Un mundo ideal 2

Una pequeña humillación en el parque. pongo es castigado por su torpeza. Y todos se preparan para la ceremonia de alvin

Sergio habló del tema de alvin con sus compañeros. Aunque la última decisión, en ese caso, sí dependía de él al ser el director de la escuela, le gustaba contar con la aprobación de los demás profesores y, en general, la idea fue acogida con agrado.

  • Eso sí, habrás de tener cuidado. Recuerda que, al principio, su doma fue un poco complicada. Acuérdate de cómo se rebelaba - opinó Begoña, la subdirectora, profesora de sexo anal teórico.

  • Tranquila, ya he pensado en ello. De hecho, irónicamente, creo que es nuestro esclavo más fiel. Aquello ya es historia.

A última hora de la tarde, tras resolver un par de gestiones necesarias para ascender a un perro a otra categoría, el profesor de gimnasia le comunicó a alvin que el director le llamaba a su despacho. Él acudió enseguida, si bien con cierto temor. Por norma general, Sergio les hacía llamar para comunicarles alguna falta e imponerles el castigo correspondiente. Pero él no era consciente de haber hecho nada mal. Hacía meses que no le castigaban. ¿Sería por lo ocurrido aquella mañana?

La secretaria se levantó, haciendo tintinear las campanillas de sus pezones, y llamó a la puerta con los nudillos.

  • Está aquí el perro que quería ver, Amo.

  • Que pase.

A medida que avanzaba a cuatro patas, alvin sentía las manos temblarle. Se situó delante de la mesa.

  • Buenas tardes, Amo.

  • Buenas tardes, alvin. ¿Por qué crees que te he llamado? - a Sergio no le gustaba irse por las ramas.

  • Pues no lo sé, Amo. Imagino que algo he hecho mal.

  • ¿Eso piensas?

  • Bueno… no soy consciente, Amo. Pero no se me ocurre por qué otra cosa podría ser.

Sergio tiró de su correa, atrayéndole hacia él.

  • Levanta, perrito. Siéntate encima de mi mesa.

alvin obedeció, desconcertado. El director empezó a masajearle la polla. Tenía un miembro de buenas dimensiones, con un arito dorado en el prepucio. Apretó y siguió moviéndola arriba y abajo, arrancando a su mascota un pequeño jadeo.

  • ¿Crees que, si hubieras hecho algo mal, estaría pajeándote?

  • Imagino que no, Amo. No… no lo sé.

Sergio bajó al sumiso de su mesa y le arrodilló entre sus piernas. El chico entendió y abrió la bragueta de su Dueño para sacar su polla a medio empalmar.

  • Cómeme el rabo, y mientras te lo voy contando. Verás, esta mañana, me ha gustado mucho tu actuación.

  • Gracias, Amo - dijo el esclavo, interrumpiendo momentáneamente su tarea.

  • Schhh, sigue chupando. Masajea los huevos con la mano y aloja el capullo en la garganta. Así... uuufff - Sergio dirigía la mamada agarrándole del pelo, a medida que hablaba. La verdad es que la chupaba de maravilla. En realidad, los esclavos de la escuela, graduados con experiencia, no solían defraudarle. A Sergio le gustaba disponer de todos ellos semanalmente igual que al resto de profesores, independientemente de su sexo. De hecho, otra de las ventajas de aquel maravilloso estilo de vida, es que no se etiquetaba a la gente. No eran heterosexuales ni homosexuales: eran Dominantes que usaban esclavos para su propio beneficio o placer. Sin etiquetas - lame el capullo... eso es... vacíame los cojones y ahora te sigo contando... lo primero es lo primero.

El Amo cogió la cabeza del perro con las dos manos y la movió, frenético, arriba y abajo, provocándole alguna arcada que consiguió controlar de manera bastante decente. No tardó mucho en empezar a manar leche caliente que alvin tragó con avidez.

  • Hum, qué gusto. Déjame la polla reluciente y guárdamela en el pantalón. Ahora sí, te sigo contando. Me ha gustado mucho lo de esta mañana. Has demostrado una evolución tremenda en estos dos años y me gusta que acates nuestras órdenes más allá de lo que te pedimos. Creemos que eres un esclavo ejemplar para el resto de la escuela.

alvin sintió los ojos vidriosos de emoción.

