Un nuevo comienzo

Continuación de mi historia

Tras la marcha de Ramiro todo fue de mal en peor. Aquel mismo día me emborraché a modo, suerte tuve que mi padre: ex-alcohólico, ex-presidiario, ex-boxeador,ex-minero, ex-estraperlista, ex-marido y ex... un sin fin de cosas más, un hombre que jamás juzgo mis decisiones importantes. Al verme borracho y victima de un abandono brutal, me acogió en su casa, me dio a beber un baso de agua con bicarbonato. Cuando vomité hasta la primera papilla, me tumbo en su cama a dormir la mona.

Ramiro me dejó como usufructuario de su duplex hasta que pasaran 3 años de su partida. Pero cuando llegué a nuestro piso, dos días después de la despedida, me encontré con que su familia había cambiado la cerradura. No pude recuperar ni mis cosas. Jamas volví a ver a la familia de Ramiro. Podía haber peleado por mis derechos sobre la vivienda, pero, en mi tristeza, pensé que una batalla legal no era lo que él hubiera querido.

A los seis meses de su partida mi vida se resumía del trabajo a casa de mi padre y de casa de mi padre al trabajo. Los fines de semana me los pasaba escuchando en la radio las viejas canciones que solía escuchar con Ramiro.

-¡¡¡Espabila joder!!! - me increpó un día mi padre - ¡¡Solo tienes 23 años!!,¡¡tienes que sobreponerte que la vida sigue!!, ¡Deja ya de compadecerte de ti mismo!

Esta frase dicha en una persona como mi padre, un heterosexual recalcitrante, se parecían mucho a una frase de un poema de D.H. Lawrence que mi maduro amante solía citar: “Nunca he visto a un ser salvaje compadecerse de si mismo”, lo siento no sé como seguía, tampoco me importa, el solo citaba esa frase.

En ese preciso instante decidí que había llegado el momento de aplicar todo lo aprendido con Ramiro, lo mejor que supiera. Me fui a vivir a una pensión del barrio donde nací y crecí. Empecé a salir con los compañeros de trabajo, más tarde yo solo, sin convertirme en un descontrolado. Durante aquel periodo que duró casi dos años tuve algunas aventuras sexuales, con hombres y con mujeres.

Con las mujeres, la vez más señalada, fue en un bar de copas en el barrio del antiguo mercado de abastos, en aquel entonces recién transformado en una zona de lo que se dio en llamar “la respuesta a la Movida Madrileña”.

Fue con una chica bastante guapa, delgada, unas tetas que cabían en mi mano sin que sobrara demasiado, un trasero respingon que, con solo mirar su forma a través de los vaqueros, daban ganes de morderlo, penetrarlo, hacerle mil y una barbaridades.

El caso es que cuando llegamos a mi habitación en la pensión, la fui desnudando lentamente, acaricie sus tetas, empleando especial atención a los pálidos pezones, que pase a besar con el mayor control que pude. Su breve tanga de color negro me dio ganas de lanzarme a por el con desespero, pero las lecciones recibidas en años anteriores hablaban de control.

Le bajé el tanga con lentitud, besando en cada momento justo por encima de la cinturilla del mismo, mientras yo mismo me iba desnudando como podía. Besé aquel pubis poblado, pero perfectamente delimitado, por pelos rizados color castaño oscuro. Pasé toda mi lengua por aquella atrayente raja, una y otra vez. Por desgracia mis conocimientos sobre la materia eran meramente teóricos, no obstante conseguí el efecto deseado, aquella chica, cuyo nombre he olvidado, consiguió un orgasmo lo bastante intenso como para hacer que todo su cuerpo se tensara, se entrecortara su respiración y su coño destilara una gran cantidad de líquidos.

Deje que los efectos de su orgasmo pasaran acariciando con cariño su bajo vientre y los pelos de su pubis. Sabia que, en teoría, después de un orgasmo, el clítoris femenino se vuelve hipersensible, así que me abstuve de tocarlo.

