Un noche mágica
Emilia, ante su propio marido, Santiago,una noche se entrega a su hijo Luis
UN NOCHE MÁGICA
Aquella noche, una más, una de tantas, Emilia se despertó de madrugada con una enormes ganas de hacer pis y una sed no tan enorme. Se rebulló en la cama para levantarse, lo que medio despertó a Santiago, su marido
- ¿Qué haces?
- Me estoy meando; voy al baño… Y también a la cocina, a beber agua, pues tengo la boca seca
Santiago se volvió de lado, dando la espalda a su mujer, tratando de seguir durmiendo, y Emilia se levantó para ir al servicio. Salió al pasillo, casi bamboleándose, pues todavía andaba medio dormida. Hizo pis en el baño y se miró un pelín en el espejo, algo más despabilada, aunque sin pasarse mucho aún. Salió de nuevo al pasillo y se encontró con su marido, que venía a lo mismo que ella viniera minutos antes…
- Que también a mí me entraros ganas de mear
- Pues aquí lo tienes… Para ti todo…
Amalia entró en la cocina y se dirigió recta al grifo del fregadero; lo abrió y bebió directamente de él a modo… Es esas estaba cuando entró su marido, que no menos rectamente que ella al grifo se dirigió hacia su mujer, para pasarle una mano por la cintura en tanto con la otra le acariciaba el culito… O culazo, según se mire, aunque más propio sería dejarlo en culo a secas, pues no era ni muy, muy pequeño ni en absoluto grande… Era… Simplemente, vistoso… Como toda ella, a sus 43 años, que no en balde aún volvían los tíos la vista a su paso… Pero hay también que reconocer que el culo de Emilia llamaba poderosamente la atención a los masculinos ojos
- ¡Pero qué riquísima que está mi mujercita!
Esto Santiago lo decía mientras muy a sus anchas y expensas levantaba por atrás el somero camisoncito con que Emilia cubría su serrano cuerpecito, buscando su mano lo más “nobiliario” de la anatomía de su esposa… Pero el gozo de Santiago quedó en un pozo, pues Emilia se echó para adelante y, además, de un manotazo mandó a hacer gárgaras la “manita tonta” de su marido
- Con que tu mujercita está muy buena, ¿he?... ¡Pues no pensabas igual anoche, cuando nos acostamos, que no pensaste más que en roncar como un cerdo!... ¡Y yo!… ¿Qué?... Que me bombe un pez, ¿no?... Pues, sabes rico… ¡Que ahora a mí no me apetece!.... Luego… ¡Ya te la puedes ir “machacando” si tienes ganas de “festejar”!
- ¡”Crudela”!... ¡Más que “crudela”!... ¡Pero no ves que, tras de diez horas seguidas de “darle a la vara” en la fábrica llego a casa reventado!... Pero mira… ( Santiago se miró el reloj ) Las dos y veinte… ¡Más de tres horas descansando!... Y estoy como nuevo…
- Ya… Pues, como no vuelvas a nacer, lo dudo… Además, ya te lo he dicho: Ahora a mí no me apetece… Luego, si tienes ganazas, te la machacas o la metes en un enchufe, que no veas el “gustirrinini” que da una corriente de 220v corriéndote por los huevos… Ja, ja, ja…
- Muy “agradecido” a tus sacrosantas intenciones…
- De nada hijo; de nada… ¡Qué no haré yo por mi amadísimo esposo!… ¡Y qué bienes no le desearé yo!...
Y riendo salió de la cocina enfilando el pasillo de vuelta al dormitorio, con Santiago detrás de ella, mostrando un rostro falsamente compungido, pues explotaba de risa, como su mejer. Y es que todo había sido una broma mutuamente gastada, que bien entendía que el pobre Santi llegara a casa como cada día llegaba, pues buena estaba ella, también, cuando por la noche se metía en la cama tras las ocho horitas de pie, una tras otra, como dependienta de unos grandes almacenes … Justo, justo, para andar “festejando”…
Pasaron ante la puerta del cuarto de su hija, Isa, por Isabel, y nada más rebasarlo, Emilia se paró en seco
- ¿Has oído, Santi?... Parecen gemidos de la nena…
- Pues yo no he oído nada…
- Pues yo sí… ¿No le pasará algo a Isa?
- ¡Qué le va a pasar, mujer!... Anda; déjate de sandeces y volvamos a la cama… Que ya son casi las dos… ¡Y las seis se hacen más que deprisa!
- ¡Si serás!... Bueno; si seréis los hombres… No os preocupáis por nada, ni por nadie… ¡Salvo por “eso” que os cuelga entre las piernas!... Aunque a ti sea ya un tanto “pendulona” como te cuelga
Emilia, riéndose de su marido, volvió sobre sus pasos hasta la puerta del dormitorio de su hija; con todo sigilo giró el pomo, abrió la puerta, y entró dentro… Y se quedó allí… Clavada… Sin habla… Sin sangre en las venas, casi… Santi, su marido, sin cuidarse de nada salvo de volver cuanto antes a la cama, siguió pasillo adelante hasta ganar el conyugal dormitorio y, con él, la cama, donde se metió al momento, arrebujándose entre sábanas y mantas…
Los minutos fueron pasando, lentos, idénticos unos a otros… Seis, ocho… Puede que diez… Puede que más incluso… Pero Emilia no regresaba y Santi se empezó a alarmar… ¿Y si Isa, por finales, de verdad no se encontraba bien? De un salto se puso otra vez en pie y, más corriendo que aprisa, fue al cuarto de su hija y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, se metió por la puerta medio abierta… Pero entonces se quedó de piedra ante lo que sus ojos vieron
Allí estaban sus hijos, Luis, el mayor, veintidós años, e Isa, diecinueve… Desnudos los dos, en la cama los dos… Isa demudada, con cara de susto, casi llorando… Luis no; él estaba de frente a la puerta y a su madre, con el miembro viril en la mano, manoseándoselo… Masturbándose con toda parsimonia, a todas luces exhibiéndose, exhibiendo ese miembro… Grande… Grueso… Y su mujer, Emilia, allí plantada, unos pasos dentro de la habitación, mirando hipnotizada ese miembro…
Saltaba a la vista ante quién se exhibía Luis, su hijo mayor; a quién le mostraba su “herramienta”, cono ofreciéndosela… Y también estaba claro como el agua el efecto que tal exhibición estaba haciendo en su destinataria: Su propia madre, Emilia, congestionada, roja como la grana; roja como la sangre que a raudales corría por sus venas hacia su vagina, a engrosar hasta ni se sabe dónde los vaginales labios… El rostro desfigurado… Desencajado por increíble rictus de extrema lujuria… La lengua pasando y repasando los labios, humedeciéndolos, en el mayor gesto de sexual deseo que jamás en ella viera… Casi babeaba, ansiosa de ese miembro que su hijo le mostraba…
Y Santiago también allí plantado, en la misma puerta, como un pasmarote, incapaz de reaccionar, de hacer nada… Quería gritar, lanzarse sobre su hijo y molerlo a palos, pero no podía; le era imposible… Era como si una fuerza hercúlea le mantuviera quieto, aprisionado más bien… Y amordazado, sin poder modular su garganta sonido alguno… Así asistía a la escena que ante sus ojos se desarrollaba, atónito, anonadado… Incapaz de reaccionar…
Era como un ratoncillo, quieto, inerte, ante una serpiente lista a matarlo y tragárselo… El ratoncillo sabe lo que le espera, el tremendo peligro que corre; podría escapar, si echara a correr, pero no puede pues la visión de su asesina le mantiene inmóvil, hipnotizado…
Enseguida, muy poco después de que él irrumpiera en la habitación, Emilia, loca ya de lujurioso deseo, se subió el camisón hasta la cintura y, metiendo ambas manos en el elástico de la braguita, se la bajó, de un tirón, hasta más allá de las rodillas para, seguidamente, buscar esas manos su ínclito deseo. Los dedos, unos, abrieron los labios que velaban la entrada a su sitio del placer, otros se hundieron, furiosos, en su gruta mágica, moviéndose frenéticos, entrando y saliendo a velocidad, diríase, de vértigo, en tanto su garganta emitía sonidos guturales, indefinibles, pero de neta significación sexual…
Al cabo, más que encendida, Emilia dejó de “dedearse”, mientras su lengua se paseaba, más y más, viciosa por sus labios, humedeciéndolos de saliva… Y de deseo…de inmenso deseo de degustar la maravilla que su hijo le ofrecía, tanto en su boca como en lo más hondo de sus entrañas… Santiago estaba enteramente descompuesto… Trémulo ante lo que, inevitablemente, sabía se avecinaba
- ¡No lo hagas Emilia!... ¡Por favor, por favor cariño mío, no lo hagas!... ¡No me hagas esto, por Dios Emilia!… ¡Por Dios te lo ruego!...
Emilia le miró silenciosa
- Lo siento, marido… Lo siento… Pero…
Y se desentendió por entero de él, fijando su mirada, ávida, en el masculino miembro que su hijo le mostraba y ofrecía con una sonrisa bastante más sardónica que alegre… Hizo deslizarse los tirantes del camisón a lo largo de sus hombros hasta sacarlos a sus brazos que, inertes hacia el suelo, dejaron caer la prenda, por su propio peso, al suelo, quedando su cuerpo en integral desnudo ante los ojos de su hijo que, pleno a su vez de deseo por su madre, silbó admirado
- Pero… Pero… ¡Qué cacho de hembra que estás hecha mamá!… ¡Menudo cuerpazo el tuyo, mami! Y cómo envidio a papá por tenerte cada noche en la cama… A su disposición…
Emilia, todo sensualidad, por no decir sexualidad, sonrió a su hijo. Luego, acabó de mandar la braguita a freír espárragos, deshaciéndose de ella y, lentamente, insinuándose cual chica de estriptis, fue acercándose a la cama, mientras su marido, Santiago, rompía a llorar como un chiquillo, y a los ojos de su hijo asomaba un acalorado ramalazo de deseo por aquél cuerpo de odalisca turca… De divina hurí del Edén de Allah…
Emilia, finalmente, se llegó junto a la cama, aceptó la mano que su hijo la tendía para ayudarla a subirse a ella; así, se encaramó a lo alto para quedar de rodillas, frente a su hijo, también de rodillas; ambos, madre e hijo, se fundieron en un beso que lo tuvo todo de morreo insuperable y bestial comida de bocas…
Santiago, llorando a lágrima viva, seguía clamando
- ¡No!... ¡No Emilia!... ¡Eso…eso no, cariño!... ¡No lo hagas, por Dios, querida mía!
Era todo lo que podía hacer… Llorar… Y rogar, suplicar, pues, ¿cómo abalanzarse sobre ellos, su amada esposa y su más que querido hijo y destrozarlos, machacarlos a golpes…matarlos a golpes con sus propias manos?; ¿cómo hacerlo, si eran lo que más quería en esta vida?...¿cómo hacerlo, si por ellos, gustoso, daría la vida?...
Por un momento, Emilia volvió sus ojos a su marido, espetándole
- ¡Vete Santiago; vete de aquí!... Será sólo esta noche… Sólo esta noche, te lo juro… Mañana volveré contigo… ¡Te compensaré, marido…te compensaré!...
Santiago se fue de la habitación, llorando y clamando
- ¡Malditos! ¡Malditos una y mil veces los dos!... ¡Puta!... ¡Maldita puta incestuosa!...
Entonces Isa, volviéndose a su madre y hermano les espetó
- ¿Sabes mamá? ¡Eres una cerda!... ¡Y tú, hermanito, un desgraciado degenerado!…
Su madre no respondió al insulto, un tanto embargada de vergüenza, pero Luis, envalentonado ante la retirada de su padre, humillado por él, galleó a su hermana
- Pues mira quién fue a hablar… Que bien que te retorcías de gusto cuando te la “metía” a ti… Y si es porque me vaya a “calzar” a mamá y no a ti, no te preocupes, hermanita, que también habrá para ti… Anda preciosa, no te enfurruñes y únete a la fiesta, que ya sabes… Voy “sobrao”…
- ¡Cerdo!... ¡Macarra!... ¡Desgraciado chulo de putas!... ¡Iros los dos a la mierda!...
Y salió más corriendo que aprisa de la habitación, mientras madre e hijo seguían con su “magreo”, su “comida” de bocas… Acariciándose…Sobándole él las tetas con una mano en tanto los dedos de la otra regalaban la ya chorreante intimidad materna, y ella hacía lo propio con la bravía virilidad de su hijo, masturbándole a todo ruedo
Luis dejó de atender la materna boca para pasar labios y lengua a homenajear sus senos, besándolos, lamiéndolos, para enseguida centrar sus atenciones en los oscuros pezones, para entonces ya más que enhiestos, chipándolos, succionándolos, mordisqueándolos quedamente, arrancando gemidos de placer de la boca de Emilia
Pero ella le privó de tales manjares cuando se inclinó sobre los genitales de su hijo. Con la mano que le masturbaba, echó hacia atrás el prepucio haciendo surgir el glande del masculino miembro viril, brillante y sonrosado; lo besó, lo lamió y se lo hundió en la boca, comenzando una mamada como nunca antes Luis la disfrutara… Y así, hasta que se la sacó, diciendo
- ¡Ya estás a punto, cariño!
Seguidamente, se tendió boca arriba y abriendo desmesuradamente sus piernas, sus divinos muslos, dijo a su hijo, con voz enronquecida de puro y sexual deseo
- Métemela ya hijito… ¡Fóllate a tu madre, Luis!... ¡Fóllate a la redomada puta de tu madre, hijito mío!
