Un mundo dominado por las hembras - Capitulo IV

Descubriendo la zona del Lago Verde y sus alrededores, encuentro con un nuevo compañero que se hace una amigo fiel. El descubrir la cueva de las curanderas con la sorpresa de huevos de Vampimus.

Quiero darle las gracias, a todos los que me habéis

animado a seguir, y que os gusta la serie que os he preparado. También espero que os entretenga y os haga pasar un momento feliz, olvidando todas las penas que tenemos hoy en día en nuestra sociedad, entre el paro y las desgracias humanas que asoman a nuestros hogares. Para eso he preparado un poco estos relatos, animaros, entretenerlos, alegrarlos y deleitaros con ellos.

Capitulo IV

Salí temprano con los primeros rayos de sol, que la arboleda permitía pasar. Quería explorar lo antes posible el territorio que me faltaba, aunque estaba un poco más alejado del lago era el más idóneo para vivir, según me contó mi maestra, la última que había estado allí que hubiera regresado a nuestro pueblo. Aunque hubieron otras que vinieron posteriores, no teníamos noticias de ellas. Esta maestra, me indico la forma forma de no ser encontrada por los gulanas. Su antigua cueva la había ocultado entre ramas y arbustos, para que su entrada no fuera descubierta, así serviría para futuras curanderas.

Le prometí que no llevaría a ningún ser extraño a aquella cueva, para que no fuera conocida por nadie más, que no sea nuestro pueblo, pues las vidas de muchas curanderas, estarían en peligro si esa cueva era descubierta.

Por eso tenía que explorar todo el territorio que rodea al lago, dejando para el final esa zona. Así sabría si había algún enemigo en los alrededores, antes de ir a nuestra cueva, para no ser descubierta.

Tenía que preparar otra cueva por si alguien me viera, hacer creer que vivía en ella para poderles engañar, y que no descubran la verdadera cueva que teníamos como vivienda las curanderas. Siempre que hubiese algún peligro, tenía que alejarlos de la cueva.

Según iba explorando, me encontré con muchas plantas beneficiosas, que usábamos en infusiones o machacadas a modo de cataplasma. Las bolsitas y el morral se iban llenando, de todo lo que me sirviera para mi estancia allí.

Encontré los arbustos del palo, como le decíamos nosotras, eran muy cotizados por su tronco largo y fuerte. Se usaba mucho para hacer lanzas, o unirlos para formar una empalizada, o una pared de troncos de una cabaña.

Me fije bien en el lugar, para más tarde aprovecharme de el, pues necesitaba una lanza y fabricar una cabaña pequeña en uno de los árboles, como vivienda secundaria en caso de necesidad.

Exploraba cada lugar con detalle, cada hueco que encontraba, formando en mi cabeza un mapa de la situación de cada cosa, como nos enseñaban desde pequeña. Aunque en nuestro código genético, llevábamos ya el sentido de la orientación muy desarrollado, y por donde pasábamos una vez, se nos quedaba grabado el lugar en nuestra mente, como fotografías archivadas de aquella zona. Luego podríamos recordar con detalle, lo que se encontraba en cada sitio. Árboles, plantas, cuevas, … e inclusive los animales que vivían en esa zona.

Eso era importante para la alimentación, y de las necesidades que pudiera tener de cualquiera de las cosas, que hubiese encontrado en mi camino.

Conocía para que servía muchas plantas, y donde las podía encontrar en aquel territorio. Me estaba formando en mi cabeza un mapa detallado, el cual lo iba mejorando cada vez más, según repetía y pasaba por la misma zona.

En ese sentido estábamos más capacitados que los gulanas, pues estos eran más de fuerza bruta, aunque también tenían un sentido muy grande de la orientación.

Al final llegue a la zona de las cuevas. Estaban situadas en una larga cordillera que atravesaba aquella zona. Su altura no era grande, la zona más alta medía unos quinientos metros, y se encontraba en el centro de la cordillera.

