Un masaje muy deportivo

Una joven acude a una casa de masajes donde le espera una gran sorpresa...

UN MASAJE MUY DEPORTIVO

Anaïs abrió la acristalada puerta con el circunspecto gesto de alguien que está obligándose a sí mismo a seguir adelante. Inmediatamente, su negra figura se convirtió en el punto focal del recibidor del establecimiento. Su olfato se vio anegado por un torrente a ambientador, destinado sin duda a ocultar el olor de los cuerpos que sudaban en las salas aledañas, practicando deporte o siendo masajeados "por los mejores profesionales". Así rezaba el anuncio del establecimiento.

Anaïs no quería perder demasiado tiempo allí, así que fulminó con la mirada a la recepcionista (una chica demasiado voluptuosa) mientras echaba a andar hacia el mostrador y soltaba la frase que había estado ensayando mientras venía.

Buenos días, quisiera un masaje completo de espalda.

Buenas. Muy bien, completo. ¿Masajista chico o chica?

Chica, por supuesto.

La vehemencia de la ultima frase de Anaïs hizo entornar los ojos a la recepcionista, que miró con más atención a la cliente recién llegada. Anaïs era una joven de veintipocos años, de pelo y ropajes masivamente negros. Tenía unas facciones redondeadas y exquisitas cuya suavidad constrastaba con sus intensos ojos negros, algo acusadores, así como con su ceño permanentemente fruncido. Bastante alta, era esbelta y elegante de movimientos, tributo a la practica diaria de kendo. Sus curvas eran proporcionadas sin llegar a la exuberancia y le daban a su cuerpo un toque de distinción, de conquista difícil y exótica. Sin embargo, toda su figura irradiaba una severidad que no ya subrayaba, sino que ponía en negrita lo de "difícil".

Ajá. Es la primera vez que viene, ¿no?

Claro que sí.

"Y no pienso volver, si el servicio no es verdaderamente bueno." Anaïs no dijo lo que pensaba en aquel momento, pero tuvo que luchar por no poner demasiada cara de fastidio. Después de todo, la recepcionista no tenía la culpa de todo aquello. No tenía la culpa de que la madre de Anaïs la hubiese convencido de que necesitaba un masaje, y aún menos de que ella misma hubiera tardado tanto en encontrar la dirección. Calle Berkeley... ¿o era Barkley?. Anda, que si se había confundido...

Perfecto. Ahora, con nuestra promoción primaveral, el servicio completo de masaje son...

La chica comenzó una ensayada charada sobre los precios en la que Anaïs prestó poca atención. No era barato y curiosamente iba por horas, pero aún así resultaba más económico que otros centros de masaje.

Si, muy bien. ¿Por donde paso? – cortó mas o menos al final de la explicación.

La recepcionista se levantó, dejando ver un rotulito pectoral con su nombre que hasta ahora había ocultado su exuberante feminidad. "Candy", ponía. Debía de ser una broma.

Sígame, por favor.

Candy la condujo a través de una serie de pasillos pulcros y asépticos en los que había puertas de madera tipo sauna. En una de ellas, la chica se paró y abrió la entrada.

Es aquí. Tiéndase cómodamente, la masajista llegará enseguida.

Bien. Gracias.

Candy se marchó, dejándola sola al fin. La primera sorpresa agradable que recibió fue el intenso color negro del suelo y paredes. Todo estaba cubierto de un acolchado plástico que cedía ligeramente bajo los pies. La posible sensación de olor quedaba eliminada por un agradable y caro ambientador floral, y la amplia sala estaba tan fresca que no resultaba claustrofóbica. En ella había una gran cama de masaje anclada al suelo, una barra fija, una colchoneta, espalderas y un par de armarios cerrados. La iluminación provenía de un techo semi transparente y el resto de la decoración consistía en un par de desnudos en acuarela bastante malos, algo apreciable para una fina pintora como Anaïs.

Sintiéndose más tranquila, comenzó a desnudarse. Había perchas dispuestas a tal efecto y pronto la blusa, la falda, las medias y resto de sus negras prendas estuvieron perfectamente colgadas y ordenadas, quedando en su grácil cuerpo sólo las bragas y el sujetador. No hace falta decir de que color eran, ni que Anaïs sentía una verdadera obsesión por el negro que se extendía a todas sus posesiones.

