Un masaje relajante

Una masajista se encuentra a un conocido en la camilla de masaje... pero él no parece recordarla. ¿La reconocerá?

Un masaje relajante

Una fantasía de Vicky Piek y Langrer Kindley

Nadia no se lo podía creer. Lo tenía ahí mismo y él no la había reconocido. Claro que ella ahora tenía otro aspecto, estaba más delgada, tenía otro corte y otro color de pelo.

Creyó ver un fantasma cuando lo vio entrar por la puerta, era uno de esos giros inesperados del destino. Y ahora lo tenía sobre su camilla, boca abajo, lesionado y totalmente expuesto a ella.

Realmente estaba disfrutando de su posición, mientras los engranajes de su cabeza no paraban de girar pensando en como debería actuar con él.

Trabajaba su gemelo, como él le había pedido, sin quitarle ojo al resto de su cuerpo, segura de que lo iba a recorrer igual de la cabeza a los pies.

— ¿Así va bien? — le preguntó siendo consciente de que su técnica era impecable.

— Uhmm sí — le respondió él, despertando en ella una sonrisa pícara: ya sabía lo que iba a hacer con él. Sus manos se movieron con otro interés recorriendo desde la planta del pie hasta el muslo, sabiendo que lo estaba llevando al relax más absoluto y entonces le pinzó el gemelo lesionado a propósito.

— ¡Ouch! — se quejó Roberto.

— Uy, perdón... pero es aquí ¿verdad? — Nadia aplicó otra vez presión con el nudillo del pulgar, esta vez un poco más suave, mientras se sonreía.

— Ufff... sí, es justo ahí — Roberto se volvió a tender completamente, tratando de relajarse. — Pero la zona de alrededor...

— Sí, por supuesto.

La masajista se echó más aceite en las manos y comenzó con el siguiente nivel. ¿Se quejaría si se colocaba encima de él?. Deslizó las yemas de los dedos sobre la piel, tanteando los bordes del gemelo lesionado con delicadeza. Tenía que reconocerlo: a ella le gustaba el tacto de su piel, lo estaba disfrutando y aunque quisiera evitarlo su cuerpo estaba empezando a mostrar claras evidencias de ello.

— ¿Así está bien?

— Mmmm-hhhh...

Roberto siguió con los ojos cerrados. La música y el aroma a lavanda ayudaban a agudizar las sensaciones que le producía el contacto de aquellas manos. Las manos... y ¿qué era eso otro que zigzagueaba por la espalda? ¿Un botón?

Pero si ella llevaba una camiseta blanca...

— Ajá... vale, creo que lo tengo — susurró Nadia —. Voy a empezar flojito, pero avísame si no estás cómodo con la presión.

Roberto iba a responder con otro "mmmm" cuando notó que aquello en su espalda empezaba a moverse rítmicamente al compás de las fricciones en su gemelo.

Sí... definitivamente, era un pezón.

La masajista se detuvo un momento para aplicarse más aceite aromático, y atacó el gemelo dolorido con un poco más de energía y desde otro ángulo. Esta vez eran dos pezones los que rozaban sobre su espalda rítmicamente. No dijo nada, pero no podía hacer nada para evitar lo que ya estaba pasando: se estaba poniendo duro.

Para empeorar las cosas, el masaje se estaba extendiendo. Los dedos viajaban desde su gemelo hasta cada vez más arriba de su muslo, y otra vez abajo. Y cada vez que subía de nuevo, se iba acercando un poco más a su culo, cubierto por la toalla.

Nadia cambió de posición y se fue a los pies de la camilla. Ahora podía ver todo lo que había debajo de la toalla, desde la curva de sus glúteos hasta su bolsa escrotal. Mientras surcaba los muslos, oía cómo la respiración de su paciente se iba entrecortando. Estaba a punto de usar las uñas... pero todavía no. No quería asustarle, aunque se atrevió a pasar sus pulgares por el borde de sus glúteos reprimiendo las ganas de inclinarse y darles un mordisquito.

Era evidente que el cuerpo de Roberto estaba respondiendo como esperaba y decidió que era el momento de ponerle en un aprieto y seguir jugando.

