Un nuevo futuro (1/2)

La perspectiva de un nuevo trabajo es una ocasión perfecta para meditar sobre el pasado y el futuro. Un baño de espuma, un brindis y un orgasmo harán el resto.

—¿No te molesta tener que disfrazarte de hombre cinco días a la semana? —preguntó mi ama Mónica, un sábado por la mañana.

—Bastante, Ama. Me gustaría poder sentirme mujer las 24 horas... Pero necesitamos el dinero.

Como muchos sabréis (a los que no, os animo a leer mis relatos anteriores), soy una travesti felizmente casada con mi ama, Mónica. Durante un tiempo habíamos sido una pareja normal, hasta el día en que averiguó mis gustos pornográficos gracias al historial de mi ordenador. Éste incluía numerosos vídeos de travestis y transexuales, junto con otros gustos más comunes que ella ya conocía, como mi pasión por los pies.

Se lo había tomado bien, incluso decidió experimentar con mi sexualidad de una forma que jamás me había planteado, pero que ahora se había convertido en mi vida. Me convirtió en una mujer. O casi. Desde entonces, mi feminización ha ido progresando lentamente.

A medida que fue pasando el tiempo, vestirme de hombre para trabajar se me fue haciendo más y más desagradable. Pero el hecho es que necesitamos el dinero. Tampoco es que nos vaya mal, pero mi nueva pasión no ha sido barata. Y aunque con dos sueldos nos lo podemos permitir sin problemas, si yo dejara el trabajo podríamos tener problemas.

—¿Me acompañas a la bañera? —preguntó Mónica.

—Claro.

Yo ya estoy depilada con láser de todo el cuerpo (incluyendo la cara), aunque algunas zonas requerirán alguna sesión más. Además, mi ama me ha obligado a dejarme el pelo largo hasta los hombros para prescindir de las pelucas (que nunca quedan tan bien como el pelo natural).

Ahora ya tengo un tercer tatuaje: una diana alrededor de mi ano, indicando mi disposición a ser penetrada. Los primeros habían sido un círculo con una flecha apuntando hacia abajo en el tobillo y la palabra "Slut" en el pubis.

A pesar de mis reservas, ahora ya llevo pendientes. Al trabajo no los llevo, pero, aun así, procuro que el pelo me tape las orejas para que no se vean los agujeros. Éstos se sumaron a los piercings de la lengua (con el que dicen que mis mamadas han mejorado un poco) y el ombligo, que fue el primero que me hice.

Además, Mónica había incrementado la altura mínima de mis tacones de andar por casa hasta los 12 cm (aunque normalmente los llevo de más). En cambio, para trabajar ya no estoy obligada a ponerme alzas en los zapatos de hombre, ya que notamos que empezaba a tener dolor de piernas cuando tenía que andar plana (en las pocas ocasiones en que eso sucedía).

Pero, de todos los avances, el que más me ha entusiasmado ha sido que, por fin, Soraya (nuestra amiga prostituta transexual) me enseñó como esconder mis testículos en el interior del cuerpo, tapándolo todo con mi polla, o "clítoris", como la llamamos desde hace tiempo. No fue fácil.

De vez en cuando seguimos quedando con ella. Una vez al mes, nos organiza orgías con algunos de sus mejores clientes (como la vez del examen oral). Nosotros no vemos un euro de ello, aunque yo me conformo con que nos salga gratis, y Mónica, con ver el espectáculo y que le coma el coño luego.

Desde los últimos avances en mi feminización, mi relación con Mónica ha cambiado bastante. Ahora somos casi como hermanas. Hermanas que follan en compañía.

Mónica sale sola algunas noches y se liga algún hombre que luego trae a casa. Suele ir vestida bastante normalita (incluso con tejanos), pero siempre con tacones altísimos (dice que así los que se acercan a ella suelen ser fetichistas, y le recuerdan a mi antiguo yo). En el bar o discoteca donde caza, le cuenta sus "penas" al afortunado que se la ligue. Le dice que un día pillo a su marido vestido con su ropa interior y sus sandalias (aunque, como recordaréis no fue así como sucedió) pero que no puede divorciarse porque, al no tener hijos, lo perdería casi todo. Le cuenta que llegamos a un acuerdo consistente en que ella puede traerse ligues a casa para follar, con la condición de que yo sea la encargada de ponerle al hombre la polla dura.

También le dice que, por culpa de esa norma, lleva meses sin follar. Más que nada para darle un poco de pena y que se anime a ayudarla. La teoría dice que los heteros se negarían a que yo se la pusiera dura, mientras que los gays se negarían a follar con ella después. Pero a la práctica, por lo que me ha contado Mónica, un 90% de los hombres a los que les cuenta esa patraña siguen mostrando interés. Al parecer el mundo está lleno de bi-curiosos. O puede que el tipo de hombres que se le suelen acercar (fetichistas de los tacones, normalmente) tengan menos reparo con respecto al género.

Por lo visto, después de la historia, intentan quedar como buenos samaritanos, dispuestos a lo que sea para proporcionar sexo a una pobre mujer necesitada. Los que llegan a este punto ya no se echan atrás.

Luego, la mayoría intentan averiguar cual sería mi implicación en la velada. Creen que ella me pilló con su ropa interior y sus tacones, así que muchos preguntan si yo llevaría tacones (lógico, ya que la mayoría se acerca a mi mujer por los tacones que lleva), aunque lo preguntan como sin darle importancia. Mi mujer les explica que no sólo me visto completamente de mujer, sino que también estoy perfectamente depilada.

