Un marido de más
Tupami no sabe que el hombre con el que vive en realidad no es su marido legítimo. Las cosas empezarán a complicarse cuando llegue el verdadero.
En buen lío se había metido él solito, pensó Júpiter. Sí, de acuerdo, había sido por ayudar a Peter y la mentira la había iniciado él, pero Jupi la había continuado, y eso no era lo peor. Lo peor, es que ahora no quería dejarlo.
Mientras huía de una redada en su antiguo trabajo, su amigo Peter le había pedido que tomase su lugar nada menos que en su propia boda; se trataba de un matrimonio de conveniencia, Peter y la novia ni siquiera se conocían, se casaban porque él lo necesitaba para cobrar una herencia y ella para afianzar su situación legal dado que era mestiza, medio humana, medio alienígena, concretamente provenía de los herbos, que habían evolucionado a partir de plantas, como delataba su piel color entre verde y rosa, y su cabello color verde agua salpicado de flores que no eran adornos, sino que creían de ella. En un principio, Jupi se negó, pero cuando se enteró de que la mujer regentaba un negocio nada menos que en las Lunas de Zubeneschamali, que estaba a algo más de dos días de hipersueño de su hogar actual, se lo repensó. Nadie iba a buscarle tan rematadamente lejos, en un destino de vacaciones de lujo, y junto a una mujer mestiza y una niña de corta edad. De modo que aceptó, y haciéndose pasar por Peter, se marchó con la esposa de éste.
Tupami, que así se llamaba la mujer, había sido algo recelosa en un principio. Se notaba que no le gustaba la idea de tener que contraer matrimonio con un humano para conseguir que no le quitasen su negocio, y a decir verdad, el aspecto de Júpiter tampoco era precisamente el de un galán de programa de SueñoMágico. Robusto, con músculos hinchados y decorados con tatuajes de los que sólo se consiguen en esos hoteles que tienen rejas en las ventanas, de largo pero escaso cabello rubio, medio calvo y con grandes bigotones cuadrados bajo una nariz partida, el rostro y el cuerpo de Jupi decían muchas cosas sobre su pasado, y ninguna era especialmente agradable o incitadora a la confianza. No obstante, y a pesar de su apariencia y de que podía tener bastante genio, Júpiter era un hombre de carácter, en conjunto, agradable. Hizo amistad muy rápidamente con PumpkinPie, la pequeña hija de Tupami, y la niña le tomó afecto enseguida. La mujer se fue acostumbrando a él y Jupi empezó a notar que ella le miraba mucho. Que le sonreía y le trataba con una cordialidad mayor de la que sería simplemente la obligada por la educación... y eso le gustaba, qué duda cabe, pero también le preocupaba, porque él, no era su marido legítimo. Peter se había escaqueado de su boda para liarse con otra mujer, pero cuando se cansase de ella (cosa que era probable que sucediese con rapidez), volvería para tomar su lugar y para probar que él era el marido legal, lo que le permitiría cobrar su herencia. Hubiera sido mucho mejor para todos que nadie se hubiera encariñado con nadie, o cuando menos, que Jupi hubiera podido decir que él era un sustituto, pero no podía.
Si hubiera dicho su nombre legal, la policía le hubiera encontrado y detenido antes de terminar ésta frase. Si se lo hubiera dicho a Tupami... bueno, cuando se casaron, no se conocían de nada, y la mujer no tenía motivos para confiar en él, ¿qué hubiera hecho de saber que la persona que tenía a su lado no sólo no era su marido, sino que además le buscaba la Ley? Es cierto, podría habérselo dicho más tarde, pero entonces los acontecimientos se precipitaron.
El dueño del local que regentaba Tupami y que deseaba hacer por todos los medios que se marchara y que lo había intentado primero por la legalidad (y eso había hecho que Tupami tuviese que casarse con un humano; las facultades psíquicas de ser mestiza la hacían sospechosa de haberle robado el local a su dueño, una vez casada, su responsable legal era su marido humano. Si él declaraba que no había mediado interferencia psíquica, no había más que hablar), acabó intentándolo por medios poco éticos. Intentó raptar a su hija Pie para chantajearla. Jupi lo impidió en una reacción más propia de un tigre furioso que de un ser humano, y aquéllo había desbordado los sentimientos de madre e hija. La niña no dejó de presumir de "su amigo el grandote" y no le soltó la mano durante toda la cena. Tupami prácticamente le sedujo. Justo es decir que Jupi, durante los días siguientes, intentó por todos los medios no quedarse a solas con ella, no acostarse hasta que ella estaba ya dormida... pero finalmente, ella le pescó. Jupi se vio atacado por armas más poderosas que cualquier ejército, y aunque presentó batalla, la perdió. Pero, ¡qué maravillosa y dulce fue su derrota! ¡Qué placeres tan deliciosos para ser vencido!
Júpiter no estaba seguro de si estaba enamorado o no, a fin de cuentas ya había estado casado en dos ocasiones y había acabado muy harto de mujeres y de líos de faldas, pero que quería quedarse junto a Tupami y Pie, eso sí que lo sabía con certeza. Todo podía ser estupendo, de no ser por el correo-d que había recibido esa misma mañana: Peter volvía.
Jupi sabía que tenía que decirle la verdad a Tupami, pero lo cierto es que no sabía ni cómo empezar, y temía mucho cómo se lo iba a tomar ella. Apoyó la barbilla en la palma de la mano y permaneció pensativo hasta que notó que alguien le tiraba del pantalón, y miró hacia abajo. Era PumpkinPie.
-Esta mañana dijiste que si me lo comía todo, me ayudarías a hacer un antigravedad de carreras. – dijo la pequeña, y Jupi sonrió. Pie era malísima para las comidas, el dulce era casi lo único que le gustaba, pero el irle ofreciendo pequeñas recompensas servía para que comiese más o menos decentemente.
-Tienes razón, ¡y vamos a empezar ahora mismo!
