Un merecido descanso en la playa 2 - Primera noche

Segunda parte del relato "Un merecido descanso en la playa". Es conveniente leer la primera parte para comprender mejor este relato.

Después de nuestra primera estancia en la playa de la que vuelvo prácticamente en estado de shock, llegamos al hotel en el coche alquilado que conduce mi mujercita.

Ya en la habitación mi mujer se quita el vestido ligero que lleva, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. No llevaba nada debajo, se debió quitar en la misma playa la parte de abajo del bikini, y yo no lo recuerdo.

Es la primera en ducharse, mientras yo permanezco sentado en una silla de la terraza de la habitación, como en estado catatónico, aunque poco a poco voy recuperando la consciencia, mirando al mar y observando el entorno.

Nuestra habitación está en el tercer piso de un hotel que tiene solamente tres plantas.

El mar está frente a nuestra terraza, a unos 50 metros, por lo que no tenemos ninguna casa enfrente, y hay una playa con arena debajo de nosotros.

Tenemos una terraza a nuestra izquierda y otra a nuestra derecha, separadas solamente por un tabique.

Mi mujer me saca de mi examen del entorno al avisarme que ya puedo entrar a ducharme.

Lleva puesta una toalla enrollada a la cabeza y otra al cuerpo que la tapa desde la parte media de los senos hasta mitad de los muslos.

Me tomo mi tiempo duchándome y salgo más relajado con una toalla enrollada a la cintura.

Oigo a mi mujer en la terraza de la habitación, hablando animadamente con un hombre de acento extranjero, italiano más bien.

Me acerco y veo que mi mujercita se encuentra apoyada en la barandilla, de espaldas a mí, con el culo en pompa, todavía con la toalla enrollada a la cintura.

El hombre con el que habla, aunque no lo veo, debe estar en una de las terrazas pegada a la nuestra.

Mi mujer, mientras habla, juguetea con una de sus sandalias de dedo, lo que suele significar que está flirteando. Se lo he visto hacer varias veces y no precisamente conmigo.

La digo a mi mujer que me voy vistiendo para ir a cenar, que ya es muy tarde y no vamos a llegar antes de que cierren.

Cuando ya estoy vestido, mi mujer se despide del vecino y entra en la habitación, se quita la toalla quedándose totalmente desnuda, y se pone en un momento un vestido muy ligero de falda corta y unas sandalias sin tacón.

Aunque se ha vestido en un instante, no por ello me ha dejado de maravillar su espléndido cuerpo, sus enormes y erguidas tetas, su culo respingón y macizo, y su conejito depilado, bajo un vientre plano, lo que me provoca una erección.

Aprovechando la vuelta de mi deseo, la comento que sus tetas se han quemado un poco y que la tengo que echar crema.

Me responde que no me preocupe, que ya se ha untado bien de crema todo el cuerpo mientras me esperaba en la terraza.

Me la estoy imaginando desnuda en la terraza, esparciendo crema por todas sus tetazas mientras el vecino no pierde un detalle del espectáculo, y quizá hasta la ayuda a sobárselas.

Salimos de la habitación para cenar y la comento por el camino que el vecino con el que hablaba parece italiano y que los italianos tienen fama de venir a España con el único objetivo de follarse a las españolas.

A lo que ella me comenta sonriendo que tienen la fama muy merecida.

La pregunto si lo dice por experiencia, y me dice, sin dejar de sonreír, que quiero saber demasiado.

Entramos al restaurante y hay mucha gente comiendo.

No hay ninguna mesa vacía, por lo que tenemos que ponernos en una mesa muy larga compartida con varias personas. Me coloco en un asiento libre que está frente a mi mujer pero separado un asiento a su izquierda.

No es un buffet, sino que sirven los platos, por lo que esperamos a que nos los sirvan, a lo que mi mujer aprovecha para hablar con los vecinos y yo para mirar a la gente que hay en el comedor.

Durante el segundo plato noto que me dan un golpe en la pierna por debajo de la mesa. Continúo comiendo y noto otro golpe. Miro, y veo que hay un niño debajo de la mesa que, al pasar, me ha dado en las piernas que tengo estiradas.