La estuve observando durante un rato, subida en lo alto de un árbol entre las ramas, para no ser descubierta fácilmente. Se veían varias cuevas grandes, con entradas muy amplias, pero que no me interesaban a mi. Estaría muy expuesta a los enemigos, además de ser lugar de reuniones de grupos grandes.

Era ya bastante tarde, así que tenía que elegir un lugar para dormir, haciendo de este un segundo hogar para desorientar a los que me siguieran.

En una zona mas alejada que estaba a la derecha del gran macizo, me dirigí con cuidado. Mirando bien en todas direcciones, y haciendo el menor ruido posible con las alas, me aproxime a las pequeñas cuevas que estaban allí.

Observe que estaban bastante alejadas de las cuevas grandes, y que desde ellas no se pudieran ver directamente la entrada a ellas. Reconocí el terreno, y busque entre ellas una que tenía una cierta altura, teniendo que volar quien quisiera entrar en ella. Estaba un poco oculta por matorrales, a los cuales le añadí yo otros, para disimular la entrada.

Entre con cuidado en ella, pues no había oído ni ruido ni huellas recientes de estar habitada. Era cómoda, pues tenía en su interior una cierta amplitud y la entrada era mas bien estrecha, cosa que me interesaba.

Prepare un lugar para dormir, con ramas y hojas. Descargue todo lo que había recogido por el camino, colocándolo en una especie de repisa que tenía la cueva en lo alto, que no se podía ver desde el suelo.

Estaba cansada, y tenía el cuerpo como si me hubieran dado una paliza. Había recorrido una buena cantidad de kilómetros, y ya tenía la necesidad de comer y descansar.

Prepare unos alimentos en frió, no quería llamar la atención con fuego, sin haber explorado toda la zona integra. Comí despacio, para llenar mejor el estomago y las ansias de hambre. Quedándome en poco tiempo dormida, como si fuera un tronco, me quede quieta en el mismo sitio sin moverme, no enterándome de nada de lo que estuviera a mi alrededor.

Me desperté con ganas de orinar, no había previsto ningún lugar para hacerlo, ni ningún recipiente donde lo pudiera tirar luego, así que tenía que salir con cuidado de allí, para buscar un lugar donde poder hacerlo sin llamar la atención, y donde pudiera asearme, pues había comenzado con mi siclo.

Menos mal que estaba tomando las infusiones para el siclo, así no atraería a todos los machos de la zona, procurando estar alejados de ellos, para que no llegue el olor de mis flujos.

Con cuidado salí de la cueva, una vez que mire desde la entrada sus alrededores. Me aleje de la cueva volando a baja altura, para no dejar rastro de huellas, en dirección contraría al gran macizo central.

Buscaba un riachuelo, fuente o cualquier cosa que me permitiera asearme, que tuviera buena cantidad de arbustos y plantas, para pasar desapercibida entre ellos.

Al final descubrí una pequeña fuente con un riachuelo, que terminaba en una pequeña charca. Pude observar que solamente había animales pequeños alrededor de ella, que parecían inofensivos. Estaban allí para tomar agua y comer del rico lugar aquel, pues había plantas comestibles por todos los alrededores, que eran el manjar de mucho de ellos, e inclusive mio. Tenían muchas vitaminas y minerales, que eran necesario para el cuerpo.

En medio de los arbustos a unos metros de la charca, pude hacer mis necesidades. Dirigiéndome después a ella para bañarme, pues notaba mi cuerpo un poco sudoroso, y el olor a flujo impregnado en el.

El agua estaba fresca, haciendo que mis pezones subieran de tamaño, más del que se había incrementado con el siclo, produciéndome un pequeño dolor en ellos. Nunca los había tenido tan grandes, y el simple roce de mis brazos en ellos me dolía.

