Un mundo ideal 4: graduación femenina

Las perritas se gradúan para pasar a la Escuela Superior, excepto dos de ellas, que son entregadas a compradores extranjeros

  • Sí... ¿sí, Amo?

La cara de Sergio denotaba impaciencia. ¿Acaso su perro no estaba concentrado? Siguió la trayectoria de su mirada y se encontró con los ojos de layla, vidriosos. Entendió enseguida. Pero así eran las cosas.

  • perro, responde.

  • Perdón, Amo - estaba claro que tenía que elegir. No quería renunciar a layla, pero menos aún quería decepcionar a sus Dueños y ser degradado. Respiró hondo - será un verdadero honor y placer para mí ascender de rango, mi Señor, y prometo intentar estar a la altura.

  • ¿Reconoces estar informado de cómo va a cambiar tu vida con esto, y los nuevos deberes que habrás de asumir?

  • Sí, Amo.

  • ¿Y prometes cumplir con total sumisión y celeridad todas y cada una de las cláusulas del contrato, aceptando los castigos que se estimen necesarios?

  • Lo prometo, Amo.

  • Bien. Firma el contrato entonces, perrito.

Una de las perritas le acercó el papel en la boca, y el Amo le dio un bolígrafo. De repente, le vino un recuerdo fugaz a la mente, de cuando estudiaba. De cuando aún no se había convertido en el pequeño animal que era ahora, andaba sobre dos patas y solía escribir. Garabateó su firma en la esquina inferior derecha.

  • Muy bien, perrito, felicidades.

La esposa de Sergio se acercó, rodeó el cuello del perro y le quitó el collar negro, tirándolo al suelo. A continuación le colocó uno de cuero rojo, brillante, con una chapita en la que había grabado un hueso, con el nombre del perro.

  • ¿Te gusta, perro?

  • Me encanta, Señora, muchas gracias.

Algunos Señores se acercaron a felicitarle, y también todos los perros. Excepto layla. Y eso le dolió en el alma.

... ... ... ...

Mientras Sofía disfrutaba enormemente de la ceremonia de alvin, su marido estaba reunido con los cuatro extranjeros que deseaban sumisas vírgenes, de cara al día siguiente. Llevaba consigo el catálogo de las perritas de la escuela de Sergio. James quería verlas antes de ir. Deseaba tener una idea de lo que iba a encontrar. Se consideraba exigente, y no le valía cualquiera.

  • Son todas muy guapas - dijo, pasando una hoja tras otra - pero no estoy seguro de que sea lo que quiero. Necesito una de aspecto más... inocente.

El alcalde sonrió.

  • Eso es porque no ha visto aún usted la página diecisiete, Señor Harris.

Era su plan de emergencia. Sabía que deseaba una putita de pechos pequeños, delgada, con expresión aniñada.

  • Oh, my god. Qué maravilla de criatura. ¿Cómo se llama?

  • Aún se llama María. Pero usted podrá decidir su nombre de perra.

María tenía dieciocho recién cumplidos pero aparentaba alguno menos. Tenía el pelo de un rojo intenso y la cara salpicada de pecas. Tenía poco pecho, un par de montañitas incipientes de pezones pequeños y el cuerpo delgado, aunque bien formado. Las varias horas de gimnasia semanales hacían bien su trabajo.

  • Quiero esta definitivamente. ¿Podré conseguirla? ¿Cómo lo haremos?

  • ¿No desea verla antes? ¿Conocerla? Podríamos ir esta noche.

  • No, no quiero que sospeche nada. Quiero ver su cara de sorpresa cuando vea que se viene conmigo. No pondrá pegas, ¿verdad?

  • Señor Harris, nuestras perras son las más obedientes y disciplinadas del mundo.

James se relamió. Pasó el catálogo a las dos mujeres que deseaban llevarse otra perrita, y éstas eligieron enseguida. Escogieron todo lo contrario: una perra alta, delgada pero fuerte, con enormes pechos, para que se balancearan hacia los lados.

... ... ... ...

Aquella última noche antes de su ceremonia, a pesar de que sería la última vez en su vida que durmieran en una cama mullida, las estúpidas mascotas no pudieron pegar ojo. Fueron levantadas por las esclavas domésticas de la escuela a las ocho de la mañana, tirando con los dientes de las sábanas que cubrían los cuerpecitos vírgenes de las veinte chicas. Aunque la ceremonia no era hasta después de comer, había mucho que hacer.

