Un menú del día demasiado barato

Lo que me ocurrió en un extraño bar regentado por una singular mujer.

Un menú del día demasiado barato

Por razones de trabajo, tuve que desplazarme a un pueblo perdido del sur de España. Después de mi primera jornada matutina, mi gran temple como comercial informático no fue suficiente para evitar acabar de la estupidez de los jefecillos de la empresa hasta el mismísimo gorro. Apenas había desayunado y mi estómago protestaba desesperadamente por tener algo con lo que entretenerse.

Era pleno agosto, y a las cuatro de la tarde, las calles parecían haber sucumbido a una exterminadora guerra nuclear. Después de caminar largo rato por las desiertas callejuelas conseguí encontrar un lugar abierto:

"MENÚ DEL DÍA 3€"

"preguntar dentro".

Por fuera, el bar tenía pinta de ser bastante cutre, pero a esas horas, estaba convencido de que no habría muchos más sitios donde poder elegir… así que entré. Por dentro… todavía era mucho peor. Parecía que hubiera pasado por allí una horda de bárbaros hambrientos de comida: había desparramados gran cantidad de restos de aperitivos, servilletas y colillas, cubriendo un suelo ya completamente despejado de gente. Todo el mobiliario, incluido la barra y las estanterías de las bebidas, era de madera oscura, envejecida y visiblemente agrietada por la humedad acumulada durante años. Las paredes, pintadas de en un blanco amarilleado por el tiempo, estaban tristemente decoradas por fotos nada actuales y enmarcadas en unos horribles dorados bastante pasados de moda, a tono con la época del entorno.

Al final de la barra, situada a la izquierda del bar, se encontraba una mujer morena que rondaría ya los 50 años. Con aire serio, no sé si de amargura o de pura mala ostia, estaba terminando de limpiar la barra, con las vitrinas ya vacías de comida y despejadas de bandejas y platos.

Con la mayor amabilidad del mundo, aunque sin mucha esperanza, me dirigí a ella:

  • Querría comer algo… siento venir tan tarde pero es que acabo de salir del trabajo ahora mismo…y… bueno… es el único sitio que he encontrado abierto

  • ¡Y qué quieres!, ¡no pretenderás que abramos las veinticuatro horas del día!

Me quedé profundamente cortado. Su tono de voz me resultó demasiado agresivo. Con la cara visiblemente sonrojada y clavado en el suelo como un auténtico pasmarote, fui incapaz de contestarla algo que la hiciera parar los pies. La timidez me había jugado malos momentos en el pasado, y ahora, cruelmente, había despertado de su letargo refrescando mis olvidados recuerdos. Su dura contestación me pilló totalmente desprevenido y con las defensas demasiado bajas.

Después de un largo e intenso silencio, escudriñándome como una auténtica depredadora analizando los movimientos de una posible presa, accedió… extraña e inesperadamente.

-… veré si ha sobrado algo en la cocina.

Su cuerpo ya entrado en carnes y sin demasiado atractivo, desapareció por la puerta de tiras colgantes que daba a la cocina.

Desde niño siempre había sido una persona con una personalidad bastante débil y fácilmente manejable; incapaz de controlar la timidez ante enfrentamientos y discusiones verbales con la gente, en los que siempre salía perdiendo, y, de alguna forma, también humillado, evitando por tanto llevar la contraria a nadie y dejándome dominar con suma facilidad. En la pubertad, mi cobardía se acució más si cabe, ante la crueldad sin miramientos de la adolescencia femenina. Pasada esa difícil época, ya en la universidad, mi vida cambió por completo, me eché mi primera novia… una novia encantadora que bebía los vientos por mí. Gracias a ella fui cogiendo una gran confianza en mi mismo, su admiración hacia mí hizo que poco a poco fuera adquiriendo la seguridad que tanto había anhelado en mi triste y apocada existencia. La vida de casado fue también maravillosa… hasta que casi cinco años después de mi boda, me ofrecieron este nuevo y tentador trabajo: pasando mucho tiempo fuera pero ganando casi el doble de dinero. Ella no llevó bien el hecho de verme a cuentagotas, así que no tardó demasiado tiempo en plantearme la terrible disyuntiva: "el trabajo o yo" –me dijo. Hace un mes escaso que tomé la decisión, obviando la importancia que seguía teniendo ella en mi vida y creyéndome con la necesaria autosuficiencia como para no creer necesitar de su apoyo.