Me moje todo el cuerpo y lo lave con unas plantas espumosas que conocía, me agrado mucho, pues hacía que mi cuerpo no desprendiera tanto sudor ni flujos, siendo más llevadera la situación.

También pude observar, que algunos animales me miraban con atención, sobre todo los machos, se sentían atraídos hacía mí. El olor que desprendía, les estaba incitando cada vez más.

Un pequeño y joven macho de perro salvaje, se encontraba allí bebiendo agua, estaba asustado mirándome con temor, se ve que lo habían arrojado fuera de su manada, lo más seguro por algún problema con el macho dominante, pues tenía algunas heridas en el lomo y en una pata.

Me dio pena verlo allí tan indefenso, además de tan excitado por estar tan cerca de mí. Le susurre palabras amables, para ganarme su confianza. El no sabía que hacer, me miraba todavía con temor, con las orejas y el rabo caído mostrando sumisión, sabía que yo era más fuerte que el, que podría ser mi comida, pero también veía en mi compasión y ternura.

Fue lo que le dio las fuerzas, para acercarse a mí.  Iba como llorando, arrastrándose por el barro de manera sumisa y suplicante. Se acercaba despacio, gimoteando cada vez más, temblaba de miedo.

El corazón se me partió, al ver a aquel pobre animal como se acercaba a mí. Extendí mis manos hacía el con las palmas hacía arriba, para que viera que no tenía nada en ellas. Mientras lo llamaba de la forma más seductora que conocía, para que se sintiera protegido y seguro.

Al final después de unos minutos, llego a situarse frente a mí, colocándose pata arribas mostrándome su anatomía y su cuello, en señal de sumisión y dominio por mi parte. Mostraba sus genitales y el rabo entre las patas traseras, dando a entender que podía hacer con el lo que quisiera. Pero si lo dejaba vivir, sería mi sirviente y lo tendría como su ama y señora, para lo que fuera necesario.

Le acaricie el cuello, encontrándolo cálido y suave, aunque un poco sucio de barro por algunas partes, al arrastrarse hacía mí. El me lambiaba con devoción, gemidos y movimientos aduladores.

Mis manos pasaron a ser un rió de saliva, que caía al suelo. La desesperación de aquel animal era inmensa, quería hacerme agradar como sea, saltando alrededor mio, lamiéndome todo lo que estuviera a su alcance, y gimiendo con sumisión.

Lo llame y comprobé con cuidado sus heridas para no hacerle daño, tenía que curarlo antes de que alguna se le infectara. Lo estuve acariciando un rato, dándole confianza, a la vez que trataba de comunicarme con el.

Al rato ya estaba tranquilo, se sentía protegido entre mis brazos, mientras yo le acariciaba y trataba de lavarlo, para quitarle todo el barro que había cubierto la mayor parte de su bajo vientre. Mientras lo lavaba, le limpie inclusive sus genitales, que los tenía llenos de barro, quería comprobar si se los habían dañado, pues una de las cosas de los machos dominantes era, que trataban de capar a sus oponentes, para que no pudieran procrear. Era lo que hacían aquellos perros salvajes, para hacerse con las hembras, puesto que estas no querían a los machos que estuvieran capados.

El perro sintió mis caricias, soltando un gemido de placer. Note el cambio en su pene, el cual comenzó a salirse de su funda, enseñando su punta roja. Mis fluidos sabía que lo estaban llevando a ello también, así que no tuve más remedio que tranquilizarlo, dejándolo de tocar el resto del cuerpo, solamente le acariciaba su cabeza en medio de las orejas y su cuello.

El comprendió que yo no quería nada con el, quedándose quieto y dejándose acariciar con sumisión.

Pasado un tiempo, después de habernos lavados bien los dos, recogí unas cuantas plantas beneficiosas, entre ellas para hacer cataplasma para sus heridas.