Las llevaron a las duchas y las rasuraron enteras. El coño bien afeitadito y el culo igual. Las ducharon, enjabonando todas sus partes íntimas y les hicieron una cola de caballo.

  • Los Amos ordenan que empecéis ya a andar a cuatro patas. Así os será más sencillo - manifestó una de las chicas, que tendría unos veintitrés años.

Así pues, las futuras perritas se pusieron a su altura y salieron a la calle. Sergio miró por la ventana y sonrió, complacido, recolocándose la polla dentro del pantalón. Era delicioso ver a veinte jovencitas andando torpemente sobre sus patitas por primera vez, cruzando el campus con las zorras domésticas detrás, cuidando del rebaño, para ir a la revisión previa a su ceremonia.

Una de las zorritas domésticas llamó a la puerta de una de las casetas anexas a la escuela, y abrió una perra de unos cuarenta años, ataviada con un precioso collar amarillo (era el color que había escogido el veterinario para sus putitas. No quería marcarlas, ese color indicaba, ya desde lejos, que eran de su propiedad).

  • El Señor Gómez desea que las perras pasen de una en una.

Entró la primera de la fila. La sala era grande, blanca, aséptica. Había sitio de sobra para el resto, pero deseaba ponerlas nerviosas.

La perrita avanzó insegura, observando la habitación entera. Tres perras permanecían en la puerta, sin moverse, siendo una de ellas la que había abierto. En una especie de camilla, había una cuarta, con las piernas completamente abiertas y atadas a unas cintas de cuero que cogaban del techo. Tenía un vibrador hundido en lo más profundo de su coño.

En el centro, vestido con una bata blanca almidonada y unos guantes de látex, un hombre alto, fornido, de hombros anchos y mirada estricta.

  • No se te ocurrirá correrte, cerda, ¿verdad?

  • No sé si podré aguantar, mi Señor.

  • Como note el más mínimo espasmo, te juro que te arrepentirás de haber desobedecido.

  • Sí, Amo. Perdone a esta perra estúpida.

Contrajo los músculos, tratando de evitar el orgasmo. Los castigos de su Amo eran tan severos que ninguna perrita se había atrevido jamás a contradecirle. La perrita todavía recordaba con horror cómo fue castigada un par de meses atrás, cuando sin querer derramó parte de la leche de su Dueño en el suelo. Estuvo dos horas enteras en el exterior de la sala de glory-hole, desnuda, con frío y la gravilla del suelo haciéndole polvo las rodillas, con la boca abierta mediante una especie de fórceps que le mantenía la mandíbula tensa, y pegada a la pared de madera, babeando y esperando alguna polla que llevarse a la boca. Después de que ocho profesores usaran aquella boca, y de que mientras uno de ellos la usaba tuviera que reclinarse para hacer accesible su agujero del culo, golpeándose la cabeza con la madera cada vez que la embestían, y de que tragara el semen de las ocho mamadas y recogiera con su mano el de su culito para relamerlo, su Amo la sacó de allí. Y, a pesar de que la putita se lanzó a los pies de su Dueño, a besarlos y adorarlos, ello no la libró de una sesión de azotes con la vara de bambú y llevar el cinturón de castidad sin permiso de tener orgasmo alguno hasta nuevo aviso. Sin embargo, después de los azotes, su Dueño le folló la boca con la misma violencia que unas horas antes, y la mascota consiguió tragar todo de manera impecable.

  • Bien, perra, veo que has aprendido la lección. Jamás volverás a desperdiciar nada.

  • Sí, mi Amo, le pido disculpas de nuevo.

  • Está bien. Vete a la perrera, no quiero verte más hoy.

Fue uno de los peores días de su vida. Y sin embargo, estaba allí, en la consulta del veterinario, espatarrada, con el coño babeante, y excitándose aún más con el recuerdo. Su pequeño cerebro de mascota no acertaba a comprender la lógica de todo aquello.

El doctor hizo subir a la primera perrita a su mesa. Era una chica pelirroja, con el abundante pelo recogido en una cola de caballo y la cara, asustadiza, salpicada de pecas. Subió con torpeza y el médico observó sus deliciosos pechos blancos, pequeñitos, con los pezones duros.

  • ¿Nombre?

