Un mundo dominado por la hembras - Capitulo 10
No sabía lo que me pasaba con aquel macho, que se llamaba Daniel. Sentía una atracción fuera de lo normal, como nunca había sentido por nadie, ni mis hermanas, ni mi madre, ni ningún otro ser en aquellos momentos. Estaba cada momento eufórica, exultante y feliz. Sabía que era debido a la cada vez más compenetración entre los dos, sintiéndonos más unidos y queriendo tener una relación más estrecha.
CAPITULO X
Al recobrar bien el sentido, notaba en mi vientre la fortaleza, dureza y el calor, de aquel miembro que me había llevado a tal orgasmo. Seguía inmenso y duro, al pobre lo había dejado a medias al caer por mi orgasmo. Pero me sentía en aquel momento, la hembra más feliz de aquel planeta.
¡¡Lo siento, no se que me paso que caí como aniquilada, del orgasmo tan intenso que tuve!!, le dije, con la cara roja como una amapola.
El me sonrió y me beso muy intensamente, al cual respondí yo con mucha pasión, rodeándole con mis brazos el cuello, y pegando todo mi cuerpo a el, como si me fuera la vida en ello.
No sabía lo que me pasaba con aquel macho, que se llamaba Daniel. Sentía una atracción fuera de lo normal, como nunca había sentido por nadie, ni mis hermanas, ni mi madre, ni ningún otro ser en aquellos momentos. Estaba cada momento eufórica, exultante y feliz. Sabía que era debido a la cada vez más compenetración entre los dos, sintiéndonos más unidos y queriendo tener una relación más estrecha.
Aquel día fue mi primer orgasmo junto con Daniel, que se repitió varias veces más, tanto cuando estábamos bañándonos en la charca, como haciendo nuestras necesidades como la primera vez que lo vi masturbándose, o tumbados para dormir.
Buscábamos nuestra unión, como una necesidad más de vivir. Si uno se alejaba un poco por alguna razón, el otro lo buscaba para tratar de ayudarlo si era posible, sobre todo en lo referente al desahogo sexual.
Nunca decíamos nada, solo se alejaba el que lo necesitaba en la soledad, ya sea uno o el otro. Normalmente íbamos a la charca, donde nos sentábamos en la arena de la pequeña playa que tenía y la habíamos hecho nuestra.
Allí nos masturbábamos en silencio al principio, hasta que nuestros cuerpos estaban agitados, que comenzábamos a articular palabras cada vez más fuertes, sobre todo llamando a nuestro compañero, en mi caso a Daniel, que normalmente en esos momentos solía llegar, ayudándome en la tarea de acabar de forma más placentera.
Unas veces llegaba uno solo al orgasmo, otras al final lo hacíamos los dos juntos a la vez, o primero uno y luego el otro, dependiendo del grado de excitación que tuviera cada uno.
Todavía no habíamos llegado a la penetración, aunque varias veces estuvimos a punto, pero yo temía el dolor y no me decidía todavía. Sabía que tenía que hacerlo y seguro que con el sería hermoso, pues como muchas veces me decía, trataría de que me doliera lo menos posible o nada. Cosa que me daba más animo a estar junto a el, o que el estuviera junto a mí en esos momentos tan maravillosos, que pasábamos masturbándonos uno a otro. El me ponía muchas veces, su pene en medio de las piernas, rozando y acariciando mis labios vaginales, en esos momentos mi vulva se hinchaba y se ponía entre rosada y roja, como si fuera un tomate casi maduro.
Mis deseos eran cada vez mayores, sintiendo la necesidad de tenerlo cada vez más pegado a mí, a que me penetrara. Pero el temor por otra parte, a lo que me habían dicho desde pequeña, era en estos momentos una puerta a nuestra unión plena, pero sabía que tenía que abrirla, sintiendo cada vez más cercana esa situación. Era la oportunidad que estaba esperando, había encontrado un macho digno, luchador y atractivo. ¿Podríamos acoplarnos los dos sin problemas, o al ser él un poco diferentes en nuestra forma, podríamos tener problemas a la hora de procrear?