Cuando ella se hubo recuperado me arrodillé entre sus piernas mostrando mi erección. No obtuve la respuesta que esperaba. Aquella chica en aquel momento pareció rejuvenecer hasta trasformarse en una niña asustada. Empezó a llorar. Me tumbe a su lado y con su cabeza en mi hombro trate de consolarla, y de averiguar que narices pasaba. La respuesta no se hizo esperar mucho:

-No me siento preparada – me dijo sorbiendo los mocos.

“Nunca, nunca fuerces a nadie para obtener placer, nunca”. Eran las palabras que Ramiro solía emplear cuando oía la noticia de algún violador. No se en que situaciones se han podido encontrar otros hombres, pero esa situación era, no solo incomoda, era irritante, cabreante, para transformar a cualquiera en una verdadera bestia. Pero siempre he querido ser un caballero, así que pasé toda la noche en vela, con la chica durmiendo sobre mi hombro derecho y yo con una erección de caballo. Hubiera podido masturbarme, pidiéndole a la chica que me abrazara con fuerza, como hacia Ramiro conmigo al principio, pero lo que el cuerpo me estaba pidiendo era follar, simple y llanamente. Toda la noche fue una lucha interna entre lo que yo quería ser y lo que podía llegar a ser.

Al amanecer, retiré su cabeza sin despertarla y salí a la calle. Paseé durante horas, pensando siempre en lo mismo, escuchando al diablo y al ángel que todos llevamos dentro. Cuando regresé a mi habitación ella ya no estaba, solo una nota escrita con carmín rojo en el mármol de la mesita de noche: “Lo siento, perdoname”, era todo lo que ponía. Jamas la volví a ver.

Con los hombres tuve el problema de que casi todos ellos buscaban quitarme mi virginidad anal. Como ya dije en escritos anteriores, no es algo que me guste, los intentos de Ramiro siempre fueron dolorosos y acabaron fisurandome el ano. No era una experiencia que quisiera repetir.

El quid de la cuestión esta en ese “casi”. Cuando ya hacia un par de meses que había decidido dejar de buscar el sexo, la compañía o el amor. Apareció en mi vida un chico, Daniel, era solo un año y medio más joven que yo, se había librado de la mili por corto de talla, media 1,45, con algunos kilos de más, cara redonda, ojos negros como el azabache y pelo castaño oscuro.

Daniel era cliente del bar donde yo tomaba, algunos días, el desayuno. Era dicharachero, algo inculto y bastante tímido. Desde que lo conocí empecé a ir con más frecuencia a aquel bar. Hablábamos de mil y un temas, pero sobretodo de música. Con el poco dinero que me quedaba de mi sueldo, había conseguido acumular una pequeña colección de discos de vinilo, colección que seguí aumentando hasta que se popularizó el CD. Así que un sábado de invierno por la tarde, invité a Daniel a oír mi colección en la habitación de mi pensión.

Estuvimos escuchando todo lo que quisimos, las horas trascurrían rápidamente,tanto es así que la tarde pasó a ser noche sin que nos diéramos cuenta. Hasta que vimos asomar la cabeza de la patrona de la pensión.

-Perdona José – dijo la señorona – pero es tarde, ya sé que mañana es domingo, pero tengo inquilinos que quieren dormir.

-Si señora, - dije yo dando un salto desde la cama en la que estábamos sentados – lo siento no nos habíamos dado cuenta de la hora que era.

-Tranquilo, en los meses que llevas aquí nunca he tenido ningún problema contigo. No hace falta que quites la música basta con que le bajes el volumen.

Ya me estaba acercando al tocadiscos que se hallaba a un paso de ella. Se acercó a mi por la espalda y me susurró al oído:

-Mirad de no hacer mucho ruido tu amigo y tu después ¿Eh?

La picara sonrisa de la matrona fue más elocuente que sus palabras.

