Un mundo dominado por las hembras. Capitulo II

De castigo, me mandan a explorar un mundo nuevo, descubro nuevos seres y me encuentro con la vida extraña que llevan, sobre todo su forma de vida sexual y sus costumbres.

UN MUNDO DOMINADO POR LAS HEMBRAS

CAPITULO II

De reconocimiento

Me habían mandado a hacer un reconocimiento de una de las partes este del planeta, a una distancia de 15.000 km de nuestra base, para averiguar si estaba poblada esa zona.

Sabía que era un castigo hacía mí, me dijeron que era por tratar de corromper a una buena militar, Elvira.

Salimos sobre las 8 de la mañana, eramos dos personas en la nave. Los dos estábamos castigados podríamos decir, yo por tratar de influir en mi copiloto, y el por no haberse comportado como un buen semental en la cama con la comandante.

Despegamos después de haber cargado la nave de combustible, y revisada sus partes más importantes.

Teníamos que ir dando partes a la base cada media hora, para estar al tanto de lo que vayamos descubriendo, además de contarles el tipo de vegetación, agua, etc. de lo que vayamos encontrando en nuestro vuelo.

Eran las tres de la tarde, llevábamos recorrido una buena distancia. Nuestra velocidad era de 2000 km/hora, pero no podíamos ir más rápido, si queríamos enterarnos de lo que había a nuestro alrededor.

De repente comenzó a fallar el sistema de propulsión, y todos los indicadores de la nave, parecían que se habían vuelto locos.

La nave descendía a gran velocidad, mi compañero trataba de comunicarse con la base, pero el sistema de comunicaciones no funcionaba. No sabía que había ocurrido, pero parecía como si por alguna razón, hubiera dejado de funcionar todo en ella.

Rápidamente comencé a buscar un lugar donde aterrizar, cosa que veía difícil, pues estaba bastante poblada de arboles. Todo lo que veía delante de mí, era como una selva tropical.

Al final pude observar, un pequeño lago en medio de aquella arboleda. Era como de color verde azulado.

Trate de dirigir la nave hacía aquella zona como malamente podía, pues el control de ella era casi imposible. Mientras mi compañero buscaba las cosas de emergencia, ya que era imposible comunicarse con la base.

Estaba tocando con la parte baja de la nave las copas de los arboles. Sabía que en cualquier momento, la nave se estrellaría contra un árbol de aquellos y no sabía lo que nos podría pasar. Podría explotar, o que solo se rompiera parte de ella, quedando la mayoría intacta.

Aunque lo más probable, era que la nave por el golpe explotara, pues llevaba todavía, una gran cantidad de combustible muy inflamable.

Así que teníamos que saltar antes de que golpeara contra un árbol, si queríamos sobrevivir.

Puse el piloto en automático, me desabroche los cinturones de seguridad y me levanté del asiento dirigiéndome a la zona trasera de la nave.

Mi compañero estaba vistiéndose, para saltar con su traje especial de emergencia.

Yo me lo puse también encima del de piloto, abrí la puerta y nos lanzamos al aire.

El traje llevaba incorporado un sistema de choque, otro de rastreo, unas bolsas de comida, primeros auxilios y agua, y una pequeña pistola láser, que se colocaba en una cartuchera en el cinturón.

La caída fue bastante desastrosa, pues me golpee en varias ramas, antes de llegar a una zona menos densa, donde comenzaba el agua de aquel pequeño lago.

Mi cuerpo estaba bastante molido, pero no tenía nada roto gracias al sistema de choque, que amortiguaba la caída.

Los golpes para mi entender no fueron tan grabes, aunque al final caí al suelo inconsciente de un buen porrazo en la cabeza, me había golpeado con una gran rama, dejándome aturdido durante un buen rato.

Parecía que me habían dado con un martillo en la cabeza.

Me dolía todo el cuerpo, de tantos porrazos que había recibido durante la caída.

Me levante poco a poco, tratando de coger aire y esperando que no me hubiera roto nada.

Al final había tenido suerte en la caída, o eso pensaba yo, pues iba pasando de una rama a otra, haciendo que mi caída fuera amortiguada hasta llegar al suelo.