Esas preguntas me las hacía cada vez más, pues yo tenía alas y el no. ¿Sería también diferente nuestra forma de engendrar, o nuestros organismos no estaban preparados para que aquel macho me dejase preñada, por tener diferencias en nuestra anatomía corporal?.
Tenía dudas sobre ello, suele pasar en otras especies, que aunque hagan la unión, no pueden dejar preñadas a las hembras. ¿Pasaría eso con nosotros?
Estuvimos un tiempo uno detrás del otro, nos deseábamos como locos, pero veía en él que quería algo más. Sabía bien lo que deseaba a igual que yo, pero mi temor en estos momentos era mayor, así que tenía que buscar una solución al problema que se estaba produciendo, pues no quería perder a aquel macho que tanto me estaba dando.
Al final decidí que tenía que sacar a la vida a la vampi, para por medio de ella satisfacer las necesidades de Daniel. Entre las dos haríamos que fuera feliz y no pensara tanto en la penetración hacía mi.
Me dí una escapada a la cueva principal, para utilizar uno de los huevos e incubarlo como me había enseñado Tisca, mi maestra principal. Tenía que colocar el huevo en alguna parte de mi cuerpo, para calentarlo y hacer que naciera la vampi.
Mi maestra me dijo, que el mejor lugar era la vagina, por la calidez y la humedad de mis flujos, que la harían salir rápido de su huevo y alimentarse, para crecer rápido y realizar sus obligaciones, en la corta vida que tenían.
En mi caso al ser virgen, era un problema, no podía meter el huevo en mi vulva, teniendo que buscar otro lugar cálido, para darle la vida. Comencé a recordar las enseñanzas de Tisca, sobre la vida de las vampi y la formas mejores de hacerla salir del huevo lo más rápido posible.
La principal estaba rechazada por mis circunstancias, la siguiente era el recto, pero tenía dudas si me haría daño al ponerlo ahí. El huevo no era pequeño, y en el recto tampoco había entrado nada, solamente había salido por el mis necesidades, que normalmente eran ligeras, no tenía que hacer esfuerzos grandes por estreñimiento, por lo menos algo bueno tenía en ese sentido.
Otra era colocar el huevo cerca de la hoguera, tapado con paños para que no se dañe y mantenga mejor el calor. En ese caso también lo tenía difícil, no teníamos una hoguera o fuego constante, por el lugar en que estábamos, podrían descubrirnos fácilmente algún explorador de gulanas o leones, o cualquier otro ser atraído por el fuego y el humo constante del fuego.
Trataba de recordar más cosas, viniéndome a la cabeza otras de las formas de proteger el huevo y mantenerlo caliente. Era por medio de paños se envolvía el huevo, y con unas tiras de tela se sujetaba en medio de los pechos, para mantenerlo firme y cálido.
Esa en esos momentos me parecía la mejor solución, esperando que ella saliera rápido del huevo, puesto que el tenerlo allí, no le permitiría a Daniel acariciar mis pechos, cosa que me gustaba mucho y lo deseaba con mucha ansia.
Al final tome la decisión de ponerlo en medio de mis pechos, así lo tenía controlado y lo podía llevar a todas partes.
En una mañana tranquila, con el cielo un poco nublado, pero que me venía bien para las ideas que pensaba llevar a cabo.
El día comenzaba a despertar, saliendo los primeros rayos del amanecer.
Agarre mi lanza y un macuto, saliendo de la cueva con paso decidido. Me dirigí hacía la charca o el pequeño remanso, como Daniel lo llamaba a veces. Notaba que cualquier cosa que pensaba, enseguida me venía a la mente como lo decía el, era una forma de recordar mejor su lengua, además de practicarla. Cosa que ambos estábamos aprendiendo bastante rápido, por el tiempo que llevábamos juntos. Había transcurrido unos meses, y parecía que habían pasado unos días solamente, pero al estar la mayor parte del tiempo juntos hablando entre los dos, cada vez sabíamos más el uno del otro, como nos hacíamos entender mejor.