Nunca he ocultado mi historia ni mis gustos, y un barrio es como un pueblo, todo el mundo se conoce, así que no era extraño que aquella mujer conociera mis gustos.

Miré a Daniel, su cara reflejaba que había oído la frase de la patrona.

-¿Que ha querido decir? - pregunto cuando la señora hubo salido

-¿No lo sabes? - contesté yo

-No

-Pues es que... - hice una pausa pensando en cual sería la mejor manera de decirlo - ...yo ...me lo monto de tanto en tanto con algún tío.

Ya estaba cansado de andar buscando y no conseguir, así que preferí decirlo sin paños calientes. Si Daniel quería irse que se pirara, yo no tenia, ni tengo que avergonzarme de nada.

-¿Quieres decir que... eres...?

-No soy nada, simplemente disfruto de la vida, y si por el camino hago disfrutar a alguien más, pues mejor ¿no?

Daniel bajó la mirada, parecía sentirse avergonzado, y yo ya estaba perdiendo la paciencia.

-¡Oye que no te estoy pidiendo nada!

-Ya lo sé – musitó, sin alzar la mirada – ¿como vas a querer algo con alguien como yo?

-¿Que quiere decir “alguien como yo”?

-¡Joder!,¡Mirame!, - dijo levantando la cabeza con rabia medio contenida – estoy gordo, soy bajito, me faltan varios dientes... ¿quieres que siga?. ¿Como quieres que alguien, sea quien sea se excite conmigo?

-Lo que estás diciendo son gilipolleces. No todo el mundo...

-¡Joder! - me interrumpió – es que ni los maricones. ¿Sabes lo que me dijo uno?... “malos ratos, pero no tan mal gusto”

-Y tu vas y le haces caso a un pedazo de cabrón. – dije viendo las lagrimas escapar de sus ojos – No a todos nos gustan las mismas cosas.

-¿Ah no?, pues ya me dirás, por ahora a nadie le he interesado lo más mínimo, ni siquiera para besarme.

No sabría decir si sus lagrimas eran de rabia, de tristeza o de una mezcla de las dos cosas. Cogí su cabeza con mis manos, estampandole un beso en los labios, intentando penetrar en su boca con mi lengua, sus diente apretados me lo impidieron. Me lo tome con calma y convertí mi beso en una sucesión de pequeños ósculos, cortos como picotazos. En menos de dos minutos fue él quien abrió su boca y me dio a beber de ella.

Nuestras lenguas juguetearon durante una eternidad. Me limité a soltarle la cabeza y abrazarlo mientras el morreo continuara, no quería asustarlo. Fue él quien dio por terminado ese momento de intimidad, empujándome levemente por los hombros.

-¿En serio que no te doy asco? - dijo con su respiración algo más que agitada.

-En serio. A mi lo que me pone, más que el cuerpo, o lo buena que esté mi pareja es su actitud.

-¿Que quieres decir?

-¡Joder!, ¿tendré que explicártelo todo?

Ramiro fue un buen maestro, me enseñó a ver en la mirada de la gente. En aquel momento en la mirada de Daniel había la natural excitación, mezclada con un destello de curiosidad.

-Esta bien. – dije - ¿Quieres saber lo que me excita?,¿lo que me pone cachondo?... El deseo, ¿entiendes?. Cuanto más me desees tu más te desearé yo.

Deje que mis palabras le empaparan. Que fuera consciente de que, muchas veces, los cuerpos atléticos, las caras agraciadas, los ropajes bonitos, son solo para lucirlos, a algunas personas nos aportan solo una cosa: el placer de ver una obra de arte de la naturaleza, pero ningún deseo. Lo que más nos atrae, lo que más nos hace arder de pasión, es el deseo que sientan por nosotros.

Cogí por la cintura el pesado y viejo jersey de la lana que llevaba Daniel y haciéndole levantar los brazos se lo saqué por la cabeza. Desabotoné la camisa que llevaba, botón a botón, regodeandome en la visión de aquel tórax casi sin vello, aquella abultada barriga, con un ombligo perfecto, redondo.