Trate de buscar a mi compañero, después de un rato lo encontré al final clavado en un árbol, no había tenido la misma suerte que yo. Estaba a una altura que no lo podía rescatar, por lo cual comencé a tratar de comunicarme con la base para decirle lo que nos había pasado, y la muerte de mi compañero, pero no lograba tener señal, además por lo visto el aparato de rastreo y comunicación se habían roto. Deje allí a mi compañero, tenía lastima por el, pero tenía que luchar por mí, no sabía donde estaba, ni quienes vivían en aquella zona.

Comencé a caminar en dirección al lago que había visto, para limpiar y examinar mi cuerpo de rasguños y cortes. Por algunas partes el traje se había roto, al clavarse algunas ramas en el, aunque parecía que no había daños grabes en mi cuerpo.

Llegue a la orilla del lago bastante cansado, y con el cuerpo dolorido, me había enfriado y ahora si notaba los dolores de los porrazos que había recibido en la caída. Me quite el traje poco a poco, tratando de mirar en todo momento si tenía algo roto, pero parecía que no, solo tenía cardenales por todo sitio y dos heridas pequeñas, una en la pierna derecha a la altura de medio muslo, y la otra en el brazo izquierdo cerca del codo, por un poco no me di en el, parecía que no iba a tener problemas. Me quite el casco, para comprobar que todo estaba bien en mi cabeza, me mire en aquella agua verde, que dejaba ver un poco mi rostro, comprobando que no tenía nada.

Pasado un tiempo, la herida que me había hecho en el brazo, que en principio pensé que sería leve, se convirtió al final en una herida grabe. Comenzó a producirme fiebre y se hinchaba cada vez más, comprendiendo que había cogido alguna infección en la herida, no sabiendo la causa de ello.

Me sentía cada vez más mareado y débil, sabía que estaba perdiendo la conciencia y tenía que encontrar un lugar seguro, quería curarme si era posible con el pequeño botiquín de primeros auxilios que llevaba en mi traje. Comencé a tomarme las pastillas contra infecciones y venenos conocidos, pero por ahora no me había hecho efecto ninguno. Tenía que ser algún elemento desconocido para nosotros, lo que me había hecho aquello en el brazo, ya sea cayendo o cuando estaba en tierra, debió de ser algo que me entro en la herida sin yo darme cuenta, ya sea un virus, bacteria, o cualquier otra cosa.

En otro lado de aquel continente

Los Cicatas

Mi nombre es Sibisse y soy una cicata (mujer voladora), acabo de cumplir dieciocho años. La edad en que paso a ser adulta, pero al querer ser curandera, tenía que superar la prueba que me exige mi pueblo, para darme oficialmente el titulo y la profesión. Soy la quinta hija de la reina Tayegaza, la menor de ellas, y estaba considerada como una de las más bellas de mi pueblo, según me decían ellas y lo que veía entre los esclavos macho.

Tengo un pelo rubio platino me cubre hasta la mitad del cuello, cosa importante para no tener problemas cuando estoy volando. Ojos verdes esmeralda, con grandes pestañas. Cara angelical y labios finos muy sensuales. Cuerpo estilizado, con tonalidad en la piel de color rosado salmón. Mis alas son grandes, completamente blancas, es una de las cosas más bonitas que tengo, no quiere decir que lo otro sea feo, noo …  ni mucho menos, pero es lo que más destaca en mi.

Mi forma de vestir es la típica de nosotras, las cicatas. Pantalón muy corto de piel, del mismo color que la mía. Este me cubre mi zona genital y mis nalgas, pues es muy bajo por delante y por detrás un poco más subido para que abarcara todo mi trasero. Aparte lleva también un cinturón del mismo tipo de piel, con un pequeño cuchillo en una funda, acompañado de varias bolsas pequeñas, donde pongo mis utensilios de curandera, sobre todo hierbas y vendas.

