Un Mes de Vacaciones (01)

Un joven de vacaciones con sus amigos conoce a un muchacho hermoso que llama su atención. Entre medio de sexo y mentiras, nace una historia de amor con enredos que traerán consecuencias.

Día 3:

  • Cuando hicimos las reservaciones en este sitio, jamás mencionaron que llovería todo el tiempo. - comentó, algo escéptica, Samantha, mirando el informe del clima en la televisión. - No puedo creer que sea nuestro primer día en un sitio donde venimos a buscar sexo, locura y desenfreno y la maldita lluvia no nos deje hacer nada.

  • Y quejándote no vas a ayudar mucho a la situación. - comenté, lanzándole una sonrisa.

Samantha se quedó mirándome, pero no dijo nada, sólo puso una cara de amargada y se cruzó de brazos mientras siguió mirando el informe del clima.

Hace más de dos meses que con mis dos mejores amigos y mi novia, veníamos planeando este viaje. Irnos a un sitio repleto de playas y lugares donde nadie nos conozca y podríamos hacer lo que queramos. Samantha era una mujer morena, de cabellos negros y brillantes, largos hasta la cintura. Tenía un cuerpo descomunal, y sería perfecta sino fuera por su sentido del humor y su facilidad de enojarse por nada. Entre nosotros ya nos habíamos acostumbrado a no prestarles atención y simplemente la dejábamos hablar y quejarse sola. Franco, mi otro amigo, era su pareja. No tenía un cuerpo atlético pero siempre iba al gimnasio a intentar tenerlo. Siempre sabía la forma perfecta de lograr que Samantha se quedara sin chistar, aunque últimamente se lo mostraba distante y perdido en su mundo. Y por último estaba ella, Elena, la mujer perfecta. Era mi novia desde hace tres meses y en ese tiempo bastó para que su personalidad me enamore. A veces sospechaba que ella me ocultaba algo, algo que no me podía decir. Pero no me preocupaba a pedirle que me cuente, porque yo también tenía secretos. Secretos que no se podían decir. Una doble personalidad escondida. Un gusto al cuerpo masculino que iba a experimentar, con mucha suerte y discreción, en aquél viaje en cualquier oportunidad que se me presentara. Aunque este era un secreto compartido por una de las personas que se encontraban en esa habitación, aquél día. Franco era mi amante a escondidas. La persona con quien me dejó experimentar toda fantasía se me cruce por la cabeza. Ambos sabíamos que, para ocultar las apariencias, nos teníamos que poner de novios con chicas, pero también cuando estas no estaban, pasábamos ratos agradables entre los dos. Entregándonos a besos y caricias como un placer oculto. Pero a Franco yo no lo amaba. Me había impedido amar a algún hombre alguna vez. Y creí que estaba haciendo bien mi trabajo, hasta aquél viaje, donde todo mi destino cambiaría.

  • Saldré a buscar algo para tomar. - dije, viendo que la tensión en aquél cuarto, donde nos encontrábamos todos, no se rompía. - ¿Alguien quiere algo en particular o sólo traigo cerveza?

  • ¿Piensas tomar cerveza a las tres de la tarde? - me preguntó Elena, incrédula. - Vas a llegar a la noche bien borracho, Tomás.

  • Es sólo para matar el tiempo. - me excusé. - Si vinimos tan lejos y sin nuestros padres, no va a ser para tomar agua.

Sonriendo, salí de la habitación y comencé a caminar por el pasillo. El hotel no era un cinco estrellas, pero era bastante cómodo y acogedor. El piso estaba alfombrado de azul y las paredes decoradas con un color dorado. Nuestro par de habitaciones se encontraban en el tercer piso, por lo que para llegar al lugar donde se encontraban las bebidas, debía bajar hasta la planta baja.

Me detuve a llamar al ascensor, preguntándome si podríamos disfrutar de las playas en aquel mes de vacaciones. El informe del clima amenazó que llovería sin parar durante estos días, y yo simplemente me conformaba conque no llegara un huracán a aquél sitio.

El ascensor se detuvo y la puerta se abrió. A causa de una distracción, no vi a la persona que salía de su interior y me la choqué sin querer, provocando un desequilibrio en nuestras piernas, provocando la caída de un joven sobre mí y que ambos quedáramos en el piso.

La escena hubiera sido absolutamente graciosa si otra persona la hubiera visto, pero en aquél pasillo no había nadie.

De pronto, me quedé helado al mirar al joven que tenía sobre mi cuerpo. Tenía una cara perfecta con unos ojos azules espectaculares. Se lo notaba mojado, por lo que deduje que acaba de venir desde el exterior. Al mirarme a los ojos, se quedó con la boca abierta él también. Fueron unos dos segundos que me parecieron eternos y no quería que nunca se terminaran.

