Un mundo ideal

Introducción a una serie de varios relatos. He aquí un mundo de Am@s y sumis@s

Un mundo ideal

Estaba amaneciendo y ya comenzaba a haber actividad en la ciudad. Algunos comercios abrían sus puertas. Diversos operarios colocaban carteles por todos los distritos anunciando la gran fiesta. Y no era para menos. No todos los días se cumplen cien años…

  • Cien años, ¡qué barbaridad! – exclamó el alcalde, leyendo el periódico al lado de su mujer – ¿puedes creértelo? Y todavía hay gente que desaprueba nuestro estilo de vida.

  • Sí, mi amor. Es de locos, ¿verdad, perrita? – comentó Sofía, la esposa del alcalde, dirigiéndose a una chica joven que permanecía desnuda, a cuatro patas, a su lado.

  • Sí, Ama – respondió la muchacha, con un hilo de voz.

El estilo de vida de aquella ciudad era tanto amado como odiado por los extranjeros. En cualquier caso, era su vida, y ningún forastero tenía derecho a inmiscuirse en ella. Además, las leyes eran revisadas cada pocos años y casi siempre se limitaban a renovarlas. Solían leer la Constitución por encima, y todas las partes integrantes del comité, firmaban sin rechistar. Porque, cada uno en su rol, todos parecían cómodos con lo que les había tocado vivir.

Se trataba de una ciudad moderna. Los avances tecnológicos eran realmente potentes, y los utilizaban a diario para su propio beneficio. Sin embargo, el día a día era criticado por algunos extranjeros, calificándolo incluso de medieval.

Allí todo era sencillo: había Amos, y había esclavos. Nada más. Su vida dependía de quién descendieran, y así sucesivamente. Algún caso aislado se había dado de hijo de esclavos que había crecido y se había convertido en Amo, pero era uno entre un millón. Por norma general, se respetaba el linaje.

Antonio, el alcalde, terminó su café y agarró la correa de su esclava, metiéndola bajo la mesa de cristal transparente.

  • A desayunar, puta.

  • Sí, Amo.

Su mujer continuó mordisqueando una tostada, indiferente, mientras la chica desabrochaba el pantalón de su Dueño con bastante soltura. La polla ya estaba algo dura, y llevó las manos a la espalda para chuparla como a él le gustaba.

En plena mamada entró Alejandro, hijo del matrimonio, y miró a la chica con lujuria. Solo iba a coger su carpeta para irse a clase, pero se quedó ahí admirando el momento, hasta que la polla de su padre se vació en la boca de la esclava y, tras tragar, la joven limpiara todos los restos con la lengua y se la guardara en el pantalón, antes de volver a su sitio.

  • Oye, papá, ¿a partir de mañana podré follarme a layla?

Antonio sonrió.

  • Pues claro, Álex. Ya serás mayor de edad. Es más, tu madre y yo hemos pensado en hacerte un regalo especial por tu cumpleaños.

  • ¿Me la regaláis? – preguntó, con ojos brillantes.

La perra de sus padres le ponía realmente cachondo, y habría sido la guinda del pastel.

  • No, cariño – intervino su madre –vas a participar en la subasta. Elegirás a tu propia perra, para siempre. ¿Te parece bien?

  • ¿De verdad? ¡Es genial! ¡Qué ganas tengo!

Dicho aquello, el chico se fue a sus quehaceres. Sofía se quedó en casa con los esclavos, supervisando su trabajo, y el alcalde acudió a reunirse al ayuntamiento con un grupo de extranjeros interesados en la subasta que tendría lugar el fin de semana.

Cuando llegó al despacho, su secretaria, ataviada únicamente con unas sandalias de tacón de aguja y su collar de perra, le anunció que los potenciales clientes acababan de llegar y le esperaban en la sala de reuniones.

  • Bien, llévanos cafés ahora mismo.

  • Sí, Señor.