Se sintió aún mejor cuando vio que había incluso toallas negras, así que se quitó por fin su ropa interior. Diáfana y fresca, su desnuda figura quedó sin nada negro salvo sus ojos y su corta melenita. Se envolvió en la toalla y se tendió cabeza abajo sobre la camilla, observando que esta tenía una extensión para cada pierna y que estas podían separarse.

Metió la cara en el ovalado agujero que había a la altura de la cabeza y quedó tendida cabeza abajo, mirando al suelo. La toalla dejó de cubrir su espalda y el hermoso y joven cuerpo de Anaïs quedó totalmente relajado. Apretó los músculos de la espalda, luego los glúteos y después los de las piernas. Se sentía relajada y en forma, aunque las malas posturas que tomaba durante demasiado tiempo le dolían un poco. Ahora mismo iba a poner remedio a eso y pronto podría irse de aquellas casa de masajes. Las ideas que le sugería su madre siempre daban un poco de incomodidad a Anaïs.

En ese momento, alguien entró en la habitación. Con el blando y siseante sonido de unos pies descalzos que se desplazaban gracilmente, llegó hasta Anais y esta pudo aspirar un delicioso perfume de melocotón. La masajista no saludó ni dijo nada. Simplemente, comenzó a amasar las partes tensas de la espalda de Anaïs. Sus manos eran pequeñas pero muy fuertes, con uñas cortas y redondeadas que trabajaban la carne con destreza. Anaïs notó como le extendía resbaladizo aceite sobre la espalda y empezaba a friccionarle desde el lomo a los glúteos, creando una maravillosa sensación de calor.

El masaje se desarrollaba felizmente cuando, de repente, la masajista hizo algo extraño. Se subió a la camilla y apoyó sus rodillas sobre los glúteos de Anaïs, rodeándole el trasero con sus piernas. La presión estaba bien calculada y el peso de la chica no incomodaba a Anaïs, quien no se hubiera extrañado si no hubiera notado que la chica que la atendía estaba totalmente desnuda, y que frotaba su suave piel contra su aceitada espalda de una forma que ya tenía poco que ver con el masaje de espalda que había venido a buscar.

El colofón fue el notar como unos grandes y llenos senos se apoyaban en su espalda, cimbreando en su elogiable firmeza. Eso, y el tacto de una entrepierna suave y rasurada en su mayor parte que se pegó a sus glúteos refrotándose lúbricamente...

¿Pero como se atreve...?¿Qué demonios está haciendo, guarra?

¿P-Perdon?

La voz de la masajista sonó genuinamente sorprendida y ofendida... y misteriosamente familiar para Anaïs. Esta hizo ademán de revolverse, pero la otra se bajó ágilmente de encima suyo y retrocedió un paso. Entonces Anaís se volvió, tapándose todo lo que pudo con la toalla, y contempló a una bellísima muchacha oriental de su misma edad con el torso, senos y entrepierna brillantes del aceite que se le había pegado de su espalda. Era voluptuosa en extremo, una verdadera S, pero de excelentes proporciones y exquisita hermosura. Su piel era rosada y encantadora, sus formas suaves y muy, muy redondeadas. Sus pechos eran grandes, firmes y de poderosos pezones. Los suaves deditos de sus manos y pies eran regordetes y adorables, gatunos. El rostro, de candorosa redondez, aportaba ahora en su sorpresa el detalle final en sus sensuales labios bruscamente abiertos y sus desconcertados ojos azules, algo tapados por una desbocada melenita negro azabache.

Las dos guardaron silencio unos instantes, hasta que se reconocieron.

¡Arika!

¿Anaïs?

La comprensión entró de golpe en el cerebro de ambas. Las dos muchachas eran intimas amigas, pero aquella casualidad del destino las había reunido en un lugar en el que Arika estaba ofreciendo servicios sexuales, actividad que Anaïs siempre le había censurado con las mejores intenciones. Sin embargo, Arika era de un carácter muy sensual, lascivo casi, y gustaba de aquel oficio, algo que su amiga jamás había ni siquiera intentado entender.

