Un matrimonio perfecto
Un matrimonio encuentra una peculiar solución para sus problemas conyugales.
César y Ethel eran un matrimonio perfecto, todos los que los conocían se lo decían directamente o los envidiaban en secreto. Siempre eran muy atentos el uno con el otro y parecían vivir una luna de miel interminable. Caminaban juntos cogidos de la mano y parecían eternamente enamorados. Acaramelados era como les gustaba decir a la familia de ella, cuando los veían sentados muy juntitos en un sillón cuando los visitaban, algunos fines de semana.
Pero no siempre había sido así. Poco más de dos años atrás discutían continuamente y el divorcio se cernía sobre ellos. En esas fechas llevaban casi tres años de casados y las discusiones iniciales dieron paso a la rutina y cosas peores. Un simple malentendido acababa en un lanzamiento de pullas e insultos velados. El sexo fue haciéndose cada vez más espaciado y predecible. Todo cambió cuando decidieron buscar ayuda profesional y un amigo les recomendó que visitaran a un terapista de parejas que luego de evaluar su caso y realizar un par de sesiones de terapia grupal decidió que su caso era realmente grave, así que los derivó con un gurú sexual quien los convenció de probar una nueva terapia de control mutuo que en pocas palabras los convirtió en esclavos el uno del otro, durante la mitad del tiempo para cada uno. Era una combinación de hipnosis y reprogramación mental. Luego de un mes de tratamiento, el gurú los había transformado a ambos. Así que tres días a la semana, César se convertía en un fiel sirviente de Ethel y los otros tres días ella era la esclava sexual de su marido. ¿Y el séptimo día? Pues ambos se convertían en marionetas del gurú sexual. Era un arreglo muy conveniente ya que el pago de los servicios del especialista no era barato.
Obviamente todo funcionaba a la perfección porque los tres involucrados estaban completamente de acuerdo. Esa era la razón principal. Sin ese requisito previo, no habría funcionado jamás la terapia que seguían. El gurú sexual tenía muchos años de experiencia y sabía que ese tipo de tratamiento solamente era útil en casos muy puntuales.
El lunes, Ethel llegó a casa presurosa. Había sido un día muy atareado para ella. Trabajaba a medio tiempo en una tienda de ropa femenina y era temporada alta. Estaba en exámenes finales en la universidad y también tenía que hacer las compras de la casa. El día se le pasó volando y no recordó que había acordado llegar temprano a preparar la cena de César.
Pero él no lo había olvidado y estaba impaciente cuando ella llegó. Ethel intentó expresar una disculpa apenas abrió la puerta de su departamento, pero César que se había sentado muy cerca a la puerta, esperándola, levantó una mano y sonriendo le dijo que no se preocupe, que “todo estaba bien, muy muy bien, relájate Ethel, relájate más y más. Mira mi mano, solamente mira mi mano”. Luego le dijo una frase que hizo perder a su esposa el contacto con la realidad.
Ethel sintió como su mirada se nublaba y caía en un profundo trance. Dejó caer su cartera y quedó tambaleándose en el umbral de la puerta de su departamento. César la hizo pasar y la apoyó contra la pared mientras ideaba como se divertiría con ella como castigo por haber llegado tarde y dejarlo sin cena.
Obviamente lo primero que hizo fue pedirle que se desnude por completo. Ella obedeció mecánicamente al principio pero luego lo hizo con más entusiasmo. Cuando ella estuvo completamente desnuda, él le indicó que prepare una cena ligera. Ethel abrió los ojos y se dirigió a la cocina con el rostro completamente inexpresivo como una máscara con sus facciones pero que no delataba la menor emoción. Se puso su delantal y empezó a preparar la cena sin pedir su ayuda ni decir palabra. César sonrió complacido. Fue por su cámara y le tomó varias fotos que más tarde colocó en una web de contactos eróticos donde era asiduo participante. Le gustaba recibir comentarios de otros hombres que lo felicitaban por tener una esposa tan exhibicionista.
