Un nuevo sentido

o de cómo el detino puede dar un giro brusco en tu vida.

UN NUEVO SENTIDO

Hace ya algún tiempo que sucedió un hecho un tanto extraño (o al menos entonces me pareció así), pero que me alegro de que sucediese así, ya que he quedado satisfecho de haber salvado una vida. Sí, sí, como digo; salvar una vida.

El caso es que iba conduciendo hacia mi casa, volviendo del trabajo, cuando vi algo que me llamó la atención. Pasando por el puente de un río a la entrada de la ciudad donde vivo encontré un coche mal aparcado cerca de éste. El propietario del automóvil (o así lo deduje, ya que no había otra persona por allí a la redonda por ese deshabitado lugar) estaba peligrosamente asomado por la barandilla del puente, haciendo equilibrios para lo que parecía subirse a ésta. No le vi cuerda o arnés para hacer puenting.

"Un suicidio". Pensé.

Yo, temiéndome el fatal desenlace, quise intentar evitar la tragedia. Así que aparqué mi coche rápidamente y salí raudo de él, encaminándome raudo hacia el lugar donde estaba la persona deseosa de morir.

"¡Eh, oiga, pero ¿qué va a hacer?!" Le grité entre curioso y asustado.

El aparente suicida, que oyó mi llamada, dejó lo que estaba haciendo y me contestó con un "no le importa, déjeme". Yo insistí, poniendo el dedo en la llaga y preguntando si se iba a suicidar. No obtuve respuesta verbal inmediata o directa, ya que su cara contestaba afirmativamente: era un semblante de tristeza infinita y envejecimiento prematuro la que expresaban sus ojos secos y llenos de ojeras, su tez pálida, sus cejas hiperarqueadas hacia las orejas o su sonrisa al revés, argumentando que sí , que se quería suicidar.

El pobre se derrumbó en el acto, y comenzó a contarme una extraña historia cuyo desenlace estaba a punto de acabar trágicamente hasta que aparecí. Me habló de una joven que se enamoró de él, se casaron, y a los 6 meses ella se marchó con el mejor amigo de éste, argumentando que la tenía olvidada pensando siempre en el trabajo, que la había abandonado conyugalmente y que ella le había "devuelto la piedra".

La historia se comenzó a enmarañar cuando él se puso a buscarla sin parar por todo el país para recuperar su amor: invirtió todo su dinero en detectives, publicidad, medios de comunicación... pero nada, todo fue en vano. Eso sí, arruinarse se arruinó, y además perdió su empleo por no poder atenderlo al estar tan ocupado con la búsqueda.

Si a ello se le suma la repudia que sufrió por parte de la familia, ya que el matrimonio era una tradición que debía honrarse y respetarse, y que lo ocurrido era una ofensa contra dicho sacramento y contra esa familia en concreto... en fin, que también acabó perdiendo a su familia. De los amigos no me habló.

Así que, me explicó que desde entonces no ha levantado cabeza, que se había desengañado y que la vida ya no tenía sentido para él con lo cual había decidido dejar de sufrir y acabar con ella cuanto antes.

"Y estoy convencido, no lo podrá evitar" me desalentó de la posible idea de que yo pudiera hacerle cambiar de opinión.

Si, la situación era dura. Era una pena que un hombre que parecía tenerlo todo en la vida deseara acabar con su vida tan decididamente, pero con ese curriculum vitae no me extrañaría. Yo soy de esos que piensan que cuando alguien está empeñado en hacer algo, ni a golpes le pueden quitar de la cabeza lo que desea hacer con tantas fuerzas. Así que, respeté sus últimos segundos de angustiosa existencia y el hombro donde lloró se despidió de él. Que pase a mejor vida, pensé en decir, pero mejor no rematar la faena.

Y entonces fue cuando sucedió. Ya sé, pueden llamarme aprovechado, profanador de tumbas, o lo que sea... Pero estoy seguro de que a cualquiera se le hubiese pasado por la cabeza lo mismo que se me ocurrió a mí.

Resulta que yo no disponía de mucho dinero por entonces (ni sigo teniendo, por cierto). Llevaba mucho tiempo ahorrando para comprarme un coche nuevo, ya que el que tenía entonces estaba viejo y gastado; y viendo aquel deportivo rojo, biplaza, descapotable y en tan buenas condiciones no se me ocurrió otra cosa que hacerle la siguiente pregunta:

"Ya que se va a morir y no lo utilizará más ¿me podría quedar con su coche?" le pedí mientras señalaba dicho bien.