Y Luis, puesto entre las piernas de su madre, no se hizo esperar ni un segundo…
Cuando Isa abandonó su habitación, presurosa se dirigió a la de sus progenitores, encontrando a su padre sentado al borde de la cama… Humillado… Derrotado… Roto en el alma y en el cuerpo. Ya no lloraba, manteniendo la vista gacha, fija en algo del suelo que, realmente, no veía
- ¿Qué haces aquí hija?... Anda vete… Déjame… Quiero estar solo… No quiero ver a nadie…
Su hija ni le respondió; no se detuvo, sino que siguió avanzando hasta situarse frente a su padre; se acuclilló ante él y, mimosa, con infinito cariño, increíble dulzura…inigualable ternura, empezó a besarle las mejilla, los ojos, enrojecidos y ardientes, acariciándole al propio tiempo pelo y mejillas… Y Santiago, ante la solicitud de su hija, plena de inmenso cariño, volvió a romper a llorar, enteramente desconsolado…
Entonces ella, tomando el paterno rostro entre sus manos, le dirigió hacia sí misma, hacia su pecho, sus desnudos senos, entro los cuales quedó el rostro de su padre, abrazado, casi histéricamente, a ella. E Isa, su hija Isabel, también abrazó estrechamente a su padre, empujándole más y más contra sí misma, contra sus desnudos senos, mientras seguía besándole en el pelo, las mejillas, el cuello
- No llores papi, cariño mío; no llores, que me partes el alma, papito querido… Tranquilo, papá, tranquilo… ¡Si no pasa nada, tonto mío!... Es sexo… Sólo eso, sexo… Mañana acabará y mamá regresará a ti para quererte mucho… Es solo eso, papi: Sexo y nada más que sexo… A mamá esta noche le ha dado por ahí… El cabrón de Luis la ha seducido… Pero no le quiere… Es a ti a quien únicamente quiere… Mañana volverá contigo y, realmente, nada habrá pasado… Todo seguirá igual entre vosotros…
- Santiago, sorbiéndose en parte las lágrimas, tardó algo en responder
- No hijita; no podrá ser así… Me han hecho mucho; muchísimo daño… Entre los dos… Mi mujer y mi hijo… Los queridos de mi corazón... ¿Cómo podré recibir a tu madre a partir de esta noche?... ¿Cómo olvidar la escena que acabo de ver?... Tu madre babeando de deseo por el canalla de tu hermano… Entregándose a él, en mis mismísimas narices… Y él… Riéndose de mí en mi propia cara… Diciendo que me envidiaba por tenerla a ella… ¡Malditos sean los dos!... ¡Me han roto la vida!… ¡Para siempre!...
Y volvió a llorar, con más desconsuelo aún, si tal cupiere… E Isa volvió a acariciarle… A besarle… A estrecharle contra sí; contra sus desnudos senos
- ¡Tranquilo papá; tranquilo, cariño mío; queridito mío!... Ya verás como no será tan terrible como dices… ¿Qué cómo vas recibir mañana a mamá?... Pues con todo el cariño que le tienes… Y el que ella te tiene… Ya verás… Lo de esta noche lo olvidaréis los dos… Lo superaréis los dos… Y a Luis, mañana mismo lo pones en la calle… ¡Que se las arregle él solito, que ya tiene edad para ello!...
Siguieron en la misma tesitura, él llorando a lágrima viva y su hija acariciándole, besándole, abrazándole más y más estrechamente, al tiempo que también el padre se abrazaba a ella, más y más fuerte… Así, llegó un momento en que Santiago, sin proponérselo, sin siquiera ser consciente de lo que hacía, empezó a besar los senos de su hija… A besarlos, lamerlos, chuparlos, mientras ella se estrechaba aún más contra él, metiéndolo los pezones en la boca, para que se los besara, se los chupara, se los succionara como niño de pecho mamando del seno materno, al tiempo que empezó a gemir quedamente
- ¡Ay!... ¡Aayy!... ¡Papito…papito querido!... ¡Cariño mío…queridito mío!… ¡¡¡AMOR MÍO, AMOR MÍO, AMOR MÍO!!!... ¡¡¡VIDITA MÍA!!!... ¡Aaggg!... ¡Aaagggg!...
Y su mano bajó, firme, segura, en busca de la paterna virilidad, para acariciarla por encima del pantalón del pijama… Y Santiago, en un santiamén, cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo, lo que ambos hacían… Y se espantó… Apartó de sí a su hija, más vigorosamente que otra cosa, diciendo
- Cariño… Hijita… Esto no puede ser… Es una locura… No; no pued…
No pudo seguir hablando porque su hija le selló la boca con sus labios, al tiempo que se abrazaba a su cuello, atenazándolo entre sus brazos… La lengua de la muchacha pasó entre los labios paternos para acariciar, lamiéndola, la doble hilera de dientes de Santiago presionando también sobre ellos, pidiendo paso libre al paterno interior bucal, a lo que Santiago, sobrepasado por todo aquello, sin poder ya siquiera razonar, cedió a la petición de la juvenil lengua que ya, inevitablemente, le embriagaba… Aquél jovencísimo cuerpo desnudo de mujer le anonadó enteramente, borrándole de la mente todo lo que no fuera ese femenino cuerpo de impresión…
Se besaron con pasión de amantes desesperados… Como si en ello les fuera la vida… Como si segundos después fueran a morirse y quisieran morir besándose… Isa, ya fuera de sí, volvió a la carga con el pene de su padre, apoderándose de él en vivo y en directo, tras bajarle el pantalón del pijama a tirones, que casi se lo rasga… El pantalón fue al santo suelo y la hija se hizo dueña de la “herramienta” de su padre, para esas alturas ya más que bravía… La manipuló, masturbándola durante un rato hasta que, haciendo surgir la “guinda” del “pastel”, se la llevó a donde entonces deseaba tenerla, en su “tesorito”, estrellándola contra su “botoncito” placentero, erecto entonces casi como masculino miembro
Se refregó bien refregado el objeto de su deseo contra ese clítoris ansioso de agasajo, y su padre se volvió loco de deseo por poseer ere “tesorito”, de manera que cortó el refriegue de la muchacha levantándose; la tomó en volandas y la colocó boca arriba sobre la cama, con la espalda descansando allí y las piernas colgando hasta el suelo. Tomó las piernas de su hija por los tobillos y se las subió hasta hacerlas descansar en sus hombros… Y la penetró… Fiera, casi salvajemente, de un solo y enérgico empellón, empezando seguidamente a moverse, adelante, atrás, briosamente, a toda velocidad, pensando sólo en él, en disfrutar de esa grutita maravillosa que le volvía loco
Así transcurrieron varios minutos, con él moviéndose sin contemplación alguna para con la muchacha, haciendo chocar sus testículos una y otra vez contra el culito de su hija, contra la rajita que separaba ambos glúteos, bufando, berreando de placer, en tanto Isa se mantenía con los ojos cerrados y los labios aún más apretados que sus ojos… Hasta que, en un momento dado, Santiago se dio cuenta de que no era eso lo que exacta y realmente, él deseaba…
Hasta que se dio cuenta de que “eso” era muy poco… “Eso” era, ni más ni menos, lo único que hasta entonces, realmente, había tenido con su mujer… Pero esa noche, en su hija, había vislumbrado algo más… O mejor, mucho más… Sus besos, sus caricias… Su dulzura, su ternura… Su cariño en suma… Eso era nuevo para él: Sentirse amado, querido en tales momentos, no simple y sencillamente deseado… Eso, el amor, el cariño, en Emilia y en tales momentos, nunca lo encontró; sólo el deseo, el sexo por el sexo…
Así, se dio cuenta de que lo que realmente entonces ansiaba era besarla, abrazarla, acariciarla… Desde luego que también ansiaba penetrarla, disfrutar de esa divina intimidad de mujer que su hija con tantísimo cariño le ofrecía, pero amándola, queriéndola también al penetrarla… Y, a su vez, sentirse amado, querido por ella… Como antes se sintiera, querido y reconfortado por ese cariño, ese amor de su hija…
Pero entonces también sucedió que tampoco su hija estaba tan a gusto
- Papá para, por favor… Así no me gusta… Me haces daño…
- Perdona hijita… Tienes razón; he sido un salvaje… Ahora será mejor…
Santiago se salió de su hija que, al momento, gateó sobre la cama hasta el cabecero; allí se tendió boca arriba, con la cabeza apoyada en la almohada y las piernas, los muslos bien abiertos. Moró a su padre con cariño casi infinito y le tendió sus brazos
- Ven a mí, papito; cariño mío… Pero… Pero… Quiéreme un poquito… Sólo un poquito papá… Con eso me conformo…
Santiago gateó también sobre la cama hasta alcanzar a su hija; hasta llegarse a ella y ponerse encima, mientras le decía
- Te querré querida mía; y no un poquito, como me pides, sino con toda mi alma… Con todo mi amor de padre… Con todo mi amor y pasión de hombre… De hombre afortunadísimo esta noche al tenerte…
Le abrió aún más esos muslos que le fascinaban y se tendió encima de ella, llevando su virilidad a donde tanto él como su hija querían que estuviera. Isa, al momento, elevó su pubis lanzándole al encuentro de la paterna virilidad… Y Santiago penetró a su hija mientras la besaba en sus labios con toda dulzura, con todo cariño y amor… El mismo amor y cariño con que la muchacha recibió y respondió la caricia de su padre… La penetró lentamente, sin prisas, centímetro a centímetro, mientras ella suspiraba y gemía de dicha y felicidad según se sentía más y más invadida… Más y más llena de su padre… Cuando se sintió repleta, cuando notó el envite de la virilidad de su padre en lo más profundo de sus entrañas, en el mismísimo cuello de su matriz, Isa, Isabel, se abrazó con ansia a su padre, atenazando su cuello entre sus brazos y los muslos paternos entre sus piernas con las plantas de sus pies posadas en las nalgas de Santiago, empujando hacia abajo, buscando la más íntima fusión de su sexo con el de su padre
Y por fin, Santiago empezó a moverse en el rítmico vaivén del dulce baile de Eros… De Venus… Él entraba y salía del filial sexo más lentamente aún que lo penetrara… Recreándose en la sexual danza…gustando los dos de la dulce relación minuto a minuto, segundo a segundo… Besándose, acariciándose en perfecta sincronía, en íntima comunión de cuerpos y almas… Sintiéndose, amándose, ella a él, él a ella… Pero en silencio, sin más sonidos en la habitación que los gemidos, los jadeos y l grititos de placer de ella, cuando no eran gritos a pleno pulmón… Y hasta más que gritos, alaridos… O los también gemidos y jadeos de él, o sus bufidos, berridos y hasta rugidos de puro gusto, con el “¡Ay!... ¡Ay!... ¡Aayyy!... ¡Agg!... ¡Aaggg!... ¡Aaayyy!... ¡Aaayyyy!... ¡Aaagggg!...” de ella, en especial cuando disfrutaba de los muchos orgasmos que aquella noche su padre le dispensó… O los tremendos rugidos de Santiago cuando, a su vez, se vaciaba dentro de su hija… Una y otra y otra vez más en aquella noche que para ambos acabó por ser única… Mágica en verdad
Pasaban ya de la una del mediodía cuando Emilia, por fin abrió los ojos; se sentía más molida que otra cosa, pero sobre todo maltrecha… Maltrecha porque le escocía más que mucho lo mismo el sexo que el ano… Además, punzaditas de casi dolor entre los pelitos de su pubis… Estaba desnuda sobre la cama, absolutamente destapada, sin prenda alguna que la cubriera…
Se incorporó, mirándose la entrepierna… La frondosa vegetación de vello que cubría sus partes íntimas, apelmazada en no pocas partes, producto de amalgamarse pelos, semen y femeninos fluidos íntimos, ya resecos. Aparte, por su cuerpo menudeaban los vestigios de la más que movida noche, pellas de semen reseco diseminadas por pechos, vientre, muslos… Vamos, que estaba hecha un “Hecce Homo”, como antes se decía… Y recordó la noche que con su hijo pasara
Fue salvaje, bestial… Ellos dos no fueron personas, seres humanos, sino bestial salvajes… Una macho y una hembra de la misma especie enloquecidos por una libido, un deseo sexual, interminable… Y así fornicaron, como animales… Como fieras salvajes… Luis, su hijo, resultó ser un fornicador nato, todo deseo, todo instinto del más acendrado primitivismo, sin asomo alguno de sentimiento… Lo absolutamente opuesto a su padre, Santiago, en quien el sentimiento, la sensibilidad nacida del cariño, era lo dominante en la intimidad conyugal… No; Luis no era en absoluto así, sino que su manera de hacer el sexo era a lo bestia llegando, incluso, a lo violento y por más que tremendamente soez en el trato verbal a su pareja sexual…
Él fue incansable, insaciable… Nunca tenía bastante, siempre pidiendo más… Y más, y más, y más… Tras vaciarse, bastaban ocho o diez minutos, para volver a pedir guerra… ¡Y qué guerra, Señor, qué guerra! Total, absoluta… Sin tregua ni cuartel… Hasta el culo se lo hizo, pues no hubo forma humana de evitarlo, por más que ella le pidió y suplicó que por ahí no, que le dolería mucho… Sí; Emilia le tenía terror a que se lo hicieran por ahí; su marido se lo había pedido sin lograrlo, pero su niño se salió con la suya… Quisiera ella o no quisiera…
En realidad, la violó por la “puerta trasera”, pues a viva fuerza se le impuso; a viva fuerza la sometió, inmovilizándola puesta en cuatro y con el culo forzadamente en pompa, como vulgarmente se dice… De una sola y brutal “estocada”, se la metió, enterita… Y si antes había sido con ella rudo, zafio y perdonavidas, entonces lo fue mucho; muchísimo más… La embestía con una furia, una violencia que la rompía por completo, creyendo, incluso, que acabaría por partirla en dos… ¡Y qué vocabulario!... La puso de puta, de ramera, que no había por dónde cogerla… Puta, ramera, perra, guarra, “trotona”, “jinetera” de a tres al cuarto… Viciosa… Toda una panoplia de insultos de lo más arrabalero…
Pero lo paradójico fue que ese trato, esa violencia, tanto física como verbal, la “puso” cosa mala… La volvió loca y empezó a disfrutar…a gozar como nunca gozara, disfrutara… Se desató, y si du hijo fue soez y vulgar en sus maneras, ella en absoluto se quedó atrás… Al fin, se destapó como la puta más puta y viciosa de las más viciosas de las putas… Claro; no “profesionales”, que esas ya se sabe que nada sienten, sino de las otras, las que lo son por “amor al arte”, que tampoco son mancas…
Pero pensar en su marido la puso algo más que nerviosa… Recordó su rostro anoche, cuando ella ya, inevitablemente, se iba a estregar a su hijo… El rictus de dolor…el gesto de rabia, de ira… Se removió, inquieta, en la cama… No; no le apetecía un pelo enfrentársele… Aunque, bien mirado, tampoco la sangre llegaría al río… Si anoche, en caliente, no los mató a golpes a los dos, a ella y a su hijo, hoy, más en frío, en forma alguna… Pero de que algo haría, no le cabía la menor duda… Que Santiago no era violento en absoluto, era un hecho, pero de ahí a tener “sangre de horchata” mediaba todo un mundo
Siguió pensando en él… A su mente venía, especialmente, aquel rictus de ominoso dolor en su rostro, en sus ojos… Y le dio pena… Mucha pena… En cierto modo, ya anoche le pasó algo así, pero la tremenda libido que la dominaba, el atroz deseo que hacia su hijo la impelía, le nubló ese sentimiento de conmiseración que ahora, más serena, claramente sentía… No; Santiago no se merecía lo de anoche… Era demasiado bueno con ella… Nunca ni el menor disgusto, ni la menor queja… ¡Pobrecillo!... La quería demasiado; bastante más que ella a él… Él era de esas personas que cuando aman lo dan todo, entregándose al ser amado sin reserva alguna… Ella no era así; no podía sentir de esa manera; no podía darse así a nadie… Ni a sus hijos siquiera… Su frío pragmatismo se lo impedía… Pero, a su manera, también ella quería a su marido, y no poco… Por algo se casó con él…
Y ello vino a incrementar su recelo a encontrarse con él cara a cara… Ya ni siquiera por lo que él pudiera bastante más decirle que hacerle, los reproches y demás que seguro le dirigiría, si es que no hasta la echaba de casa junto con su hijo Luis, sino porque ella misma se sentía incapaz de mirarle a la cara. Allí, en la soledad de la habitación de su hija, donde transcurriera su “affaire” incestuoso, se sentía segura, haciéndosele el resto de la casa tenebroso piélago, cual aquél mar que el héroe griego Odiseo, o Ulises, surcara en “La Odisea”, por lo que se negaba a salir no ya de tal habitación sino, incluso, de la cama
Mas también le urgía salir, en especial al baño, pues no era sólo que necesitara más que aprisa hacer pis, sino que su lastimados genitales, delantero y trasero, reclamaban a gritos una reparadora crema que aliviara sus escoceduras, y su cuerpo abundante agua que eliminara los materiales vestigios de la pasada noche de aquelarre… En fin, que en tal tesitura, su cerebro la convenció de que, más bien segura que probablemente, estaría sola en la casa, pues su marido, sin duda, debía estar en el taller, trabajando…
A tal efecto, como en una nebulosa, recordaba cómo cuando, ya por la mañana, muy, muy pronto, tal vez las seis y poco, ella al fin iba adormilándose, rota por la vara que su hijo le había dado, él se levantó, yéndose a su cuarto a vestirse para ir al trabajo; y cómo minutos después también su hija entró en el cuarto para también arreglarse e irse a trabajar. Luego, más seguro que otra cosa, era que su marido hiciera lo propio que sus hijos.