Con que estas otra vez con estas cosas. Sigues degradándote a pesar de todo lo que hemos hablado.

Anaïs, siento lo ocurrido, pero no me estoy degradando de forma alguna. Esta casa es higiénica, legal y ejerzo este oficio de forma tan profesional como tu la pintura.

Anais frunció el ceño y Arika supo que se le venía encima una buena.

¡Claro! ¡La palabra clave es profesionalidad! ¿Nunca se te ha ocurrido pensar lo que me hace sufrir a mi y tus otras amigas con lo que haces por la noches?

¿Y tú nunca has pensado que ese carácter dominador y egoísta tuyo también me hace sufrir a mí? Piensas que soy una puta, pero ¿cuándo te he fallado o dejado de lado cuando te he hecho falta?

No digo, nunca he dicho, que seas una puta, pero es que tienes un gusto por estas cosas que no veo beneficioso para ti.

La dos empezaban a subir el tono. Arika desnuda y desenvuelta y Anaïs tensa y parapetada tras su dignidad en forma de toalla negra. Lo malo era que las dos tenían razón, las dos estaban enfadadas y las dos se guardaban algo de rencor por anteriores asuntos como aquel.

¡Beneficioso para mí! Pues mira, rica, estas cosas me mantienen tan relajada y plena en lo sexual que no voy por ahí hecha una furia gruñona que parece pedir a gritos un polvo.

¡No me vengas con groserías, Arika! Sabes muy bien que vales mucho más que lo que estás haciendo aquí.

¡Si, lo que tu consideras que es valer! Pareces haber olvidado que no todas tenemos el talento y/o la flor en el culo que hacen falta par vivir del arte pictórico como la señorita Anaïs. Hay pobres capullas como yo que se hartan de trabajar catorce horas al día en un restaurante chino cuando pueden ganar mil veces más por usar su feminidad, ¿comprendes?

No. No lo comprendo ni lo quiero comprender jamás.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Anaïs no quiso que su afirmación fuera tan despectiva ni afectada como realmente fue, pero a Arika aquello le hirvió la sangre en las venas. Una lágrima se le escapó y apretó los puños, en una adorable pose de fierecilla desnuda.

Se acabó. La has cagado conmigo, chica de negro.

¿Qué quieres decir? – respondió Anaïs orgullosamente arrebujada en su toalla, al estilo de un senador romano indignado.

Pues que te exijo una satisfacción, Anaïs Johnson.

Anaïs sintió la adrenalina recorrer todo su cuerpo ante aquella velada amenaza. Arika, desnuda y rabiosa, la miraba con tal rabia que parecía a punto de echársele al cuello. Sin embargo, su furia era fría y helada como sus azules ojos. No había dicho una bravata. Un silencio incómodo se extendió entre las dos y Anaïs habló con un tono tan mortalmente serio como el de su amiga.

¿Quieres que luchemos, Arika Liu?

Exacto, Anaïs. Aquí mismo y cuerpo a cuerpo, y la que gane tendrá razón en la cuestión que nos ha enfrentado.

Eso no es algo lógico ni civilizado. Nuestros puños no son argumentos a favor o en contra de esta cuestión.

No, no lo son, pero quiero, mejor dicho exijo, una salida a una disputa que mantenemos desde siempre. La cuestión es si tienes demasiado miedo a perder o estás dispuesta a que ajustemos cuentas de forma honrada.

Anaïs se sentía algo confusa. Por un lado, era una chica muy educada y templada, pero por otro era dominante y orgullosa, y de ninguna manera le gustaba perder. Y lo más importante: también ella quería ajustar cuentas. El físico de Arika y cómo lo exhibía le resultaba provocador para su propia feminidad. Siempre había querido tener una oportunidad de probarse contra aquella impúdica belleza asiática, y el momento estaba allí.

¿Y bien? – bufó Arika.

Acepto. – dijo Anaïs con un tono seco y frío.

