Un merecido descanso en la playa
Un largo fin de semana en la playa puede ayudar a desconectar del trabajo, así lo piensa sobre todo mi mujercita.
La historia que voy a contar transcurrió hace bastantes años.
Empezaré presentándome y presentando a mi mujer.
En aquel momento yo tenía 36 años y mi mujer 32.
Estaba algo fondón, pelo castaño y aproximadamente un metro setenta y seis de altura.
Mi mujer estaba espléndida, con tetas grandes y erguidas, culo respingón y piernas largas y esbeltas con un cuerpo de 105x60x95. Pelo castaño y un metro sesenta y dos de altura.
Llevábamos casados casi seis años con dos hijos pequeños.
Después de las presentaciones comenzaré a contar mi historia.
Aprovechamos un puente de diciembre de cuatro días para huir del frío y disfrutar de un merecido descanso en la playa, por lo que elegimos la isla de Fuerteventura que cuenta con maravillosas playas, un clima envidiable y no estaba excesivamente masificada.
Hemos tenido unas semanas problemáticas tanto en el trabajo como en casa, por lo que decidimos disfrutar del puente sin discutir ni echarnos nada en cara, pasara lo que pasara.
Dejamos a los niños con los abuelos, y emprendimos nuestro viaje en avión.
En nuestro primer día alquilamos un coche y nos dirigimos a una de sus grandes playas para tomar el sol y descansar.
Alquilamos una sombrilla y dos hamacas en primera fila.
Después de darnos un baño y echarnos cremas para no quemarnos, aproveche para disfrutar de las vistas de la playa y observar a las personas que había en la playa, mientras mi mujer leía una revista tumbada en su tumbona.
No había mucha gente en la playa, la mayoría con bañador pero también había en topless e incluso desnuda.
Algunos paseaban desnudos por la playa o estaban tumbados tranquilamente en la arena sin importarles las miradas, aunque de hecho a nadie parecía importarles que fueran enseñando sus genitales.
Había mucho extranjero, algunos suponía yo que vendrían del norte por su piel clara y pelo rubio.
En las sombrillas próximas a la nuestra había italianos que se notaba rápidamente cuando hablaban. La mayoría eran hombres.
Después de una media hora de observación me dispuse a caminar un poco por la playa y explorarla.
Se lo comenté a mi mujer pero se encontraba muy bien leyendo una revista por lo que la deje en la sombrilla y me dispuse a dar un paseo por la orilla.
Había poca gente y muchos aprovechaban para practicar el nudismo.
Unos muros semicirculares de casi medio metro de altura, construidos con piedras amontonadas, se levantaban en lugares elevados de las dunas como refugio tanto contra el viento, que ese día era casi nulo, como para mantener la privacidad de sus moradores.
Me imaginaba gente desnuda follando de forma desenfrenada dentro de los refugios aprovechando el sol y con un montón de gente pasando alrededor, con alguna miradita dentro para disfrutar del espectáculo.
Después de caminar durante unos quince minutos la playa aparecía cubierta de vegetación y rocas que dificultaban e incluso impedían el tránsito de las personas.
Me adentré en un camino, rodeado de vegetación y de dunas, que, en pendiente, se alejaba algo del mar.
Aquí ya no había gente, aunque, si te fijabas un poco, se veía algún hombre merodeando por la zona.
Pensé que buscaban masturbarse en la intimidad o a algún despistado o no tan despistado para practicar sexo.
Me di la vuelta y volví sobre mis pasos, caminando hacia la sombrilla donde había dejado a mi mujer.
Ya tenía la sombrilla a la vista, y me iba acercando.
Vi a mi mujer tumbada boca arriba en la hamaca.
Se había quitado la parte superior del bikini y dejaba ver unas tetas espléndidas.
Varias miradas de los hombres de alrededor convergían sobre ella. Incluso un hombre estaba de pies cerca de su hamaca contemplándola las tetas, sin que su sombra la cubriera.