  • Gracias, Amo, significa mucho para mí.

  • ¿Cuáles son los rangos de un esclavo, alvin?

  • novato, perro o esclavo estándar, y perro o esclavo de nivel superior, Amo.

  • Y tú, ¿qué eres?

  • Yo soy un perro estándar, Amo.

  • ¿Conoces a algún perro de nivel superior?

  • No, Amo.

Era lógico. Sergio solo había conocido a dos en toda su vida: una perrita que hacía años que vivía en otra ciudad, en una granja con más esclavos, y un perro que el alcalde, años antes, había cambiado por otro bastante más joven. Excepto con un par de perras de las que se había encaprichado su mujer, una como esclava sexual y otra cocinera, el alcalde acostumbraba a cambiar a todos sus esclavos cuando cumplían los treinta, por carne más joven.

  • Pues todos estamos de acuerdo en que nos gustaría, si tú quieres, ascenderte a perrito de nivel superior.

  • ¿A mí? Yo... Amo, no sé qué decir.

  • Pues di lo que piensas. ¿Te gustaría?

  • Por supuesto, Amo. Es un honor.

  • Imagino que sabes lo que eso conlleva... pero, de todos modos, te lo explicaré. Serás mi perro de mayor confianza. Seguirás siendo esclavo de la escuela y seguirás llevando a cabo tus tareas. Pero tendrás cierto poder sobre los otros perros cuando yo lo estime necesario. También tendrás otras responsabilidades, claro. Es posible que adquiera algún otro perrito o perrita en la subasta. De ser así, será tu deber adiestrarlo para mí. Si algún esclavo tiene un comportamiento inadecuado y me entero de que lo sabes y no me lo dices, el castigo mayor será para ti. ¿Entiendes?

  • Sí, Amo.

Sergio sonrió y le palmeó la cabeza.

  • Mañana por la noche celebraremos tu ceremonia de ascensión, y pasado mañana me acompañarás a la graduación de las putitas en la escuela elemental. Mañana te dejaré correrte. Confío en que no lo harás hoy. Sabes que si lo haces, me enteraré.

  • Jamás se me ocurriría, Amo.

  • Bien. Vete ya, estoy ocupado.

  • Sí, Amo. Y muchísimas gracias otra vez.

... ... ... ...

layla se despertó sobresaltada por la mañana temprano. Eran las seis y media. Estaba cansada, y no logró identificar a la primera de dónde provenía aquel ruido, hasta que vio en la oscuridad una luz roja intermitente. Se estiró como pudo y salió solícita a la habitación de sus Dueños, pero vio que había luz en la cocina. Antonio estaba allí, con una taza de café. Estaba sentado en su sitio en la mesa, vestido con uno de sus miles de trajes, con las piernas abiertas, esperando a su mascota.

  • Buenos días, Amo - saludó ella.

  • Buenos días, perra. Has tardado mucho.

  • Lo siento, mi Señor.

  • Que no vuelva a ocurrir o estarás una semana sin poder sentarte.

  • No, mi Amo, le ruego que perdone a esta perra.

  • Bien. Ya sabes qué hacer.

Todas las mañanas sucedía prácticamente lo mismo. layla era llamada por Antonio (a veces estaba en la cama aún, y era ella quien le llevaba el desayuno) para hacerle una mamada. Le comía la polla como a él le gustaba, garganta profunda, relamiendo el capullo y exprimiéndole los huevos. Tragaba la leche y le daba las gracias a su Dueño, quien posteriormente  se ocupaba de desmigar alguna magdalena con café por encima en el comedero de la perra, para verla comer a cuatro patas. Una media hora más tarde, entraba Sofía, recién levantada y pedía su desayuno. layla se lo servía y se quedaba allí arrodillada a su lado. Su Ama solía agarrar los aritos de los pezones de la perra y jugar con ellos, apretarlos y palmearlos con una mano, mientras con la otra desayunaba. layla apoyaba la cabeza en sus piernas, ronroneando, pidiendo, casi suplicando, orgasmos que parecían no llegar nunca.

connie, esclava doméstica de ya unos cuarenta años, permanecía allí también hasta que sus Amos se iban. Entonces recogía todo, fregaba y, por fin, desayunaba lo que sus Dueños hubieran depositado en su comedero.