Silencio. Se evaluaron sucintamente. Anaïs pesaba unos cincuenta y cinco kilos y medía un metro ochenta. Estaba bastante en forma y sus conocimientos de combate cuerpo a cuerpo eran escasos y se remontaban a algunas peleas de colegio, ya que el único arte marcial que practicaba era el kendo. Por su parte, Arika tenía tres kilos y siete centímetros menos, pero hacía ejercicio con mucha regularidad. Dar masaje y bailar la hacían sumamente fuerte, aunque tampoco supiera una maldita palabra de artes marciales.

Hablemos de las reglas, Arika. ¿Qué has pensado?

Lucha libre, nada de mordiscos, arañazos, puñetazos ni patadas, pero se permite todo lo demás. Tirarse del pelo sólo si una empieza. Peleamos a inmovilización, cada vez que una no pueda mas da una palmada en el suelo y cuando no podamos seguir la que tenga más puntos gana.

Bien, me parece bien, pero, ¿podemos luchar aquí?

No veo por que no. No te preocupes de mis jefes, están acostumbrados a oír gemidos y ruidos.

Pero no tenemos ropa, ni un cuadrilátero.

El suelo es de colchoneta, y respecto a la ropa, podemos luchar desnudas.

A Anaïs aquello no le gustó. Ella quería una competición física que resolviese aquella cuestión, no una guarrería con tintes sexuales.

No me parece adecuado. Es algo grosero.

Te equivocas. También los antiguos griegos luchaban desnudos y no lo hacían con segundas. Además, en estas cosas la ropa se rompe. Lo se por experiencia.

De acuerdo. Pero, ya que nos vamos a enfrentar en la lucha griega, también nos aceitaremos. No quiero hacerte más daño de la cuenta.

Preocúpate del daño que yo voy a hacerte, Anaïs.

Arika se fue a un armario, con su voluptuosa figura ondulando por el que iba a ser el escenario de aquel peculiar duelo. Sacó dos grandes botes de aceite corporal extra suave.

Aquí esta el aceite. Pero antes de pelear, llevaremos a cabo una serie de preparaciones. Primero, tomaremos una ducha fría y después calentaremos.

Muy bien. Así daremos lo máximo de nosotras mismas.

Te va a hacer falta.

Lo mismo digo. Y ahora, formalicemos nuestro reto.

Anaïs dejó caer su toalla y ambas quedaron desnudas frente a frente. Caminó hasta Arika que la esperaba con los brazos en jarras. Sin dejar de mirarle a los ojos, Anaïs oprimió sus pechos contra los de Arika, que se puso de puntillas y apretó también sus mamas contra las de Anaïs. Sus caras quedaron a unos centímetros una de la otra y ambas sintieron el calor que emanaba de sus cuerpos. Arika habló con un hostil siseo.

Te desafío a luchar en cuerpo y alma, corazón contra corazón. ¿Sigues dispuesta?

Si. Músculo contra músculo y hueso contra hueso, hasta que una caiga.

Tras aquella lírica declaración de intenciones, se separaron con un bote de pechos. Arika se dirigió hacia la gran ducha que había en un extremo de la habitación y Anaïs la siguió. Entraron, cerraron la mampara y, dándose la espalda, se lavaron cada una por su lado. Se observaban de reojo, anticipando el choque de sus empapados cuerpos. El jabón las cubría mientras se aseaban. Finalmente, se aclararon y salieron de la ducha, cada una midiendo los movimientos de la otra.

Tras secarse, Arika se situó en el centro de la sala y empezó a calentar. Saltaba haciendo aeróbic y se estiraba en el suelo abriendo las piernas por completo, demostrando una flexibilidad y una potencia muscular que no pasó inadvertida a Anaïs. Esta fue calentando desde las cabeza a los pies, con estiramientos y rotaciones. Al cabo de un rato se le ocurrió una idea pérfida y se acercó a Arika, quien le dirigió una mirada muy poco amable. Anaïs le lanzo una patada de karate al rostro que se quedó diez centímetros corta. Empezó a lanzar falsos golpes de manos y pies contra el cuerpo de su rival, que continuaba sus estiramientos bajo la exhibición de artes marciales fingidas. Anaïs se divirtió mucho con aquella sutil provocación. Su lado más oscuro estaba surgiendo bajo su civilizada y educada forma de ser.

