como se lo folla el rudo camionero. Desconozco que me produce mayor placer si tragarme la enorme vara de carne o ver como JJ es taladrado por dos carajos al mismo tiempo. No puedo reprimir el sentimiento de envidia al ver lo bien que se lo pasa. Sin querer, surge en mi interior las ganas de ser penetrado por alguno de aquellos vigorosos sementales.
Mis silenciosos deseos parecen que son escuchados por uno de ellos, concretamente por Bernard. Pues avanza con paso rápido hacia donde me encuentro. Se posiciona detrás de mí, endurece un poco más su rabo y comienza a acariciarme la espalda, para terminar palpando mis nalgas.
—Quítate el pantalón —Su castellano es casi perfecto, únicamente las “tes” chasquean levemente en sus labios al ser pronunciadas, sin embargo, a pesar de lo ronco de su voz, las palabras no me suenan como orden, sino como una educada petición.
Me saco el nabo de Adam de la boca y observo detenidamente al otro polaco de arriba abajo. Desde el primer momento que lo vi, sus rasgos claros y su simétrico físico me sedujeron por completo. Un tórax casi perfecto, un abdomen sin grasa, unos descomunales brazos, unas musculadas piernas, un culo respingón… El pene más perfecto que había visto en mucho tiempo, ancho, largo, con un glande rosáceo de lo más apetitoso. Es sopesar que algo tan descomunal se adentre en mi estrecho recto y una sensación de pánico me invade. No obstante, estoy tan cachondo, que la posibilidad de que me pueda hacer daño queda eclipsada por mis ganas de tener su gruesa salchicha en mi interior. Me pongo de pie y me quito la ropa con cierta celeridad, dejando entrever con ello que tengo tantas ganas de que la verga del polaco atraviese mis esfínteres, como él de metérmela.
Mientras me desnudo, el despampanante rubio aprovecha para ponerse un condón. Adopto nuevamente la postura que tenía y comienzo a chupar la polla de su compañero, dejándole claro que en cualquier momento puede arremeter su viril mástil contra mi culo. Bernard lleva la mano a mi agujero, cuando nota que es bastante estrecho y no está dilatado, creo oír como resopla de satisfacción. Sin dejar de devorar el nabo de Adam, vuelvo la cara levemente buscando su complicidad, la cual llega con un guiño acompañado de una sonrisa picarona. Coge el bote de lubricante, se embadurna su herramienta contundentemente y unta otro tanto de crema en mi ano.
Noto cómo va introduciendo su índice en mi interior, muy suavemente y con mucho tacto, como explorando el terreno. Al primer dedo lo sigue un segundo, comenzando un magistral mete y saca que va dilatando mi ojete paulatinamente. Lo hace tan bien, que en ningún momento noto ni siquiera una leve punzada de dolor, solo satisfacción, pura y dura satisfacción.
Una vez considera que mi recto está preparado para recibir algo de mayores dimensiones, se arrodilla tras de mí, dirige su tieso cipote al centro de mis glúteos y lo comienza a introducir progresivamente. La delicadeza con la que me folla es tan pausada y dulce que roza la ternura, tanto que la breve y dolorosa puñalada que recorre mi espina dorsal me parece el justo pago por el enorme goce como me está regalando.
En un momento determinado acerca su boca a mi oreja y me susurra algo que no llego a entender muy bien del todo. Por lo bien que pronuncia el castellano, tiendo a pensar que las palabras están en su lengua natal, me suenan tan seductoras que chupo con más ganas el pollón de Adam y reclino el cuerpo hacia delante para facilitar la entrada de su menhir de carne.
No deja de sorprenderme el increíble efecto que el sexo tiene sobre mí, es capaz de desinhibirme y derribar todas las barreras de mis perjuicios preconcebidos. Hace unos instantes estaba sopesando si adherirme a esta orgía o no, ha sido probar dos buenas pollas y ser penetrado de una forma magistral para que mis ganas de sexo desmedido se despierten. Ahora un único pensamiento llena mi mente: compartir mi cuerpo con todos y cada uno de los hombres de la sala.
Miro a JJ, su expresión denota que se lo está pasando igual de bien que yo o más. Curiosamente la postura que ha cogido Nikolás tras de él, es la misma que ha adoptada Bernard. Con los cinco sentidos al servicio del sexo y la mente nublada por la lujuria, no puedo evitar imaginarnos sumidos a ambos en una especie de coreografía sincronizada, en la que el ritmo la marcan las caderas de nuestros ocasionales amantes.