Él me miró extrañado. Pensaría en la "caradura" que tenía, en lo aprovechado que era al disponer de los bienes de un moribundo... pero viendo que yo era lógico en mis pensamientos, accedió a ello.

"De todas maneras es un recuerdo de mi anterior vida". Pensó en voz alta. "Si me deshago de él ya no me quedará nada de ella".

Con lo cual, me entregó las llaves y se despidió de mí. Pero le detuve en su afán de saltar al río y le expliqué que para que fuese mío, el coche y el seguro lo debía "poner a mi nombre". Así que, con cara cansina y resignada, me hizo una nota donde, a modo de testamento, me legaba el deportivo como herencia.

Mientras me escribía la nota, me fijé en él: lucía un polo de manga larga de color azul marino y unos pantalones de pinza que eran de excelente y costosa marca. El conjunto lo complementaban unos zapatos de piel, un reloj de acero y unas gafas de sol que guardaba en el bolsillo del pantalón y que me sentarían como un guante.

Así que, calculando que deberíamos gastar más o menos las mismas tallas me decidí a ser un poquito más aprovechado. Me dio la nota para el coche y le volví a pedir que se esperase un poco. Él comenzaba a irritarse conmigo, ya que estaba retrasando su merecido descanso.

"Y ya que tampoco la va a usar..." le expliqué con diplomacia"¿ por qué no me da también su ropa? Ahí abajo, en el fondo del río se echará a perder, y es una lástima desperdiciar algo tan bonito". Al fin ya al cabo, yo he oído muchas noticias de suicidas que lo hacen sin ropa.

Me enrollé un poquito más diciéndole que cuando encontrase la policía su cadáver lo mandarían al depósito, le quitarían la ropa y la tirarían a la basura. Cuando me quise dar cuenta se había quitado el cinturón (también monísimo, por cierto) y se disponía a desprenderse del polo.

Así lo hizo, junto con pantalones y zapatos. Cuando acabó, me dio un poco de vergüenza, pero también le pedí la ropa interior, ya que los calzoncillos también era de marca, y yo nunca había tenido unos así (había oído maravillas acerca de la comodidad de dicha prenda). Se los quitó pudoroso aunque de prisa y también los calcetines, y volvió a despedirse de mí, sentándose en la baranda del puente y haciéndose a su trágico destino.

Entonces es cuando me di cuenta: al verlo en su desnudez encontré en él un cierto atractivo: calvete pero no viejo, ojos marrones, piel tostadita, vello sabiamente repartido por todo el cuerpo, torso sin excedentes de grasa, y... sexualmente bien dotado. Y, sobre todo, cuando lo vi por primera vez al quitarse los calzoncillos... me enamoré de él; me estoy refiriendo a su culo.

Pues sí, su culo. Redondito pero no grasiento ni ancho, con sus orzuelos, una nalga idéntica a otra, prietas y bien formadas. Ese culo que descansaba en la barandilla del puente y que dentro de poco entraría en contacto con el agua. Ese culo que, una vez bajo ésta se hincharía del vital líquido, para deformarse y ser devorado por los peces. Ese culo que me estaba llamando a gritos...

Así que, viendo que mi amigo el desnudo suicida estaba cogiendo impulso para "zambullirse", volví a detenerlo en su empeño. El me miró enfadado, quejándose por mi insistencia en no dejarle morir en paz.

"¿Sabe que se está poniendo muy pesado?" Me preguntó irritado.

Entonces yo le expliqué lo que había pensado: si no le importaba, siendo tan generoso conmigo como lo estaba siendo, que ya que se iba a morir y todo eso, que le hiciese el amor a ese cuerpo tan serrano que tenía etc, etc... La sorpresa se vio reflejada en su cara, y estuvo a punto de decirme palabras mayores, pero yo me adelanté a su lengua y volvía a argumentar acerca de su inminente paso a mejor vida, de la degradación de la materia post mortem, de que esa o último "desagradable" que iba a hacer en esta cruel vida... etc.

"¿Qué le cuesta?" Argumenté. "Utilice ese culito tan precioso que le ha dado la naturaleza y hágame feliz, por favor."

Así que, él me preguntó, armado de paciencia que lo haría si le dejaba morir de una vez por todas. Asentí, y, resignado él, me preguntó que dónde lo haríamos. Yo le indiqué unos árboles cercanos al puente. Nos encaminamos hacia la arboleda, con su ropa hecha un montoncito. Al llegar yo me quité la mía, e hice, junto con la suya, un improvisado colchón donde desfogarme y cumplir ambos deseos.