Al cabo de un rato, las dos se miraron decididas y llegó el momento de comenzar el duelo. Cada una tomó un bote de aceite y comenzaron a aceitarse levemente el cuerpo, dejando sólo una fina capa sobre la piel. De aceitarse demasiado, la lucha sería demasiado dificultosa. Ya embadurnadas excepto en las plantas de los pies y en el pelo, los cuerpos de las dos brillaban agresivamente, con los músculos totalmente marcados por el aceite. Dejaron los botes y se acercaron al centro de la habitación, donde sin mas dilación se tomaron de los hombros y comenzaron a luchar.

Al principio, forcejearon brutalmente tratando de desequilibrarse. Sorprendidas por lo parejo de sus fuerzas, comenzaron a emplear tácticas más sutiles. Cada una trataba de meter el pie entre las pierna de la otra y derribarla, pero ambas eran ágiles y sus gráciles zancadillas eran esquivadas con saltitos o simplemente liberando la pierna. De nuevo frustradas, se separaron y se acecharon unos instantes con las manos en alto, antes de tirarse de nuevo una encima de la otra. Anaïs rodeó la cintura de Arika, intentando pasarle los brazos detrás de los riñones para estrujarla. Arika se dejó hacer, pero saltó y levantó las piernas subiéndose a la cintura de su contrincante. El brusco cambio de peso derribó a Anaïs, que recibió todo el impacto del peso de Arika sobre su tórax. Su exclamación de dolor no detuvo a su rival, que aprovechó para reptar luctuosamente sobre el cuerpo de Anaïs, tratando de aproximar su cadera al pecho de la otra y atraparla bajo su trasero. Anaïs trató de resistirse, pero el golpe había sido considerable y su cuerpo estaba dolorido. Centímetro a centímetro, a pesar de que su rival la rodeaba con sus brazos, Arika se deslizaba sobre Anaïs como una serpiente, contoneándose como una bailarina de danza del vientre. Sus músculos abdominales demostraba ahora su poder y disciplina, y no tardó en estar sentada sobre el busto de la otra. Anaïs respiraba entrecortadamente debido al peso sobre su pecho y tenía los senos doloridos. Tras un ultimo esfuerzo dejó de patear y miró a los ojos a Arika, que sonreía encima de ella. Estaba igualmente cansada, pero jubilosa.

Para mi primer punto, – le dijo – voy a aplicarte un ataque que es privilegio de las chicas bien dotadas.

Se inclinó lentamente y apoyó sus grandes mamas sobre el rostro de Anaïs, comprimiéndolas contra la cabeza de su víctima. Los suaves y maravillosos senos apenas dejaban a Anaïs respirar bajo su globosa masa, así que tras unos angustiosos instantes, palmeó en el suelo vencida. Arika la soltó y se alzó, arreglándose el pelo. Bastante asfixiada, Anaïs necesitó unos segundos para recuperarse, pero en seguida se alzó y requirió a su rival, iniciando otro abrazo.

Esta vez, Anaïs no intentó otro cuerpo a cuerpo. Uso en cambio su altura para obtener ventaja y comenzó a liar de brazos a la oriental. Las dos chicas braceaban como molinos enloquecidos, con sus pechos saltando en desorden. Arika empezó a desesperarse y trató de zafarse, pero Anaïs logró hacerle bajar el torso y se coló tras ella. La hizo tropezar y la derribó, atrapándola por detrás y de costado. Le colocó las piernas encima y se pegó a ella, tapándole boca y nariz con una mano. Mientras Arika perdía el aliento, Anaïs se encaramaba bien sobre ella y la sujetaba por debajo de los brazos. Dejó de asfixiarla y la obligó a quedar sentada entre sus piernas, exhausta. Arika tenía el rostro enrojecido y boqueaba apresuradamente.

Antes de que se recuperase, Anaïs rodeó sus brazos con los suyos, se los apretó contra las caderas y con sus manos tomó los pechos de Arika. Los sopesó con una expresión maligna en el rostro y entonces habló:

Ahora, voy a demostrarte que el tamaño a menudo conlleva desventajas.