La cena estuvo lista pronto. César hizo que su mujer se la sirviese y luego cenaron en silencio mientras él veía su programa favorito de comentaristas de fútbol. Ethel lavó los platos y limpió la casa siempre vestida solo con el delantal. No pronunció palabra mientras realizaba todo mecánicamente, con la mirada vidriosa. Él le tomó casi un centenar de fotos, mientras ella realizaba todas las actividades sin percatarse de su presencia.
A la hora de acostarse, César hizo gala de todo un repertorio de poses eróticas con su esposa. Los lunes eran días muy estresantes en la oficina y nada mejor que relajarse que varias horas de sexo salvaje. Ethel fue sodomizada y se tragó dos veces el semen de su marido. Fue un señor polvo o mejor dicho, varios señores polvos como le gustaba decir a César.
Cuando quedó satisfecho, César quedó tirado sobre la cama, jadeando y mirando el techo. A su lado su esposa, boca abajo y con el culo lleno de semen parecía haber sido atropellada por un tren. Respiraba pesadamente, extenuada por la sesión a la que había sido sometida por su insaciable marido.
El martes, César llegó un poco tarde a casa. No mucho pero sí lo suficiente para que Ethel estuviese un poco inquieta. El hombre tenía varios problemas del trabajo en la cabeza pero todos se le fueron de la mente cuando su esposa le pidió que le ayude a lavar los platos. Él accedió de buena manera y poco a poco fue olvidando sus inquietudes, escuchando la voz de su esposa. Ella sonrió cuando vio esa expresión de mirada perdida de su esposo. Siempre le sorprendía el efecto en su marido. Ethel prefería decirle su frase de control de manera suave mientras conversaban de otra cosa. Le gustaba que él entrase en trance de manera paulatina, sin conflictos mentales. Lo distraía hablándole de otra cosa y le soltaba la frase con voz pausada, pronunciando muy bien cada palabra. La repetía luego de otra frase intrascendente y luego de unos segundos la repetía una vez más para que se adueñase de la parte consciente de su esposo. Siempre funcionaba a la perfección.
Cuando estuvo completamente segura de que su marido estaba bajo su control, le dio un papel escrito a mano con instrucciones precisas y luego le dijo que la cena estaría lista en dos horas. César partió presuroso a cumplir con sus encargos, con el papel en la mano.
Cinco minutos antes de la hora pactada regresó César con un hermoso ramo de flores y chocolates. Ethel encendió unas velas y tuvieron una velada romántica. Él se comportaba como si recién llevasen saliendo una semana. Era maravilloso como la trataba. Como enamorados de pocos días.
Después vieron una película romántica que él también había comprado ese día y luego le dio un masaje de contenido suavemente erótico sin llegar a la penetración, él no parecía cansarse mientras ella se sumía en la modorra. Finalmente se durmieron abrazados. Ethel dejó que una lágrima de felicidad surcase su rostro mientras le agradecía en sus pensamientos al gurú que había salvado su matrimonio.
El miércoles, César regresó temprano a casa del trabajo. En el camino había comprado un vestido sexy para su esposa y pensaba hacer que ella lo use en la noche.
Preparó la habitación cambiando la ropa de cama y ocultó la videocámara en una esquina del cuarto tras algo de ropa y unas cajas. Su esposa no tenía que saber de sus gustos de exhibirla por internet.
Antes de llegar a casa, Ethel pasó por el gimnasio. Estuvo casi una hora practicando baile moderno. Luego una ducha rápida y tomó un taxi para llegar rápidamente a casa. Su marido la esperaba y como ese día era su turno, se preguntó qué tendría pensado para ella. Al día siguiente podría usarlo como su objeto pero ese día quería dejarlo contento. Lo mejor era que ella no recordaba nada, excepto los detalles tiernos. A veces se despertaba adolorida a media noche o al día siguiente pero era un precio pequeño por tenerlo contento. En realidad su vida era un sueño. No podía imaginarse cómo había soportado su vida anterior, con discusiones tontas por cosas sin sentido. Definitivamente vivía en un paraíso matrimonial.