  • Discúlpame. - me dijo el chico, reaccionando. - Venía distraído.

  • Igual yo. - dije, sonriendo.

Se levantó y extendió su mano para ayudar a levantarme. Allí pude notar que traía una musculosa azul, donde se podrían ver su perfecto cuerpo entrenado. Jugador de rugby, tal vez. Vi que traía una bolsa con un par de películas en su interior que quedaron tiradas en el suelo, y que levanté antes de que él tuviera tiempo de hacerlo. Se las entregué con una sonrisa.

  • Parece que la lluvia te arruinó el día a ti también. - dije, intentando establecer una conversación, por más estúpida que sea.

La puerta del ascensor se cerró en ese instante, pero no me importó.

  • Sí, pero de todos modos estoy cansado de salir. - contestó.
  • Hoy iba a quedarme en mi cuarto mirando películas.

Era el momento de jugar al investigador.

  • ¿A qué se debe? - pregunté. - ¿Hace mucho tiempo que estás aquí?

  • Decidí pasar unos tres meses aquí. - respondió. - Mis tíos son los dueños del hotel, por lo que no tengo que pagar habitación, y aparte quería estar en un sitio apartado del mundo. Este parece un buen lugar.

  • Es sorprendente. - dije. - Yo también estoy haciendo lo mismo.

  • ¿Tú también viniste solo? - preguntó. - Porque si no sales esta noche puedes venir a ver películas a mi cuarto, si quieres.

  • Sí, vine a este viaje solo. - respondí, sin siquiera pensarlo. - Y me encantan las películas. ¿En qué habitación estás?

  • En la 25. - respondió. - Es pequeña, así que espero que no te incomode verlas en una cama.

  • En lo absoluto. - respondí, (la conversación cada vez me agradaba más). - ¿A qué hora?

  • ¿Te parece bien a las diez de la noche? - preguntó. - Primero iré a comer y luego vendré. Pero si quieres llegar más tarde, te espero antes de ver las películas.

  • No, a las diez me parece bien. - dije. - Cualquier cosa te avisaré si es que tengo que llegar más tarde. Total, estamos en el mismo piso. Por cierto, me llamo Tomás.

  • ¡Oh! ¡Que despistado soy! - respondió, estrechándome su mano. - Yo soy Pedro. Bien, Tomás, te espero esta noche. No me falles.

  • No lo haré. - dije, llamando al ascensor nuevamente.

Pedro se despidió con una sonrisa y comenzó su camina por el pasillo hasta la habitación 25. Ahora que me daba la espalda, podía ver que tenía un trasero hermoso y bien marcado. La baba se me caía y después de eso, comencé a pensar de qué forma me lograría librar de los demás, para poder ir a estar a solas, en la misma cama, con aquél bomboncito.

Para cuando llegué con las cervezas a nuestra habitación, los chicos ya habían planeado hacer algo para aquella noche. Decidieron ir a la disco más cercana y pasar una noche sin que importe la lluvia que había en el exterior. El plan era perfecto, mucho más si ellos se "iban" a la disco para las diez de la noche.

Llegadas las ocho de la noche, Elena y yo estábamos en nuestra habitación cambiándonos. El tiempo se acercaba y a mí no se me había ocurrido nada para poder salir de aquella situación. Cuando mi novia dijo que se iba al bar a buscar algo para tomar, decidí solicitar la ayuda de mi gran amigo, que me daría una mano para cubrirme.

Fui hasta su cuarto, donde también se encontraba cambiándose, mientras que Samantha se encontraba pegándose una ducha.

  • Ven a mi habitación. - pedí.

Una vez allí, comencé a explicarle la situación a las apuradas.

  • ¿Por qué no inventas que estás enfermo? - preguntó Franco, cruzándose de brazos, intentando idear un plan. - ¡Ya lo tengo! Di que te duele un pie y te impide caminar, para que si en el futuro tienes que volver a verte a escondidas con este galán, nadie te obligue a compartir el turismo con nosotros tres.

  • ¡Eres un genio! - grité emocionado.

Casi como una costumbre de nuestros ratos de soledad, de la alegría que sentía al escuchar el plan bien elaborado de Franco, hizo que yo reaccione agarrándole la cabeza y trayendo sus labios hacia los míos. Nos dimos un pequeño beso, al que ninguno de los dos le hizo asco.

Franco me agarró de la cintura y me dio vuelta, como para que yo le diera la espalda, y mi trasero quedara hacia él. Puso su cabeza en mis hombros y comenzó a susurrarme al oído.

  • Espero que no me dejes de lado por este tal Pedro. - dijo Franco. - Sabes que, aunque te dejo que otros hombres te tomen, tú eres mío.

  • Ya sabes que sí lo soy. - le contesté, agarrando sus manos y haciendo que frote mi estómago. - Sabes que a ti no te cambio por cualquiera. Pero casi no me has dedicado tiempo desde que estamos aquí.