Procurando ejercer una presión uniforme, Anaïs apretó con fuerza los pechos de Arika. No trató de clavar las uñas, sino de comprimir la carne. Su rival gimió de dolor y Anaïs fue aumentando la presión despiadadamente. Incapaz de resistir el terrible estrujón, Arika pateó con la pierna derecha, haciendo la señal de rendición. Inmediatamente, su torturadora la soltó con limpieza y se alzó, cogiendo aire.

Arika estaba hecha una furia, y sus pechos enrojecidos por las marcas de los diez dedos de su contrincante. En lugar de levantarse, se acuclilló e hizo señal a Anaïs de que se acercase. Esta lo hizo y se puso a cuatro patas delante de ella. Quedaron como dos gatas enfrentadas. Entonces, Arika le pasó la mano por detrás de la cabeza, cogió un buen puñado de cabello y le tiró de la cabeza hacia atrás. Anaïs hizo lo mismo espoleada por el dolor, y pronto se revolcaron sin soltarse de los cabellos. No tardaron en desasirse y buscar formas más efectivas de agredirse. Se trabaron de piernas, frente a frente, y se apretaron entre sus muslos sin dejar de forcejear. El aceite hizo que aquella fase durase poco. Se soltaron y se incorporaron lentamente, en guardia, mostrando por primera vez señales de cansancio.

Economizando movimientos, se trabaron de nuevo. Esta vez ambas estaban calmadas y concentradas en derrotar a su oponente, ya sin furia ni rencores que desahogar. Anaïs pasó los brazos por detrás de la espalda de Arika y haciendo un esfuerzo supremo, la alzó del suelo y la volteó en el aire intentando que cayera lo más lateralmente posible. Arika consiguió girar en el aire y mitigar en parte la caída, pero se dio un buen golpe. Anaïs echó su peso sobre ella y luchó para ponerla de espaldas. Arika se resistió como pudo, pero al final Anaïs consiguió lo que se proponía y pudo sentarse cómodamente sobre la espalda de la otra. Inmediatamente, la tomó con un brazo del cuello y con otro de la pantorrilla, buscando crear un arco de dolor en la columna vertebral de Arika. No pensaba tirar más allá de lo aconsejable ni de lo seguro, sino provocar suficiente dolor para ganar otro punto.

Tras debatirse un poco, Arika se resignó y palmeó la colchoneta. Anaïs la soltó y se alzó, observando a su desmadejada rival. Esta se levantó a su vez, dolorida pero decidida a seguir luchando, gesto que inspiró a Anaïs una mezcla de admiración e incomodidad. Ella también estaba dolorida y ya deseaba llegar al fin de aquello.

Mientras las dos giraban una en torno a la otra, con sus brillantes cuerpos desnudos danzando en aquella espiral de violenta hermosura, era evidente que algo había cambiado. Trabaron sus manos y esta vez el contacto fue menos violento, acostumbradas ya una a la fuerza de la otra. Sus movimientos eran menos bruscos, más medidos, respetándose como rivales. Arika apretó con sus fuertes manos las de Anaïs, que eran mucho más finas. El dolor la distrajo lo bastante para que la chica oriental la hiciera bascular y caer de rodillas, estirándole los brazos tras la espalda. Con la rodilla, le empujó entre los omóplatos para evitar que se zafara al apoyar su peso en ella. Anaïs comprendió que la había pillado y apenas tironeó un poco cuando Arika le obligó a tenderse boca abajo sin dejar de estirarle los brazos. Acto seguido, puso sus pies sobre la espalda de Anaïs y se subió encima de ella, acompañando esto de un nuevo estirón de brazos. Aquello dolía de veras y provocó al cabo de unos segundos que Anaïs pidiera punto, esta vez de viva voz.

De nuevo se repitió la escena de la vencedora soltando a la vencida y esta incorporándose trabajosamente. Seguían empatadas. Se miraron cansinamente, algo encorvadas y ya desprovistas de todo sentimiento de rencor.

Creo que deberíamos acabar ya... – farfulló Anaïs apenas fue capaz.