— Ya hemos acabado esta zona, ¿te puedes dar la vuelta?

Él se extrañó.

— Pero... ¿ya está?

Ella no dijo nada. Volvió a masajear el gemelo, sus dedos recorriendo el borde de la zona afectada... y de pronto la pinzó ligeramente. Roberto se tensó, esperando el dolor... pero no hubo. Sólo una leve sensación chispeante de calor allá donde habían estado los dedos.

— Oh... increíble... — suspiró aliviado y maravillado — Tienes unas manos mágicas...

La masajista sonrió para sí.

— Sólo he descargado la tensión del gemelo — susurró — hacia los músculos de alrededor. Y una vez tratados los de esta parte...

Sus dedos suaves pero firmes volvieron a recorrer la pierna. Subieron primero por la corva, luego bajaron lentamente hacia el tobillo, sin dejar de masajear, de acariciar, de recorrer cada centímetro de piel. Roberto se preparaba para sentirlos de nuevo en su pie... pero no. Para su decepción, aquella espiral lenta de fricciones cambió de sentido y volvió a subir por su pantorrilla, por su muslo. De nuevo se aproximaban peligrosamente al borde de la toalla... y entonces se interrumpió el contacto.

— ... ahora hace falta también descargar los de la otra cara. ¿Te importa?

Él comenzó a moverse y Nadia acudió rápidamente a sujetar la toalla en su sitio, para que no se cayera al volverse. No pudo evitar apreciar el bulto alargado y de buen tamaño que apareció entre los muslos. Y aquello que sobresalía por la parte superior de la toalla... ¿era la puntita?

Wow. Tenía que ser bastante larga para asomar así...

Roberto sorprendió su mirada al acomodarse en la nueva posición. Tímido, hizo como si no hubiera visto nada y se reajustó levemente en la camilla para que la toalla ocultara de nuevo su longitud.

— Gracias. — susurró algo cortado.

— Ssshh... tranquilo. — Nadia cambió de lugar y volvió a posar sus manos en el muslo dolorido. — Relájate.

Permaneció así unos momentos, para que su contacto devolviera a Roberto a la anterior tranquilidad. Él entrecerró los ojos, dejándose llevar.

Inspiró, centrándose en el calor de aquellas manos sobre su muslo. Espiró...

Inspiró de nuevo, esta vez notando los rizos de la toalla envolviendo su miembro. Espiró...

Le pareció captar un leve movimiento. Los labios de Nadia se movían casi imperceptiblemente. Justo en ese momento sus manos volvieron a la actividad, alternando presión con roce en una red de sensaciones que se iba extendiendo por todo su muslo.

Lo curioso es que aquellas caricias intensas iban dejando una huella cálida allá por donde pasaban...

Nadia seguía desplazando sus agiles dedos por sus piernas, recorriendo cada músculo con deleite, con demasiado deleite, iba subiendo por su muslo y esta vez subió con sus pulgares por el contorno de la ingles de Roberto haciendo que su erección diese un leve respingo.

— ¡Vaya! — dijo Nadia relamiéndose los labios — parece que por esta zona estás un poco tenso, ¿te parece bien si dejo descansar esta zona y te trabajo las cervicales?

— Sí, por favor — dijo él, a la vez desconcertado y agitado. ¿Le estaba provocando aposta? Ésta estaba siendo una sesión nada usual.

Nadia cambió de posición en silencio.

Se colocó justo detrás de su cabeza y empezó masajeando sus sienes, su cara, su cuello. Ya Roberto estaba bastante más tranquilo, lo notaba en su respiración menos agitada, aunque su erección seguía visible. Del cuello bajó a sus hombros, sin cambiar de posición. Iba de los hombros a los codos, una y otra vez, y al hacerlo inclinaba su cuerpo sobre la cara de Roberto que, al notarlo e imaginar lo que pasaba, abrió los ojos y se encontró con el baile de los pechos de su masajista frente a cara.