Me lance al aire de un salto, moviendo las alas con destreza me dirigí hacía allí. Me gustaba que el aire de la mañana me diera en la cara, eso me despertaba enseguida si todavía tenía sueño o pereza, pues rápidamente se me iba con la caricia del aire en mi cuerpo. Normalmente era fresco, pues el calor no había calentado todavía la tierra, y estaba fría de la noche.
Llegue rápida, pues la distancia era corta. La verdad que era una suerte encontrar agua tan cercana a la cueva, no teniendo que desplazarnos mucho. Me metí en el agua mojándome el cuerpo, el cual reacciono a esta poniéndose la piel de gallina y mis pezones de punta. Estaba bastante fría, pues en la noche la temperatura había bajado bastante, pero en la cueva y con Daniel pegado a mi cuerpo no me entere.
La verdad que era una ventaja, tener un compañero que te calentara por las noches. Antes cuando no estaba el, pasaba más frío, además de temer más esa soledad que me acompañaba al principio, pues tenía que estar siempre en guardia, pendiente de que viniera algún animal o ser, que quisiera atraparme o matarme.
Si, era una buena ventaja, tener compañeros que te ayudaran en la vigilancia, en pasar momentos alegres, en sentirse querida y amada, en disfrutar de la compañía de los otros, sin pensar que en cualquier momento te pueden rajar o matar, ya sea por envidia, coraje o celos, o por que desea satisfacer sus instintos de asesino o torturador. Podría estar bastante rato narrando todos los beneficios y los contra, de tener unos buenos compañeros.
Cada vez me sentía más unida a ellos, en todos los aspectos, y la verdad que me gustaba cada vez más el estar juntos, ayudándonos unos a otros, ya sea para cazar, dialogar, comer, … aparte del cariño sexual que nos teníamos Daniel y yo.
Después de la limpieza y de mis pensamientos, con todo lo que hacía con ellos. Me dirigí hacía la cueva de las curanderas, como la había denominado, para diferenciarla de las demás.
Negro me vio salir, y lo extraño fue que no saliera conmigo, creo que en aquel momento le gustaba más estar tumbado a los pies de Daniel, al calor de la cueva y no al fresco de la mañana.
Volé bastante rápida, tratando de ver si alguien me seguía, o si me acechaban, dando un rodeo antes de acercarme a la cueva. Baje a unos cien metros de ella sobre un risco de la montaña, para poder ver tranquilamente cualquier cosa en los alrededores. En principio se veía todo en calma, hasta una buena distancia desde donde yo estaba. Me senté en una piedra, mirando todo el valle que tenía a mis pies, mis alas las recogí a la espalda.
Estuve observando durante media hora, mientras mi cuerpo se calentaba al sol, haciendo que mi piel se bronceara más de lo que ya estaba. Me gustaba coger el sol de aquella hora, pues era beneficioso para el cuerpo, y no hacía tanto daño, como más tarde, cuando estuviera a más altura sobre nuestras cabezas, al mediodía.
Pasaba el tiempo tranquilamente, no tenía prisa por regresar, pues todavía era temprano y hoy habíamos decidido descansar, que cada uno hiciera lo que quisiera, hasta la hora de comer. A esa hora nos teníamos que reunir todos, para preparar la comida y luego planear lo que habíamos pensado sobre ir al Lago Verde, a buscar las cosas de Daniel y de su compañero muerto.
Al rato de estar observando, oí una lucha en la distancia. Eran rugidos, gritos y golpes. Me levante rápidamente, mirando hacía la zona desde donde venía el barullo. No podía ver nada, por los árboles que cubría aquella zona, pero tenía que saber de que se trataba, no podía quedarme con los brazos cruzados, mientras estuvieran por aquella zona, aquellos seres que estaban peleando, tan cerca de mi mejor cueva.
Me levante del suelo con unos movimientos de mis alas, pensado que tendría que hacer en aquel momento para no ser descubierta, y poder ver de que se trataba. Tenía que dar un pequeño rodeo, para que no supieran desde donde venía si me descubrían.