Sí. Sólo un punto más.

Dicho aquello, reunieron sus ultimas fuerzas y cargaron la una contra la otra. Sus pechos rebotaron, sus muslos se encontraron y se abrazaron con una fuerza enorme en una presa de cuerpo entero. Fundidas en un abrazo triturador, se revolcaron por el suelo con cada músculo y tendón en tensión, dos jóvenes cuerpos enfrentados al máximo. Allí donde sus manos oprimían la carne se formaban rojas marcas en la carne mientras las dos apretaban los dientes. Toda la presión se centraba en sus pelvis, comprimidas la una contra la otra como tratando de enfrentar sus sexos en aquel último choque. Las fuerzas las abandonaron y el dolor las llenó, y cada una trató de doblegar a la otra en un último esfuerzo. De repente, sonó un grito.

Anaïs estaba encima, y Arika abajo. Anaïs tenía las manos encima de los hombros de su vencida rival, que la había soltado y boqueaba, agotada y desmadejada, ya doblegada por completo. Con alivio, Anaïs se bajó de encima suyo. Sentía una alegre exaltación, pero lo principal era que toda la tensión, el rencor y la ira contra su rival habían desaparecido. Se tendió al lado de Arika, que la miró humildemente.

Se acabó.

Sí. Parece que tienes fuerza para sostener tus palabras.

Ajá. Pero quiero que sepas que te respeto, Arika. No apruebo algunas de tus acciones, pero eso es todo. Como persona, no tengo queja de ti.

¿Quieres decir que te ha resultado positiva la experiencia?

Arika sonreía pícaramente, vuelta de costado y con los pechos en desorden.

No te pases. Ha sido algo excesivo, un poco gratuito, pero ha calmado las cosas.

Desde luego. He de confesarte que siempre te he deseado, Anaïs. Por eso tus templanzas en materia sexual siempre me han ofendido, me parecía que rechazando el sexo me rechazabas a mí.

Bueno, pues que sepas que no deseo que tengamos ese tipo de contacto, Arika. Creo que hoy te he demostrado que estoy dispuesta a perseverar en mis argumentos.

Anaïs se levantó y se estiró, notando algunos crujidos en su espalda. Notó como Arika le cogía el pie y se volvió hacia ella.

¿No te olvidas de algo? – le dijo desde el suelo con una mezcla de resignación y alegría.

Cierto.

Anaïs se irguió y puso el pie entre los pechos de Arika. Sintiendo debajo de si la suave carne de su amiga, apoyo un poco su peso y alzó los brazos en señal de victoria.

He vencido. – dijo simplemente – Esta cuestión entre nosotras queda saldada.

Totalmente. – asintió Arika.

Anaïs la soltó y ambas se fueron hacia la ducha. Fraternalmente, se quitaron una a la otra el aceite con esponjas, si bien Arika atendió a Anaïs con verdadera devoción, un halago que hizo sentirse a la otra un poco culpable. Pronto estuvieron aseadas y limpias. Era obvio que Anaïs quería marcharse.

Ha sido un masaje muy deportivo, Arika, pero no deseo que se repita. Considéralo como la satisfacción que me exigiste. ¿Está claro?

Como el agua. No volveré a buscarte las cosquillas, pero espero que tu también te des cuenta de que has sido muy intolerante.

Lo he sido y trataré de evitar serlo en lo sucesivo. Respecto a ti, creo que ya he marcado el territorio: sólo amigas. Lo de hoy ha sido necesario pero no deseable... si bien el masaje ha sido un encanto, al menos al principio.

Una que sabe.

Arika se acercó a Anaïs y le dio un casto beso de despedida en la mejilla. No hacía falta decir nada más, y ya vestida con sus negras ropas, Anaïs abandonó la sala. Cuando se hubo alejado, sonrió ferozmente, alegre de haber dado salida a su lado más competitivo y dominador. Aquella victoria sería un tesoro de su lado oscuro, con el que se sentía de repente muy cómoda al recordar la fuerza y la decisión que había mostrado contra su amiga.

Al salir, pagó. No cogió el cambio y sonrió todo el camino hasta llegar a casa.

FIN