Ha pasado gateando por debajo de la mesa hacia mi izquierda, hacia donde está mi mujer.

Después de un rato, veo que un niño de unos once años sale por un lado de la mesa, a mi derecha. Debe ser el niño que, al pasar, me ha dado en la pierna.

Le comenta algo a otro niño algo mayor, de unos trece años, que le escucha muy interesado y que, para lo joven que puede ser, tiene ya pinta de viciosillo.

Los dos miran hacia mi izquierda, miro y creo que se refieren a mi mujer.

Me doy cuenta que es seguro que el niño la ha visto el conejo, ya que no lleva bragas y su falda se la habrá subido al sentarse dejándolo todo a la vista.

Se meten los dos debajo de la mesa. Creo que van a ir a verla el conejo.

Estiro las piernas para impedir su paso, pero le doy una patada al vecino que me mira de mala manera.

Me disculpo y recojo las piernas.

Noto a los niños cuando pasan hacia mi izquierda.

Hago como si se cayera mi servilleta y me agacho para cogerla y mirar debajo de la mesa.

Veo a los dos niños cerca de mi mujer, uno sentado y otro arrodillado, mirándola el conejo.

La falda de mi mujer ha subido y, desde mi posición, veo toda la longitud de sus piernas.

Se ha quitado las sandalias y sus pies descansan, cruzados entre sí, apoyados en el suelo.

Me reincorporo en mi asiento, estiro una pierna con el fin de obligar a que los niños se marchen y logro empujar a uno de ellos, pero se mueve un poco y queda fuera de mi alcance.

Vienen a traernos los postres, mientras están recogiendo las mesas.

De pronto, mi mujer da un pequeño salto en su asiento, con los ojos y la boca muy abiertos.

Creo que los niños la han metido mano.

Intenta echar su silla para atrás, pero detrás está un carro recogiendo las mesas y no puede salir.

Baja las manos a su conejo, para protegerlo y forcejea con los niños entre sus piernas.

Vuelvo a mirar debajo de la mesa y veo a los niños pegados a mi mujer, agarrándola las piernas  y metiendo sus manos y sus caras entre los muslos de ella.

Me vuelvo a reincorporar y lanzo una patada para quitar a los niños, pero le doy muy fuerte al vecino de enfrente, que grita de dolor y se vuelve hacia mí con cara de odio.

Me lanza una patada que me pega en la espinilla y me produce un fuerte dolor, por lo que doy un alarido. Intento disculparme pero me lanza más patadas, que llegan todas a su destino: mis espinillas.

Me defiendo como puedo con las piernas, lanzándole también patadas, creándose una batalla de patadas debajo de la mesa, hasta que, en mitad de la refriega, se vuelca un vaso de vino en la mesa, hacia mi vecino, y le pone chorreando la camisa y el pantalón.

El hombre se levanta, volcando su silla al suelo. Yo también lo hago para defenderme mejor si me ataca.

El hombre, con la cara enrojecida por la ira, coge su cuchillo de mesa, pero su mujer le agarra las manos, y le obliga a soltarlo.

Parece que lo peor ha pasado, que no moriré ahora apuñalado, aunque el hombre me insulta varias veces y yo se los devuelvo, hasta que, algo más tranquilo, se lo lleva su mujer hacia la salida.

De pies, vuelvo a centrar la atención en mi mujer, que ya no forcejea, sino que está como en estado de éxtasis, sin moverse de su asiento y sin decir nada, con los ojos semicerrados y la boca semiabierta, mientras sus manos están debajo de la mesa. Sus tetas parece que van a reventar el vestido y sus pezones se marcan como si fueran pitones de los toros.

Los niños la deben estar metiendo mano y masturbando a conciencia.

Me agacho y miro debajo de la mesa. El mayor tiene sus manos entre las piernas de mi mujer, sobándola el conejo a placer, mientras  que el otro la soba las piernas, los muslos y los pies.

Doy la vuelta a la mesa, y logro que mi mujer se levante, no sin antes ver las manos de los niños que dejan de sobarla.