Totalmente desarbolado por la camarera, me senté en una de las mesas que estaban alineadas contra la pared, formando todas ellas una hilera paralela a la barra, quedando un estrecho pasillo de separación. Me coloqué mirando a la puerta del bar, de espaldas a la cocina.

No tardé en escuchar el sonido de unos tacones acercándose por mi espalda.

  • ¡Esto es lo único que queda! –Dejando un plato hondo lleno de un revoltijo de arroz, huevos, salchichas y tomate en la mesa, y sin llegar a pararse, continuó hacia la puerta del bar.

Levantando la vista del engrudo que había traído, no pude evitar observarla. Llevaba el pelo recogido con una descuidada coleta que apenas llegaba a tocar la tela blanca de una sencilla camiseta de cuello redondo y manga corta, la cuál, ajustándose a unos pechos algo caídos y a unos incipientes michelines, se metía por dentro de una falda negra, de corte recto, que acababa justo por encima de la rodilla. Sus piernas no eran demasiado feas, pero bajo unas medias negras de descanso y con unos viejos zuecos blancos en sus pies, perdían casi todo su atractivo. Un delantal a cuadritos azules y blancos terminaba por adornar su ‘glamoroso’ vestuario.

  • No vaya a ser que se le ocurra a algún imbécil joderme de nuevo- Y sacando las llaves de un mueblecillo que había junto a la entrada, la cerró, dejando las llaves otra vez en su sitio y dando la vuelta al letrero de la puerta, dejándose ver por dentro la palabra ABIERTO.

Era evidente que se estaba refiriendo a mí, aún así, no me sentía con el valor suficiente como para entablar una discusión. Y no solo eso, si no que en el momento de darse la vuelta y cruzarme con su mirada, un gran hormigueo recorrió mi cuerpo, sintiendo una extraña e incontrolada atracción por ella… y por el poder que estaba ejerciendo sobre mí.

  • ¡A qué viene mirarme con esa cara de gilipollas! – espetó sin tapujos, parándose delante de mi mesa.

  • ¿No tenías tanta hambre? ¡Pues come, ostias, y deja de mirarme de una puta vez!

Bajé los ojos sumisamente hacia el plato, percatándome en ese momento de la ausencia de cubiertos en la mesa. Volví a levantar la vista hacia ella, pero el miedo a una contestación de las suyas hizo que mi ‘petición del cubierto’ no llegara a oírse.

  • ¿Qué quieres, algo para coger la comida? – Preguntó, exageradamente amable.

  • ¿Si no es demasiada molestia…? –Me atreví a musitar.

  • ¿Molestia? Por favor, para esos estamos. Y con una fingida sonrisa se marchó, desapareciendo a través de la cortina.

Segundos después comenzaron a sonar unos ruidos metálicos, como si estuvieran lijando o rascando algo. Al poco rato volví a escuchar los sonoros pasos de sus zuecos acercándose por mi espalda.

  • Espero que esto le sirva y sea de su agrado. Y blandiendo una grasienta y negra espátula, de esas que se usan para quitar las costras quemadas de las planchas de cocina, la hundió en mitad del arroz, dejando solamente visible su mango.

Mi cara de asombro se hizo patente, sin saber muy bien en ese momento qué pretendía con todo aquello. Sin quitar mi vista del asqueroso ‘cubierto’, cogió la silla de enfrente y se sentó junto a mí a la derecha de la mesa.

  • ¿Qué pasa, que de pequeño no te han enseñado cómo coger los cubiertos?... No te preocupes chiquitín, ya verás lo fácil que es. – Y cogiendo la nauseabunda espátula con su mano derecha me la acercó a la boca, llevando algo de arroz, tomate y restos de quemado de la cocina.

No fui capaz de menear un solo músculo del cuerpo, únicamente mis ojos se atrevieron a moverse, siguiendo la trayectoria de su mano y posándose finalmente en el engrudo que me ofrecía.