De modo que más confortada, segura de estar sola en casa, se levantó por fin y marchó, decidida, al cuarto de baño… Lo que luego sucediera pues sería eso, luego… Y ya se vería en qué carta acababa “pintando” el asunto…
Emilia se bañó en vez de ducharse, doliéndose cuando el agua lamió sus maltrechas partes, para seguidamente, límpia ya, atender debidamente su escocidas partes, más o menos nobles, con ingentes masas de reparador bálsamo a base de corticoides, mano de santo para tales males. Tras ello, marchó a la cocina… A fuer de sinceros malditas las ganas que Emilia tenía de ponerse en tales momentos a guisotear; ni hacerse un simple café con leche le apetecía, molida como estaba, con lo que acabó por calentar agua para un té, de esos de la bolsita,
Con el té ya en una taza, se sentó a la mesa de la cocina, lista a dar buena cuenta de él, sin preocuparse demasiado por lo que iba a comer, a pesar de que las dos de la tarde hiciera ya tiempo que pasaran; y entonces, cuando estaba tan tranquila y desembarazada de preocupaciones, el alma casi se le hiela al inopinadamente oír ruido a agua corriendo en el cuarto de baño, sabiendo pues entonces que no estaba sola en casa, como creyera y se convenciera de ello… Y claro, su acompañante sólo su marido podía ser
Y la subsiguiente impresión fue de eso, de impresión… Se quedó sin habla, como aterrada ante lo que se le podía venir encima… Y ya, ni siquiera estuvo tan segura de salir físicamente indemne del encontronazo, al recordar nuevamente el rictus de rabia y odio de Santiago… Temió que la medio matara de un palizón… Quiso salir corriendo… Escapar, huir de casa casi a la ventura, pero no pudo… Una fuerza mayor, invisible, la mantenía sujeta a la silla que ocupaba… Y así, con el alma en vilo y más aterrada que otra cosa, esperó acontecimientos
Estos llegaron minutos después, cuando Santiago entró en la cocina, descalzo, con el pelo todo mojado, un toallón anudado a la cintura cubriéndole piernas y vergüenzas y secándose el torso con otra toalla… Pero sin exteriorizar emoción o sentimiento alguno, para sorpresa de Emilia, que esperaba, cuando menos, todo un chaparrón de improperios… Simplemente, soltó un
- ¡Hola!... Buenos días…
Nada más. Se acercó a la encimera de la cocina y se puso a calentar una taza de leche al microondas, al tiempo que encendía la cafetera eléctrica, preparándose así un café con leche; y se sentó a la mesa, con su mujer, sin tampoco sacar “los pies del tiesto”… Él se fue tomando su café, sorno a sorbo y ella, enervada, inquieta, siguió esperando que “tronara”. Pero Santiago siguió sin decir “esta boca es mía” limitándose a seguir sorbiendo su café tranco a tranco… Vamos, como si nada hubiera sucedido… Sin más síntoma adverso que su prolongado mutismo
Emilia no hacía más que escrutar su rostro, buscando pistas que le hablaran del estado de ánimo de su cónyuge, pero tampoco esto daba resultado alguno, pues su semblante, su talante, era de lo más normal…
Por fin, Santiago salió de su mutismo para exclamar
- ¿Qué piensas que comamos hoy?... Supongo que algo rapidito… ¿Qué te parecerían unos simples huevos fritos con lo que sea, ensalada, por ejemplo?
- Pues no había pensado en nada todavía… Sí; unos huevos con lo que sea podría ser… Con unas lonchas de jamón, por ejemplo…
- ¡Estupendo!... ¿Lo hacemos ya?
- Pues… Como quieras… Aunque, la verdad, todavía, ni pizca de hambre tengo…
- Lo cierto es que tampoco yo tengo casi hambre… Si lo prefieres, podemos esperar otro poco aún…
Emilia no podía creer en tanta belleza… Que su marido hubiera tomado lo de anoche con tanta filosofía… ¡Si hasta parecía tomarlo como si no hubiera pasado nada!... Vamos, que estaba algo más que desorientada. Por fin salió un tanto del marasmo en que se encontraba, reaccionando en cierto modo. Se levantó de la mesa con su vacía taza de té en la mano mientras decía
- Bueno, lo mejor es que empiece a preparar algo…
Y entre los dos fueron preparando lo necesario: Emilia, friendo los huevos y Santiago, cortando el jamón y preparando la ensalada. Comieron tranquilamente y en acabando de comer él dijo
- Me voy a la cama, a dormir un poco de siesta… Estoy roto, baldado…
Y a Emilia se le pusieron los pelos como escarpias nada más escuchar tal cosa. Y, es que sucedía que, si Santiago era sentido y meloso en la intimidad conyugal, eso en modo alguno significaba que no fuera tremendamente aficionado a degustar de tales intimidades y hablar de siesta, invariablemente, implicaba que ella le siguiera al dormitorio… Así que, tan pronto escuchó Emilia lo de la siesta, sus martirizadas partes pudendas empezaron a protestar de forma que lo de los más cabreados obreros en una huelga de risa, vamos… Así que esta vez Emilia no pudo levantarse y seguirle; le fue imposible ante el clamor de sus nobiliarias partes, aunque tampoco pudo evitar decir a su marido, aunque más bien aterrada ante una posible respuesta afirmativa
- ¿Quieres que me acueste contigo?
Santiago ya había empezado a andar hacia el dormitorio, dándole pues la espalda a Emilia; se paró casi en seco y se volvió hacia ella para decirle muy, muy serio
- Mejor no Emilia… Prefiero estar solo…
Y para ella aquello fue como si la libraran de un gran peso… Respiró aliviada al ver alejarse el martirio del coito en el estado que estaba. Más en segundos que en minutos se quedó sola en la cocina; todavía permaneció allí un tiempo, mientras tomaba un café como guinda de la improvisada comida. Luego dejó el servicio en la fregadera y se fue al salón, encendiendo la tele, más por inercia que por gusto o interés y, dado lo soporífero de los programas televisivos, al menos los españoles, al poco se quedó dormida. Despertó al rato, no precisamente corto, e intentó centrar la atención en lo la “tele” decía, mas le fue inútil pues aquello, como es habitual, no había forma de “tragarlo”, por lo que, a falta de otra cosa mejor que hacer, se puso a darle vueltas al magín(1).
Para empezar, caviló sobre lo sorprendente de la actitud de Santiago, su marido; y no solo por ese parecer que, para él, anoche no hubiera pasado nada, sino también que, por vez primera desde que ella recordara, él hubiera prescindido de ella al irse a la cama. Y a la conclusión que llegó fue que su locura podía tener fatales consecuencias… Hasta deshacer su matrimonio… Hasta destrozar su familia, partida en dos mitades
Así que se dijo que eso había que atajarlo cuanto antes, recuperando la estabilidad con su marido… Pero, ¿cómo?... ¿Hablándole francamente, pidiéndole perdón por lo de ella y su hijo?... No; en forma alguna… No era lo suficientemente valiente para arrostrar tal cosa… Él parecía tenderle un “puente de plata” y no iba ella a mentarle la cosa, para que el tiro le saliera por la culata… No… Simplemente, sería muy, muy afable y cariñosa con él… Micho más que hasta ese momento fuera.
Sí; eso sería lo mejor, se pensó, ser en extremo cariñosa con él; besarle, acariciarle cuanto más mejor… Sobre todo durante las relaciones íntimas…que, además, lo mejor sería que menudearan más que actualmente… Volver a enamorarle, a seducirle… Como veintitantos años antes….
A eso de las ocho, como siempre, empezaron a llegar sus hijos; primero Isa, no tanto después de las siete y media de la tarde. A ella ni la miró, yéndose directa a su padre al que se abrazó besándole sonoramente en ambas mejillas mientras le acariciaba el pelo
- ¿Cómo estás papi querido?... ¿Más animado?
- Sí hija; estoy bien… De verdad, palabra… Me siento bien… Y en paz…
- Así me gusta, papi amado…
Y se fue a su habitación a cambiarse, pasando por el lado de su madre sin siquiera mirarla… Muy poco después de las ocho llegó Luis, saludó a su padre con un displicente
- Hola papá…
Y se fue directo a su madre. Quiso besarla, cómo no, en la boca, mientras con la mayor desvergüenza dirigía sus manos a los maternos senos; ella le esquivó los labios, con lo que el beso se perdió de refilón en la comisura izquierda de Emilia, al tiempo que le rechazaba las manos de un contundente manotazo… ¡Sólo eso le faltaba!... Pero Luis ni se inmutó ante el rechazo de Emilia; sonrió más bien chulescamente en tanto miraba a su padre de reojo y Santiago hizo como que no veía nada, no se enteraba de nada, mirando la televisión, pero sin perderles ni un segundo de vista a los dos, su mujer y su hijo, por lo que no se le escapó esa sonrisa chulesca, claramente humillante para él…
Luis, más fresco que una lechuga, marchó hacia su habitación y momentos después Emilia se levantó, excusó ir al baño, y salió tras su hijo. Entró en su cuarto, y cerró tras de sí la puerta, encarándose al momento con él
- ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso delante de tu padre? ¿Estás loco o qué?
Y Luis volvió a sacar su vis canallesca
- ¡Pues anoche bien que te gustaba que te metiera mano!...
- Eso fue una locura que se volverá a repetir… ¿Me entiendes?... ¡Nunca más, Luis; nunca más!... ¿Entendido?
- Bueno; si tú lo dices… Por mí no hay problema… Pero… ¡Tiempo al tiempo mamá!… ¡Tiempo al tiempo, zorrita!...