Aquella mañana, el Ama le puso a layla la correa y salieron de casa. La calle estaba llena de Dominantes con sus perritos andando graciosamente sobre sus cuatro patas, cada uno con un destino diferente. Por allí, no muy lejos de su casa, había un parque para perros donde soltaba a layla para que corriese y jugase con otros animales. Cuando llegaron y Sofía soltó a layla, encontró allí a Sergio leyendo el periódico.

  • Buenos días, Sergio, ¿cómo estás?

  • Buenos días, Sofía. Qué guapa vienes.

  • Muchas gracias, tú tampoco estás mal - los dos rieron - ¿con quién has venido?

  • Con alvin.

  • Oh, me ha contado mi marido que vais a ascenderle. Estará contento, ¿no?

  • Sí que lo parece, la verdad. Estoy liado con la graduación de mañana, pero sacaré un rato hoy para su ceremonia. ¿Vendréis?

  • Lo intentaremos, pero no te prometo nada. Antonio está agobiado con el tema de la subasta.

  • Comprendo. ¡Oh, mira  nuestros perros! Se ve que alvin no ha perdido el tiempo.

Los dos rieron. alvin estaba por allí solo e inquieto, así que cuando vio llegar a otra perrita, aprovechó la oportunidad. La detuvo y se arrodilló, colocando las patas delanteras en los hombros de la putita. Después, introdujo la polla en su boca y cerró los ojos, penetrándola, suave al principio, salvaje después. Pasado el sobresalto inicial, layla se dejó hacer y tragó toda la leche, espesa, dejándole los huevos vacíos.

Sofía se acercó a los perros y le quitó a su mascota el cinturón de castidad.

  • Puedes correrte, perrita.

  • ¡Gracias, Ama! - layla se tendió a sus pies, besándole las botas.

Sofía cogió las manos de la puta y se las esposó a la espalda.

  • Pero no puedes tocarte. Habrás de conseguir que alguien te provoque el orgasmo.

He ahí la humillación. Su Ama se alejó, triunfante. alvin acababa de correrse y, lógicamente, no se la iba a follar. El perro se compadeció de su compañera y le indicó que se tumbara.

  • Yo te comeré el coño para que te corras - susurró.

  • Gracias, alvin.

El perrito hundió la cabeza en el humedecido coño de layla. Era un coño joven, tierno, depilado, con un piercing en el clítoris.

  • ¿Quieres que se corra? - preguntó Sergio.

Sofía negó con la cabeza.

  • Estoy disfrutando del espectáculo, pero quiero que se lo gane un poco más. Aún no.

  • Entiendo. Entonces nos vamos - besó a Sofía en ambas mejillas - intentad venir esta noche, ¿de acuerdo?

  • Lo intentaremos.

Sergio silbó.

  • ¡Vámonos, alvin!

El perro se vio obligado a sacar la cabeza del coño de layla.

  • Noooo, por favor... - suplicó ella, ansiosa.

alvin la miró con expresión apenada.

  • Lo siento...

layla se acercó nerviosa a su Ama.

  • Ama, por favor, permita que esta perra se masturbe... no he conseguido correrme.

  • De eso nada, puta.

  • Es que... necesito...

  • ¡Perra, he dicho que no! ¡Sabes cómo odio repetir las cosas!

  • Perdón, Ama. Perdone a esta perra estúpida - layla sentía deseos de llorar. Estaba casi a punto cuando alvin se fue. Llevaba casi dos semanas sin correrse y lo necesitaba.

  • Busca a otro perrito que te coma el coño, o que te folle, lo mismo me da. Pero en media hora nos vamos, y si no te has corrido para entonces, quizás tengas que aguantar otro par de semanas.

