Un masaje de pies para mi cuñada

Mi cuñada se queda en casa a dormir y ha tenido un día de perros. Yo le ayudo a que se relaje.

Aquella noche mi cuñada se quedaba a dormir en casa. Tras haber pasado el día en casa, se había hecho demasiado tarde como para que llevarla de vuelta a su casa fuera una opción que mereciera la pena contemplar, considerando que en casa había una cama de sobra para ella.

Muy parecida a mi mujer, mi cuñada apenas pasaba los 20 y seguía siendo bastante inmadura en todos los sentidos, pero aún así nos llevábamos bien.

Nos estábamos preparando para ir a dormir, pero yo, que aún andaba lejos de tener sueño, me había quedado en el salón con la vana esperanza de encontrar una serie interesante. Mi mujer fue la primera en retirarse a dormir, pero mi cuñada, con la misma ausencia de sueño que yo, se reunió conmigo para hacerme compañía. Ninguno de los dos quiso, en principio, que ocurriera lo que pasó.

Al pasar por mi lado el contorno de su camisón se grabó en mi mente, acompañado por la fragancia de su perfume. No pude evitar fijarme en la turgencia de sus jóvenes pechos tras la fina tela y el sujetador. Ignoraba la experiencia de índole sexual que podía tener mi cuñada en ese momento, pero imaginaba que debía de prácticamente nula.

  • Pon alguna comedia romántica, cuñado- Dijo mientras tomaba asiento y estiraba las piernas sobre el cheslong.
  • Lo voy a intentar, pero no sería la primera vez que me tiro horas intentando encontrar algo y al final me duermo.
  • Me da igual, lo que quiero es una excusa para dormirme. Estoy reventada y me duelen los pies una barbaridad.

Dicho esto, pasaron varios minutos mientras navegaba por el catálogo de películas, a cual menos interesante que la anterior.

  • ¡Ésa me gusta!- Exclamó mi cuñada de repente al dar con una película de los 90 bastante cursi.
  • ¿En serio? ¿Ésta? Bueno, mira, estoy harto de buscar, así que te voy a complacer.
  • Gracias, cuñado, eres el mejor.

La película comenzó, pero al cabo de un rato aprecié por el rabillo del ojo que mi cuñada estaba incómoda, cambiando de postura a cada rato y quejándose. En una ocasión, se remangó el camisón para sentarse bien y se le vieron fugazmente sus bragas rosas apretadas en sus caderas.

  • ¿Qué te ocurre?
  • Lo que te he dicho antes, me revienta el dolor de pies que tengo, he estado todo el día de recados arriba y abajo y no puedo más… ¿Me harías un masaje de pies, por favor?

No me apetecía en lo absoluto, pero en aquel momento observé su cara poniendo morritos y con ojos vidriosos y bajé por lo largo de su cuerpo hasta llegar a sus pies y algo me impidió negarme.

  • Bueno, va, trae los pies aquí.

Su rostro dibujó una sonrisa radiante y se giró hacia mí cuidando de que no se le subiera el camisón demasiado. Una vez asentada, colocó los pies encima de mis piernas, y movió los dedos con brío esperando el contacto de mis manos.

Comencé pasando mis dedos por su empeine. Ella cerró los ojos en ese momento y soltó un gemido de placer.

  • De verdad, te lo agradezco, me voy a morir del gusto- Dijo, al tiempo que se ponía más cómoda echándose las manos a su pelo con los ojos cerrados.

La película continuó, y yo continué amasando los pies, apretándole los dedos y, ocasionalmente, subiendo mis dedos hasta su espinilla, en el dobladillo de su camisón.

Su mirada iba alternativamente de la película a sus pies, y de sus pies a mi cara, cuando se cruzaban, esbozaba una sonrisa de inocente complicidad. No pude evitar tener una erección, por lo que debía mantener sus pies lejos de aquella zona para evitar que se diera cuenta.

Instintivamente, sin  que me diera cuenta, había pasado de masajear sus pies a, simplemente, acariciarle el empeine y espinilla de su pierna izquierda. Había silencio, de modo que contaba con su aprobación.

En un momento dado, alargué demasiado una caricia por su pierna y fui a dar con el dobladillo del camisón hasta su rodilla. Mientras bajaba de vuelta hasta su pie la miré fugazmente. Miraba con atención la pantalla, pero no pude evitar pensar que no prestaba atención únicamente a la película.

A partir de ahí, mis caricias seguían hasta la rodilla con más soltura, y mi cuñada había cerrado los ojos. Animado por la idea de que estaba disfrutando de mis caricias, amplié un poco más el radio de acción de las mismas, y con la punta de mis dedos fui desde su pie izquierdo hasta la rodilla y un palmo de su muslo.

Ella continuaba con los ojos cerrados. De pronto, tras estar un rato acariciándole las piernas por encima del camisón, dijo:

  • Espera, que con el camisón no es lo mismo- Y se lo remangó hasta la mitad de sus muslos para que continuara las caricias, pero esta vez piel con piel.