  • Vamos mi niño, sé bueno y abre la boquita para que mamá te pueda dar de comer y no se enfade, ¿eh?

Había padecido ataques de timidez… grandes ataques de timidez a lo largo de mi vida, pero ninguno de ellos como el que esta sufriendo en ese momento; me tenía completamente paralizado, entregado totalmente a su merced.

Despegué un poco los labios, dejando mi boca ligeramente entreabierta.

  • ¡Si pretendías enfadarme, lo has conseguido, pedazo cabrón! –Y, agarrándome con su mano izquierda del pelo, tiró enérgicamente de él hacia atrás. -¿Querías comer, no? ¡Pues abre tu puta boca! ¡Vas a tragártelo todo, te guste o no te guste, desagradecido de mierda!

Sin ningún tipo de miramiento, introdujo la repugnante mezcla en mi boca, obligándome a dejar la mugrienta espátula sin un solo grano de arroz.

  • ¡Mastica bien, no vayas a atragantarte y montemos un espectáculo! –Sin disimular apenas mi gran repugnancia, fui masticando lentamente, intentando no escuchar el crujido de las costras bajo mis muelas. Ante su atenta mirada tragué todo aquello aguantándome las tremendas ganas de vomitar.

A la tercera o cuarta paletada, en vez de introducirme de nuevo la comida se giró en la silla y alejándola de mi boca la dejó caer en el sucio suelo, delante justo de sus blancos zuecos. Ante mi falta de reacción, dejó la espátula en el plato para propinarme a continuación una sonora bofetada.

  • Plasss… ya es hora de que aprendas a comer como un perro ¡Vamos!, ¡al suelo!

Su mirada tenía una fuerza arrolladora. Sin poder revelarme contra ella, totalmente entregado y sin ningún tipo voluntad propia, me eché al suelo dispuesto a comerme lo que ella quisiera.

  • ¿No pretenderás comer sin pedir permiso antes, verdad?

  • ¡Guau!, ¡Guau! –Y poniéndome a cuatro patas comencé a lamer la pegajosa piel de sus zuecos. Su sabor rancio apenas me importó, a decir verdad, ya nada me importaba excepto obedecerla y no contrariarla.

  • Aprendiendo rápido, eso está muy bien. – Después de tenerme unos cuantos minutos lamiendo sus zuecos, me dio su permiso. -¡Vamos perrito, que no quede nada!

Poco a poco fui engullendo aquel amasijo, por el que ya no sentía apenas repugnancia, sorbiendo, lamiendo y recogiendo con mis labios todo lo que podía. Después de limpiar los restos de tomate con mi lengua, cogió el plato de la mesa, con la espátula, y se puso de pie.

  • Sígueme hasta la cocina. Y no te desvíes del camino.

Me giré sobre las rodillas comprendiendo en ese momento su mensaje. Según iba caminando echaba pequeñas cantidades de la asquerosa mezcla al suelo, creando un intermitente reguero de comida que no tardó en llevar hasta la entrada de la cocina. Cuando llegó a la cortina de tiras se dio la vuelta, mientras, a cuatro patas esperando en la línea de salida, me concentraba en el improvisado circuito sobre aquel suelo lleno de porquería.

  • Vamos tragoncete, cuando te de la salida cómetelo todo sin dejar un solo grano ni restos de tomate en el suelo, que se note que tu lengua ha pasado por allí. Yo te esperaré dentro. ¿Estás listo?

  • Guau, guau. –Esas eran las únicas ‘palabras’ que fui capaz de emitir.

  • Vamos allá: … ¡preparados!... ¡listos!... ¡ya!

Inmediatamente bajé la cabeza y comencé a comerme el delgado camino que había dispuesto para mí. Teniéndome que tragar el amasijo de arroz al que ya me había acostumbrado junto con los restos de otras comidas y alguna que otra colilla deliberadamente sepultada. Llevándome más tiempo del que pensaba, fui lamiendo y tragando todo lo que iba encontrando en mi especial ruta culinaria, -incluso tuve que chupar alguna servilleta para quitarla los granos de arroz que tenía pegados-, llegando hasta el umbral de la cocina.