Cuando le hube sacado la camisa, me senté en la cama e inclinándome un poco conseguí besar y lamer aquel precioso ombligo, mientras mis juguetonas manos desabrochaban su cinturón de cuero marrón. Antes de que pudiera desabrochar sus pantalones, sus manos me detuvieron.

-No – dijo en voz tan baja que me costó oírlo

“Otro calienta braguetas”, pensé, conteniendo mi ira todo cuanto pude dije:

-¿Ocurre algo?,¿no te gusta lo que te estoy haciendo?

-No... no es eso... es que... yo... no...

-Tranquilizate... explicámelo...

-Es que yo... mi po... polla... la tengo pequeña

Faltó muy poco para que me pusiera a reír como un loco. Con un poco de control todo quedo en unas toses por mi parte.

-¿En serio?. Dejame ver.

Desabotoné el pantalón y bajé la cremallera, encontrándome con unos calzoncillos blancos de algodón, pasados de moda, incluso en aquella época. Toque la superficie de la raída pero limpia tela, noté el calor bajo mi mano y una dureza intensa pero de un tamaño mínimo, larga como un lápiz labial gruesa como un bolígrafo, los cojoncitos eran del tamaño de canicas y duros como tales. Me quité mi propia camisa de franela y la camiseta sin mangas que llevaba debajo. Con mi tórax, frote la dureza, sintiendo como todos los músculos de Daniel se tensaban.

-Ah... aah... ah.. que bien... ah... aah... aaaaaah... mmmmmmmmm...aaaaaaaaaahg

Me sorprendió, notar el calor húmedo en mi pecho. Al apartarme vi una mancha fácilmente identificable en los calzoncillos. La mancha cada vez era más grande, no podía esperar a que la polla se le aflojara, quería verla. Tiré hacia abajo de los empapados calzoncillos, quedando ante mi una virilidad, pequeña pero bonita, con la blanca piel tensa, totalmente manchada de su propia simiente al igual que el escaso pelo que circundaba la pollita.

-Ibas cargado ¿eh? - dije al ver como su leche le resbalaba por las casi imberbes piernas.

-Si... buf... es... es que nadie me había tocado así nunca. ¡¡No veas que gusto me has dado!!

-Ya lo veo. En el cajón de la mesita hay servilletas de papel limpiate un poco anda.

Gasto casi un cuarto del paquete de servilletas para retirarse toda la leche que había soltado. Cuando terminó de limpiarse se sentó a mi lado. Miré su polla que materialmente había desaparecido entre la escasa pelambrera.

-¿Lo has pasado bien? - pregunte retoricamente.

-Si... pero... tu... no... ¿quieres... que... yo?

-Shhhh, no te preocupes hay tiempo.

-¿Que te ha parecido mi polla?, la tengo pequeña ¿verdad?

-No más pequeña que otros que halla visto – mentí piadosamente.

Mientras estuve en el ejercito, en las duchas, las vi de muchos tamaños y formas, grandes, pequeñas, delgadas, gordas, pero ninguna tan mínima ni bonita como la de Daniel.

-Tengo que mear – dijo en el momento que coloqué mi brazo izquierdo sobre su hombro.

-Pues el baño está en el pasillo, o te vistes y vas o... espera.

Me asomé al pasillo comprobando que estaba desierto

-¡Vamos!,¡Va! - dije

Daniel se levantó de mala gana y caminó delante de mi, tal y como estaba, es decir en pelotas, por el corto trayecto hasta el baño. En lo que duró el trayecto me fijé en su culo, era como todo él, muy pálido, pequeño y casi sin pelo. Me hizo gracia el movimiento de sus carnes al correr de puntillas por el pasillo.