Mi pecho es mediano pero muy firme, con una areola mediana, coronada por un hermoso pezón rosado más oscuro que mi piel, normalmente estaban de puntas, por el aire que me daban en ellos. Me gustan mucho mis pechos y me siento orgullosa de ellos, mostrándolo ante los demás, por saberlo bien duros y firmes. El abdomen o vientre lo tengo liso, con una pequeña hendidura en el centro que forma mi ombligo, dibujado en el una estrella a su alrededor. Mis extremidades son fuertes, tanto la de los brazos, con unas manos preciosas de dedos finos y largos, como las piernas, que terminan en unos pies bien formados y pequeños, los cuales acostumbro a llevarlos descalzos. Cuando tengo problemas con el suelo, avanzo volando a baja altura de el, sin dañarme los mismo, cosa que hago con frecuencia, mientras tenga espacio para abrir mis grandes y bonitas alas. Estas me salen de la parte posterior por debajo de los omóplato. Cintura estrecha, y caderas anchas. Nalgas bien proporcionadas y salientes, mostrando unos cachetes tentadores a la vista, con un culo respingon que llama la atención de todo ser, ya sea macho o hembra.

Mi madre me dio la orden de abandonar el poblado, el cual estaba a cierta altura del suelo en grandes árboles, que lograban alcanzar en sus troncos hasta una docena de metros de diámetro. Allí teníamos nuestras cabañas. Aquellos árboles eran gigantes, algunos llegaban a los cien metros, donde vivían varias familias.

El mayor árbol de la zona, era donde vivía yo con mi madre, que era la reina y mis hermanas, junto a la gran parte de la corte que tenían otras cabañas en el mismo árbol, o en los colindantes a el. Este se llama Árbol Blanco, como si fuera un anciano canoso, destacaba entre todos por su tamaño, grosor y antigüedad. Venerado por todos, pues representaba su historia y pasado en su tronco, el cual tenía muchas zonas talladas con dibujos y relieve, haciendo de el, un libro viviente.

El pueblo vivía a su alrededor, donde hacían todo tipo de comercio, reuniones, teatro, y todo lo que lleva consigo un gran pueblo, tanto culturalmente, como religioso o político.

Tuve que coger mi lanza, el cinturón con el cuchillo y sus bolsas, y un gran morral donde metí muchas cosas personales y necesarias para la supervivencia. Tenía que estar viviendo fuera de mi pueblo durante dos meses. Se me había asignado la zona del lago verde, que era conocido por ese nombre. Era costumbre mandar allí a los curanderos, por la gran cantidad de plantas y animales venenosos de aquella zona, para ayudar a todo ser vivo que lo necesite, y descubrir nuevos antídotos o curas relacionados con aquellos venenos. Tenía que conocer bien aquella zona, sobre todo las zona de las cuevas, teniendo que acostumbrarme a la vida en ellas, por si algún día hiciera falta para que nuestro pueblo se ocultara allí.

Por ello, muchas veces los gulanas (hombres voladores, primos de las cicatas) se aprovechaban de esta circunstancia, raptando a estas curanderas para su pueblo, además de cogerlas como hembras para procrearse y multiplicarse con más rapidez, pues eran muy belicosos.

Me despedí de mi madre, dándole un beso en cada lado de su cara y un abrazo. La reina, que era mi madre no se inmuto, ni dijo nada, se dejo besar y abrazar por mí. Sabíamos cuales eran nuestras obligaciones, las cuales se tenían que llevar acabo sin tardanza ni pena, aunque fuera su hija menor y ella mi madre, tenía que cumplir la ley y normas de su pueblo.

Me veía abandonada, tirada a la calle como si fuera una ladrona, teniendo que ir a un lugar que desconocía, donde me jugaría la vida todos los días, durante las veinticuatros horas de este. Me volví a abrazar a mi madre, mientras las lagrimas me caían por la cara, sentía una angustia enorme en mi pecho, como si me estuvieran atravesando el corazón. Sabía que esa era la ley de mi pueblo, pero no quería abandonar aquel lugar, solamente había salido a lugares muy cercanos, donde me habían enseñado a convivir, a saberme desenvolver por mi misma, a curar y buscar plantas, pero sabía que iba a regresar, cosa que en aquel momento era una incógnita si volvería a pisar aquellas tierras, pues podía perder la vida en el camino, tanto de ida como de regreso, o en la estancia en aquel lugar tan hostil, que muy pocos de nosotros habíamos sobrevivido para contarlo.