Salió corriendo, aterrorizada. ¿Dos semanas más? No podría soportarlo...

Avanzó de rodillas, de nuevo, con las manos a la espalda, a dar un paseo por los alrededores. Enseguida vislumbró a un chico de su edad, veintipico años, con su Amo y se acercó a ellos, con la cabeza gacha. Se dio cuenta de que, además de cinturónd e castidad, el chico llevaba bozal, pero decidió intentarlo

  • Buenos días, Señor, mi nombre es layla.

  • Buenos días, perra.

  • Disculpe mi atrevimiento, Señor, pero mi Ama me ha permitido correrme sin masturbarme y yo me preguntaba si permitiría a su perro que me follara o me comiera el coño.

El perro la miró, y después a su propio Amo, quien sonrió. Era un hombre de unos cuarenta años, corpulento, autoritario. Imponía mucho respeto y esperó temerosa, agazapada, su respuesta.

  • Vaya, me temo que soy un despistado y he olvidado la llave de su cinturón y de su bozal. ¿No es una pena, perrita?

  • Sí, Señor. Gracias de todos modos.

  • Sin embargo - añadió él, cuando ella estaba a punto de irse - yo no he descargado aún esta mañana. ¿Te gustaría, perrita, que te follara yo?

  • Oh, Señor, sería un honor para mí...

  • Suplícamelo entonces.

layla se inclinó un poco, intentando postrarse a sus pies, pero solo consiguió reclinarse sobre su pierna.

  • Por favor, Señor, le suplico que haga uso del cuerpo de esta perra.

Él se sentó en un banco y la llamó.

  • Mira, empezarás comiéndomela y cuando esté bien dura, te follaré, ¿de acuerdo?

  • Sí, Señor. ¿Puedo preguntar cómo desea la mamada?

  • Garganta profunda, perra. Pero no te preocupes. Yo te guiaré.

No tenía una polla muy grande. Tampoco era pequeña. Era un miembro normalito, pero que a layla le resultaba muy apetecible. El la agarró del pelo y le metió la polla hasta la  garganta, provocándole una pequeña arcada. El coño de layla chorreaba y pedía que ese rabo estuviera alojado en un agujerito diferente. Pero su Dueño temporal tenía su cabeza agarrada con las dos manos y la movía frenético. Su respiración se aceleró.

"No, no..." pensó layla "no te corras, ¡necesito que me uses por el coño!"

Pero los temores de layla se hicieron realidad cuando sintió la leche espesa y caliente llenarle la boca. Sentía ganas de llorar. Necesitaba correrse y nadie la ayudaba. Lejos de decir nada, por supuesto, tragó todo el semen y le limpió la polla con la lengua al hombre.

  • Oh, vaya, había olvidado que querías correrte - dijo él, con malicia.

layla permaneció en silencio.

  • Bueno. Descálzame y veremos qué podemos hacer, puta. Como tienes tus patas inmovilizadas, tendrás que hacerlo con el hocico.

  • Sí, gracias, Señor.

Le quitó los zapatos con torpeza, destando los cordones con los dientes, y los calcetines. Iba a empezar a lamerle los pies, cuando él dijo:

  • Espatárrate en el suelo.

layla se sentó con cierta dificultad y se tumbó sobre su espalda, ofreciéndole el coño abierto. El hombre empezó a follar el coño de la puta con el pie, haciéndola jadear. Con el talón del otro pie le daba golpecitos en el clítoris.

  • ¿Qué, perra, te gusta?

  • Ah... sí, sí, Señor... gracias...

  • Pues demuéstralo y córrete, cerda.

  • Aaaahhhh, síííí.

El animal movió sus patas en señal de placer, retorciéndose, notando como el orgasmo la sacudía entera, y cayó rendida, ladeando la cabeza. El hombre puso los pies delante de la boca de la esclava, que lamió sus flujos, dejándolos limpios. Él se secó los pies de la saliva de la perra en sus tetas, y llamó a su propio perro.

  • Tú, perro, cálzame. Y tú putita, ya te puedes ir.

  • Sí Señor, gracias por su ayuda, y por usar mi cuerpo.

  • De nada.

