Un muchacho de casa
Julia prefiere a los amantes maduros,¿Qué podría gustarle a mi esposa de Elías, un jovencito aspirante a Corneador?
Julia suele combatir el insomnio ingresando a esos chats de sexo que están atestados de hombres que dan rienda suelta a toda clase de fantasías. Regularmente sólo charla, a veces acepta invitaciones de Cam, y se dá dedo mirando cómo se masturban esos pervertidos; pero sin dar pie a contactos de otro tipo. Es solo para pasar el rato y calentarse, si es que alguno sabe hacerle un lindo relato de sexo y pasión.
Un hombre con quien había charlado un par de veces antes llamó su atención. Su nombre: Elías. Decía ser un hombre maduro y vergón, justo como Julia había especificado que le gustan los machos. Había colgado algunas fotos en el perfil del chat y demostraba contar con una herramienta realmente gruesa, como las que le gustan a mi mujer. Julia, entonces a punto de cumplir los 30, decidió charlar con él aparte y le dio su correo. Resultó no ser un hombre maduro sino un joven de 21 años, pero con una natural condición para ser un buen amante, además de la tosca verga de 19 cm que guarda entre sus piernas de futbolista, así que Julia decidió no eliminarlo y seguir jugando un poco más con él.
Moreno, delgado y atlético, de músculos definidos, así es este joven cogedor a quien Julia invitó a nuestro departamento, luego de haber platicado con él durante un par de semanas, casi todos los días. A través de la pantalla de la computadora, Elías le mostraba a Julia la capacidad que tenía para producir gran cantidad de leche y lo dura que lucía su verga cuando estaba realmente excitado. Con gran imaginación le describía innumerables imágenes de sexo duro en las que le decía cómo deseaba penetrarla y poseerla, mientras se masturbaba para ella. “Es muy perversito, pero también me dá ternurita. Es un muchacho de casa. Creo que me lo voy a coger” Me dijo Julia al terminar una de esas sesiones de ciber pasión.
Al llegar el viernes de la tercera semana de cachondeo, Julia me avisó que el muchacho vendría a casa al día siguiente, sábado por la noche. Me lo había guardado como una “sorpresa”. No lo fué tanto porque ya lo ha hecho antes, incluso he llegado a casa y está en plena acción, cogiendo sin haberme avisado. Aunque debo aclarar que eso sólo lo hace con algún amante que ya conocemos y sabemos que no hay problemas de ningún tipo. Y además, si no me avisa es porque generalmente, en esos casos, ni ella misma sabía que alguien la iba a llamar, mientras estoy en el trabajo, y que su vagina contestaría por ella, aceptando la invitación a coger. “Aunque sea de rapidito!”, como suelen decirle
La acompañé a comprar una tanga para estrenarla con Elías. Una tanga negra con detalles de encaje rojo, que se perdía entre sus redondos cachetes y resaltaba la belleza y suavidad de su piel blanca. También se compró, con mi dinero, una minifalda blanca, que volaba al viento y mientras se la estaba probando, me preguntaba en voz alta “Crees que le guste ésta?” Le gusta hacer eso: hablar de sus cogidas en público, en doble sentido, sin que la gente sepa a ciencia cierta de qué habla. Me imaginaba cómo ese cabrón metería sus manos debajo de esa falda para acariciarla toda. Para la parte de arriba eligió una blusa gris vaporosa, que dejaba apreciar sus pequeña y redondas tetas. Sus pezones estaban erectos mientras se la probaba, seguramente por pensar en el uso que tendría ese atuendo y salió al pasillo para preguntarme si le parecía linda. Un par de hombres que acompañaban a sus mujeres la miraron con lujuria y también hubiesen dado su opinión, de no ser por las miradas de ellas.
Llegado el día, limpié la casa y cambié las sábanas de la recamara por si Julia quería llevarlo de la sala a la cama. Compré algunas bebidas. Miré en el “cajón de las aventuras”: condones, cremas, lubricantes… aunque Julia me había advertido que deseaba hacerlo a pelo con este jovencito “de casa”. Después asistí a mi mujer para que se arreglara para recibir a su amante de estreno. Me gusta ayudarla a estar linda para cada encuentro.
Al marcar el reloj las 11:00 p.m. sonó el celular de Julia. Era Elías avisando que estaba en la esquina de enfrente. Mi mujer le dijo que yo bajaría a recibirlo y que ella lo esperaba ansiosa.
Bajé y me encontré en la puerta con un joven - bastante joven- que me saludó con energía y decisión con una amplia sonrisa. Lo hice pasar y me di cuenta de que comprendía bien su papel como tercero, por la firmeza con la que me hablaba y por la discreción en su plática. En el pasillo del edificio y hasta subir con el ascensor no mencionó a Julia en ningún momento. Cuando entramos al departamento Julia estaba sentada, con las piernas cruzadas, en el sillón de la sala: minifalda blanca, zapatos de tacón con correas, blusa gris casi transparente, la que dejaba ver sus pezones erectos. Maquillada y el pelo suelto hasta los hombros –me dejó decidir lo del pelo-. Toda ella era un monumento a la sensualidad.