Su madre le cruzó la cara de un bofetón y, furiosa, salió de la habitación
Cenaron, vieron un rato la “tele” y se fueron a dormir. Cuando entró en la alcoba Emilia iba un tanto envarada, temiendo más que nada que él se lo pidiera… Eso la mantenía al borde de la crisis, tanto moral como física. Anímicamente, estaba dispuesta a todo… Pero, como Jesús en Getsemaní, también ella decía, para sus adentros, claro: “Si es posible, pase de mí este cáliz”…. “Mas no sea como yo quiero, sino como tú desees” maridito mío… Y así se metió en la cama… Dispuesta a sacrificar sus maltrechas partes pudendas, la de adelante y la de atrás, si así vinieran las cosas, en aras de la vuelta de la paz y estabilidad conyugal, le costara lo que le costase…
Y la carne se le puso aún más de gallina cuando al meterse en la cama, Santiago se volvió hacia ella y sí, la besó…pero en la mejilla; luego le pasó un brazo bajo su espalda, atrayéndola hacia sí, abrazándola; volvió a besarla, otra vez en la mejilla, para añadir seguidamente ella le musitarle al oído
- Anda cariño, durmamos los dos tranquilos…
Y Emilia respiró tremendamente aliviada: Él parecía dejarla en paz… Su alma, su ser entero, entonces se inundó de dulce agradecimiento hacia su marido… Se volvió hacia él y besó sus labios, añadiendo en voz más que queda
- Te quiero mucho, marido…
Y Santiago la estrechó aún más contra sí, la volvió a besar para después diciéndole
- Y yo a ti, cariño mío… ¿Sabes? Creo que sin ti no podría vivir…
- Ni tampoco yo sin ti…
Y le volvió a besar en la boca… Y Santiago correspondió a ese beso… Y Emilia volvió a besarle, y Santiago a responder a la nueva caricia de su mujer… Y poco a poco, las iniciales castas intenciones del hombre empezaron a flaquear, al subir sus besos de temperatura, pero es que tampoco ella se quedó manca al responder a esos besos de su marido, con lo que él pasó a buscar los senos de su mejer que comenzó a suspirar, a gemir, exaltada ya… Y como tantas otras veces, sin pensar ya en escoceduras y otras gaitas, quiso atraparle una pierna entre las suyas, restregando así su “tesorito” con la atrapada pierna masculina, pero al intentarlo, el “tesorito” protestó lo suyo, arrancando de su boca un casi alarido de dolor
Al momento Santiago inquirió
- ¿Qué te pasa? Estás dolorida, verdad
Emilia sólo respondió asintiendo con la cabeza
- A ver; déjame que te vea
- No; si no es nada… Ya me estoy tratando… Crema balsámica con corticoides…
- No importa; déjame que vea cómo lo tienes
A regañadientes, Emilia consintió en que su marido le mirara el “tesorito”… Y Santiago se asustó ante lo que vio
- ¡Dios mío!... Si lo tienes totalmente desgarrado… En carne viva… Emilia, estos destrozos diría que son serios… Debía verte el médico… El ginecólogo… Puede haber infección incluso…
Emilia se negó en redondo a tal sugerencia… ¡Si no era nada le decía!... Unos días de “descanso” y buenos corticoides y lista otra vez para todo servicio. Santiago, no muy convencido, pasó por el aro que ella quería, no sin volver a extender una más que generosa pátina de crema sobre esa tan dolorida parte… Iba a dar por concluida su intervención cuando se acordó de la otra “puerta”, la de atrás
- ¿Por atrás estarás más o menos igual, verdad?
Emilia enrojeció hasta la raíz del pelo y bajó la cabeza, sin querer sostener su mirada, cuando, así mismo, afirmó con la cabeza. Él hizo que se diera la vuelta, presentándole el ano, que así mismo Santiago exploró con la mirada… También estaba más que lastimado, aunque no tanto como la puerta central a su feminidad… También cubrió el orificio y hacia adentro, el recto, en lo que pudo y sus dedos llegaron, de crema reparadora
Y, ya más a gusto, más tranquila y relajada, sin molestias que la torturaran, Emilia se estrechó contra su marido, volviendo a besarle, pero ya más “modosita”, que ya se sabe, que luego va el Diablo, sopla y se arma la de Dios es Cristo
- Dios mío Santiago… Y qué bueno eres conmigo… ¡No te merezco!...
- Anda mujer; no digas tonterías… Descansa…duérmete cariño…
Y Emilia siguió el consejo de su marido, quedándose dormida en pocos minutos, acurrucada, como estaba, a él. Santiago tardó bastante más en dormirse… Estaba no ya nervioso, sino sumido en un tremendo desconsuelo… Tampoco la ira, la rabia le dominaba; ni siquiera los celos…. Sólo eso, el desconsuelo, la amargura… Una tremenda tristeza… Y el despecho… La frustración… Llevaba tiempo deseando hacérselo por detrás y la muy… ¡Sí, la muy zorra!... ¿Por qué no decirlo así, a las claras?... Al pan, pan; y al vino, vino, como entre gente recia se habla… Sí; la muy zorra le entrega al hijo de mala madre, en la primera vez, lo que a él se hartó de negarle… ¡Maldita; maldita sea!...
Y, ¡Dios!... ¡Qué engendro del Averno había él engendrado!... ¡Qué manera de tratarla!... ¡A su madre; a su propia madre!... Como un sádico… Un auténtico sádico… Recordó, aunque no quisiera, los gritos; los aullidos… Los alaridos de placer que ella lanzara anoche… Sí; los escuchó nítidamente y, aun estando él mismo entre los brazos… Entre las piernas de su hija, le dolieron… Le escoció tremendamente oírla… ¿Cómo podía seguir queriéndola? se decía… Pero así era… La quería… La quería inmensamente a pesar de todo
Luego pensó en Isa; su hija Isabel… ¡Tan cariñosa, tan entrañable!… ¡Tan enamorada de él!... Porque Santiago, tonto no era y lo notó; o, mejor dicho, sintió, vivió su amor, espontáneo, total, desinteresado… Absoluto… Se sintió amado, querido por una mujer como nunca se sintiera… No; eso no era exacto, pues lo correcto sería admitir que esa fue la primera y única vez que una mujer, de verdad y sin reservas, le había amado… Le había querido, como mujer… Por entero, sin reservas… Dándoselo todo, todo, en la forma más generosa del mundo… Sin recibir nada…sin tomar nada a cambio
Y como siempre, las odiosas comparaciones se abrieron paso, imponiéndose por sí solas… ¡Qué diferencia en la forma de amarle con la de su mujer, Emilia!… Ella, Emilia, era incapaz de sentir y, sobre todo, de dar todo lo que Isa le dio aquella noche… ¿Aquella noche?... ¡Dios mío!... Si… Si… ¡Fue anoche; anoche mismamente!... Y le parecía que había pasado casi una eternidad… ¿Amaba, de todas formas; a pesar de todo lo pasado, a su mujer, a Emilia?... Y se tuvo que decir que sí; irremisiblemente sí… ¿Y a su hija, a Isa, a Isabel?... No quiso responderse; se negó a ello… Ni siquiera a pensarlo; a sólo planteárselo… ¡Sería monstruoso!... “¡Por Dios, Santiago; que es tu hija!”… Pero recordaba la noche anterior y… No; entonces no fue; no era su hija, sino la más maravillosa, excepcional de las mujeres… La más femenina… La más adorable… La mujer perfecta… La verdadera, la única mujer DIEZ que sobre el orbe terrestre podía haber
Pero… ¿La amaba también a ella?... La idea le rondaba por la cabeza una y otra, y otra… Y otra vez más… Y una y otra e innúmeras veces más, se decía lo mismo “Estás loco Santiago; estás enfermo; ¿cómo vas a amar a tu propia hija?... ¿Cómo la puedes desear, babear por ella casi?... Es de locos, Santiago… De obsesos… De tarados… Tarados mentales y, sobre todo, morales… Además… ¿Es que no amas, a pesar de todos los pesares, a tu mujer?... Y… ¿Se puede amar a dos mujeres a un tiempo…a la vez?”
Pasaron unos días, pocos, cinco, seis, tal vez hasta ocho y una noche, al acostarse, Emilia lo hizo olvidándose del camisón, mostrándose a su marido como su señora madre la puso en este Valle de Lágrimas, y se acercó a él, morreándole casi, casi que como cuando eran los dos recién casados, al tiempo que, ronroneando como una gatita, susurraba al oído de su marido
- Maridito, estoy lista… Y con unas ganas locas de follar contigo
No se habló más. Santiago se lanzó sobre ella cual lobo hambriento. El “morreo”, por finales, fue de impresión… Se buscaron los dos como fieras hambrientas, mordiéndose, arañándose… Santiago se hizo con los senos de Emilia; los amasó, los estrujó, los besó, los lamió… Lamió los pezones de esos pechos divinos, esas nuevas frutas del Jardín de las Hespérides, erguidos, puntiagudos como astas astifinas, duros, durísimos… Como piedras… Lamió esos pezones y los besó y los chupó, succionándolos con fruición… Como niño que, hambriento, mamara su leche… Como si en succionarlos le fuera la vida…
Emilia se retorcía de placer, como una serpiente… Empezó a gemir para enseguida comenzar a jadear más y más ruidosamente hasta romper a gritar…A gritar a grito pelado, en el primer clímax que alcanzaba, preludio de los muchos, muchísimos orgasmos que habrían de seguirse esa noche… Tras hacer los honores a esos senos, Santiago siguió prodigándose con su mujer, bajando, lame que te lame, ensalivándolo todo a su paso, por el canalillo hasta el vientre ni demasiado plano ni en absoluto abombado, lo justo para aparecer perfecto, sin ser el de una jovencita con ínfulas de modelo de alta costura…
Lo justo para la perfección de un cuerpo femenino, de bandera, que ya pasara la linde de los cuarenta; y del vientre la lengua masculina pasó a las ingles para desde una de ellas seguir adelante a lo largo de la cara interna de su muslo y de la correspondiente pierna hasta llegar a los pies, a los deditos de ese pie… Se los fue metiendo en la boca, uno a uno, chupándolos con avidez, del primero al último, hasta completar los cinco… Y de los dedos de ese pie pasó a los pie parejo, repitiendo la misma hazaña, con toda atención, todo empeño, toda dedicación… Emilia gemía y gemía más y más… Y mucho más… Y jadeaba a todo jadear, más que ruidosamente, gritando a pleno pulmón
- ¡Marido…maridito!... ¡Me vuelves loca…loca…loca!... ¡Aggg!... ¡Aggg!.... ¡Qué gusto cariño!… ¡Qué gusto más grande!...
Tras cumplimentar más que debidamente los deditos de ese segundo pie, la boca de Santiago emprendió el camino de vuelta a las alturas a través de, primero, la pierna; luego el muslo, de nuevo con especial dedicación a su cara interna, hasta alcanzar el cielo de la ingle que embadurnó más que mucho en su saliva… Nuevo morreo previo a bajarse al pilón de la quintaesencia del femenino placer… Ya allí, lo rebañó a modo y manera, con especialísima atención a… Bueno; pues a todo, pies para Santiago en ese nido de arrope y miel no había lugar, rinconcito o lo que fuera que no mereciera especialísima dedicación…
Y llegó la hora dela verdad, cuando, arrodillado entre las abiertas piernas de su esposa se dispuso a penetrarla. Presionó los muslos con ambas manos, buscando abrírselos más todavía… Pero entonces ella le detuvo
- Espera amor; espera un momentito… Por ahí no; todavía no… Te mereces un premio especial…
Se giró sobre sí misma colocándose boca abajo, arrodillada en la cama, con la cara, vuelta hacia un lado, apoyada en la almohada y el culo bien elevado, como vulgarmente se dice, en pompa, y las dos manos, aferrada cada una a una nalga, abriendo en todo lo que de sí daba el oscuro orificio del ano
- Métemela por aquí, amor… ¡Pásteme el culo, querido mío!... Sin contemplaciones… Dame duro… Muy, muy duro… Rómpeme el culito, mi bien; por favor… Métemela de un empujón, sin piedad… Hazme daño cariño… Pónmelo como un bebedero de patos… Luego me la meterás por el coño… Igual… Dándome duro… Muy muy duro… Me “pone”, cariño; me pone que me traten así con dureza, despiadadamente… Sí; que sean sádicos conmigo me pone… Me pone muchísimo… Y disfruto como una perra…
Santiago miró largamente ese par de nalgas puestas ante él… Ese orificio anal abierto entonces ante él y para él… Oferente… Su gran obsesión allí estaba… A su alcance… A su disposición… Lo tan soñado… Pero en sus oídos todavía resonaban las palabras de ella, como mazazos que aniquilaran su cabeza, su mente… A todo él: “Dame duro… Muy, muy duro… sin piedad… Hazme daño cariño… Pónmelo como un bebedero de patos… Me pone…que sean sádicos…disfruto como una perra…”
Y su cerebro, su mente, se pobló de imágenes sórdidas… Imágenes, realmente, no vistas, pero que sabía eran ciertas… Que correspondían a una realidad para él muy, pero que muy dolorosa… Las de su mujer, con la cara descompuesta por la lujuria el vicio más rastrero, pidiéndole a Luis, “Dame más, hijo; dame más polla hijito mío… Fóllate bien el culo de tu madre… De la puta, reputa de tu madre… Así mi niño; así… Duro, fuerte… Hazme daño, cabrón, hijo de siete padres”… Sí; la veía así… Gritando desaforadamente… Disfrutando, viciosa, de la sodomización a que su hijo la sometía… Su propio hijo… De ella y de él… Ese hijo que, en malhadada hora, él engendrara un día en ella…
Y se le calló el sombrajo al suelo… Vamos, que la “cosa” empequeñeció, de golpe, a ojos vistas… Y sintió asco… Asco de ella, de Emilia, de su mujer… Y supo que ya no sería capaz de volver a tocarla… Nunca, nunca más en la vida… La relación conyugal entre él y su mujer había quedado rota; rota y sin remedio, pensaba él
Tampoco Emilia fue ignorante al cambio obrado en su marido, pues claramente percibió cómo, lo que momentos antes estaba tan erecto que daba gloria mirarlo y la deshacía en fluidos íntimos, entonces estaba hecho un pirulí de La Habana, pues más apiltrafado no podía estar… Se alarmó cosa mala a la vista de eso, viendo en los suelos su ansiado proyecto se sonado “revolcón” a lo “King Size”
- ¿Se puede saber qué coño te pasa, Santiago?