Medio poblado estaba allí en aquel momento, para despedir a una de las hijas más queridas de su reina. Todos me deseaban buen viaje y suerte, en aquel lugar maldito. Algunos pensaban que ya no me volverían a ver más, como pasaba con otras que habían realizado lo mismo, entre ellas  mi hermana antecesora de mi en esta aventura, que desapareció sin saberse nada de ella, unos dicen que la capturaron los gulanas, otros que fueron los flepers (hombres leones), pero realmente no se sabía a ciencia cierta. Normalmente regresaban transcurrido ese tiempo, a veces se sabía que fueran raptadas algunas de ellas, pero eso era un riesgo que tenía que correr, a igual que les pasaba a los jóvenes guerreros de los gulanas, sobre todo de los hijos de sus jefes, pues se extendía la voz fácilmente de la salida de un miembro de ese tipo, siendo conocido por muchas tribus, que se aprovechaban de ello para capturarlo y tenerlo como esclavo, o como semental de algún pueblo escaso de machos, sobre todo para juegos de sus reinas o jefas, o cambiarlo por algo de gran valor.

Salí de mi gran cabaña, esta había sido mi hogar durante dieciocho años, donde vivía con mis hermanas y madre. Iba pensativa, triste, y algunas lagrima caía por mi cara, aunque yo no quisiera, pero la pena tan grande que tenía

hacía que ocurriera esto, pues no quería abandonar aquel lugar seguro.

Extendí mis hermosas alas lo que más pude, llevándome una admiración de los presentes. ¡¡Ohhh...!! decían todos ante aquel blanco inmaculado, como muy pocas veces habían visto en sus vidas.

Sonreí al oír aquella exclamación, pues era lo que me hacía más orgullosa, mis alas blancas. Comencé a aletear despacio pero sin moverme del sitio, para que vieran mis alas como se movían con aquella elegancia, demostrando mi agilidad y belleza con ellas. Me fui elevando poco a poco, muy despacio de aquella terraza que pertenecía a mi hogar.

Todos comenzaron a decirme adiós con sus manos, gritaban: ¡¡Adiós Sibisse!!.

Rápidamente subí a gran velocidad hacía los cielos, en vertical como los árboles, no quería que me vieran como cada vez me salían más lagrimas. Los que estaban cerca de mi, pudieron ver como caían por mi linda cara, como decían ellos. Era digna de ver, como subía hacía las alturas, seguida por las miradas de cientos de ojos.

Su madre se fue hacía el interior de la gran cabaña, pues no quería que su pueblo la viera también, como le caían unas lagrimas por su rostro. Se iba la mejor hija que tenía, se sentía muy unida a ella, y le dolió mucho no poderla abrazar como ella quería por última vez, pues podía ser aquel momento, el último que viera viva a su hija querida. Su corazón lo sentía como desgarrado por dentro, y el problema es que la hija anterior a ella la había perdido y no sabía nada de ella, desde la última vez que la vio irse como ahora a Sibisse. Con sus manos se tapo la cara, mientras un río de lagrimas caían por sus manos y cara, era muy fuerte ver irse a su hija, sin poder demostrar el cariño que le tenía, ni poderle desear lo mejor. Aunque ella supiese todo eso, pues lo habían hablado hacía unos días, se sentía impotente y muy triste, con su corazón herido.

Cumpliendo mis obligaciones y mandatos

Estuve volando durante mucho tiempo, sintiendo el cansancio en mi cuerpo, pero sobre todo en mis alas y en los músculos que hacía que se movieran ellas. Iba comiendo fruta, que sacaba de  mi morral, que había cogido para mi viaje y así no perder el tiempo buscando cosas para comer, pues lo que más interesaba en aquel momento, era encontrar un lugar para descansar y dormir.

Sabía por mis planos geográficos que tenía en mi mente, pues los había estudiado mucho antes de salir, para saber a donde me tenía que dirigir, encontrar los lugares más adecuados para dormir y recuperar fuerzas, para poder seguir el viaje tan largo que tenía que hacer.