No me sentó nada bien que mi mujer fuera el centro de las miradas.
Me senté en mi hamaca, y el hombre que estaba de pies se puso a mirar hacia otra parte.
La dije a mi mujer que ya había llegado, lo que la sacó de su quietud.
Me puse a contarla lo que había visto en mi paseo sin apartar mis ojos, tapados por las gafas de sol, de sus tetas.
No la dije que se tapara, ya que habías convenido no recriminarnos nada.
Además resultaba ridículo decirla que se tapara las tetas en una playa nudista.
Después de comentarla lo que había visto me dispuse a leer tranquilamente el periódico deportivo que me había comprado, a lo que me comentó que ahora la tocaba a ella darse un paseo.
Se iba a marchar cuando la comenté que tuviera cuidado con el sol, que podía quemarse, aludiendo sin decírselo a sus tetas, por lo que cogió una pamela que teníamos en la sombrilla.
Ante mi cara, me dijo que ya se había echado crema de protección, y que estos chicos tan simpáticos la habían ayudado a esparcirla.
Me quedé de piedra ante el comentario.
La vi alejarse por donde yo fui. Parecía que movía el culo y las caderas mucho más que de costumbre, o ¿era mi imaginación?.
Mientras la seguía con la vista aproveché para disimuladamente mirar a mis vecinos más próximos.
Un hombre tumbado en su hamaca, también la observaba con sus gafas de sol.
Giró un poco su cara hacia mí y una sonrisa le cubría el rostro.
Giré yo también disimuladamente mi cabeza como si no le hubiera visto.
No creo que mi mujer se refiriera a este hombre como uno de los que aprovechó la excusa de la crema para sobarla las tetas.
Quizá era el que la observaba de pies cuando yo llegue, pero había otros candidatos alrededor a los que no me atrevía a mirar para no sentirme descubierto, pero ¿descubierto de qué?, ¿de que tenía celos?.
Continué leyendo el periódico como si no pasara nada.
Poco a poco me entro sueño y, casi sin darme cuenta, eche una cabezada en la tumbona.
No se cuanto tiempo había pasado cuando me desperté.
Había sobre la hamaca de mi mujer algo mojado, una prenda. No se quien la dejo.
Mire a ver si veía a mi mujer y no la vi.
Ninguna de las personas de alrededor me dijo nada, por lo que disimuladamente me moví un poco en mi hamaca y estirando el brazo, cogí la prenda.
Era la parte de abajo del bikini de mi mujer, entonces ¿está desnuda?.
Me entró un ataque de pánico que me costó ocultar.
Miré alrededor y continué sin verla.
Incluso me gire hacia las sombrillas de los vecinos, donde había algunos hombres que apenas me prestaron atención.
El vecino de al lado sin embargo, si que me miró con sus gafas de sol y una sonrisa irónica en sus labios. No me dijo nada ni yo le pregunté nada.
No sabía que hacer, miré el reloj y había pasado casi dos horas desde que se marchó. Y el camino, hasta donde yo llegue, se podía hacer en menos de media hora caminando tranquilamente.
Estuve unos diez minutos esperando verla aparecer, pero, como no venía, cogí una bolsa pequeña con los artículos de valor que llevábamos y una toalla grande para poder cubrirla en caso de que la encontrara desnuda.
Me puse en camino sin mirar atrás, aunque me parecía notar la mirada irónica del vecino y de alguno más.
Caminé de prisa buscándola tanto en la playa como en el mar.
Llegue a donde la vegetación y las rocas dificultaban la marcha y tomé el camino de antes, el único en mi opinión, que se podía seguir.
Continuaba sin verla.
En una parte del camino me encontré un preservativo usado. Estaba seguro que antes no estaba. Lo levanté con una ramita y rebosaba semen. Había sido usado recientemente, pero ¿con mi mujer?.
Continué caminando.
Ya había pasado más de una hora y no la había visto, por lo que pensé en darme la vuelta.