Y, presurosa, fue a insuflar ánimos al “pajarito”, entonces más muerto que su querida abuela, aunque ni siquiera llegara a conocerla… Pero Santiago la apartó
- Es inútil Emilia… Sencillamente, no puedo…
- Pero… ¿Por qué marido?... ¿Por qué este cambio tan…tan sin venir a cuento?... ¿Qué te ha pasado?... ¿Estás enfermo acaso?... ¿Te has puesto mal en un momento?
- No Emilia… No estoy enfermo… No me he puesto mal… Sencillamente, no puedo… De pronto, te he empezado a ver con Luis… Te he visto deseosa de él… Desencajada por el deseo… Pidiéndole más y más y más… Pidiéndole que fuera duro, salvaje contigo… Os he visto… Sin haberlo presenciado, he visto cómo la otra noche lo hacíais… Como animales… Cómo te despellejaba viva con su polla, y tú, encima, gritabas de gusto… No puedo hacerlo Emilia… No puedo… Lo siento, lo siento mucho
- Pero, pero… ¡Sólo ha sido una vez!... Me volví loca, pero lo siento, Santiago, querido mío; lo siento muchísimo… Te pido perdón por ello… Perdóname Santiago; perdóname y olvídalo… Recuerda, piensa sólo en los años y años que hemos pasado juntos… Lo que nos hemos querido… Lo que nos queremos… Porque yo a ti te quero; te quiero, amor, con toda mi alma… Sólo fue una vez, una noche… Y me arrepentí de ello tan pronto desperté… Nunca te he sido infiel, vida mía… Sólo esa noche… Sólo, sólo esa maldita noche… Perdóname, mi amor, y vuelve a quererme… Hagamos el amor… Deja que te haga feliz, marido… Deja que te haga feliz…
Y, nuevamente, Emilia trató de tomar la hombría de su marido entre sus manos para masturbarla, para hacerla revivir, pero él se lo impidió, retirándole la mano
- Es inútil, cariño… Inútil de todo punto… Lo siento, Emilia, pero no puedo hacerlo… Esas imágenes no me dejan… Se repiten y se repiten y se repiten… Y no me dejan; me dejan frío… No puedo superarlo… No puedo, no puedo… Lo siento; lo siento de verdad, pero me es imposible…
Santiago estaba acongojado; quería satisfacer a su mujer; sabía que ella le necesitaba, que estaba, más que caliente, tórrida… Pero no podía… Le era imposible… Su masculinidad se negaba, tercamente, a ello… Realmente, todo su ser lo rechazaba, como si ambos fueran sexualmente incompatibles; como individuos de distinta especie… Y ella, su mujer, Emilia, más que frustrada… Necesitaba entonces a su marido como pocas veces antes le hubiera precisado… Puede que como nunca antes le necesitara… Porque decir que estaba tórrida, ansiosa de sexo, era decir muy poco respecto a la exaltación sexual que la dominaba
Tuvo un conato de ira; de revolverse contra él, que la dejaba tirada cuando más lo necesitaba… Pero no cristalizó… Intentó tranquilizarse; pensar con alguna claridad, aunque bajo las tremendas ansias de sexo que la aquejaban. Hasta entonces se había mantenido de cara a él, tal y como él estaba dándole a ella la cara; pero entonces se volvió boca arriba, elucubrando, a toda máquina, su cerebro… Pero dominada más y más por su deseo de sexo; ítem más, de sexo pero ya de sexo más salvaje que otra cosa…
Miró de reojo a su marido que, como siempre cuando se derrumbaba o, simplemente, intentaba dormir, estaba de lado, de espaldas a ella, descansando sobre su costado izquierdo, las piernas recogidas en remedo de posición fetal… Le sabía hundido, desarbolado por su monumental “gatillazo”, culpándose por dejarla a ella en el estado que la dejó, porque sabía que él no ignoraba el tremendo deseo sexual que entonces la aquejaba… Y se sintió enternecida al mirarle, al adivinar el estado en que él entonces se encontraba…
Se le acercó, pegándose a él, y empezó a acariciarle, pasándole la mano por el pelo, las mejillas, mientras le besaba dulcemente ese pelo, esa mejilla, ese cuello… Y entonces fue ella la que le abrazó, pero pasándole el brazo sobre el pecho, atrayéndole hacia sí, estrechándole con mucho, muchísimo cariño, mucha dulzura
- Ven conmigo, cariño… No pasa nada, mi amor… No pasa nada… Tranquilo, querido mío… Tranquilo, vida mía… Anda, duérmete… Duerme maridito
Y Santiago se fue calmando en brazos de su mujer, abrazado por ella… Consolado por ella… Hasta que, efectivamente, se empezó a dormir
Emilia siguió besándole, acariciándole con la misma ternura, el mismo cariño que antes, buscando calmarle, adormecerle más y más, pendiente de que se durmiera profundamente. Cuando estuvo segura de que así era, le miró una vez más, con la ternura, el cariño reflejado en su rostro. Volvió a besarle pelo, frente y mejilla, acariciándole nuevamente donde besaba… O besando donde acariciaba… Luego, su mirada se tornó algo más triste, mientras musitaba al oído del durmiente:
- Adiós mi amor… Adiós mi vida… Que logres ser feliz… Que encuentres una mujer que te merezca más que yo… Lo siento cariño; de verdad que lo siento… Te lo juro… Pero no puedo reprimirme… Es superior a mí… Es mi naturaleza de hembra… Espero que algún día me comprendas… Y me perdones…
Luego, con sumo cuidado le retiró el brazo con que le abrazaba y, con más cuidado todavía, fue retirándose hacia el borde de la cama con exquisitas precauciones para no mover el colchón al retirarse. Alcanzó el deseado borde y, con más cautela aún, sacó las piernas fuera, poniendo seguidamente en pie. se Le miró por última vez y, tal y como estaba, descalza e integralmente desnuda, con paso ligero y más que sigiloso salió del conyugal dormitorio. Una vez en el pasillo y con paso aún más ligero y callado que antes, corrió más que anduvo al dormitorio de su hijo; llegada allí, abrió la puerta, entró dentro y volvió a cerrar tras de ella
Era todavía de noche aunque las primeras claras del alba ya se filtraban por la ventana cuando Santiago despertó más sobresaltado que otra cosa. Así se mantuvo quieto, sin moverse en absoluto, desorientado, pues, de momento, su mente no recordaba nada de lo sucedido la noche anterior… Hasta que empezó a recordar… Y sintió vergüenza de sí mismo por su falta de hombría cuando su Emilia más le necesitaba
Se volvió hacia donde esperaba que ella estuviera, pero Emilia allí no estaba. Se incorporó en la cama y su vista se paseó por la habitación, buscándola… Inútilmente, claro… La ropa de ella, la que se quitó anoche al entrar en la alcoba, sí estaba allí, donde la dejara, en una silla, bien dispuesta, pero de la mujer ni rastro… Empezó a intranquilizarse con un pensamiento en el que ni siquiera quería caer… Pero que, indefectiblemente, venía a su mente, aún y cuando él se empeñara en rechazarlo
Con el alma en vilo se lanzó fuera de la cama, pero entonces cayó en la cuenta de su integral desnudez. Volvió a recorrer con la mirada el suelo de la habitación viendo su pijama, chaqueta y pantalón, tirados por el suelo. Recogió ambas prendas, se las puso y salió al pasillo. Se quedó en la puerta, indeciso; sin saber bien a dónde ir… Bien sabía dónde buscarla, pero se negaba a aceptar eso; así que, agarrándose a un clavo ardiendo, queriendo mantener una esperanza que realmente sabía infundada, se dirigió al baño, esperando que, en una especie de milagro, ella estuviera allí. Pero no estaba
Volvió al pasillo y la puerta de la habitación de su hijo le atrajo cual imán. No quería ir allí… Se negaba a ello con todas sus fuerzas… Pero las fuerzas eran laxas ante la fuerza magnética que hacia allí le atraía irremisiblemente… Y a paso lento, lentísimo, se fue aproximando a aquella puerta que, a un tiempo, le atraía y le repelía, hasta llegarse a ella. Todo sigiloso abrió una rendija y los vio a los dos, la madre y el hijo… En la cama, desnudos y abrazados, brillantes todavía de sudor… Anidando aún ella, en su cerrada mano derecha, el “pajarito” de su hijo
Sintió como si algo se le rompiera por dentro en mil pedazos y las piernas le flaquearon hasta el punto de tenerse que agarrar a la jamba de la puerta para no caer al suelo; respiró hondo, buscando rehacerse, y a medias lo logró. A medias, pues si bien la inseguridad de sus piernas desapareció, el alma siguió tan muerta como antes se le quedara… Tan silenciosamente como la abrió cerró la puerta y le volvió la espalda. Miró al pasillo ante sí abierto, pero sin realmente ver nada, anonadado como estaba… Por fin empezó a andar, arrastrando los pies, como sonámbulo, sin ser del todo consciente de lo que hacía. Fue avanzando pasillo adelante, lentamente, paso a paso, hasta llegar a la puerta del dormitorio, y, por inercia más que por libre voluntad, se metió dentro… Se llegó a los pies de la cama y allí se sentó, derrumbándose más que dejándose caer.
Si antes estaba desorientado, ahora casi ni quién era sabía… Estaba enteramente hundido, con los hombros caídos, el rostro desencajado, frío y pálido como un muerto… Y casi muerto estaba, pues apenas sentía nada, como no fuera una desesperanza que le mataba… ¿Qué iba a hacer a partir de aquél día? ¿Cómo vivir sin ella?... Veintitrés años de matrimonio a la basura… Y por su culpa, su gilipollez, su tontería… Su falta de hombría…
Porque entonces a Santiago no le dominaba la rabia, ni la ira… Ni siquiera los celos… Era la reconcomia, el remordimiento por lo hecho la noche anterior, ya que se sentía culpable, responsable de lo hecho por su mujer; sentía que él mismo, con ese no estar a la altura debida cuando tanto ella le necesitó, la había echado en brazos del otro… No; allí no había más culpable, más responsable de todo que él mismo… Ella no… Ella pues… Era como era, y no lo podía remediar…
Se dio cuenta que, casarse con ella; que casarse ellos dos, por mucho que se quisieran, fue un tremendo error, pues nunca acabaron de entenderse… O, mejor dicho, él no había sido el hombre que ella necesitaba… Sí; desde luego que Luis, su hijo, lo sería… ¿Por cuánto tiempo?... Eso sólo Dios lo sabía
Así, en tales elucubraciones iban pasando los minutos sin que él se percatara de que el tiempo transcurría incesante hasta que de tales abstracciones vino a sacarle la alarma del móvil, usada como despertador, anunciándole que eran las siete de la mañana, hora de levantarse para ir a trabajar. Fue como si despertara de un sueño… O de una pesadilla… Y se dijo que, lo quisiera o no, la vida continuaba… Continuaría siempre, sin detenerse, sin acabarse en tanto él resollara… Luego tendría que seguir viviendo; seguir viviendo esa vida para él entonces ominosa e inaceptable… ¿Cómo? Pues… Como Dios le diera a entender…
Así que se levantó yéndose al baño. Allí, se miró al espejo y apenas si pudo reconocerse… Tan demacrado, con los ojos tan, tan hundidos… Además, todavía se sentía anonadado… Como sonámbulo, sin poder coordinar bien pensamientos y acciones…Se empezó a chapuzar en abundante agua buscando espabilarse…
En eso entró en el baño su hija, como una tromba, enfilando directamente la taza del inodoro, a todas luces más que urgida por apremiantes necesidades fisiológicas, mientras decía
- No te importa, verdad papi
Y, sin más, se sentó en el “trono”, empezando a hacer pis a todo trapo… Fue entonces cuando posó, de verdad, sus ojos en su padre… Cuando entró en el baño todavía estaba bajo atroz somnolencia pues acababa de despertarla el reloj-despertador, llamándola al trabajo; pero al ver a su padre, al observar su lamentable aspecto, se despertó más que completamente y, espantada, le preguntó
- ¿Qué te pasa papá?... Estás… Estás…¡más muerto que vivo!...
A toda prisa se levantó y se limpió con papel higiénico, corriendo enseguida junto a su padre, acariciándole el rostro, besándole
- Dime, cariño mío, ¿Qué te ha pasado?... ¿Por qué estás así, papito querido?
- Nada hija… Nada de particular… Que he pasado algo de mala noche… Nada de particular, ya te digo…
- ¡Y un cuerno!... Pero, ¿es que no te ves?... ¡Estás hecho una pena!... Anda, dime qué ha pasado y no me vengas con milongas…
- ¡Que no me ha pasado nada hijita… De verdad, Isa… De verdad…
- Ya… Y como no ha pasado nada estás como estás… ¿Dónde está mamá?... Con Luis, ¿verdad?
Y Santiago no respondió; simplemente, bajó un tanto la cabeza
- ¡Claro!... ¡La zorra con el hijo de puta!...