Eran grandes y redondos, con los pezones marcándose bajo la tela. Juraría que llevaba sujetador cuando se colocó detrás de él... no le dio demasiada importancia porque su mente ya daba por hecho que ella quería algo más.

Hipnotizado por sus movimientos, giró su cabeza a un lado sin mover nada más, aspiró el aroma que desprendía su pareja y abrió la boca a la caza del pezón izquierdo que sobresalía de su camiseta. Apenas lo rozó con los labios en su primera tentativa. En la segunda consiguió tentarlo con la lengua durante unos segundos antes de retirarla, esperando alguna reacción de Nadia, y aunque ésta no llegó, le pareció ver ese pezón brillar bajo la prenda.

Como no dijo nada, tentó el otro pezón con su boca más descaradamente. Nadia se separó y le sonrió desde arriba.

— Oye, ¿por qué no alivias el músculo más tenso que tengo? Después de todo es por tu obra.

— Como desees — respondió Nadia. Para su sorpresa se encaramó a la mesa, dejando su sexo ya desnudo justo sobre su cara. Envolvió su caño con la toalla, dejando fuera solo el glande, y comenzó a masturbarle.

La maniobra no era la que él esperaba, pero nada esa tarde estaba siendo como se suponía que iba a ser. Sin perder tiempo acopló su boca a ella, recorriendo su abertura con el filo de la lengua. Su sabor era tan delicioso que quería sorber hasta la última gota que le pudiera dar. Con ambas manos ancladas en sus nalgas la sujetaba contra su boca, mientras enterraba su nariz en ella sin dejar de mover su lengua. Estaba tan concentrado que no notó cuando su polla entró en la boca de ella. Si no hubiera sentido una corriente eléctrica a lo largo de todo su caño no habría vuelto a la realidad, y ahora que lo había hecho era consciente de lo dura que la tenía. Cada succión le producía una corriente especial que le llegaba a todo su cuerpo.

Ella cada vez abarcaba más con su boca, con succiones más largas y profundas. Si estuviera en otra postura la agarraría por el pelo y se la metería toda en la boca. Aunque le gustaba tomarse su tiempo, ahora se sentía como un animal con ganas de follársela por cada orificio de su cuerpo durante todo el día.

Volvió a deslizar su lengua por todo su sexo desde el clítoris hasta el ano. Quería devorarla con vehemencia, levantó un poco sus nalgas para acceder mejor a su clit y volvió a ver una especie de resplandor en esa zona, supuso que debería haber algún cristal que reflejara la luz de esa forma en su fabuloso cuerpo. Su cara se iba llenando de sus jugos, la oía gemir aunque muy bajito. Sabía que ella también estaba disfrutando, así que después de cebarse con su ano le introdujo el pulgar en él. Nadia no solo no protestó sino que empezó a moverse con más ahínco, penetrándose con él. Aumentaban los movimientos y los jadeos, él quería llenarle la boca hasta el fondo de su garganta pero no podía, aún no. Siguió concentrándose en el clítoris de ella, quería saborear su orgasmo, lo chupaba, tiraba de él con los labios. Ella aumentaba el ritmo frenéticamente, hasta que finalmente notó cómo el cuerpo de Nadia se tensaba ante su orgasmo, el jugo de su sexo llenó su boca y su cara. Se sentía tan satisfecho como si se hubiera corrido él, pero no...

— Necesito que me folles — dijo él. Se limpió los restos de humedad que aún le quedaban en la cara. Y ahora ¿qué era lo que tenía en la mano? ¿Purpurina? Supuso que era del aceite del masaje.

Notó un último chupetón en su glande. — Por supuesto — respondió ella. No pudo evitar darle una palmada juguetona a aquel culo que se retiraba de su cara. La camilla crujió y se balanceó amenazadoramente mientras Nadia maniobraba para cambiar de posición. Le pareció que sus ojos volvían a brillar con luz violeta... pero se distrajo cuando aquellas dos tetas por fin caían al descubierto, libres de la camiseta.

Eran dos pechos hermosos, firmes y pesados, con areolas pequeñas y pezones bien tiesos. Sobre ellos la sonrisa de Nadia, evidentemente orgullosa de semejante par.