  • Es porque las chicas siempre están sobre nosotros. - respondió, besándome el cuello. - Pero me moría de las ganas de hacerte el amor. De que seas mío completamente. Extrañaba tu trasero perfecto y tu verga maravillosa.

Mis manos hacían que las suyas sigan frotando mi estómago, y las hice bajar de a poco hacia mi bulto, mientras sentía su verga crecer, cuando me apoyaba.

Me di vuelta y nos dimos un gran beso. Nuestras lenguas se mezclaron mientras transmitían nuestras salivas. Nuestras manos buscaban tener todo del cuerpo del otro.

Pero no contábamos con mucho tiempo. Mi novia volvería en cualquier momento y si hacíamos algo, no había tiempo para romanticismo.

Me arrodillé ante él y desprendí su pantalón rápidamente. Lo bajé junto con su boxer y saltó frente a mi cara una verga hermosa, no muy grande, pero sí apetitosa. La agarré con mi mano derecha y me la metí en la boca rápidamente. Comencé a mamarla con mucha velocidad, mientras que los gemidos de Franco empezaron a salir sin poderse evitar. La masturbé un poco y me desprendí mis pantalones para que podamos pasar a la siguiente etapa rápidamente. Me puse contra la puerta y él no dudó un instante en colocarse detrás de mí, para poder meter su verga en mi interior. Lo hizo con una brutalidad increíble, que me dolió mucho, pero traté de no chillar. Por lo visto se dio cuenta de mi dolor, porque comenzó a penetrarme lentamente después de eso. Gemíamos sin poder evitarlo. Era tanto el placer que yo sentía al tener su verga en mi ano, pero el dolor que me causaba que lo haya hecho tan brutalmente hacían que quiera perder el equilibrio. Franco se acercaba y me besaba el cuello mientras me penetraba. Su saliva era desparramada por mi hombro, mientras que él seguía con su trabajo de hacerme gozar.

  • ¿Dónde quieres que te acabe esta vez? - preguntó.

  • En mi boca. - pedí. - Acaba rápido en mi boca.

Me sacó su verga de mi interior y comenzó a masturbarse con rapidez. Me volví a poner de rodillas ante él y abrí la boca esperando lo que saldría de su verga. Finalmente logró ubicarla en el interior de mi boca antes de que salgan sus gotas de semen caliente que llenó mi garganta.

Nos subimos los pantalones rápidamente. Creo que fue el sexo más rápido que ambos tuvimos en la vida, pero no por eso dejaba de ser grandioso.

Me dio un último beso largo en los labios mientras los dos seguíamos de pie, agarrando mi rostro con sus manos.

  • Tenemos todo un largo mes. - dijo Franco. - Las chicas van a querer ir a la peluquería o a algún sitio para ellas y entonces haremos el amor como antes. En la cama y varias veces.

  • Claro. - respondí. - Tendremos muchas oportunidades. Pero ahora necesitamos hablar sobre el tema de mi pie, que inexplicablemente hará que casi no pueda moverme en estas vacaciones.

  • ¿Valdrá la pena perderte de este viaje por ese chico?

  • Créeme que sí. - respondí. - Ahora vete, antes de que Samantha termine de bañarse.

  • Espero que no esté llamándome desde la ducha para hacerlo antes de salir, porque eso hizo ayer y casi me mato contra el piso por culpa del jabón. - me contó, saliendo al pasillo.

Para cuando convencí a las chicas de que no podría salir por culpa del dolor insoportable de pie que tenía, y que si persistía para el día siguiente iría a ver a un médico, por lo que deberían salir aquella noche a la disco sin mí, faltaba ya solamente media hora para el encuentro con Pedro.

Los nervios aumentaban a cada instante y me preguntaba qué pasaría estando con aquél chico más de cinco horas en la misma cama. Esta noche sabría si valdría la pena fingir el dolor durante todas las vacaciones, o si solamente era una persona estupendamente linda, pero heterosexual.

Me encontraba acostado, mirando como los minutos pasaban lentamente. Fue entonces cuando escuché un ruido en el pasillo, y la puerta del cuarto se abrió. Elena entró corriendo y se sentó en la cama, mirándome con una sonrisa.

  • Me da pena dejarte solo esta noche. - dijo, inclinándose para besarme en los labios. - ¿Qué te parece si me quedo a hacerte compañía?

No sé si mis ojos no me delataron o mi expresión de sorpresa ingrata no se notó, pero mi novia no se dio cuenta de cuanto me disgustaba su noticia. Iba a perder la oportunidad de establecer una comunicación con aquél chico perfecto. El plan no estaba saliendo bien. ¿Con qué excusa me liberaré ahora de Elena?

Las Vacaciones Continúan en el Próximo Capítulo