Otros quieren saber de que forma pretendo ponérsela dura. Ella les dice que podrán elegir, pero que no me conformaré con masturbarles "con las manos" (lo dice así para que entiendan que estoy dispuesta a hacerlo con los pies) y que no podré hacerlo con las tetas ya que no tengo (aunque llevo sujetador con prótesis bastante realistas).

Cuando llegan a casa, Mónica hace ver que se ha dejado las llaves para que tenga que ir yo a abrirles la puerta. Yo hago ver que me han despertado y que me sorprende que haya conseguido un hombre.

Les suelo recibir con algún camisón o pijama ligero de ropa y unas zapatillas de andar por casa con unos 8 cm de tacón (no es mucho, pero les excita ver que incluso mis zapatillas tienen más tacón que lo que llevan muchas chicas para salir de fiesta). Les digo que me esperen y me pongo más presentable, incluyendo tacones de, al menos, 13 cm.

Lo que pase luego depende del hombre, la mayoría quieren que se la chupe un rato, unos pocos que les masturbe con los pies (algunos incluso me piden que me deje los zapatos puestos, sobretodo cuando son sandalias), y el resto quieren penetrarme el culo. Estos últimos incluso llegan a masturbarme mientras me follan, aunque casi nunca me da tiempo a correrme, ya que mi mujer les recuerda que están ahí para follársela a ella.

Entonces, les pongo un condón con la boca (o se lo cambio si habían estado en mi culo) y se la follan a ella. Por el coño o por el culo, da igual. Lo que Mónica nunca hace es chupársela. A mi ama no le entusiasma el semen de otros hombres (y el mio hace meses que no lo prueba). Antes de que se vayan, les quita el condón y me obliga a beberme el contenido delante de ellos.

De hecho, no sólo hace meses que Mónica no prueba mi semen, tampoco toca mi polla. Al menos no abiertamente, pues hay dos excepciones a esta regla. La primera, cuando me pone mi dispositivo de castidad, aunque, según ella, lo que toca en esos momento es mi clítoris. La segunda, cuando nos bañamos juntas.

Y eso es lo que creía que iba a pasar ese sábado por la mañana. Esperaba que una vez en el agua, ocultas por la espuma, deslizara sus pies hacia mi entrepierna y me masturbara con ellos. Ella haría ver que no pasaba nada y lo mismo haría yo. Si llegara a correrme (cosa que no siempre sucedía, ya que a veces se cansaba antes) yo intentaría controlar mis espasmos de forma que se notase lo mínimo posible. Luego acabaríamos de bañarnos como si nada de eso hubiera sucedido.

Llegué primero a la bañera así que la empecé a llenar. Luego apareció Mónica con una botella de vino y dos copas. Se metió conmigo y empezó a echar jabón.

—Puede que haya encontrado una solución.

—¿A qué? —respondí intrigada.

—A lo del trabajo. Verás, en la página web donde compré tu dispositivo de castidad, encontré un artículo sobre el que tenía un par de dudas. Envié un mail a la dirección de contacto que figuraba en la página y, aunque me resolvieron una de las dudas, la otra me dijeron que no podían, ya que hacía poco que les había dejado la persona que testeaba los juguetes nuevos. Por curiosidad, les pregunté qué perfil buscaban exactamente para el puesto. Y, al parecer, encajas bastante bien.

—¿Me dedicaría a probar juguetes sexuales? ¿Y podría ir a trabajar vestida de chica?

—Si te dan el puesto...

—Bueno, claro. ¿Les ha dicho que soy travesti, Ama?

—Sí. No ha parecido molestarles. Si te interesa, el lunes por la tarde te esperan para la entrevista. Pero has de saber que algunos de los aparatos parecen un poco desagradables.

—Me da igual. No tendría que vestirme de hombre nunca más.

—Ok, pues ¿brindamos por ello?

Mónica me dio las copas para que las sujetara, luego cogió la botella y dijo:

—Parece que me he olvidado el sacacorchos.

—¿Quiere que vaya a por él, Ama?

—... No es necesario —dijo, tras reflexionar un instante.

Dicho esto, dejó la botella fuera y se puso en pie, luego cogió las copas, y se puso una entre las piernas. Enseguida empezó a llenar la copa con su pis. Cuando decidió que había suficiente, frenó el chorro y siguió con la otra copa. Tuvo que volver a llenar la primera un poco más, ya que después de dejar la segunda bastante llena, aún no había acabado de mear. Supuse que lo del sacacorchos había sido una simple excusa.

—Toma. —Me ofreció la copa menos llena.

Cogí la copa sin saber qué decir. Realmente me había sorprendido. No sólo pretendía que me bebiera su orina, sino que ella también iba a hacerlo. No tenía otra opción, era mi ama quien me la ofrecía.

Mientras yo aún dudaba, Mónica acercó su copa a la mía.

—Por una vida sin disfrazarte de hombre —dijo, chocando ambas copas.

Sin esperar a ver qué hacía yo, Mónica empezó a beber de su copa. A los pocos segundos, me vi moralmente obligada a imitarla. No podía dejar que bebiera sola. Fue un poco desagradable. A diferencia del semen, que es un fluido que no me cansaría nunca de tragar, la orina no me gustó demasiado. Esperaba que no se convirtiera en una nueva costumbre, aunque tenía sospechas de que esa sería nuestra nueva forma de brindar para las ocasiones especiales.

Cuando acabamos, dejamos las copas a un lado y seguimos con el baño. Los pies de Mónica jugaron un rato con mi clítoris bajo la espuma. Era increíble la habilidad que había llegado a adquirir. Al cabo de un rato me corrí bajo el agua, pero ella siguió jugando un rato más. Cuando finalmente salió del aseo, me quedé un rato más, meditando sobre mi futuro.