Julia se levantó para saludar a su joven amante con una sonrisa y un “Hola!”. Ofreció su mejilla; pero él aprovechó para plantarle el primer beso de la noche en la boca. Largo y húmedo, mientras levantaba la falda para masajear suavemente las nalgas de mi mujer. El cuadro era, como siempre, mejor de lo que yo había imaginado mientras se la compraba. Cuando por fin separaron sus labios, sin dejar de mover las manos desde su nuca hasta sus nalgas, la miró a los ojos y le dijo:
-Mucho gusto Julia, soy Elías.
-Mucho gusto Elías soy… - Julia sonrió y no terminó lo que iba a decir.
-¿Mi putita? -Le dijo él en el oído, haciendo alusión a los juegos del ciber sexo.
-Ya veremos.
Yo estaba en la cocina sirviendo un vaso de gaseosa para cada uno, pues no tomamos nada de alcohol. Y cuando regresé los dos estaban besándose y manoseándose, Julia le había desabrochado el pantalón y tenía ya en su mano la verga del muchacho que a su vez había abierto la blusa de julia y besaba y chupaba las tetas de mi mujer, sin dejar de acariciarla.
-Parece que lo que había que hablar ya lo hablaron por el chat. Estos dos ya quieren coger –pensé mientras dejaba solo una par de luces encendidas para crear un ambiente en penumbras, mas acogedor.
Ignorando por completo mi presencia, Julia se puso de rodillas en un almohadón que tiró al piso y, antes de comenzar con la felación, tomó el grueso tronco con sus dos manos, oliéndolo y frotándolo en su linda carita. Aspiraba el olor de esa verga joven y cerraba los ojos como para disfrutarlo aún más. La babita acumulada en la punta la untó en sus mejillas y en sus labios. Por fin abrió lo más que pudo su boca y tragó una buena parte de ese grueso pene, succionando y lamiendo desde los huevos hasta la punta, escupía en la cabeza y lo masturbaba con boca y manos. Mientras tanto Elías se quitaba toda la ropa hasta que quedó completamente desnudo. Julia, ya de pie, se retorcía de placer y ansiedad. Completamente excitada, soltaba un gemidito cada vez que los dedos hábiles del macho penetraban más profundo en su sexo y en su ano.
Julia quedó aún vestida con esa minifalda que ahora estaba mucho más arriba y dejaba asomar el nacimiento de sus turgentes nalgas. Ya sin la tanga, con la blusa abierta y las tetas al aire, se anunciaba lista para comprobar, envalentonada por la excitación, la resistencia sexual de ese joven semental y la suya propia.
Ella se sentó en el sillón y levantó sus piernas, ofreciendo su sexo, perfectamente depilado y Elías aceptó la invitación y sumergió su cara en ese mar de pasión que ya desbordaba, escurriendo miel por las piernas torneadas de mi esposa. Los gemidos me indicaron que el muchacho, aunque joven, era un buen mamador, pues mi mujer no soltaba su cabeza tratando de que se extendiera ese placer lo más posible. Hasta que le dió el primer orgasmo de la noche. Justo en la boca.
Al levantar más la cadera de Julia, el delicado anillito color rosa quedó expuesto y él lo chupo con lujuria. La lengua de ese macho se movía con rapidez desde el ojete hasta los labios vaginales, entrando en uno y otro punto, jugando con los dedos: entrando, saliendo. Lengua, dedos…
En ese momento, yo, el invisible, me senté en el sillón de enfrente, verga en mano, masturbándome mientras disfrutaba morbosamente de la hermosa vista: mi esposa, mi linda y adorada mujercita hecha toda una puta, entregándose a un jovencito vergudo, maravillado ante semejante hembrón. El no dejaba de admirar el tremendo culo que se le entregaba, todo para él solo.
Julia se puso en cuatro en el sillón, el culo bien paradito. Asomado debajo de la falda, el sexo inflamado de mi esposa palpitaba implorando una buena y ruda penetración que la hiciese llegar a ese lugar feliz en el que no siente remordimiento alguno por sentirse libre, caliente… puta.
-Cógeme ya por favor! Méteme la verga mi amorcito!
El joven cogedor se escupió la cabezota y sin hacerla esperar más se la dejó ir de un empujón. El grueso calibre de esa arma se abrió paso hasta el fondo de la vagina de mi esposa, encontrando poca resistencia debido a la cantidad de fluidos que lubricaban esa funda húmeda y caliente. También ayudó, sin duda, el tratamiento previo que recibió con lengua y dedos. Un largo gemido de mi esposa llenó la sala y comenzaron las nalgadas y las malas palabras.
-Puta de mierda que culo tan hermoso tienes! Te voy a rellenar de leche putita, como te gusta!
-A ver si no soy mucha hembra para ti cabroncito. –Desafiaba mi linda esposa- Cógeme más duro! Cógeme! aargghh!!
Estuvieron así un rato y luego Elías se sentó en el sillón y Julia lo montó y cabalgo con esa verga metida hasta el fondo como desquiciada. Gemía y pedía más placer. En esa posición liberó otro orgasmo y vendrían muchos más.