Ni bien cerró la puerta de su departamento, César la hizo entrar en trance. Le producía un extraño deleite interrumpirla cuando ella estaba hablando de otra cosa y sumergirla en un profundo trance que la ponía totalmente a su merced. Le entregó la ropa sexy y luego de que ella se la puso ahí, en medio de la sala, la llevó a la habitación. No se detuvo en prolegómenos y una vez en el cuarto procedió a penetrarla de mil formas distintas.
El jueves, Ethel compró una novela romántica antes de llegar a casa. Encontró a su esposo viendo la tele. No lo interrumpió para que no estuviese de mal humor después y así entrase en el trance hipnótico sin mayor conflicto. Preparó una cena ligera y luego de que el partido terminó, cenaron. Él ni cuenta se dio cuando ella lo colocó en trance. Ahí aprovecho para contarle todo lo que le había pasado en el día. Sentados en la mesa, cogidos de la mano ella hablaba y hablaba. Él no la interrumpía y hacía preguntas para saber más. La expresión de su rostro era de total atención. Luego él se ofreció a lavar los platos y cuando terminó de hacerlo, se sentaron en la alfombra. Ella le pidió que le lea la novela romántica. Avanzaron casi tres capítulos. La voz de él era varonil y tierna a la vez. Ethel se sentía más enamorada conforme transcurría la lectura. Casi a la medianoche fueron a dormir. Él la abrazó por detrás y le musitó al oído frases cariñosas que recordaba del libro que había estado leyendo. Ella se durmió suspirando, arrobada. Con la cálida voz de su esposo susurrándole frases tiernas al oído. Lo que más le agradaba era no sentir esa dureza tan propia de su esposo presionando sus nalgas. Por el contrario sentía una tibieza especial, la tranquilidad de saberse querida sin ese deseo carnal que antes la asustaba. Por su parte César no pensaba en nada sexual. Estaba completamente metido en su rol de esposo cariñoso. Tierno y gentil. Como un príncipe de los cuentos de hadas.
El viernes, César preparó una noche romántica en la recámara principal de la casa. Como tal, debía pensar en los cinco sentidos, así que no descuidó ninguno al decorar la habitación. Eligió un juego de sábanas suaves, limpias y perfumadas, no olvidó colocar numerosos cojines. Había comprado uno en forma de corazón. Colocó una nota romántica debajo del mismo. Lo copio de internet pero la escribió a mano. Sabía que su esposa apreciaría ese detalle.
Reemplazó la luz fuerte por lámparas de baja potencia para lograr una habitación más romántica, con una iluminación tenue y suave. Obviamente no olvidó las velas en las mesitas de noche.
Para lograr un aroma agradable en toda la habitación, colocó perfume de hogar en cortinas y sábanas. Su esposa le había dado a conocer sus olores favoritos así que no habría pierde en ese sentido.
Dejó libre el amplio espejo que había mandado colocar meses atrás y que generalmente quedaba oculto tras ropa y muebles. Ethel lo prefería semioculto pero a él le gustaba verse por completo.
Puso a helar una copa de champagne y colocó dos copas a mano.
Como toque final, colocó pétalos de rosa sobre la cama y sobre el suelo a los costados de la cama.
Tampoco olvidó la música romántica, con el grupo favorito de Ethel.
Se ayudó con una lista de chequeo que tenía preparada de antemano. Era bueno ser meticuloso en esos casos.
Cuando Ethel llegó, el pidió algo para cenar y cuando terminaron, la hizo entrar en trance. Le indicó que se colocase la misma ropa sexy del miércoles. El conjuntito ya estaba lavado y secado. Luego la condujo de la mano a la habitación.
La despertó un rato para que ella pudiese apreciar lo que había preparado. Ethel leyó la nota romántica y bebieron una copa de champagne luego de brindar por su matrimonio. Luego él la volvió a colocar en trance y la empujó sobre la cama para penetrarla salvajemente.