Adrián, el guardia de seguridad, admiró el cuerpo perfecto de la secretaria y suspiró. La polla le apretaba dentro del pantalón. Se le permitía follársela siempre que no estuviera ocupada atendiendo al alcalde o sus clientes. Lo había hecho varias veces. No sabía ni cómo se llamaba, pero eso era lo de menos. Él ya tenía en casa su propia putita, pero estaba obsesionado con esa otra chica. Y, para él, lo importante es que tenía una boca de escándalo, de esas que se la tragan hasta que los huevos golpean en la barbilla. Le había ofrecido al alcalde una suma generosa por alquilársela unas horas diarias, pero éste se negaba.

  • Es de las pocas esclavas que se tragan mi polla entera y la quiero a mi total disposición. No es posible. Pero te dejaré usarla en sus ratos libres – había respondido él.

Así que, se limitó a verla pasar, desnuda con la marca de su Dueño en su nalga derecha, portando la bandeja de los cafés.

El alcalde se presentó cortésmente a un grupo de diez extranjeros, rubios, con ojos muy azules y piel muy blanca, de unos cincuenta años, que hablaban un inglés perfecto. Le contaron brevemente que habían decidido establecer su residencia por allí cerca. Entre ellos había cuatro mujeres, supuso él, esposas de algunos de aquellos hombres.

  • Chico nos habló en aeropuerto de una subasta – dijo el que parecía más joven, chapurreando algo de español.

En aquel momento entró la secretaria del alcalde con los cafés y todos se quedaron callados, mirándola.

  • Sí, así es – convino Antonio, sonriendo, comprobando complacido el impacto que había provocado su perra en los invitados – mi mujer y yo tenemos tres esclavas adquiridas en una subasta: esta, y otras dos que tengo en casa. Esta de aquí está casada y solo es mi perra durante el día. También tenemos dos esclavos en casa. Y en breve alguna otra puta, porque mi hijo cumple la mayoría de edad, y bueno, ¿qué mejor regalo?

Todos sonrieron. Una de las mujeres señaló a la perra con la cabeza.

  • ¿Cómo se llama?

  • runa. Todas las perras tienen nombres de mascota.

La mujer se acercó a la que tenía al lado, susurraron algo y se besaron.

  • Queremos una esclava para nosotras. Vamos a vivir en la costa. ¿Algún problema para encontrarla en la subasta?

  • Desde luego que no. ¿De qué edad? ¿Joven?

  • Sí. ¿Las tienen?

  • Por supuesto. En la subasta tendremos a veinte esclavas de veinte años, que han recibido ya dos años de educación completa. También en esta promoción se venden dieciséis esclavos.

  • ¿Educación completa?

  • Sí. Hasta los dieciocho años, no se permite que nadie les haga nada. Estudian internos en colegios, pero es todo absolutamente teórico y ensayo de algunas posturas. Se les enseña cómo han de comportarse y se utilizan algunos juguetes con fines meramente académicos. Nada de práctica hasta cumplir los dieciocho.

  • Entiendo. Pero no son vírgenes.

  • No, claro. Para recibir la educación completa, sus instructores se ocupan de follarlos, de los castigos, de las humillaciones…

  • ¿Y no puedo conseguir nada virgen?

Antonio meditó su propuesta, y eligió las palabras con cautela.

  • ¿Cuántos de ustedes desean una esclava virgen?

Se alzaron dos manos: una de las mujeres que ya lo había manifestado, y el mayor de los hombres, que rondaría los sesenta años.

  • No es un procedimiento habitual. Pero imagino que podrán llevárselas el día de su graduación, una vez hayan firmado el contrato definitivo de esclavitud. Eso sí, tengan en cuenta dos cosas: la primera, que han recibido mucha formación, pero no práctica. Habrán de enseñarlas ustedes, y nosotros no nos hacemos responsables si no son al cien por cien de su agrado, porque les están quitando dos años de aprendizaje práctico – hizo una pausa para beber un poco de agua – y, la segunda, que el precio se verá incrementado. La virginidad está muy codiciada.

El hombre mayor hizo un aspaviento con la mano.

  • El precio no será problema.