-¡Viva! – dijo la niña. El forzudo empezó a pedirle que le acercara cosas: la tapa de la barbacoa eléctrica que no quería funcionar, serviría como panza del vehículo. El motorcito magnético de la batidora sería la pieza básica, y metiéndole el acumulador de la lavadora vieja, conseguirían suficiente fuerza de tracción, y el disco duro inservible podrían hacerlo tirar para grabar itinerarios… Pie le miraba encantada, le ayudaba en todo lo que podía y no paraba de parlotear como un pollito y de hacer preguntas. Entonces, a Jupi se le ocurrió preguntar él.
-Pie… ¿alguna vez le has mentido a mamá?
-¡No! – aseguró la pequeña. – A mamá no se le puede mentir. – Jupi dejó el destornillador y la miró a los ojos.
-Pero… ¿nunca-nunca? – PumpkinPie pensó y finalmente meneó la cabeza en un gesto de “bueno, quizá…”
-Una vez, cuando yo tenía tres años, me dijo que me pusiera la chaqueta para ir a jugar, y yo me llevé la chaqueta, pero no me la poní.
-“Puse”, peque. Se dice “puse”
-Pues eso. Y mamá me vio. Y cuando volví, le dije que sí me la había poni… pusido.
-“Puesto”, se dice “que sí me la había puesto”
-¡Pues eso! Le dije que me la había puesto, y ella sabía que no.
-¿Y se enfadó? – preguntó Jupi con curiosidad. La niña resopló y meneó la mano.
-Durante dos días no me dejó salir, y esa noche dijo que me daría postre, y no me dio, y cuando le dije que me había dicho que me daría, me dijo que era mentira como había mentido yo, que cuando uno miente, ella se pone triste, y que ahora me ponía triste yo porque ella me había mentido, para que yo supiera… ¿Tú le has dicho una mentira a mamá?
-¿Qué? ¿Yo? ¡No! – sonrió Jupi de inmediato – No, peque, no te preocupes, es sólo para que me contaras cosas, nada más… Bueno, vamos a seguir con esto, y mañana o pasado tendrás tu antigravedad.
-¡Sí! – la niña batió palmas y siguió mirando al juguete y a Júpiter alternativamente, hasta que se le quedó mirando sólo a él. El forzudo levantó la mirada y la niña le sonrió, y de repente, se abrazó a su robusto cuello y le besó la cara – Me gusta que seas el novio de mi mamá. Te quiero.
A Jupi le pareció que su corazón era un azucarillo y alguien acababa de meterlo en una bebida muy caliente, porque se había derretido de golpe.
-Reponer bebidas con y sin alcohol. – sonó un tintineo – Limpieza y desinfección de todas las habitaciones, y sellado de las mismas. – nuevo tintineo. – Existencias de afrodisíacos comprobadas – el holograma en tres dimensiones que emitía la pulsera de Tupami, sonó en un tono más grave, lo que indicaba que ese último no estaba correcto. La mujer pulsó la imagen ficticia con los dedos y buscó la información que deseaba. Había que reponer afrodisíacos rápidamente; quedaban, pero apenas para una semana. Por regla general, los clientes que venían al Leche y Miel, el hotel del amor que regentaba Tupami, no solían necesitar ayudas químicas para hacer lo que venían a hacer, pero a alguno que otro sí le podía hacer falta y otros muchos querían simplemente probarlas. Puesto que eran inocuos, la mujer solía tenerlas igual que tenía analgésicos u otras medicinas en el botiquín, pero no podía tener más allá de cierta cantidad sin pagar impuestos más elevados, de modo que siempre se movía en el borde de lo que podía hacer falta. Mientras tramitaba el pedido, una pareja entró en la recepción. Tupami los vio por el rabillo del ojo, cerró el archivo y les miró con una amigable sonrisa.
Se trataba de una pareja intersexual y ambos parecían humanos, sin duda estaban de vacaciones; las Lunas de Zubeneschamali eran una población tan pequeña que los habituales de la misma se acababan conociendo, y a estos dos, Tupami jamás los había visto. Era poco frecuente que entraran desconocidos siendo día laborable y cayendo fuera de los períodos fuertes vacacionales, pero a juzgar por la edad de ambos, sin duda estaban ya jubilados. El caballero iba muy bien vestido, era muy alto y lucía una calva reluciente casi en toda la cabeza, que quizá intentaba contrarrestar con el espeso bigotón que le cubría el labio superior. Caminaba tan estirado que parecía más alto aún de lo que era, pero sus ojos lucían tan simpáticos, que parecía que iba a ponerse a hacer payasadas de un momento a otro. Quizá eso no sucedía porque guardaba compostura para la mujer que iba a su lado. Era más bajita y aunque también de edad madura, se notaba que era más joven que él. Iba igualmente bien vestida, tal vez su traje era un poco demasiado corto para una señora de su edad, y quizá su pelo cortado a lo chico y el tatuaje que le asomaba por el cuello tampoco eran de la sobriedad que podía esperarse, pero también ella lucía una gran sonrisa que mandaba al cuerno a todo aquél que pudiera pensar que no tenía derecho a hacer lo que le diese la gana. En conjunto, daban la impresión de decir “sí, somos mayores, tenemos sexo y hemos venido a un sitio donde poder darnos un homenaje y no nos vamos a sentir culpables por ello, salvo si contribuye al morbo”.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles? – preguntó Tupami apenas llegaron al mostrador.
-Buenos días… ¿señora, señorita…? – dijo el caballero.
-Señora. – contestó Tupami y el caballero sonrió. Él y la mujer intercambiaron una mirada de complicidad.
-Perfecto. Verá, usted aún no nos conoce, pero usted y yo somos casi parientes. Soy el tío de Peter. ¿Nos sería posible hablar unos momentos con usted? – Tupami tendió la mano para saludarle, y el anciano la estrechó.
-¡Encantada! Sí, cómo no, podemos pasar a mi despacho...
-Oh, una cosa antes… - el caballero miró, goloso, a la mujer que le acompañaba y ella le dedicó una sonrisa muy evidente – Aparte de eso, también querríamos habitación. Suite con jacuzzi de juego de agua, por favor.
-Desde luego, con juego de agua les recomiendo la suite César, inspirada en la roma clásica. – la pareja aceptó y los tres pasaron al despacho - ¡No sabía que Júpiter tuviera parientes, ni siquiera que hubiera comunicado nuestro matrimonio a ninguno…!