A gran velocidad y altura, di un rodeo por la derecha, para no ser vista por aquellos seres que seguro estaban peleando, por lo que se podía oír, haciendo que los rayos solares dieran en mi espalda, para así ser más difícil ser descubierta.
Recorrí una buena distancia, aproximadamente sobre dos kilómetros, después baje en picado tratando de hacer el menor ruido posible, con las alas casi recogidas en mi espalda. En unos pocos segundos, ya estaba casi a la altura de los árboles, cuando comencé a abrir las alas a un ochenta por ciento de su tamaño máximo, como una V más abierta, frenando mi caída y la velocidad.
Entre en medio de unos pinos, que tenían una separación entre sí de unos tres metros y medio cada uno. Quedándome a una altura del suelo de cinco metros aproximadamente, para poder escuchar y si era posible ver algo de quienes eran.
El ruido se oía delante de mí, a una distancia aproximada de unos noventa metros. Mis sentidos de la distancia, tanto por la vista como por el oído eran muy precisos, sabía casi con seguridad, a que distancia se encontraba el ser que hiciera un ruido. En este caso eran muchos los ruidos, dándome una orientación mejor y precisa de la zona en donde se producían.
Estaba pendiente de todo movimiento, teniendo cuidado de no ser descubierta. En aquel momento me acorde de Daniel, su apoyo me daba más seguridad, sabía que junto a el no tendría miedo a nada.
Estaba en la duda de irlo a buscar, puesto que me sentiría más segura, pero por otra parte, quería primero mirar quienes eran. Podían ser gente de mi pueblo que estuviesen en peligro, por ello era fundamental el tiempo, pues el ir a buscarlos y regresar podría significar la muerte de alguna de mis hermanas.
Decidida seguí en el avance, hacía los ruidos y gritos que podía oír cada vez más claros.
Por los chillidos de combate, sabía que uno de los grupos que luchaban eran Flepers. Estos eran seres parecidos a las esfinges, que son mitad humano y mitad león. Fuertes en el combate, por sus garras y músculos, que con sus potentes uñas te podían cortar como un cuchillo. El problema de estos seres para sus enemigos, eran que la mitad de su cuerpo eran similar a los humanos.
Estos tenían una constitución similar a la mía, a partir del tórax hacía la cabeza, pero sin alas, podría decir más similar a Daniel. Tenían un tórax fuerte, con una musculatura sorprendente. Su cabeza era iguales a nosotros, con su pelo, orejas, ojos, boca, … , tenían dos brazos muy fuertes, que los usaban en el combate con armas cortantes, como lanzas, espadas, cuchillos, todo lo que pudieran llevar en ellas, y que pudiera ocasionarle mucho daño a los enemigos, como para matarlos. Normalmente llevaban lanza, las cuales las arrojaban a la carrera, haciendo muchos estragos en sus enemigos, para luego pelear cuerpo a cuerpo, con sus garras, espadas, o cuchillos.
Por ello me extraño oírlos allí, pues no era zona de ellos. Algo raro pasaba allí, puesto que la pelea que se oía era al final entre gulanos y flepers, cosa que no era normal, pues tenían diferentes campos de caza y no solían encontrarse, pues sabían que las luchas entre ellos eran muy fuertes y duras, acabando la mayoría de ellas con muchas muertes, cosa que no deseaban, y para eso hicieron un acuerdo entre ellos, estableciendo las zonas de caza para cada una de las dos especies, para no destruirse con sus peleas.
De todas formas, siempre habían algunos grupos que se metían en territorio del otro, para ganar merito con su gente, desafiando a sus superiores, y elevando su estima entre los jóvenes. La mayoría de los enfrentamientos eran producidos por los jóvenes de cada bando, que como siempre estaban ansiosos de ganar méritos para conseguir mejores hembras o machos, según el genero que fuera.
Mis nervios estaban en tensión, temía ser descubierta por alguien entre la lucha de aquellos dos grupos, que en aquel momento, estaban sintiendo la euforia de la batalla por la supervivencia del momento, pues sabían que un simple fallo les podía costar la vida.
