Un momento (3)
Empordà narra en el Ejercicio ese estar juntos en el lecho en que no se sabe bien donde termina el sueño y donde comienza la caricia.
Letargia. Rozando el abandono. Apenas luz, casi no hay color, temperatura neutra. Duermes ya hace rato, en posición fetal, desnuda, con una pierna estirada, las manos bajo tu mejilla. De espaldas a mí, la volátil sábana carece de peso. Insconsciente, alejándome de nada, me acerco a tí, huelo tu cabello. Mis ojos son ahora las yemas de mis dedos, que abandonan rebeldes mi áspero muslo y alcanzan envalentonadas tu sedoso perfil. Sensibilizadas por necesidad, recorren el valle de tu cintura y ascienden la loma de tu cadera, saboreando cada milímetro del camino, como queriendo absorber el paisaje a cada paso. Aspiración profunda al coronar. Mis dedos se despeñan sin remedio glúteo abajo y descubren al fin un pliegue, promesa de un cálido refugio. La palma de mi mano, celosa, aprisiona instintivamente la superfície entera y uno de mis dedos bordea las sutiles arrugas de la cueva. Breve y sordo suspiro.
Los dedos ascienden, la palma los sigue. Superada la cadera, abordan una tenue y lisa pared vertical, casi imposible. Suavidad lenta y perfecta camino del abismo. Dos afortunados dedos llegan a refugiarse en la breve línea de pelo que adorna tu desnudez. El tiempo, perezoso, se concentra en el tacto. Carícias tras las cuales podría trazar un mapa de cada detalle. Mi nariz se hunde en tu cabello. Tierra fresca y hierba recién cortada invaden mi cerebro.
Giras lentamente la cabeza, como investigando a ciegas. Respiras profundamente. Mis labios te dan la respuesta pacificadora apresando por un instante uno de los pliegues de tu oreja. Murmuras sin sentido, saboreando el vacío de conciencia, y uno de tus brazos se despliega hacia atrás para alcanzar mi cadera. Una inconsistente presión con tus cálidos dedos me invitan a arrastrar mi cuerpo en busca del tuyo, y vuelves a rendir tu cabeza a la almohada.
El ensamblaje es un proceso limpio, armónico, aparentemente estudiado, natural. Mi otro brazo se desliza bajo tu cuello para descansar sobre tus limpios senos. Momentánea e inmediata piel de gallina florece en tus curvas. Tu otra mano busca la mía como agradeciendo la espúrea protección. Los pies no buscan entrecruzarse sino adormecerse con un simple contacto. Mi mejilla acaricia tu melena, que le promete a su vez una caricia inmóvil.
El tiempo vuelve a escapar de la escena sintiéndose indeseado. Dulce abandono.