Los machos que estaban a mi alrededor, trataban de coger a las hembras con la excitación de mis flujos, unos lo lograron haciendo la copula con ellas. Pero otros no tuvieron la misma suerte, peleándose entre ellos para lograr la atención de la hembra, pudiendo entonces llegar a ellas.

Los observabas, haciendo que aquellas escenas me estimularan más, llevando consigo más flujos al exterior. Me quede un tiempo como en el limbo, sin saber lo que hacía, mientras mis dedos me daban placer a mi misma, jugando con mi dilatado clítoris y mi vagina.

Estaba asombrada de los cambios tan rápidos que se estaban dando en mi, tenía que pensar bien lo que hacía, no me podía descuidar, pues me podría costar la vida, o caer prisionera de algún o algunos macho.

Rápidamente me puse en pie, tratando de salir de aquel lugar, pero unas caricias en mis dedos me bajo a la tierra, allí estaba el perro mirándome con cara de pena, pidiéndome que no lo abandonara en aquel lugar a el solo.

Me agache y lo recogí entre mis brazos, a lo que el me comenzó a lambiar mi cara, la zona de la barbilla que era la que tenía expuesta a su alcance. Una vez que lo tenía bien sujeto, levante el vuelo en dirección a mi cueva. Llegue bastante rápido a ella, sintiendo la calidez del perro entre mis pechos y sus pequeños temblores, por el miedo a su primer vuelo.

Entramos en la cueva con cuidado de no estropear el camuflaje que tenía en su entrada, dejándolo en el suelo para satisfacción de el, que comenzó a dar saltos de alegría al sentirse en un lugar extraño pero seguro, pues olía a mi y eso le gustaba.

Estuvo recorriendo toda la cueva, explorando el lugar para conocer sus diferentes departamentos, de como yo lo había distribuido.

Una vez inspeccionado todo, se fue hacía mi lecho de dormir, tumbándose entre mis hojas como si fuera aquel el lugar para el dormir también.

No le dije nada, lo deje tranquilo en un principio, mientras yo preparaba unas cataplasma para curar sus heridas.

El perro se durmió al poco, se notaba que estaba cansado, seguro que no durmió en la noche, por miedo a ser encontrado y por el dolor de sus heridas.

Salí en busca de productos, para hacer unos recipientes de madera y barro, una lanza y más utensilios para mi nueva vivienda. Estuve fuera de ella unas tres horas, regresando con los brazos cargados de cosas, las cuales las tenía que preparar si quería tener unos buenos utensilios.

Me dedique a ello con destreza, mientras de vez en cuando veía al perro durmiendo tranquilamente en mi cama. No se había movido del lugar donde se tumbo, lo único que hizo fue levantar su cabeza al escucharme entrar en la cueva, pero al ver que era yo, tumbo la cabeza de nuevo sobre las hojas cerrando los ojos con tranquilidad y suspiro.

Construí tres recipientes de madera, uno mayor que los otros dos, para echar los alimentos para comer. Hice una pequeña fogata con ramas secas, para calentar las hierbas en agua, y preparar también algo caliente para mi. También tenía que hacer las cataplasma para las heridas del perro.

Fabrique con barro otros recipientes, haciendo una bola de el y luego con el dedo pulgar o grueso le fui haciendo un agujero, presionando poco a poco lo fui ampliando hasta formar un  recipiente del tamaño que yo quiera. Dejándolos que se secaran al lado del fuego, para que me sirvieran para calentar cosas como infusiones o comida, pues el que había traído de mi pueblo era pequeño, pero estos tardaban más por el proceso que llevaban el construirlos.

Al final me tome una infusión, para calmar los dolores de mis pechos y ovarios. Que estaban comenzando a darme la lata, para desgracia mía.

Cansada e incomoda por mi nueva situación, me fui a mi lecho a tumbarme al lado del perro, el cual levanto la cabeza cuando me acerque y se levanto para que me pudiera tumbar en mi cama de hojas, ramas finas y hierba, acomodándome en medio de ella y tapándome con mis alas.