Me quede en la puerta del pequeño retrete mientras el orinaba, mi patrona debió oír algo porque apenas cerramos la puerta apareció por el pasillo. Siendo como era una cotilla empedernida me entretuvo tanto como pudo con su cháchara. Al final me harté y con mi mejor sonrisa le dije:

-Discúlpeme señora, pero es que en el water está el chico de antes y ya habrá terminado de orinar.

-Bueno pues que salga.

-Es que esta completamente en cueros ¿sabe?

-Ah... si es así... mejor... yo voy... voy al salón. Hasta luego José

-Hasta luego señora.

En cuanto empezó a caminar por el pasillo llamé a la puerta del retrete e hice salir a toda prisa a mi regordete amigo.

-¡Vamos a la habitación!,¡rápido!

Daniel volvió a caminar delante de mi, pude sentir la mirada de la matrona en mi desnuda espalda y en el desnudo y breve cuerpo de él.

Cuando llegamos a la habitación, Daniel se dejó boca abajo en la cama, inmediatamente se puso de lado y me miró a los ojos con cara de miedo.

-¿No querrás darme... por... por...? - balbuceó con un miedo que hoy calificaría de normal en un primerizo.

-Nooooo...

-¿Entonces?

-Entonces lo único que haré será lo que tú seas capaz de tolerar.

-Bueno, yo... no sé... quizás... bueno... no sé

-Mira veras, yo empezaré y si hay algo que no quieras hacer me lo dices y ya está. ¿vale?

-Vale – afirmo con convicción y con una sonrisa.

Le hice levantarse de la cama, y tras desnudarme del todo, me tumbé mirando al techo con el cipote en ristre. Al vérmelo Daniel se quedó como alucinado, parecía que estuviera viendo una visión no un palo de carne real.

-Tu si que la tienes enorme – dijo en cuanto su sorpresa estuvo bajo control.

Era un momento delicado, si le decía que mi cipote era solo normal, su complejo de inferioridad se hubiera exacerbado, estropeandonos la noche y le decía que si que era enorme podría asustarlo, la única opción que me quedó fue callar.

Le instruí para que se sentara a horcajadas sobre mi vientre, a la altura de mi ombligo. Así yo tendría acceso táctil a su culo y él a mi cipote. Hizo lo que le pedía con no pocas dudas. Sentí el peso de su cuerpo, y el roce de sus huevos en mi bajo vientre. Sentí como sus nalgas, tímidamente separadas llamaban a mis manos para acariciarlas, para estrujarlas con pasión. Empezó a masturbarme nada más se lo pedí, al mismo tiempo que yo empezaba a amasar sus nalgas, separandolas, acariciando tímidamente un objetito pequeño y rosado.

Cuando estaba en lo mejor, sintiendo ya mis fluidos por el caño de mi instrumento, Daniel paró:

-¿No te lo hago bien? - preguntó

-Claro... claro que me lo haces bien...

-Entonces ¿por qué no te corres?

Con mi orgasmo dolorosamente contenido yo apenas podía hablar.

-Me... uuf... me to... tomo mi tiempo... mmm... uff... me gusta disfrutarlo... ¡Anda, sigue!

Prosiguió con su trabajo manual durante el poco tiempo que tardé en escurrirme.

-Ya... ya... yaaaaa... toma... toma lecheeeee.... aaaaaaaahg... aaaaaaaahg...

Me salio una buena cantidad de esperma en varias andanadas. Mientras me corría, zarandeaba a Daniel agarrando sus nalgas con fuerza, mientras alzaba mi pelvis haciendo que Daniel casi se descabalgara de mi.

-¡Hostias!, ¡vaya manera más bestia de correrse tío!

-Ufff... es... que... me gusta... disfrutarlo- respondí entrecortadamente.

-Por eso has tardado la hostia en correrte.

-Si, ¿tú no lo haces?

-No – dijo mientras me descabalgaba – yo le doy a la zambomba nueve o diez veces y enseguida me viene el gusto.

Mirándome la polla mientras se me reducía pensé que mi época de alumno había pasado, que tenia que ser el maestro.

CONTINUARÁ