Tiene la falda levantada hasta la cintura y su conejo al aire, pero, al no haber casi nadie ahora en el comedor, solo un camarero se da cuenta de la situación.

Los niños salen corriendo de debajo de la mesa y se marchan del comedor.

La coloco la falda, recojo sus sandalias de debajo de la mesa y se las doy para que se las ponga.

Nos vamos tan dignamente como podemos fuera del comedor ante la atenta mirada al menos del camarero.

Le propongo a mi mujer de salir a dar una vuelta fuera del hotel, por el paseo cercano y por la playa.

Vamos por el paseo que va al pueblo, está poco iluminado por unas farolas y no hay casi nadie a pesar de lo caluroso de la noche.

El mar está a nuestra derecha, a unos 30 metros. En el silencio de la noche oímos el sonido tranquilizante del mar.

Mi mujer no debe sentir lo mismo, está inquieta, quizá por la experiencia que ha tenido con los chavales, y me dice que bajemos a arena y caminemos por la orilla del mar.

Así lo hacemos, con el calzado en la mano y cogidos de la mano damos un paseo por la orilla, pero no la parece suficiente, me dice que nos metamos al mar.

La comento que no llevamos bañadores, pero ella en un momento se ha quitado el vestido, dejándolo caer en la arena.

Juguetona, me tira de la mano y se va hacia el agua, obligándome a seguirla.

Me he calado los zapatos y el bajo de los pantalones, por lo que intento pararme, pero ella tira de mi mano, haciéndome perder el equilibrio, y cayendo de cara al mar. Me he calado.

Ella se ríe, pero se aleja hacia adentro. Oigo su risa cristalina mientras se aleja, pero dejo de verla por la oscuridad de la noche.

Salgo del agua y me quito la ropa, chorreando, sin dejar de oír a mi mujer reírse de mí, de lo lento y estrecho que soy.

Por el rabillo del ojo me ha parecido que alguien más ha entrado al agua, a pocos metros de donde estoy, pero la oscuridad reinante me impide confirmarlo.

Dejo la ropa sobre la arena y me meto al agua en pelotas, llamando a mi mujer.

La oigo algo más lejos que antes, riéndose me dice que vaya a buscarla, que si la encuentro podre echarla un buen polvo, pero, con lo torpón que soy, seguro que antes se lo echa cualquiera que pase por allí aprovechando lo caliente que está.

Tan juguetona está mi mujer que me ha puesto cachondo y tengo la polla levantada preparada para metérsela si puedo.

Me meto caminando poco a poco dentro del agua, intentando dirigirme hacia donde supongo que debe estar mi mujer.

No veo nada, nunca he podido ver bien en la oscuridad y mi mujer lo sabe.

Después de dar varios pasos, cada vez más titubeantes, estoy desorientado, por lo que me giro hacia el paseo, que está débilmente iluminado.

Me ha parecido oír un chapoteo a poca distancia a mi izquierda.

Me acerco hacia allí con los brazos estirados. Doy con el brazo a algo, creo que es mi mujer, ya me estoy imaginando como me la follo.

Me lanzo entusiasmado a cogerla, la abrazo, pero la voz grave y desagradable de un hombre me grita al oído. ¡Es un  tío peludo lo que he abrazado, no a mi mujer!. Salto instintivamente hacia atrás, pero rozo con la mano algo que puede ser la polla erguida del hombre.

Me disculpo.

¡Coño, un tío en pelotas dentro del agua, y yo que pensaba que no había nadie!. ¿Cuánto tiempo llevara allí? ¿Habrá visto a mi mujer meterse desnuda al agua? Y por cierto, ¿dónde está mi mujer? Temo que alguien la eche un polvo aprovechándose de la oscuridad. ¿Sabría ella que no soy yo quien se lo echa o la daría incluso más morbo?

¡De pronto el grito de una mujer!.

Oigo un chapoteo en el agua cerca de mí, creo que es el hombre al que he abrazado que se ha puesto a nadar, ¿va hacia dónde ha partido el  grito de la mujer?