El pequeño perro fue hacía mí, tumbándose a mis pies, los cuales enseguida me los calentó para comodidad mía.

Pasada unas horas, me despertó unos movimientos y apretones en mi pierna derecha. Me lleve un gran susto al principio, levantando mi tórax inmediatamente y llevando mi mano al cuchillo que tenía por encima de mi cabeza, en una pequeña repisa de piedra.

Me quede quieta mirando lo que pasaba, la sorpresa era el perro, estaba cogido a mi pierna moviéndose desesperadamente, a punto de echar su semen en mi pierna. Los flujos que le llegarían estando en mis piernas, lo lanzaron a tratar de efectuar una copula con mi pierna. Tenía su pene rojo totalmente fuera, escurriendo líquidos a lo largo de el, su bulbo detrás se veía como una bola de billar, la verdad me dejo asombrada, como un perro tan pequeño tenía aquella bola y pene tan grande, y tan lleno de vitalidad.

El me miraba con la lengua fuera, torcida hacía un lado y con los ojos que parecía que se les iba a salir. Lo deje que siguiera, que se desahogara el pobre, pues el no tenía culpa de lo que le estaba pasando. Yo sabía que mis flujos eran muy fuertes a esa distancia, y descontrolaba a todo macho cercano, excitándolo de forma asombrosa.

Al poco rato descargo todo su semen sobre mi pierna, dejandomela llena completamente, desde la mitad de ella hasta los dedos de los pies, pues escurría abundantemente. El me miro a los ojos y comenzó a lambiarme toda la pierna, limpiándola de arriba abajo, hasta quitarlo todo. Tumbándose a mi lado de nuevo, con sus respiración agitada y su lengua bastante fuera, con el hocico abierto enseñando su fuerte dentadura.

Le acaricie la cabeza calmándolo, pues se merecía un buen descanso, había cumplido como si yo fuera su hembra, aunque no llegara a introducirla, pero para el, había hecho sus deberes como macho.

Me levante y fui hacía la zona donde había dejado las cosas, que había traído conmigo de la salida reciente. Agarre el gran tronco fino de dos metros, y comencé a pulirlo por los laterales, no dejándole ninguna protuberancia en toda su longitud, y procurando luego con un estropajo de hebras, dejarla completamente lisa, sin que destacara ningún relieve en toda su extensión. Se quedo bien pulido, cortando y quemando uno de los extremos dejándolo plano, que servia como bastón o martillo de madera. Mientras en el otro, fui haciendo una punta de unos doces centímetros, la cual la endurecí al fuego, una vez le puse barro por toda ella, haciendo que no se rompiera fácil, y tuviera la constitución de permitir clavarse en cualquier enemigo.

Había hecho una bonita lanza, sintiéndome orgullosa de mi trabajo.

Le prepare al pobre perro otras cataplasma, se notaba que estaba mejorando, las heridas se le habían cerrado bien y ya no tenía dolores por causa de ellas. Estaba siendo una gran curandera.

Estaba pensando si me quedaba con el perro a mi lado, me serviría de guardián en las noches, avisándome si se acercaba alguien. El parecía que estaba contento conmigo, nos hacíamos compañía mutua.

Pasaron varios días, estuve recorriendo toda la zona aquella, conociendo bien cada rincón de aquellos lugares. Donde había agua, donde podría encontrar tal planta, donde podría recoger huevos, o cazar a algún animal concreto. Los dos íbamos juntos, yo a cierta altura del suelo y el corriendo a mis pies. Cada vez nos entendíamos mejor para la caza, o rastrear algunas huellas para saber de que se trataba.

Fuimos conociendo todos los animales, sus costumbres, su forma de procrear, etc. Dándome unos conocimientos muy importantes, de cara a la supervivencia y de dominio de la zona.