- Por favor Isa…no hables así de tu madre…
- Eso; encima, defiéndela
Y la muchacha abrazó más fuerte a su padre, besándole más y más… Y acariciándole también más, más y más aún, hasta unir sus labios a los de su padre, en un beso tierno, suave, pletórico de cariño… De cariño de hija… De cariño, amor de mujer
- Tranquilo papá, que no pasa nada… No vas a perder nada… Si ella no te quiere lo suficiente, yo, tu nena, te quero por las dos… Mucho, mucho más que ella… Muchísimo más que ella… Y si ella no quiere ser tu mujer, lo seré yo papá…
Isa volvió a besar a su padre con renovados bríos, con pasión de mujer; de mujer enamorada… Tremendamente enamorada de él, y Santiago se empezó a abandonar a aquél amor que tan sinceramente esa chiquilla de diecinueve años le ofrecía… Con ese cuerpo joven, arrebatadoramente hermoso, pletórico de lozana juventud…
Así que comenzó a responder a los besos que su hija le daba, compitiendo con ella en ardor pasional. Le subió la camiseta que vestía, prenda superior del pijama, accediendo así a los senos de la muchacha, que acarició y besó… Y lamió… Entonces ella, temblando de pasión, de deseo de su padre, le susurró al oído
- Ven papi… Ven conmigo… Ven con tu nena
Y, tomándole de la mano, salió del baño dirigiéndose, con él prendido de la mano, a su habitación. Se metieron allí los dos e Isa cerró tras ellos la puerta. Luego, ronroneante, se acercó a su padre despojándole del pijama, chaqueta y pantalón. Luego fue ella quien mandó al suelo camiseta y pantaloncito de su propio pijama, tras lo cual fue a la cama, tendiéndose en ella boca arriba, con las piernas ligeramente abiertas; así, tedió ambos brazos a su padre, llamándole con una deliciosa sonrisa en su boca
- ¡Ven papá, vida mía!... ¡Ven con tu nenita que te adora!... ¡Ven con tu mujercita que te quiere más que a su vida!
Y Santiago fue a quien, indiscutiblemente, ya era su mujer… Con la mujer que, en verdad, le amaba más que a nada en el mundo…
Aquella mañana también fue de confidencias para Santiago pues supo cómo su hija se empezó a fijar en él, como hombre, tan pronto llegó a su más temprana adolescencia, a sus once-doce años… Cuando comenzó a interesarse por los chicos… Y cómo ese fijarse en él, poco a poco se fue trocando primero en admiración, luego en enamoramiento… Un enamorarse que ni se dio cuenta de cómo llegó, pero que llegó y, desde sus dieciséis años ya era un hecho enteramente claro para ella… Y lo que ese sentimiento la había hecho sufrir lo indecible a lo largo de todos esos pretéritos años
Y, lógicamente, eso también hizo que le deseara con toda su alma; por eso se entregó a su hermano, porque Luis era, físicamente, idéntico a su padre… Y por eso su madre les pescó aquella madrugada “haciéndolo”…
Cuando Emilia se despertó era ya más de las doce del mediodía. A su lado, su hijo dormía a pierna suelta… Como un lirón… Ella sonrió al verle… “¡Qué guapo es el jodío!…¡Y qué bien folla el puñetero”, se dijo para sí… En su mano, todavía aquél “pajarito” que tan dichosa la hiciera aquella noche… Lo manoseó, lo besó, y empezó a manipularlo… A masturbarlo, vaya… Y claro, Luis despertó, pero muy, pero que muy poco “belicoso” para lo que su madre deseaba
- ¡Pero qué haces mamá!... Por favor, déjame en paz… Déjame dormir… ¡Que menuda “pana” me diste anoche!...
Pero su madre no le hizo caso, sino que siguió a lo suyo, y como el mocer, por cansado que estuviere y más ganas que de dormir tuviere, de palo tampoco era, pues claro, a la manipulación a que su madre sometía a su “instrumento, éste no fue inmune, sino que empezó a responder cual de él se esperaba, para gozo y placer lo mismo de la madre que del hijo, pues ella, al momento que “aquello” empezó a entrar en razón, se lo metió en la boca y no paró de chupar el “pirulí” hasta que éste fue sirviendo a la maternal boquita todita, pero lo que se dice que toda, todita, toda, su íntima y genuina esencia, de la que la mamá no desperdició ni gota… ¡Ahorrativa y apañada que ella era!
- ¿Qué te han parecido mis “buenos días”?
- Pues que así puedes despertarme siempre que quieras, mami… ¿Sabes?... Eres única… La puta más cachonda que en mi vida me haya tropezado… ¡Y mira que me he tropezado con cantidad!... ¡Desde mis quince añitos!...
- Y tú un sucio deslenguado… ¡Hablarle así a tu madre!... ¡Deslenguado!... ¡Golfo!... ¡Chulo!... ¡Pero qué bien que me follas, canalla; más que canalla!
- ¡Y tú qué golfa…qué puta que eres!
- Pues, ¿sabes?... ¡Que creo que tienes más razón que un santo!... Porque ya me dirás… ¡Follarme a mi propio hijo!...
Emilia besó de nuevo a su hijo y le propuso levantarse con ella, pero el muchacho se rehusó… Quería dormir un poco más… Y más todavía después de lo que su mami le acababa de deparar, por lo que, sola, Emilia se levantó, directa al servicio, urgida por necesidades que al despertar no tenía.
Aquella mañana Emilia había despertado de talante muy distinto al que lo hiciera tras la primera noche que pasó con su hijo, pues las ideas las tenía bastante más claras que entonces, de modo que en ella no había sentimiento de culpa o remordimiento alguno… Tenía claro que su marido, Santiago, no era el hombre que ella precisaba. Le quería; claro que le quería, pero sexualmente…
Su hijo era otra cosa. No le amaba, como mujer se entiende, ni tampoco él a ella, eso lo tenía muy claro, pero la electrizaba sexualmente… Era, ni más ni menos, el macho que ella, hembra ante todo, necesitaba. Así, clarito como agua tenía quién sería, desde ya, su pareja sexual… Con quién dormiría cada noche… Era una decisión tomada, consciente e irrevocablemente, la noche anterior, mientras su marido se debatía en su impotencia... Cómo se tomara el asunto su marido, lo que en adelante hiciera, la verdad es que ya le importaba bien poco… La noche anterior, cuando salió de la conyugal alcoba, le borró de su vida… Luego, allá él con sus problemas y sus neuras…
Satisfizo su urgente necesidad y se duchó y arregló un poco ante el espejo del baño, marchando en seguida a la cocina dispuesta a prepararse un café con leche. Pero al llegar al quicio de la puerta de la cocina se quedó boquiabierta: Allí estaban, sentados a la mesa, su marido y su hija; él con sólo el pantalón del pijama y ella con la chaqueta de tal prenda… Y sin nada más encima, que bien que se le apreciaba la pelambre pubiana al menor movimiento que hacía; eso sí, primorosamente arregladita, depiladita que era un primor… En fin, que estaba más que claro lo que entre padre e hija había pasado… Y, por si quedaba alguna duda, la mocosa haciendo carantoña tras carantoña a su padre, besuqueándole en la boca cada dos por tres, llamándole “amorcito”, “amor mío” y demás lindezas minuto sí, minuto también
Y lo curioso fue que ver aquello a Emilia no le gustó un pelo, desarrollando al momento una especie de fobia contra su hija… Ganas le daban de tirársele al pelo y arrastrarla por el duelo… Arañarla hasta señalarle la cara… En fin, cualesquiera “lindezas” por el estilo… Sí; estaba celosa; muy, muy celosa
Por fin entró en la pieza, saludando displicente a los dos
- Hola; buenos días…
Pero lo mismo Santiago que su hija, ni se molestaron en mirarla, pasando de ella olímpicamente, por lo que ella siguió hasta la encimera, a prepararse el consabido café. Lo preparó y con la taza en la mano se volvió hacia los dos, que seguían a lo suyo, riéndose entre ellos, con sus zalemas, besitos y demás, y Emilia se dijo que qué pintaba ella allí, con lo que, con su taza en la mano salió de la estancia refugiándose con su rencor de hembra herida en el salón, en uno de los dos sofás… Al poco los vio desfilar ante ella, de nuevo sin molestarse ni en mirarla, desapareciendo tras la puerta del pasillo.
Hora y pico después de nuevo pasaron los dos ante ella, provistos de bolsas de viaje y maletas-troley. Entonces su hija se volvió a ella para decirle
- Nos vamos mamá, los dos juntos… Que seas dichosa con Luis… Aunque dudo que ese hijo de siete padres pueda hacer dichoso a nadie… Salvo en la cama, claro…
Y nada más, pues Santiago, como antes en la cocina, ni la miró; ella no respondió a su hija e Isa y su padre desaparecieron por la puerta de casa. Emilia quedó allí, en el salón, tal y como estaba, sin saber bien cómo se sentía… Desde luego no muy bien…
Santiago y su hija durmieron esa noche en una pensión del barrio donde vivían y allí estuvieron hasta que, al tiempo, encontraron un pisito; pequeño, dos dormitorios, salón y demás, amueblado y en alquiler; y también dentro del mismo barrio, para no alejarse mucho del trabajo, pero lo suficientemente lejos de Emilia y Luis para no encontrárselos por la calle… Un pisito que el femenino toque de la muchacha convirtió no sólo en precioso, coqueto, sino también en muy, muy cómodo y confortable, nidito ideal para que la pareja pudiera vivir más que en paz y tranquilidad su incipiente amor…
Sí, nidito de amor porque la vida de la pareja, desde el primer momento, más feliz y placentera no podía ser… Desde que comenzó a convivir con su padre Isa se reveló como la mejor de las esposas amén de deliciosa amante en la cama. Ella tenía natural tendencia conservadora, siendo pues para ella lo primerísimo su hombre, por no decir su marido, sin que ante él fuera nada nadie, ni sus hijos cuando de él los tuvo… A ello se juntaba que para Santiago también lo primerísimo era su mujer, en este caso su hija Isabel, o Isa, y en absoluto se le caía anillo alguno por enzarzarse en cuanta tarea doméstica hubiera que hacer en casa, desde cocinar y planchar la ropa hasta barrer y fregar la casa, pasando los fogones… Y la intemerata.
Los dos, Isa y él trabajaban fuera de casa sus buenas ocho horitas, luego si los dos allegaban el dinero a casa, las labores de casa también debían ser atendidas entre los dos, como pareja bien avenida. En fin, que el hogar de Santiago e Isa era una “confituría”, como en la novela “Currito de la Cruz” su autor, Alejandro Pérez Lujín, pone en labios del banderillero Joaquín González “Copita”
Pero la mayor felicidad de la pareja no les llegó hasta los diez meses, largos en más de una decena de días, que fue cuando Isa, felizmente, alumbró al primer fruto del amor que unía a su padre y marido, Santiago, con ella misma, un precioso bebé, niño, un minúsculo Santiago, pues su madre no admitió otro nombre para su hijo que el del padre que en ella le había engendrado, que además, y para rizar el rizo de lo delicioso, nació más bonito que un San Luis, como antes se decía, y más sano que las lechugas
La alegría del padre cuando por fin pudo tenerle entre sus temblorosos brazos, pues temía que en cualquier momento se le pudiera escapar de entra sus manos aquella criaturita tan pequeña, fue absolutamente inmensa, pero los terrores que pasó mientras su hija y mujer las pasaba canutas en el paritorio, trayendo a su hijo al mundo, para él se quedaron, aterrado ante la posibilidad de las sevicias que la alta consanguinidad entre los parentales del niño entrañaba
Esos terrores ya comenzaron cuando su hija, unos siete meses atrás, radiante de alegría, le trajo la buena nueva de su ansiado embarazo, noticia que para él tuvo bastante más de amarga que de dichosa, ante las consecuencias que el cruce de genes tan idénticos pudieran producir. Puede decirse que fue el primer conato de altercado entre ellos, pues a Isa se le cayó el alma al suelo ante los recelos del padre de la criatura, que hasta llegó a sugerir la violenta interrupción del embarazo de la muchacha… Hasta, incluso, esa noche la ofendida futura madre echó a su más que amado marido de la conyugal habitación, tragedia que no llegó a consumarse porque el bueno de Santiago se rindió a su más que querida hija y esposa de plano, sin condiciones y con armas y bagajes. Pero para él se quedaron esos siguientes siete meses, hasta que todo acabó por resolverse de la manera más feliz que ninguno de los dos, el padre y la madre del chiquillo, nunca imaginaran
Para entonces, cuando Isa parió a su hijo, la enemiga contra su madre con que salió de la antigua casa paterna, habíase ya extinguido por completo, sin dejar rastro alguno tras de sí; pero había seguido sin saber nada de ella, pues, desde luego, Emilia no osaría llamarles ni contactar con ellos por medio alguno, dada la forma en que la dejaron, casi, casi, que con un “ahí te pudras, con tu hijo” y ella tenía demasiado orgullo para dirigirse a su ya más ex que otra cosa, y a su hija, para ella la mar de ingrata, sin duda alguna, y a ella le daba un corte tremendo tomar la iniciativa del acercamiento que, no obstante lo que fuera, deseaba con toda su alma, pues para ella su madre había vuelto a ser lo que siempre fue: Su madre de su alma
Por su parte, Santiago ni oír hablar de ella consentía, por lo que el nombre “Emilia” era una especie de tabú en aquella casa, aquél dulce nidito de amor de padre e hija, aunque ella bien que se sabía que la “procesión”, su padre, por dentro la llevaba…
Por fin fue entonces, cuando fue madre, cuando entre sus brazos arrullaba a su hijo, que se dijo que la incomunicación con su madre no podía proseguir ni un minuto más, con lo que se decidió a comunicarse con ella de una vez por todas… Y que fuera lo que Dios… Y la abuela del chiquillo quisieran que fuera… Así, con el móvil sacó una foto a su hijo, que además le salió redonda, pues al crío se le veía estupendamente, todo él dormidito, mostrando en todo su esplendor su sonrosada carita. La envió a su madre por el “wassap”, con un mensaje diciendo: “Este es tu nieto mamá; se llama Santiago, como su padre, y apenas si tiene diez días. Yo estoy muy bien; el parte fue muy bien y en un santiamén me repuse… Un abrazo muy fuerte y muchos besos de tu hija que te quiere un montón. Isabel”
En menos de tres minutos le llegó la respuesta. “¡Es precioso, hijita!... ¿Podría verle?... Yo también te quiero mucho; muchísimo hijita mía… ¿Y tu padre cómo está?”… Al momento, Isa le respondió: “¡Pues claro que sí que puedes verlo, mamá; cuando quieras!... Papá está bien… Muy muy bien… Y la mar de orgulloso de su nuevo hijo… Un abrazo muy fuerte y muchos, muchos besos… Te quiero mucho mamá”
Se citaron las dos mujeres en una cafetería, ni demasiado cerca ni tampoco muy lejos de donde Emilia vivía, pues Isabel a esa casa no quería ir, pues no quería ni ver a su hermano, y a citarse en la vivienda que con su padre compartía Emilia se había opuesto rotundamente, luego la solución de la cafetería se imponía por sí misma. Al verse, se abrazaron con inusitada ilusión, y ya se sabe lo que en tales casos suele pasar, que las dos se echaron a llorar al, por fin, abrazarse tras casi un año de penoso desencuentro.