El sábado por la mañana, Ethel fue al mercado y se demoró casi toda la mañana comprando los ingredientes para la cena romántica de esa noche. César fue a jugar fútbol con sus amigos y tomó un par de cervezas. Almorzó algo ligero y llegó a casa para ayudar a su esposa a preparar la cena. Fueron varias horas en que trabajaron juntos. Ella se divertía mientras él con la mente en blanco por la hipnosis, colaboraba con total disposición.
Ethel sabía que cada detalle era importante a la hora de preparar una cena romántica. Una buena cena romántica no se preparaba sólo cocinando un plato sabroso, también había que ambientar el lugar de forma adecuada, lo ideal para esa noche era no guardarse nada y entregarse por completo a la pareja como prueba irrefutable de amor.
Vino dulce y dos copas grandes, con un moñito especial. Velas rojas aromatizadas con canela sobre la mesa, con un mantel nuevo de lino. Luz tenue y música romántica. Ethel había pensado en los detalles a lo largo de la semana. Usó la vajilla especial que guardaba para esas ocasiones. Además de una rosa recién cortada como centro de mesa.
De plato principal, pescado para ella y carne roja para él. Más detalles que abundancia. Ensalada fresca en una fuente generosa, así como fruta de temporada como postre.
Antes de cenar, César se puso su terno nuevo, estaba muy guapo. Él mismo sirvió la cena y le dedicó frases románticas en los momentos precisos. Ethel por su parte, se puso un vestido ligero con zapatos de tacón. Se sentía seductora.
Después de cenar escucharon la música romántica y se besaron dulcemente a la luz de la luna. Besos tiernos y su música preferida. Era perfecto. Ella se durmió en los brazos de su esposo, mientras él la arropaba con cariño.
El domingo, Ethel y César se despertaron tarde. Fueron a correr un rato y luego regresaron a casa para darse una ducha. A eso de las doce llegó el gurú sexual que conversó con ellos un rato antes de un almuerzo ligero. César fue el primero al que el gurú hizo entrar en trance. El gurú le pidió que se encargue de las tareas domésticas mientras conversaba con Ethel. Ella se sentía algo nerviosa cuando quedó a solas con él a pesar de que los visitaba todas las semanas como parte de su acuerdo. A veces ellos iban a verlo a su casa, ubicada en un condominio privado, y un mes al año quedaban libres de sus visitas cuando él tomaba vacaciones en el extranjero, pero a lo largo de los meses ella llegó a conocerlo mejor y sabía que él prefería dominarlos en su propia casa.
Finalmente, tras una larga conversación, el gurú la colocó también a ella en trance y la llevó de la mano a darse una ducha. El pene del gurú era un poco más grande pero menos grueso que el de su marido así que entró con facilidad en su ano cuando él la sodomizó en el baño, mientras le acariciaba el cuerpo enjabonado.
Después de la ducha el gurú tomó una pequeña siesta mientras Ethel ordenaba la casa y realizaba diversas tareas domésticas con su esposo. En la noche cenaron temprano. César fue el camarero mientras el gurú preguntaba sobre las experiencias sexuales de la juventud de Ethel. Ella conversaba de lo más normal contándole todo con frescura, semidesnuda y sin percatarse de la presencia de su esposo, quien tenía puesto unos auriculares y escuchaba su música preferida.
Antes de irse, el gurú les hizo algunas pruebas para medir la profundidad de la hipnosis. Luego los despertó y les preguntó si tenían alguna duda sobre su tratamiento. Ambos dijeron que estaban contentos. Ethel se atrevió a mencionar sobre los dolores que sentía algunos días, a lo que el gurú expresó algunas recomendaciones a César para antes de despertarla así como una pequeña sugerencia en broma de que no sea tan brusco.
Esa noche durmieron temprano. Cuando dieron las diez p.m. ambos se sumergieron en un profundo sueño del que despertarían completamente restablecidos y como nuevos para iniciar otra semana idílica.