Encontré otras cuevas, pero no me parecieron apropiadas por la situación en que estaban, veía más segura la que ya teníamos. Esta la prepara mejor para vivir mejor los dos en ella, teniendo cada uno su lugar para tumbarse. En otro rincón había preparado mi lugar de curandera, donde guardaba las hierbas, semillas, y todo lo que necesitaba para llevar acabo curaciones de muchos tipos. Como rotura de huesos, perforaciones de tejidos por ramas, o envenenamientos por plantas u otros animales.

Allí ya me conocían muchos animales, sabían que los ayudaba si tenían algún problema, y varias veces me encontré con algunos de ellos tirados en mi camino, sabiendo que al pasar yo los ayudaría.

Eso a veces me daba miedo, pues podrían descubrir mis enemigos que estaba por allí. Siempre procuraba hacer las cosas un poco más alejada de mi cueva, pero siempre había alguno de ellos que llegaba incluso casi a la puerta de mi cueva.

Al perro le puse de nombre Negro, pues como su color era ese, no me volví loca buscándole otro.

Llevaba ya el cuarto día de mi ciclo, y dentro de poco se me acabaría. Todavía no había encontrado un macho adecuado para relacionarme, solo Negro, era el único que me había caído bien en aquella zona, pero el no me servía para procrear.

Teníamos que cambiar de zona, buscar la cueva de las curanderas, aunque estuviera Negro conmigo, era un animal para mi especial, me hacía mucha compañía y ya teníamos una relación especial entre los dos. A veces lo dejaba que descargara en mi pierna, sabía que era una cosa natural, por los flujos que tenía cada momento a su alrededor, pero no me importaba concederle ese pequeño detalle, cosa que para el era muy grande y se había encariñado conmigo.

Nos fuimos a la mañana del quinto día de mi ciclo, ya me quedaba de dos a tres días para que se acabara, que debería de ser a la semana normalmente de haber empezado este. Aunque no tenía prisa por ser fecundada, quería encontrar un buen macho similar al de la joven gulana de la flor. Era la ilusión que se me estaba metiendo en la cabeza, y no como decía mi pueblo, buscar varios machos fuertes, para que uno te dejara fecundada.

Eso ya no iba con mis ideas, así que no tenía prisa para ello, pues era mi primer siclo y tenía tiempo de sobra, para encontrar a ese macho ideal.

Llegamos a la zona donde sabía que estaba la cueva de mi maestra, sus indicaciones eran precisas. Parecía que estaba viendo una zona ya conocida, como si ya hubiera estado allí, entendiendo todo aquel terreno, a modo de como si me hubieran enseñado un álbum fotográfico de todo aquel territorio.

Rápidamente deje a Negro en el suelo sacándolo del zurrón, pues lo llevaba cargado a mi espalda. Había hecho aquel zurrón precisamente para el, por si teníamos que hacer algún viaje largo, como el que habíamos hecho en aquel momento, pues siempre estaba en mi cabeza, el ir a la cueva de mi maestra.

Negro comenzó a saltar con alivio y alegría, aunque ya no protestaba tanto cuando lo llevaba por el aire, se había acostumbrado a ello, sintiéndose seguro en mi zurrón, donde asomaba su cabeza mirando el paisaje que corría bajo sus patas.

En esos momentos alcanzaba a veces una velocidad de 200 kilómetros por hora, para no agotarme en el trayecto, por el peso de lo que llevaba conmigo, y la distancia que tenía que recorrer, pero generalmente iba a unos 160 km/h.

Aunque si tuviera alguna emergencia, podría lograr alcanzar los 300 en una corta distancia, con mis grandes alas blancas, pocos de mi pueblo y gulanas alcanzaban esa velocidad rápida, pero ellos si tenían una cosa a su favor, lograban recorrer más distancia por su fuerza, no teniendo que descansar tanto como nosotros.

Esas velocidades puntuales me librarían de ellos más de una vez, teniendo que esconderme lo antes posible para no ser capturada.