En aquellos momentos, en que la economía de la ciudad no estaba muy boyante, aquello sonó como música para los oídos del alcalde.

  • Me alegra escuchar eso. El resto de ustedes, ¿quieren participar en la subasta normal?

Todos asintieron con la cabeza.

  • Sí, pero también queremos un chico – manifestó un hombre joven, señalando a su esposa – queremos una pareja de esclavos, hombre y mujer.

  • En la subasta habrá de todo, no se preocupen.

La conversación se prolongó un rato más. Cuanto más sabían, más deseaban saber. La secretaria del alcalde se fue y volvió con dos mandos pequeños, táctiles, que dejó encima de la mesa. Los extranjeros parecían perplejos.

  • ¿Qué es?

  • Algo realmente útil. Todas las perras llevan un collar que puede ser manejado mediante este mando de aquí. ¿Quiere que le haga una demostración?

El hombre mayor se levantó, entusiasmado, y se sentó al lado del alcalde. Éste le dio el mando y lo puso al lado del collar de la perra.

  • Son cuatro acciones. Está pensado para cuando no le apetece moverse de la cama, por ejemplo. Imagínese que se despierta de madrugada y le apetece una mamada. No tiene más que pulsar el botón rojo, “mamada”, y su perra acudirá solícita.

- ¿Really? ¿Funciona?

Definitivamente no se lo creía. Para hacer la prueba, en vez de pulsar el botón rojo, lo hizo con el verde. Sonó un pitido intermitente procedente del collar. La perra apoyó los brazos estirados y las tetas en el suelo, y subió el culo todo lo que pudo.

  • Aquí está el culo de su perra, listo para ser usado, Señor.

James observó a la perra del alcalde adoptar las diferentes posiciones y los distintos usos del collar. Incluso había un botón para, recién levantado, pedir el desayuno. Una vez le dijera a su perra lo que quería comer cada mañana, únicamente tendría que pulsar el botón “desayuno” y el botón “mamada” para empezar la mañana en condiciones.

  • ¿Y el otro mando?

  • Oh, es el control remoto de su consolador. Es por si quiere jugar con ella, activando y desactivando la vibración.

  • Ah, entiendo – procesó la información y continuó preguntando. Quería saberlo todo – y, ¿ha sido usted quien ha anillado sus pezones?

Antonio negó con la cabeza.

  • No, eso lo hacemos en la ceremonia de graduación, ya lo verán ustedes. Allí es donde las perras firman el contrato de conformidad y de exclusividad con la escuela o, en este caso, si todo va bien, de pertenecer a ustedes. Después, son anillados sus pezones, labios vaginales y clítoris, y se les proporciona una chapa metálica que se inserta en su collar, con su nombre de perra y el de la escuela a la que pertenecen.

  • ¿No son marcadas? - el hombre parecía sorprendido.

  • Eso no lo hacemos hasta que se les asigna un Dueño. En este caso, es usted libre de marcarla cuando quiera.

James se revolvió en su silla, y se apretó la entrepierna.

  • ¡Qué maravilla de ciudad! Todo esto que me cuenta... ¿le importaría si...?

  • Por favor, la duda ofende - tiró de la correa de su perra y colocó la cabeza entre los pantalones del extranjero - un trabajito rápido, perra, he de ir a la escuela.

  • Sí, Señor.

Bajó la bragueta y se la metió en la boca, mientras James se reclinaba en su silla.

... ... ... ...

La escuela para perras estaba en las afueras, bastante aislada de todo, con el objetivo de que no tuvieran distracciones. Era un internado en plena sierra, a aproximadamente una hora de la capital. El alcalde bajó de su coche a las once en punto, y encontró a las perritas en clase de gimnasia. Hacían abdominales en el suelo, supervisadas por el profesor. Antonio le admiraba profundamente. ¿Cómo podía tener la voluntad de no follárselas? Veinte jovencitas, completamente desnudas, a excepción de sus collares.

Antonio pasó casi sin mirarlas para evitar tentaciones. Ya les haría una visita una semana más tarde en la escuela superior, donde tendría el privilegio de disfrutar de sus cuerpos y dar rienda suelta a su imaginación.

