¿Un nuevo comienzo?

Alejandro Robles despierta en la cama junto a su amante en turno, un joven que le ha maravillado como ningún otro. ¿Será capaz también de transformar la vida que lleva? Con un final secreto para nuestro protagonista.

La luz del ocaso se colaba a través de las delgadas cortinas de visillo rojo, tiñendo de carmesí una habitación saturada por colonia y sexo.

Recostado en una amplia cama de hotel, enmarañado entre un mar de suaves sábanas Alejandro abría pesarosamente sus ojos. Aún tenía en la boca el sabor de los besos de su amante quien yacía dormido, recostado en su pecho. Era muchos años menos que él, 24 le había dicho; pero sabía de sobra que apenas y rondaba los 20. Tenía el cabello rizado y revuelto, corto de los lados y largo del centro como todos los chulillos de hoy en día. Pero Gabriel no era como los demás.

Varios jóvenes y atractivos muchachos habían pasado ya por la verga del ingeniero Alejandro Robles sin embargo, Gabriel era el único que había logrado una segunda llamada suya. Tenía los ojos grandes y orgullosos como los de un ciervo recién astado sin embargo, eran sus labios rojos lo que él más apreciaba. Aquellos labios perfectos que reposaban a escasos milímetros de su pezón derecho eran los mismos que hace unos cuántos minutos habían hecho maravillas con su miembro erecto. Dicen que a un hombre se le enamora por el estómago, pero eso lo dicen solo aquellos que no han recibido una larga y profunda mamada por parte de chicos como Gabriel. No sabía si había sido la suerte o el destino quien los había unido, pero desde aquella primera vez en la parte trasera de su Ford Explorer, con las estrellas y los viejos árboles como únicos testigos, Alejandro no había vuelto a sentirse tan hombre como se sentía cuando su verga entraba implacable en el culo de ese joven. Pasaba los días extrañando su piel, recordando su fragancia, imaginado los gritos de placer provocados por su espesa barba mientras le comía entero el culo. Había aprendido a dibujar suspiros y gemidos con su lengua cuando ésta recorría los firmes músculos del abdomen de Gabriel y se sentía en el pleno cielo cuando desde las alturas, veía cómo su semen, disparo a disparo, cubría de espeso blanco el rostro de su amado. El natural miedo inicial al flechazo había dado paso a una sana y extraña satisfacción que crecía día a día.

Alejandro volvía a estar a tope, sus encuentros nunca se saldaban en un solo round. Estiró su brazo para descubrir aquel culo que tantos orgasmos le había regalado. Extendió su mano queriendo abarcar con todos sus dedos aquel pedazo de carne que lo había perdidamente subyugado. Fue entonces cuando la alianza que adornaba su anular brilló con una luz enseguecedora. En anteriores ocasiones siempre había tenido el recato de ocultarla cada que se perdía entre las sábanas con un algún muchacho. Se dio cuenta entonces, que no tenía caso intentar disimular lo que seguramente Gabriel y todos los jóvenes que le precedieron sabían de antemano: el ingeniero Robles era un hombre casado con una convencional vida hetero. Por qué otra cosa exigía ir a los hoteles más alejados de la ciudad o por qué únicamente podía agendar citas en horario laboral. La sola idea de saber que tendría que regresar a compartir cama con una fría e insípida esposa o tener que escuchar los nuevos caprichos de sus superficiales y egocéntricas hijas le causaba migraña. Afortunadamente para él, aún le restaban algunos minutos junto a Gabriel. “Él sí sabe cómo hacerme sentir vivo”, pensó.

Justo en ese momento el joven abrió los ojos y cruzaron miradas por unos segundos.

Con una pícara sonrisa juguetona dijo:

G: Alguien aún quiere seguir la fiesta- Al tiempo que su mano comenzaba a subir y bajar por su ya morcillona verga.

A: Tendrá que ser rápido rey, la siesta me ha demorado más de lo que esperaba.

G: Entonces será mejor que nos tomemos una última copa antes. Te pones más cerdo cuando estás un poco tomado- Bromeó.

Gabriel se puso de pie en un instante y camino desnudo hacia la cómoda que en ese momento hacía de barra. Había llevado whisky, el favorito de los caballeros. Al principio Gabriel tenía esa desagradable costumbre de beberlo con refresco de manzana pero ahora ya lo bebía únicamente con agua mineral. Alejandro lo prefería en las rocas. Esperaba que con pequeños detalles como este algún día Gabriel pudiese entrar al exclusivo y elitista círculo al que él pertenecía. No verán a un padrote con su mayate sino a dos socios o a dos colaboradores, se repetía para sí.

G: Toma aquí tienes- Le dijo el joven sacándolo de su fantasía.

A: Gracias, eres un sol- Respondío Alejandro con una cálida sonrisa y bebió un largo trago que ahuyentó cualquier atisbo de somnolencia.

A: ¿Tendrás libre el lunes de la siguiente semana? Odiaré pasar el fin de semana sin verte

G: La verdad es que no creo poder- dijo Gabriel apartando la mirada y volviéndose de espaldas.

La respuesta fue tan fría que Alejandro sintió que las manos se entumecían. Gabriel nunca le había negado una cita.

A: Bueno, igual otro día de la semana. Quizá te gustaría ir esta vez a un lugar más público… pero sin contacto afectuoso, claro. No quiero correr riesgos…

G: Siempre hay riesgos querido Alejandro - Interrumpió Gabriel con una voz que parecía haberla robado de alguien más. Seguía de pie, su esbelta figura seguía de espalda, con el culo firme y la línea de la columna marcada insolente, pero parecía alejarse sin moverse. Alejandro comenzó a marearse, le costaba reconocer al dulce muchachito de labios rojos. Al momento de que su rostro se estampó en las delicadas sábanas blancas ya tenía los dos brazos completamente entumecidos y un hormigueo fantasmal comentaba a subir lentamente desde el estómago hasta la garganta. Quizo pedir ayuda pero el sonido se quedó atrapado entre sus dientes transformado en un gemido muy distinto al que solía escuchar su acompañante.

G: Admito que te tomé cariño. No soy de los que permanece saliendo mucho tiempo con la misma persona y este día tenía que llegar. -Al volverse su mirada sagaz se había convertido en una auténtica sentencia capital.

Mientras el fornido cuerpo del ingeniero Roble se convulsionaba entre sábanas ahora tintas, Gabriel buscaba y tomaba los objetos de valor desperdigados por la habitación. Al salir la última gota roja de la nariz de Alejandro sus ojos se clavaron desesperados en aquella sombra que se acercaba inalterable. Le sujetó la mano y le liberó de su dorada carga.

G: Salud ingeniero. En las rocas y sin miramientos las despedidas son menos amargas.

Aviso Comunitario: Este es mi primer relato, surgió de la nada y quise compartirlo. Cualquier comentario o valoración, lo apreciaría bastante:) del mismo modo me gustaría saber qué tipo de relatos prefieren... si relatos para pajas expres, experiencias o relatos más oscuros como éste. Paso de las sagas de momento. Saludos.