Cuando uno esta en ese momento, todo el que se acerque que no sea de tu bando, era en esos momentos un enemigo. No podías esperar que el otro te atacara, pues te podía suponer no seguir vivo. Por ello al acercarme a aquel lugar, era decirle a los demás que estaba en la lucha, con uno de los dos bandos. Cosa que no quería dar a entender, pues no era ninguno de los dos bandos amigos de nuestro pueblo. Ya que en otras ocasiones nosotras mismas habíamos luchado con ambos bandos, pero por separado.
Con mucha precaución logre acercarme lo suficiente a ellos, para poder ver la lucha que se desarrollaba delante de mí. Era un grupo bastante numeroso de jóvenes gulanas, contra un grupo menor de jóvenes flepers. Los gulanas, trataban de impedir que el otro grupo entraran en su territorio. En este caso, los flepers estaban en minoría, por lo cual, la batalla estaba en su contra.
Veía como un grupo de gulanas atacaban a una joven fleper, la cual se defendía bastante bien, para ser ella sola contra tres. Ellos daban vuelta alrededor de ella, tratando de clavarles las puntas de sus lanzas, cosa que de vez en cuando lo lograban al no poder ella defenderse, al ser ellos tres y teniendo como armas, unos pequeños cuchillos y sus garras.
El cansancio se iba notando en ella, daba vueltas desviando sus lanzas, y haciendo pequeños ataques para que retrocedieran, pues habían visto como había matado a otros compañeros suyos, con rapidez y decisión. Sus cuerpos estaban por los alrededores de ella, abiertos en canal por los cuchillos y sus garras. El tiempo estaba en contra de ella, pues cada vez perdía más sangre, por las heridas que iba recibiendo con los pinchazos de sus lanzas.
Me daba pena ver a aquella joven sola luchando por su vida, estaba separada de sus compañeros, como si la hubieran dejado sola, apartada del grupo, no se porque razón pero me parecía una traición hacía un compañero.
Quería salir a ayudarla, pero mi instinto de supervivencia me decía que era una locura, que tenía que esperar acontecimientos si quería seguir viva. Hacer lo contrario era perder yo la mía, y eso lo tenía claro.
En uno de los momentos de la lucha, mientras ella se defendía de los otros dos desviando sus lanzas con los cuchillos, y clavándole las garras a uno de ellos en el vientre, de un salto que había dado hacía adelante, pero teniendo que retroceder rápidamente para no ser alcanzada por su compañero. Pero al retroceder, el otro joven gulano que estaba a su espalda, le clavo la lanza a la vez que ella retrocedía, haciendo que cayera a tierra clavada por detrás, dando un grito desgarrador que me partió el corazón.
Los dos jóvenes que estaban ilesos, en vista que ya estaba casi muerta o muerta, al ver que no se movía, pudiendo ver las muchas heridas que tenía y sobre todo por la última que le habían hecho por la espalda, decidieron seguir buscando otra victima, pues aquella no podía abandonar el campo de batalla, y más tarde la rematarían. Dejaron a su compañero allí, mal herido como estaba y que sabían que no iba a sobrevivir, dirigiéndose hacía el próximo fleper que estaba a unos veinte metros de ellos.
El cabecilla de los flepers, al ver como aquella hembra caía, con un grito dio la señal de abandonar la batalla, antes de que perdieran la vida más compañeros. La desventaja era cada vez más notoria para ellos.
Los dos jóvenes gulanos que quedaban en pie al lado de ella, en vista que huía el enemigo, decidieron salir detrás de ellos para darles alcance, y matar al mayor número, dejando a la fleper tirada en la tierra, junto a su compañero agonizante, que comenzaba a echar sangre por la boca.
Viendo lo que ocurría, inmediatamente baje del árbol en donde me había situado, yendo en ayuda de la fleper que estaba tumbada boca abajo. Tenía que tener cuidado, por si alguno de ellos miraba hacía atrás descubriendo lo que trataba de hacer, o el compañero de ellos que estaba tirado ahora boca abajo también, al lado de ella.