Saludó brevemente al profesor. Todas las perritas le saludaron con cortesía.

El director estaba en el despacho. Llamó a la puerta con los nudillos y entró. Le encontró con los pantalones bajados, detrás de una de las esclavas de la escuela, que permanecía inclinada encima de su mesa. Tenía su pelo agarrado, follándosela por el culo. Cada vez que la penetraba, tiraba de su melena, poniéndola casi vertical. La perra tenía unas tetas perfectas, de sonrosadas aureolas y un cuerpo muy apetecible. Tanto, que se había encaprichado de ella y la había adquirido en la subasta de unos años antes. Pero su mujer era tajante: no quería perras en casa de las que tener que ocuparse. Así que la adquirió para la escuela. Los profesores la usaban, tanto para su propio beneficio (y a veces, más de una vez al día, para calmar la calentura de convivir con tiernas chicas vírgenes a las que no podían tocar) como para las clases prácticas. Aquella era luna, la perra experta que enseñaba a las alumnas, de manera meramente teórica, cómo se chupaba una polla, las posturas que debía adoptar una perra, cómo complacer a sus futuros Dueños, o las diversas muestras de respeto, como no dirigirse a sus Amos si no era estrictamente necesario o si ellos no habían preguntado primero. Normalmente, cuando el Amo no requería los servicios, se esperaba de ella que llevara a cabo sus tareas con el máximo silencio y discreción posible, como si fuera invisible.

El director se corrió en el culo de su esclava y la arrodilló ante su polla goteante. Solo en aquel momento reparó en la presencia del alcalde.

  • Oh, lo siento, Antonio, no te había visto.

  • Tranquilo, Sergio, acaba.

  • Venga, puta, lame mi polla y atiende a nuestro invitado.

Cuando hubo recogido todos los restos de la polla de su Dueño, se acercó a cuatro patas al invitado.

  • Buenos días, Señor alcalde, ¿desea usted hacer uso de esta perra?

  • No, putita, puedes irte.

  • Ya has oído. Tráenos un café, rapidito, y no se te ocurra limpiarte.

  • Sí, mi Amo.

Sergio se sentó junto a su invitado, sonriendo.

  • ¿Qué te trae por aquí?

  • Verás, han venido unos ingleses que van a establecer su residencia aquí cerca. Van a participar en la subasta.

  • ¡Excelente! Eso dará algo de vida a nuestra economía.

  • Así es. Pero me han pedido algo... especial.

  • Cuéntame.

  • Quieren un par de putas vírgenes. ¿Tienes algún problema con eso?

  • Claro que no. Siempre que ellas accedan, después de su graduación, podemos negociar el precio.

  • Desde luego, ya saben que será más caro y están dispuestos. ¿Crees que aceptarán?

La perra entró con los cafés. Antonio no se lo tomó, pero le gustaba verla servírselo y, de paso, manosearla un poco.

  • Oh, estoy casi seguro de que aceptarán. Ahora, si me disculpas, me disponía a jugar un poco con mis perros. ¿Te apetece?

  • Seré un mero observador - contestó, con una sonrisa - me encantan tus juegos. Suelen ser humillantes.

  • Ven conmigo.

Agarró la correa de la perra, que empezó a andar a paso ligero, a cuatro patas, hasta la parte trasera del jardín. Allí había dos perros, también con correa, recogiendo las malas hierbas del césped. Los había adquirido a la vez, en una subasta, tres años antes. Eran hermanos, gemelos, y los distinguía por las marcas de sus nalgas y el nombre en sus collares. Uno de ellos, pongo, lo había adquirido para la escuela. El otro, alvin, era exclusivamente de su propiedad. Cuando vieron llegar a los dos hombres, trajeados, con la perra agarrada de la correa, adoptaron su posición de perros y se acercaron.

  • Buenos días, mi Amo. Buenos días, señor Alcalde.

  • Buenos días, perritos. Me preguntaba quién de los dos tendría más ganas de correrse.