Una vez allí, se sentó en el "colchón" y me preguntó que qué debía hacer. Yo le dije que, ya que estábamos, que me hiciese una mamada. El, con pocas ganas y mucha resignación, cogió mi pene y se lo metió en la boca. Lo hizo como quien se chupa un caramelo de un sabor que no le gusta.

Sin embargo a mí sí me gustaba. El placer recorrió mi cuerpo desde el felado pene hasta mi columna vertebral, y, aunque no lo hacía nada bien (le faltaba práctica) el simple roce de sus labios y las lametadas ocasionales que daba su lengua me transportaban al séptimo cielo.

Estuve a pronto de correrme, pero el señor paró de chupármela y se tumbó con las piernas abiertas. Me preguntó fríamente "¿le hace?" cogiendo su maravilloso pene y moviéndolo para saber a qué se refería. Yo asentí y se lo cogí, metiéndomelo en la boca.

A mí ese caramelo sí que me gustaba: era dulce y sabroso, con una textura sublime y un aroma delicioso, y eso que he probado muchos "caramelos" de esos. Mi lengua no paraba de recorrer esa maravilla hecha por Dios, recreándome, cuando estaba en la cima, con su glande; y cuando me encontraba en su vientre, con sus peludos testículos.

Estos me dieron permiso para seguir descendiendo por la gruta del sexo y llega a ese agujero donde nunca entra la luz del sol. Lo lamí y relamí hasta que me acordé de la que había accedido el hombre para ganarse su Requiem In Pacem. Todo esto era... calentamiento y prostitución por parte del suicida.

Así que abrí sus piernas un poquito más mientas él se tumbaba, y comencé a penetrarlo, embargándome de placer cada vez que metía y sacaba mi pene de su "fuero interno". Resoplaba una y otra vez disfrutando de mi momento de gloria particular, aunque no pudiese decir lo mismo de mi compañero, seguro. Bueno, total, para lo que le quedaba de vida...

No cabía más placer en mi cuerpo, así que la válvula de vapor se abrió y me dispuse a eyacular. Saqué mi tenso falo de su interior y me lo froté, soltando chorros de lefa por doquier entre gemidos. Se repartieron por la ingle derecha de mi compañero, las ropas que estaban el suelo, mi mano y mi propio pene. Mis gemidos también se repartieron por toda la arboleda, espantando los cantores pájaros que allí se hallaban.

Sonreí, no podía hacer otra cosa que sonreír, mientras mi respiración, mi ritmo cardíaco y me viril miembro volvían a la normalidad. Caray, sí que he soltado semen, pensé, ya que vi a mi compañero con el pene, los testículos y sus piernas empapados de mi líquido. Tal vez él también eyaculó, como hacían los ahorcados (ya que de suicidio hablábamos) y todas esas reacciones psico somáticas. Coincidió con el sexo practicado, no le gustó... no le di más importancia de la que pensé que tenía.

Así que comencé a vestirme, pensando en la pena que daba que un hombre así fuese rechazado (lo que se perdió la buscona de su esposa) y se quisiese morir. Pero en fin, cada uno es libre de su vida y hace lo que quiere con ella

Cuando ya estaba casi vestido (me faltaba ponerme los zapatos y el cinturón), vi que mi compañero de sexo cogía su ropa (que ahora se suponía era mía) y se comenzaba a vestir con ella. ¿Es que no iba a cumplir con lo que me prometió? ¿Había decidido suicidarse vestido?

"Para volver a mi casa necesito el coche, así que si me lo devuelve..." me dijo fríamente mientras se ponía los pantalones.

"Pero... ¿no iba a suicidarse?" Acerté a preguntarle lo menos confuso que podía aparentar.

"Ya no". Agregó. "He encontrado un nuevo sentido para la vida".

Y sonrió maliciosamente, guiñándome un ojo y moviendo los labios para lanzarme un beso.

"Gracias" me agradeció despidiéndose de mí mientras montaba en el deportivo y se alejaba de allí.

Pues sí, eyaculó por placer.

Y esta es la historia. Ahora eses señor ha encontrado un trabajo nuevo, vive con otro hombre, en un lugar feliz lejos de la anterior vida que llevaba. Todas las Navidades recibo una tarjeta y un regalo de él. Y cada vez que me ve por la calle me saluda lo más agradecidamente que puede. Y digo yo: cuando la vida se tuerce, no hay que desesperar; nunca se sabe qué nos tiene guardada.