Un momento (I)

Sólo un momento puede concentrar mil estallidos internos...

Una sonrisa en estampida, tú no te das cuenta pero cierras los ojos, aunque sea un instante lejano. Milésima robada que aprovecho para torcer mi sonrisa, sin estallar, contenida ante la maravilla que se despliega para mí.

Me quedo quieto, mientras abres de nuevo los ojos, oscuros y nítidos, culpable yo de nada. Ahora es tu cuello, orgulloso, el que se ladea con la lentitud de un viejo roble cansado de su vida vertical. Casi noto como mis pupilas se dilatan inconscientes para captar esa inclinación, ese desnudar lo que nunca estuvo vestido, esa fiesta gratuita para mis labios. Me quedo quieto, mi lengua presiona mi paladar y mis mejillas se hunden un centímetro. Lo habrás notado?

Mis dedos también reaccionan. Sólo un leve movimiento. Tu cabello se inclina perezoso y ángulos de placer surgen de tu rostro. Mi mano se muere por recorrer tu mejilla, suave, hasta adivinar la raíz de ese cabello negro detrás de tu oreja. Cuando tus ojos se levantan, poco a poco, imantan el cabello de tu frente y tu pestaña lo aparta, en abanico.

En un instante tus ojos parecen relajarse, para luego sonreír por sí solos. Ahora me siento observado. Tus pómulos siguen jugando a abrir gestos que sólo tú entiendes. De repente tu rostro se relaja, como si se abandonase, y tu mirada se concentra, estudiando las posibles reacciones de una presa inmóvil. Una etérea sugestión de una de tus comisuras me indica que has escogido a tu víctima. Y yo estoy delante de ti, Y tiemblo de deseo.

Te muerdes el labio inferior, sin abandonar esa posición depredadora. Te das cuenta y la lengua sustituye a los dientes, levemente. De repente yergues el cuello, tus pechos se hinchan en una respiración súbita, que te obliga a separar los labios. Por fin, tus brazos se mueven. Primero, uno de ellos aparta la cortina sublime de tu cabello detrás de una oreja hasta ahora tímida. Tu mandíbula está tensionada, un rugido apenas audible, profundo y breve, surge del fondo de tus cuerdas vocales.

Después, tu otra mano abraza tu cuello, distraído, sin que yo pueda adivinar qué hay de presión y qué hay que caricia en ese gesto. Como sin querer, tus manos caen hasta tu cintura, escogiendo cada curva que recorren en una dirección que parece ser única, definitiva. Una de ellas, reptando, explora tu estómago.

Entonces me doy cuenta de tu desnudez. De la mía. En el preciso instante en que bajo la vista, un relámpago cruza mi cuerpo, me desgarra del suelo, me corta el aire. Es tu voz. Una sola palabra,

Ven.