Lo destacable de la entrevista fue la alegría, la ilusión con que la abuela acogió al nieto; se lo cargó en brazos y no lo soltó en toda la tarde, salvo la vez que su madre tuvo que darle el pecho. No paró de besuquearlo y decir que era un cromo de criatura… Vamos, que lo tenía en sus brazos y parecía no creerse que lo tuviera, que fuera verdad tanta belleza
También hubo un momento un tanto tirante, cuando Emilia preguntó a su hija por su padre, por Santiago, pues entonces también le preguntó que cómo iban las cosas entre ellos dos, padre e hija, e Isa, sin querer hacer sangre, se limitó a decir que bien; muy bien… Que eran muy felices y dichosos los dos, para acabar diciendo
- E imagina ahora, con el niño… ¡Estamos loquitos los dos!... Bueno mamá; para qué te lo voy a ocultar… Yo siempre estoy loquita por él… Y desde hace mucho, mucho tiempo… Años… Conscientemente, desde mis quince, dieciséis como mucho
Emilia, entonces, un tanto seria, le desvió la mirada y, enrojeciendo un poco, dijo
- Tu padre no quiere saber nada de mí, ¿verdad?
E Isa no fue capaz de responderle, simplemente, bajó la cabeza manteniéndose en silencio. Emilia también guardó silencio un momento; también centró su mirada más en el vacío que en la pared que tenía enfrente y con semblante cada vez más serio, los ojos en un sí es, no es, enrojecidos, añadió con voz decididamente triste
- No me ha perdonado… Nunca me perdonará…
- Pero vamos a ver mamá; la verdad es que le hiciste mucho, mucho daño… Le hiciste sufrir mucho… Y claro, un tanto resentido contigo pues creo que sí está
- ¡Pues no debió de ser tan fiero el león como lo pintas, pues tiempo le faltó para meterse en tu cama!
- No mamá; eso no fue así; él no se metió en mi cama, sino que fui yo quien le arrastró hasta allí. Fue cuando me levanté, ya a las siete de la mañana, y le vi en el baño… Tú no sabes cómo estaba… Parecía más muerto que vivo… Y, la verdad te digo, si no hizo una locura, tirarse por la terraza o la ventana a la calle, fue casi de milagro, pues más hundido no podía estar. Yo, simplemente, recogí sus pedazos y los volví a unir un poco… Sí, mamá; yo me ofrecí a él… Le consolé, le di vida con mis senos, con mi cuerpo… Con mi coño… Le di lo que entonces él necesitaba… Y se lo di por amor… Por amor de hija y por amor de mujer enamorada de él hasta las cachas…
- Isa calló un segundo mientras observaba a su madre que seguía seria, muy seria, pero con la vista fija en ella, sin siquiera pestañear, sin perder ripio de lo que la muchacha decía
- Y, ¿sabes qué es lo mejor de todo?... Pues que, a pesar de todo, te sigue queriendo… Sigue enamorado de ti hasta las cachas, como yo de él… ¿sabías que, a veces, sueña en voz alta?
- Hijita, por favor, que he dormido con él durante veintitrés años… ¡Cómo no voy a saberlo!
- Pues así, soñando, yo le he oído más de una vez y más de dos, nombrarte… Llamarte, decirte que te quiere… ¿Sabes lo más grande?... Pues que una noche me despertó… Me la había metido… Sí mamá, me estaba follando… Pero no estaba conmigo… No me follaba a mí… Te estaba follando a ti, en sueños claro… Parecía sonámbulo; si no, no me lo explico cómo pudo hacerlo sin despertarse… Porque estaba dormido mamá… Dormido… Y jadeaba, bramaba de placer… Pero te hablaba a ti… Te decía lo buena que estás; lo mucho que le enloqueces… Lo divino que es follar contigo… Lo bien que tú lo haces…
Isa calló y su madre no comentó nada de lo escuchado; simplemente, se quedó callada, mientras su mirada volvía a perderse, vacua, en el horizonte de la pared que tenía enfrente. Isa la miraba con marcado interés y la pregunta se la hizo de sopetón
- ¿Cómo van las cosas entre Luis y tú?
Emilia volvió sus ojos hacia su hija, enrojeció de nuevo, más, bastante más intensamente que antes, respondiendo después, con poca seguridad
- Bien, bien… Muy bien
- ¡Pues hija, has soltado un “bien” que más suena a “mal”
- Pues no sé hija… Estoy ya un poco cansada… Ya sabes, madrugo bastante y hoy no he podido dormir el poco de siesta que suelo dormir… Bueno, ya es muy tarde… Creo que lo mejor es que nos vayamos cada una a nuestra casa… Seguro que Santiago estará ya hasta inquieto, esperándote…
Emilia se intentó levantar, pero su hija la tomó de un brazo, haciendo que volviera a sentarse
- Mamá, déjate de escusas… Lo que quieres es huir, no afrontar lo que te pregunto… Responde, pero de verdad… ¿Qué pasa con Luis?
- Nada hija; ya te lo he dicho… Nada de nada; todo va perfecto entre nosotros… De verdad Isa
- ¡Y un cuerno, mamá!... ¿Qué ha pasado? Te ha dejado el muy cerdo, verdad; se ha cansado de ti y se ha dado el piro, a que sí…
Isa no preguntaba, afirmaba… Lo que decía, para ella eran verdades axiomáticas; Emilia quiso seguir negando lo que su hija afirmaba, pero ésta la fue arrinconando, acosando, como perro perdiguero y Emilia acabó por “cantarle la gallina” a su hija. La cosa con su hijo apenas funcionó cuatro meses, eso sí, de vértigo, de sexo bestial, salvaje; y no ya diario, sino de día y noche, noche y día… Pero tras aquellos meses, más escasos que cumplidos, él empezó a cambiar…
Se interesaba menos y menos en ella; su madre le buscaba a todas horas, como antes, pero él se le escabullía, alegando cansancio, sueño… Escusas… Además, súbitamente, el trabajo pareció multiplicarse, pues a casa cada día llegaba más tarde… Hasta que un día no volvió a casa; ni al siguiente, ni al otro… Apareció al cuarto día, tan campante, y su madre se le echó encima, y no precisamente para abrazarle, sino roja de ira, subiéndose por las paredes; y le empezó a echar una filípica de tente y no te menees; pero eso no pasó de intención, pues nada más empezar ella a echar por su boca, él la paró diciéndole
- Yo no soy tu marido y no tienes ningún derecho sobre mí. Yo hago lo que me da la gana y follo con quien quiero; contigo si me apetece, con otras si así lo quiero… Y si no te interesa, pues ya sabes…
Emilia le empezó a llorar, invocando lo de que por él había roto su matrimonio, a lo que Luis le respondió
- Eso lo hiciste porque quisiste, que yo no te lo pedí… Ni fui a tu cama a buscarte, que fuiste tú quien vino a buscarme a la mía
Emilia le arreó entonces un bofetón y él, muy serio, la tomó de la muñeca, le retorció el brazo hacia atrás, hasta hacerle daño, diciéndole seguidamente
- No se te ocurra volver a repetir esto nunca, o te arrepentirás… Y mucho; ¿entendido mamá?...
Y Emilia volvió a llorar aún más fuerte que antes. Se refugió el resto de la tarde en la cocina, sin querer salir de allí y a la noche se fue a acostar a la antigua habitación de su hija, mientras él, tan tranquilo, se acostaba en la de matrimonio, la común de los dos desde que quedaran solos en casa
Y desde ese día lo normal fue que él se pasara días y días sin aparecer por casa, y ya no tres, como la primera vez, sino seis, ocho, y hasta más de diez alguna vez. Cuando regresaba a casa lo hacía de madrugada, más o menos avanzada, y borracho normalmente. Entonces quería hacérselo con ella, por atrás más bien. Ella, la primera vez, asqueada de su hedor a sudor y alcohol, quiso negarse; intentó irse a la habitación de Isa, como la otra vez, pero él la detuvo cogiéndola de un brazo para, de inmediato, de un empellón, mandarla al suelo. La levantó agarrándola del pelo y a empujones la llevó junto a la cama, arrojándola encima; le saltó encima, a horcajadas, y le soltó dos guantazos, diciéndole luego
- Si quieres más, mamita querida, sigue negándote
Y claro, a Emilia ya ni se le ocurrió volver a negarse…
- Pero… ¿todavía sigue en casa ese hijo de perra?... ¿Todavía aguantas eso?
Y Emilia, cada vez más roja, volvió a quedar muda, bajando la cabeza, mientras rompía a llorar. Su hija la abrazó con una ternura, un cariño tremendos y la mujer, hecha una magdalena, se refugió en ese pecho amoroso que con tremendo cariño la acogió
- Pues eso se ha terminado, mamá. Te vienes, ya, a casa… Y papá se encargará de ese engendro…
Emilia protestaba que cómo se iba a meter en la casa con ellos… Eran pareja y ella allí sobraría enteramente, pero du hija fue inflexible: Dormiría en la habitación que montaran para el nene, en una cama de 80cm. que para él, el día de mañana, pusieron. Y Emilia no pudo negarse
Cuando Santiago vio aparecer a la que aún, legalmente, era su mujer, torció el gesto
- Y ella qué hace aquí…
Soltó ominoso, pero Isa le contó lo que su mujer, Emilia, estaba pasando y las prevenciones del hombre al instante desaparecieron. Es más, bajó al coche y salió disparado a la antigua casa familiar para, nada más entrar con las llaves de Emilia y ver al indecente de su hijo liarse a palos con él; el nene quiso defenderse pero Santiago era fuerte como un toro y con unas manos como ruedas de molino, vamos, un típico obrero que cada día tiene que tensar los músculos bien tensados, y la paliza final fue de pronóstico. Arrojando sangre por narices y boca, rota la primera, con ni se sabe cuántos dientes rotos la segunda, y en el suelo, hecho un guiñapo, su padre dejó de moler a palos a Luis
- Y conste que si no sigo es porque no quisiera matarte, hijo de perra, chulo de mierda, que sólo te atreves con mujeres… Pero si no desapareces de aquí y de estos contornos, ahora mismo, te juro que te mato… ¿Me has entendido?... Pues no lo eches en saco roto, cabrón, desgraciado
Y Luisito, el macarrilla, no lo echó en saco roto, sino que a toda pastilla, con lo puesto y como alma que lleva el diablo, salió de la casa para nunca más volver a aparecer en la vida de ninguno de ellos tres, padre, madre y hermana
Aquella noche durmió Emilia en casa de Santiago e Isa, pero al día siguiente dijo que se volvía a su casa, ya que Luis ya no estaba, pero tanto él como su hija se opusieron tenazmente a ello; lo había pasado muy mal y pensaban que no sería bueno recluirse ella sola en casa, luego mejor con ellos… Y con el aliciente de disfrutar de su nieto, que la traía loca, loquita, loca. Luego con ellos se quedó
Los días, semanas y hasta algún mes transcurrió y, la verdad, Emilia cada día estaba más nerviosa, más intranquila… Varias veces había querido volver a su casa, pero en última instancia ellos no la dejaron, acaramelándola con lo de su nieto, pero llegó un día en que ella se plantó ante su hija, encastillada en irse, o en esa casa se volvería loca. Fue un día al volver Emilia de trabajar, a eso de las cinco de la tarde, que confesó tal cosa a Isa, que se quedó a cuadros al oírla Pero es que, además, no hubo forma de que la hija sacara a la madre por qué se volvería loca de seguir con ellos
Isa pasó toda la tarde preocupada por lo que su madre le dijera, dándole vueltas y vueltas a cual podía ser la causa de tan rara cuestión, sin lograr dar con explicación alguna. No fue sino hasta la noche, cuando se acostó con su padre-marido que creyó desentrañar el misterio. Santiago la estaba acariciando, como cada noche, venerando sus senos como preámbulo al goce total de su hija-esposa e inopinadamente ella le apartó las manos, diciendo
- Papá, como sabes, mamá se empeña en irse mañana… Y creo que sé por qué aquí no está bien; por lo que quiere irse… ( Miró a su padre, acariciándole las mejillas ) Papá, mamá te necesita Sé que te quiere, y tras lo de Luis diría que mucho más… Seguro que añora cuando estaba contigo… No acaricies mis tetas; esta noche no; ve con mamá, acuéstate con ella y acaríciaselas a ella… Y hazle el amor… Luego, mañana…o pasado, me lo harás a mí… Me acariciarás las tetas… Me las chuparás… Y me follarás… Follaremos como locos… Pero esta noche no; ni mañana… Pero esta noche y mañana y a lo mejor pasado… Y al otro y al otro… Ve con ella… Seguro que la pobre está muy necesitada… Hazla dichosa… Y sé tú también dichoso con ella… Luego, en adelante, te acostarás con las dos, un día con cada una, para que no se nos haga tan larda la “sequía”… Pero estos días ve con ella…
Santiago no sabía ni qué decir… Alucinaba con lo que Usa le estaba diciendo… Pero su virilidad había respondido, y por todo lo alto, sólo con pensar en su mejer, en Emilia… Sólo con pensar en poder hacerle el amor… ¡Dios y cómo lo deseaba!... Entonces Isa se deslizó hacia el suelo, diciendo a su padre
- Anda papi; vamos los dos. Asó yo me traeré al niño conmigo, para que no os moleste, y también será más fácil que mamá te acepte, pues si vas solo, casi seguro que no quiere… Los demás días ya no será necesario, roto ya el hielo
Y Santiago, todo confuso se levantó y siguió a su hija al cuarto donde Emilia dormía con la cuna de su nieto junto a la cama. Cuando la pareja entró en el cuarto, les pareció que Emilia dormía, pero sólo era eso, parecerlo, pues aunque se estaba quedando ya amodorrada todavía era consciente de cuanto a su alrededor sucedía, por lo que al momento tuvo conciencia de su presencia. Se incorporó de inmediato en la cama, y los vio a los dos detalladamente, su hija en camisón pero él como su madre le trajo al mundo y con la “herramienta” algo más que brava, alarmada, exclamando
- ¿Qué…qué pasa?... ¿Qué queréis?
