Un momento de locura
Un bar. Una noche cualquiera. Un golpe de suerte.
Mire mi reloj por tercera vez consecutiva: ¿Cómo podían retrasarse tanto?
Solté un bufido de exasperación. Solo ellos eran capaces de llegar hora y media después de lo previsto… Puse los ojos en blanco y repasé una vez más, aunque sin esperanzas, las caras de todo el aforo del local. Un agradable y pequeño lugar, lleno de mesitas protegidas por la intimidad de la penumbra, con un escenario discreto al fondo, desde donde una banda de Jazz improvisaba música sensual y cálida.
Fue entonces cuando me encontré con su mirada, clavada en mí desde el otro lado de la barra de madera de ébano, casi invisible entre tanto vaso a medio terminar.
Tenía los ojos color chocolate más bonitos que había visto nunca. Su pelo oscuro caía en graciosas ondas por encima de sus hombros descubiertos, que me guiaron en contra de mi voluntad de caballero hasta el borde de su magnífico escote, donde su piel tersa y blanca invitaba provocativamente a la boca de cualquiera que tuviese el valor suficiente… ¿Pero que diablos estaba pensando? ¿Cuándo había reaccionado yo así con una ojeada tan simple?
Cerré rápidamente los ojos y volví a abrirlos de nuevo, pestañeando como si algo se me hubiese metido dentro para tener una excusa para apartar la vista. Respiré hondo. Miré de nuevo mi reloj para hacer tiempo… la una menos cuarto. Ya iba casi una hora de retraso. Y yo en aquella situación. Iba a asegurarme de darles su merecido en cuanto se dignaran a aparecer.
- ¿Te pongo algo? – preguntó de pronto una voz femenina, haciéndome pegar un respingo.
Me giré hacia la barra y alcé la cabeza, dispuesto a decirle a la camarera que mi intención era esperar a mis amigos… Pero mis ojos quedaron atascados en aquellos labios, perfilados y pintados con gloss transparente. Tan simples. Tan sexys. Intenté tomar aire, desconcertado ante mi reacción, y lo que recibí fue su perfume inundando mis pulmones. Casi se podía saborear, a pesar de la distancia que marcaba la barra. Por fin, me reencontré con sus ojos. Era una mujer preciosa.
- ¿Se te han comido la lengua? – dijo ella divertida.
El simple comentario puso a toda máquina mi imaginación. Su boca en mi boca, saboreando mi lengua, acariciándola… Comiéndosela. La imagen me hizo resoplar.
Caí en la cuenta de que ni siquiera le había dicho si quería beber algo cuando ella tomó aire para decir algo más:
- En fin. Si quieres algo, avísame. – y se dio la vuelta para seguir trabajando.
Ni siquiera pensé mis palabras.
- ¿Aunque no tenga nada que ver con la bebida?
Ella se giró de nuevo hacia mi, sorprendida.
Por un momento temí que mi repentino impulso le hubiese molestado. Pero no parecía ofendida para nada. Más bien todo lo contrario.
- En ese caso, vería lo que se puede hacer al respecto… - y, dándome un descarado repaso, caminó lentamente hasta el otro extremo de la barra, donde se habían acumulado los clientes.
Me reí. Había tenido suerte.
No pude evitar contemplarla de lejos. Me fijé en sus piernas torneadas y sus muslos llenos, apenas ocultos por una minifalda negra de volantes. Tuve que tragar saliva cuando la vi agacharse para coger algo de la nevera. Al incorporarse, juraría haberla visto sonreír con malicia. ¿Me estaba provocando a propósito? Mis ojos recorrieron furtivamente su espalda, casi desnuda, con una cinta como único seguro para mantener el corpiño ceñido a su pecho. Era tremendamente atractiva.
Yo estaba sentado en uno de los extremos de la barra, justo en el lado por donde las camareras tenían que salir. Y la puerta del almacén donde guardaban las botellas estaba justo a mi derecha. Pero no me percaté de todo esto hasta que vi que se dirigía de nuevo hacia mí. Al llegar, apoyó los antebrazos en el borde de la madera, inclinando su cuerpo peligrosamente hacia el mío: flirteando.