De buenas a primeras Adam es desplazado por alguien que lo sustituye, levanto la mirada y me encuentro con Albert, el niñato catalán, un tío que por lo engreído que está me repele un poquito, pero con un grueso pollón que tiene una vena ancha recorriéndolo de arriba bajo. Su erección es de lo más hermosa. A pesar de que su actitud perdonavidas no es muy de muy agrado, observo detenidamente el enorme mástil que tengo ante mí, llego a la conclusión de que no he venido aquí a hacer amiguitos y termino lamiendo lascivamente su glande durante unos segundos, para concluir engulléndolo hasta la base.
Para mi disgusto, también Bernard deja de adentrar su masculinidad en mis entrañas. Aunque he de admitir que mi pena dura bien poco pues su sustituto también está entre mis favoritos: Iñaki.
Como si fuera una especie de norma no escrita, los dos polacos corren su turno y, tras pedir con un gesto a los dos vascos que le cedan su sitio, sus rabos pasan a horadar la boca y el culo de JJ.
Alain, le da un preservativo a Adam, que en esta ocasión había escogido la retaguardia como lugar de desahogo, al comprobar que las reservas de profilácticos se estaban agotando, hizo una señal a Antoñino, el camarero, con la mano diciéndole:
—¡La hostia! ¡ Chiqui, me estoy quedando sin gomas! Tráete un par de cajas más pues.
Mientras el chaval se apresura a obedecer la orden del organizador del insólito “gang bang” y que se ha erigido como líder del grupo. Iñaki se coloca un preservativo y tras comprobar que estoy suficientemente dilatado comienza a introducir su grueso capullo en mi interior. Al igual que hiciera Bernard un momento antes me susurra algo al oído:
—¡Vaya pedazo de culo tienes, caaabrón !
Aunque sus palabras puedan sonar toscas y groseras, este tío me cae tan bien y es tanta la generosidad que me inspira, que me comporto como si me hubiera soltado el mejor de los halagos.
Tengo la sensación de que mi ano no quiere dejar pasar su carajo, pues a pesar de que el polaco me ha dejado bastante dilatado, la cabeza de su miembro viril es tan ancha que se me hace imposible que supere el primer anillo. Iñaki se percata de ello, musita unas palabras que no llego a entender y que dejan claro su fastidio. Estiro la mano para dirigir su miembro al punto exacto, Respiro hondo, lleno mi barriga de aire e intento ensanchar mi recto todo lo que puedo. Segundos más tarde el estrecho orificio, lubricado hasta arriba como está, lo deja pasar sin dificultad alguna. Lo que provoca que mi “penetrador”, tras resoplar complacido, me dedique unas amables palabras:
—¡ La hostia, qué bien lo has hecho, tío! Me daba miedo empujar porque yo soy más bruto que el esparto de Sesma y seguro que te hubiera terminado haciendo daño.
No deja de sorprenderme la empatía que el rudo individuo demuestra, tan distinta de la impresión que en un primer momento pueda causar su aspecto. Es tan grato estar con él, que durante un breve instante me olvido de que estoy rodeado de un montón de gente, de que estoy sumido en una vulgar exhibición de sexo y me dejo llevar, comportándome tal cual si estuviera en la intimidad. Aunque no dejo de mamar compulsivamente el nabo del catalán, centro mi mayor atención en la salvaje enculada que me está pegando el vasco. A pesar de lo banal del momento, el tío es capaz de inculcar de afecto cada golpe de cadera. Un afecto que yo percibo nítidamente cada vez que acerca su cuerpo al mío.
Como si quisiera premiarle por sus atenciones conmigo, detengo suavemente sus caderas con la palma de una de mis manos y comienzo a moverme yo, propiciando que sea mi ano el que se deslice a lo largo de la regordeta barra. Por como aumenta la intensidad de sus gruñidos detrás de mi oreja, he de entender que al corpulento camionero le satisface un montón mi manera de tomar la iniciativa.
Sin dejar de complacer a los dos hombres que me circundan, lanzo una mirada hacia mi derecha, si considero exagerada la avidez con la JJ que devora el nabo que unos momentos me penetraba, no tengo nombre para la pasividad que demuestra antes los envites de Adam contra sus nalgas. Me da la sensación de que las sensaciones vividas en la última hora lo han dejado borracho de sexo, pero por la forma de comportarse parece que su sed no se ha calmado del todo y necesita seguir bebiendo.