  • Ma... ma... María, María, Señor.

Temblaba como una hoja y el médico le acarició el lomo.

  • Verás qué pronto te acostumbras a tu nombre de perra. Porque tú quieres ser una perrita, ¿verdad, preciosa?

  • Sí Señor, una perra obediente y digna de algún Amo al que pertenecer.

Sonrió. La había reconocido enseguida. Si todo iba bien, a final del día sería la perrita de una de las parejas extranjeras.

  • Entonces habrá que cambiarte el nombre, ¿verdad? No hay cosa más absurda que una mascota con nombre o costumbres humanas.

  • Sí Señor, estoy deseando estrenar mi nombre de perra.

  • Bien, para mí ya eres una perra. Si no, no abrías venido al veterinario, ¿verdad?

  • Así es, Señor.

  • Eso pensaba. Abre el hocico.

El hombre introdujo dos dedos enteros en la boca de la chica, hasta la garganta, provocándole una arcada, en parte por el acto reflejo, y en parte por el asco que le dio el sabor al látex. Después abrió la boca con las dos manos y le inspeccionó los dientes.

Apuntó en el ordenador: capacidad bucal: buena. Dentadura: excelente.

  • Date la vuelta - ordenó.

Le introdujo los dos dedos mojados por el coño y el animal emitió un pequeño jadeo. A través del guante notó la lubricación de la perrita, ese coño apretado tan caliente y húmedo. Después, llevó sus flujos al culo y le introdujo despacio un dedo. El quejido que salió de la boca de la mascota le puso todavía más cachondo. ¡Lo que habría dado por follársela en aquel momento, así a cuatro patitas, agarrando su pelo e inundando su coñito! Pero no podían tocarlas, y lo sabían. La ley era estricta al respecto.

Siguió escribiendo en el ordenador: Lubricación: excelente. Culito: pequeño, bien formado. Agujero estrecho que ofrece bastante resistencia.

Alargó la mano para alcanzar la correa de una de sus perras y tiró bruscamente. El animal tropezó y cayó de espaldas sobre su lomo.

  • Estúpida perra.

  • Perdón, Amo.

  • Ve corriendo y tráeme el vibrador de la cerda de tu compañera. ¡Vamos!

Paró dicho juguete con el mando a distancia y la perrita que estaba siendo sometida a la tortura respiró aliviada. La otra mascota se acercó, agarró el vibrador con los dientes y lo sacó completamente pringado del coño de su compañera. Lo agarró como si de uno de los huesos con que la premiaba su Dueño se tratara y se lo llevó al Amo.

  • Bien, gracias, perrita. Vuelve y cómele el coño - después se dirigió a la que permanecía espatarrada - ¿has oído, meli? Tu Dueño te permite que te corras.

  • ¡Gracias, Amo!

  • Probablemente no lo merezcas, pero me gusta cómo lubricas.

  • ¡Lo sé, Amo, no merezco nada, gracias!

Mientras el animal, agradecido, gemía notando los espasmos de su coño, el veterinario colocó a la perrita novata tumbada, con la cabeza colgando por fuera de la camilla. Con el consolador aún pringado de jugos de la otra cerda, comenzó a introducirlo en su boca. La chica dio una pequeña arcada cuando notó el glande aprisionar su garganta y él empujó un poco más. La perra se revolvió y el médico le apretó los pezones, palmeándole las tetas con severidad.

  • Aguanta, puta.

Introdujo un poco más. La polla de goma tenía la medida en centímetros en los laterales. Dejó el aparato metido en su boca, babeando, y escribió en el ordenador:

Tolerancia a saborear flujo de otras perras: Bueno.

Babeo: excelente. Le cae saliva por barbilla y cuello hasta las tetas.

Garganta profunda: necesita practicar. Medida introducida: 14 centímetros.

Por fin sacó el aparato de la garganta de la perrita, que boqueó y tosió.

  • A cuatro patas otra vez.

Cogió unas pinzas regulables. La putita tenía los pezones tan endurecidos que se las colocó directamente. A medida que las apretaba la pequeña mascota gemía y ronroneaba. Inmediatamente el médico llevó dos dedos a su coño y vio que lo tenía encharcado.

  • Vaya, vaya, ¿a la putita le gustan las pinzas?

  • Sí Señor… me… me gustan – respondió, avergonzada.