Una vez atravesé la cortina, con mis ojos pegados al suelo pude comprobar que el circuito se había acabado… en cierta manera, ya que al fondo de la cocina se encontraba ella, sentada encima de la encimera, balanceando sus pies por encima de la esparcida comida que quedaba.

  • A ver mi querido come mierda, ven aquí y acaba con esto de una vez.

A cuatro patas llegué hasta donde estaba ella, quedando mi boca a la altura de sus zuecos.

  • Esta vez te lo vas a comer como si fueras un gusano, así que tírate al suelo y apoya tu barbilla delante de la comida. -Cuando terminé de colocarme, dio un pequeño brinco cayendo con los pies juntos encima de la mezcla de arroz; la onda expansiva me salpicó la cara manchándomela entera con aquel engrudo.

  • ¡Vamos, cómetelo todo y que no quede nada alrededor de mis zapatos!

Rápidamente fui deslizando mi lengua por los alrededores de sus moteados zuecos, limpiando primero la comida del suelo, para acabar lamiendo los bordes de sus suelas que estaban completamente manchados.

De otro pequeño salto, volvió a subirse a la encimera.

  • Limpia el suelo y cuando termines échate boca arriba bajo mis pies.

No tardé ni un minuto en dejar el suelo como una patena, a continuación me coloqué bajo sus pies, incorporándome ligeramente hasta dejar mi boca a escasos centímetros de su suela izquierda.

  • ¡Saca tu lengua… y que brillen mis suelas! Y con la lengua totalmente fuera, comencé a deslizarla, recogiendo los restos aplastados de comida y lamiendo todos los embadurnados rincones, desde el tacón hasta la punta de sus ásperas suelas. Cuando acabé con el primero me desplacé hacia el segundo, limpiándolo con la misma entrega que lo había hecho con el primero.

  • ¡De rodillas!, tengo los pies doloridos, así que págame la comida con un buen masaje…para empezar, no te creas que te va a salir barata.

Revolviéndome en el suelo me postré ante ella, levanté una de sus piernas posando mis labios en su hinchado tobillo. Arriesgándome a hacer algo sin su consentimiento, comencé a besarlo, aspirando el olor intenso que desprendía su pie, deslizándome por su descalzo talón y sintiendo en mi boca la humedad de su fuerte sudor. Mi cuerpo comenzó a excitarse, notando como mi miembro se apretaba fuertemente contra el pantalón, haciéndose visible un gran bulto entre mis piernas.

  • ¡Quién te ha dado permiso para que me beses! Y colocando la suela de su zueco sobre mi cara me lanzó al suelo de un fuerte empujón. – Solo harás lo que yo te ordene, y hablarás… bueno ladrarás… únicamente cuando yo te pregunte: un ladrido un no, dos ladridos un sí, igual que lo has hecho antes ¿has entendido?

  • Guau, guau.

  • Muy bien, ahora quítame el zapato y dame con tus manos un masaje de verdad.

Descalcé su pie suavemente, posando el zapato a un lado en el suelo. Con una mano mantenía su pie en alto y con la otra la proporcionaba un sensual masaje, durante el cuál, reclinada hacia atrás, no podía disimular su enorme excitación. Después de casi un cuarto de hora, colocó su pie masajeado sobre mi hombro.

  • ¡Haz lo mismo con el otro!, esta vez te dejaré que uses también tu boca para darme placer.

Le quité delicadamente su zueco y cogiendo su pie por el tobillo como antes, lo fui masajeando, pero esta vez el movimiento de mis dedos fue acompañado de besos y lamidas, acabando finalmente, ante su creciente excitación, introduciendo sus dedos completamente en mi boca.

De un fuerte empujón con sus pies en mis hombros, me lanzó de espaldas al suelo.

  • ¡A ver cómo te portas ahora, cabrón! ¡Saca tu polla ahora mismo, que quiero correrme con ella! –Mientras ella se iba acercando, tremendamente excitada, yo me fui despojando nerviosamente de los pantalones. Con la falda subida hasta la cintura, dejando ver los bordados de sus medias a medio muslo, se sentó a horcajadas sobre mí, ensartándose violentamente sobre mi circuncidado pene.