-¿Júpiter? – inquirió el caballero.
-Sí, Peter.
-Ah, ¿le llama usted Júpiter…?
-Eeeh… no. Él me dijo que Peter, era un diminutivo de Júpiter.
La pareja se miró con cara de no entender. Exactamente la misma que tenía Tupami.
Jupi estaba decidido a contarle a Tupami toda la verdad. No tenía sentido seguir ocultándola, y cuanto más tiempo callara, peor se lo iba a tomar ella, de modo que apenas se acercó la hora de la comida, tomó a PumpkinPie de la mano y fueron hacia la parte trasera del hotel, donde estaba el despacho y la vivienda de ella. Júpiter se había pasado la última hora contándole a la niña batallitas.
-¿Y entonces qué hiciste, qué hiciste? – preguntó la niña, dando saltos cogida de su mano.
-Bueno, allí me tenían cogido entre los dos, uno de cada brazo y aun así casi no podían conmigo, y yo no dejaba de revolverme, cuando llegó el tercero con una barra de duracero y me dice… “Júpiter, vas a pagar por lo de mi hermano”.
-¡Pero si fue su hermano el que empezó, tú sólo te defendiste!
-¡Claro que sí, porque escúchame bien: tú NUNCA debes empezar una pelea… pero sí tienes que saberla terminar! El caso es que Misil no me perdonaba que yo hubiera pegado a su hermano aunque la culpa fuese de él mismo, y estaba dispuesto a aplastarme la cabeza con la barra, y entonces… - la niña ni parpadeaba, le miraba con la boca abierta - ¡entonces, tiré de los brazos de los dos imbéciles que me aprisionaban, y les entrechoqué las testas como si fueran calabazas! ¡Cronch! – Pie se partía de risa – Y luego, antes de que Misil pudiera reaccionar, agarré el extremo de la barra que él sostenía, tiré hacia mí, e hice que se golpease con ella él mismo, ¡y no te lo creerás, pero de su cabeza salieron un montón de pajaritos!
-¿En serio? – preguntó la pequeña.
-¡En serio! Un montón de pajaritos que revoloteaban alrededor de su cabeza, “pío, pío, pío, pío…” – PumpkinPie reventaba de risa, y en ese momento, Tupami salió por la puerta. Sonrió a la niña, pero no tenía cara de alegría.
-¡Mamá, mamá, Jupi me está contando sus aventuras de cuando metió en la cárcel a toda una banda de malos y luchó con ellos!
-Anda, peque, entra en casa, que tengo que hablar un momento con mamá, ¿quieres? – Júpiter acarició el cabello verdemar de la pequeña, ésta asintió y entró en la vivienda dando saltos. – Tupami, tengo que decirte una cosa… ¿ocurre algo? – dijo él, al ver la cara que traía ella.
-Pues más bien sí. – La joven pareció a punto de hablar, pero entonces se lo pensó mejor - ¿Qué me tienes que contar?
-Pues lo mismo te termino de dar el día. – suspiró él - Pero ya me había decidido, y sé que es mejor que lo haga cuanto antes. Tengo que contarte algo que creo que no te va a gustar, y creo también que te vas a enfadar, y me parece que tendrás derecho… sólo quiero pedirte que me dejes contártelo de golpe. Si me paras para hacerme preguntas, no sé si sabré seguir luego. – Tupami tenía cara de pocos amigos, pero asintió. – Bien, allá va. Yo no soy tu marido. – La cara de la joven dejaba a las claras la sorpresa, pero no le interrumpió. – Verás, cuando nos casamos hace dos meses, yo estaba huyendo, ¡no de nada grave! Es sólo que trabajaba en un club, e hicieron allí una redada por drogas, ¡yo no estaba metido! Pero detuvieron a todo el mundo, y como era algo serio y yo tenía antecedentes,… me asusté. No quería volver a prisión y estar allí sólo Lemmy sabe cuánto tiempo hasta el juicio, así que me largué. Estaba en la estación cuando me encontré a un amigo, Peter. Él iba a ser tu marido, pero me pidió que le suplantase. Me dijo que era un matrimonio concertado, que no os conocíais y que volvería en pocos días y que a ti no te importaría. Yo me negué. Pero él sabía que yo estaba huyendo y que fingir que estaba casado, era una pantalla perfecta, así que cedí. Yo no quería aprovecharme de ti, por eso te rehuía. Admito que me gustas, pero no esperaba que llegáramos tan lejos… Anoche… bueno, yo primero intenté que no sucediera. Y luego intenté contarte la verdad, te juro que lo intenté, pero era… pero era tan bonito lo que sentía contigo… Era tan, tan dulce que… que no pude parar. Me dejé llevar.
Jupi levantó la mirada. Había estado paseando de arriba abajo y retorciéndose las manos mientras hablaba, incapaz de mirarla a los ojos. Tupami había cambiado de expresión. No es que pareciese contenta, pero al menos, tampoco parecía enfadada. Júpiter se acercó a ella, la joven estaba en el segundo escaloncito de la puerta, y con eso estaban casi a la misma altura.
-Tupami, es posible que yo no sea tu marido legal… pero llevo dos meses viviendo contigo y Pie, y lo de anoche… - No era nada, pero nada fácil. Hablar de sentimientos siempre se le había dado fatal – Digamos que no quiero perderos ni a ti, ni a la niña. Sé que tienes motivos para enfadarte, a fin de cuentas te he mentido… Pero no te he engañado. Lo que hicimos anoche, yo lo quería también. – hizo una pausa. – Y ya está.
-“Y ya está”. – repitió Tupami. – ¿No se te ocurrió decirme desde el primer momento que tú no eras Peter? ¿Que te casabas conmigo por un poder legal o algo similar?
-No te conocía. No estaba seguro de si podía confiar en ti, y un poder legal tardaría un tiempo que yo no tenía. Tupami, daban por mí una recompensa de mil créditos.
-¡Mil! – se asombró la joven. No es que fuese ninguna fortuna, pero sí una cantidad importante, casi dos veces lo que podía sacar en un mes en su negocio. “Si yo estuviera escapando, con mi libertad puesta a precio y me encontrase casada con un desconocido, ¿me fiaría de él para….? Claro que no”, pensó Tupami.