El veterinario colgó un par de pesas de las pinzas y la perrita arqueó el lomo, gimiendo.

  • Bien – tras escribir en el ordenador, gratamente sorprendido, la tolerancia de los pezones de la putita, le quitó las pinzas y le palmeó el culo para que bajara – te puedes ir. Que pase la siguiente. Daré tu informe al director de la escuela.

  • Sí, Señor, muchas gracias.

Justo cuando entraba la siguiente perrita, silbó a una de las suyas para que le comiera la polla en condiciones.

… … … …

A las cuatro era la ceremonia y todas andaban, nerviosas, de un lado para otro. ¿Y si en la otra escuela, no daban la talla? ¿Y si dos años más tarde, en la subasta, no encontraban Amos a los que servir? ¿Y si acababan en una perrera pública?

  • No os preocupéis por eso ahora. Aún falta mucho – dijo una de las esclavas.

La esclava doméstica de mayor edad traía la ropa que debían llevar puesta. Todas habrían de ir con ropa interior blanca, que simbolizaba la virginidad, y con túnica blanca, de la que serían desprovistas cuando los encargados lo estimaran oportuno. La mayoría llevaba un fajín blanco a juego, que indicaba su categoría de novatas. Y, sin embargo, algo llamó la atención de la esclava:

  • Mira – dijo a su compañera – María y Sara, tienen fajines color púrpura.

María las miró, asustada.

  • Y eso, ¿es malo?

Ambas negaron con la cabeza.

  • No, no. En absoluto es malo. Significa que os graduáis con honores.

… … … …

A las cuatro en punto, todos los profesores e invitados a la ceremonia (entre los que se encontraban el alcalde, su esposa, layla y los extranjeros) estaban sentados en el patio. alvin permanecía arrodillado junto a Sergio.

Las perritas estaban vestidas con sus túnicas blancas. María y Sara permanecían al final de la fila.

  • Silvia Martínez.

La primera de las jovencitas avanzó sobre sus cuatro patitas hasta donde estaba Sergio y se paró frente a él. Llevaba una bolsa en la boca que dejó en el suelo, a sus pies.

  • Silvia. ¿Manifiestas tu deseo de convertirte, desde hoy, en una perra?

  • Sí, Señor, lo deseo.

  • ¿Y qué haces para demostrarlo?

Todas las ceremonias eran iguales, pero los asistentes disfrutaban enormemente. La perrita empujó la bolsa con el hocico.

  • Entrego de manera voluntaria todos mis objetos personales, mi Señor: DNI, papeles, documentación, ropa interior… con el objetivo de obtener mi nombre de perra y poder servir humildemente a quien requiera mis servicios.

  • ¿Manifiestas públicamente, siendo consciente de que estás siendo grabada, que a partir de ahora tu cuerpo no te pertenece, y será propiedad de la escuela durante dos años, para el uso y disfrute de quienes se estime oportuno?

  • Sí, Señor, le ruego que me convierta en una perra.

Sergio le hizo un gesto a alvin para que le diera unas tijeras. Con ellas, rompió la túnica, y después el sujetador y el tanga de la joven.

  • Siendo así, y por el poder que ha delegado en mí el alcalde, ordeno que a partir de ahora, pases a ser propiedad de la Escuela Superior de Perras, dejando todo rastro humano aquí, y adoptando el nombre de jenna. Asimismo, aceptas pasar revisiones veterinarias cuando se estime necesario y cualquier falta por tu parte puede ser objeto de castigo. No se te harán marcas permanentes, pero se te usará y castigará al antojo de tus instructores. Además, compartirás perrera con el resto de compañeras, a no ser que alguno de tus profesores requiera de tus servicios de madrugada. Tu collar estará siempre en funcionamiento. ¿Está todo claro?

  • Por supuesto. Gracias, mi Señor, por permitirme continuar con mi formación.

alvin le pasó entonces a Sergio el collar y la correa, que fueron colocados en el cuello de la perrita, que se alejó feliz, tras besar los pies del director.

Una por una, todas las perritas pasaron a entregar sus objetos personales y dar su consentimiento. Las dos últimas, María y Sara, pasaron juntas. Sergio le hizo una seña a los extranjeros para que se acercaran, y cada pareja se situó al lado de la perrita que había escogido. Entregaron sus objetos y se dispusieron a manifestar su consentimiento.