— Me encantan tus...

— Ssshhhh — la masajista le puso un dedo en los labios — lo sé.

Ella cerró los ojos, su otra mano empuñando su verga, buscando encajarla en...

— Ooohhhhh — los dos gimieron a la vez cuando al fin entró.

Lentamente la masajista fue bajando su culo, sus paredes separándose para ir recibiendo la anchura de Roberto. La sensación fue como todas las primeras penetraciones: mágica, embriagadora, envolvente. Notar cómo un coño húmedo y caliente va envolviendo más y más centímetros de su miembro por primera vez, abrazándolo y rozándolo poco a poco mientras se iba abriendo para él, era uno de los mayores placeres que se podían degustar.

Y ésta no fue una excepción. Es más, estaba notando aún más intensamente la fricción, el abrazo cálido y acogedor de su sexo a medida que se iba hundiendo en él. Como si Nadia estuviera apretando, esforzándose en intensificar aún más el rozamiento según sus caderas iban descendiendo. Cada centímetro era una delicia que saboreaba con fruición... hasta que se acabó. Estaba totalmente enterrado en ella.

La masajista se incorporó y abrió los ojos, con una sonrisa a la vez de complicidad y también casi de desafío. Roberto le devolvió la sonrisa.

— Dios... qué bueno.

— Ufffff... sí... — ella le hizo un guiñito. — Siénteme...

Comenzó a notar una sensación ondulante sobre toda su longitud. Aunque Nadia no se movía, estaba utilizando sus músculos para masajearle la polla.

— Mmmmhh... delicioso...

— ¿Te gusta?

— Me encanta...

— Perfecto... — se mordió el labio inferior, juguetona. — ¿Y esto?

La masajista se inclinó sobre él, apoyando las manos a ambos lados de su cabeza. Aquellos hermosos pechos colgaron sobre su cara, y empezaron a bambolearse cuando ella comenzó un lento sube y baja con sus caderas. Una fricción envolvente apretaba su miembro de manera increíblemente intensa.

— Ooohhhh...

— Ya veo que sí... — susurró Nadia, poniéndole las tetas en la cara mientras aceleraba el ritmo. La camilla comenzó a crujir levemente con los embates, pero Roberto ni lo notó. Estaba perdido en un mundo de sensaciones, chupando un pezón mientras el otro le hacía cosquillas en la mejilla. Su polla estaba siendo masajeada vigorosamente por aquellas paredes cálidas y húmedas. Dejó escapar otro gemido profundo, su mano voló a aquel culo terso que batía contra él sin descanso.

— Uffffff... sí... apriétame — puso su mano sobre la de él e hizo que hundiera sus dedos en aquella nalga. Ella bajó el ritmo para que disfrutara de su culo, montándole con movimientos más amplios, sus ojos cerrados. — Así... justo así...

Él pudo evitar darle una palmada en la nalga que resonó en la habitación.

— Wowwww — se rió ella — conque esas tenemos ¿eh, vaquero? — se incorporó, sus tetas moviéndose hipnóticamente mientras se apoyaba sobre su pecho — Pues agárrate bien...

— Arre, mi vaquita - Roberto sonrió mientras cubría aquellos melones con sus manos, dejando que los pezones se colaran entre sus dedos... y dio un golpe de riñón, envainándose súbitamente hasta la empuñadura.

— Oooohhhh... — Nadia jadeó sorprendida, arqueándose involuntariamente y apretando sus tetas contra las manos de Roberto. Pero sus caderas se pusieron de nuevo en marcha, esta vez con más intensidad, clavándose una y otra vez toda su longitud. Le sonrió desafiante — Pues esta vaquita te va a ordeñar...

Roberto se acercó para besarla, pero ella le rehuyó el beso — Siénteme... — le susurró al oído.

Y la sintió. Su coño le apretaba más fuerte, abrazando su longitud, convirtiendo el subeybaja en un festival de sensaciones aún más intensas. Aquellas tetas firmes ahora apretadas contra su pecho, los pezones bien erectos arañándole. El sonido húmedo de sus cuerpos chocando llenando la habitación... y la respiración cada vez más entrecortada de ella, justo al lado de su oído.