Llegado a la zona, estuve recorriéndola durante un rato acompañado por mi fiel Negro, para descubrir posibles enemigos y de paso conocerla mejor por mi propia vista fotográfica.

Una vez recorrido todo el perímetro, nos acercamos a la cueva indicada por mi maestra. Yo sabía donde estaba, pero quería que Negro buscara para ver si el la encontraba.

¡Negro, busca las cuevas! Con esas palabras el sabía que tenía buscar todas las cuevas cercanas a aquella zona, para buscar un lugar donde meternos.

Iba delante buscando y oliendo todo, descubriendo varias cuevas, pero no la que yo sabía. Eso me hizo sentir bien, pues comprobaba que no era fácil de localizar. Llame a Negro y lo puse casi delante de la entrada, diciéndole que buscara, pero el seguía sin encontrarla, las enredaderas que tenía delante del tablero de madera que cerraba la cueva, la hacía casi invisible a los ojos.

Al final me acerque yo a la puerta con cuidado de no picarme, pues mi maestra había camuflado la entrada con arbustos espinosos y una puerta de madera, donde se había pegado tierra, musgos, gravilla, y piedras pequeñas imitando la montaña. Pero lo que mas intimidaba a todo ser, era los arbustos espinosos, los cuales estaban formados por espinas venenosas y ortigas, que llenaban los alrededores de aquellas cuevas, haciendo el paso hacía ellas casi imposible.

Lo que vi me alegro, estaba muy bien camuflada y era un sitio ideal para vivir. Adelfa mi maestra, había hecho un buen trabajo para hacer pasar desapercibida la entrada de la cueva. Había plantado por los alrededores de ella y las otras cuevas más próximas, bastantes arbustos espinosos y  trepadoras. Haciendo de aquella zona difícil para vivir, por los espinos venenosos y los reptiles de la zona, como serpientes y lagartos venenosos que habitaban allí. Traídos algunos de ellos, por mi antecesora.

Tuve que cortar un poco algunos arbustos, pues con el tiempo habían cerrado completamente la entrada a la cueva. Solamente lo hice de forma que pudiera abrir un poco la puerta, y tener espacio para entrar a su interior.

Negro estaba nervioso, quería inspeccionar la cueva antes de que yo entrara, como para protegerme si hubiese algún enemigo allí.

Una vez que pude abrirla para colarme dentro, el entro corriendo y se paro en la entrada tratando de adaptar su vista, a la semioscuridad de la cueva.

Nuestros ojos preparados un poco para la semioscuridad, no tuvieron problemas para ver con bastante facilidad el interior de aquella cueva.

Esta estaba distribuida muy bien, tenía una zona donde se podía observar que era la de dormir al fondo de la misma. Otra zona como almacén para poner alimentos y diferentes objetos útiles como recipientes y utensilios para comer. Se ve que como no podía llevarse todas las cosas que había almacenado y preparado, en el tiempo que estuvo viviendo allí. Las había dejado para otras curanderas, que le siguieran en su aprendizaje, haciéndole la vida más confortable al principio, por no tener que perder el tiempo en buscar muchas cosas esenciales.

Había leña, plantas secas para infusiones, dos lanzas de combate, cazos, etc. También había una zona donde se hacía el fuego para cocinar, que consistía en un agujero de unos treinta centímetros, rodeado de piedras en circulo.

La verdad que estaba bastante bien. Fijándome con más detalle, vi en unos huecos en la pared a cierta altura del suelo, más objetos útiles para una curandera. Como rollos de hilos, pieles, agujas, dos cuchillos, etc. En otro hueco cerca de la zona para dormir, me encontré con una sorpresa, había entre hierbas unos huevos de vampimus. Eso era estupendo, sobre todo para negociar si tuviese que hacerlo, pues eran muy cotizados en todo sitio, sobre todo por las curanderas.

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