No sabía que haría cuando llegara a la sombrilla y no la encontrara. Tendría que avisar a la policía para que la buscara. Estaba angustiado.
De vuelta no la vi.
La sed y el sofoco que tenía me resultaban agobiantes.
Vi nuestra sombrilla.
Según me acercaba me pareció ver a mi mujer tumbada en la hamaca.
Me dio un vuelco el corazón.
Una alegría inmensa me inundó, y me sentí liberado de una gran carga, pero, conforme me acercaba, mi alegría se convirtió en furia. ¿Dónde había estado tanto tiempo? ¿qué había hecho? ¿estuvo desnuda todo este tiempo?.
La furia se fue también conteniendo y, cuando llegue a la sombrilla, ya la tenía controlada.
Estaba tumbada en la hamaca, solamente con la parte de abajo del bikini y sus gafas de sol. Sus tetas estaban al descubierto y sus pezones apuntando al cielo.
La comenté que me había asustado ya que había tardado mucho en volver por lo que fui a buscarla, la pregunté como había tardado tanto en llegar, y que había hecho.
Ella simplemente me miró sonriendo y me dijo que yo siempre preocupándome por todo.
La pregunté que como había vuelto, si yo no la encontré en el camino.
Me dijo sonriendo que unos chicos muy simpáticos la habían traído en coche.
Me la imaginé desnuda dentro de un coche con varios extraños que no pararían de comérsela con los ojos, de sobarla las tetas y de follársela.
Se volvió a tumbar y dejo de prestarme atención.
No la pregunté sobre lo de su bikini, así que, después de saciar mi sed con una botella que habíamos traído, cogí el periódico otra vez e hice como si leyera, pero mi cabeza no paraba de dar vueltas.
Miré a mi vecino, y él también me miraba con su sonrisa irónica. Dudaba si lo hacía a propósito o era el rictus que tenía permanentemente.
No había pasado media hora cuando mi mujer volvió a levantarse, me dijo que iba a refrescarse al agua.
La vi meterse en el mar.
Verla con las tetas al aire, expuestas a las miradas de todo el mundo, me parecía casi hasta normal.
Me volvía a quedar adormilado bajo la sombrilla.
Después de un rato, medio adormilado, miré hacia el mar, buscando a mi mujer.
Vi tres personas, una de ellas me pareció mi mujer.
Las otras personas parecían hombres.
El agua les cubría hasta los hombros, y estaban muy cerca.
Me fije un poco y confirmé que uno de ellos era mi mujer.
Supuse que estarían hablando de algo.
Al rato uno de los hombres comenzó a salir del agua, llevaba puesto un bañador azul oscuro, pequeño y ajustado, se notaba el cipote tieso bajo el bañador.
Se acercó a donde estaba nuestra sombrilla.
Era uno de los italianos que tenían su sombrilla próxima a la nuestra.
Dejo sin decir nada algo sobre la hamaca de ella, ¡era la parte de debajo de su bikini!.
Los ojos se me salían de las órbitas. ¡Mi mujer estaba totalmente desnuda en el agua en presencia de un hombre!
Intenté controlarme y disimular como si no pasará nada.
Me tumbé en la hamaca otra vez, e hice como si durmiera, pero no paraba de observar a mi mujer.
Debí volver a quedarme traspuesto, cuando oí algo que comentaban los vecinos de al lado.
Les miré y vi que el hombre de la sonrisa irónica hablaba con una mujer que estaba tumbada al lado, gesticulaban.
El hombre apuntó con unos prismáticos hacia el mar, la mujer le cogió los prismáticos para ver también, no paraban de gesticular y de comentar algo.
El hombre me vio mirarles y me sonrió abiertamente, mientras cogía otra vez los prismáticos y se ponía a mirar por ellos.
Miré hacia dirigían sus miradas, y lo primero que percibí fue movimiento, una pareja se estaba moviendo acompasadamente dentro del agua.