¿Has pensado ya lo que quieres ? – pregunto significativamente, alzando una ceja con coquetería.
Estoy en pleno debate.
Hum… - Sonrió entonces, saliendo de la barra.
Fui consciente durante unos segundos de que había sitio de sobra para que pudiera pasar sin apenas tocarme. Pero todo eso perdió su importancia cuando noté la dureza de sus nalgas contra mi vientre, rozándome premeditadamente la entrepierna al pasar, y haciendo que me percatara por primera vez de mi propia erección. Para ella, darse cuenta de ese detalle no sirvió más que para hacerla aumentar disimuladamente la presión del roce. Y todo en apenas unos segundos.
- Cuando te decidas, házmelo saber. – me susurró justo antes de separarse de mi para entrar en el almacén.
Tardé dos segundos en meditar si valía la pena correr el riesgo de que me pillaran haciendo lo que no debería hacer con aquella camarera en un almacén; Dos. Y, tras pensarlo, solo tuve que echar una rápida ojeada al local para ser consciente de que ni la gente del pub, ni el personal, ni nadie iba a darse cuenta de mi ausencia… Abrí rápidamente la puerta y entre.
Sobresaltada, ella me contempló durante un instante, evaluando mi respiración descontrolada por completo, y aprovechando para ver mi aspecto a la luz: al parecer, le gustó.
No pude esperar más y crucé en dos zancadas los escasos tres metros que nos separaban. Ella me acogió entre sus brazos con los labios semiabiertos, esperando impaciente el calor de mi boca húmeda por el deseo. Y no alargué la espera: la cubrí con mis labios, buscando casi inmediatamente el roce de su lengua mientras sentía el retumbar de los latidos de su corazón acelerado contra mi pecho. Mis brazos rodearon su cintura hasta que uno de ellos, casi actuando con voluntad propia, descendió por la piel de su espalda hasta el límite de su minifalda, buscando la suavidad y la firmeza de esas nalgas que habían conseguido eliminar mi sensatez de la ecuación, hacía tan solo treinta segundos. Abarqué con mi mano todo lo que fui capaz, y lo apreté con fuerza, pegando su cuerpo al mío casi con furia. Su gemido no me ayudó. Bajé mi boca hasta su cuello, aspirando todo su perfume; saboreándolo por fin. Sentí sus dedos hundidos en mi pelo, luchando por contener su cuerpo. Coloqué la mano libre en su otra nalga y la levanté en vilo, casi aplastándola contra la pared, aunque sin quejido alguno por su parte. La noté ardiendo sobre mi erección, rozándose casi desesperadamente contra ella mientras yo la mordía con violencia, apenas consciente en mi febrilidad. Sentí de pronto su tensión y noté el orgasmo que la recorrió entonces, y ni siquiera la había tocado.
Busqué su mirada mientras la dejaba resbalar entre mis manos hasta tocar el suelo de nuevo, y descubrí sus mejillas coloradas; sus pupilas dilatadas por la pasión del momento. Nos quedamos inmóviles un instante, y entonces ella volvió a besarme, pero esta vez sus manos volaron bajo mi camiseta, recorriendo mi pecho. Ardía al contacto con mi piel. Prácticamente me arrancó lo que le estorbaba para besar mi torso al tiempo que una de sus manos deslizaba la cremallera de mis vaqueros para liberar mi ahora totalmente desbordada erección. La sentí gemir en mis oídos y quise empujarla sobre la mesa del escritorio de la esquina, pero no me lo permitió. En vez de eso, se arrodilló ante mí y me metió casi por completo dentro de su boca. Oí el cristal de la botella que acababa de romper por querer agarrarme a la estantería con demasiada brusquedad, pero no me importó. Todas mis fuerzas se concentraban ahora en mantenerme de pie y no gritar. Sentí su lengua, jugueteando sobre mi glande entre un vaivén de succiones dignas de enloquecer al hombre más pintado. Me pegué contra la pared, casi con deseos de atravesarla, pues no me sentía con fuerzas suficientes para soportar una boca así, teniendo tal excitación. Ella ignoró mis gemidos de súplica. Siguió disfrutando de mi miembro, totalmente concentrada en el, como si yo no existiera. Eso hizo que mi libido subiera demasiado rápidamente hasta niveles críticos. No quería terminar así. No quería descansos. La quería ahora .