Llegue a donde estaba, encontrándola bañada en sangre por sus heridas sufridas, sobre todo por el lanzazo que tenía en su espalda, pero gracias que estaba inconsciente, cosa que prefería para su traslado, para que no tratara de atacarme, impidiendo que la ayudara.
Actué rápido cortandole el cuello al gulana que estaba a su lado, dándole muerte para que no sufriera, pues se estaba ahogando con su sangre, además de sufriendo. Como me habían enseñado, palpe el cuerpo de la fleper por si tenía alguna costilla rota, no notando nada que indicara eso. Entonces con gran esfuerzo la agarre por el tronco, subiendo los brazos y llevándomela a mi pecho. Menos mal que era joven y no pesaba como un adulto, sino no hubiese podido levantarla.
Apretándola bien contra mi cuerpo, comencé a agitar mis alas para coger fuerza en ellas y poder llevármela de aquel lugar, antes de que llegaran los jóvenes gulanos a rematarla, si la pobre en aquel momento seguía con vida.
Comencé a elevarme despacio, la potencia que le tenía que dar a mis alas y brazos para levantar aquel peso, era enorme, más de lo debido. Mientras iba examinando con mi mirada, el cuerpo de aquella hembra de fleper.
Dentro del cano de belleza de su especie, era muy hermosa y joven, lo más seguro todavía no había tenido su primera relación. Sus rasgos eran suaves en su cara, pero fuerte en el resto de su cuerpo. Sus garras estaban llenas de piel, sangre y algún que otro pequeño trozo de carne, se notaba que se había defendido muy bien, matando a aquellos que estaban a su alrededor. Tuvo que ser dura y rápida sus peleas, pues en ello se basaba su ventaja.
Seguro que antes de que yo la viera peleando contra aquellos tres jóvenes, que la derrotaron por mayoría, estuvo peleando contra aquellos otros, uno contra uno, de donde salía victoriosa. Tenía que ser una gran luchadora, pues sus compañeros al verla que callo, se retiraron rápido, y por eso también, se metieron tres contra ella para así poderla vencer.
Me gustaba su valentía, no huyo al ver con quienes se enfrentaba, al ser tres contra ella. Ellos siempre trataban de guardar su distancia, para que no les diera con sus garras, ni con los cuchillos, que era el peligro de ella, junto con su velocidad de ataque. Al tener lanzas y escudos, y al ser tres, lo tenían más fácil, pues al rodearla, trataban entre todos de clavarles sus lanzas por cualquier parte del cuerpo. Por eso se podía apreciar por todo su cuerpo, heridas de punta de lanza, la verdad que había luchado con honor y valentía, no como los otros tres, que para mi fueron unos cobardes aprovechándose de su número, aunque se llevo a uno de ellos por delante, eso la verdad tenía mucho merito.
Mi sonrisa se dejo ver, al ver lo noble y valiente que era aquella fleper. Tenía que lograr que sobreviviera, se lo merecía y se lo había ganado.
Con gran esfuerzo fui dejando una distancia entre el campo batalla y la zona de las cuevas, tenía que dejarla por algún lugar para ir a buscar una manta y enrollarla en ella, para que no pudieran dar con nosotros, pues por el camino iba dejando un reguero de sangre, cosa que les serviría a aquellos para descubrirnos y saber quien había ayudado a aquella fleper.
Busque un escondite entre unos arbustos, dejándola allí con cuidado, para dirigirme hacía mi cueva de curandera en busca de manta y hierbas, para tratar de hacerle las primeras curas. Todo lo hice con bastante rapidez, pues sabía que cada minuto que pasaba, iba en contra de su vida.
Llegue con la respiración muy agitada, de la velocidad que había cogido. Teniendo que descansar un pequeño momento, para poder cargar con ella. Coloqué la manta en la tierra al lado de ella, extendida para poderla abrigar con la misma, así no perdería calor, ni sangre por el camino que las guiara hacía nosotras.