Procuraba volar pegado a las copas de los árboles, para que no me vieran desde lejos, pasando lo mas desapercibida posible. Me acercaba a una zona más montañosa, donde tenía que encontrar un lugar para dormir. Baje con cuidado por medio de los arboles, tratando de no golpear  las alas con ninguna rama.

Al final llegue casi al suelo, comenzando a desplazarme a medio metro de este, pero teniendo cuidado de no golpearme con nada y siempre buscando, un hueco más ancho entre toda aquella vegetación. Eso me retrasaba bastante, pero no me importaba, no tenía prisa por llegar a mi destino.

Fui en dirección este, por donde sabía que estaban las cuevas de aquella zona, según los mapas que me habían enseñado mi maestra de cartografía y mapas, como le llamábamos nosotras a ella. Además había visto la pequeña cordillera, pero no quería acercarme volando, pues me podrían descubrir muy fácil si hubiese alguien por ella.

Me fui acercando despacio, procurando hacer el menor ruido posible y así descubrir, que seres habían ahora en aquella cordillera. Era una época de apareo entre muchas especies, y las cuevas de aquellos lugares, eran muy atrayentes para todos. Estaba llegando la hora, donde el día empieza a caer, dejando paso a la oscuridad. Había llegado a tiempo, era la mejor hora para visitar las cuevas, aunque primero tenía que hacer guardia un tiempo, para saber si estaban habitadas algunas, pero si encontraba un lugar vació sería mejor, pues no quería ser molestada por nadie, quería pensar en lo que había dejado atrás, en mis seres queridos, y no que alguien me estuviera dando la lata, no dejándome descansar.

Pasado un tiempo observe, que en dos cuevas del lado oeste de la cordillera estaban ocupadas, se habían apropiados de ellas unos felinos pequeños con sus criás. Era una manada de unos quince, entre adultos y pequeños. Aunque no les temía, pues podía con ellos pero por separados, al estar en grupo se hacían más fuerte y valientes, pudiendo ser peligroso.

Me dirigí al otro extremo de la cordillera, para estar lo más apartado de ellos y que no me descubrieran. Al ir pasando hacía el otro extremo, pude observar a jóvenes gulanas, estos estaban aprendiendo convivencia con un maestro, este me imagino que le estaba enseñando todo lo referente a la supervivencia en un sitio hostil, además de saberse defender y capturar enemigos. Estaban alrededor de una gran hoguera, donde habían puesto comida para hacerse, sobre todo carne de algún animal que habían capturado.

Subí a un árbol cercano para ver lo que hacían, mirándolos desde allí. Al recorrer con la vista el campamento que habían formado, descubrí que tenían prisioneros en un lado oculto de miradas. Me interesaba saber quienes eran, por si era alguno de mi pueblo o vecinos de este. Tenía que esperar un poco más a que comenzara la noche, para no ser descubierta. Todavía había suficiente claridad, para que desde lejos me pudieran ver.

Estuve esperando y contando el número de ellos, eran bastante numerosos, por eso estaban tranquilos haciendo aquella hoguera en medio de aquel pequeño llano, delante de las cuevas que habían elegido. Llegue a contar veintiuno, veinte jóvenes y el maestro, lo que no sabía si dentro de la cuevas habían alguien. Tenía que tener cuidado con ellos, eran muchos ojos mirando a su alrededor.

De repente oí un ruido a mi derecha, era tres que venían volando despacio, llevaban unos sacos llenos de alimentos, que habían cogido por los alrededores. Me encogí lo máximo posible para no ser detectada, había escapado de milagro de haber sido atrapada o descubierta por ellos. Menos mal que estaba quieta observando a sus compañeros, y por ello no me habían descubierto. Sentía mi corazón golpear mi pecho con bastante intensidad y fuerza, temía que me fueran a escuchar hasta como respiraba, mientras ellos pasaban por mi lado a escasos metros de mi.

Hasta que no vi que se habían alejado lo suficiente, fue cuando me di cuenta que había estado manteniendo la respiración, sintiendo un alivio en mi pecho, al volver a sentir como el aire volvía a entrar y salir pudiendo respirar de nuevo.