Parecía que estaba a punto de correrse...

— N-n-no... n-nooo... aún n-noooo — gimió la masajista. Se movió, tratando de retirarse antes de que sucediera. Pero él se lo impidió agarrándole el culo y comenzando a penetrarla al mismo ritmo. Nadia se contorsionó, resistiéndose aún... y por algún motivo aquello fue suficiente para llevarle cerca del climax.

De pronto empezó a notar las primeras contracciones de su coño, apretándole el miembro rítmicamente. La sensación era increíble, pero lo que finalmente le hizo explotar fue escuchar la sucesión de gemidos.

— No... nooohhh.... ohhhhh... OHHHHNOOOO... oh... siiiii... t-tu semen... t-te corressss... SIIIII OHSIIIIII..

Y ella volvió a mover sus caderas mientras ambos se corrían, extrañamente complacida de que la estuviera llenando de semen sin tomar ninguna precaución. Se abrazó a su torso, la cara entre aquellas tetas y dando largos pollazos mientras vaciaba sus huevos bien adentro de su masajista.

Nadia apretó sus músculos, echándole de su interior antes de lo que él hubiera querido. Su miembro húmedo expuesto al frío exterior comenzó a desinflarse mientras ella se bajaba de la camilla. Cuando acercó su cara a la suya, Roberto pudo verlo claramente: sus ojos irradiaban una extraña luz violeta. La masajista sonrió mientras tomaba su polla con dos dedos.

— Mmmm... parece que te ha gustado, Roberto...

— Ufff... y tanto, mi vaquita — intentó devolverle la sonrisa, sin saber cómo abordar el tema de la luz violeta, y entonces se dio cuenta — Anda, ¿cómo sabes mi nombre?

La sonrisa se hizo más enigmática mientras sus dedos recorrían el miembro aún húmedo de los jugos de ambos. — Porque me conoces, pero por otro nombre... — la masajista hizo resbalar sus dientes sobre su mejilla, hacia su oreja, sin dejar de acariciar su verga.

— Sí. Yo también tenía una de estas — le susurró en el oído — Aunque... Shilok aramu sushh bagh al esshk

Una luz violeta más intensa brotó de los dedos con los que le sujetaba la piel del capullo, extendiéndose rápidamente por su verga y luego por todo su cuerpo. Una extraña sensación hormigueante, pero placentera, le recorrió... y antes de que pudiera reaccionar su polla se redujo rápidamente ante sus ojos, los dedos de la masajista acompañando su encogimiento. Y no sólo eso, a medida que su miembro se iba haciendo más pequeño le iban creciendo un par de pechos, cada vez más grandes. La cintura se le estrechó, las caderas se hicieron un poco más anchas y el vello le desapareció de todo el cuerpo... salvo en la cabeza, donde notó cómo se descolgaban unos rizos castaños.

Gimió al notar algo que entraba en él, y sus pezones acompañaron aquel movimiento con un ligero temblor sobre un buen par de tetas. Eran los dedos de Nadia, los mismos que antes sujetaban su miembro... pero que ahora estaban dentro de su... ¿coño?.

— ¿Q-qué está pasando? — preguntó una voz femenina que Roberto no reconoció, pero que había salido de su garganta. Se llevó las manos a aquellas tetas y lo notó todo perfectamente: tanto la tersura y plenitud de ambos pechos como la sensación firme y cosquilleante de sus manos sobre ellos. Definitivamente, no eran de mentira.

Miró desconcertado y alarmado a la masajista, que parecía estar disfrutando de todo aquello. Volvió a notar aquella sensación extraña y placentera cuando ella comenzó a meter y sacar los dedos de su interior.

— Que has dejado de ser Roberto, como yo dejé de ser Carlos, tu compañero de trabajo — la inmensidad de aquella revelación le invadió como aquellos dedos que seguían penetrándole cada vez más adentro. — Bienvenida a las Fornøjelse Samlere, hermana Tatiana.