-Peter me ha escrito hoy. Dice que está de camino. – Jupi se rascó el cogote rubio – Por un lado, no le quiero ni ver, pero por otro… - sonrió – Bueno, él ha hecho que nos conozcamos. – Con toda intención, Júpiter apoyó el brazo en el vano de la puerta y, como distraídamente, empezó a acercar la otra mano a las caderas de Tupami. La joven le vio las intenciones y le sacudió un rápido cachete en ella. - ¡Ay! – dijo él, acariciándose la mano, más por reflejo que por dolor.
-No es el mejor momento para cariñitos, Júpiter. De entrada, me has engañado… sí, me has confesado la verdad, pero voy a tener que pensarme muchas cosas. Y en segundo lugar, ahora mismo tengo ahí dentro a los parientes de tu amiguito Peter.
-¿Parientes?
-Sí, sus tíos, al parecer. Ellos tampoco sabían la película y acaban de ponerme al día.
-¿Me estás diciendo que tú ya lo…?
-Sabía, sí.
-¿Y… por qué me has dejado hablar? – casi se indignó el forzudo.
-Quería saber si lo que querías contarme, era eso. – Jupi sonrió con cierta picardía. El que él le hubiera dicho la verdad, había hecho disminuir su enfado muchos enteros. - ¡No te hagas ilusiones, esto no se me olvida de aquí a media hora! ¡Ahora, lo urgente es hablar con esas personas, que para más Nubes*, son encantadoras!
La joven tenía razón, y decidieron entrar en la vivienda. En el saloncito se oían risas, y al llegar a él, vieron a la pareja y a Pie jugando animadamente en la mesa de juegos. El tablero digital mostraba un juego de naipes, que la niña descubrió.
-¡Era un farol! ¡No tengo nada! ¡Y me llevo todas las marcas! – rió la pequeña, y la mujer la secundó, mientras el caballero soltaba un gemido de indignación.
-¡Oh! Pero, ¿¡quién ha enseñado a ésta infernal criatura a jugar así al póker?! Ah, buenas tardes de nuevo, señora. ¿El caballero es…?
-El tercero en discordia. – sonrió Tupami.
-Por su sonrisa, presumo que el señor ha confesado antes de que usted pueda reprocharle su falta de sinceridad, ¿me equivoco?
-No, no se equivoca… ¿¡De verdad que es usted tío de Peter?! – Jupi no pudo aguantar. Peter era un golfo sinvergüenza, con menos educación que un pedazo de granito, salvo si había delante una chica. No le cuadraba nada compartir sangre con alguien tan educado. El caballero sonrió y tendió la mano.
-Me llamo Milton. Bueno, en realidad me llamo mucho más, tengo once nombres y títulos, pero Milton bastará. Sí… mucho me temo que mi sobrino Peter es un poco… bala perdida. Culpa mía, yo lo crie, y es indudable que le mimé en exceso. Quise ponerle a prueba y ver si mi desaparición de éste mundo le inducía a sentar la cabeza. Pero me lastima comprobar que estaba en un error.
El caballero hablaba con un deje muy redicho, pronunciando de forma exquisita, pero dando a sus palabras una tonalidad muy poco natural. Entre eso, y el vocabulario, Jupi se había perdido, y Tupami lo notó; a ella también le pasó al principio de hablar con Milton.
-Quiere decir que fingió su muerte para ver si eso le metía un poco de sensatez en la mollera a Peter, y que le decepciona ver que no ha servido para nada.
En ese momento, sonó un aviso en la pulsera de Tupami y ella amplió la imagen. Un cliente había entrado en el hotel. Era raro, porque iba solo, y ella había dejado el registro automático puesto, pero el visitante solicitaba ser atendido en persona. Milton sonrió.
-Me temo que es mi sobrino. – dijo, mirando la imagen tridimensional de la recepción que proyectaba el ordenador de pulsera de su “nuera” - ¿Será tan amable de no confesarle de momento que me hallo aquí, querida?
Tupami asintió y se dirigió a la recepción, con Jupi detrás. El forzudo no tenía un buen presentimiento acerca del encuentro entre Peter y su esposa. Y cuando decía “su”, no se refería a “de Peter”. Permaneció tras la cortina iridiscente que separaba la vivienda de la recepción, atisbando por ella, aprovechando que era transparente en esa dirección, pero opaca en la otra, de manera que Peter no podría verle a él.
-Buenos días, caballero, ¿en qué puedo servirle? – saludó Tupami. Peter se la quedó mirando con su sonrisa blanca y sus ojos simpáticos. Era tan alto como su tío, y vestía el uniforme de piloto de línea comercial, azul y blanco, entallado, con el cierre del ángel en el hombro. Tenía el cabello oscuro ondulado, abundante y con brillos azules; la nariz recta, los ojos azules, el afeitado impecable… parecía un modelo de anuncio de colonias, pensó Júpiter, quien por primera vez era consciente de todos esos detalles. Hasta el momento, los había visto, pero nunca le había importado que su amigo fuese tan asquerosamente guapo. Hasta hoy. - ¿El señor? – insistió Tupami.
-Perdóname… es sólo que no podía dejar de contemplarte. Eres muchísimo más guapa de lo que yo esperaba. Soy Peter. Y toma, esto es para ti. – Peter sacó el brazo que llevaba oculto bajo la gabardina, y apareció un pequeño ramillete de flores; Jupi las reconoció, eran rosas de luna, las llamaban así porque eran blancas pero con un borde azul que, conforme maduraban, las acababa cubriendo por completo: muy caras. “Será guarro” pensó.
-Ah, sí… Tu amigo Júpiter me ha hablado de ti. – Contestó Tupami, sin coger el ramo. La sonrisa de Peter no vaciló.
-Sé que es un poco frío todo esto, y lamento de veras llegar con tanto retraso; si no hubiera sido un asunto de tanta fuerza mayor… Por favor, acéptalas.
Tupami tendió la mano hacia el ramillete, y entonces Jupi se asomó. Y si tenemos en cuenta que la sonrisita de Peter se desvaneció al momento, nos hacemos una idea de que la expresión que llevaba, no era precisamente amigable.