–Me vengo, me vengo! Ay cabrón, la tienes muy gruesa! Toma un poco de lechita en tu verga, toma….
-Ah, quítate! Me voy a venir adentro! No puedo… ah!
-Dámela papito. Lléname de leche. Sí bebé… ay, la siento. Está… caliente!
Luego Julia desmontó al muchacho, que parecía un toro en brama y se recostó boca arriba en el sofá, tratando de reponerse de la cabalgata. Agitada, aun con las contracciones del orgasmo en su vientre, el macho se metió entre sus piernas y le metió la verga nuevamente. Esta vez él llevaba el ritmo y arremetió con fuerza la rajita hinchada de mi linda esposa. Mientras la cogía, le chupaba la boca. Metía la mano por debajo y le clavaba un dedo en el culo. Julia gemía agitada y pedía más y más duro. Elías la puso de ladito y luego boca abajo. Sin descansar! Apenas la acomodaba la seguía bombeando! La penetraba con rudeza y luego disminuía el ritmo, pues tenía lista otra descarga de leche.
-Ya me duelen los huevos. Tengo la leche en la punta!
-Dámela donde quieras papito. ¿Dónde me la vas a dar?
-Quiero llenarte de leche, putita! Quiero que mi leche te escurra por todo tu cuerpo…
-Acá mi amor, en mi cara, en mis tetitas… Lléname de leche! Cógeme más duro, mas, mas… más!!!
-Ah, ah! Toma! Me estoy viniendo, toma mi leche… ah!
Elías soltó tanta leche que cuando la verga salió de la vagina, cubrió de semen buena parte de las tetas y la cara de mi esposa. Ella la untaba en su piel como si de una fina crema humectante se tratara.
Julia quedó en el sillón recuperándose un poco del ritmo tan furioso que había tomado este encuentro, justo como lo esperaba y como lo deseaba. Por eso había aceptado coger con este muchacho. Por su juventud, su fuerza y por esos lechazos que le había dedicado. Leche limpia que gustosa recibía en su interior y que deseaba saborear en su boca también. Pero no podía más. Llevaban casi dos horas a ese ritmo y el muchacho parecía de pronta recuperación. Para ser el primer encuentro a mi esposa le pareció suficiente.
-¿Me puedo bañar? –Preguntó el joven, con total soltura, como si no hubiese estado cogiendo a mi mujer prácticamente sin parar por más de una hora.
Le dije que sí y le di toallas limpias y regresé con Julia que seguía recostada con las piernas abiertas. La leche de ese joven semental mezclada con los fluidos orgásmicos de mi esposa resbalaba por las comisuras de su sexo, inflamado y rojo por el maltrato recibido en cada embestida. Me puse de rodillas frente al delicioso manjar. Abrí un poco más los labios, con cuidado, pues sabía que ahí, apenas en la entrada, estaba la mayor cantidad de crema batida. Pegué mi boca e introduje ansioso mi lengua, succionando esa delicadeza. Obtuve mi premio por esperar tanto tiempo. Me encantó el sabor de esa leche joven, unida a la de mi mujer, cremosa… deliciosa. Lamí y succioné todo. Todo. Dejé limpia esa vagina y mi mujer suspiraba, con lo ojos cerrados. Disfrutando.
-¿Vas al baño con él?
-No, ya no puedo. Me duele todo. Pero quiero que venga otra vez. Y ahí veremos que más hacemos.
El joven cogedor salió del baño. Fue a la mesa y se sirvió gaseosa. Se metió hasta la cocina para buscar hielo. Era casi tierno mirarlo caminando como si nada por mi casa, completamente desnudo, con la verga bambaleándose coronada con escaso pelo púbico. “¿No es lindo? Me gusta…” dijo Julia, mirándolo complacida.
-Bueno, me tengo que ir. Julia, ¿me das una mamada de despedida? –pidió el muchacho, como quien pide un caramelo más en una piñata.
-Ven mi amor. ¿Tienes un poco de leche para mí? –Dijo mi esposa abriendo la boca, paseando la punta de la lengua por sus labios.
Julia estaba sentada en el sofá y dirigiendo las manos del muchacho le enseñó cómo debía tomarla del cabello para cogerla por la boca. Pronto mi esposa estaba atragantándose con la verga del muchacho que, un poco torpe, le quería meter toda la verga hasta la garganta, haciéndola toser y hacer arcadas con los ojos llorosos. Hasta que la expresión del rostro y la manera en que temblaba el cuerpo del jovencito me indicaron que le estaba llenando la boca de semen a mi esposa, quien no dejó de mamarle la verga, pero si disminuyó la intensidad de las mamadas para dejarlo soltar toda la leche. Julia abrió la boca para enseñarme como la tenia inundada de semen y luego se lo tragó todo.
Hecho esto Elías se vistió y lo acompañé hasta que tomó un taxi, que yo pagué. Era tarde y él no conocía el rumbo. No estaba acostumbrado a andar en la calle a esa hora, según me dijo. Un muchacho de casa pues.