Isa se le acercó; se sentó en la cama, junto a ella, y le acarició el pelo, las mejillas, al tiempo que la besaba, tranquilizándola
- Tranquila mamá… No pasa nada… Nada grave… He venido a llevarme al niño conmigo, para que no os moleste… Papá se quedará contigo; se acostará contigo… Te hará dichosa mamá… Vuelve a ser tu marido… Tu hombre
- No Isa, cariño; no… Está contigo, hijita… Es tuyo ahora… Es tu hombre…
- Y tuyo también mamá; es tu marido, tu legal esposo; y siempre lo será… Y, sin legalidad, sin papeles, por libre decisión de los dos, también es mi marido y, también, siempre lo será… Lo compartiremos en igualdad, mamá, como buenas madre e hija… Y nos hará dichosas, felices a las dos… Y las dos le haremos feliz y dichoso a él… Ahora estará contigo, dormirá contigo vatios días seguidos, para hacerte especialmente feliz, curarte las heridas del alma sufridas en estos meses de desdichas que has pasado, pero después disfrutaremos de él por igual, una cada noche
- Hijita, cariño mío; eso es una loc…
Emilia tuvo que enmudecer, pues su hija Isa se había retirado hacia los pies de la cama dejando sitio a Santiago su padre y marido común con su madre, que de inmediato se inclinó sobre su legal esposa besándola tiernamente, como él sabía hacerlo, en la boca, con lo que cortó las palabras que ella decía. Emilia quiso oponerse a la caricia del hombre, le cerraba la boca, rechazando la masculina lengua deseosa de unirse a la femenina de ella, saborear su saliva, mezclada con propia de él…
Le oponía los dientes, enclavijando ambas hileras, superior e inferior, pero él se lo contrarrestaba lamiéndole los labios, las encías, los dientes y la firmeza que Emilia intentaba imponerse a sí misma, flaqueaba a marchas forzadas… Y ya sólo le faltó que él, bajándole cuanto pudo el escote del camisón, sacó sus senos y se los acarició, aplicándose solícito en los pezones con las yemas de sus pulgares, un dedo en cada uno de los dos pezones, con lo que, al momento, la mujer rompió en placenteros gemidos, quedos, tenues, pero incesantes Y, por fin, la boca, la garganta de Emilia, en la que los besos de su legal marido habían puesto un nudo que la impedía hablar y casi respirar, pudo emitir sonidos
- Para, para Santiago… No me hagas esto, por Dios… No, no me lo hagas… No debes, no debemos… Eres de ella, de Isa…
- Calla mi amor; Emilia querida, Emilia adorada… Calla mi vida… Calla y disfruta de tu maridito que te quiere con toda su alma
E Isa, sonriendo de oreja a oreja, abandonó los pies de la cama; tomó en sus brazos al niño y, sonriendo aún más, se volvió hacia sus padres, su padre y su madre, que para entonces ya empezaban a disfrutar juntos, diciendo
- ¡Que seáis dichosos los dos, tortolitos!... ¡Y tú, mamá, no seas tonta; no tengas remilgos necios, y ordéñatelo bien ordeñado esta noche!.. ¡Hasta dejarlo seco!... ¡Que ya se le recargará la “pluma”!... No te preocupes…
Y salió del dormitorio, que ya era más de su madre que de su hijo, pensando que la casa se les había quedado un tanto pequeña, pues, desde luego, necesitaban otro dormitorio de matrimonio para su madre… Y otra habitación para cuando el niño…o los niños, pensó de inmediato, fueran más mayorcitos…
Emilia había escuchado perfectamente a su hija, animándola a que se dejara de absurdos prejuicios, y, en añadidura, ella ardía como un volcán en plena ebullición… Y sí; se dejó de tonterías y naderías… Se abrazó a quien volvía a ser su hombre, a quien, sabía, la deseaba tanto o más que ella a él… Se abrazó como una lapa, como su en fundirse con él, con su cuerpo le fuera la vida… Y la vida, esa vida grata, plácida, junto a él que tanto, tantísimo añoraba y había añorado en esos pasados meses de infierno, le iba en la entrega total, absoluta a ese hombre que la amaba más que a su vida, que eso también lo había ya apreciado ella…
Se le abrazó pues y le besó; le besó con ardiente pasión, buscando hundirse, embriagarse en su boca, en su lengua… Pero también con todo el inmenso amor, cariño que hacia él la embargaba… Amor y cariño en el que su buena parte tenía el sentido agradecimiento ante su generosidad, su grandeza de alma… Su más que rendido amor hacia ella que había obrado la ventura del olvido de su traición, de su tremenda infidelidad… Sí; Emilia ardía en deseo, pero también en amor… Un amor deseoso de plasmarse en la íntima unión sexual, en comunión de cuerpos y almas… Así que no pudo reprimirse; no pudo esperar un sólo segundo más
- Desnúdame mi amor… Venga, cariño mío… Date prisa… Te necesito, mi vida; te necesito dentro… Ahora… Ahora mismo
Y Santiago, al instante, hizo lo que ella le pedía, librándola primero del camisón, luego de sus exiguas braguitas, trasunto de mínima tanga, que se las sacó por los pies, ocasión que aprovechó para besárselos, lamérselos, para, seguidamente, ocuparse de sus deditos, que chupó uno por uno. Y aquello ya acabó con lo poco que Emilia podía ya aguantar, por lo que cortó de raíz el culto que su recuperado hombre dedicaba a sus postreras extremidades, retirándole los pies para poder abrir sus muslos, sus piernas de par en par, al tiempo que más que pedirle, le suplicaba
- ¡Métemela ya mi amor; penétrame, entra ya en mí!... ¡No puedo más, querido mío!... ¡Te lo juro, mi vida!... ¡Estoy que ardo!... ¡Venga, cielo mío; date prisa!
Santiago se acomodó entre ese par de piernas abiertas ante él, al tiempo que ella las flexionaba hacia arriba, doblando las rodillas y plantando con firmeza los pies sobre la sábana para, asentándose en ellos elevar su “nidito” a fin de facilitar que la entrada en él del “pajarito” de su amor. Finalmente, Santiago fue tendiéndose encima de ella, con el “pajarito” en su mano; la cabeza asomaba casi entera, coronando el final, pero faltaba el “casi”, de modo que él se dispuso a hacerla salir del todo, pero de nuevo ella detuvo su intento
- Déjame que lo haga yo… Hace tanto que no te la cojo…
Y Emilia tomó el “pajarito” con su mano; hizo que la cabeza acabara de exaltarse y se dedicó a acariciarlo, medio masturbando a su amado para al momento dirigirlo donde tanto ella como él querían que estuviese; y, ya con el “pájaro” donde le deseaban, ella lanzó para adelante su “nido”, haciendo que la cabecita del “ave” entrara casi entera donde ella tanto anhelaba, al tiempo que le decía a él
- Empuja, mi amor… Empálame…
Y Santiago la “empaló”… Lenta pero firmemente; con mucha seguridad, pero ni adarme de violencia… Y Emilia, cuando se sintió llena de aquél cuerpo invasor, lanzó un hondo gemido, expresando así la tremenda dicha que la inundaba. No podría decirse, a ciencia certísima, cuál de los dos inició el movimiento de balanceo adelante-atrás, pues realmente fue algo al unísono, pero lo grande fue lo sincronizados que desde el mismo inicio estuvieron los dos, pues ella se lanzó con ese mismo ritmo lento, pausado, tan propio de él desde siempre y tan ajeno a lo que ella de siempre había deseado…
Y es que, por primera vez en su vida, Emilia se entregaba al amor sin reserva alguna, en cuerpo y alma, buscando la más íntimamente posible comunión entre su cuerpo y su alma con el cuerpo y alma de su amado, buscando, ante todo y sobre todo, amar y ser amada sexualmente… Recibir y dar amor con sus respectivos cuerpos, con sus respectivos sexos en una materialización del sentimiento amoroso a través del placer sexual… Y lo más grande, fue que disfrutaba del sexo como jamás antes lo hiciera; como nunca lo gozó en aquél sexo por el puro y duro sexo del que antes ella tanto gustaba buscar y disfrutar
Y así ocurrió, que apenas habían los dos empezado a moverse que ella tensó todo su cuerpo, vibrando de placer cuando, inopinadamente, le sobrevino el primero de los muchos, muchísimos orgasmos que aquella noche disfrutó… ¡Y de qué manera los disfrutó! Aullando como loba en celo, clamando alaridos como loca de atar… Pidiéndole a él
- ¡Sigue, sigue mi amor!... ¡No pares mi vida; no pares!… ¡Aguanta cariño…aguanta! ¡Venga machote!… ¡Macho mío…semental mío!... ¡Amor mío!... ¡Aguanta!... ¡No pares, vida mía; sigue; sigue dándome! ¡Me estoy corriendo, mi amor!... ¡Dios mío, Dios mío!… ¡No paro, no paro, mi vida!... ¡Qué me haces para que disfrute así, cielo mío!
Y es que esa fue una característica de aquella la sucesión de orgasmos encadenados unos a otros, en cascada, repitiéndose las cascadas en cada relación aislada de aquella noche… Otro rasgo que hizo esa noche diferente fueron las muchas, muchísimas veces que Emilia se extasiaba con su marido, confesándole
- ¡Te quiero micho marido!… ¡Te adoro, maridito mío!... ¡Qué dichosa me haces!
A lo que él respondía de la misma manera… Por otra parte, también el sexo de que disfrutaron fue variado, desde el vaginal al anal, pasando por diversas posturas, pues acabaron los dos por entregarse también al disfrute del sexo por el mismo sexo, al exaltarse sexualmente los dos, que lo cortés tampoco quita lo valiente, ni el disfrute del amor sexual el del sexo puro y duro, que ya lo dijo Jesús el Cristo, que “No sólo de pan vive el hombre”… Y la mujer tampoco, no seamos machistas.
En fin, que la noche entre Emilia y Santiago, Santiago y Emilia, tuvo de todo menos corta, que así estaban los dos cuando a la mañana siguiente, bien tempranito, el despertador les llamó a la diaria y dura obligación, más rotos que otra cosa, razón por la cual, Santiago le lanzó una patada al dichoso reloj que lo descuajeringó “pa los restos” y, arrullando a su querida mujercita contra sí, le susurró,
- Sigue durmiendo cariño, que hoy al trabajo le van a dar cantidad por “ahí”…
Aquella noche se repitió a lo largo de las de los siguientes siete días, lo que hizo ocho noches consecutivas de permanente dicha para Emilia, lo que la elevó el ánimo que ni un cohete espacial llega tan alto, tras las cuales se impuso la alternancia, noche sí, noche no, entre madre e hija en ser favorecidas por su común hombre… Y lo de más señalar fue la forma en que las dos lo compartían, pues sucedió que antes que separarlas ese común amor, las unió como nunca antes lo estuvieran, hasta parecer sosias(2)
Hasta se enriqueció la forma de vivir el amor conyugal de Isa con su padre-marido, pues su madre le inculcó el saber unir el sexo por puro amor con el sexo por sí mismo, como la perfecta manera de vivir su relación con el común marido u hombre… Y, lógico, el gran beneficiario fue Santiago, con dos ardientes mujeres, pues Isa acabó por ser sosias de su madre hasta en eso, para él solo… Vamos, que ni a Felipe IIº se las ponían así
Y claro, lo que tenía que suceder pasó, que en los siguientes dos meses y algo las dos mujeres resultaran con sendos embarazos, distanciados entre sí en no demasiados días, pues se dio la puñetera casualidad de que la mensual época fértil de las dos se solapaban en varios días, coincidiendo los últimos de Emilia con los primeros de su hija, con lo que en poco más de una semana las dos resultaron fecundadas por su común marido, dando pues ambas a luz en el plazo de once días la una de la otra… Y las dos trajeron al mundo sendas hijas… Vamos, que el papá no estuvo tan inspirado en las dos noches de marras… Pero es que luego fue de ver cómo, indistintamente, Emilia daba el pecho lo mismo a su hija como a su nieta, en tanto que Isa hacía lo propio con su nueva hermanita, como con su primera hija…
Y demos aquí fin al relato o acabaremos montando una guardería infantil… Y es que qué queréis, amigas/amigos lectoras/lectores, si Scipión el Africano resulta ser un decidido defensor de las familias con varios hijos, que no en balde él engendró cuatro… Claro, que aquellos eran otros tiempos…
F I N D E L R E L A T O
NOTAS AL TEXTO
- Según el Diccionario de la RAE, “Magín, de Maginar,= coloquialmente, Imaginación”. En España, este término se usa ampliamente, o usaba, como sinónimo de cabeza, cerebro
- No confundir con “socias”.- Según el RAE: “SOSIAS”: (De Sosias, personaje de la comedia “Anfitrión” de Plauto): “Persona que se parece a otra hasta el punto de ser confundido con ella”