Eran hombre y mujer.
Ella le daba la espalda, y el hombre, pegado a ella, la agarraba las tetas, la estaba follando por detrás.
Me desperté totalmente en un instante, ¡pero si era mi mujer a la que se estaban follando!.
Lo primero que se me ocurrió era salir corriendo y evitar que se follaran más a mi mujer, pero enseguida me acordé del pacto que había llegado con mi mujer de no discutir ni echarla nada en cara, es decir, no molestarla hiciera lo que hiciese.
Así que hice tripas corazón y me volví a tumbar en la hamaca como si no pasara nada.
Después de unos minutos, el hombre dejó de follársela.
Diez minutos después el hombre estaba saliendo del agua, iba totalmente desnudo, con una polla enorme, de unos 20 centímetros, que colgaba ahora relajada.
A cada paso del hombre la polla se balanceaba como un péndulo.
Lo estaba imaginando como se la metía hace un momento a mi mujer, una y otra vez.
El hombre con su polla enorme paso al lado de nuestra sombrilla, no sin antes echarme una alegre sonrisa, para ponerse en una de detrás dela nuestra.
De pronto oigo unas voces, miro y es alguien que se acerca mi, me saluda, no se quien es.
De pronto me doy cuenta que es mi jefe inmediato, me pongo en pies de un salto.
Me dice que me ha visto por casualidad, al ver al tipo de antes con una polla gigantesca, nos saludamos, yo bastante cortado.
Hay otro hombre con él, es otro jefe de la empresa.
Dicen que han dejado a sus mujeres en la piscina del hotel y se han ido a dar una vuelta para ver tanta tía tan buena que pasea desnuda por la playa.
Veo que pone ahora los ojos como platos, se dirige a alguien detrás de mi, me giro, y es mi mujer ¡totalmente desnuda! ¡enseñando unas tetazas enormes con pezones como pitones que surgen de aureolas grandes y oscuras! ¡su conejo prácticamente depilado, está todavía abierto después de la follada que la acaban de dar!
Me quedo paralizado, sin habla.
Mi jefe ya la conoce de algún evento de empresa a la que asistimos, aunque nunca la vio tan … interesante.
¡Tierra trágame!.
El jefe se la come con los ojos, y no para de hablar con ella, no se lo que la dice, estoy conmocionado.
La debe estar presentando al otro jefe, que también está de lo más contento, sin parar de mirarla las tetas y el conejo.
Después de un rato, que me parecen siglos, y en los asisto como una estatua de sal, mi mujer dice algo y se tumba boca arriba en la tumbona, dando una nueva perspectiva a la visión de su conejo.
Los jefes no se han perdido un detalle, los veo babear.
Me dicen algo que no entiendo, me cogen la mano y la sacuden.
Veo que se van.
Estoy en un estado catatónico, sin mover un músculo durante un rato, hasta que poco a poco me voy recuperando y me tumbo otra vez en mi hamaca, sin decir nada ni mirar a nadie, mirando al techo de la sombrilla sin decir nada.
Debo estar así bastante tiempo, ya que mi reloj biológico se ha parado, hasta que alguien me tira del brazo, de forma insistente, giro la cabeza y creo reconocer a la persona que tira de mi brazo. ¡Es mi mujer!.
Dice algo, pero no la entiendo.
Me lo debe estar repitiendo hasta que, poco a poco, entiendo algo de lo que me dice.
Me dice que ya es muy tarde, que podíamos volver al hotel a ducharnos y cenar.
Comienzo a levantarme y está anocheciendo.
Ninguno de nuestros vecinos está.
Vamos hacia el coche, creo que arrastro los pies.
Me dice que si me pasa algo, que estoy muy raro.
Me fijo que ahora no está desnuda, lleva puesto un vestido ligero.
Ante mi estado, conduce ella de vuelta al hotel.
Es nuestra primera tarde en la playa y estoy destrozado.
No se si aguantaré el resto del puente.