Pasado unas horas, ellos comían alrededor de la hoguera, mientras el grupo de prisioneros estaban sentados a un lado. Observe que tenían un centinela sentado entre ellos, cuando uno de los jóvenes le llevo un cazo con comida, mientras el resto miraba.

Di un rodeo en dirección a ellos, para no ser descubierta. Quedándome más cerca de ellos, que del grupo de jóvenes. Entonces pude observar que eran hembras gulanas, todas jóvenes. Estaban en su primer desarrollo a igual que yo, pero en diferente situación, ellas como esclavas y yo libre. No eran prisioneras de ellos, sino esclavas, como todas las hembras de aquel pueblo, pues los únicos libres eran los varones. Las hembras eran para trabajar en los trabajos mas ingratos, además de ser esclavas sexuales para lo que quisieran ellos.

Entendía aquello, pues en mi pueblo era lo contrario. Las hembras mandaban, y los varones eran los esclavos para todo. Pensaba como podrían aguantar aquello, teniendo ellas el poder sexual, dejándose dominar de aquella forma. Las observe como iban, dándome cuenta que estaban desnuda completamente, sentadas encima de unas pequeñas ramas era lo que las protegía del suelo. Se protegían del aire por medio de sus alas, las cuales las tenían cerradas a su alrededor, menos dos de ellas que hablaban de frente la una a la otra, en ellas fue donde pude observar que estaban desnudas.

Me coloque de forma que no me pudieran ver, entre unas ramas de unos arbustos que estaban cerca de ella. Quería conocer mejor a aquellas mujeres, porque llevaban una vida así.

Las estuve observando durante un tiempo, oyéndolas hablar. De golpe se callaron, mientras dos jóvenes guerreros se acercaban a ellas. En el aire podía oler su miedo, como también que estaban en su periodo de apareamiento. El olor que desprendían era inconfundible, sabía que dentro de poco me tocaría a mi llegar a ese siclo, por eso era una de las razones de salir del poblado, tenía que pasar la prueba como curandera, además de encontrar un varón, para tener mi primera relación como hembra.

Eso no me hacía tanta gracia, detestaba a los varones como todas las de mi pueblo. Solo iban a lo suyo, tratar de poseernos a la fuerza.

Las curanderas en ese sentido eramos mejores, teníamos el saber, para anular bastante el fuerte olor que desprendíamos cuando nos tocaba aparearnos, haciendo que fuera mínimo y así no atraíamos a todos los machos de los alrededores, sino solamente los que tuviéramos a nuestro lado.

Aquellas mujeres, estaban empezando a lanzar al aire sus primeros olores. Se notaba en los jóvenes machos cuando se iban acercando a ellas, sus penes se iban estimulando, haciendo que crecieran para la preparación de la copula.

Conocía casi todo lo referente a nuestro celo, y lo que ocurría con los machos. Mi maestra me había enseñado lo que tenía que hacer y como lo tenía que hacer. En principio no me gustaba la idea, pues no me gustaba el sufrimiento, ni que los demás sufrieran, pero para llevarlo acabo, tenía que dejarme desvirgar por uno de ellos, aunque luego lo matara, como costumbre entre mi pueblo si no me llegaba a satisfacer.

Cuando llegaron los dos jóvenes guerreros ante ellas, ya tenían sus penes bien rectos. El primero se acerco a la que estaba a la derecha, de las dos que hablaban entre ellas. Parecía mas guapa que las otras, más segura de si misma, como si tuviera un estatus mayor que las otras. Bueno eso me parecía a mí, además de los símbolos que marcaban su cuerpo, dejando ver que era de un rango superior, según tenía entendido yo, pues en nosotras eramos iguales.

Yo llevaba mi estrella en el ombligo, como que pertenezco a la casa real, ademas de una hoja en la frente, que daba a entender el rango de aprendiz de curandera, después según aprendiera la profesión, se me iba colocando más hojas, como si fuera una rama dibujada en la frente.