-Milton, no puedo creer que estés haciendo esto, ¡déjales tranquilos! – protestó Wenda, la mujer que acompañaba al tío de Peter, pero éste chistó para acallarla y siguió apretándose el auricular en el oído. Junto a él, con la cabeza pegada a la suya, Pie también escuchaba lo que sucedía en recepción; Tupami no lo sabía, pero Milton había colocado una pequeñísima lámina sensitiva en el frontal del mostrador, de modo que podía oír todo lo que decían.
-¡Jupi, qué bien que todavía estés aquí, quería verte y darte las gracias! – Peter había tardado menos de un segundo en reponerse. Y no sólo eso, si no que ya estaba diciéndole veladamente a Júpiter que se largase.
-Yo también quería verte para eso: sin rodeos, Tupami y yo estamos enamorados y es gracias a ti. – La sonrisa de Peter se borró de nuevo, pero Tupami abrió la boca con sorpresa.
-¿¡Con qué derecho sueltas esa burrada!?
-¡Con el que me da la verdad! – se volvió a su amigo – Peter, ya te estás largando.
-Oye, oye, Júpiter, espera, lo siento mucho, pero ella es MÍ mujer, ¡no puedes plantarte aquí y…!
-¿Perdón, cómo que no puede plantarse aquí? – intervino Tupami - ¡Me parece que fuiste tú el primero que le plantó aquí!
-¡Por una urgencia!
-¡Por una tía! – atacó Jupi.
-¡Cállate, Júpiter! – contestó Peter.
-¡Callaos los dos! ¡Tú, quédate tus flores! – se las lanzó - ¡Lo que teníamos era un CONTRATO, no una promesa de amor! ¡No te hagas ilusiones de meterte en mi cama sólo porque ahora llegues con palabritas de almíbar! ¡Y tú, no hables de MIS sentimientos tan alegremente! – Jupi intentó hablar, pero ella le cortó - ¡Ahora, no! ¡Es mi hora de descanso, y me voy a comer!
-¡Genial, ¿dónde comemos?!
-Peter… cállate- le fulminó Jupi. Tupami entró en la casa, y Jupi intentó seguirla, pero la cortina estaba rígida, ella la había cerrado y no podía pasar. Si quería reunirse con ella, tenía dos opciones: la primera, dar la vuelta a la casa y entrar por la puerta trasera, con lo que Peter le seguiría. La otra opción, no era muy honrosa, pero… - Por Lemmy, ¡pero qué monumento!
-¿Dónde? – Peter se volvió de inmediato, pero no había ninguna mujer tras él. Al volverse de nuevo, Jupi ya no estaba. Había usado el botón de teletransporte, y Peter no sabía dónde estaba.
Cuando Júpiter se materializó, alcanzó a ver a Tupami frente a la imagen holográfica de un documento, pero apenas apareció, ella ya lo había cerrado, de modo que no podía estar seguro.
-Tupami. – La mujer dio un brinco. – Lo siento, no…
-¿Cómo sabes dónde está el telepor?
-Te he visto usarlo alguna vez, cuando crees que estás sola y subes aquí a relajarte un poco. – Estaban en la terraza del cuarto matrimonial, una amplia estancia con jacuzzi, una mesita y un columpio, toda llena de plantas. Olía muy bien, y en efecto Tupami se refrescaba allí cuando el trabajo la agobiaba o necesitaba un poco de silencio; el ambiente cálido y húmedo podía ser algo sofocante para un humano, pero para ella, mitad herbos, como quien dice mitad planta, era sencillamente ideal.
-¿Quieres decir que me espías?
-Nooo… quiero decir que me fijo en ti. Oye, Tupami… Me gustas. En serio, no es simplemente que me atraigas para el sexo – ella resopló. – Si fuese así, ¿no te parece que el primer día que te me insinuaste, podía haber cedido?
-¿Qué yo me insinué? – la mujer era la viva imagen de la dignidad.
-Bueno, el sofá es muy largo, pero bien que te sentabas pegadita a mí. Bien que te recostabas contra mi hombro, y bien que me abrazabas en la cama, ¡y lo del corsé de azúcar, si no eso no es insinuarse, entonces nada lo es! ¡No me costó precisamente poco trabajo aguantarme las ganas durante días y más días, para que ahora no me lo reconozcas!
La cara verderosada de Tupami tomó un tono casi cereza, y los dedos de la mujer juguetearon con las hojas pequeñas de una de las plantas que tenía a su alcance.
-Hablas como si te hubiese forzado… ¿no te gustó? – preguntó muy bajito. Jupi sonrió y se acercó a ella. Suavemente la tomó por los hombros y la acarició, y a Tupami se le escapó un suspiro casi inaudible; la piel, siempre cálida, de Júpiter, era muy agradable para ella que tenía que recurrir al sol, a fuentes de luz, a ropas abrigadas y a un enorme gasto de energía para mantenerse caliente. El forzudo sabía que Tupami había tenido relaciones anteriores, y ninguna había sido precisamente hermosa para ella. Los mestizos como ella eran rechazados por su propia raza y también por los humanos, pero éstos últimos tenían un especial interés en ellos debido a que el sexo con mestizos era muy diferente al convencional y muy placentero; Tupami estaba acostumbrada a que sus parejas la enamorasen, la llevasen al catre, y cuando conseguían lo que querían, perdían el interés… Jupi no podía estar seguro, pero sospechaba que alguna de sus parejas no se había limitado a abandonarla, sino que la había maltratado de tal modo que había hecho que fuese difícil para ella volver a confiar en un hombre humano. Sólo a través de las semanas, a través de la amabilidad que él había demostrado y sobre todo a través de lo mucho que se había ocupado de la pequeña hija de Tupami, había ido consiguiendo Jupi ganarse su confianza, y no estaba dispuesto a perderla por culpa de Peter.
-Claro que me gustó, Pami, me encantó que te lanzaras, me encantó el corsé, me gustó muchísimo cuando me besaste… y todo. Tanto hacer el amor contigo, como todo lo que pasó antes y después, hasta lo de dormir abrazados, todo me gustó. – casi sin darse cuenta, había abrazado a la mujer por la espalda y la acariciaba, y ella le devolvía el abrazo - Y me gusta cuando te sientas a mi lado, tan cerca… hueles tan bien.