A medida que iba aumentando su excitación, su agresividad se hacía más manifiesta.

  • Plasss… plasss… plasss…plasss… ¡Como se te ocurra correrte antes que yo te reviento a ostias!…plasss…plasss…plasss

Cuanto más me abofeteaba más se excitaba y cuanto más se excitaba más me abofeteaba. Siempre con la palma de su mano, todo un detalle. Las series de bofetadas las intercalaba con largos estrangulamientos durante los cuales aprovechaba para lanzarme escupitajos por toda la cara. Cuando veía que su saliva la cubría casi por completo, se sentaba sobre ella restregando su mojado y ardiente coño, obligándome a sacar la lengua sin moverla. El pestazo era tan desagradable y penetrante como el olor de una pescadería de barrio. Después de frotar su peludo coño por toda mi cara, volvió a introducirse mi pene con más ganas todavía. Así continuó largo rato: follándome, estrangulándome, escupiéndome, abofeteándome y restregando su tupido felpudo por mi cara; hasta terminar corriéndose con mi polla dentro. Después del orgasmo se echó sobre mí, con sus manos a ambos lados de mi cara y mirándome fijamente a los ojos.

  • Ahora quiero que empieces a mover tus caderas y que te corras echando ostias. Cuando lo estés haciendo mírame a los ojos… quiero ver tu cara de agradecimiento.

Pensé que no iba a llegar el momento, mis huevos estaban apunto de explotar y después de unas cuantas embestidas me corrí como un animal dentro de ella. Como me había ordenado la miré, casi desfallecido. –Gracias

  • Plasss… plasss… ¡Te he dicho que solo puedes ladrar, perro inútil! Y sacándose rápidamente mi polla, se colocó a horcajadas sobre mi cara, abriendose con las manos su velludo coño a un par de centímetros de mi boca.

  • ¡Abre la boca y no la cierres hasta que yo te lo diga!

Poco a poco fue apareciendo por entre sus pelos uno denso chorro, mezcla de mi propio semen y sus fluidos, que fue descolgándose hasta caer dentro de boca. Comenzaron a aparecer más chorros y más densos todavía, algunos acertaban con mi boca y otros caían alrededor de ella. Cuando notó que su coño dejaba de rezumar lo pegó bruscamente a mis labios.

  • ¡Limpia a tu dueña, perro asqueroso! ¡Usa tu boca para algo más que para comer!

Tuve que limpiarla de todos los restos de fluidos que seguían atrapados en su mal oliente felpudo, lamiendo también sus chorreantes muslos y sus peludas y sudorosas ingles.

Cuando que ya había terminado prácticamente de limpiarla, un nuevo chorro, esta vez de color dorado, comenzó a salpicar mi cara.

-¡Trágatelo todo, que no tengo ganas de ir al baño!

Ante la descontrolada dirección de los chorros, pegué mis labios a su coño, abriendo la boca y tragándome ávidamente aquel caliente y salado líquido. Después de limpiarla de nuevo, esta vez de su cargada orina, se levantó y me ordenó traerla sus zapatos con la boca.

  • Así es, como un obediente perrito. -Mientras yo me acercaba con sus zapatos en la boca aspirando el fétido olor de su interior, ella fue bajándose la falda a su sitio y recolocándose también el horrible delantal.

Antes de meter cada pie me lo ofrecía para que se lo besara, lo lamiera por completo, y le chupara sus dedos. Después, con gran devoción, sujetaba con mis manos su zueco para que introdujera su pie cómodamente.

  • ¡Se acabó por hoy! si mañana quieres comer por 3€, ya sabes dónde tienes que ir… de lo que tengas que hacer… ya me encargo yo.

Durante las semanas que permanecí allí no me perdí ni un solo menú del día de aquel bar.

Los días de gran autoestima y seguridad en mi mismo habían desaparecido por completo, quedando únicamente en mi personalidad la timidez e inseguridad que había tenido durante la mayor parte de mi vida.

Una comida de 3 € puede resultar barata… o no…depende como se mire.