Me separé casi de golpe y la levante de nuevo, empujándola sin posibilidad de discusión hacia la mesa sobre la que tanto deseaba tenerla. La senté sobre el borde y la tumbé de espaldas, subiendo su falda hasta la cintura, dejando al descubierto un hermoso tanga color cereza, con diminutas cadenas sujetando ambas partes… Soberanamente fáciles de romper. Ella supo qué me proponía cuando ya era demasiado tarde, y de un tirón seco arranqué aquella prenda tan fina que me separaba de lo que yo realmente deseaba disfrutar; abierto para mi; húmedo; totalmente depilado, a excepción de un suave pompón en lo alto de su monte de Venus. Delicioso. Y su sabor era acentuadamente salado. Sabroso… Muy agradable.
Sus gemidos me indicaron las cosas que mas le gustaban. Lo quería rápido. No, lento. Ahora con suavidad… Ahora más fuerte. Sus muslos tensos en mis mejillas, y sus uñas clavadas sobre la mesa. Y mi lengua, acariciando su centro de placer, alargándolo hasta la locura… Sonriendo ante su desesperación.
- … Por favor… Hazlo ya… ¡Oh, Dios mío! Oh… Hazlo…
Sus jadeos eran una fabulosa música de fondo. Me excitaban y me motivaban al mismo tiempo. Pero mi erección comenzaba a ser dolorosa, de puro deseo. Necesitaba meterme dentro de ella. Lo necesitaba con urgencia.
Aceleré mi ritmo, cambiándolo cada poco tiempo del lento al rápido una y otra vez. No fueron necesarias más que dos rondas: en seguida sentí de nuevo su orgasmo pero, aquella vez, pude saborearlo de lleno. Oí su grito, pero estaba demasiado lejos para cubrir su boca con mi mano. El riesgo me excitó aún más.
En un gesto repentino, ella se incorporó atrayéndome hacia a ella con tal fuerza que perdí el equilibrio, y acabé justo donde ella quería: bajo sus piernas. Sentada a horcajadas sobre mí, no necesitó más que un leve movimiento para introducirme en su interior… Ardiente. Ajustado. Y en ese primer embiste tuve que poner toda mi fuerza de voluntad para no liberar mi eyaculación antes de tiempo. Me entretuve sacando sus senos de la protección del corpiño mientras ella, ajena a mis problemas de autocontrol, gozaba cada sacudida, cada movimiento, llegando hasta casi el glande antes de volver a hacerme entrar de nuevo, inundando mi garganta de gritos sordos y jadeos. No podía estar así por mucho más tiempo. Y no llevaba puesto ningún tipo de protección. No importaba cuánto deseara alargar el momento: debía salir ya.
Pero la fuerza de sus caderas me mantuvo dentro, aun cuando intente advertirla del peligro entre jadeos. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, y gemía conmigo en cada embiste, lento y enloquecedor, o rápido y violento.
Note el flujo de esperma presionando para eyacular, por más que intentaba evitarlo. Y el movimiento de su cuerpo contra el mío no ayudaba nada. Le grité que se apartara, pero no quiso hacerlo: cubrió mi boca con la suya, y yo me resigné, liberando la presión que había estado ejerciendo todo ese tiempo en forma de un potente y largo orgasmo, al que ella se unió segundos después.
Agotados, sedientos y cubiertos de sudor, yacimos unos minutos inmóviles sobre aquel escritorio tremendamente robusto, intentando ambos controlar que la respiración y el pulso volvieran a sus ritmos normales. En ello estaba yo, cuando se me ocurrió una pregunta ciertamente irónica en un momento como aquel.
- Por cierto… - tome otro poco de aire antes de poder seguir – No te lo he preguntado antes: ¿Cómo te llamas?...