En ese momento ya tenía la polla dura como el acero y me fue imposible negar sus deseos. Aunque a la luz de la lámpara del salón, sus descubiertas piernas seguían juntas. En el momento que mis dedos recorrieron su rodilla y sus muslos volvió a gemir de satisfacción.

  • Qué manos tienes, cuñado…

Movida por la satisfacción, y ajena en aquel momento a la situación, dobló a un lado su pierna derecha y separó sus piernas, dejando completamente a la vista sus bragas rosas. Pareció entender en qué posición se estaba quedando delante de mí, pero tras un momento de fugaz duda, pareció no darle importancia y volvió a quedarse con los ojos cerrados.

  • Continúa, por favor.

En ese momento, mis manos ya solo se concentraban en el tramo de la rodilla y los muslos. Me había ido moviendo disimuladamente de sitio para acercarme.

Mientras pasaba mis dedos por su muslo, movió la pierna instintivamente e hizo contacto con mi entrepierna. La tela delgada de mi pijama no dejaba duda a la dureza que ahí se concentraba. Mis dedos se acercaban lentamente a su descubiertas braguitas, se replegaban a la rodilla y volvían a subir.

Podía notar cómo se le inflaban los pulmones al tiempo que me acercaba, y echaba el aire cuando me replegaba. Después de varias acometidas, en una me acerqué tanto que noté como le temblaban las piernas de la impresión. En aquella ocasión detuve mis dedos a sólo unos centímetros de sus braguitas, y los mantuve ahí durante unos instantes, esperando…

El silencio se prolongó durante un minuto. Ella, con los ojos cerrados, agarró un cojín y se lo puso sobre la cara. A través del mismo pude oír claramente como decía:

  • Sigue, por favor…

Mi mano se posó sobre su muslo al completo y avanzó hasta dar con las bragas. Ahogó un grito y contuvo la respiración. Aquello estaba ardiendo. Mis dedos se deslizaron por encima de la tela entre sus piernas. Podía notar con toda claridad sus labios. Se agarraba con fuerza al cojín con el que se tapaba la cara.

Mis dedos subían y bajaban con lentitud, desde el ombligo hasta sus nalgas.

  • Ah… Uff… Esto es… Yo nunca… No pares, por favor…

Animado por el momento, y con suma lentitud por si oponía resistencia, a través de su muslo deslicé mis dedos por debajo de las bragas. No hubo sino otro guito ahogado, pero ninguna intención de detenerme. Mis dedos dieron con la humedad de su vello y sus labios, ardiendo de deseo.

Mis dedos se recrearon en su clítoris y amagaron en su abertura, mientras ella subía y bajaba su pecho sin apenas control.

Su pierna se doblo y dio con su pie en mi entrepierna. Los dedos de sus pies apretaron y acariciaron esa zona con inusitado interés.

  • Sácatela- Se oyó a través del cojín.

Consciente de lo peligroso que era aquello, con mi mano libre agarré los pantalones del pijama y los calzoncillos y los retiré hacia abajo. Mi polla rebotó contra los dedos de su pie. Con cautela, apartó el cojín y miró con interés y anhelo. Luego me miró a mí mientras jugueteaba con lo largo de mi polla con su pie y mi mano seguía debajo de sus bragas.

Movida por el deseo, tras varios minutos y tras haber ahogado otro grito de placer al haberse corrido, me preguntó asomada por un lado del cojín:

  • ¿Qué hacemos ahora?

La pregunta no tenía nada de inocente, así que tomé la iniciativa y, con ambas manos, tal y como estaba ella acostada, agarré el dobladillo de sus bragas y se las deslicé por sus piernas, al tiempo que ella levantaba solícita sus caderas para facilitarme la maniobra.

  • Ponte en pie- Le dije.

Ella, un tanto confusa, obedeció, entonces le agarré de una mano y la acerqué. Le indiqué que hincara una rodilla a mi lado y pasara la otra pierna por encima de mí. En cuanto entendió lo que iba a pasar, abrió los ojos de par en par, pero se prestó con anhelo.

Tapado por su camisón de cintura para abajo, sus caderas buscaron mi polla. Cuando la encontraron, abrió la boca con pasión y ahogó un último grito de placer cuando fue bajando lentamente.

Al tiempo, volvió a subir hasta la punta y volvió a bajar, cada vez más rápido.

  • Ah… Ah… Uff… Qué gusto, por Dios…- Dijo entre susurros y jadeos silenciosos.

Sus caderas, tapadas por su camisón, botaban sobre las mías. Sus tetas, delante de mi cara, bailaban al mismo ritmo.

El orgarmo llegó con el mismo silencio discreto con el que todo aquello había acontecido, seguido por un juramento de que aquello sería un secreto que nos llevaríamos a la tumba.

Con todo, ambos ya teníamos el sueño suficiente para irnos a dormir.