Hasta que no se fue, avanzando con torpeza, hacia su Ama, layla no se dio cuenta de la cantidad de gente congregada que había presenciado el espectáculo de su orgasmo.

... ... ... ...

La noticia de que iban a ascender a alvin corrió como la pólvora. ¡Iba a haber una ceremonia! Eso era algo inaudito, y más teniendo en cuenta que al día siguiente era la graduación, y el fin de semana la subasta. Las aspirantes femeninas de la escuela admiraron a alvin profundamente, y desearon ser como él algún día. Los perros que trabajaban en la escuela le felicitaron y se alegraron por él, pues habían sido conscientes de su progreso. Todos estaban orgullosos.

Un momento. ¿Todos? Quizá sería más honesto decir, todos excepto uno. Desde lo sucedido en el jardín la mañana anterior, pongo miraba a su hermano con rencor y celos. Y lo peor es que Sergio se había dado cuenta. Así que, esa misma tarde, durante la clase de azotes que él mismo impartía, Sergio mandó llamar a los dos hermanos.

  • Pasad, perritos - los dos avanzaron hasta la mesa de Sergio, delante de las veinte alumnas que les miraban fijamente - pongo, ¿no teníamos pendiente algo?

Él bajó la cabeza, sumiso.

-Sí, Amo. Diez azotes.

  • ¿Por qué, perro?

  • Por haber perdido el reto.

  • Querrás decir, por ser un perro lento y torpe. Al contrario que tu hermano.

  • Sí, Amo, por ser un perro lento y torpe.

Sergio sabía que aquello hacía que se sintiera aún más humillado, y que odiaba cualquier tipo de elogio a su hermano gemelo.

  • Me he fijado en cómo miras a tu hermano, pongo. No me gusta ese rencor en tu mirada.

  • Lo siento, Amo.

  • Él ganó justamente. Y tú eres un perro lento, rencoroso y estúpido.

"Pero me empujó" pensó pongo "yo pensé que lo haríamos de manera que ganáramos los dos, pero él me empujó".

  • Sí, Amo. Por favor, perdóneme.

  • alvin - dijo Sergio - quítame el cinturón - y tú, perro estúpido, haz el favor de tumbarte en mi mesa, boca abajo.

  • Sí, Amo.

  • Aspirantes, acercaos. Si mañana conseguís graduaros, a partir de la semana que viene se espera de vosotras que recibáis azotes sin rechistar.

  • Sí, Señor director - contestaron todas ellas.

Sergio le dio el cinturón a alvin.

  • Ponte de pie, alvin y descarga los diez azotes en el culo de tu hermano. Fuertes, ¿entendido? Si te veo flaquear, yo te daré a ti veinte.

  • Sí, Amo.

  • Y tú, pongo, cuenta y agradece a tu hermano cada cinturonazo.

  • Sí, Amo.

alvin no se había planteado que le temblara la mano. También él había notado la mirada rencorosa y despectiva de su hermano y le vendría bien que le bajaran un poco el orgullo.

Cogió el cinturón del Amo y descargó un primer azote que hizo a las aspirantes dar un paso hacia atrás.

  • Ah... uno... gracias, alvin. Dos... gracias, alvin. Tres...

Cuando llegó el séptimo, a pongo se le escapó un pequeño grito de dolor. Sergio sonrió, complacido.

  • Pensaba que sabrías, por lo menos, aceptar el castigo que tú mismo te has buscado.

  • Lo siento, Amo, por supuesto que aguantaré.

alvin miró a su Amo, interrogante. Tenía miedo de haberse pasado, pero él sabía muy bien la resistencia de cada perro y le instó a continuar.

  • Acaba, alvin.

Descargó los tres últimos, sin que le temblara la mano.

  • ¿Qué se dice, perro estúpido? - preguntó el Amo.

  • Gracias, Amo. Gracias, pongo. Gracias por corregir mi comportamiento.

  • Largaos, perritos. Aspirantes, sentaos. Tenemos que acabar la clase temprano. A las ocho es la fiesta de alvin y tengo que preparar unas cuantas cosas.

Continuará