La tome de nuevo en brazos enrollada en la manta, ahora pesaba un poco más, por el peso de la manta y el esfuerzo de la carrera, pero ya tendría tiempo para luego descansar. Me dirigí despacio por el peso que llevaba, hacía la cueva donde estaba Daniel y Negro. Era el mejor sitio para defenderme si los gulanas lograban encontrarme, aunque no creo que lo hicieran pues ahora no estaba dejando huellas ninguna, ni sangre para poder seguir. Mis compañeros me ayudarían si ellos se acercaban a nuestra cueva, era lo que más me gustaba, pues sabía la capacidad de Daniel para eliminarlos si hacía falta.
Estaba llegando ya, pero mis fuerzas ya no me respondían, tendría que buscar alguna forma para avisarles a ellos donde estaba. Tenía que hablar eso con Daniel, sobre todo si tuviéramos algún problema podernos socorrer unos a otros, pero en aquellos momentos no sabía como.
Tenía que dejar el cuerpo de ella en algún lugar oculto de los depredadores, para poder ir a avisarles y luego me ayuden a llevarla a la cueva, pues Daniel tiene más fuerza que yo para transportarla.
La tumbe en medio de unos zarzales, donde era difícil entrar directamente, pues estos hacían como un círculo, dejando despejado el centro. Desde el aire podía entrar y salir fácilmente, y era cuestión de poco tiempo.
Subí a velocidad hacía el cielo, girando en dirección a la cueva, tratando de volar lo más rápido posible, para estar el menor tiempo alejado de ella. Al poco tiempo vi nuestra cueva, pero por la hora que era lo más seguro no habría nadie en ella, pero por si acaso me dirigí hacía allí.
Entre como un huracán en ella, llamando a los dos, pero no teniendo respuesta alguna, no estaban allí. Pensé en la charca si se estarían bañando allí, pues había comenzado el calor y a ellos les gustaba ir a nadar, donde se ponían a jugar uno con el otro. Llegue bastante rápido, pero no estaban, unas lagrimas corrieron de mis ojos, mojando mi cara, tenía que intentarlo sola, traerla a la cueva y ponerme a curarla antes de que pierda más sangre.
Apenada por no haber encontrado a ninguno de mis dos compañeros, me dirigí de nuevo hacía el lugar donde la había dejado. Llegue triste, pues pensaba que los iba a encontrar, para que me ayudaran a mi tarea de salvarla.
Tan ensimismada estaba en mis pensamientos, que no oí los ladridos de Negro llamándome en la distancia, ellos me habían visto ir de un sitio a otro, pero por la lejanía no me podían llamar, así que se pusieron a correr en la dirección a donde iba. De vez en cuando Negro ladraba y Daniel chillaba para hacerse oír, pero mis pensamientos estaban en otro sitio, pensaba como podría curarla y hacer que viviera, pues me lo había prometido a mí misma, de que tenía que ayudarla aunque me fuera la vida en ello.
Cuando ya estaba llegando a donde estaba, parece que mi subconsciente me despertó de aquel trance, pudiendo escuchar en la lejanía los gritos y ladridos de ellos. Rápidamente gire la cabeza, mientras mi corazón saltaba de alegría, parecía que se iba a salir de mi pecho. Más lagrimas cayeron por mi cara, pero esta vez de alegría al encontrar a mis compañeros.
Como una flecha salí en dirección a ellos, mientras ellos corrían hacía mí, pues notaban un comportamiento extraño en mí, según me dijo luego Daniel.
Llegamos unos a otros, y me lance a los brazos de Daniel llorando como una tonta.
El me abrazo fuerte preguntándome que había pasado, mientras me besaba en la cara recogiendo mis lagrimas. Negro se puso en dos patas apoyado en mi pierna derecha, pasándome la lengua a la vez que gemía con pena, sabiendo que estaba triste o que algo me ocurría en aquel momento.
Le puse una mano en su cabeza acariciándolo y tranquilizándolo, quería mucho a aquellos dos compañeros, y sería terrible si perdiera a uno de ellos.