Los dos empezaron a inquietarse, balbuceando, suplicando que se lo permitiera. Llevaban una semana con cinturón de castidad, salvo en contadas ocasiones a lo largo del día, y sentían la leche acumulada.

  • ¿Quién quiere lamer mi leche del culo de mi perrita?

Los dos, de nuevo, lucharon por ser el elegido.

  • Tranquilos, perritos, tranquilos. Haremos una cosa. Os voy a quitar el cinturón a los dos. Pondré a la perra en el centro y tendréis que venir corriendo. El primero que llegue y consiga lamer su culo, podrá follarla, siempre después de haber recogido toda mi leche. ¿Os parece bien?

  • ¡Sí, Amo, gracias!

  • Sin embargo, el más lento - continuó su Señor, deleitándose con cada palabra - recibirá diez azotes en clase, y llevará el cinturón otra semana más, mientras que el ganador podrá estar dos días enteros sin él. ¿Está claro?

  • ¡Sí, Amo!

  • Bien.

Les quitó los cinturones. Buscó dos árboles entre los que había unos cien metros, y puso a la perra en medio. La putita, con un hilo de voz casi imperceptible, dijo:

  • Amo, ¿puedo preguntar algo?

  • Di, puta.

  • Yo... Amo, ¿puedo correrme?

Él ni siquiera dudó la respuesta.

  • No. Ni se te ocurra, ¿está claro?

  • Sí, Amo, perdóneme - se colocó en su sitio, frustrada. La enculada anterior la había puesto muy cachonda, y sentía el flujo resbalar por sus muslos.

  • Bien. Preparados... listos... ¡ya!

Los dos perros salieron corriendo. Ambos eran fuertes y rápidos y llegaron a la vez. Sergio se lo temía y era lo que más cachondo le ponía. Allí, fue testigo de una pelea que duró un par de minutos, en que uno intentaba echar al otro. Al final, pongo perdió el equilibrio y alvin aprovechó la debilidad de su hermano para hundir la lengua en el culo de la esclava.

  • ¡Bien, alvin! Disfruta.

  • Gracias, Amo.

El perro lamió con ganas el culo de la esclava, recogiendo todo el semen de su Dueño y empujando a su hermano para evitar que se acercara. Aunque Sergio sabía que no era necesario, pues alvin estaba realmente cachondo, para dar un toque más humillante aún a la situación, dijo:

  • ¡pongo, perro estúpido! Chupa la polla de tu hermano, para que haga lo que tú no has merecido.

  • Lo siento, Amo.

  • No lo sientas y limítate a ser más rápido y más ágil la próxima vez.

La polla de alvin estaba muy dura, pero se dejó hacer. Por alguna extraña razón, disfrutaba enormemente con las humillaciones ajenas. También con las propias, por supuesto. Pero lo de su hermano, le ponía tan cachondo...

Antonio disfrutaba del espectáculo.

  • Qué mente más calenturienta tienes, cabrón.

Los dos rieron, observando a alvin pegarle un manotazo en la cara a su hermano y montar a la perra, que permanecía a cuatro patas. No pudo aguantar mucho y enseguida se corrió, notando la leche caliente salir, como un gran torrente. pongo estaba a su lado, mirando, notando crecer el odio en su interior. Si no hubiera perdido el equilibrio...

  • ¡pongo! - gritó su Amo, sacándole de su ensimismamiento - ¡limpia el culo de la perra y la polla de tu hermano de una vez!

  • Sí, Amo.

Colocaron el cinturón de castidad de la perra de nuevo y se fueron, dejando a alvin allí, feliz.

  • ¿Sabes? Creo que alvin es ligeramente superior a pongo - comentó el alcalde.

  • Tienes razón. De hecho, he estado pensándolo. Tú sabes que casi nunca se hace esto, pero creo que voy a ascender a alvin.

  • ¿Esclavo de alto rango?

  • Exacto.

Ambos sonrieron. Era una idea brillante.

Continuará. Comentarios a [email protected]

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