La vuelvo a oír, ¡es de placer!. ¡Comienza a jadear!

¿Sera de mi mujer? ¿Se la están follando? ¿Se está masturbando o simplemente fingiendo para excitar al personal?.

Quizá lo hace para jugar conmigo, pero, si es así, va a lograr que alguien juegue con ella en mi lugar.

¡Continúa jadeando, cada vez con más intensidad!

Dudo si ir hacia donde creo que está la mujer, quizá no sea ella.

Si había un hombre bien puede haber más gente en el agua.

La llamo varias veces, cada vez gritando más:

  • ¡¡Violeta, Violeta!!

La mujer deja de jadear, ya no la oigo, no oigo nada, ni veo nada, estoy sumido en la oscuridad, en el limbo.

Me entra miedo.

Oigo la risa burlona de una mujer.

Me he quedado paralizado, de miedo. ¿Es ella, es Violeta?

Una voz grave a mi derecha, quizá a poco más de un metro de mí.

  • ¡Vete! ¡Deja que todos nos la follemos!

Algo más lejos, a mi derecha, otra voz de hombre:

  • ¡Si, vete, vete!

Grito con fuerza, sobreponiéndome al miedo, mientras me cubro la cara y los genitales con los brazos por si me dan un golpe.

  • ¡¡Violeta, Violeta!!

Nada, silencio, oscuridad.

Me giro para ver si veo algo, y me parece ver a alguien en la playa, sobre la arena.

Creo que son dos personas follando en la orilla del mar. ¿Sera mi mujer?

Me acerco tan rápido como puedo, casi corriendo, dentro del agua.

¡Si, son dos cuerpos que se mueven!

Estoy a menos de dos metros de ellos.

¡Están follando en la misma orilla! ¡uno sobre el otro! ¡el misionero!

Rugo:

  • ¡Deja de follarte a mi mujer, cabrón, hijo de puta!

Tanteando en la oscuridad, le doy con la mano en la cabeza al que está encima, y me tiro de rodillas sobre la arena mojada, cerca de la que creo que es mi mujer, pero la voz de un hombre me insulta, otro también lo hace.

¡El de abajo es un hombre! ¡El de arriba también! ¡He interrumpido a dos maricones que estaban follando!

Me levanto de un salto, no dejando de pedir disculpas, mientras me alejo seguido por los insultos e improperios de los dos.

Camino huyendo varios metros y oigo la risa de una mujer a lo lejos, hacia el mar, supongo que a varios metros de donde estoy, pero no la veo.

¿Sera mi mujer la que se ríe otra vez de mí?

No sé qué hacer, si volver a meterme en el agua para buscarla.

Busco a alguien con la mirada, pero no veo nadie.

Me giro hacia el paseo y hay una mujer sentada en la barandilla, ¡es ella, es Violeta!, está vestida mirando hacia donde estoy.

¿Es realmente ella?.

Me acerco corriendo por la arena como puedo, hacia el paseo. ¡Si, es ella!.

Subo al paso y camino hacia ella. Me sonríe sentada en un banco.

Oigo que me increpan:

  • ¡Sinvergüenza! ¡No le dará vergüenza! ¡Habría que llamar a la guardia civil!

Es una pareja de jubilados que han pasado cerca de mí por el paseo, y yo ni siquiera los he visto.

Me doy cuenta que voy totalmente desnudo.

Mi mujer se ríe, mientras no deja de mirarme de forma burlona.

  • ¡Vaya con el estrecho! ¡Enseñando sus vergüenzas a todo el mundo en un sitio publico! ¿Qué dirían tus hijos o tus padres si te vieran ahora?
  • ¿Dónde estabas?
  • Antes en el agua, ahora aquí, ¿no me ves?
  • Te perdí, pero no te encontraba. Estaba todo muy oscuro.
  • Ahora me has encontrado.

Me quedo callado, mirándola, y me pregunta:

  • ¿Vamos ya al hotel? ¿Vas a ir así?

Me doy la vuelta para volver a la playa a por mis ropas, cuando mi mujer me dice, señalando hacia un bulto de ropa que está en el banco donde está sentada.