Cuando me relaje un poco, comencé a contarle a Daniel lo que había pasado, y lo que quería que hiciera, ayudándome a transportar a la fleper.
Nos fuimos ligero en esa dirección, yo volando y ellos a paso ligero, siguiendo hacía donde yo iba. Yo volaba más rápido que ellos, pero me interesaba ponerme manos a la obra sacándola de allí, para que la pudiera transportar Daniel.
La agarre con cuidado levantándola en peso, y sacándola de aquel circulo de zarzas. Todavía seguía desvanecida, quería que siguiera así, pues así le dolería menos sus heridas con los problemas del traslado. Pero por otra parte quería decir que estaba demasiado débil, y el tiempo era oro en aquellos momentos.
Primero llego Negro, el cual se paro y se quedo a cierta distancia con el rabo quieto y los pelos de punta, estaba asustado y no se acercaba, pero a su vez enseñaba los dientes en sentido amenazador hacía ella, pues sabía que aquel ser era más fuerte que el, y el olor que desprendía lo intimidaba un poco, pero al verme a mí a su lado, quería protegerme.
Pero al llegar Daniel y acercarse corriendo a mí, dejo de gruñir, acercándose despacio con el rabo entre las piernas pero con el hocico amenazador.
¡¡Tranquilo Negro!! le dice Daniel, agachándose delante de la fleper y mirándola con atención, pues nunca había visto un ser igual. Le llamaba la atención pues era extraña, pensando en las leyendas que había leído, ¿habrían salido de aquel mundo?
Llevala hasta la cueva por favor, le dije en un susurro a Daniel.
El la agarro y se la coloco parte de su cuerpo en el hombro, y parte en el pecho sujeta con sus brazos, respiró hondo y se puso a caminar en dirección a la cueva. Yo me adelante para ir preparando un fuego y poner unas hierbas para hacer una cataplasma e infusiones para que tomara. Prepare también unos paños limpios, para limpiarle las heridas con agua tibia, y poderla reconocer bien el alcance de los daños que tenía.
Cuando llegaron ellos y entro Negro corriendo y ladrando, me alegre pues ya tenía todo preparado para comenzar con ella. Daniel la dejo al lado del fuego, para que estuviera caliente, pues notaba el cuerpo frió y así me lo hizo saber.
La fui limpiando y examinándola, a la vez que le quitaba la sangre y la porquería que tenía en sus heridas, para que no se le fueran a infectar. Daniel me miraba lo que hacía con atención, a la vez que la miraba a ella, observando su forma tan extraña, esa mezcla de felina y humanoide. Me imaginaba sus pensamientos tratando de descubrir como había llegado aquel ser a formarse de ese modo.
Le estaba limpiando y curando la herida más grabe, la que tenía en la espalda, que por poco le alcanza el corazón. Pues la lanza se clavo al lado de este, no perforando ninguna arteria importante, ni órgano tampoco, gracias a que había dado en una costilla, parando la penetración de la misma.
Se había desmayado por la perdida de sangre, el dolor que le produjo al golpearle la costilla con la lanza, y el cansancio de la lucha. Pero después de observarla bien, no tenía ninguna herida demasiado grabe para morir, lo único era la perdida de sangre, pero con reposo y las hierbas de la vida como le llamábamos nosotras, creo que podría salvarse. Todo dependía de la voluntad de ella por vivir.
Le dio fiebre por la noche, y estuvimos turnándonos los dos para ponerles paños frescos y que se tomara la infusión para bajar la fiebre, de tomillo, manzanilla, limón y miel. Yo veía como Daniel la miraba, me sentía un poco celosa, pues veía la atención que el ponía en ella. Como le miraba los pequeños pechos, que estaban empezando a despertar para ser adulta. Cuando le acariciaba la frente y el pelo, le agarraba las garras y se las iba limpiando con cuidado. Todo aquello me gustaba pues le veía que era como yo, una persona que no le gustaba que los demás sufriera, pero por otra parte los celos me comían, por las atenciones que le hacía a ella.
CONTINUARA