Aquella hembra tenía una flor en su cachete derecho, no sabía que significado tenía, pues nosotras no teníamos ese signo tatuado, nadie en nuestro pueblo lo llevaba, que yo supiera. Seguro que era el emblema de alguna casa importante entre ellos, pues se notaba en aquellas dos que tenían más libertad que las otras, dentro de lo que era aquella zona de cautiverio podríamos decir.

El joven la tomo de la mano sacándola de allí, pero para desgracia mía, vinieron hacía los matorrales. Como se miraban uno a otro hablando bajo, pude con sigilo retirarme a tiempo en dirección a otros un poco más alejados, pero que seguía siendo una distancia corta entre nosotros. El riesgo era grande, así que no quería ir más lejos por si me veían, quería ocultarme lo antes posible.

Me tumbe en el suelo, con mis alas lo más recogida a mi espalda, no quería que se vieran en la oscuridad con los reflejos de la hoguera, al ser tan blancas mis plumas.

La pareja llegaron a los matorrales, mientras el otro joven con una lanza golpeo en sus pies a otra hembra, que estaba sola tumbada encima de unas ramas. Lo hizo con autoridad y desprecio, dando a entender que era una esclava, al levantarse rápidamente sonaron unas pequeñas cadenas, que me confirmo lo que yo pensaba.

La esclava se puso a cuatro con las piernas abiertas delante de el, colocando su trasero en dirección al joven, a la vez que lo levantaba un poco, y bajando sus manos y cabeza hacía el suelo, mostrando toda su parte intima. El joven guerrero le volvió a pegar con la lanza por dentro de sus muslos, haciendo que ella se abriera más de piernas.

La pequeña fogata que estaba junto a ellas, me dejo ver a la esclava como tenía sus labios vaginales muy hinchados, de un color casi llegando al rojo. Su olor me llego ahora más fuerte, tenía que estar preparada para la penetración, por eso el color y el olor. El joven guerrero hincho el pecho, cogiendo el aroma que soltaba que soltaba aquella joven esclava. La agarro por las caderas, metiéndosela de golpe con un fuerte movimiento hacía adelante, pegando la joven un fuerte alarido, al ser desvirgada con bastante brusquedad y fuerza. Se acoplo a ella con brutalidad, a la vez que clavaba su lanza en el suelo y se reía como la oía chillar.

Aquello me estaba envenenando la sangre, por eso no me gustaba los macho.

El joven guerrero seguía castigándole con dureza, pero ella ya no gritaba, estaba callada con sollozos, mientras unas hileras de sangre bajaba por sus piernas.

La otra pareja de jóvenes, estaban tumbados en ramas que había cogido la hembra de los arbustos, se estaban besando con pasión, ella se levanto mientras el seguía tumbado, se puso de rodillas a un lado de el. Con una mano le acariciaba su pene, mientras la otra le acariciaba sus huevos. Se notaba que la habían enseñado a dar placer al macho, sería que en su familia le habían indicado que tenía que hacer, como se lo han hecho a ella, o había visto como lo hacían otras. En mi pueblo eso no pasaba, pues teníamos nuestra intimidad en las cabañas, para nuestros actos amorosos.

Al poco de estarlo acariciando doblo su tronco, poniendo su boca en aquel pene, comenzando a chuparlo como si le fuera la vida en ello. Me quede mirándola asombrada, pues nunca me habían dicho, que se podía hacer eso. El tenía cara de estar gozando, además de las exclamaciones que le decía a la hembra, la cual ponía más empeño en ello haciéndole disfrutar más. Pasado un tiempo, la hembra aquella se coloco de la misma forma que la esclava se le puso al otro joven, pero miraba para atrás y le sonreía, no era la misma forma de trato que estaban recibiendo las dos.

El joven guerrero se coloco detrás de ella de rodillas, comenzando a pasarle la mano por su vulva, la cual estaba también completamente roja, y soltando los efluvios correspondientes.

A nosotras las cicatas, no se nos ponía tan roja la vulva, aunque eso si, soltábamos esos efluvios tan fuertes como ellas, para atraer al macho para el apareamiento, aunque algunas ya lo hacían con más frecuencia para atraerlos al goce o por vicio, inclusive llegaban a esclavizarlos con su aroma.