Tupami se sentía indeciblemente bien entre los brazos grandes y cálidos de Júpiter, pegada a su pecho ancho, y con las manos grandotas acariciándole la cabeza y la espalda… “No seas boba, ¿cuántas veces te han dicho lo mismo? ¿Es que jamás vas a aprender? También “él” te decía cosas bonitas, te las decía una y otra vez, y te pedía perdón con unos ojitos encantadores, y te aseguraba que nunca más…”. El pensamiento de Tupami le pedía sensatez, y ella sabía que tenía razón, pero también había que decir que nunca, ningún hombre humano había esperado dos meses para tener sexo con ella y ninguno había mostrado el menor interés en su hija, salvo “ese”… Su corazón quería creerle, lo quería de verdad.
Jupi notó que las manos de Tupami reptaban por su pecho y le abrazaban el cuerpo, y la apretó más contra sí. Casi sin darse cuenta, él agachó la cara, buscando la de la mujer, le besó la frente, las mejillas… “No… no, Tupami, no cedas, ¡te está llevando a su terreno!” quiso pensar ella, pero el calor que Júpiter desprendía era tan agradable… “Me ha dicho la verdad. Y tiene razón, me estuve insinuando varias semanas y él me respetó, a pesar de tener ganas, sólo porque sabía que no era suya. En el fondo, ha sido un caballero, ha sido honesto. Quizá… quizá tenga que confiar”, fue lo último que pensó antes de que la boca de Jupi se fundiese con la suya y sus lenguas empezaran a acariciarse.
La intención del forzudo no había sido la de ir más allá de un beso, pero apenas su lengua se introdujo en la boca de Pami y se frotó contra la de ella, notó que la mujer le tiraba de la camiseta y la sacaba del pantalón, de modo que él mismo se soltó el cierre-imán de la ropa y la prenda quedó floja en torno a su cintura. Tupami no le permitió separarse de su boca, en medio de gemidos suaves que delataban lo mucho que le gustaba la caricia de su lengua, ella misma le bajó el pantalón y metió mano bajo la ropa interior; el miembro de Jupi estaba ya erecto y ansioso sólo por efecto del jugueteo de sus besos, y éste sonrió; hacía cosquillas.
Júpiter agarró a la joven de las nalgas y la aupó, Tupami le abrazó con las piernas, acariciándole el fino y escaso cabello rubio, frotándose contra él, haciéndole mimos en las orejas. Le soltó por un momento la boca para llenarle de besos el cuello y la cara, mientras los gruesos dedos de su compañero se colaban bajo la ropa interior y acariciaban la feminidad, cálida y húmeda como el mismo ambiente de la terraza.
-¡Haaah….! – Pami gimió directamente en el oído de Júpiter y a éste le temblaron las rodillas. La mujer manoteó por debajo de su falda y desató la cinturilla de sus bragas. Miró a los ojos a Jupi, y el forzudo vio en ellos un sentimiento de cariño, pero a la vez una gran inseguridad. Miedo, mucho miedo. Tupami sentía miedo de confiar, de creer en él, y sobre todo, de lo que sentía por él. Júpiter sabía que le habían roto el corazón varias veces, pero ahora le quedaba claro que ella misma se sentía culpable por haber confiado antes en quien no lo merecía. Había sido tonta, había pagado por ello, y temía que ahora le estuviera sucediendo de nuevo. El forzudo le acercó lentamente la cara y le besó la nariz con ternura. Pami le frotó la frente con la suya y dejó escapar una exhalación profunda que parecía un sollozo. Despacio, muy despacio, Júpiter la alzó ligeramente y la frotó contra su erección. El cuerpo de su compañera era suave como la seda. Seda caliente y húmeda. – Mmmmmh…
Tupami gimió y sus ojos se cerraron de gusto, pero enseguida los abrió de nuevo. Con dulce lentitud, se deslizó sobre el miembro duro y ancho de Jupi, hasta que éste encontró la entrada y centímetro a centímetro la traspasó. Ambos se miraban a los ojos, gozando de cada delicioso escalofrío que les invadía al comenzar a meterse el uno dentro del otro. Pami se mordía el labio inferior, podía notar cómo su cuerpo se abría dulcemente, cómo el pene de su compañero le acariciaba su sensible interior. Júpiter se sentía maravillado del cálido abrazo que el sexo de Tupami le proporcionaba, era como si le aspirase todo el bajo vientre. En medio de un gemido compartido, quedaron unidos. La joven le abrazó, fuerte, y le besó con tal pasión que de no saber Jupi cómo reaccionaba ella al gozar, podría pensar que había llegado ya al orgasmo.
Júpiter empezó a moverla sobre él, y la joven no pudo reprimir un grito de gusto. Sonido similar al que emitió él cuando notó una vez más los tentáculos del interior de la flor de Pami empezar a acariciarle. Calientes, suaves, pequeñas lenguas de pecado le acariciaban el miembro, intentando sacarle la semilla. Sin poder contenerse, empezó a bombear, agarrándola de las nalgas. Para él, ella no pesaba nada.
-¡Sí! ¡SÍ! – Gritó la joven. Cada tentáculo de su interior, era tan sensible como su mismo clítoris que era acariciado por el vientre del forzudo en cada embestida; al moverse dentro de ella, Jupi los estimulaba. Tupami le sonrió, las piernas cruzadas a su espalda, la cara muy rosada, casi púrpura… las manos de Júpiter, en las nalgas de la mujer, se movieron y acariciaron peligrosamente el agujerito trasero. La joven gimió en un tono más agudo y un escalofrío la hizo temblar entre los brazos de Jupi de una forma que a él se le antojó deliciosamente tierna. De modo que no pudo evitar acariciar allí otra vez.