  • Como bien sabéis, el objetivo de toda perrita tras la escuela es conseguir pertenecer a alguien, ¿cierto?

  • Sí, Señor.

  • Bien. Te presento a James y Diane, María. Te han visto y han expresado su deseo de adquirirte ya, antes de pasar por la Escuela Superior. Si lo deseas, a partir de esta noche serán tus Dueños. Si no, irás a la Escuela. ¿Qué dices?

A la perra se le iluminó la cara. Uno de los mayores temores de las mascotas de aquel país, era no obtener Dueño en la subasta. Por supuesto no se las abandonaba, sino que iban a la perrera pública. Y, aunque a veces, simplemente, se trataba de una cuestión monetaria o de exceso de esclavas, para ellas era una gran desgracia. Así pues, no es extraño que la cara de la sumisa brillara de aquella manera.

  • Sería un auténtico placer para mí poder servirles como su esclava, mis Señores.

James asintió complacido. Sergio agarró la túnica y el fajín de la perra y los cortó, así como su ropa interior. Colocó su collar.

  • Por orden de tus actuales Amos, tu nombre de perra será annie.

  • Gracias, Señor. Gracias, Amos.

James agarró su correa.

  • Vamos, perrita.

El proceso se repitió con Sara, que adoptó el nombre de lana. Besó los pies de sus nuevos Dueños.

  • Bueno. Creo que ya es hora de empezar a celebrarlo, ¿no creen? La mesa está dispuesta para una merienda-cena.

Fueron a la parte trasera del jardín, donde había dos mesas alargadas llenas de entrantes fríos. Cada profesor había cogido una de las correas de las perritas de la escuela, y los nuevos Dueños de las que habían sido adquiridas, las lucían orgullosos.

Todos los invitados se sentaron, estando Sergio en la cabecera.

  • Cada uno de ustedes puede elegir a una perra para que le sirva durante la cena, debajo de la mesa. Imagino que las que han sido adquiridas se quedarán con sus Dueños. Yo, si me permiten, elegiré a la putita a la que tengo ganas desde hace tiempo. ¡ava, a mis pies!

La perra dio un respingo y acudió solícita a lamer los zapatos de Sergio. Era una chica menuda, morena, pelo negro y ojos muy azules. Tenía la piel blanca y unas tetas bien proporcionadas, de pezones gordos y sensibles. Sergio la metió bajo la mesa y se abrió la bragueta. Quería que, la primera polla que chupase aquella putita, la primera leche que bebiera, fuera la suya.

Las esclavas domésticas pasaban con bandejas de comida a cuatro patas, sujetas en su lomo. Tres o cuatro de ellas caminaban sobre dos patas para rellenar las copas de vino. Cuando alguno de ellos ordenaba que se quedaran a su lado, permanecían quietas. Normalmente alguno de los Señores cogían comida en su mano e instaban a la perrita a lamer restos de carne de su mano.

  • Come, perrita – dijo James, acercando la mano llena de tallarines a la boca de su nueva puta – necesitarás energía. Esta noche va a ser larga.

En la cabecera, Sergio había dejado de comer para dirigir la mamada de la putita que tenía entre las piernas. Su boquita se contraía en espasmos y las arcadas le provocaban babas. El director tenía el mantel levantado y veía cómo intentaba meterse la polla entera en la boca. Empujó su cabeza contra la polla y la perra se atragantó.

  • Tranquila, putita, a partir de mañana recibirás clases prácticas y enseguida sabrás satisfacer a cualquiera con tu boca, ¿verdad? – agarró su pelo y le sacó la polla, quedando hilos de saliva colgando.

  • Sí, Señor.

  • Bueno, acabemos. Ahora vas a recoger toda mi leche y la vas a mantener en la boca, ¿de acuerdo?

El resto de los asistentes estaba ajeno a la escena. Algunos usaban a las putas, otros sobaban a las esclavas domésticas. Sergio se corrió de manera abundante e hizo a la esclava escupir sobre sus zapatos y agacharse a lamerlo. Después, le recogió los restos de la polla y se la guardó en el pantalón.

  • Gracias, mi Señor, por desvirgar mi boca.

Sin embargo, los extranjeros no usaron a sus perritas. Podrían haber utilizado a otras, pero prefirieron no calmar su calentura. La noche iba a ser muy, muy larga.

CONTINUARÁ