  • ¡Aquí la tienes!

Me acerco, es mi ropa, me la pongo, mientras mi mujer se pone a mirar hacia el mar, hacia la oscuridad del mar.

Yo también miro, pero no veo nada, solo oscuridad.

Una vez vestido, me da la mano y nos vamos caminando hacia el hotel, en silencio.

De vez en cuando, miro hacia atrás, con miedo, por si alguien nos sigue.

Llegamos al hotel y subimos a la habitación.

Ella se vuelve a duchar primero mientras salgo a la terraza para mirar hacia el mar.

Cuando salgo de la ducha, mi mujer ya duerme en nuestra cama de matrimonio, de aproximadamente 2x2 metros.

Estoy tan cansado, que nada más acostarme, me quedo dormido.

En mis sueños tengo pesadillas sobre sirenas y monstruos que están en el mar, dentro de las oscuras aguas.

El ataque de uno de los monstruos me hace volver a la realidad, ¿o no?

El mar está embravecido y yo estoy metido en el agua, rodeado de monstruos que no veo pero si escucho.

Pero no es el mar, el mar se ha convertido en mi cama, que se mueve como si fuera un barco en medio de una tempestad. El rugir del mar embravecido deja paso al jadeo de una mujer.

Me giro hacia el origen del jadeo y veo a mi mujer, está tumbada de lado con la cara hacia mí.

Está jadeando.

Se mueve de forma rítmica, sus tetazas se bambolean libres de toda atadura, está desnuda encima de la cama.

Me dan ganas de agarrárselas, sujetarlas para que dejen de moverse, no vayan a soltarse y caigan al suelo, rodando por toda la habitación.

¡Qué extraño! ¡Tiene convulsiones! O ¿soy yo el que está mareado? o ¿es un terremoto? o ¿estoy todavía soñando? o ¿es ella la que sueña, la que tiene un sueño erótico?

Me incorporo un poco en la cama sin dejar de mirarla, ¡hay algo detrás de ella, que la empuja!

Me siento en la cama, e intento enfocar mejor.

¡Coño, no puedo creérmelo, es un hombre! ¡Hay un hombre en nuestra cama y se la está follando por detrás! ¡Su mano izquierda la sujeta una teta mientras la embiste una y otra vez!

Ahora distingo no solamente el jadeo de mi mujer mientras se la folla, sino también los jadeos del hombre al meterla la polla y sacársela.

Atónito, me levanto y de pies al lado de la cama observo el espectáculo porno en el que mi mujer es la protagonista.

Está tumbada sobre su lado derecho, con las piernas dobladas hacia delante.

El hombre, pegado por detrás a ella, sujeta con su mano izquierda la teta de mi mujer, mientras la penetra profundamente por detrás.

Cada embestida es acompañada por jadeos tanto de ella como de él, y los músculos, sobre todo de los glúteos y de las piernas, se contraen como si de un baile se tratara. ¡El baile del mete-saca a mi mujer!

Estoy un rato observando cómo se la folla, sin que ninguno de los dos muestre signos de que me hayan visto.

Luego me voy al baño, echo una meada sin dejar de pensar en lo que he visto, y vuelvo al dormitorio.

¡Ahora solo está mi mujer! ¡El hombre ha desaparecido!

Miro por toda la habitación y no le veo, salgo a la terraza, abro los armarios y nada, no está.

Mi mujer sigue tumbada en la cama, desnuda, en la misma posición que tenía cuando se la follaban, y por la respiración parece que duerme. No me fio nada. Vuelvo a la terraza y miro a la terraza de al lado, donde estaba el hombre con el que hablaba mi mujer, pero no veo a nadie.

Vuelvo al dormitorio, y cierro con cerrojo la puerta de la terraza.

Vuelvo a la cama, mi mujer sigue igual que antes, me tumbo en mi sitio en la cama, la miro otra vez y tiene los ojos cerrados y una respiración profunda como si durmiera.

¿Lo habré soñado?

Me volví a dormir y, si ocurrió algo más esa noche, no tuve constancia de ello.