El espasmo de la joven le hizo apretar los muslos en torno al cuerpo de su compañero cuando éste acercó el dedo corazón a su ano y lo tentó en cosquillas. Pami no sabía si reír, si decir que no o decir que sí… sólo sabía que todo su interior estaba recibiendo unas embestidas maravillosas que la hacían derretirse viva; cada empujón le daba placer en distintos puntos a la vez, y aunque cada uno le daba un gustito diferente, todos la estaban llevando al orgasmo. Júpiter vio cómo el cuerpo de su chica empezaba a cambiar de color, del verde rosado a un intenso verde esmeralda, brillante, con reflejos muy azules, en tonos eléctricos. Aceleró. Y Tupami ya no le pudo seguir mirando, puso los ojos en blanco y ahogó un gemido. La mujer sintió que sus hombros se contraían, que sus piernas se tensaban solas conforme el placer que Jupi le daba aumentaba más y más. Su miembro ardiente y suave se deslizaba intensamente, acariciando sus tentáculos sensibles, provocando mil cosquillas y un intenso regodeo de las mismas que crecía y amenazaba con estallar. El placer la anonadaba, ¡qué gusto tan delicioso… y pensar que los otros no la habían tratado así jamás; se limitaban a tenderse y ya está, sin regalarle ni un poquito de ese maravilloso gozo que podía sentir, ni siquiera un poquito… un poquito… un poquito más, por favor, Jupi, sigue un poquito máááás….! El dedo corazón de Jupi, haciendo cosquillas en su ano, rascó el detonante, el placer la superó. Tupami notó que en su cara se abría una sonrisa, y que el intenso gustito que se cebaba en su sexo se coronaba de alegría; olas de placer la colmaron, su sexo goteó de gusto como si se derritiera, y una sensación increíblemente agradable la dominó de pies a cabeza… Toda su piel brillaba en azul esmeralda, su cabello había crecido de golpe casi hasta el suelo, y también tenía un bonito tono azul eléctrico; decenas de flores habían estallado en él, dejando escapar una espesa nube de polen dorado.
-Ah… hah… agh… ah… mmmmmmmmmmmmmmmmmh…. – Tupami tenía la cabeza echada hacia atrás, colgada del cuello de Jupi y aún abrazada a él con las piernas. Júpiter jadeaba, excitado y maravillado. Verla gozar era un espectáculo, algo asombroso. Jamás había imaginado que ninguna criatura pudiera alcanzar su placer así. La joven alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa llena de amor. Le abrazó tiernamente y le besó. Jupi tenía el cabello fino pegajoso de sudor, y su cara y su pecho brillaban por lo mismo. – Ve al columpio. Anda, siéntate.
El forzudo no se lo hizo repetir; se sentó en el columpio y dejó escapar un suspiro de descanso, pero el siguiente fue de placer, cuando Tupami se abrió el imán de la camisa, le colocó las tetas en la cara y empezó a moverse. Jupi casi no podía respirar con la cara metida entre los pechos de su compañera, pero no se le ocurrió protestar; los abarcó entre sus manos con codicia y chupó sus pezones dorados, saboreando el finísimo polen que desprendían, de sabor ligero y dulce. La joven empezó a moverse sobre él, los tentáculos del interior de su cuerpo empezaron a darle tironcitos y lametones, apretones suaves, cosquillas en sitios mágicos… Jupi no intentó retenerse ni pizca, pero aún de haberlo intentando, habría sido inútil; finos, pero decididos, Júpiter contó primero uno, y enseguida otro tentáculo salir, reptar fuera del cuerpo de Tupami y empezar a acariciarle los testículos y la cara interior de los muslos.
Júpiter abrió desmesuradamente los ojos, mirando a su compañera inquisitivo y estupefacto de placer. La joven sonrió, y el forzudo notó sus pelotas acariciadas con asombrosa suavidad por una lengua fuerte y húmeda que los sostenía, los cosquilleaba, les daba suaves abrazos… y ya no aguantó más. El placer se desbordaba en todo su bajo vientre, sus ojos se cerraron de gusto y esforzados jadeos se le escaparon del pecho mientras un gozo inmenso le recorría desde los tobillos a los riñones y se cebaba en su pene, preso en el interior del cálido cuerpo de Tupami, por el que se le escapaba media vida… La joven le apretó contra ella, acariciándole la calva hasta la nuca, enroscando sus dedos entre los cabellos rubios. Acariciándole los hombros y la espalda. Y el placer continuaba, olas de gusto delicioso no le permitían descansar, le hacían seguir disfrutando, le hacían seguir inundando el sexo de su compañera, una y otra, y otra vez. Una nube dorada flotaba lentamente a su alrededor, el fino polen que expulsaban las flores del cabello de la mujer también cuando él gozaba, y por fin, el placer fue remitiendo y le dejó descansar. Cuando gozaba con ella, el orgasmo era asombrosamente largo, y… y… Madre, qué sueño…
Tupami esperó unos segundos, hasta que pensó que ya estaba dormido por completo. Se agarró el cabello, que ya empezaba a encogerse, y antes de que volviese a su longitud normal, se lo arrolló en el codo, aguanto la respiración y tiró, fuerte. Sonó como si alguien arrancase un manojo de hierba, la mujer apretó los dientes y una lágrima se saltó de un ojo. No era insoportable, pero sí dolía. Su cabello había quedado cortado casi al mismo nivel que lo tenía antes, y de las puntas goteaba un líquido casi transparente. Las hebras cortadas se redujeron de tamaño rápidamente hasta no ser más largas que su antebrazo; Tupami las trenzó rápidamente y con la trenza empezó a limpiar el sudor de la piel de Jupi. El forzudo estaba soñando que saltaba sobre montones de hojas verdes, elásticas como castillos de gas, y a cada salto subía más y más arriba, y las hojas revoloteabas y todo olía como a hierba recién cortada, y al subir, hacía más fresco y las nubes estaban llenas de lluvia… y entonces, notó que Tupami le estaba limpiando con una trenza de color verde.
-Qué fresquito está… - sonrió. Tupami ahogó un grito y retiró la trenza al momento. -¿Qué? – Jupi sonrió más y la abrazó. - ¿Qué hacías?
-Es… estabas tan sudado que… No esperaba que fueses a despertarte, sólo quería refrescarte.
Júpiter se extrañó de que ella reaccionase con ese temor cuando la había pescado haciendo algo amable para él, pero casi enseguida comprendió que sin duda, otra persona la había censurado por ello.