A su lado, Nikolás y Alain, sin dejar de pajearse suavemente, observan cómo sus compañeros dan buena cuenta de nuestras bocas y culos.
En un momento determinado Albert recula un poco y saca su churra de mi cavidad bucal. Su sitio es ocupado por Pedro, el madrileño, no me da tiempo ni de mirarlo levemente, pues nada más posicionarse junto a mí coge mi cabeza entre sus manos y me inserta su oscuro carajo en la boca. Cuando considera que su glande ha chocado con mi garganta, libera mi cráneo y me deja a mi aire. Lo primero que hago es succionar la violacea cabeza de su virilidad, tiene un sabor, que sin dejar de ser agradable, es bastante más amargo que el del catalán. Alzo la mirada y sus enormes ojos verdes parecen suplicarme que me la trague entera. Incapaz de negarme a su silencioso ruego, atrapo sus huevos y lanzo su capullo a rozar mi campanilla.
No me da tiempo a reaccionar ante el cambio de calibre en la boca y en mi ano sucede algo parecido. Quien sustituye a Iñaki en mi retaguardia es Dominik, el tercer polaco. Con su falo envuelto en un profiláctico, el rubio semental, busco el centro de mi ojete, cuando lo encuentra la mete de golpe asestándome una pequeña punzada de dolor. Parece importarle poco o nada el quejido que emito, pues, una vez adopta una postura cómoda, se limita a penetrarme compulsivamente.
Al principio, mientras su cuerpo se adapta a ese modo tan particular que tiene de follar, soy incapaz de sentir placer, sin embargo no tardo mucho en rendirme a su violenta forma de practicar el sexo y una vez me dejo envolver por su frenético mete y saca, mi satisfacción no puede ser mayor. Oír como jadea en mi oído, me empuja a chupar con más ahínco el cipote moreno que tengo entre mis labios, es tanta la pasión que le pongo a mis labios que el macizo madrileño, me saca su virilidad de la boca diciendo:
—¡Para, para! ¡Qué no me quiero correr todavía, canalla!
La fastidiosa exclamación parece ser la señal que Borja y el personal de la barra esperaban para reclamar su turno. Dominik musita lo que parece una queja, está claro que no le hace ni chispa de gracia tener que dejar lo que está haciendo. No obstante, se limita a salir de mí, levantarse y dirigirse hacia JJ.
Miro a mi amigo y parece que se le está acumulando el trabajo, pues intuyo que se niega a dejar de seguir siendo penetrado por Albert, al tiempo que se traga el regordete cipote de Iñaki. El niñato catalán está demostrando ser un follador nato, pues no solo le está pegando una enculada de padre y muy señor mío a mi amigo, sino que la adereza con unas sonoras cachetadas que, por lo que me atrevo a sospechar, le producen a Jota más gozo que dolor.
Alain, al ver como Pedro y Dominik aguardan su ratillo de traqueteo, les hace una señal a los dos hombres para que le cedan su puesto. Quienes, un poco a regañadientes, comprenden que se ha acabado su turno y se echan a un lado.
—¡Oye guapetón, ponte un condón y siéntate en el suelo! —Dice mi colega dirigiéndose a Pedro, que en principio se queda un pelín atónito ante la familiaridad con la que le habla.
Una vez el madrileño adopta la postura solicitada, mi amigo se sienta a horcajadas, y de espaldas a él, sobre su regazo. Tras encajar el ancho y oscuro falo en su ano, JJ empieza a cabalgarlo, primero despacio, para a los pocos segundos aumentar el ritmo. Por las muecas que se dibuja en el rostro de ambos, se lo deben estar pasando de miedo. Como si aquello no fuera capaz contener sus ansias de sexo, JJ llama a Dominik y a Albert para alternar los favores de su boca con las churras de ambos.
A Borja, que me había empezado a penetrar mientras me comía la pequeña polla de Antoñino, se le antoja la postura que ha adoptado mi compañero de viaje y se sienta del mismo modo que Pedro.
—¡Anda, puta, siéntate encima de mi pollón y trágatelo con tu culo! —Dice el comercial mostrándome su regordeta tranca como si fuera una especie de trofeo.