-Gracias. – dijo, le besó el pecho una vez más, y tomó suavemente la punta de la trenza que ella sostenía - ¿me permites?
Tupami la soltó, y él le pasó la trenza por el cuello y los pechos húmedos de sudor y saliva para limpiárselos, y enseguida le cerró la camisa. La mujer le había mirado con sorpresa primero, y con infinito cariño después.
-¿De verdad no te da asco…? – musitó ella. Jupi no quería, pero se le escapó la risa.
-¿Asco? Tupami, mumush… En primera, es algo precioso, es muy agradable, huele bien, es limpio… Y en segunda, acabamos de lamer babas, sudor, de acariciarnos el culo, las pelotas, en suma, de follar como conejos, ¿y crees que me va a dar asco que me limpies con tu cabello? – Tupami le abrazó. Fuerte, muy fuerte. Jupi la oyó sorber por la nariz, pero no preguntó.
-¿Mamá? ¡Jupi, Mamá! – El intercomunicador infantil, mediante el cual Pie podía hablar pero no escuchar, se había puesto en marcha, y ambos se levantaron rápidamente, terminando de arreglarse las ropas a toda velocidad. Bajaron por el ascensor que comunicaba las dos plantas de la vivienda, y en el salón encontraron a Pie, que daba saltos con la mano llena de monedas. - ¡Se las gané! ¡El tío Milton y la tía Wenda se han llevado a Peter, le han regañado y el tiíto Milton le tiró de las orejas, y se lo llevo tirando! ¡Y le dijo que ya ajustarían las cuentas! ¡Mira, mira todo lo que le gané!
Pumpkinpie mostraba orgullosísima las monedas brillantes. Tupami se agachó y tomó una.
-Cariño… No quiero desilusionarte, pero “Monopoly”, no es el nombre de ningún planeta que emita moneda aún. Mucho me temo que el “tiíto Milton” te ha gastado una broma.
-¡No…! Me dijo que valían.
-Déjame ver, peque. – Júpiter se inclinó y examinó las cinco monedas que Pie sostenía. Y silbó.
-¿Qué pasa? – quiso saber Tupami.
-Sí es verdad que valen. Son de oro.
-¡¿Qué?!
-Mira la fecha del cuño. Es de cuando el juego aún se ponía en tablero y con fichas y esas cosas… Son de hace más de trescientos años y no se han descompuesto, y brillan.
-Pero… pero… - Tupami no sabía ni qué cara poner. El oro no sólo era un metal valioso, sino además muy escaso. Desde el Cataclismo, encontrar oro en otros planetas era muy difícil, y el oro que provenía de Tierra Antigua tenía un valor especial por proceder de allí. Esas moneditas podían valer muy bien lo que todo el Hotel. – No puedo dejar que le dé a la niña algo semejante, tengo que devolvérselo.
-El tiíto Milton ya me dijo que querrías hacerlo, y me dijo que te dijera que no, que yo las había ganado, que eran mías, y que si se las devolvías, me las daría a mí otra vez.
-¡Pero bueno! ¡Me parece que yo voy a tener una charlita con el tal señor Milton… y también contigo! Ahora me vas a explicar tú quién te ha enseñado a ti a jugar póker.
Pie estiró el brazo como un rayo, y Tupami se volvió a tiempo de ver a Jupi negando con la cabeza y los brazos.
-¿Has enseñado a mi hija a jugar a los naipes? ¿A un juego de apuestas? – se indignó la joven.
-Eeeh… verás, Pami, mumush…
-¡No me vengas con “Pami, mumush”, explicotéate!
-¿Recuerdas aquélla noche que tuviste que quedarte de guardia en la recepción porque el automático no funcionaba y vino esa delegación del ejército…? Pues resulta que Pie no podía dormir, y la estuve enseñando a jugar a un par de juegos…
-¿Un par?
-Está bien, fue al póker, al mus, chinchorro, cinquillo, siete y media, mentiroso… - Tupami resopló de enfado, pero su hija le tiró de la mano.
-¡Mamá, no le regañes; si no es por eso, no habría ganado al tiíto Milton, no te enfadeeees…!
No estaba enfadada de verdad. Y Jupi tampoco se lo creía. Pero era divertido.
-¡Pero tío, eso no es justo!
-¡Voy a decirte lo que no es justo, patán! – protestó Milton - ¡Lo que no es justo es que te haya criado a capricho durante todos estos años, pagado los estudios, dado regalos a mansalva, y tú seas incapaz de cumplir el único deseo de tu tío!
-Milton, comprende que puedes pedirle que siente la cabeza… ¡pero no con esa chica ya! – intervino Wenda.
-¡Me da igual! Peter, toda tu vida he satisfecho todos tus caprichos, todos, del primero al último. Querías ropa, regalos, estudios caros, vehículos… TODO. Pues ya estoy harto. – Se sentó frente a la mesa, y colocó las piernas en ella con gran agilidad – Ahora vas a ser TÚ el que empieces a darme caprichos a mí, para eso soy viejo. Y el primero, es que hagas de esa mujer, tu esposa. – Peter intentó objetar, pero su tío no se lo permitió - ¡Ella te conviene! Es mujer muy sentada, muy responsable. Es independiente y fuerte, con los pies en la tierra, amable y trabajadora. Y estoy loco con la niña. – sonrió - ¡Es el pastelito más pillo que he visto jamás…! Y se nota que no está nada mimada, y es muy espabilada para su edad, es listísima. ¡Quiero que sea mi nieta, le vendrá muy bien tener las posibilidades que yo puedo darle! Así que ya lo sabes: o de aquí a dos meses Tupami es tu esposa, o despídete de la herencia.
-¡Pero tiíto!
-¡Ni “tiíto” ni apéndices nasales! Dejaré mi herencia para obras de caridad… y una parte importante, se la daré a la niña, para cuando sea mayor de edad. Para que estudie, para que viaje, para que ponga un negocio o para que compre caramelos, pero será para Pie. ¡Estoy seguro de que ella, me dará más satisfacciones que tú! ¡Tarambana!
(Bobby Chico, tú que supiste quién fue mi musa y a quién elevé a la categoría de dios en el cuento anterior, mereces que te dedique la segunda parte: ¡te lo brindo!)
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