Lo de que me llamen puta es una cosa que me sienta de regular para detrás, estoy tentado de soltarle una fresca y todo, pero como no estoy dispuesto a estropear este mágico momento sexual, miro el troncho venoso de esta especie de guapo de anuncio que tengo ante mí y me digo: “¡Yo seré puta, pero tú no eres muy macho que digamos!”.
Imito a la perfección la posición de mi compañero de viaje, encajó el cipote de Borja en mi esfínter, una vez este se desliza por completo al interior de mi baqueteado ano, comienzo a moverme sobre él como si estuviera en una especie de tío vivo.
Al igual que Juan José hiciera momentos antes, mientras la gruesa vara de carne perfora mis entrañas me dedico a chupar dos pollas: la de Pepiño y Antoñino. No me gusta discriminar a nadie y por muchas ganas que le pongo a lo de comerme la polla del cocinero no me sale, pues me deja hasta un regustillo amargo en el paladar. No obstante, me es fácil quitarme el resquemor con la torcida y morbosa polla del camarero cuyo sabor, como buen gallego que es, me recuerda al mar: salado y fresco.
El pijo rubiales está hecho un monstruo en eso de petar un culo, no sé cómo se las ha apañado pero ha empezado a levantar la pelvis y se ha sincronizado con mis movimientos de cadera, consiguiendo que su cipote perfore un poco más mi ojete al tiempo que me regala más placer. Tan centrado estoy en mover mi culo a lo largo de la caliente barra que no siento como Pepiño llega al orgasmo y me echa toda la leche en la boca.
A pesar de que escupo semen al suelo, me he tragado buena parte de la corrida y eso me incomoda. Una cosa es traspasar la frontera del sexo sin amor y otra dejar de hacer las cosas con la debida seguridad. Estoy a punto de decirle algo al chaval, quien todavía no ha reaccionado a unos latigazos de gusto que lo recorren de arriba abajo, cuando unas voces reclaman mi atención.
—¡Aúpa, Nikolas! ¿No te puedes esperar pues como todo el mundo?—Quien así habla es Alain.
—¡Qué te den morcilla, macho! —Le contesta el interpelado quien parece estar bastante enfadado —Como tú ya lo has hecho y te lo has pasado de puta madre, ¿qué carajo te pueden importar los demás?
Desconocía a santo de qué venía la puñetera discusión, lo que si había notado es que la calentura de la sala había bajado casi a cero y note como, tanto la polla de Antoñino, como la de Borja perdían dureza.
—¿Qué pasa con vosotros dos? —Intervino Iñaki intentando mediar.
—Aquí el socio que no tiene paciencia ninguna…—Respondió Alain con cierto fastidio.
—¿Qué te pasa, hombre? ¿No te lo estás pasando bien? —Volvió a insistir Iñaki con un tono conciliador.
—Sí, pero es que tengo los huevos con más leche que la perra del Mocazos… ¡y ya hasta me duelen! —Dijo Nikolás tocándose soezmente los genitales como si con ella quisiera dar más fuerzas a sus palabras.
—¡Pero que liante eres! Me has estado dando el coñazo con que quieres hacer una doble penetración y le he dicho que espere a que terminen los demás compañeros, ¡y ni caso! ¡Dale que te pego con lo mismo otra vez! ¡La hostia con el tío, más canso que Cirujo!
Ver la indignación asomarse a los ojos de Alain y como la hostilidad comienza a nacer entre su compañero y él, propicia que una vocecita insistente grite en mi cabeza: “¡Te lo dije, te lo dije! ¡Aquí se iba a amar la de Dios en Cristo!”
Sin embargo, cuando parece que todo se va a ir a la mierda, JJ se levanta, se mete en medio de la trifulca, con una confianza propia de los que se conocen de mucho tiempo, le echa el brazo por los hombros a Nikolás y le dice:
—¿Qué problema tienes tú, hijo mío?
La espontaneidad de mi amigo abruma un poco al camionero, quien en un primer momento se queda un poco cortado, pero reacciona rápidamente diciendo:
—Pues que tengo unas locas de saber que se siente con eso de la doble penetración…
Mi colega lo mira a los ojos, le sonríe y con ese desparpajo tuyo le dice:
—¿Y por eso tantas voces? —La naturalidad con la que mi amigo afronta la situación sorprende a todos los presentes (incluso a mí) —Anda acomódate en el suelo, que te vas a enterar de lo que vale un peine.
Continuará dentro de dos viernes en: Un ojete la mar de sensible.
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